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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
7-11
7.
-El novio está con nosotros (Mc 2, 18-22)
El evangelio de este domingo nos proporciona un buen ejemplo de lectura litúrgica de un texto escriturístico. Cabría extenderse exegéticamente sobre la importancia del ayuno y sobre la forma como Jesús lo concibe. Pero hoy y para esta celebración la primera lectura nos indica desde qué punto de vista hemos de escuchar la proclamación del evangelio. En él se trata ante todo de la presencia del Novio y de la forma de proceder que esta presencia supone. La respuesta de Cristo no debe ser interpretada como una apología fácil de la actitud de los discípulos, que no ayunan, sino como la designación de un camino simbólico que debemos tratar de establecer.
La investigación exclusivamente exegética podría conducirnos a plantearnos algunas cuestiones, como no ha dejado de hacerse, sobre la autenticidad de este pasaje quizás introducido en el texto de Marcos para justificar la práctica del ayuno en la comunidad cristiana. Por ser esta visión de las cosas muy hipotéticas y carente de fundamento real, en nada afecta a la proclamación litúrgica del texto.
Aquí se trata de la presencia del Novio y de la actitud de los discípulos, mientras él está presente y después de su marcha, aunque aquí el mismo ayuno parece ser secundario respecto del anuncio mismo de esa marcha que Jesús parece prever como un suceso violento.
El relato debe colocarse, en totalidad, en el contexto de la presencia del Reino: las curaciones son un signo de esa presencia, como Jesús se lo hace notar a los discípulos de Juan Bautista (Mt 11, 15). Son los signos de los tiempos, como escribe san Mateo (16, 13). El Reino es presencia del Novio, es decir, de la Alianza definitiva. Esta se describe con la imagen de las nupcias. La Alianza no es sólo un acto jurídico, sino el hecho de ligarse Dios a su pueblo como su pueblo se liga a él hasta tal punto que, a la hora de las infidelidades del pueblo, Dios se mostrará celoso.
El primero en comparar la Alianza con unas nupcias es el profeta Oseas. De él tomará la imagen Jeremías (2, 20), y lo mismo Ezequiel (16, 1-43.59-63). Isaías a su vez, la utiliza poéticamente (54, 4-8; 61, 10; 62, 4).
Esta Alianza es eterna en Cristo, cuya venida constituye la etapa más importante de la realidad de estas nupcias (Mt 9, 15 y el pasaje leído hoy en Marcos; Lc 5, 33-39). Por su parte, san Juan presenta a Juan Bautista como el "amigo del Novio" (Jn 3, 29). Conocida es la costumbre de Cristo, de hablar del Reino como de un Banquete de boda que un rey prepara para su hijo (Mt 22, 2).
Así pues, la Alianza está presente, ha comenzado el Reino y, por lo tanto, no es cosa de ayunar; ayunan los que no se dan cuenta de la presencia del Novio ni de las nupcias que han de celebrarse.
Podría preguntarse entonces, cómo es que Juan Bautista y sus discípulos practican el ayuno. ¿No es esto una inconsecuencia para Juan Bautista que anuncia el Reino? Pero su ayuno se practica precisamente con miras a ese Reino que viene. Cristo anticipa la realidad; quiere hacer de su actitud y de las palabras con que aprueba lo que hacen sus discípulos, un signo del Reino que ya ahora está presente.
Pero Jesús hace otra predicción: "Llegará un día en que se lleven al Novio" (2, 20). La alusión a la muerte violenta de Jesús parece evidente. La Biblia ofrece otros ejemplos de esta expresión que ordinariamente indica una muerte trágica (Is 53, 8; Jr 11, 19; Mt 24, 40; Lc 18; Jn 19, 15).
Lo importante aquí no es tanto el modo como se ausentará el Novio cuanto el hecho mismo de su ausencia. Entonces será para los discípulos el momento de ayunar. Sin embargo, no debería tomarse al pie de la letra tal expresión, sino extender su significado a los sufrimientos de los discípulos y a la persecución de que serán objeto. Se trata también de un ayuno que no es necesariamente un duelo, pues el Novio resucitará y subirá glorioso al cielo, sino de un ayuno en espera de su regreso y que adquiere, por lo tanto, un carácter festivo.
Esto servirá de base, en la Iglesia, a la costumbre de la Vigilia nocturna que supone el ayuno y la oración; el ayuno finaliza con la celebración de la eucaristía. Tal es el tipo de las vigilias nocturnas de la Pascua y de la Noche de Navidad.
Las dos parábolas que siguen -la del vestido viejo que no se puede remendar con tela nueva, y la del vino nuevo que no se puede echar en odre viejo- están íntimamente unidas no sólo entre sí, sino con las sentencias que las preceden.
El reino presente es una nueva creación, un mundo nuevo que supone actitudes renovadas y el abandono de una mentalidad ya superada.
Esto no es cosa sencilla. Con dificultad se renuevan unas costumbres que han quedado desfasadas, pero a las que se está más apegado que a la caridad. Esto ocurre desde siempre; otro tanto sucede incluso en el mundo católico de hoy. Sabido es cómo san Pablo se vio precisado a zarandear de continuo a sus contemporáneos, excesivamente apegados a unos usos que carecían ya de objeto. Recuérdese la disputa a propósito de la circuncisión (Ga 5). Jesús abrió una nueva era; vivimos en una economía nueva.
La imagen del vestido se repite frecuentemente en la Escritura, sobre todo en el Antiguo Testamento. El vestido resplandeciente y blanco como la nieve aparece en la visión de Daniel (7, 9); otro tanto sucede con los vestidos de Jesús en el momento de la Transfiguración (Mt 17, 2; Mc 9, 2.3; Lc 9, 29); el ángel que María Magdalena y Salomé se encuentra en el sepulcro cuando llegan para ungir el cuerpo de Cristo, lleva unos vestidos de resplandeciente blancura (Mt 28, 3; Mc 16, 5; Lc 24, 4; Jn 20, 12).
Isaías emplea la imagen del vestido para significar con ella una civilización que pasa: "la tierra se gastará como un vestido" (51, 6). En particular, el salmo 101 recoge poéticamente la imagen:
Al
principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa
serán como un vestido que se muda... (w. 26-27).
Así pues, los oyentes de Jesús estaban familiarizados con esta imagen. Igualmente, en una región donde se cultiva la vid, todos conocen por experiencia la parábola de los odres viejos y el vino nuevo. No hay que hacer que la renovación del mundo por la Alianza Nueva penetre en unas instituciones dependientes de la Ley antigua.
Por lo tanto, no invita Jesús a sus contemporáneos a abandonar toda ascesis; lo mismo él que su Iglesia de los primeros tiempos la recomendarán (Hech 13, 2; 14, 33; 2 Co 6, 5; 11, 27); ni pretendió jamás abolir la ley antigua, sino perfeccionarla (Mt 5, 17). Se trata de una mentalidad nueva, libre, abierta, que va más allá de la letra, en la que junto a la ascesis se vive la alegría del Banquete, signo del Reino en la celebración eucarística. Se trata de una vida nueva en la que el cristiano, revestido de Cristo, al aceptar la prueba y al tratar de encontrar su propio equilibrio en la ascesis, no se ata a la letra sino que busca el espíritu, realizando constantemente su acomodación a la nueva economía establecida por Jesús y su Misterio.
Valiosa lección para la vida de hoy en la Iglesia. En ella, lo primero es la fe en la presencia de Jesús y de la Alianza Nueva. Esta fe se ejercita de continuo en la Iglesia, ya sea en la asamblea reunida, ya en la reunión de oración y especialmente en la celebración eucarística. En ésta se realiza constantemente la presencia de Cristo Esposo con su Alianza nueva y eterna. Este hecho que palpamos con la fe, es fundamental en la Iglesia y en la vida de cada cristiano, proporcionándole a éste su alegría y su libertad. Sin embargo, para llegar a esta fe constante y para poder entrar en el "juego" de esta Alianza y encontrar al Esposo, sigue siendo necesaria la ascesis, que nos permite centrarnos más en lo esencial.
-Hablaré a mi esposa al corazón (Os 2, 16...22) Esta fe en la presencia del Esposo con la Alianza Nueva que supone una mentalidad nueva, permite el diálogo con Dios. Es lo que expresa ya el profeta Oseas. Cuando nos presenta al Señor como el Esposo de Israel, nos introduce en aquella emotiva experiencia religiosa que fue para Israel la revelación de un Dios que ama. Esta experiencia nos la transmite Oseas a través de su propia experiencia. Aunque el pueblo de Israel recuerda todo lo que su Dios hizo por él liberándole y constituyéndole en pueblo; aunque Dios es verdaderamente para él el Dios de la Alianza, sin embargo Israel es un pueblo débil que se deja seducir por los dioses de Canaán, menos exigentes y cuyo culto halaga los instintos elementales del pueblo: la embriaguez, la sexualidad. Oseas por su parte, que por orden del Señor ha tomado por esposa a una prostituta sagrada, Gómer, es abandonado por su mujer (Os 1, 2). El poema hoy proclamado reúne en un mismo canto de amor dos experiencias: la de un pueblo y la de un hombre, y el profeta nos refiere lo que dice Dios a su esposa infiel:
Yo
la cortejaré,
me la llevaré al desierto
le hablaré al corazón.
Este es hoy para nosotros el diálogo del Señor con su Iglesia y con cada uno de nosotros. En este diálogo, el Señor nos renueva incesantemente, y nos convertimos en vestido nuevo, en vino nuevo:
Y
me responderá allí
como en los días de su juventud,
como el día en que la saqué de Egipto.
Así el cristiano, no obstante su infidelidad, carece de pasado, manteniéndose siempre vivo y renovándose el misterio de su liberación en el amor: Me casaré contigo en matrimonio perpetuo.
Tres veces se repite la afirmación del Señor, "Me casaré contigo", para afirmar en cada una de ellas la aportación de nuevos dones:
"Me casaré contigo en matrimonio perpetuo". Aquí el Señor afirma su voluntad de mantenerse fiel a su Alianza: está y estará siempre con nosotros, adelantándose él a buscarnos.
"Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión". Son éstos los dones propios de la Alianza que establece la justicia social y el amor en la sociedad.
"Me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor". Esta será la unión profunda entre Dios y nosotros; se nos concederá entrar en su intimidad, reconociendo todo lo que no cesa de darnos y experimentando su fidelidad y la nuestra.
Esta es la vida de la Iglesia y la de todo cristiano: primacía del amor de Dios a nosotros y de nuestro amor a él, lo cual no se concibe sin el amor a los otros. Lo demás -diversas observancias, ritos y costumbres- no debe descuidarse. Estas cosas favorecen, en cierta medida, al amor y a la fidelidad. Sin embargo, nada debe aventajar, en la Iglesia y en cada cristiano, al sentido que éste ha de tener, por la fe, de la presencia del amor de Dios.
-Servidores de una Alianza nueva (12 Co 3, 1-6)
San Pablo habla a los Corintios con confianza y firmeza. Y da la explicación. Esta confianza no le viene de su capacidad personal, sino de Dios que le capacitó para ser ministro de una Alianza nueva. Luego en modo alguno se apoya el Apóstol en cualidades personales. Su capacidad procede de Dios. En efecto, los apóstoles son "ministros" de la Alianza nueva. Ministros quiere decir servidores de esta Alianza.
En otros dos lugares insiste san Pablo en esta humilde y exigente calidad de servidor: "¿Qué es Apolo y qué es Pablo? Son agentes de Dios que os llevaron a la fe, como a cada uno de ellos se encargó el Señor" (1 Co 3, 6). Ya san Pablo se vio en la precisión de intervenir en divisiones bastante mezquinas y de zanjar el espíritu de clan. Ahora bien, el predicador de la fe es un mero instrumento, un simple servidor. En su segunda carta a los Corintios escribe también san Pablo: "No nos predicamos a nosotros, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros, siervos vuestros por Jesús" (2 Co 4, 5).
El cometido del Apóstol consiste en realizar la Alianza entre Dios y los hombres, las nupcias de Dios con su pueblo. En esto vamos a coincidir con las otras dos lecturas de este domingo. En Jesucristo se realiza plenamente la Alianza, cuyos ministros son los Apóstoles.
El espíritu de la Nueva Alianza da a los hombres un corazón nuevo, y los guía hacia la caridad que supera la letra. El ministerio apostólico es el del Espíritu (2 Co 3, 8). "La ley vivificante del Espíritu me ha librado de la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8, 2). Los corintios son, pues, para el Apóstol sus cartas credenciales. Son criaturas nuevas inscritas en la Alianza nueva con el Señor; la comunidad misma de Corinto es el documento comendaticio del Apóstol que, por el evangelio, les engendró en Cristo (1 Co 4, 5).
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág.
154-159
8. AYUNO/PARA-QUÉ:
Frase evangélica: «A vino nuevo, odres nuevos»
Tema de predicación: EL AYUNO CRISTIANO
1. El cristianismo privilegia la comida compartida con los pobres. El festín nupcial (abundante, gratis y exquisito) es el mejor signo del reino de Dios. Ayunar no significa dejar de comer para mortificarse, ni abstenerse para dominar la gula, ni ahorrar para quedarse con lo ahorrado. El ayuno cristiano no es ascético, sino místico, sacramental. Es debilidad y fuerza, a partir del cuerpo humano, en una dirección privilegiada: la del reconocimiento de Dios, fuente de toda abundancia, que quiere una creación compartida, en la que nadie muera de hambre. Ayunan los profetas antes de ejercer su actividad específica. No ayunan los discípulos de Jesús cuando ha llegado el Señor a compartir el pan con los pobres y con sus discípulos.
2. El ayuno es religioso cuando incorpora la totalidad del cuerpo en el proceso de conversión cristiana: conversión a Dios y a los hermanos, especialmente a los pobres. Si no tuviésemos suficiente comida o si ayunásemos de vez en cuando, en comunión con los pobres, quizá experimentaríamos mejor los límites de la vida y la vida misma. El instalado no ayuna nunca.
3. Esto nos lleva a privilegiar una experiencia básica: evangelizar nuestro propio cuerpo, considerado a veces contrario al Espíritu de Dios, como si fuese su oponente irreductible. Algunos pueden pensar y piensan que el ayuno y la sobriedad corresponden a unas exigencias individualistas de prácticas religiosas caducas e inservibles, y que lo que hoy exige la sociedad no es que ayunemos, sino que se reparta la comida. Pero ¿cómo vamos a poder apreciar la necesidad del reparto si no apreciamos, gracias al ayuno, el valor de la comida? Precisamente el bombardeo de la sociedad de consumo nos inmuniza contra las llamadas urgentes de los hambrientos. En definitiva, ayunar es despertar del letargo y del embotamiento de los sentidos para sentirse en actitud de dependencia respecto de Dios y en comunión con los hambrientos. Es esperar el banquete de bodas.
4. Los símbolos nupciales del banquete de bodas son: el vestido nuevo (manto sin remiendos), los anillos (alianza sin fisuras), las arras (comunidad de bienes), el abrazo (comunidad de vida) y el vino nuevo (el encuentro pleno).
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Por que no hemos encontrado sentido al ayuno?
¿En qué se nota que somos discípulos de Jesús?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 209 s.
9. ALEGRIA/FE
CUANDO MUERE LA ALEGRÍA
Mientras tienen al novio...
Muchos hombres y mujeres viven una vida donde ha muerto la alegría, el gozo, el misterio. Para ellos, todo es gris y penoso. El fuego de la vida se ha apagado.
Ya no aspiran a grandes cosas. Se contentan con no pensar demasiado, no esperar demasiado. Son incapaces de vivir de manera ferviente. Su vida discurre de manera trivial y cansada.
¿De dónde procede ese cansancio y esa tristeza? En primer lugar, de pequeñas causas: demasiado trabajo, inseguridad, culpas, soledad, miedo a la enfermedad, decepciones, deseos imposibles...
La vida está llena de problemas, pequeñas frustraciones, contrariedades que rompen nuestra seguridad y pequeña felicidad.
Pero, si tratamos de ahondar más en la verdadera raíz de esa tristeza que parece envolver y penetrar muchas existencias, descubriremos que en el interior de esas vidas hay soledad y vacío.
Cuando uno no tiene nada por dentro, necesita buscar por fuera algo que le ayude a vivir. Cuando uno no vive nada importante, necesita darse importancia y, si los demás no se la dan, se hunde en la frustración. Cuando uno no vive ninguna experiencia gozosa en su interior, necesita que alguien le excite desde fuera y, si no lo encuentra, queda triste y sin vida.
Hay en nuestra sociedad una tendencia a considerar como una ilusión «lo que brota del corazón». El mundo interior es sustituido por lo que está fuera, las cosas a nuestro alcance, los objetos a poseer.
Pero, cuando no se tiene vida interior, las cosas aburren, las conversaciones se convierten en charla insustancial, un torrente de palabras sin demasiado contenido. A la larga, todo se va haciendo monótono, gris, aburrido.
La alegría sólo se descubre cuando se vive la vida desde dentro. Cuando el hombre sabe dejarse habitar por el misterio. Cuando se abre a toda llamada que le invita al amor, la adoración, la fe entregada.
¿Qué fe hemos vivido los cristianos que ha aparecido ante los hombres como algo triste, aburrido y penoso? ¿Con qué hemos confundido la presencia gozosa de Dios en nuestras vidas? ¿Cómo hemos empobrecido la vida en el espíritu del resucitado?
Jesús nos recuerda una vez más con imagen expresiva que la fe ha de vivirse como experiencia de gozo: Los amigos del novio «no pueden ayunar mientras tienen al novio con ellos».
JOSE ANTONIO
PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 195 s.
10.
Jesús manifestó ampliamente su sentido de Dios -Padre y Amor- y su proyecto de existencia humana, como respuesta a ese Dios. Fue fervorosamente acogido por gran número de personas -desheredados de la tierra, buscadores de sentido para la vida, insatisfechos...-; pero también encontró adversarios -los que ante su programa tenían algo que perder-. Estos últimos han manifestado su repulsa por el sentido que daba Jesús al sábado, por su pretensión de perdonar pecados y le han criticado por sus relaciones amistosas con publicanos y pecadores. Ahora se opondrán a la actitud de libertad que presenta ante el ayuno; una libertad a la que la mayoría no están acostumbrados.
Este pasaje evangélico entra de lleno en la polémica y el contraste entre la buena nueva de Jesús y las prácticas religiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan Bautista. Está construido de pequeños fragmentos con un sentido único: lo que Jesús trae al mundo es algo totalmente nuevo, que no se puede entender como continuidad de las prácticas de la ley antigua. Es un nuevo proyecto de existencia y de salvación para los hombres.
1. El ayuno en Jesús AYUNO/SENTIDO:
El ayuno, rito tradicional, tenía un significado muy preciso en el Antiguo Testamento: era un gesto de humillación que acompañaba a la oración, a la que añadía un profundo sentido de la dependencia del hombre respecto de Dios.
Así como algunas "huelgas de hambre" quieren significar que, si la sociedad no cambia en el aspecto determinado que se reclama, no es posible que puedan seguir viviendo los que las practican, el ayuno de alimentos quería proclamar que la suerte de los hombres está por entero y exclusivamente en las manos de Dios y que fuera de El la existencia humana se hace imposible.
En tiempos de Jesús, en que la espera del Mesías era particularmente intensa, la práctica del ayuno estaba unida a esta gran esperanza.
Todos los grupos religiosos de aquella época se reconocían fácilmente por la práctica de ciertos tipos ascéticos, de los que el más conocido era el ayuno. El ayuno practicado por "los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos" era expresión de unos creyentes deseosos de la llegada del Mesías; con él pretendían apresurar su venida y disponerse a acogerlo.
"¿Por qué los tuyos no?" La pregunta nace del comportamiento de los discípulos y se dirige a Jesús. El discutido es siempre Jesús; es a El al que ponemos en evidencia con nuestro comportamiento cristiano, y desde El tenemos que dar razones de nuestro actuar. Juan y sus discípulos, al igual que los fariseos, llevaban una vida de severa penitencia, de ayunos. Además de lo mandado con carácter general, ellos se imponían otros sacrificios. No tenían motivos para acusar a Jesús de incumplimiento de sus obligaciones religiosas, pero tenían la duda de si Jesús hacía lo que enseñaba. Porque si Jesús, al igual que ellos, enseñaba una doctrina superior a la que estaba prescrita para la masa, ¿por qué no guardaba un ayuno más severo con sus discípulos?
Parece que Jesús no tenía, ni para El ni para sus discípulos, normas o ritos religiosos especiales. Aparecían, por esa razón, como poco religiosos respecto a la vida de piedad habitual entonces. Aparecían demasiado sueltos y libres, poco aficionados a las devociones oficiales o populares.
Jesús rechaza todo ritualismo que pretenda sustituir la auténtica actitud religiosa del hombre, planificándole y asegurándole sus relaciones con Dios. Para El, Dios tiene siempre la iniciativa, y el hombre debe vivir abierto a sus exigencias.
Jesús responde hablando de sí mismo. Sus discípulos tienen con ellos al Mesías, son los "amigos del novio", no deben ayunar "mientras el novio está con ellos". Es tiempo de fiesta, no de ayuno. Cuando "se lleven al novio" -cuando lo detengan y asesinen- será el momento del desprendimiento y de la lucha. "Aquel día sí que ayunarán", pero será un ayuno que tendrá otro sentido.
Jesús está con ellos. El ayuno, que tendía a provocar la intervención de Dios con la llegada del Mesías, en lo sucesivo ya no tiene razón de ser. La práctica de abstinencia de alimentos por la ausencia del enviado de Dios, debe suplirse por la comida fraternal, que significa la nueva comunidad que el Mesías viene a formar con todos los hombres. Si lo que Jesús anuncia es que ha empezado ya la fiesta escatológica de la alianza plena entre Dios y los hombres, lo que hay que hacer es proclamarlo y celebrarlo. No tiene sentido la práctica de duelo y penitencia del ayuno.
Jesús es el "novio" esperado por la tradición bíblica, nombre que reservaba para Dios. Los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica con festejos propios de las bodas. La comunidad nupcial está establecida; desde este momento debe comenzar el banquete.
La imagen del matrimonio, muy usada en la Biblia, era un símbolo para expresar la relación de amor entre Dios y el pueblo elegido. Lo nuevo es que Jesús se presente en lugar de Dios.
Sus discípulos no practican el ayuno por una circunstancia gozosa: se encuentran en un momento de plenitud interior, viven un instante de gozo como en el momento de las bodas. Pero "se llevarán al novio", morirá Jesús. Destaca la otra vertiente de la fiesta escatológica en este mundo: la situación de interinidad hasta que la fiesta no sea plena en la parusía. Lo definitivo aún no ha llegado. El ayuno, proscrito por la presencia del "novio", se volverá necesario por la ausencia. Refleja la situación compleja del cristiano, que posee sin disfrutar plenamente, y que debe seguir buscando al que ya ha encontrado.
La adhesión a Cristo nos llevará fatalmente a momentos difíciles, en los que no hará falta ayunar para hacer penitencia. Sus palabras no exigen ninguna ascesis concreta, pero implican un compromiso total. El ayuno que Jesús pide a sus seguidores va por otro camino. Porque, ¿qué sentido humano y religioso pueden tener los ayunos si lo que fundamentalmente importa es luchar para hacer realidad la justicia que reclaman los explotados, única forma auténtica de realizar aquí y ahora el reino de Dios? ¿Se trata de convencer a Dios con nuestros ayunos para que nos ayude, o se trata de luchar para que se cumpla el programa anunciado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19)? Para Jesús el ayuno verdadero es la lucha contra toda explotación del hombre por el hombre. Bastante sudor y lágrimas lleva consigo una vida cristiana tomada en serio. Refugiarse en unos ayunos y no luchar para transformar el mundo, además de muy cómodo, es una hipocresía.
En pocas palabras Jesús nos ha presentado dos realidades inseparables para un cristiano: la fiesta y la lucha. Y nos ha dado las razones para ambas. El camino cristiano es principalmente un camino de fiesta, porque Dios está con nosotros por Cristo y por su Espíritu (Jn 14,16.23). Nos cuesta entender la relación con Dios como una amistad con un Padre que nos ama y se compromete a amarnos siempre, con un Padre que quiere que vivamos como hermanos, porque todos somos sus hijos. Ninguna lucha puede ahogar esta suprema realidad del cristianismo: creemos en una alianza nueva y definitiva entre el Padre y los hombres. Por ello vivimos la fiesta, el banquete de bodas, en la esperanza. Una fiesta que será plena después de la muerte.
Mientras tanto, nuestro camino es también lucha contra el mal, el egoísmo, el orgullo, la dureza, la mentira, la injusticia... en cada uno de nosotros y en la sociedad.
Para comprender y vivir la novedad de Jesús es necesario que seamos muy exigentes en la lucha. La oración debe ser "para no caer en la tentación" (Mt 6,13) de pensar que la lucha no va con nosotros, para reflexionar atentamente sobre lo que sucede a nuestro alrededor y en el mundo y tomar postura a la luz de la experiencia de los profetas y de Jesús en la intimidad con el Padre.
Jesús libera de la ley, del ayuno, y reacciona contra el falso ascetismo. No se sometió al ayuno ni quiso ni buscó la cruz. Amó y obedeció a la voluntad del Padre, vivió lo que decía, y la cruz le cayó encima como consecuencia. Su pasión no fue una obra de ascesis, sino de fidelidad al amor de Dios en los hombres. No perdió el tiempo buscando la forma de sufrir: se entregó totalmente al bien de los hombres y esto le llevó a la cruz. Y ésta es la cruz que Jesús nos invita a llevar: la que resulta de la lucha por implantar el reino de Dios entre los hombres.
Nuestro mundo cristiano ha dado mucha importancia al ayuno, pero no ha ahondado en su significado. Hemos inventado muchas cosas para evitarnos el trabajo de amar con hechos, de compartir con los demás, de luchar por la justicia. Ayunar es estar disponible a lo que Dios nos pida en los demás.
Jesús nos ha demostrado su gran sentido religioso. Nosotros pocas veces hemos seguido su ejemplo.
2. El evangelio es novedad plena
Jesús no se contenta con responder al tema del ayuno. Sigue denunciando los verdaderos motivos por los que los fariseos se muestran perplejos y escandalizados frente a su manera de comportarse. El modo de vivir la religión en los tiempos de Jesús no podía ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino galileo. Con El habían llegado los tiempos mesiánicos, tiempos nuevos, por lo que no se le podía valorar con la medida de los viejos esquemas mentales, religiosos o sociales. Era necesario interpretarlo con mentalidad y ojos nuevos, dispuestos a cambiar hasta lo tenido por más sagrado, si fuera necesario.
No es que su mensaje sea enteramente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres: su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las religiones de la tierra.
Pero, a la vez, lleva esas verdades y esperanzas a plenitud. El es "el primero y el último" (Ap 1,17). El primero: es la Palabra por la que el Padre creó el mundo (Jn 1,1-3). El último: Dios lo ha colocado por encima de todos los seres del cielo y de la tierra (Flp 2,10). No es posible remendar el manto viejo del judaísmo añadiéndole pequeños trozos de evangelio. Es necesario confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús.
Los hombres, al estar muy apegados a nuestras costumbres, tradiciones y comodidades, solemos cerrarnos a la novedad, nos negamos a renovarnos. Por eso no tiene lugar en nosotros el milagro de la conversión, a pesar de escuchar con frecuencia la palabra de Dios; no ofrecemos ninguna zona de sincera disponibilidad para el cambio, para la fe, para la inseguridad, para la acción de Dios en nosotros. Rechazamos a Jesús constantemente por ser siempre nuevo. ¿No tenemos la impresión de que a nuestro cristianismo le falta Cristo?
El cristianismo no es una componenda ni una reforma religiosa como tantas que sufrió el judaísmo y tenemos tendencia a hacer los cristianos. Confiesa que Dios no está allá arriba, sentado en su cielo, sino que vive entre los hombres no para ser adorado, sino para ser seguido. El cristianismo es un estilo de vida que rompe los moldes de cualquier religión. La realidad Jesús es el valor máximo que lo transforma todo y da base a todo. No niega las demás realidades humanas -ideologías, partidos políticos, filosofías, luchas, trabajo, familia...- en lo que tengan de verdadero, ni las demás religiones; pero les da su sentido profundo, trascendente, nuevo. No es un remiendo. Quiere una sociedad fraternal, en la que los poderosos ya no estén en sus tronos (Lc 1,52), donde todos los hombres podamos realizarnos como personas. Y esto no se puede lograr con pequeñas o grandes reformas a la injusticia estructural que hoy existe, o con cambios sólo en la buena voluntad de las personas, o cambiando unos ritos por otros, o celebrándolos de modo distinto... Debe ser una transformación revolucionaria de las estructuras, de las mentalidades humanas, del enfoque religioso... de todo. De otra forma, pronto viene el retroceso a formas de sociedad tan injustas o más que aquellas que se quería cambiar.
La historia es maestra en darnos ejemplo de ello. No valen los remiendos, que es lo que queremos hacer normalmente. Creer y anunciar a un Dios que quiere la fraternidad e igualdad entre todos y, al mismo tiempo, querer domesticarlo y tenerlo a nuestra disposición con ritos, sin luchar contra la injusticia radical que nos rodea, es una contradicción que vivimos en la Iglesia. Jesús quiere el cambio a todos los niveles. Los que viven apegados al pasado porque les va bien, difícilmente comprenderán la vitalidad de lo verdaderamente nuevo. Y lucharán contra ello, incluso en nombre de Jesús y de Dios. Muchos lo están haciendo. La novedad del Reino rompe los moldes tradicionales de la religiosidad judía, exige encontrar una manera enteramente nueva de existencia. Es el sentido de la parábola de los odres y el vino.
La fe en Jesús es incompatible con la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales. Para aceptar el mensaje cristiano es necesario "nacer del agua y del Espíritu" (Jn 3,5), libres de prejuicios, despegados de sectarismos peligrosos e infructuosos. La adhesión fanática a los moldes viejos tuvo entonces como consecuencia la ruptura entre la Iglesia y la sinagoga. Ahora puede ser causa de rompimientos entre la Iglesia burocrática y la Iglesia de los pobres. Los "odres viejos" están hoy demasiado gastados y no pueden aguantar sin reventar la fuerza de transformación que el mundo necesita para ser verdaderamente fraternal y humano.
El evangelio es novedad plena. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse como si nada de lo antiguo valiera. Y no es ésa la intención de Jesús. Por eso añade Mateo al final: "Y así las dos cosas se conservan". Echar el "vino nuevo" del evangelio en los "odres viejos" de las instituciones judías perjudicaría tanto a los odres como al vino.
Lucas termina el pasaje identificando el evangelio con el "vino añejo". ¿Lo llama "añejo" porque es anterior al mismo judaísmo, al estar "impreso" en el corazón humano? Nadie que cate los verdaderos valores del mensaje de Jesús querrá algo de lo demás, porque habrá encontrado "todo".
La novedad de Jesús pide ser acogida por unos corazones bien dispuestos. Hoy, en los momentos de transformación que vivimos, tenemos el peligro de siempre: aferrarnos a la letra que mata y perder el Espíritu, limitarnos a remiendos, parches y retoques superficiales que nada renuevan en profundidad, poner lo nuevo en odres y vestidos viejos. O fabricar moldes, paños, odres nuevos, organizaciones, estructuras y planificaciones nuevas, que sean sólo letra que mata: montajes audiovisuales, libros de religión muy amenos, celebraciones litúrgicas "bonitas"... Sin el Espíritu de Jesús en nosotros, se nos gastan las palabras nuevas y los métodos nuevos por usarlos vacíos.
Tenemos que vivir abiertos a la Palabra, aceptando modificarlo todo si es necesario para que nuestra vida se ajuste a ella. Y esto constantemente. De otra forma pronto nos convertiríamos en odres y vestidos viejos, viviendo la tragedia de "querer" recibir el "vino nuevo" y tratando de parchear nuestra vida insatisfecha.
¿Descubriremos algún día la novedad absoluta, creadora y transformante del mensaje de Jesús en nuestras vidas?
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Págs.
365-371
11.
1. El ayuno del corazón
Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana acababa de tomar conciencia de que el cristianismo no era una simple modificación del judaísmo o una forma más perfecta de vivirlo, sino que con Jesús se había introducido un cambio radical, un corte con la antigua alianza.
Esta estaba en función de la preparación de los tiempos mesiánicos, y a esto apuntaban sus instituciones y sus ritos. Ahora que dichos tiempos habían llegado, tales instituciones y ritos carecían de sentido, o de continuar, era otra su significación.
Para explicar esta nueva situación, por la que radicalmente se diferencian judíos de cristianos, Marcos nos narra los pasajes que vamos a meditar este domingo, y cuyas ideas continúan en los textos siguientes del mismo evangelio. Por cierto que alguno podrá preguntarse qué importancia tiene esto hoy para nosotros que ya estamos muy convencidos de que nada nos religa al judaísmo y a sus instituciones. Por un lado, la objeción es cierta. Pero hay otra faceta que debemos tener en cuenta: es posible que no nos sintamos unidos al pasado judaico, pero también es posible que sigamos viviendo cierto tipo de religiosidad que, si bien tiene otro nombre, sigue sosteniendo un estilo religioso que Cristo vino a superar totalmente.
Lo que hoy nos dirá Marcos es un buen ejemplo de ello: se va a hablar del ayuno, una institución que existe y existió en todas las religiones y que tuvo cuerpo especial en el judaísmo. También perduró en la Iglesia y se lo practicó hasta nuestros días. Ahora bien, ¿cuál es el sentido de esta práctica dentro de la Iglesia? ¿Y por qué Jesús se opone al ayuno al modo de los fariseos y de los discípulos de Juan el Bautista? Veamos, entonces, el texto evangélico y descubramos su mensaje.
AYUNO-SENTIDO: Según la Ley, los judíos solamente estaban obligados a ayunar un día al año, el día de la reconciliación, y en algunas ocasiones muy especiales como en caso de epidemias, guerras o grandes pecados públicos. La gente piadosa, por su parte, solía ayunar dos veces por semana.
De ahí el reproche de los fariseos y de los discípulos de Juan a Jesús: es cierto que no estaba mandado, pero era ésta una forma de decirle a Dios hasta qué punto llegaba su devoción hacia él.
Para comprender mejor todo este pasaje, tengamos presente que en el mundo bíblico el ayuno -es decir, el acto de no comer durante un día entero- tenía el siguiente sentido: siendo el alimento un don de Dios, el renunciar a él a pesar de su necesidad para la vida física, era una forma de expresarle a Dios que se estaba a su total disposición y que, incluso, se era capaz de renunciar a los alimentos porque Dios era el alimento vital del creyente.
Por este motivo, cuando una persona se disponía a realizar un acto importante en nombre de Dios -como, por ejemplo, iniciar una predicación profética-, solía pasar un día o varios (hasta cuarenta) en ayuno como manifestación externa de un vaciamiento interior para dejarse penetrar totalmente por el alimento divino de la Palabra.
Es por este motivo por el que el ayuno iba acompañado de la oración y de actos de caridad hacia el prójimo con el fin de purificar al máximo la actitud interna del corazón. Como vemos, el ayuno supone una espera del Señor, del Señor que aún no ha llegado y que nos pide preparar el camino con la pobreza del corazón, cuya manifestación era el ayuno. El renunciar a los alimentos era un signo de que la renuncia interior era auténtica. El ayuno tiene, por tanto, un sentido auténticamente religioso; aunque también es cierto que puede ser deformado cuando se lo realiza como una manifestación pública de piedad que nos señala ante los demás como hombres religiosos, descuidando su sentido de pobreza interior.
Y ésta fue la deformación en la que cayeron muchos fariseos que hicieron del ayuno un fin en sí mismo, un rito cerrado que era presentado a Dios como exigencia de otros bienes divinos.
En síntesis: está bien ayunar cuando se espera al Señor, para que El encuentre un corazón vacío del egoísmo, así como el cuerpo se vacía de alimentos.
Ahora podemos comprender mejor la respuesta de Jesús: ¿Cómo pedir a sus discípulos que ayunen si ya no tienen por qué esperar al Señor, pues éste ha llegado como un novio que viene a casarse con su novia, la comunidad? Jesús apela a la costumbre de la época: un casamiento suponía una semana de fiesta y en ella se comía y bebía en abundancia con todos los amigos de los novios.
Era absurdo pedir a los invitados que hicieran ayuno...
En cambio, cuando el esposo se vaya y termine la fiesta, ya habría tiempo de ayunar. Con esto el mismo Jesús parece aludir a su futura muerte y ausencia física, que constituirá de por sí un obligado ayuno.
Alguien podrá preguntar ahora por qué en la Iglesia se continuó con la práctica del ayuno durante el tiempo de Adviento y Cuaresma, si ya el Señor había llegado y permanecía en la comunidad. La respuesta es la siguiente: si bien Jesús ya ha llegado históricamente, con todo no podemos decir que haya penetrado total y profundamente en nuestra vida como un esposo.
De alguna manera, siempre lo estamos deseando y esperando. Al mismo tiempo, la Iglesia, la esposa, suspira por su total venida o Parusía. Entonces finalizará el tiempo del ayuno.
Sinteticemos, entonces, el mensaje de Marcos de la siguiente manera:
a) Las antiguas profecías, como la de Oseas (primera lectura de hoy) se han cumplido en Cristo. Dios se ha desposado en la justicia y en el amor con la humanidad. Jesús es el esposo que comparte la vida de los hombres, los alimenta en el camino del desierto y los regenera con su sangre.
La venida de Cristo es un hecho definitivo y permanente; no una simple manifestación esporádica de Dios.
De más está decir que Marcos, que ve a Jesús con los ojos de la fe, reconoce esa presencia en el Cristo Resucitado, presente en el amor de la comunidad y en la mesa de la Eucaristía.
b) Esta presencia de Cristo, el esposo, produce un cambio total en el esquema religioso del pueblo. Tanto la Ley, como el sábado, como el templo o el ayuno estaban orientados a un tiempo de ausencia del Señor. Ahora caducan ante la realidad.
Por lo tanto, la comunidad cristiana se diferencia de la judaica, no tanto por las cosas o prácticas que realice, cuanto por el sentido con que lo hace. El cristiano vive una experiencia de Dios encarnado en la historia; vive gozando una nueva vida.
Quien más ha insistido en esta idea ha sido Pablo, que tanto tuvo que luchar contra los cristianos judaizantes. En el texto de su Segunda carta a los corintios, compara a la nueva comunidad con la antigua y dice que, mientras Moisés escribió las tablas de la ley en piedra, ahora Jesús la ha grabado en el mismo corazón del creyente, y lo ha capacitado para vivir no atado a la letra de la ley sino al Espíritu que da la vida y la libertad.
Desde esta perspectiva podemos entrever cómo el texto evangélico de hoy tiene aún vigencia para nosotros: no son las prácticas y los ritos lo importante en la religión cristiana, sino la unión con el Espíritu de Cristo que nos ha llamado a la libertad.
Podemos correr el riesgo de editar una nueva-antigua-alianza si, al igual que los fariseos, creemos que la fe consiste en ejecutar el mayor número de actos religiosos, cultuales o piadosos.
La fe cristiana, en cambio, es un don de Dios, un regalo que debe sumergirnos en la alegría, en el amor, en el servicio fraterno, en la libertad del espíritu.
Con cierta frecuencia los cristianos hemos caído en la tentación de convertir en fin de sí mismos a ciertos actos, rezos o prácticas que no deben tener más objetivo que revelar a Cristo. Suele suceder, en cambio, que velamos a Cristo y nos quedamos con un sinnúmero de cosas llamadas religiosas, pero que no tienen sentido si no nos llevan a comprender mejor la Palabra de Dios y a vivirla al modo de Cristo.
Basta observar cómo practicamos el ayuno en esta sociedad de consumo que vivimos. Es una verdadera caricatura... ¿Qué cambia en nosotros el dejar de comer un poco un día o dos al año? Si el ayuno es tan sólo un símbolo, ¿cuál es la realidad profunda que se exterioriza en él? La fe cristiana no consiste en comer unos gramos de más o de menos. El texto de Oseas parece decir algo muy distinto: hemos de unirnos a Dios en el derecho y en la justicia, en la misericordia y en la compasión. Vivir así exige ciertamente una gran renuncia del corazón: he ahí nuestro principal ayuno...
2. Una comunidad original
En intima relación con todo este pensamiento se engarza una nueva comparación del mismo Jesús: cuando uno tiene un vestido viejo y gastado, no conviene que use una tela nueva para remendarlo, pues al encogerse después, hará una rotura mayor.
De la misma forma, no debe ponerse vino nuevo, que aún puede fermentar, en odres viejos que ya no tienen la elasticidad necesaria. En caso contrario, se rompen los odres y se pierde el vino y los odres.
No hay dudas de lo que esto significa: el vestido y el odre viejos representan al judaísmo que ya ha cumplido su ciclo. Con Cristo llega lo nuevo de Dios, y esto nuevo necesita una comunidad distinta a la anterior, capaz de comprender cabalmente el significado de lo que está sucediendo.
Dicho lo mismo de otra manera: el cristianismo no es un parche; es una novedad. Por el momento Jesús no explica en qué consiste esta novedad absoluta de la fe cristiana; pero Marcos ya lo ha descubierto y lo desglosará a lo largo de su evangelio.
Lo que podemos hacer, en cambio, es reflexionar un momento más en esto nuevo que es la comunidad cristiana.
Podríamos, en efecto, hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuál es la nota característica y única de la comunidad cristiana y qué la distingue de cualquier otra? ¿Cuál es la aportación original de la fe cristiana al mundo de hoy? Sea cual fuere la respuesta, a nadie le queda duda de que estamos ante un serio problema de la Iglesia de hoy y de siempre.
CRMO/NOVEDAD: Se suele afirmar que el cristianismo es una religión, pero el caso es que existen muchas religiones con características similares. O que es una moral superior, pero dicha moral la encontramos en otros pueblos. O que rinde culto a Dios, pero eso también lo hacen gentes no cristianas.
Al igual que otros hombres religiosos ayunamos, rezamos, pedimos perdón por los pecados, tenemos una determinada organización jerárquica, poseemos una Sagrada Escritura, etc. En todas las religiones aparecen estos elementos... ¿Cuál es, entonces, la nota característica de la comunidad cristiana? ¿En qué radica su novedad y originalidad? También podríamos hacer la misma pregunta a la gente que no profesa nuestro culto ni participa de nuestra comunidad: ¿Descubren ustedes algo nuevo y original en nuestra forma de vivir? ¿Consideran que nos distinguimos claramente de cualquier otro grupo-humano?
Concluyendo...
Hoy Jesús nos invita a escuchar su palabra como si fuese un vino nuevo que exige un corazón y una comunidad nuevos...
Será bueno, pues, que terminemos estas reflexiones recordando el texto de Pablo: «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Cor 3,18).
SANTOS
BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 246
ss.