41 HOMILÍAS MÁS PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA
9-15
9.
-Tres caras del corazón
Al hablar del corazón nuevo nos hará bien recordar un sencillo pensamiento de Fray Luis de Granada. Decía este clásico que el hombre debiera tener un corazón de hijo para con Dios, un corazón de madre para con los demás, un corazón de juez para consigo mismo. Puede ser una buena meta para el cambio cuaresmal.
Porque ¿cuál es la realidad de nuestro corazón? La realidad es que lo tenemos todo cambiado. Nosotros tenemos un corazón de siervo para con Dios, de juez para con los demás, de madre para con nosotros mismos. Y así nos van las cosas.
Siervos. Por mucho que le digamos Padre, acudimos a Dios con desconfianza, con cierto o con mucho temor, con ciertas o muchas exigencias, como pidiendo la paga. De siervos a hijos. Que el Señor nos cambie ese atemorizado corazón, que nos haga sentirnos gozosos y confiados en su presencia, que seamos capaces de ponernos en sus manos incondicionalmente. Un corazón de niño ante su Padre, que no le discute nada, que no le exige nada, que no le regatea nada. Un corazón que se siente inundado en cada momento por un amor poderoso y gratuito.
Juez. Parece que todos hemos nacido con esta vocación. Nos encanta juzgar a los otros, lo que hacen y dejen de hacer, lo que dicen y dejen de decir, lo que sienten o dejen de sentir. Juzgamos hasta lo que piensan, que no siempre responde a lo que dicen. Y nuestros juicios son hirientes, tajantes, condenatorios. Nos complace ver el lado negativo de los demás. Los miramos fríamente y desde lejos, todo con lupa. Decimos que lo mejor es pensar mal. Repartimos a boleo premios y castigos; los primeros, pocos, a contrapelo; los segundos, en abundancia.
De juez a madre. Esto sí que sería un cambio de corazón. Las madres no juzgan a sus hijos, porque los miran entrañablemente, porque los conocen profundamente, porque los miran con el corazón. Ellas lo comprenden todo, porque aman. Tienen una paciencia infinita, porque esperan. Es el corazón que más se parece al de Dios. Si tuviéramos un corazón de madre para los demás, las relaciones humanas serían comprensivas y cordiales, nos sentiríamos seguros los unos de los otros, no tendríamos necesidad de mentir y ser hipócritas. Si tuviéramos corazón de madre, nuestras relaciones se llenarían de luz.
Madre. Para con nosotros mismos somos muy complacientes y benévolos, hermanitas de la caridad. Nos parece que no hacemos nada malo, y si tenemos algún fallo es más bien sin querer. Nos perdonamos enseguida. Algunas cosas que nos echan en cara, es porque no nos conocen bien; en el fondo somos buenos. Lo que pasa es que yo soy así, es mi temperamento y mi manera de ser. También hay que tener en cuenta el ambiente, la falta de medios, miles de circunstancias. Yo no tengo pecado.
De madre a juez. Nos convendría un poco más de rigor y de exigencia para con nosotros mismos. Nos convendría escuchar más a los demás y aceptar sus juicios. Nos convendría que, si no somos capaces de conocernos y exigirnos, alguien nos ayudara en una cosa y en otra. Dicen que es una de las cosas más difíciles, conocerse bien y juzgarse bien. Podemos pasar de un extremo a otro. Júzgate bien. Júzgate en verdad y con justicia, pero también con amor.
Juez, pero sin pasarse. Tampoco debemos ser excesivamente duros con nosotros mismos. También tenemos que saber comprendernos, valorarnos y perdonarnos. Pasa a veces que nos exigimos y condenamos demasiado. Un poquito de amor y de compasión para ti.
CARITAS
VEN... CUARESMA Y PASCUA
1994.Pág. 39 ss.
10.
«Cuando ayunes, perfúmate la cabeza» (A modo de inquietudes sobre el buen uso de la ceniza)
No parece muy cristiano el rito de la ceniza. Es más un rito judío o pagano. Nos recuerda a Jeremías con sus elegías y lamentaciones. Nos recuerda al rey de Nínive, forzando la misericordia de Dios con sus ayunos, harapos y cenizas. Podriamos admitir el uso de la ceniza hasta Juan el Bautista, pero más no.
Cristo prefiere el ungüento y los perfumes. Le llamamos el Ungido. Acepta para sus pies el ungüento de la mujer pecadora y el perfume de María en sus pies y en su cabeza. Ciertos ritos de ceniza son expresión pesimista de la conversión, apoyada con el «acuérdate, hombre...». ¿Hace falta que nos recuerden tan gráficamente la fugacidad de la vida? ¿Es verdad que vuestro destino es volver al polvo de la tierra? ¿Es buen recurso para la conversión el miedo? ¿De verdad San Francisco de Borja se hizo santo ante el espectáculo de un cadáver descompuesto? ¿Volveremos a predicar las misiones con calaveras en las manos o junto a los sepulcros? ¿Es cristiano el miedo a la vida? ¿Se puede escribir, por ejemplo, como lo hizo algún monje medieval, que «la belleza del cuerpo está sólo en la piel, y el cuerpo no es sino un odre de excrementos»?; o que la maternidad no acarrea sino «suciedad, fetidez, tristeza y dolor, dificultad y trabajo...»?
"Ungidos por el Espíritu"
Tú, «cuando ayunes, perfúmate». Lo cristiano no es el miedo, sino la alegría. La visión cristiana de la vida es serena y esperanzada. Para un cristiano el cuerpo es templo ungido por el Espíritu, no simple materia avocada a la descomposición.
La misma ofrenda del Cuerpo de Cristo y de todo cristiano es «perfume de suave aroma» (Ef. 5,2). Todos estamos llamados a ser «buen olor de Cristo» (2Cor. 2,15). El perfume es más cristiano, porque alegra y cautiva. También el cristiano debe irradiar alegría y encanto.
Por eso, perfúmate. ¿No se podría pensar en un cambio de rito? Imaginad que, siguiendo el consejo evangélico, el miércoles, inicio de cuaresma vertiésemos unas gotas de perfume en nuestras cabezas, pronunciando estas o parecidas palabras: «Acuérdate, cristiano, que estás llamado a ser el buen olor de Cristo», o, «acuérdate cristiano, que estás ungido por el Espíritu Santo». Y, en consecuencia, de acuerdo con los sentimientos y actitudes de Cristo, este miércoles inicio de cuaresma no se llamase ya miércoles de ceniza, sino miércoles de los perfumes. Es la transformación que en nuestro rito penitencial realiza quien «cambia el luto en danzas y el sayal en traje de fiesta».
CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
CUARESMA 1986.Pág. 17
11.
Entre semana, este miércoles nos hemos reunido por un motivo muy especial, único en todo el año, para empezar la Cuaresma, como un tiempo fuerte de la comunidad cristiana, que queremos que sea importante para nuestra fe y para nuestra comunidad cristiana.
-Vamos a recibir la imposición de la ceniza
La ceniza como polvo y signo de la destrucción de las cosas nos trae un mensaje de tristeza y de cansancio, nos recuerda la fragilidad y la caducidad, a veces decimos que no somos nada, que no valemos nada, que estamos hechos polvo. «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás», leemos en las primeras páginas del Génesis en el relato sobre el pecado y sus consecuencias. Por eso, dejarnos poner hoy un poco de ceniza sobre la cabeza es reconocer ante Dios y ante la comunidad que somos pecadores y frágiles, es como una confesión pública de nuestra condición humana y una invocación humilde de la misericordia de Dios sobre nuestro mundo, la historia humana, nuestras personas.
Dentro de poco, al acercarnos a recibir la ceniza, llevaremos con nosotros el pecado y la fragilidad humana: la violencia que mata y aviva guerras y conflictos en tantos países del mundo; el sufrimiento de tantos inocentes y pacíficos; el desprecio de los derechos de las personas y de los pueblos; el imperio del dinero con sus efectos perversos como la gran pobreza de los países del tercer mundo, la destrucción de muchos puestos de trabajo, la opresión de los pobres y de los trabajadores, las emigraciones dolorosas; los grandes egoísmos que impiden un orden mundial más justo y una política más humana y justa; la corrupción; los errores, a veces clamorosos, de la Iglesia y de los cristianos...
Es la crónica negra de la sociedad contemporánea. Ya estamos acostumbrados a oírla y verla cada día a través de los medios de comunicación. Todos sabemos nombres y referencias concretas de estos acontecimientos y situaciones dramáticas. Y también los egoísmos más personales, pero no por ello más pequeños, las irresponsabilidades, la falta de valores éticos y de conciencia, dentro de las familias, en la convivencia de los barrios, pueblos y ciudades, en cada uno de nosotros.
Todo esto verdaderamente provoca el llanto e invita a vestirse de ceniza, como escuchábamos en el profeta Joel : «Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras".
-Salimos con más ímpetu para el bien
Pero esto no es toda la verdad de la celebración de hoy, ni la parte más importante. Cuando se nos imponga la ceniza, escucharemos una buena noticia, la buena noticia. Se nos dirá: "Convertíos y creed el Evangelio" . Se trata de una exhortación a hacer de la Cuaresma un tiempo de interiorizar fuertemente los hechos y las palabras de Jesús. Hechos y palabras de Jesús que, no lo dudéis -¿no es verdad que ya lo sabemos por experiencia?-, siempre nos animan ser más positivos, más felices, más animados y más buenos para con todo el mundo. El profeta Joel también decía: «Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad". Y san Pablo nos pedía que nos reconciliáramos con Dios y nos exhortaba a "no echar en saco roto la gracia de Dios" y nos decía que «ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación». Y en el evangelio hemos escuchado un fragmento del sermón de la montaña, donde el mismo Jesús nos supone activos en el bien, en la ayuda al prójimo, en la oración y en la sobriedad y no consumismo. Pero nos insiste en que no actuemos de un modo vanidoso o presumido, con exhibiciones como los hipócritas, sino con discreción, simplicidad y humildad. Inmediatamente escucharemos el mejor lema de nuestra Cuaresma: «Conviértete y cree el Evangelio". Ninguna rutina, ningún conformismo, ningún desánimo.
-Por una Cuaresma que nos haga más comunidad cristiana en medio de nuestra sociedad
Esta Cuaresma debe renovar nuestros sentimientos de comunidad cristiana y hacernos sentir profundamente que unidos tenemos toda una historia por construir, la historia del cristianismo en este 1995, en la última etapa del siglo XX. Es en la historia donde tenemos que vivir nuestra fe. En ella Dios se hace presente y nos acompaña. Es dentro de la historia que vamos viviendo la invitación de Dios a que acojamos el reino de Jesús y que, al mismo tiempo, movidos por su Espíritu, pongamos manos a la obra para construirlo en medio del mundo.
¿No os parece que está costando demasiado que nuestra comunidad cristiana sea más comunidad activa por parte de todos, donde mujeres y hombres bautizados seamos pueblo de Dios participante y activo, en el culto, en la acción, en la reflexión teológica, en la cultura, en el trabajo, en la familia? Todavía no somos bastante pueblo de Dios con gran abundancia de misiones y carismas, todavía la misión y el carisma, tan valorados, de los ministerios ordenados (obispos, presbíteros, diáconos) no llegan a tener la comunión y la compenetración comunitaria suficientes. ¿No deberíamos lograr entre nosotros este crecimiento comunitario en calidad y cantidad?
JOSEP
HORTET
MISA DOMINICAL 1995, 3
12.
1. La llamada a la conversión y a un tiempo de penitencia parte (en la segunda lectura) de la Iglesia; su portavoz es Pablo con sus colaboradores: «Somos embajadores de Cristo; os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios». Esto significa dos cosas: dejaos reconciliar con Dios personalmente, cada uno de vosotros, y dejaos reconciliar con Dios por nosotros, los representantes de su Iglesia. Son estos colaboradores de Dios los que nos exhortan y se permiten llamar nuestra atención: «Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación». Aunque ciertamente somos libres para hacer penitencia cuando queramos, forma parte de nuestra obediencia a la Iglesia hacerla precisamente ahora en el marco del Año Litúrgico. El motivo que la Iglesia nos da es la acción de Dios, que «por nosotros hizo pecado al que no conocía el pecado, para que por él llegáramos a ser justicia de Dios». Esta enorme gesta, que Cristo haya hecho ya por nosotros la mayor penitencia posible, debe impulsarnos a no dejarle solo, alegrándonos de que otro en nuestro lugar se haya convertido en el representante del pecado ante Dios, pero estimulándonos también a participar en su pasión con lo poco que nosotros podemos contribuir a la expiación del pecado del mundo.
2. Ya la Antigua Alianza invitaba al pueblo (en la primera lectura) a entrar en un tiempo general de «conversión» y expiación. También aquí hay que hacer penitencia, no como obra externa, sino como actitud interior: «Rasgad los corazones, no las vestiduras». También aquí no para hacer que Dios cambie sus sentimientos y actitudes con respecto a nosotros, sino para convertirnos nosotros al Dios de la gracia y de la misericordia. También en este caso como un acto litúrgico común: el «ayuno sagrado» se entiende como «servicio a Dios» de toda la comunidad. Aquí tampoco se trata de un querer influir mágicamente sobre Dios, sino de una oración sencilla e intensa para implorar la compasión divina.
3. Jesús no suprime, en el evangelio, esta penitencia, sino que la preserva definitivamente del fariseísmo y de cualquier devaluación mediante la propia justicia: si queremos que esta penitencia tenga algún sentido y algún valor ante Dios, debemos trasladarla al interior, a lo invisible. Si Jesús, en los tres consejos que nos da -sobre cómo hacer limosna, cómo rezar y cómo ayunar-, insiste en la conveniencia de la discreción para que nuestra acción conserve todo su sentido cristiano, al enfatizar esta invisibilidad hacia fuera nada dice contra la necesidad de tales obras, sino que subraya que esas obras son agradables a los ojos del Padre celeste, que sabe valorarlas y recompensarlas adecuadamente. Pero que quede claro: si hacemos penitencia no es para ser recompensados por Dios, sino ante todo simplemente porque queremos seguir a Cristo con reconocimiento y agradecimiento, y después porque percibimos claramente que la mejor manera de ayudar al mundo en que vivimos es hacer penitencia. Jesús nos sugiere tres formas eficaces para ello: limosna, oración y ayuno. Se puede ayunar de muchas maneras: renunciando a la comida, a los placeres y comodidades de todo tipo, al sueño, a los amigos, para preferir a los pobres, a los necesitados, a los enfermos: a aquellos que no pueden pagarnos (Lc 14,14).
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
43 s.
13.
Comenzamos hoy el ejercicio cuaresmal que nos conducirá pedagógicamente hasta la celebración gozosa de la Pascua del Señor. Así pues, es muy conveniente que la asamblea sea convocada para la imposición de la ceniza, cosa que tendremos que haber previsto anteriormente estimulando a la comunidad a asistir a la reunión litúrgica de hoy.
¿POR QUÉ LA CENIZA?
La tradición bíblica nos ha transmitido este signo de penitencia a través de la práctica de la Iglesia. Significa la condición de hombre pecador, que públicamente confiesa su culpa ante Dios; también expresa su voluntad interior de conversión, con la esperanza de que Dios sea clemente y misericordioso, lento para el castigo y rico en perdón. Con este mismo signo comienza el camino de conversión que llega a su meta por la celebración del sacramento de la penitencia en los días que preceden a la Pascua.
EL TONO GENERAL
Hoy y durante todo el tiempo cuaresmal -exceptuando el domingo IV- ha de reinar la sobriedad en las manifestaciones exteriores: eliminamos las flores, la música sólo suena si conviene sostener el canto, los ornamentos litúrgicos participan también de esta sencillez, así como los mismos vasos sagrados. Todo nos ha de ayudar a conducir la mirada hacia nuestro interior siguiendo al profeta Joel que, en la primera lectura, nos invita a rasgarnos los corazones y a convertirnos al Señor, porque es compasivo y misericordioso.
LAS DOS PROCESIONES
Es con este espíritu de penitencia que nos acercamos a recibir la ceniza sobre nuestra cabeza (convendría no disminuir el signo limitándolo a una pequeña cruz sobre la frente. A este respecto, la segunda oración de bendición de la ceniza dice: "dígnate bendecir esta ceniza que vamos a imponer sobre nuestra cabeza", por tanto no se habla ni de "cruz" ni de "frente", en sintonía con las indicaciones del misal para este momento). Ésta es, pues, la primera procesión que realizamos en el interior de la celebración; nos recuerda que somos polvo y que nos encaminamos a la muerte. Es un grito de alerta, una invitación a salir del engaño en el que tantas veces vivimos cómodamente cuando pensamos que la muerte es cosa del vecino.
Es una ayuda para volver a ser nosotros mismos, ya que a menudo nos alienamos a causa del pecado y nos dejamos atrapar por la vanidad de las cosas pasajeras de este mundo, cediendo ante el imperio de la frivolidad y de la "fachada". La ceniza sobre nuestra cabeza nos dice quienes somos, a la vez que nos encara con nuestro origen de criaturas modeladas por las manos de Dios. Situados en este punto, la llamada a la conversión y a creer en el Evangelio toma todo su sentido, ya que nuestra situación no es desesperada, sino todo lo contrario, ya que Dios, en Cristo, ha demostrado cómo nos ama.
La segunda procesión es para ir a comulgar. Si la primera nos anunciaba nuestra condición mortal y era una invitación a la conversión, ahora, recibiendo la Eucaristía, acogemos la salvación, nuestra propia resurrección. Es la vida del hombre nuevo la que se nos da en el pan y en el vino consagrados. Una vida que todo lo espera de Dios y sólo de Él, como leemos por tres veces en el evangelio de hoy: "tu Padre, que ve en lo secreto..., que ve en lo escondido, te lo pagará".
Acercarse a recibir los dones eucarísticos con la ceniza sobre la cabeza es una estampa elocuente que podríamos resumir con la frase de san Pablo: "por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo" (2C 4, 10). Y para que pueda ser así debemos ser conscientes de que necesitamos ser reconciliados, según la exhortación del apóstol en la segunda lectura: "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios". No es porque sí que el Señor nos concede vivir una nueva Cuaresma. Por tanto, no malversemos este tiempo de gracia y, por el arrepentimiento y el sacramento de la reconciliación, volvamos a la alegría de la salvación sin diferir ni un minuto el retorno a Dios, puesto que "ahora" es el día favorable.
J.
GONZÁLEZ PADRÓS
MISA DOMINICAL 1998, 3, 19-20
14.
-Acción y autenticidad
En este día en que empieza la Cuaresma venimos a celebrar la Eucaristía y el rito de la imposición de la ceniza. Y viene cada uno, seguramente, con un montón de buenos propósitos, con ganas de aprovechar este tiempo, con ganas de cambiar algo que no marcha en nuestra vida.
Hay dos palabras clave que pueden expresar el contenido básico de la conversión a la que Dios nos llama en este tiempo que iniciamos: una es "acción"; y la otra, "autenticidad". Las dos muy unidas. Ninguna de las dos sin la otra.
La oración que hemos rezado antes de las lecturas pedía para todos nosotros fortaleza en la lucha contra el mal. Sugería, por tanto, la acción. Por otra parte, las lecturas, especialmente la primera y el evangelio, ponían el acento en la autenticidad de la acción:
* Autenticidad de las acciones que afectan al entorno, acciones de solidaridad, representadas en la limosna de la que habla Jesús;
* Autenticidad de las acciones que nos ponen en relación explícita con Dios, como es toda forma de oración;
* Autenticidad de las acciones que hacen -con un estilo de vida sencillo- que nos reencontremos a nosotros mismos, tal como somos, y que quedan representadas en lo que afirma Jesús sobre el ayuno.
-Actuar desde un corazón convertido
Una autenticidad, o conversión de corazón, que hace que los tres tipos de acción se afecten mutuamente. De haber autenticidad, con nuestras acciones solidarias no sólo transformaremos el entorno sino que estaremos trabajando codo con codo con el Dios que está presente entre los pobres, crucificado entre los crucificados; y nos percataremos de quiénes somos: hermanos de los hermanos, hijos de un mismo Padre.
Si hay autenticidad, con la oración no nos quedaremos en una relación intimista y privada con el Dios de la vida sino que estaremos en diálogo con el Padre "nuestro", el Dios que se hace hombre, y hombre pobre, para ofrecer a todos el camino de la vida; y que nos llama a salir, a ponernos al lado de los demás; y la oración nos hará humildes, sencillos, hombres y mujeres cargados de humanidad, capaces de compartir aquello que es para todos.
Si hay autenticidad, con el ayuno o cualquier otra "práctica" de austeridad, no nos quedaremos en la búsqueda de un perfeccionamiento personal, sino que estaremos compartiendo el sufrimiento de los que nada tienen, y con ellos compartiremos lo que nosotros poseemos -y no sólo ahora sino siempre-; y haremos la experiencia de Jesús, que "no tiene donde reclinar la cabeza" y realmente es pobre; y descubriremos que la vida es más humana cuando es más fraterna cuando no nos creemos superiores a los demás.
-La reconciliación, auténtica lucha contra el mal, colaborando con Dios La invitación de Pablo a reconciliarnos con Dios es la invitación a vencer el mal. San Pablo nos exhorta a ser "colaboradores de Dios". Seria un mal planteamiento de la Cuaresma, con todas sus prácticas incluidas, si pensáramos que la lucha contra el mal es nuestra lucha. El apóstol nos ayuda a entender que somos colaboradores de Dios en este combate, que es en realidad suyo: "aquel que no había experimentado el pecado" ha hecho que "pudiéramos ser justos". Nos sitúa en el camino hacia la Pascua: en la muerte y resurrección de Cristo, Dios ha reconciliado al mundo consigo mismo; y de la Pascua nace el don del Espíritu Santo, que actualiza esta reconciliación.
Así pues, la tarea de la reconciliación es obra del Padre, realizada en la Pascua del Hijo, que actúa en nosotros por su Espíritu. Nos hemos de disponer a colaborar para reconciliarnos. No dejar correr más tiempo sin reconstruir en nosotros la paz. No podemos continuar reñidos con el vecino sin intentar poner los medios para romper el hielo. No podemos vivir la Cuaresma y guardar rencor contra alguien. No podemos ser hombres y mujeres de acción solidaria si no nos ponemos en la dinámica solidaria del Dios que busca la reconciliación de todos sus hijos. Y no podemos alcanzar la Pascua sin haber recorrido el camino de retorno de aquel hijo que se había ido, abandonando al padre y al hermano; un camino de retorno que, con toda certeza, se acaba con el abrazo del Padre y el abrazo también, ojalá, del hermano.
-Camino hacia la muerte y resurrección, camino de la Pascua No olvidemos el sentido de la Cuaresma: caminar hacia la Pascua del Señor. Eso es lo que pediremos ahora, en la oración en la que pedimos la bendición de Dios para los que vamos a recibir la ceniza: que, "fieles a las prácticas cuaresmales, podamos llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de Jesucristo".
Hagamos el propósito de convertirnos y de creer en la Buena Noticia que nos anuncia la vida nueva para todos, la vida nueva que nos viene de la cruz del Señor.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 3, 23-24
15.
El símbolo de la ceniza está muy ligado a la tradición bíblica. Desde el Antiguo Testamento hay señales de la utilización de este desecho para reconocer nuestra condición de caducidad como seres humanos y para recordar el pecado contra el que diariamente debemos luchar. La ceniza, es el símbolo que acompaña al pueblo de Dios para manifestar públicamente su deseo individual y colectivo de querer volver al rumbo perdido. El problema en Israel vino después, cuando las personas convirtieron la penitencia en un simple ritualismo, en una norma más que pierde significado y fuerza en la vida de las personas que lo practican.
Dios a lo largo de la historia llama al camino de la Vida a los seres creados por Él. Esto sucede cuando hombres y mujeres nos hemos alejado del camino de Dios. La voz del profeta no se hace esperar: anuncia un tiempo de penitencia, un tiempo para volver a Dios. Joel le recuerda al pueblo que Dios es compasivo y misericordioso, pero que exige cambios profundos de vida para el bien del individuo que se revierte en bien comunitario.
La ceniza no es otra cosa sino un signo externo de lo que debemos hacer en nuestro interior. Dios nos está buscando constantemente como en el pasado hizo con el pueblo de Israel. Nosotros como Iglesia tenemos que cambiar nuestras estructuras mentales y comenzar el camino de la conversión.
Con este día se inaugura la cuaresma, el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la pascua. Es tiempo de gracia es "tiempo de salvación", como nos recuerda el apóstol Pablo. El camino de la cuaresma es el camino hacia el encuentro de la Vida. Dios no quiere que ninguna persona se pierda, por culpa de la sociedad o por culpa de su propia corrupción individual. Dios nos ha llamado a todos sin excepción para que asumamos un compromiso real con la vida y demos cambios cualitativos y obras de "penitencia": arrepentimiento, humildad de corazón, compunción, petición de perdón a los hermanos a quienes hemos ofendido...
A partir de hoy quedan 40 días de preparación para la Pascua, que será el día 12 de abril. Puede ser útil pastoralmente poner en un lugar público esa fecha (en la cartelera o tablón de anuncios del tempo, de la comunidad cristiana, del centro de actividades) explicando que es la meta de la Pascua a la que nos queremos preparar. O se puede -un poco más trabajosamente, pero más vivamente también- poner un cartelón: "quedan 40 días", e ir cada día rebajando la cifra. Comienza así una "cuenta atrás" que nos debe hacer mirar hacia la meta: la celebración central de todo el año, la vigilia pascual.
Póngase en marcha. Subamos a Jerusalén, a la Pascua del Señor, por el camino fervoroso de la cuaresma. ¡Este es el "tiempo favorable", un "kairós" de salvación!
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