Virtud de la Fidelidad
La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de la virtud de la fidelidad, de
la necesidad de mantener la promesa, el compromiso libremente aceptado, el
empeño en acabar una misión en la que uno se ha comprometido. Dios pide
fidelidad a los hombres a los que mira con predilección porque Él mismo es
siempre fiel, por encima de nuestras flaquezas y debilidades. Quienes son
fieles le son muy gratos, (Proverbios 12, 22) y les promete un don definitivo:
el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida (Apocalipsis
2,
20 ). La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que
el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo. Somos
fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes, a pesar de los
obstáculos y dificultades, a los compromisos adquiridos. Se es fiel a Dios, al
cónyuge, a los amigos. Referida a la vida espiritual, se relaciona
estrechamente con el amor, la fe y la vocación.
¿Cómo puede el hombre, que es mudable, débil y cambiante, comprometerse para
toda la vida? Puede, porque su fidelidad está sostenida por quien no es
mudable, ni débil, ni cambiante, por Dios. El Señor sostiene esa disposición
del que quiere ser leal a sus compromisos y, sobre todo, al más importante de
ellos: al que se refiere a Dios –y a los hombres por Dios-, como en la
vocación a una entrega plena, a la santidad. Lo principal del amor no es el
sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y
entrega. El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no
se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad. Esta virtud
adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen
las grietas y las fisuras de todo compromiso.
La perseverancia hasta el final de la vida se hace posible con la fidelidad a
lo pequeño de cada jornada y el recomenzar cuando, por debilidad, hubo algún
paso fuera del camino; fidelidad es corresponder a ese amor de Dios, dejarse
amar por él, quitar los obstáculos que impiden que ese Amor misericordioso
penetre en lo más profundo del alma. Para ser fieles necesitamos del soporte
de la sinceridad, primero con uno mismo: reconocer y llamar a su nombre a lo
que nos puede llevar fuera del propio camino. Y enseguida sinceridad con el
Señor y con quien orienta espiritualmente nuestra alma. Le pedimos a nuestra
Madre: Virgo fidelis, ora pro nobis, ora pro me, para que nos ayude a ser
fieles al amor de su Hijo.