1. LA INEVITABLE ELECCIÓN.
Las lecturas primera y tercera de hoy nos ponen ante una situación semejante. En la primera lectura es Josué el que pregunta a los responsables del pueblo de Israel con qué Dios quieren quedarse: si con los dioses -pequeños dioses- extranjeros a los que sirvieron sus padres en el destierro o con el Dios con mayúsculas, el Señor, a quien él, Josué, ha elegido. Los representantes del pueblo piensan, recuerdan la historia del pueblo al que pertenecen, rememoran las hazañas del Señor y, consciente y deliberadamente, lo eligen. Siguen a Josué y aciertan en su elección, no sin antes tener una actuación reflexiva y seria.
En la tercera lectura, a algunos de los seguidores de Jesús les choca bruscamente su doctrina y deciden que, por su dureza, es inadmisible. A aquellos judíos, apegados a la ley y a la tradición de sus padres, amantes de la letra y de los cánones, les resulta inadmisible la espléndida libertad de Jesús, su soberanía que lo sitúa más allá del cumplimiento estricto de los preceptos que condicionan y encorsetan la vida religiosa judía; a aquellos judíos les resulta intolerable que el hombre -según aquel rabí- esté por encima de la norma y que el Dios que predica, un Dios que tiene rostro de Padre, mire con igual complacencia a todos los hombres, sin distinción de raza, de categoría, de religión o de sexo; aquellos judíos orgullosos y suficientes no pueden concebir que un samaritano les dé lecciones de nada, que una adúltera merezca una mirada de amor y de misericordia y que una mujerzuela pueda verter la mejor colonia en los pies del Maestro y enjugarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos ante la mirada complacida y aun agradecida de éste.
Aquellos judíos deciden, en ese momento, marcharse, dejar a aquel Hombre que intenta cambiar sus esquemas mentales, que introduce en sus vidas, tan seguras, un elemento de riesgo y de aventura, que habla de amor como de la fuerza más importante de la vida de relación con Dios y que anuncia un Reino futuro en el que tendrán cabida especialmente los pobres, los ignorantes, los abandonados, los pecadores, las prostitutas, todos aquéllos que son objeto del desprecio y de la indiferencia de los buenos de siempre. Aquella doctrina es intolerable y reflexivamente eligen su camino dejando a Jesús. Han hecho su opción.
Y Jesús, ante la marcha, pregunta a los Apóstoles, a aquéllos a quienes ha elegido personalmente, a los que enseña en privado, con quienes cuenta para que perpetúen su obra, aquéllos que -por eso precisamente- deben entenderlo bien, captando hasta los más insignificantes detalles de su doctrina y de su vida. ¿Querrán también ellos dejarlo? Lo mejor es preguntárselo en ese momento.
Y Jesús lo hace. Les hace una pregunta clave, fundamental, de cuya respuesta depende la orientación de la vida. La respuesta viene rápida de la boca de Pedro y de su corazón. Es una hermosa respuesta: ¿Dónde vamos a ir? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Pedro, no sé si muy reflexivamente, ha hecho su elección, una elección a la que será fiel siempre, a pesar de algún intervalo menos lúcido.
Pensando en las dos lecturas de hoy me parece interesante poner de relieve que quizá a todo hombre se le plantea en un momento determinado de su vida una situación semejante a la de los israelitas con Josué o a la de los Apóstoles con Jesús. Es posible y, desde luego, deseable que en un momento de nuestra vida nos preguntemos seriamente a qué Dios seguimos y es peligroso que pueda transcurrir la existencia sin que esta pregunta se dibuje nítidamente en nuestra conciencia y sin que tengamos, por consiguiente, la ocasión de respondernos en voz alta y después de una reflexión sincera.
Una mirada rápida a nuestro alrededor y podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, a qué Dios siguen los hombres. Podríamos decir con todo acierto que aquéllos siguen al dios del dinero y ante su altar se inclinan reverentemente sin escatimar esfuerzo: aquellos otros siguen al dios del poder y ante su altar queman incienso día y noche con una inquietud rondándoles el corazón; los de más allá siguen al dios del placer y ante él se inclinan exhaustivamente con un ansia incontrolada de nuevas sensaciones que se agostan antes de haber sido saboreadas; otros siguen el dios de la fuerza y se imponen sin clemencia sobre los débiles y los abandonados. Son hombres que han hecho su elección y que son fieles a la misma, tan fieles que dejan traslucir al exterior de qué señor son súbditos.
Los cristianos nos llamamos así porque, por definición hemos elegido al Dios de Cristo. Lo malo es -o puede ser- que la elección sea por eso, por definición, y no por una actitud reflexiva, seria, consciente y decidida, que nos haga exclamar, con Pedro, "Tú solo tienes palabras de vida eterna"; nos quedamos contigo porque el dinero, el poder, el placer, la fuerza, la soberbia, la vanidad, la belleza y todos los diosecillos que pueblan el mundo no pueden darnos la luz, la serenidad, la paz, el amor y la vida que Tú puedes darnos. Elegir al Dios a quien vamos a amar y servir es un gran acontecimiento en la vida. Es interesante que no nos lo perdamos.
A.
M. CORTES
DABAR 1985, 43
2.
Hoy, muchos de nuestros contemporáneos no creen, y su postura no responde, como hace algunos años, a un planteamiento teórico. Hoy, más bien, se prescinde de los planteamientos teóricos, que tanto han enfrentado a los hombres en tiempos recientes, y se afirman posturas personales que son meros enunciados, sin ánimo de entrar en discusión.
Desde los que no creen en nada ni nadie, los que creen "a su manera", los que reconocen que hay algo pero no saben explicarlo, los que se consideran creyentes pero ajenos a la comunidad institucional de los creyentes, hasta los que creen en el Dios de su propia conciencia. Un gran número de personas prescinde del sentir comunitario que el Dios de la biblia comporta siempre, y se enclaustra en la propia individualidad cerrada para levantar en su intimidad el altar al Dios que le parece más oportuno.
-DEL ATEÍSMO A LA INCREENCIA: ATEISMO/ICD AGNOSTICISMO
El ateísmo beligerante de los años sesenta ha cambiado hacia un agnosticismo generalizado o hacia una indiferencia despreocupada que conserva pequeños reductos de relación con la divinidad, muy reducidos, expresados, incluso, con formas cristianas y carentes de preocupación y ambiente social. Ya no son solamente unos dioses distintos a la persona en quienes se deposita el sentido y la razón de la existencia: dinero, poder, bienestar. Ahora es el repliegue al individualismo, el propio yo convertido en revelador de su propio dios y en portavoz de unas mínimas exigencias muy acordes con el estilo de vida que cada uno lleva.
-LOS DIOSES DE LA VIDA
Los dioses de la vida pequeña y cotidiana vuelven a reclamar su puesto entre nosotros para ayudarnos a explicar y conseguir el sentido apacible de todo lo que ocurre y para que los grandes acontecimientos no quebranten la tranquilidad de nuestro entorno más próximo. Exactamente igual que los dioses de las mitologías antiguas, expresadas en bellas composiciones literarias y creadas para afirmar la vida ya constituida de los pueblos, también ahora crea el hombre moderno sus propias imágenes de Dios para afirmar la vida propia frente al entorno hostil que parece ponerla en peligro. Una religiosidad así nace del miedo a que me arrebaten lo que ya poseo y significa una afirmación radical del hoy, tal como se encuentra, como valor absoluto, porque las cosas, si cambian, irán a peor y es mejor dejarlas como están.
-EL DIOS DE LA VIDA
La lectura del Evangelio plantea este mismo problema referido a los oyentes de Jesús. Parece que algunos se habían sentido satisfechos con la experiencia de la comida milagrosa y fácil. No quieren dejar escapar la oportunidad de hacerse con alguien manejable que facilite su vida sin inquietarles demasiado.
Jesús reacciona afirmando las posibilidades de la vida basada en el Dios que une a todos en el compromiso y la preocupación de unos por otros, en el compartir las preocupaciones y las esperanzas, en el Dios que se hace compartir El mismo por todos para, todos unidos, compartir la vida.
-EL DIOS DE LA EUCARISTÍA
El Dios que Jesús nos manifiesta es el que hace surgir su imagen en el encuentro de los hombres entre sí, en la experiencia común y compartida de sentir a Dios dándose a sí mismo en los elementos que componen nuestro vivir cotidiano para posibilitar un vivir tan inmensamente más grande y mejor.
Pero esa imagen de Dios no surge de una comunidad acomplejada ni de una comunidad atenazada y temerosa. Lo que nos constituye en comunidad y nos capacita para mostrar la auténtica y atrayente imagen del Dios de Jesús es el sentirnos agradecidos a Quien ha hecho tanto por nuestra propia vida, nos ha hecho experimentar su salvación-liberación y ahora nos pide que colaboremos con El para hacer que otros participen de la experiencia salvadora. Es la certeza de sus posibilidades la que nos mueve a unirnos para manifestar que con El la vida cambia, pero a mejor.
JOSÉ
ALEGRE-ARAGÜES
DABAR 1985, 43
3. FE/RELIGION
Los teólogos actuales distinguen la religión de la fe; más aún, critican la religión en nombre de la fe cristiana. Todo esto resulta muy extraño y hasta escandaloso a los oídos de un hombre sencillo que no entiende de tales distinciones. Pero si tenemos en cuenta la originalidad del cristianismo frente a todas las religiones conocidas, podremos comprender hasta qué punto se justifica este modo de hablar de los teólogos.
En efecto, el hombre primitivo -y en muchos aspectos somos todavía primitivos- necesitaba centrar su mundo en lo más grande y poderoso, a fin de poder construir y mantener un orden para vivir en paz. Pensó que podía localizar la divinidad en la tierra y que ésta podía ser domesticada mediante la religión, de suerte que dejara de ser un peligro y pasara a ser una fuerza protectora. La religión se convirtió entonces en el origen de una cultura sedentaria y en la sanción de un orden establecido. Y ésta es precisamente la religión que puede y debe criticarse desde la fe cristiana. Porque nuestro Dios, el Dios vivo, es, frente a todos los ídolos que fabrican los hombres para su comodidad, el Dios de la historia que abre caminos insospechados con su palabra y nos invita a caminar siempre hacia el futuro.
Ahí tenéis al padre de los creyentes, Abrahám: la palabra de Dios lo saca de su tierra y de su parentela y empieza a caminar confiado en la promesa de Dios. Y cuando los hebreos, los hijos de Abraham, se establecen en Egipto, este pueblo nómada, ahora sedentario, cae en la esclavitud del faraón y se somete igualmente a los dioses de aquel país. Pero Dios, con su palabra, saca a los israelitas de Egipto hacia la libertad del desierto y va delante de ellos abriendo marcha hacia la tierra prometida.
Tomar tierra fue siempre para Israel un riesgo, porque su Dios es el Dios vivo, el Dios de la historia y de los caminantes. Por eso, al llegar a la tierra prometida, este pueblo ha de optar una vez más entre los dioses del país y el Dios de Israel. Y es aquí cuando Josué interpela al pueblo (precisamente en Siquén, centro geográfico y religioso del país, en donde Jesús proclamaría el culto en espíritu y en verdad y criticaría el sacralismo de una religión localizada y establecida) y le dice: "Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quién servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados, al este del Eúfrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor". El pueblo respondió: "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!"
La trascendencia de tal decisión de Israel sólo puede descubrirse teniendo en cuenta la diferencia irreconciliable entre el Dios vivo que le sacó de Egipto y los dioses del país a cuyo amparo viven los amorreos. La misma diferencia existe entre la fe y la religión: creer es seguir la marcha, la religión es acomodarse.
Por desgracia, el pueblo de Israel no fue siempre fiel al Dios de la historia, se olvidó de las promesas y pactó una y otra vez con los dioses de la tierra que tienen ojos y no ven, tienen boca pero no hablan. Israel fue también infiel al Dios que le sacó de Egipto y cayó en una especie de idolatría cuando puso su corazón en el Templo y confió más en el culto que en Dios. Por eso, los profetas (por ejemplo, Jeremías) criticaron esta falsa confianza del pueblo en su Templo, que había llegado al extremo de convertirse en cueva de ladrones, en refugio para los que se atrevían a quebrantar la palabra de Dios, como si la religión oficial, con todos su ritos y sacrificios, pudiera paralizar el brazo de Yavé. La crítica de los profeta se alza a la vez contra un culto puramente exterior practicado en Jerusalén y la idolatría que este pueblo comete aceptando los dioses del país.
En ambos casos se trata de una decadencia de la fe en mera religión, es decir, en el intento del hombre de establecerse y poner la divinidad al servicio del orden establecido. La religión sólo puede tener un sentido aceptable cuando es disponibilidad del hombre frente a Dios y seguimiento de la voluntad divina.
La cautividad de Babilonia fue otro momento señalado en la historia de la salvación en el que el Dios que obliga a caminar pone de nuevo en marcha a Israel. En Babilonia los israelitas codificaron sus tradiciones y se despertó en ellos como nunca el amor a la palabra de Dios. Pero con el tiempo echaron también raíces en la materialidad de la palabra escrita, creando para sí una patria espiritual. Jesús en su crítica a la Ley y a las "tradiciones de los mayores", promulgando el Evangelio del amor, nos invita al último y definitivo éxodo: no tenemos ya ciudad permanente.
En el evangelio de hoy, Jesús interpela, como en otro tiempo Josué, a los que le siguen. En un momento crítico: A partir de la multiplicación de los panes y después de haber rechazado las pretensiones de un mesianismo nacional y político que se inscribe todavía dentro de esta inclinación tan humana de establecerse en un orden definitivo, el pueblo empieza a abandonar a Jesús.
Incluso el círculo de los más allegados, los discípulos, padece también esta crisis, y muchos de ellos le dejan. Es en este momento cuando Jesús se dirige a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos? Y Simón Pedro, en nombre de los Doce, le contesta: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos". Y a partir de esta decisión se pone otra vez en marcha el pueblo de Dios y siguen su camino todas las esperanzas de Israel. Dios marcha delante de nosotros. Creer es seguir adelante.
EUCARISTÍA 1970, 49
4. FE/light
-La hora de la decisión
El ambiente que respiramos no nos invita a hacer opciones radicales, a tomar decisiones que comprometan toda nuestra vida.
Vivimos inmersos en el reino del "light", de lo ligero y superficial, donde nada perturbe la tranquilidad del ir tirando.
También nuestra fe, claro está, se ve afectada por esa mediocridad. Ya nos va bien escuchar de tanto en tanto la Palabra de Dios, ya nos va bien ir a misa a rezar, mientras todo eso no nos provoque ningún susto y nos permita continuar viviendo en el confort. Por eso la llamada que hace Josué al pueblo de Israel para que tome una decisión de verdad nos puede parecer pasada de rosca, propia de gente primitiva, fanática e intolerante. Y es que las decisiones radicales pueden conducir, ciertamente, al fanatismo y a la intolerancia cuando no son fruto del amor, sino del afán de destacarse de los demás con la excusa que sólo nosotros poseemos la verdad. El pueblo de Israel escoge, decide, opta por aquel Dios que le ha mostrado su amor liberándolo de la esclavitud.
-Decidirnos por Cristo
También los seguidores de Jesús, aquellos que han asistido a la multiplicación de los panes y a la posterior explicación de aquel signo, se ven obligados a decidirse, a escoger. Muchos deciden dejarlo correr todo: "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?". Han pasado del intento de apoderarse de Jesús para hacerlo rey a abandonarlo por siempre.
Y es que fácilmente se comprende que venga un desconocido, un semi-dios, que hable de Dios con lenguajes misteriosos, que haga prodigios y que solucione nuestros problemas.
Pero no se comprende, en cambio, que un hombre como nosotros hable de Dios con la naturalidad de un hijo, que haga llegar el pan para todos a partir del poco que tenemos y de la confianza en este Dios que llama Padre.
Se comprende fácilmente que hay que trabajar para ganar el pan, para tener dinero y, así, poder conseguir todo lo que uno desee.
Pero no se comprende que haya que trabajar para una comida que no se estropea y que da la vida eterna, es decir, trabajar para hacer posible un mundo más humano, un mundo de personas que dan la propia vida para que todos podamos vivir.
Se comprende fácilmente un Dios tapa-agujeros, símbolo e ideal de lo que querríamos ser y no podemos, un Dios blando al que hacemos decir lo que nos conviene y nos deja tranquilos. Pero no se comprende un Dios que se hace presente de una manera total, plena y definitiva en un hombre; ¡un hombre, además, que acabará abandonado de todos, colgado en una cruz por los defensores de Dios! No se comprende un Dios que ama tan profundamente a los hombres que nos quiere libres y responsables, para que seamos verdaderos hijos y no esclavos o marionetas.
Hemos de escoger. Hoy Jesús nos lo pide a nosotros: "¿También vosotros queréis marcharos"? Ojalá que respondamos como Pedro y que esta respuesta no sea la repetición de una fórmula aprendida, sino el resultado de una decisión personal que se nota en la manera de vivir.
-No echemos balones fuera
La segunda lectura que hemos escuchado es de aquellas hoy difíciles de escuchar y, no digamos, de comentar. La tentación es hacerse el despistado, pasar de puntillas como si no hubiésemos leído nada. Pero, si la pasamos por alto con la excusa de que las mujeres os podríais enfadar, quizá lo único que conseguiremos será echar balones fuera.
Claro que Pablo parte de una relación hombre-mujer que hoy querríamos ya superada. Pero lo hace para hablar de otra relación que a los cristianos de hoy nos tendría que continuar interesando: la relación entre Cristo y la Iglesia. Y, en esta relación, sí que continúa siendo verdad que Cristo es la cabeza y la Iglesia debe someterse a él como respuesta al amor hasta la muerte con el que Cristo nos ha amado.
¡Y eso sí que nos conviene! Nos conviene revisar si de verdad tenemos a Cristo como cabeza o no; si Cristo es la fuente primordial y el criterio último de todo lo que hacemos y dejamos de hacer, de lo que decimos y dejamos de decir los cristianos -la iglesia-, o bien si, cuando nos conviene, lo dejamos de lado y decimos aquello tan gracioso pero tan trágico: "Ahora dejemos el Evangelio y vayamos a la verdad".
Es hora de decidirnos. Hemos de escoger entre el seguimiento de Jesucristo y el seguimiento de otros mesías y salvadores. Hemos de reconocer a Cristo como cabeza única de la Iglesia y ponernos todos en el lugar que nos corresponde como miembros suyos. El continúa ofreciéndonos su amor extremado, continúa invitándonos a participar de su Vida y de su Amor que nos da como alimento.
Ojalá que le acojamos, deciéndole desde el fondo de nuestro corazón: "Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios".
JOSEP
M. GRANE
MISA DOMINICAL 1991, 12
5.
-UNA OPCIÓN LIBRE
Tanto en la primera lectura como en la última se nos presenta la fe como una opción libre. Nos sorprende la actitud de Josué: "Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quien servir... Yo y mi casa serviremos al Señor". Estas palabras dice Josué en una reunión solemne de todas las tribus de Israel una vez que han tomado posesión de la tierra prometida y empiezan una nueva etapa de su historia. Nos parecen unas palabras llenas de valentía y de confianza en el Dios que había sacado a aquel pueblo de la esclavitud de Egipto. El pueblo renueva libremente la opción por su Dios. La religión no puede ser una mera rutina y tradición.
Esto sería su muerte. De alguna manera se necesita que las nuevas generaciones renueven su opción libremente. Y esto vale para los tiempos de Josué, los de Jesús y los nuestros.
También el evangelio de hoy nos recuerda que la fe tiene que ser una opción libre. Hay crisis entre los discípulos de Jesús y se pronuncian palabras mayores: "Este modo de hablar en inaceptable", "¿También vosotros queréis marcharos?"
-EN EL CASO DE JESÚS
En el caso de Jesús se trata de una doctrina sorprendente que echa a atrás a muchos de sus discípulos. Jesús acaba de decir: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna". En verdad que son palabras sorprendentes y misteriosas. Una verdadera prueba para la fe de los discípulos. Uno de esos momentos de la vida en que hay que tocar fondo. Y ese fondo es la persona de Jesús.
Sólo aquellos que crean que Jesús tiene palabras de vida eterna, pueden estar dispuestos a seguirle y ser sus discípulos. La fe cristiana se decide, en última instancia, en torno a la persona de Jesús. También en el cristiano de hoy en día. No se trata de esta o aquella verdad dogmática aislada, sino de la credibilidad que nos merezca la persona de Jesús. Y para esto no basta tener una fe meramente sociológica y de pura tradición. Hace falta la opción libre.
Esto que aparece ya en los tiempos de Josué y de Jesús se hace mucho más apremiante en nuestros días en que el valor de la libertad es tan apreciado por el hombre moderno y el corte o ruptura entre generaciones más acusado que en otros tiempos y sociedades de talante más continuista.
-LOS QUE ABANDONAN
En el caso de Jesús son muchos de sus discípulos los que abandonan. En el caso de Josué aparece una unanimidad que después desmiente la historia de Israel. En nuestros días son muchedumbre (Vaticano II) los que han abandonado toda creencia religiosa. En muchos países de vieja tradición cristiana se está viviendo una era poscristiana.
¿Por qué? Son muchas las razones que se pueden aducir, y una de ellas puede ser la culpa de los mismos creyentes. Otra, la cultura empirista y materialista imperante. Aunque en el fondo, por lo menos en el hombre culto moderno, siempre habrá que tener en cuenta la opción libre y responsable. Al final un dilema: "¿Nuestro hombre ha abandonado la fe por creer que le obliga a creer verdades inadmisibles o por seguir el camino de la carne contra el Espíritu? Para mí que hay zonas oscuras en el abandono y negación de Dios del hombre moderno.
Otro hecho indudable, en nuestros días, es que sigue habiendo cristianos que como Pedro afirman rotundamente que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna y es "el Santo consagrado por Dios", y que no hay otro a quien acudir.
A pesar de los abandonos, Jesús sigue siendo el centro de la fe y muchos de sus discípulos se aprestan para una nueva evangelización del mundo. Una luz sigue en alto para el hombre.
MARTÍNEZ
DE VADILLO
DABAR 1991, 42
6. CR/DIFICIL:
-Ser cristiano no es claro ni sencillo
Hace un par de años, un grupo de chicos y chicas de unos quince o dieciséis años que se preparaban para la confirmación tuvieron, ya en los últimos días antes de la celebración del sacramento, un encuentro con el obispo que los iba a confirmar. Hablaron de lo que significaba aquel sacramento, y al final la conversación derivó hacia LA DIFICULTAD QUE IMPLICABA EL SER VERDADERAMENTE CRISTIANO, verdadero seguidor de Jesucristo. Y resulta que, en medio de la discusión, levanta el dedo uno de ellos y dice: "Pues yo no veo tanto problema: al fin y al cabo, aguantar una hora de misa a la semana no es demasiado difícil..." Los catequistas hubieran querido que se les tragara la tierra, el obispo quedó totalmente sorprendido, y menos mal que algunos de los demás confirmandos reaccionaron y se pusieron a explicar lo que para ellos implicaba el ser cristiano que, evidentemente, no se limitaba a la asistencia a la misa dominical.
Los discípulos del evangelio que hemos oído lo entendieron sin duda mucho mejor que aquel chico que se iba a confirmar. ENTENDIERON PERFECTAMENTE QUE SER CRISTIANO, SER SEGUIDOR DE JESUCRISTO, NO ES ALGO CLARO NI SENCILLO. Lo entendieron tan bien que, como dice el evangelio, "desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él". Se asustaron. No veían nada claro todo lo que Jesús les decía. Y, si lo veían claro, o no les gustaba o les daba miedo.
-Ser cristiano: tener a Jesús como único alimento verdadero ¿Y qué es lo que Jesús les decía? ¿Qué es lo que les resultaba tan poco claro y tan complicado? Si recordamos lo que hemos leído durante estos domingos de agosto, en los que Jesús se nos ha presentado como el único alimento verdadero, EL ÚNICO PAN QUE DA VIDA, lo veremos en seguida. Y veremos que tampoco para nosotros resulta claro y sencillo.
Porque Jesús decía que lo que había que buscar en él era su persona entera de modo que LO QUE EL DECÍA Y HACIA FUERA EL CRITERIO DE TODA NUESTRA VIDA. Nos invitaba a avanzar siempre, a vivir siempre en nuestra vida el camino de una fidelidad como la suya. Y eso, sin duda, a menudo resulta desconcertante y uno no sabe qué debe hacer.
Eso nos decía Jesús. Y luego añadía otra cosa: que él nos acompañaba, que EL ESTABA CON NOSOTROS, que él nos garantizaba vida, y vida eterna, y nos dejaba el pan y el vino de la eucaristía para hacer palpable su presencia y su acompañamiento. Y NOS PEDÍA CREER EN EL, CONFIAR SIEMPRE EN EL. Y desde luego eso tampoco resulta fácil.
-"Tú tienes palabras de vida eterna"
Hoy, Jesús nos invita a recordar muy en serio lo que significa ser cristiano, lo que significa seguirle a él. Y nos pregunta, como preguntó a sus apóstoles después de que tantos le abandonaran: "¿TAMBIÉN VOSOTROS QUEREIS MARCHAROS?" ¿Qué vamos a responder a esta pregunta? Seguir a Jesús resulta a veces oscuro, desconcertante, difícil, más exigente de lo que desearíamos. Pero a pesar de esto, nosotros queremos seguir respondiendo a esta pregunta de Jesús lo mismo que respondieron los apóstoles: "SEÑOR, ¿A QUIEN VAMOS A ACUDIR? TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA..." Los apóstoles, y Pedro en nombre de todos ellos, responden así.
No responden diciendo que todo lo que Jesús les decía resultaba fácil y sin problemas. No. Ellos, los apóstoles, tampoco veían muy claro lo que Jesús les decía y les pedía que hicieran. No lo veían muy claro, pero sin embargo había algo que sí les resultaba clarísimo: LO QUE HABÍAN ENCONTRADO EN JESÚS, NO LO IBAN A ENCONTRAR EN NADIE, EN NADA. "¿A quién vamos a acudir?", dicen los apóstoles. "¿A quién vamos a acudir? ¿qué haríamos sin la fe en Jesús, sin la palabra de Jesús, sin el seguimiento de Jesús? ¿dónde íbamos a poner la esperanza?", podemos decir nosotros.
NOSOTROS, COMO LOS APÓSTOLES, RESPONDEMOS ASÍ. Aunque a veces no lo veamos muy claro, nosotros queremos seguir a Jesús, queremos tenerlo como criterio de nuestra vida, queremos poner en él nuestra confianza, queremos seguir reuniéndonos aquí, en torno a su mesa, para alimentarnos del pan y el vino que nos da su cuerpo y su sangre que nos ofrece para que tengamos vida.
Hoy, al terminar este mes de agosto, cuando pronto se va a reemprender ya la vida normal del año, RENOVEMOS HUMILDEMENTE NUESTRA FE EN JESÚS. Queriendo avanzar en esta fe, queriendo ser cada día más fieles a esta fe, repetimos hoy, como los apóstoles: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios".
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 17
7. FE/DON/DECISION.
Con la lectura de hoy TERMINA el capítulo del evangelio de Juan que hemos leído durante estos últimos domingos. JC se nos ha presentado como el PAN DE VIDA, el alimento que da FUERZA PARA EL CAMINO, un camino que él ha seguido entregándose en su carne y su sangre, un camino de donación QUE RECORDAMOS Y EXPRESAMOS cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Un camino -finalmente- que hemos de hacer realidad en la realidad de nuestra vida y que creemos que significa PARTICIPAR YA AHORA DE LA VIDA DE DIOS mientras esperamos que nos lleve a la plenitud de la Resurrección.
Pero este capítulo de Juan NO TERMINA TRIUNFALMENTE, TERMINA CRÍTICAMENTE. Con total claridad, sin disimulos, Juan nos presenta la crisis: muchos de los que hasta entonces habían seguido a JC, hallan desmedidas sus palabras, no están dispuestos a aceptar a JC como el camino de vida. Y sólo sigue con él un pequeño grupo, sobre todo el pequeño grupo de los doce apóstoles.
-La fe, don y decisión
La claridad del evangelista al reflejarnos la crisis debe ayudarnos a querer ser claros también nosotros. El evangelio de hoy nos plantea la necesidad de PREGUNTARNOS EN QUÉ BANDO ESTAMOS. Es una pregunta a responder en la sinceridad personal de cada uno de nosotros.
Porque reconocer en Jesús de Nazaret un hombre admirable, reconocer que muchas de sus palabras nos impresionan, no es muy difícil. Pero ESO NO ES CREER en J como Señor, como camino a seguir cueste lo que cueste, como criterio fundamental. Valorar y admirar lo que hizo y dijo JC no significa necesariamente creer en JC. ENTRE UNA Y OTRA COSA HAY UN PASO FUNDAMENTAL. Un paso que (hemos de ser claros) no es fácil.
Por eso dice JC que ES UN DON DEL PADRE. La fe en JC no es la conclusión de una demostración, ni la simple consecuencia de un hecho humano (de que seamos de un país que tradicionalmente es católico o de una familia cristiana...). ES siempre una gracia, algo que nunca nadie puede explicar satisfactoriamente. Pero AL MISMO TIEMPO ES UNA DECISIÓN que hemos de hacer nosotros, una respuesta a la propuesta de Dios. Una decisión y una respuesta que comprometen toda nuestra vida.
-"¿A quien vamos a acudir?"
Difícilmente podríamos hallar mejor modo de decir QUE ES LA FE EN JC que las palabras de Pedro que hemos leído hoy como conclusión del evangelio. A la pregunta de JC "¿también vosotros queréis marcharos?", Pedro responde sencilla y profundamente: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos". Intentemos penetrar en estas palabras de Pedro. Miremos si las sentimos como palabras nuestras, que broten de nuestra vida.
EN PRIMER LUGAR, LA PREGUNTA que -como si se la hiciera a sí mismo- hace Pedro: ¿A QUIEN VAMOS A ACUDIR? SIGNIFICA QUE EL IR SIGUIENDO A JC SE LES HA CONVERTIDO EN CARNE Y SANGRE DE SU VIDA, como el nervio de lo que ellos son. No es una respuesta que se base en una seguridad nacida de verlo todo claro. Pero es una respuesta que supone el reconocer ALGO MUY PROFUNDO, muy interior. Como si dijera: si no siguiéramos contigo ya no sabríamos qué hacer.
-Palabras de vida eterna
EN SEGUNDA LUGAR y como una explicación de los que sienten, LA CONTESTACIÓN POSITIVA: TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA: No quieren seguir a JC impelidos por un deber, o por miedo, o por asegurarse la recompensa. Le quieren seguir porque HAN DESCUBIERTO EN EL UN CAMINO -EL CAMINO- DE VIDA. Con otras palabras, han descubierto la Buena Noticia que es JC y no se lo quieren dejar perder. Por eso ha dicho Pedro: "¿a quién vamos a acudir?". Porque abandonar el camino de verdad, de justicia, de alegría, de esperanza, de amor, en una palabra de VIDA que para los apóstoles es JC, significaría abandonar lo que vale realmente la pena.
-"Nosotros creemos"
Por eso, EN TERCER LUGAR, dice claramente: NOSOTROS CREEMOS: ES EL HECHO QUE SE LES IMPONE PERSONALMENTE: en aquel hombre llamado Jesús de Nazaret HAN IDO DESCUBRIENDO aquella realidad misteriosa y nunca conocida por el hombre que llamamos DIOS. No saben explicarlo mucho, no se atreven a asegurar que se han entregado del todo. Pero... han creído, como un hecho radicalmente importante para ellos que DE ALGUNA MANERA CAMBIA SU VIDA. Lo sienten, lo viven, no pueden renunciar a ello. Sencillamente: HAN CREÍDO.
"El espíritu es quien da vida" hemos leído en el evangelio. En la reunión eucarística que estamos celebrando, ésta podría ser nuestra oración. Que el espíritu de Dios nos comunique vida, aquella vida que se halla en JC, de la fe en Aquel que tiene palabras de vida eterna.
J.
GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 16
8.
"¡Lo que dice Jesús es insoportable! ¡Es absurdo!". Esta vez no son ya sus adversarios los que hablan, sino sus discípulos. Hasta ahora le han seguido y escuchado con simpatía, y a veces con entusiasmo. Pero ahora le dejan y se van en pequeños grupos; no comprenden; su corazón ya no entiende nada.
¿Cómo va a reaccionar Jesús? Podría adaptarse a sus exigencias, hacer concesiones, sacar conclusiones de este fracaso. Pero un profeta se caracteriza por su radicalidad: "¿Esto os hace vacilar? Las palabras que os he dicho son verdad, ¡pero hay quienes no creen!". En lugar de intentar retener a sus discípulos con un discurso más fácil, Jesús les provoca: "¿también vosotros queréis marcharos?". Conocéis la publicidad que dice: "¡Prestadnos vuestra confianza, confiadnos vuestros asuntos, ya pensamos nosotros por vosotros!".
La confianza que se pide es un cheque en blanco, un verdadero avasallamiento. Pero el verdadero encuentro tiene otro precio: nuestra libertad sólo tiene el peso de su compromiso. "Elegid: ¿queréis marcharos?". La pregunta les obliga a hacerse hombres. De pie. Como la planta que crece sin su rodrigón. "Si quieres, ¡sígueme!". ¿Cómo podría Jesús anunciar la pasión de Dios por la vida sin despertar al hombre a la libertad?
Conocemos demasiado bien las manifestaciones "espontáneas" de los regímenes totalitarios y el miedo al "qué dirán" para ignorar que todo atentado a la libertad del hombre disminuye su dignidad. ¡Los discípulos de Jesús no serán ni una multitud a la que le han matado el alma ni un conglomerado mudo! Se trata de un "¿quieres?" verdaderamente desarmante, pues no tiene más fuerza de convicción que su propia debilidad: proposición que sólo se da en el riesgo de la autoentrega al otro. Desarmante y desarmado "¿quieres?".
"¿Queréis marcharos?". Hermanos, ¿os habéis preguntado ya si vais a quedaros o a marcharos? Y no penséis dar una respuesta de una vez por todas. No habremos aún gastado la fe, el indescriptible encuentro, si en alguna parte de nuestro corazón no hemos sentido la temible duda: "¿A quién podríamos acudir?".
DIOS CADA
DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 166
9. VIVIR CON EI SEÑOR, CUYAS PALABRAS SON ESPÍRITU Y VIDA
-¿A quién iremos? (Jn 6, 60-69)
Este domingo nos presenta el desenlace del discurso de Jesús sobre el pan de vida y nos hace asistir al drama y al desgarro que debía provocar incluso entre los discípulos de Jesús. "Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?".
Asistimos a un diálogo entre Jesús y sus discípulos. Con ellos había preparado la multiplicación de los panes, pero en el resto del relato la multitud había pasado a un primer plano. Ahora, cuando llegamos a la conclusión del discurso, los discípulos recuperan el lugar privilegiado. Es normal: ellos están más capacitados para entender la explicación final de todo el discurso y captar su significado fundamental. Sin embargo, incluso entre los discípulos, algunos no reúnen las condiciones suficientes para creer y penetrar en el sentido profundo de las palabras de Jesús. Les falta la fe esencial en Jesús, el Enviado del Padre. A pesar de lo cual, y aun sin tener acceso a la comprensión total de lo que Jesús decía, lo habrían aceptado, como lo harán los discípulos que queden con él.
Pero lo que es importante en esta conclusión, es la introducción del elemento "espiritual", cuyo carácter de "realidad" no habría que desconocer. Podría decirse que hay en San Juan una relación íntima entre el espíritu y lo real, lo verdadero, la verdad. El terreno del espíritu es el de la realidad absoluta que se opone a lo que es carne, la cual se sitúa en un nivel secundario con respecto a la realidad, que sólo se encuentra de un modo absoluto en el "espíritu". Dicho de otro modo, para Juan, para Cristo, lo que es espíritu (espiritual, podríamos decir) es lo real por excelencia, mientras que lo material, la carne por ejemplo, es sólo de orden fenomenológico.
Esta oposición aparece en diversos lugares en San Juan. En el encuentro con la Samaritana constatamos una relación entre "espíritu" y "verdad". Se habla de adoradores en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). En el diálogo con Nicodemo, cuando éste no comprende cómo es posible nacer de nuevo, Cristo le explica que se trata de renacer del agua y del Espíritu, nacer de lo alto (3, 5-7). Jesús le dice: "Es el Espíritu quien hace vivir"; es el Espíritu quien es realidad y verdad; la carne no puede nada. Ahora bien, las palabras que Cristo pronuncia son vida, son, por consiguiente, espíritu y verdad. El alimento terrestre es únicamente material; el alimento espiritual es realidad y verdad. Es el espíritu el único capaz de dar vida. Si Cristo es "de lo alto", se ha hecho carne sin embargo, y esta carne es instrumento de unión con el. Pero esto no puede comprenderse si no se ve a Cristo: "Quien ve a Cristo y cree en él, tiene la vida eterna". Pero "ver" a Cristo y creer es un don del Padre.
Aquí se localiza la dramática crisis que va a separar a los discípulos de los Doce que van a permanecer fieles. Pedro en su conmovedora respuesta, dirá a Jesús: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Dicho de otro modo: sabemos que tú eres espíritu y vida, que tienes palabras de verdad. Después Pedro expresa la fe de los Doce: "Nosotros sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios". Para los Doce, que se mantienen fieles entre los discípulos y la multitud escandalizada, Jesús no sólo es el Santo de Dios, sino que sus palabras dan la vida eterna.
Hoy finaliza la serie de domingos consagrados al discurso sobre el pan de vida (Ciclo B; domingos 17 a 21). Llegados al final de este discurso, nos parece útil presentar un plano sucinto del mismo. Para mejor enmarcarlo, comencemos por la multiplicación de los panes que da ocasión a dicho discurso.
Vv. 1-15 (domingo 17º, ciclo B) Multiplicación de los panes. Jesús es el gran Profeta, al que se quiere hacer rey.
DISCURSO DEL PAN DE VIDA
1ª parte (vv. 24-35 - domingo l8º, ciclo B)
Los judíos buscan a Jesús porque han recibido un alimento perecedero; pero es preciso buscar el alimento eterno.
Este alimento eterno es dado por el Hijo del hombre. Hay, pues, que creer en este Hijo del hombre, enviado del Padre.
El maná era un alimento perecedero. El Padre da el pan venido del cielo. Este Pan venido del cielo es el mismo Jesús. Es el pan de vida.
2ª parte (vv. 35-51 - domingo 19º, ciclo B)
¿El pan venido del cielo? Pero, ¿no es éste el hijo de José? Nadie puede ir a Cristo, si el Padre no le atrae. Hay que oír en la fe las enseñanzas de Dios, transmitidas por su Enviado. Hay que creer, pues, en este Enviado bajado del cielo: quienes comieron el maná, murieron quien coma el pan bajado del cielo vivirá eternamente.
El pan que se dará es la carne de Cristo para la vida del mundo.
3ª parte (vv. 51-59 - domingo 20.°, ciclo B)
Cristo es a un mismo tiempo el pan y el que da el pan. El se da a sí mismo, en carne y sangre. Comer la carne y beber la sangre de Cristo es hacer que él viva en nosotros y nosotros en él. Esta carne será "dada" para la vida del mundo. (Este es mi cuerpo que se entrega por nosotros. Alusión a la eucaristía.
Conclusión (vv. 59-69 - domingo 21.°, ciclo B)
Para comprender esto, es necesario haber sido llamado por el Padre. Las palabras de Cristo son espíritu y vida. Es el espíritu el que hace vivir, la carne no puede nada. El alimento terrestre es perecedero, el alimento que viene de lo alto, el espíritu, es para la vida eterna. El verdadero pan es el alimento espiritual.
-Antes morir que abandonar al Señor (Jos 24, 1-18)
El pueblo es reunido por Josué en Siquém, ante el Señor. Siquém es el lugar de la alianza. Sin embargo, no parece que en este caso se trate de una asamblea cultual. El pueblo ha sido convocado porque hay que hacer una opción definitiva. Josué pronuncia un largo discurso en el que recuerda todo lo que Dios ha hecho por su pueblo desde la vocación de Abraham. La bondad de Dios ha sido inmensa para con un pueblo colmado de bienes que han recibido sin haberlos ganado. Ahora se trata de escoger. La respuesta del pueblo es clara: antes morir que abandonar al Señor; el pueblo recuerda lo que Dios ha hecho en su favor y concluye: queremos servir al Señor, porque él es nuestro Dios.
Este es el condicionamiento de la renovación de la alianza. Josué no oculta en su discurso, que es preciso leer en su totalidad, las dificultades que van a surgir, las múltiples tentaciones de infidelidad. Desgraciada- mente, sus predicciones se cumplirán, y las delicias del país de Canaán pudrirán a los israelitas.
Nosotros mismos estamos ante una elección. Al celebrar la eucaristía, sacramento de la nueva Alianza, nos vemos obligados a escoger y decir, con la misma fidelidad de los discípulos: "¿A quién vamos a acudir?"; o bien, con el pueblo de Israel: "Antes morir que abandonar al Señor". Toda participación en la eucaristía significa hacer esta elección. La Iglesia, cada vez que celebra la eucaristía, renueva su alianza con el Señor, manifiesta su fe en él y arrastra tras de sí a sus fieles en su acto de fe incondicional.
El salmo 33 canta, en respuesta a la 1ª lectura: ¿Quién es el hombre que apetece la vida, deseoso de días para gozar de bienes?
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.
122 ss.