El texto de Sofonías apenas tiene relación literal con las frases lucanas que acabamos de leer. Sin embargo, sería una pena que este texto no se leyera un día y otro a los cristianos y se comentara brevemente ante ellos. Este ardiente texto profético dice en términos de Antiguo Testamento lo que la fe cristiana misma enseña. En Jesús, Yahvé-Dios está presente en medio de su pueblo; reina entre su pueblo, al que da señales de su amor. Su presencia, en la medida al menos en que es reconocida por su pueblo, es fuente de una alegría extraordinaria que ha de poder expresarse en la danza, la fiesta, los cantos.
He ahí lo que Jesús aporta a su pueblo con su venida. El que el Bautista subrayara sobre todo las exigencias que comporta esta venida, no puede impedirnos entrever que, como Buena Noticia, esta venida debe suscitar en nosotros la confianza, la paz, la alegría..., temas que ciertamente no hubiera rechazado san Lucas, sino todo lo contrario.
Temas que también a san Pablo gustaría comentar, tal como se explica en la 2ª lectura. La venida del Señor, sea cualquiera el ángulo desde el que se la considere, no puede hacer brotar en nosotros sino alegría, bondad comunicativa, fraternidad universal. Ha de promover en todo creyente confianza y paz. En el momento del nacimiento de Jesús, los ángeles pregonan el acontecimiento como fuente de paz para los hombres. Esa paz, don de Dios, es la que debe llenar el corazón de todo el que cree en Jesús.
El comportamiento cristiano está hecho a la vez de fidelidad a unas exigencias rigurosas aceptadas dentro de la perspectiva de un encuentro temible, y de una apacible confianza en una presencia amante que es fuente de paz, de serenidad y de alegría.
Contrariamente a lo que muchos imaginan, no es la primera actitud la más difícil de observar, sino la segunda. Es relativamente fácil creer en un Dios exigente; más difícil es creer en un Dios cuya cálida ternura comunica paz y alegría.
LOUIS
MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 119
2.
Se acerca Navidad. Ya -en el ambiente- muchas cosas nos hablan de las celebraciones navideñas. Lástima que quien nos habla con mayor insistencia es la publicidad comercial, los anuncios televisivos (colocando el mensaje de Navidad al servicio de la promoción de ventas o del "super lujo" de los ricos).
Nosotros nos hemos reunido aquí una vez más en la espera de la venida del Señor Jesús. Nosotros somos una comunidad expectante, una gente que espera a Alguien. Esto resume el qué es ser cristiano: creemos que el Señor vino, que viene ahora y que vendrá definitivamente. No es sólo un hecho pasado; es también una espera actual y para el mañana.
Por eso el cristiano es un hombre que siempre espera. Pero quizá convenga que busquemos en la Palabra de Dios, que hoy hemos leído, quién es este Alguien que esperamos. No fuera a suceder que entre tanta gente que nos habla de la Navidad, no reconociéramos a Aquel que esperamos.
-La 1. lectura -por ejemplo- nos ha hablado de El como de un luchador, de un guerrero. Ciertamente se trata de un guerrero que no viene a matar, sino a salvar. Pero... es Alguien que viene a luchar, a combatir. Aquel que esperamos -"Aquel que por la fe está en nosotros- no viene a dejar las cosas tal como están, no es Alguien a quien no importen las realidades de mal, de opresión, de injusticia, de falta de amor o de triunfo de la mentira. El, el Señor Jesús, el niño de Belén y el crucificado de Jerusalén, es un combatiente de la verdad, del amor, un guerrero de la justicia.
Tengámoslo en cuenta al preparar la Navidad. La alegría, la paz que repetidamente nos anuncian las lecturas de hoy tienen un motivo: el Señor está cerca, el Señor está entre nosotros. Pero fijémonos bien: es Alguien que salva porque lucha contra todo mal y en favor de todo bien. No salvaría si se despreocupara de aquello que duele al hombre, si no trabajara por aquello que le da vida.
Que el Señor está entre nosotros significa que lucha en nosotros y con nosotros. No contra nadie -El quiere salvar a todos- pero sí contra todo lo que hay en todos -en cada hombre- de mal, de pecado, de muerte.
-Se nos pide, por tanto, una elección, una opción: luchamos con El o le abandonamos y cerramos nuestra puerta a su salvación. Con otras palabras: la preparación a la Navidad es una llamada a la conversión.
Por esto, en este tiempo de Adviento, se nos muestra la figura de aquel hombre radical que fue Juan el Bautista, el que preparaba el camino del Señor. Hoy hemos escuchado cómo la gente del pueblo iba a él para preguntarle: "¿qué hemos de hacer?". Y sus respuestas -sencillas- son acciones concretas que conducen a un obrar según la verdad y el amor, es decir, conducen a la conversión.
La figura de Juan Bautista, a las puertas de la Navidad, nos puede ayudar a no errar el camino. NO nos hagamos falsas ilusiones: es preciso una preparación que conduzca a una auténtica conversión. También nosotros debemos preguntarnos: ¿Qué hemos de hacer? Seguramente la respuesta será también distinta para cada uno, pero estará siempre en la línea del combate que el Señor viene a realizar. Se trata de crecer en nuestro camino de fidelidad más radical a Aquel que esperamos, de compartir con mayor generosidad su lucha en nosotros.
Alegrémonos, hermanos, porque el Señor de bondad está entre nosotros. En nuestra vida. Por eso nos hemos reunido: para afirmar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro anhelo de vivir según el amor que de El proviene. Pero para que nuestra alegría sea auténtica y duradera (más auténtica y duradera que todo aquello que nos prometen los anuncios o el bla-bla tópico de tantas palabras vacías que hablan de la Navidad en estos días) escuchemos con deseo de sinceridad la insistente y personal llamada a la conversión y a la lucha que nos dirige a Jesucristo.
Con la esperanza, con la confianza, que nos da el hecho de creer en la fuerza de su amor vivo en nosotros. De este amor que celebramos en la eucaristía.
JOAQUÍN
GOMIS
MISA DOMINICAL 1973, 6
3.
* La tremenda sinceridad que se adivina en la pregunta: "Entonces, ¿Qué hacemos?" se ve correspondida por el evidente realismo operativo de la contestación que da Juan el bautista.
Quienes crean que se trata de una escena precristiana, pueden cambiarla por otras narraciones de conversión contenidas en el Nuevo Testamento, que presentan la misma pregunta vital y se acompañan de inmediatas consecuencias prácticas en la misma línea. * No se trata sólo de pensar, sino de hacer. La esperanza nacida de la fe en Jesús no es una cuestión de mirada, de ojos nuevos, sino también de manos nuevas y trabajo adecuado y eficaz en la construcción de la ciudad terrena. La fe cristiana, como esperanza del futuro, no puede servir de coartada para evadirse del presente y ser opio del pueblo en lugar de actuar como aguijón y motor.
El bautista cree que las cosas pueden y deben cambiar. No le cortaron la cabeza por ser un predicador abstracto e intimista.
El anuncia la llegada de lo "nuevo" y aviva el fuego que dinamiza nuevas posibilidades sacudiendo lo establecido.
* El seguimiento de Jesús se hace solidaridad práctica y creativa con los hermanos más necesitados, porque la esperanza cristiana, para no ser un ídolo, ha de encarnarse en la realidad concreta.
La tentación acecha: el creyente puede convertir la esperanza en una fábrica de ilusiones vanas. Entonces elabora sueños sin mediaciones, que son huidas de la realidad. El deseo expresado en el "venga a nosotros tu reino" prueba su sinceridad con la acción comprometida para que así sea.
La esperanza cristiana es preferible que se equivoque a que quede paralizada. Es más deseable que nuestro sudor se mezcle con el de los hombres que empujan la historia que permanecer al margen con las manos limpias. La esperanza tiene que ser operativa o, de lo contrario, se niega a sí misma. Requiere creyentes sumergidos en las aguas turbias de los movimientos sociales, políticos, científicos, culturales.... de la época.
Es verdad que el cristiano no posee una utopía definida, si entendemos estos términos como un proyecto político-social y económico. En este sentido, no existe el partido cristiano, el sindicato cristiano, la empresa cristiana o la familia cristiana.
Aunque sí han de notarse las repercusiones de su fe en la política, la acción sindical, empresarial o familiar que lleven a cabo los cristianos. No poseemos soluciones técnicas concretas a la hora de organizar la ciudad terrestre, lo que no quiere decir que debamos sobrevolar por encima de todo proyecto político-social concreto. Sin proyectos anticipadores del mañana, no hay cambio de la realidad, y la esperanza permanece congelada.
Es en este punto cuando surgen las preguntas: ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Parece claro que puede decirse lo que es malo en la sociedad actual, pero no lo que sería bueno. Ningún programa político, social o económico será capaz de instaurar la sociedad definitiva, libre de toda injusticia. No existe un modelo de análisis científico de la realidad que asegure de modo incontrovertible su objetividad. Por tanto, habremos de aceptar que entre los creyentes se puede dar una inevitable pluralidad de caminos hacia una misma meta.
Si aceptamos estos presupuestos, que conllevan su parte de necesidad y de dificultad, nos veremos a nosotros mismos en la tarea de constructores de puentes (pontífices) entre el ideal del reino y la realidad del hoy. Situados en este empeño, sentiremos como más acuciante la urgencia de "cristificarnos", de aumentar en nosotros el Espíritu de Jesús y también la de conocer más profundamente la realidad de nuestro mundo. Nuestra mente y nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra palabra, nuestro corazón y nuestras manos habrán de mantenerse activos, de forma que nuestra capacidad de ver y recorrer nuevos caminos sea operativa y eficaz.
Encontraremos entonces, como fuente inagotable de energía, el contacto con el Maestro, íntimo y personalizado, pero no intimista ni individualizante. La oración y el "rumiar" la palabra nos descubrirán, más allá de los aciertos o los fracasos, el permanente horizonte de un reino "que no es como los de este mundo".
EUCARISTÍA 1988, 59
4.
* "El Señor está cerca": El anuncio de la venida del Señor es para los creyentes motivo de inmensa alegría: "Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres... El Señor está cerca".
Y lo mismo que Pablo, así también el profeta Sofonías: "Regocíjate, hija de Sión..." Y es que se trata de una buena noticia, de la mejor de todas las noticias que podemos recibir. Como la lluvia que alegra los campos después de una pertinaz sequía y los hace reverdecer, así es la palabra de Dios, la promesa y el anuncio de su venida, que estimula la esperanza en el corazón de los creyentes. Esta alegría, esta esperanza, esta "moral" que nos da el evangelio, es su primer fruto y la primera manifestación de la fe en un mundo desmoralizado.
* "¿Entonces, qué hacemos?": Pero el anuncio de lo que aún está por ver y por venir, de lo que será y de lo que seremos cuando venga el Señor sobre las nubes, descubre también ante nuestros ojos la situación real en la que todavía nos hallamos y, por tanto, la necesidad de un cambio en nuestras vidas, en nuestras costumbres, en nuestras relaciones humanas, individual y colectivo. Porque todo puede y debe cambiar ante la venida del Señor que se acerca. La esperanza que nos infunde la promesa es el motor del cambio, es la fuerza de la conversión. Una fuerza que nos permite sobreponernos a la situación y tomarla a nuestro cargo con alegría, responsablemente. Que nos ayuda a salir de ella hacia adelante. La conversión siempre es hacia adelante, hacia el Señor que se acerca, y en modo alguno consiste en detenerse ni tan siquiera para llorar o lamentar un estado de cosas. El que espera de verdad no se hace constantemente la pregunta de qué es lo que ha hecho, sino que se pregunta qué debe hacer: "¿Entonces, qué hacemos?".
* "El que tenga dos túnicas...": Convertirse al evangelio, responder al anuncio de la venida del Señor, es algo tan concreto como dar una túnica al que no la tiene, o compartir lo que tenemos para que haya igualdad entre unos y otros.. "El que tenga dos túnicas, que se las reparte con el que no tiene". La conversión es muy personal, pero no se queda en el corazón y se expresa y se realiza como acercamiento y conversión a las necesidades del prójimo.
A los publicanos o cobradores de impuestos, representantes de la administración pública, Juan Bautista les dice que no cobren más de lo que es justo. Y a los soldados que no hagan extorsión a nadie, ni se aprovechen con denuncias y se contenten con la soldada. Son tres ejemplos que bien podrían aplicarse hoy a nuestra sociedad: ¿Hay algo más urgente en España, y no sólo en España, claro está, que nivelar y compartir, que acabar con las desigualdades, que repartir el trabajo y el fruto del trabajo, para que cada ciudadano tenga su túnica y su dignidad? ¿Y qué diremos de la corrupción administrativa y de la necesidad inaplazable de reformar la administración pública? Y lo mismo del ejército, que no ha de ser un cuerpo extraño y en contra de la sociedad, sino para su servicio: "No hagáis extorsión a nadie", no os aprovechéis de la fuerza.
* Hagamos un mundo más humano: Este mundo no es el reino de Dios sino el reino del egoísmo. Este mundo no es bueno, porque no es bueno para todos, porque no hay igualdad, ni fraternidad, ni libertad, porque cada uno va a lo suyo y el hombre es como un lobo para el hombre. Los cristianos no estamos en este mundo para ganarnos el cielo, sino más exactamente para hacer que este mundo sea más humano y más conforme a la voluntad de Dios. Porque no estamos de paso por el mundo, sino que llevamos con nosotros el mundo, a espaldas de nuestra responsabilidad, y no podemos peregrinar y llegar a la presencia de Dios y entrar en su reino si perdemos el hato, si no entramos con el mundo que nos ha confiado.
Desentenderse del mundo es desentenderse de los hombres, que son nuestros hermanos. Es pasar de largo ante los que sufren y lloran, ante los que son tratados injustamente, ante los marginados, ante el hambre, la violencia... En este sentido, no sólo la propiedad privada puede ser un robo o una retención injusta de lo que debemos compartir con los demás, sino también la vida privada, aunque ésta se llene de oraciones y soliloquios divinos. Porque la vida privada, y en nuestro caso la privatización de la fe, sería despojar a los hombres del amor y de la ayuda que les debemos por voluntad de Dios.
EUCARISTÍA 1982, 57
La palabra "penitencia" sugiere muchas veces, inmediatamente, las dos o tres avemarías que nos manda rezar el confesor antes de darnos la absolución por nuestros pecados. Otras, pensamos en sacrificios, ayunos y abstinencias, y hasta en alguna limosna que es menester hacer para pagar por los pecados pasados. Es posible que entendamos incluso que la penitencia cristiana es ante todo el sacramento de la confesión y que en este caso, después de hacer el recuento de las condiciones que se requieren para confesarse bien, lleguemos a la conclusión de que lo más importante es el dolor de los pecados. En cualquier caso, la penitencia, para nosotros, tiene que ver con la vida pasada, y esto es correcto; pero no nos damos cuenta de que sólo con lamentaciones y lágrimas no podrá cambiar nuestro pasado y que éste sólo puede superarse si entramos resueltamente en un futuro mejor. Una penitencia entendida sólo en función del examen de nuestra vida pasada y entretenida únicamente en lamentarla, no es todavía la auténtica penitencia cristiana y no resuelve nada.
Por otra parte, la práctica de la penitencia, si se quiere de la confesión, ha llegado a ser un asunto entre Dios y mi alma, tan privado como una ducha y tan rutinario como ella misma.
Difícilmente descubriríamos en el rito actual de la confesión, y mucho menos en la conciencia de los que se confiesan, aquella dimensión comunitaria que tuvo la penitencia en otros tiempos. Y, sin embargo, el sacramento de la penitencia es el sacramento de la reconciliación con Dios, que solamente es posible sobre la base de una reconciliación con los hombres: Así como en realidad no existe más que un solo mandamiento, el mandamiento del amor a Dios, y éste es menester cumplirlo siempre amando también a los hombres; así como en el fondo no existe otro pecado que el que se opone a este mandamiento del amor, rompiendo nuestra paz con Dios al enfrentarnos egoístamente a nuestros hermanos, así también el restablecimiento de la paz con Dios ha de estar necesariamente unido al restablecimiento de la paz con nuestros hermanos ofendidos.
La paz con la Iglesia es el signo de la paz con Dios, pero en esta paz con la Iglesia celebramos nuestra reconciliación con todos los hombres. ¡Qué lejos está nuestra rutina de todas estas verdades cristianas! Se ve, por ejemplo, en el caso chocante de un marido que habiendo roto con su mujer se reconcilia con el sacerdote en privado. Naturalmente, esta ruptura a nivel de comunidad familiar afecta negativamente a la unidad de la Iglesia y es perfectamente comprensible que se dé también la reconciliación con toda la comunidad cristiana representada por el sacerdote; pero esto no excluye, antes al contrario, exige un restablecimiento de la unidad allí donde esta unidad se ha roto.
Es decir, en este caso en el seno de la comunidad conyugal. Y resulta no menos ridículo e ineficaz el que un empresario haga las paces con la Iglesia y no precisamente con los obreros a los que él haya podido explotar.
Cuando la confesión no supera las lamentaciones en privado sobre la propia vida pasada y no apunta hacia un futuro, cuando no sale de esta esfera individual de los cuatro ojos y se hace eficaz en medio del mundo apuntando hacia un futuro mejor, la confesión no es ya la auténtica penitencia cristiana.
La penitencia es ante todo renovación de la mente y del corazón, es decir, conversión, y no es posible convertirse uno a sí mismo: por eso es salir siempre al encuentro del hermano ofendido y, en definitiva, al encuentro del "Primogénito entre muchos hermanos", que es Cristo. En este sentido, la penitencia cristiana, si ha de ser eficaz, no puede ser simplemente saldar las deudas del pasado y esto de una manera privada, sin que nadie se entere, sino realizar un futuro mejor: "Hacer frutos dignos de penitencia".
Ahora bien, estos frutos dignos de penitencia son frutos de justicia y de caridad. Escuchemos el Evangelio de hoy: San Juan nos resume brevemente, en los versículos 10 al 14, todo el contenido positivo y humano del mensaje de Juan Bautista. San Juan es un penitente en el sentido tradicional: va vestido con piel de camello, se alimenta de langostas y miel silvestre. Sin embargo, San Juan, al predicar la penitencia, no exige a nadie que se retire con El al desierto, sino que cada uno cumpla con sus deberes en medio del mundo: "La gente le preguntaba: ¿Pues qué debemos hacer? Y él les respondía: ¿El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene..." Es decir, el que tenga dos abrigos de piel... Y se acercaron también unos recaudadores de impuestos, y a éstos les decía: "No cobréis más de lo establecido"; y también a unos soldados: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada". San Juan tiene una palabra para cada uno de estos estamentos sociales: para los ricos, para los que desempeñan cargos en la administración pública, para los soldados, etc. En cada uno de estos casos, la penitencia no es lamentarse de lo que han hecho, sino comenzar desde ahora a cumplir fielmente con sus obligaciones. La penitencia que San Juan predica es una penitencia dirigida hacia el futuro. No es la penitencia de las tres avemarías, sino una penitencia realmente eficaz que se acredite en buenas obras. Y es, en tercer lugar, una penitencia con una marcada dimensión social: una conversión a la justicia y a la caridad. Y toda esta penitencia, para San Juan, está situada en la perspectiva de la venida del Señor. En realidad, el Señor viene cuando los hombres convierten sus vidas hacia el futuro y hacia sus hermanos.
EUCARISTÍA 1970, 4
6.
La pregunta se planteaba a todos. A las gentes en general, a los publicanos, a los soldados, en el momento en que adivinaban que habían llegado los tiempos mesiánicos: "Entonces, ¿qué hacemos? A menudo, la pregunta recoge casi exclusivamente la preocupación por una práctica que sería como una receta para la vida eterna. La respuesta de Juan Bautista es sencilla. A todo tipo de personas que le preguntan, responde: Haced vuestro trabajo con justicia. Y esa es, de hecho, la única respuesta verdadera: continuad viviendo con autenticidad, con justicia y con sentido de los demás. Por eso el cristiano debe estar siempre alegre y su serenidad debe ser conocida por todos los hombres. No puede estar continuamente preocupado, sino en todas las circunstancias debe orar y dar gracias dirigiendo a Dios sus súplicas. Esta es la fuente de paz del creyente "que sobrepasa todo juicio". Por otra parte, Juan Bautista predica la inminente llegada del Mesías; está entre nosotros. "El rey de Israel está en medio de ti..., el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que te salva". Es el alegre poema de Sofonías en este día.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 131
7. ALEGRIA/NOTAS.
-ALEGRÍA POR LA LIBERACIÓN
Iniciamos este tiempo de Adviento escuchando el gran anuncio, el anuncio de esperanza: "Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". HOY, en este tercer domingo de Adviento, toda la liturgia nos invita a alegrarnos por la cercanía de la realización de este anuncio.
Es una invitación a la alegría. Y, si se me permite el juego de palabras, quisiera deciros que ESTO DE LA ALEGRÍA ES ALGO MUY SERIO. Dicho de otro modo: no podemos acoger la venida del Señor a nuestra vida sin abrirnos a la alegría. Es lo que intuye aquel dicho popular: "un santo triste es un triste santo". Más seriamente: es lo que hemos escuchado en la carta de San Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres".
Y si san Pablo -hombre serio y realista, también apasionado y también lúcido- pensaba que era menester decirlo y repetirlo, era probablemente porque ya entre los primeros cristianos debía ser frecuente la tentación de la tristeza, del pesimismo. Por eso él, apasionado predicador de la Buena Noticia de la salvación, de la liberación, no podía entender ni tolerar que los seguidores del liberador Jesucristo fueran gente triste. De ahí que insistiera: "os lo repito: estad alegres".
Con una alegría que debe reunir dos condiciones (si es que la alegría puede reunir condiciones). La primera , es que SURJA DE LO HONDO de nuestro vivir cristiano. Que no sea superficial, impuesta, sino radical, de corazón. Y ahí podríamos hallar un elemento de revisión de nuestra vida cristiana: si nuestro cristianismo no nos hace alegres -así, espontáneamente, como en santa Teresa o en san Francisco- muy alegres, casi diría "divertidos", es que algo falla en nuestro vivir cristiano.
Porque, de nuevo, seamos serios: ¿cómo puede entenderse que gente que creemos en el gran anuncio salvador y liberador de Dios, en su amor volcado por Jesucristo a todos los hombres, presente en nosotros por la acción viva y renovadora de su Espíritu, cómo puede ser que quien cree en esta maravilla de la Buena y Evangélica Noticia, viva triste, pesimista, negativamente? Pero hay, además, otra condición de esta alegría para que sea realmente cristiana. Y es que esté ABIERTA A LOS DEMÁS, a todos.
Como nos decía Pablo: "que la conozca todo el mundo". Ciertamente, en nuestra vida -personal y social- no faltan preocupaciones.
Pero el apóstol nos ha dicho -y vale la pena que lo escuchemos-:"Nada os preocupe". ¿Por qué? Porque "el Señor está cerca". Cerca ahora que nos preparamos a la celebración de la Navidad -fiesta que debe ser para todos-, pero cerca siempre, en todo momento y circunstancia. En el dolor y en la esperanza, en la lucha y en el amor. Siempre DIOS COMPARTE nuestra vida. Por eso siempre nuestra alegría -insisto: no superficial sino surgida de una fe honda- debe ser real y comunicativa, abierta a todos.
-EXIGENCIA DE LIBERACIÓN
Sin embargo esta alegría no debe en absoluto ser una EXCUSA PARA DESATENDER LA EXIGENCIA DE RESPUESTA al don de Dios. Porque el amor que Dios vuelca en nosotros es la base de esta alegría pero pide trabajo -y trabajo también serio- en favor de todos los hombres. Si nuestra alegría debe basarse en la liberación de todo mal que Dios nos ofrece, ello mismo exige que cada uno de nosotros -según sus posibilidades- se empeñe en colaborar en este camino de liberación querido por Dios. Con fe y esperanza, con optimismo y alegría (a pesar de todas las dificultades).
¿Cómo hacerlo? En el evangelio hemos escuchado la respuesta de JUAN BAUTISTA a esta pregunta. Podríamos resumirlo en dos cosas: cumplir con el deber propio -cada uno en su situación y trabajo, en su responsabilidad- y saber compartir lo que tenemos.
Resumiendo: trabajar por la liberación es AYUDAR, es SERVIR. Y ello debería ser también característica del cristiano, como la alegría. Servicio y alegría, alegría y servicio, son los dos caminos -que uno debería ayudar al otro- propios del cristiano llamado a vivir la salvación y comunicar la liberación Porque -y termino- esto es ser fieles a la BUENA NOTICIA que anunció Juan y que realizó Jesús. Aquella Buena Noticia que celebraremos con fe y esperanza en la próxima Navidad. Aquella Buena Noticia que proclamamos y celebramos cada domingo en la Eucaristía. Nos lo ha recordado Pablo: "en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios". Que hoy nuestra petición -con acción de gracias- sea especialmente pedir al Padre más alegría para todos y mayor exigencia para cada uno de nosotros en nuestro servicio a todos. Para que Jesús esté con todos, hoy y siempre.
JOAQUIM
GOMIS
MISA DOMINICAL 1982, 23
8.
-INVITACIÓN A LA ALEGRÍA
Las lecturas de hoy nos han invitado insistentemente a la ALEGRÍA. En el mundo de hoy, con tantos quebraderos de cabeza para la sociedad y para cada persona, no deja de ser extraño que se nos proclamen unas palabras tan optimistas y llenas de esperanza.
Pero es que estamos oyendo en verdad la Buena Noticia, el Evangelio de Cristo Jesús, en la preparación de la Navidad.
SOFONÍAS, con un lenguaje poético, ha entonado un canto a la alegría, que hoy escuchan miles y miles de comunidades cristianas en todo el mundo: "regocíjate, Hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén..." El motivo es claro: "el Señor estará en medio de ti, y no temerás... el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva: El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta" Lo que el profeta veía como promesa, nosotros lo celebramos con la convicción de que Dios nos ha mostrado su cercanía y su amor enviándonos ya, hace dos mil años, a su Hijo como nuestro Señor y Salvador.
SAN PABLO lo ha dicho con más fuerza todavía: "estad siempre alegres en el Señor: os lo repito, estad alegres... El Señor está cerca. Nada os preocupe... y la paz de Dios custodiará vuestros corazones".
Os he repetido esta frases que habíamos escuchado ya en las lecturas, porque en verdad éste es un mensaje que vale la pena proclamar en medio de una comunidad cristiana y de una sociedad tan falta de esperanza. Hoy y aquí, a nosotros, Dios nos ha dirigido una Palabra de ánimo, diciéndonos que no tengamos miedo, que nuestro corazón esté en paz, porque El nos está siempre cerca.
La celebración de la Navidad, a la que nos estamos preparando, es todo un pregón de confianza y optimismo: nos asegura que Dios perdona, que ama. No estamos solos en nuestro camino, aunque muchas veces nos lo parezca.
La situación de cada uno, o de la humanidad, puede ser preocupante. Al igual que la del pueblo de Israel en tiempos de Sofonías o la de la comunidad cristiana en los de Pablo. Y sin embargo a ellos y a nosotros nos ha sido proclamada una palabra de amor y de alegría. Cristo Jesús, desde su nacimiento en Belén, está con nosotros, en medio de nosotros, aunque no le veamos. El día de la Ascensión se despidió de los suyos con una promesa: yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo... Por eso lo que celebramos en estos días nos llena de serenidad y de esperanza.
-JUNTO A LA ALEGRÍA, EL ESFUERZO
Pero a la vez hemos escuchado OTRA VOZ MAS SERIA.
El profeta precursor de Jesús, Juan el Bautista, que también "anunciaba la Buena Noticia" al pueblo, les propuso, y nos propone hoy a nosotros, un programa de vida exigente para preparar la venida del Mesías.
El Bautista, a orillas del río Jordán, ha sido muy concreto en su exigencia: "el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo... no exijáis más de lo establecido... no hagáis extorsión a nadie..." Muchos esperan la Navidad por las vacaciones, por los regalos, por la fiesta; ojalá sea en verdad tiempo de felicidad para todos. Pero los cristianos vemos esos días con unos ojos especiales: celebramos la venida del Hijo de Dios a nuestra historia, y eso da una profundidad nueva a la fiesta. Y a la vez, esta mirada cristiana nos hace pensar: si queremos celebrar bien la Navidad, hemos de acoger a Cristo Jesús en nuestras vidas, en nuestro proyecto existencial. Algo tiene que cambiar en nuestro estilo de vida.
¿No nos convendría pensar cómo cumplir estos días el programa del Bautista? ¿cómo compartiremos nuestros bienes con el más necesitado, cómo seremos más amantes de la justicia y de la verdad? Hoy se nos invita a la alegría, pero también al trabajo y a la seriedad en nuestro camino, como cristianos que quieren vivir conforme al evangelio de Cristo Jesús.
-EUCARISTÍA Y VIDA
Que se note este tono de esperanza alegre EN NUESTRA EUCARISTÍA, elevando a Dios, con más convicción que nunca, nuestra acción de gracias y nuestro canto de alabanza.
Que se note también EN NUESTRA VIDA este mayor optimismo, esta alegría y esta paz interior que nos da al sabernos salvados por Dios. Que se note sobre todo en nuestra actitud de mayor comprensión y cercanía para con los demás, como nos ha dicho el Bautista.
Entonces, seguramente, la Navidad del año 85 será para todos una gracia y una felicidad verdadera.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1985, 24
9.
-CRECER EN ALEGRÍA
El mensaje que el Adviento nos está queriendo transmitir para que lo asimilemos es ante todo uno de alegría.
Sofonías, y precisamente en tiempo de calamidad para Israel, cuando se notaba una triste descomposición en lo social, en lo político y también en lo religioso, con la inminente amenaza del destierro, dice palabras de alegría para todos. Alegría, fiesta, libertad para los "condenados", confianza para los que tienen la tentación del temor, ánimos para los desfallecidos.
El motivo, ya para el profeta del A.T., es que Dios está en medio de su pueblo, que lo ama, que se complace en él: "qué grande en medio de ti el Santo de Israel" (salmo). Pablo, ya desde la perspectiva del N.T., con mayor motivo, nos invita también a la actitud de alegría. Dios se ha acercado definitivamente a nuestra historia en Cristo Jesús. Por eso los cristianos, los que creemos en el Salvador enviado por Dios, nos llenamos de alegría, dejamos que nos inunde la confianza y la paz interior, superando todas las tentaciones de angustia o de miedo, que abundan también en nuestra historia.
Si en este Adviento y esta Navidad creciéramos en alegría cristiana... Alegría que no es superficialidad, ni despreocupación, ni pasividad. Pero sí convicción de que Dios nos ama, que estamos en sus manos, que en Cristo Jesús está muy presente a nuestras vidas. Es un mensaje que pueden entender y asimilar los niños y los mayores. Como experimentamos la alegría de la amistad y del sentirnos aceptados por otros, o la del sacrificio hecho para bien de los demás, o la de un éxito en la construcción común de algo o en una victoria personal o comunitaria en tantos campos de la vida: así somos invitados a una alegría cristiana, cristológica, dejándonos ganar por la visión positiva de una Navidad que es la convicción del Dios-con-nosotros.
-UN PROGRAMA CONCRETO Y EXIGENTE
Ya Pablo, en la segunda lectura, unía al anuncio de la alegría una invitación a que "vuestra mesura la conozca todo el mundo".
Un cristiano tiene un estilo de vida que tiene su origen precisamente en el que Dios ha enviado para salvarnos, Jesús. Pero hoy es sobre todo el Bautista, en el evangelio, el que nos confronta con un programa ético de vida, con un estilo de actuación, que es según él lo que demostrará en verdad que nos convertimos al Salvador y que queremos prepararle los caminos en nuestra vida.
A la vez que nos dejamos convencer por la invitación a la alegría y la superación del miedo, nos debemos sentir interpelados, cada uno desde sus circunstancias concretas, por esta llamada del Precursor a una vida de acuerdo con el programa del Salvador. No hay nada que espabile y comprometa más a una acción diligente de preparación, orden y limpieza, que el anuncio de la llegada de una persona muy importante o muy querida. Lo que nos propone el Bautista no es algo extraordinario: huir al desierto, como él; o hacer milagros; o pasarnos el día rezando o haciendo penitencia. Sencillamente, desde la vida de cada día, nos dice que vivamos una actitud de caridad, justicia y no-violencia. Es interesante que él haga aplicaciones concretas de este programa, que nosotros, desde la homilía, podemos insinuar todavía con mayor concretez. La caridad que sabe compartir lo que uno tiene con el prójimo. La justicia que nos urge a ser honrados, sin trampas ni exigencias fuera de lo señalado. La no-violencia, que a los que tienen alguna clase de poder, les frena ante la tentación de la extorsión o del abuso de poder... Publicanos, soldados, gente del pueblo: para todos tiene el Bautista su palabra exhortativa y pedagógica para que se preparen a la salvación de Dios.
Todos tenemos estas tentaciones: el egoísmo que nos encierra en nuestro propio bien, la ambición que nos impulsa a aprovecharnos de los demás con injusticia, la tentación dictatorial que nos hace abusar del poco o mucho poder que tenemos, aplastando de alguna manera a los demás. Por tanto es una lección que todos debemos tomar hoy en serio: niños y estudiantes, religiosos y casados, trabajadores y empresarios, militares y civiles, todos tenemos algo para compartir, aspectos en los que practicar la justicia, tentaciones de dominio que superar. Y tal vez serán los pobres y humildes los que más atenderán, como casi siempre, la llamada a la solidaridad y sencillez de corazón ante la cercanía del Dios que viene. Porque muchas veces lo que se trata de compartir no son las riquezas, sino nuestro tiempo, nuestra buena cara, nuestra mano que sabe ayudar.
-UN ECO ENTRAÑABLE: LA VIRGEN EN EL ADVIENTO
Reciente todavía la fiesta de la Inmaculada, no deberíamos olvidar que, sobre todo desde la "Marialis Cultus" de Pablo VI, el tiempo mariano por excelencia del año cristiano es el Adviento-Navidad.
Las lecturas de hoy nos recuerdan, como un eco, la actitud de la Virgen frente al misterio del Dios que viene: la alegría de Sofonías o de Pablo está encarnada en ella ("se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador"); el "regocíjate, hija de Dios" del profeta parece tener un paralelo en el "alégrate, llena de gracia" del ángel a María; y la invitación del precursor a una actitud de caridad y solidaridad mutua, que luego se convertirá en labios de Jesús en el primer mandamiento cristiano, ha tenido una discípula excelente en María, la que tuvo tiempo (meses) para ayudar a su prima Isabel, o la que estuvo atenta al problema de los novios de Caná.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 24
10. CR/ALEGRIA/DEBER.
-LA PRESENCIA DEL SEÑOR ES LA CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA.
Existe un claro paralelismo entre las dos primeras lecturas de hoy: la lectura profética, perteneciente al libro de Sofonías, es una invitación al regocijo y a la exultación, dirigida al pueblo de Israel, abatido por los sufrimientos y las pruebas; la lectura del apóstol Pablo es una invitación a los cristianos de Filipo para que vivan siempre alegres, a pesar de las inquietudes cotidianas. Debe remarcarse que el motivo profundo de la alegría es el mismo en ambos casos: la presencia vivificante del Señor en medio de su pueblo. "No temas, Sión -dice Sofonías al pueblo de Israel-, no desfallezcan tus manos. El Señor, en medio de ti, es un guerrero que salva". "El Señor está cerca -dice Pablo a los Filipenses-. Nada os preocupe".
Aquí radica, por tanto, el auténtico motivo de la alegría cristiana: la fe en la presencia, invisible pero eficaz, del Señor. Se dice con frecuencia que los cristianos no damos muestras de mucha alegría (ya Nietzsche nos lo recriminaba), y es posible que la acusación obedezca a una lamentable realidad.
Incluso las reuniones cristianas que teóricamente deberían ser eminentemente festivas -como las celebraciones eucarísticas- dan la impresión normalmente de encuentros aburridos, sin muestra alguna de aquella alegría que la oración de la misa de hoy pide como preparación de las fiestas de Navidad. Debemos preguntarnos seriamente si esta falta de alegría es fruto de motivos circunstanciales o bien si obedece a la causa profunda de una mengua alarmante de nuestra fe en la presencia viva del Señor.
Realmente, a veces cuesta creer que a pesar de todas las apariencias contrarias, "el Señor está cerca", "en medio de nosotros". Pero es la condición indispensable para que nuestra existencia cristiana se presente ante los hombres con toda su carga de gozo profundo.
-LA PRESENCIA DEL SEÑOR EXIGE UNA CONVERSIÓN CONTINUADA.
Juan Bautista, figura predominante del Adviento, se presenta como el predicador de la conversión. Y no de una conversión abstracta e ineficaz, sino de un cambio de mentalidad que se traduce en actuaciones concretas. Sus oyentes lo entienden de este modo, y por esto le preguntan qué tienen que hacer para convertirse ante la inminencia de la venida del Señor. Juan no les propone cosas espectaculares, ni les exige que abandonen su respectiva situación humana. Sencillamente les dice que procuren vivirla sin concesión alguna al egoísmo: que compartan con los demás los propios bienes, que no cometan extorsiones ni chantajes, que no opriman a nadie.
Esta superación del egoísmo es una condición básica de toda verdadera conversión y supone una actitud constante. Pero sólo constituye el primer paso. Juan se contenta con esto porque la auténtica conversión será predicada por otro, más poderoso que él. Las exigencias de Jesús, que suponen el nivel inicial señalado por Juan, van mucho más allá. De una manera gráfica lo expresa el propio Juan diciendo: "yo os bautizo (sólo) con agua... El os bautizará con Espíritu Santo (con viento) y fuego".
Es decir, Jesús va a hacer una selección mucho más rigurosa -comparable a la que se hace en la era para aventar la mies- y su juicio será definitivo -como el fuego que quema la paja-. De hecho, Jesús exige a quien desea seguirle, además de la lucha constante contra el egoísmo, una actitud de entrega total al servicio de los demás: no sólo no hacerles ningún daño, sino darles todo lo que tenemos, incluso la propia vida. Jesús puede exigirlo porque lo dijo y lo hizo. Su muerte, que conmemoramos en esta celebración eucarística, es el ideal de nuestra conversión.
JOAN
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1979, 23