Cuando Cristo enseñó a sus apóstoles a orar, les ordenó decir:
«Padre nuestro» (/Mt/06/09). Nadie, excepto él, puede decir «Padre
mío». Todos los demás pueden orar a Dios como Padre únicamente
en la comunidad del «nosotros» que Jesús ha inaugurado, porque
todos ellos son criaturas de Dios y han sido creados el uno para el
otro. Asumir y reconocer la paternidad de Dios significará siempre:
«ser-proyectados-los unos hacia los otros». El hombre puede con
todo derecho llamar a Dios «Padre» en la medida en que se inserta
en aquel nosotros en cuyo ámbito Dios sale en su busca. Esta
correlación se ajusta a lo que la razón humana y la experiencia
histórica nos enseñan. Nadie puede construir con sus propias
fuerzas un puente que salve el infinito. No hay voz humana que sea
lo bastante fuerte como para hacerse oír por sí misma del infinito.
Ningún espíritu, por agudo que sea, es capaz de saber con certeza
quién es Dios, si El le escucha o cómo ha de comportarse con El. De
ahí que en la historia de las religiones y de la filosofía pueda
observarse un particular desacuerdo con relación al problema de
Dios. Por un lado, ha existido siempre una evidencia fundamental
acerca de la realidad de Dios, y esta evidencia basilar existe también
en nuestros días. La realidad a que Pablo se refiere en la carta a los
Romanos (/Rm/01/19-20), haciéndose eco del libro de la Sabiduría
del Antiguo Testamento (/Sb/13/04s), es decir, que el Creador se
manifiesta en la creación, de modo que puede ser conocido, no es
en manera alguna un postulado dogmático, sino una verificación
objetiva, confirmada por la historia de las religiones. Pero Pablo, al
tiempo que recoge y profundiza el pensamiento del libro de la
Sabiduría, añade que esta evidencia va siempre acompañada de un
tremendo oscurecimiento y deformación de la imagen de Dios.
También aquí nos hallamos ante la simple descripción de un hecho,
porque la existencia de Dios, hoy como ayer, se nos da siempre
como una realidad inmensamente enigmática. En el momento en que
se intenta describir a este Dios, darle un nombre, relacionar con El
la vida humana o responder a su presencia, la imagen de Dios se
descompone en representaciones contradictorias, que no sólo
eliminan la evidencia originaria, sino que pueden oscurecerla hasta
hacerla irreconocible y, en casos extremos, pueden llegar incluso a
desarraigarla por completo.
La observación de la historia de las religiones nos descubre otro
dato importante. En esa historia aparece de una manera insistente
el tema de la revelación. En ella apunta en primer lugar, bajo un
aspecto negativo, la idea de que el hombre no es capaz por sí
mismo de establecer relaciones con la divinidad. El hombre sabe
que no puede obligar a la divinidad a que se relacione con él. Esto
significa, en sentido positivo, que los modos posibles de relación con
Dios se dejan a una iniciativa de la divinidad que ha sido proclamada
en la enunciación de la sabiduría de los antiguos, en el marco de
una comunidad a través de la cual se ha transmitido. En suma: la
conciencia de que la religión ha de fundarse sobre una autoridad
más alta que la que proviene de la propia razón y de que tiene
necesidad de una comunidad que la sostenga, pertenece
igualmente al conocimiento fundamental de la humanidad, aunque
con matices y grados diversos y también con distorsiones.
JOSEPH
RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 144
ss.