REFLEXIONES SOBRE LA CUARESMA
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Queridos amigos:
El próximo miércoles inicia la Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Podéis
imaginaros las sensaciones que la Cuaresma y la Semana Santa evocan a una
persona como yo, que nací en una villa episcopal, y crecí a la sombra de la
torre de una catedral. En primer lugar, están los recuerdos visuales: pasos
procesionales, esculturas de Cristo en su pasión y de la Virgen Dolorosa,
túnicas de los nazarenos, ntiguas capas pluviales. Siguen los recuerdos
sonoros: interminables ensayos de las cornetas y tambores para acompañar las
procesiones, conciertos en la catedral, los cantos propios de estas fechas
(perdona a tu pueblo, sálvame Virgen María, cuando pases, mírame). También están
los olfativos, con el perfume de las abundantes flores empleadas en los pasos
procesionales, el tufillo de humedad de los ornamentos que sólo se usaban es es
tas fechas, las numerosas velas de cera y el incienso. Sin que falten los
referentes al sentido del gusto. ¿Cómo olvidar los potajes de vigilia y las
croquetas de bacalao? A todo esto hay que
añadir la preparación de la ceniza, la recogida de ramas de árboles en el campo,
las predicaciones y misiones cuaresmales, los Vía Crucis, celebraciones
penitenciales, etc.
Para vivir este tiempo con intensidad y fervor, os envío algunas ideas sobre la
historia de la Cuaresma y su significado actual, intentando usar un lenguaje
sencillo.
1. LOS AYUNOS DE PREPARACIÓN A LA PASCUA.
Desde el siglo II tenemos testimonios de un ayuno previo a la Pascua, que
lentamente se fue alargando, hasta constituirse en el s. IV una época de 40
días, en los que se hacía sólo una comida al día, excluyéndose las carnes, los
huevos, la leche y el alcohol. Entre los siglos VI y VII se añadieron tres
semanas más a la Cuaresma (que tomaron los nombres de «Quincuagésima»,
«Sexagésima » y «Septuagésima», desaparecidas desde 1968). Lo justificaban
haciendo un paralelismo con los 70 años que duró el destierro de Babilonia.
2. LA SEMANA SANTA JEROSOLIMITANA.
Durante la época de las persecuciones, el culto cristiano era muy sencillo (y,
normalmente a escondidas. Prácticamente se limitaba a la Misa dominical, la
celebración anual de la Pascua y otros encuentros de oración). A partir del s.
IV, en Jerusalén comenzaron a hacerse celebraciones separadas durante los días
anteriores a la Pascua y en otras fechas. Los cristianos de la ciudad y los
numerosos peregrinos que acudían de fuera, recordaban los acontecimientos
decisivos del cristianismo en los mismos escenarios donde tuvieron lugar,
siguiendo la distribución espacial y temporal de los evangelios. El sábado
anterior a la Semana Santa se visitaba el sepulcro de Lázaro, al día siguiente
se tenía una procesión con ramos, más tarde se hacía memoria de la traición de
Judas. Los tres últimos días tom aron el nombre de «Triduo Santo de la pasión,
muerte y resurrección del Señor». El viernes se veneraba la reliquia de la Cruz.
El sábado pasaban la jornada orando los Salmos y leyendo textos de la Escritura.
Hasta entonces, se unía la memoria de la muerte, sepultura y resurrección en la
Vigilia Pascual. Pero, al surgir celebraciones específicas de la pasión y muerte
de Cristo, la Vigilia Pascual se centró en su resurrección. Los peregrinos, al
regresar a sus casas, establecieron las costumbres de Jerusalén.
3. EL CATECUMENADO.
Durante la época de las persecuciones, los que se convertían eran inmediatamente
bautizados e incorporados a la comunidad. Después del edicto de libertad de
Constantino (año 313), las conversiones fueron cada vez más numerosas, aunque
algunas veces no eran sinceras. Por eso, se organizó un tiempo de preparación al
bautismo, que duraba unos tres años. Los aspirantes se reunían semanalmente para
recibir la instrucción. La Cuaresma era vivida de una manera especial; ya que,
una vez concluida su preparación, se disponían a recibir el bautismo en la
Vigilia Pascual. El domingo primero, se inscribían sus nombres en un libro
especial. A partir de ese momento, tenían catequesis diarias. Los domingos
tercero, cuarto y quinto tenían lugar los «escrutinios», que eran unciones
prebautismales y oraciones. Además, se les explicaba el credo, el padre nuestro
y los evangelios (en las llamadas «traditio» o «entregas»). Más tarde, tenían
que devolverlos a la comunidad, recitando públicamente el credo, el padre
nuestro y una fórmula de adhesión a las enseñanzas de los evangelios (las
llamadas «redditio» o «devoluciones»). El Sábado Santo por la mañana, recibían
la última unción y profesaban la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esa
misma noche eran bautizados. A partir del s. VI, los bautismos de adultos se
hicieron cada vez más raros y se generalizaron los bautismos de niños, por lo
que se modificó la organización prebautismal. L os exorcismos pasaron de tres a
siete y de los domingos a los días feriales, por lo que también se cambió el
orden de las lecturas y oraciones de las misas.
4. RECONCILIACIÓN DE LOS PENITENTES.
Por medio del bautismo, los que se habían convertido recibían el perdón de los
pecados y la incorporación a la Iglesia. Con el tiempo, se presentó el problema
de los cristianos que cometían pecados graves, como el adulterio, el homicidio y
la apostasía (el abandono de la fe). Para ellos se estableció la «penitencia
pública», que debían realizar durante el tiempo y con las modalidades
determinados por el obispo. Finalmente, al inicio de la Cuaresma, se vestían de
saco, se cubrían la cabeza con ceniza y se dirigían al templo. El obispo oraba
por ellos y, después de las lecturas y de la homilía, los expulsaba ritualmente
de la comunidad. Durante toda la Cuaresma tenían que observar un ayuno severo,
dormían en el suelo, no podían tener relaciones matrimoniales ni participar e n
actos sociales de ningún tipo. Durante las celebraciones litúrgicas, permanecían
de rodillas en el atrio del templo, hasta el Jueves Santo por la mañana, en que
eran reconciliados públicamente. Al desaparecer la penitencia pública, desde el
s. IX, se comenzó a imponer la ceniza a todos los fieles que lo solicitaban,
como gesto de piedad personal.
5. LAS ESTACIONES CUARESMALES EN ROMA.
En la Urbe, en los días de Cuaresma se estableció una compleja liturgia
estacional. Cada día se reunía la comunidad en una iglesia menor. Allí, el Papa
pronunciaba una oración y se partía en procesión, cantando las letanías de los
Santos, hasta una iglesia titular, donde se celebraba la Eucaristía. Las
oraciones y las lecturas hacían referencia a los santos y mártires relacionados
con esos templos. A veces, la relación era sencilla de identificar; otras era
muy rebuscada. Por ejemplo, el día en que se celebraba en San Vidal, que
fue arrojado a una fosa, se leía la historia d el patriarca José, que fue
arrojado por sus hermanos a un pozo; en Santa Susana, mártir romana, se leía la
historia de Susana en el libro de Daniel; en San Marcos, donde está la tumba de
los Santos Abdón y Senén, que llegaron a Roma desde Persia, se leía la historia
de Naamán, que peregrinó desde Siria hasta Israel para encontrarse con el
profeta Eliseo; en Santa Prudenciana, se leía un evangelio relacionado con San
Pedro, que se alojó en su casa; etc.
6. LA PIEDAD POPULAR.
Con el surgir de las lenguas romances, a medida que los fieles no entendían el
latín ni las oraciones de la liturgia, se fueron desarrollando nuevas prácticas,
como el Vía Crucis, dramatizaciones sagradas, peregrinaciones y otros ejercicios
cuaresmales. Los que deseaban ayudarse para realizar obras de piedad y de
misericordia en común, se fueron reuniendo en hermandades o cofradías. En su
seno surgieron las procesiones de penitentes. Los penitentes solían llevar el
rostro cubierto, para no se r conocidos. A partir del s. XVI se generalizó la
costumbre de acompañar los desfiles con imágenes representando a Cristo en su
Pasión o a otros personajes relacionados. Las cofradías desarrollaron, también,
cultos específicos en honor de sus titulares (imágenes del Señor, de la Virgen y
de los Santos) por medio de triduos, quinarios, septenarios, novenas, etc.
7. COSTUMBRES CUARESMALES.
Durante la Cuaresma se suprimió el Gloria y el Aleluya, y se impuso el color
morado en las vestiduras litúrgicas y en los frontales de los altares. No se
permitían los bautizos ni las bodas solemnes. En la Edad Media, el sábado
anterior a Septuagésima se generalizó un rito de despedida del «aleluya»; que
consistía en el entierro o quema de una tabla o de una muñeca con la palabra
escrita, acompañado de gestos y oraciones. Los «oficios de tinieblas» (Maitines
y Laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santos, rezados en las tardes de los días
anteriores) adquirieron especial importanc ia en las catedrales y monasterios.
El pueblo los vivía con más interés que los actos de la mañana, ya que contenían
elementos más dramáticos (las quince velas del «tenebrario», que se apagaban
progresivamente, después del canto de cada salmo, el
sonido de las carracas y tambores, después de la última lectura, para recordar
el terremoto que siguió a la muerte del Señor, etc.) y precedían a las
procesiones, en las que todos participaban. Desde la Edad Media, se comenzó
cubrir con velos las cruces e imágenes de las iglesias el Domingo de Pasión. La
costumbre se generalizó a lo largo del S. XVI y se hizo obligatoria en el siglo
siguiente. Como el tiempo de penitencia era muy largo, se instituyó el domingo
de Laetare (el cuarto) para interrumpirlo momentáneamente, y se introdujeron en
ese día los ritos relativos a la bendición de la «rosa de oro», que después se
entregaban a personajes que se habían destacado en la defensa de la Iglesia. La
Cuaresma se llegó a convertir en un tiempo con identidad propia, con una gran
riqueza de lecturas y oraciones para cada día. Antes de comenzarla, se
establecieron días para despedir el consumo de la carne y del alcohol (los
«carnavales» o «carnes tolendas», que, en ocasiones, evolucionaron hacia formas
neopaganas y que tanta fuerza han adquirido en nuestros días). Como conclusión
de la misma, también se establecieron ritos populares para despedir la
abstinencia (el «entierro de la sardina» y las tortas de Pascua, con huevos
duros, por ejemplo).
8. EVOLUCIÓN DE LA CUARESMA.
La liturgia prepascual terminó siendo el resultado de la unión de todos estos
elementos, unas veces de forma armónica y otras no:
1. Los ritos relacionados con el catecumenado, que preparaba a los
candidatos para la recepción del bautismo.
2. Los propios de la reconciliación de los penitentes, que disponía a los
bautizados que habían pecado para recibir el perdón.
3. La generalización de algunas conmemoraciones historicistas propias de
Jerusalén y de las celebraciones estacionales romanas.
4. Los desarrollados por la piedad de los fieles, al margen de la liturgia
oficial, que no entendían y en la que muchos no participaban.
De esta manera, el primitivo esquema cuaresmal fue evolucionando.
La «Semana mayor» tomó el nombre de «Semana de Pasión», viviendo su momento
culminante el Viernes Santo, pasando la Pascua a segundo término. Desde el S.
VII encontramos dos «Semanas de Pasión» (las antiguas quinta y sexta de
Cuaresma). La hora de celebración de la Vigilia Pascual se fue adelantando,
hasta pasarse en el s. XII a la mañana del sábado (llamado, con el tiempo,
«Sábado de Gloria»).
Independientemente de la misa de reconciliación de los penitentes, que tenía
lugar el jueves por la mañana, se introdujo otra vespertina, para conmemorar la
institución de la Eucaristía. Más tarde, se añadió una tercera, para consagrar
los óleos. Por último, la misa vespertina pasó a la mañana y se unificaron las
tres en una sola. De esta manera, el Triduo Santo se desplazó del viernes,
sábado y domingo iniciales, al jueves, viernes y sábado. Finalmente, el tiempo
que transcurría entre el ciclo de Epifanía y el de Pascua, terminó
constituyéndose en una precuaresma de tres semanas (tiempo de Septuagésima), una
Cuaresma de cuatro semanas y un tiempo de Pasión de dos semanas (Semana de
Pasión y Semana Santa). Las tres etapas tenían varios elementos en común, como
el uso de las vestiduras moradas y la eliminación del aleluya y de otras partes
festivas de la liturgia. Todo iba encaminado hacia la celebración del Viernes
Santo, verdadero culmen del año litúrgico, como se puede ver en los libros de
liturgia anteriores al Vaticano II.
Entre 1951 y 1955, Pío XII realizó una primera revisión y reforma de la Semana
Santa en el rito latino, reintroduciendo la Vigilia Pascual el sábado por la
noche y las celebraciones del Jueves y Viernes Santo por la tarde, por lo que
los «oficios de tinieblas» pasaron a las mañanas de sus días naturales. La
reforma litúrgica de 1969 ha simplificado las costumbres y ha reinstaurado la
Cuaresma original, que va del Miércoles de Ceniza al Jueves Santo por la tarde,
antes de la celebración de la Eucaristía de la Cena del Señor.
9. LA LITURGIA CUARESMAL CONTEMPORÁNEA.
El Vaticano II pidió que se mantuviera la dimensión penitencial de la Cuaresma y
que se recuperara la bautismal. Para dar cumplimiento a la sugerencia de los
padres conciliares, se preparó un nuevo Ritual de la iniciación cristiana de
adultos, que establece cómo deben realizarse los distintos ritos a lo largo de
la Cuaresma. Adem ás, como el actual leccionario dominical comprende tres ciclos
de lecturas, se organizó el primero con los evangelios que la Iglesia primitiva
utilizaba en la preparación de los catecúmenos. Las primeras lecturas
dominicales presentan las principales etapas de la historia de la salvación,
mostrándonos que la revelación es la realización progresiva de un proyecto
eterno de Dios, desarrollado en el tiempo, que se dirige hacia Cristo y culmina
en Él. Las segundas lecturas están tomadas de las cartas de San Pablo, y sirven
para iluminar los temas del día con reflexiones del apóstol. Los evangelios de
los días feriales exponen los grandes temas cuaresmales: la llamada a la
conversión, el amor al prójimo, el perdón de los pecados y la pasión de Cristo.
Las primeras lecturas están escogidas en referencia a los evangelios de cada
día.
Así, la Cuaresma se caracteriza como:
a) Tiempo de gracia. Un regalo que se nos ofrece para que
redescubramos lo esencial del cristianismo en la lectura de la Palabra de Dios,
en la oración y en la práctica de una vida íntegra.
b) Tiempo de preparación para la Pascua. Las cosas importantes
hay que prepararlas con tiempo. La Pascua es tan importante (celebramos los
misterios de nuestra redención), que la preparamos durante 40 días.
c) Tiempo de catequesis bautismal. Se ha recuperado la
preparación bautismal para los adultos que reciben en Pascua el bautismo, la
confirmación y la primera comunión. Los ya bautizados están llamados a tomar
conciencia del don del bautismo y a renovar su gracia
d) Tiempo de conv ersión. Los cristianos deberíamos vivir como
cristianos siempre, pero todos somos conscientes de que muchas veces equivocamos
el camino, por lo que la Cuaresma es una llamada a recibir el perdón de Dios y a
volver a empezar, en su nombre, la vida de la gracia.
10. EL SENTIDO DE LOS 40 DÍAS.
La palabra «Cuaresma» significa sencillamente 40 días. El prefacio del domingo I
recuerda que surgió por el deseo de imitar el retiro de Jesús en el desierto, al
inicio de su vida pública: «[Jesús], al abstenerse durante cuarenta días de
tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal». Pero,
¿por qué Jesús se retiró durante ese preciso periodo de tiempo? Debemos recordar
que la Biblia hace un uso abundante del simbolismo de los números, que hay que
saber interpretar para comprender su mensaje. En concreto, el número 40 aparece
más de cien veces, pero pocas con un significado matemático. Al ser
aproximadamente lo que podía vivir una persona normal e n la antigüedad, se
convirtió en la imagen de una generación, de una vida, de un tiempo
suficientemente largo para realizar algo importante. La vida de Moisés es un
ejemplo claro. Murió con 120 años (Dt 34,7), que San Esteban divide en tres
etapas de 40 (Hch 7,20-40), que corresponden a tres «vidas», a tres maneras de
relacionarse con Dios.
En los otros textos, sucede algo similar. Cuando Dios envió el diluvio, «estuvo
lloviendo sobre la tierra 40 días y 40 noches» (Gn 7,12). Isaac se casó con
Rebeca a los 40 años de edad (Gn 25,20). También su hijo Esaú (Gn 26,34). Moisés
guió a su pueblo durante 40 años por el desierto (Dt 29,4) y pasó 40 días orando
en la cima del Sinaí (Ex 24,18). El mismo tiempo que tardaron los enviados de
Moisés en explorar la tierra de Canaán (Nm 13,25). Los que cometen un delito
deben recibir un máximo de 40 azotes, ya que superar ese número sería un exceso
irracional (Dt 25,3). David reinó 40 años (1Re 2,11). El profeta Elías anduvo
durante 40 dí as por el desierto, hasta el Horeb, donde se encontró con Dios
(1Re 19,8). Jonás anunció que Nínive sería destruida a los 40 días (Jon 3,4).
Después de sus desgracias, Job vivió 40 años de bendición (Job 42,16). María
presentó a Jesús en el Templo, a los 40 días de su nacimiento (Lc 2,22), tal
como mandaba la Ley (Lv 12). Como ya hemos dicho, Jesús pasó 40 días de retiro
en el desierto (Mt 4,2) y, después de la resurrección, se apareció también
durante 40 días (Hch 1,3). Así pues, un conjunto de 40 (días o años) es el
tiempo necesario, completo, oportuno, para hacer algo importante. La Cuaresma
supone el tiempo de gracia que la Iglesia nos ofrece para nuestra salvación. En
ella se nos ofrecen, también, los medios necesarios para alcanzarla.
11. LAS PRÁCTICAS CUARESMALES.
Siguen siendo las mismas que Jesús indica en el evangelio que se lee el
miércoles de Ceniza: oración, ayuno y limosna (cf. Mt 6,1-18).
La oración no consiste en repetir f órmulas compuestas por otros. Como dice San
Juan Crisóstomo, debemos practicar: «una plegaria que no sea de rutina, sino
hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas
determinadas. Conviene que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos
expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones».
El ayuno consiste en privarnos de cosas y entretenimientos (que pueden ser
útiles y buenos en sí mismos), para dedicarnos a cosas más importantes,
recordando que Jesús dijo que «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Tal como enseña Jesús, el
verdadero ayuno consiste en amar el alimento espiritual más que los alimentos
corporales.
La limosna. Desde sus orígenes, la Iglesia ha considerado siempre que el ayuno
sirve para comprender mejor el sufrimiento de los pobres y para darles a ellos
el fruto de nuestras privaciones. La limosna ayuda a tener una relación corre
cta con las cosas (los bienes no son fines en sí mismos, sino sólo medios) y con
las personas (todos somos responsables del bien de los demás y no podemos
desinteresarnos de la suerte de los desfavorecidos).
Por último, hay que practicar las tres (oración, ayuno y limosna) a la luz de la
enseñanza de Cristo, que dice: «No hagáis el bien para que os vean los hombres»
(Mt 6,1). Las tres deben ser la expresión exterior de unas actitudes interiores
(generosidad, amor de Dios, esencialidad). De poco sirve realizarlas por otros
motivos (tradición, moda, convencionalismos sociales). Las buenas obras se deben
hacer porque estamos convencidos de que son buenas, sin otras intenciones, y
procurando que pasen desapercibidas, para evitar la vanagloria. Si no es así, no
tienen valor religioso.
Que el Señor nos conceda a todos la gracia de amarle más que las cosas, más que
la vida, más que a nosotros mismos. Que su amor sea conocido por todos y que
nuestro amor por Él crezca c ada día. Que su espíritu Santo nos dé la fuerza
para perseverar en su servicio, con corazón puro e íntegro. Que, después de
servirle con fidelidad en la Cuaresma de esta vida, Él nos conceda participar un
día en la Pascua del cielo. Amén. Os adjunto dos enlaces, con las canciones más
famosas de la Cuaresma: “Attende, Domine” (en latín) y “Perdona a tu pueblo” (en
español).
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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.