11 de febrero
Virgen de Lourdes
De blanca túnica
viste
Poco tiempo después de la proclamación dogmática de la Inmaculada
Concepción de María (1854), la Virgen se muestra la niña campesina
Bernadette, 14 años, en Lourdes (1858), diciéndole: “Yo soy la Inmaculada
Concepción”. La figura de la aparición es ésta: “De blanca túnica viste /
y rosas lleva en sus plantas / y ciñe el azul del cielo /la Virgen
Inmaculada”.
En la cristiandad de
occidente Lourdes es un lugar extraordinario de fe y de peregrinación,
lugar en el que la presencia espiritual de la Virgen se ha hecho
particularmente sensible a los sencillos de corazón creyente. El himno
quiere recoger el mensaje de Lourdes:
- llamada de conversión a
nosotros, pecadores;
- las aguas, que evocan gracia y bautismo, nos lo están diciendo;
- lugar de sanación: “Vayamos los indigentes, enfermos de cuerpo y alma”;
- lugar de fe y oración, y por eso le decimos a la Virgen: “contigo las
voces múltiples / un coro de amor levantan”.
De blanca túnica
viste
y rosas lleva en sus plantas
y ciñe el azul del cielo
la Virgen Inmaculada.
Se acerca con rostro amable
porque es Señora de gracia;
la fuente que está brotando
lo dice con agua clara.
Vayamos los pecadores,
sedientos de paz y calma;
el suave perdón del Hijo
la Virgen Madre prepara.
Vayamos los indigentes,
enfermos de cuerpo y alma,
bañémonos en la fe,
entrando en las aguas sanas.
María, virgen orante,
maestra de la plegaria,
contigo las voces múltiples
un coro de amor levantan.
¡Jesús, presente en tu Madre,
dador de salud y gracia,
la bendición a ti sea
y toda nuestra confianza! Amén.
Laguna de Cameros (La Rioja) 1988
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ,
Himnario de la Virgen María. Ciclo anual de celebraciones de la Virgen en
la Liturgia de las Horas. Burlada, Curia provincial de Capuchinos 1989.
Música: FIDEL AIZPURÚA., pp. 80-83.
Nota. La SONRISA de la Virgen,
explicada por el Papa Benedicto XVI en la homilía que pronunció en Lourdes
en su visita del 15 de septiembre de 2008, con motivo del 150 aniversario
de las apariciones.
Invitamos al lector a leer esta bellísima homilía. Hasta 21 veces nombra
el Papa en su homilía la SONRISA de María (le sourire, en francés), con
una bella interpretación del Salmo 44,13, (salmo “Me brota del corazón un
poema bello”) que nuestra traducción litúrgica traduce así: “los pueblos
más ricos buscan tu favor”. La palabra original del texto hebreo es “panim”,
que literalmente significa “rostro” (por eso, la versión latina dice
“vultum tuum”). El rostro puede ser un semblante severo – y ese no se le
busca – o un semblante benévolo, acogedor, sonriente…, y ese sí se busca.
En esa SONRISA se fija el Papa, lo cual, ciertamente, merecería un himno
aparte…
* * *
“… El salmista, vislumbrando de
lejos este vínculo maternal que une a la Madre de Cristo con el pueblo
creyente, profetiza a propósito de la Virgen María que “los más ricos del
pueblo buscan tu SONRISA” (Sal 44,13). De este modo, movidos por la
Palabra inspirada de la Escritura, los cristianos han buscado siempre la
SONRISA de Nuestra Señora, esa SONRISA que los artistas en la Edad Media
han sabido representar y resaltar tan prodigiosamente. Este sonreír de
María es para todos; pero se dirige muy especialmente a quienes sufren,
para que encuentren en Ella consuelo y sosiego. Buscar la SONRISA de María
no es sentimentalismo devoto o desfasado, sino más bien la expresión justa
de la relación viva y profundamente humana que nos une con la que Cristo
nos ha dado como Madre.
Desear contemplar la SONRISA de la Virgen no es dejarse llevar por una
imaginación descontrolada. La Escritura misma nos la desvela en los labios
de María cuando entona el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46 47). Cuando la
Virgen María da gracias a Dios nos convierte en testigos. María,
anticipadamente, comparte con nosotros, sus futuros hijos, la alegría que
vive su corazón, para que se convierta también en la nuestra. Cada vez que
se recita el Magnificat nos hace testigos de su SONRISA. Aquí, en Lourdes,
durante la aparición del miércoles, 3 de marzo de 1858, Bernadette
contempla de un modo totalmente particular esa SONRISA de María. Ésa fue
la primera respuesta que la Hermosa Señora dio a la joven vidente que
quería saber su identidad. Antes de presentarse a ella algunos días más
tarde como “la Inmaculada Concepción”, María le dio a conocer primero su
SONRISA, como si fuera la puerta de entrada más adecuada para la
revelación de su misterio.
En la SONRISA que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se
refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona
a quienes están enfermos. Esta SONRISA, reflejo verdadero de la ternura de
Dios, es fuente de esperanza inquebrantable. Sabemos que, por desgracia,
el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor asentados de una vida,
socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a
desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre
no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina. Cuando la
palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una
presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes
o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la
proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo
que Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie,
capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el
sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo “no es
incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado
en todo exactamente como nosotros” (cf. Hb 4,15). Quisiera decir
humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar
la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la SONRISA de la Virgen está
misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la
enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la
gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que
Dios quiera.
Qué acertada fue la intuición de esa hermosa figura espiritual francesa,
Dom Jean Baptiste Chautard, quien en El alma de todo apostolado, proponía
al cristiano fervoroso encontrarse frecuentemente con la Virgen María “con
la mirada”. Sí, buscar la SONRISA de la Virgen María no es un infantilismo
piadoso, es la aspiración, dice el salmo 44, de los que son “los más ricos
del pueblo” (44,13). “Los más ricos” se entiende en el orden de la fe, los
que tienen mayor madurez espiritual y saben reconocer precisamente su
debilidad y su pobreza ante Dios. En una manifestación tan simple de
ternura como la SONRISA, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es
el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado
a ser nuestra Madre. Buscar esa SONRISA es ante todo acoger la gratuidad
del amor; es también saber provocar esa SONRISA con nuestros esfuerzos por
vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo que un niño trata
de hacer brotar la SONRISA de su madre haciendo lo que le gusta. Y sabemos
lo que agrada a María por las palabras que dirigió a los sirvientes de
Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).
La SONRISA de María es una fuente
de agua viva. “El que cree en mí dice Jesús de sus entrañas manarán
torrentes de agua viva” (Jn 7,38). María es la que ha creído, y, de su
seno, han brotado ríos de agua viva para irrigar la historia de la
humanidad. La fuente que María indicó a Bernadette aquí, en Lourdes, es un
humilde signo de esta realidad espiritual. De su corazón de creyente y de
Madre brota un agua viva que purifica y cura. Al sumergirse en las
piscinas de Lourdes cuántos no han descubierto y experimentado la dulce
maternidad de la Virgen María, juntándose a Ella par unirse más al Señor.
En la secuencia litúrgica de esta memoria de Nuestra Señora la Virgen de
los Dolores, se honra a María con el título de Fons amoris, “Fuente de
amor”. En efecto, del corazón de María brota un amor gratuito que suscita
como respuesta un amor filial, llamado a acrisolarse constantemente. Como
toda madre, y más que toda madre, María es la educadora del amor. Por eso
tantos enfermos vienen aquí, a Lourdes, a beber en la “Fuente de amor” y
para dejarse guiar hacia la única fuente de salvación, su Hijo, Jesús, el
Salvador”.
(Puebla, enero 2010)
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