DÍA DE LAS MIGRACIONES |
EL CAMINO ES LA ACOGIDA
Carta de los obispos En
este año 2000, en el que toda la Iglesia celebra el Gran Jubileo de la
Encarnación de Jesucristo, muchos cristianos han peregrinado o están
peregrinando a Tierra Santa, Roma o a otros lugares del mundo para vivir
más profundamente este acontecimiento salvador y para participar de las
gracias jubilares. También el Santo Padre, como uno más, ha
peregrinado a la tierra de Jesús en un fecundo viaje que él mismo
definió como "peregrinación personal y viaje espiritual del
Obispo de Roma a los orígenes de nuestra fe". La peregrinación
supone siempre ponerse en camino, salir de uno mismo y abrirse a lo
nuevo. Es una ocasión especial para encontrarse con los hermanos y para
vivir la experiencia y la cercanía de Dios. En esa marcha se agradece
la hospitalidad, la mano tendida del otro y la acogida sincera, sobre
todo cuando surge la dificultad. Una
de las características que definen el momento actual de la historia
humana es la movilidad. El desarrollo científico-técnico ha hecho
posible que podamos movernos con facilidad de un lugar a otro. Pero al
mismo tiempo el sistema económico imperante, en el que prima el capital
sobre las personas, obliga a muchos seres humanos a ponerse en camino,
en angustiosa peregrinación, buscando medios para su subsistencia. Este
sistema económico, unido a las condiciones demográficas y a las bajas
tasas de natalidad de los países desarrollados, entre ellos España,
hacen que los flujos migratorios sean una realidad en constante
crecimiento hacia estos países. La
emigración es siempre una realidad con doble cara. El emigrante sale de
su casa y de su tierra empujado por diversas razones y atraído por la
firme esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, se
encuentra pronto con el dolor del desarraigo y con las dificultades para
la integración en la nueva realidad, en la que espera ser acogido. En
estas circunstancias cobra una importancia especial el reto evangélico
"era extranjero y me acogísteis" (Mt. 25, 35). Como nos
recuerda el Papa en su mensaje para la jornada mundial de las
migraciones de este año: "en el marco de una movilidad humana que
ha aumentado por doquier, esta invitación a la hospitalidad resulta
actual y urgente". Los cristianos no podemos olvidar que somos
seguidores de un Dios que, para ofrecer la salvación a la Humanidad, no
dudó en salir de sí mismo y peregrinar al encuentro del hombre,
experimentando en su carne la humillación del exilio y la necesidad de
vivir como refugiado. Por eso Jesús sabe muy bien el significado de lo
que dice, cuando proclama: "era extranjero y no me acogísteis"
(Mt. 25, 43). Vivimos
un momento dulce en el desarrollo económico de nuestro país. Esto se
debe en buena parte al esfuerzo y al trabajo ,de todos los españoles,
pero también a la laboriosidad de muchos emigrantes que viven entre
nosotros y que colaboran, codo con codo, en la construcción de una
nueva sociedad. Los expertos nos dicen que el mercado laboral español
necesita mano de obra debido a la tendencia de la actual tasa negativa
de natalidad. En la actualidad ya se necesitan trabajadores extranjeros,
pero se van a necesitar aún más en el futuro. Estaríamos traicionando
lo más sagrado de la persona, si sólo quisiéramos mano de obra,
olvidando que los que vienen a trabajar con nosotros son personas, con
todos sus derechos. Por eso el camino es siempre la acogida. Este
camino nos llevará a la construcción conjunta de una sociedad en la
que todos tengan cabida, evitando los enfrentamientos que no son propios
de hermanos y que, antes o después, produce cualquier tipo de exclusión.
En nuestro país tenemos una nueva ley de extranjería desde el mes de
febrero. No es la ideal, pero supone un avance sobre la anterior de
1985, al reconocer a la persona inmigrante como sujeto de derechos. En
estos momentos vuelve a debatirse en el Parlamento la reforma de esta
ley de corta duración, esperamos que un tema de tanto calado como es la
situación humana de los trabajadores inmigrantes y las repercusiones
que su integración o exclusión puedan tener en nuestra sociedad, no se
conviertan en arma de confrontación política y las fuerzas políticas
sean capaces de consensuar una ley realmente integradora y respetuosa de
los derechos de las personas inmigrantes. Además, en el mes de julio se
cerró un proceso de regularización, mediante el cual muchos
inmigrantes consiguieron legalizar su documentación, superando así la
dramática situación en la que se encuentran tantos inmigrantes
indocumentados. Estos, en muchos casos, lo han arriesgado todo empujados
por su situación desesperada. Desde esta perspectiva podemos estar
contentos ya que se ha avanzado en la acogida, que no es sólo expresión
de solidaridad para con los pobres, sino una necesidad para el
funcionamiento de nuestro sistema. Una vez más no debemos olvidar que
el camino es la acogida. En
este sentido recordamos y pedimos a toda la comunidad cristiana, a las
parroquias y a los demás grupos eclesiales, que abran sus puertas y que
vivan el gozo de la acogida a los más desfavorecidos. El Santo Padre,
en el mensaje del año pasado, nos decía que "la catolicidad no se
manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino
también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea
su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o
discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal
de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos
inalienables". Nuestras parroquias son el espacio privilegiado para
manifestar la catolicidad, tal como nos indica el Papa. Ellas son el
lugar adecuado para hacer y para facilitar la integración, ya que están
enclavadas en los barrios y zonas naturales donde malviven muchas veces
los inmigrantes. Esta oportunidad nueva de vivir la catolicidad, unida a
la diversidad de culturas y de valores que pueden aportar los
inmigrantes, será una riqueza añadida. A
lo largo de este mensaje hemos reiterado que el camino es la acogida.
Por tanto debemos estar dispuestos a abrir nuestro corazón a los
valores de la diversidad y a desterrar de nuestra vida todo sentimiento
racista o xenófobo. Ciertamente todos queremos vivir seguros ante una
realidad que dominamos y sentimos recelo e incluso miedo ante una
realidad nueva. Sin embargo, hemos de superar el egoísmo y la propia
seguridad personal al contemplar el corazón del Padre, que se alegra y
goza al ver convivir como hermanos a hombres de toda raza, lengua,
pueblo y nación. Desde una actitud de verdadera caridad la experiencia
se transforma y la diversidad ya no es una amenaza sino una riqueza. El
mismo Jesús ha querido dejar claro en el Evangelio que el juicio final
ya empieza aquí, porque cada instante nos muestra la misteriosa
presencia del Hijo del Hombre en la persona del pequeño y desamparado,
que se cruza en el camino de nuestra vida. Él se identifica con los más
abandonados, a quienes llama "mis humildes hermanos". Por eso
el comportamiento que tengamos con estos pequeños es el mismo que
tenemos ante Dios: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la
herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo... porque era extranjero y me acogísteis" (mt. 25, 34-35). ¡Feliz año Jubilar! Los Obispos de la Comisión
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