Preciosa Sangre
EnciCato
La sangre de nuestro Divino Salvador. Jesús, en la Ultima Cena, le atribuye el
mismo poder dador de vida que corresponde a Su carne (ver EUCARISTIA). Los
apóstoles, San Pedro (I Pedro, i, 2, 19), San Juan (I Juan, i, 7; Ap. i, 5
etc.), y sobre todo San Pablo (Rom., iii, 25; Ef. i, 7; Hebr., ix, x) la
consideran como sinónimo con Pasión y Muerte de Jesús, la fuente de redención.
La Preciosa Sangre es por tanto una parte de la Sacra Humanidad e
hipostáticamente unida a la Segunda Persona de la Santa Trinidad. En el siglo
quince algunos teólogos, con un propósito de determinar si la sangre derramada
por el Salvador durante Su Pasión permaneció unida a la Palabra o no, llegaron
al punto de si la Preciosa Sangre es una parte esencial o solamente es
acompañante de la Sacra Humanidad. Si parte esencial, arguyen ellos, nunca
podría ser separada de la Palabra; si solo acompañante, podría serlo. Los
Dominicos sostenían la primera opinión, y los Franciscanos la segunda. Pio II,
en cuya presencia tuvo lugar la discusión, no ejecutó ninguna decisión doctrinal
sobre el punto en disputa. Sin embargo, principalmente desde el Concilio de
Trento (Sess. XIII, c. 3) llamó al cuerpo y la sangre de Jesús “partes del Señor
Jesucristo”; la tendencia del pensamiento teológico ha estado en favor de la
doctrina Dominicana. Suárez y de Lugo no aprueban la opinión de los
Franciscanos, y Faber escribe: “No es meramente un acompañante de la carne, un
accidente inseparable del cuerpo. La sangre misma, como sangre, fue asumida por
la Segunda Persona de la Santa Trinidad” (Precious Blood, i). La sangre
derramada durante el triduo de la Pasión, por consiguiente volvió a unirse al
cuerpo de Cristo en la Resurrección, con la posible excepción de unas pocas
partículas que inmediatamente perdieron su unión con la Palabra y se
convirtieron en reliquias santas para ser veneradas pero no adoradas. Algunas de
tales partículas pueden haberse adherido y aún se adhieren a los instrumentos de
la Pasión, v.g. clavos, columna del azotamiento, la Escala Santa. Varios lugares
como Saintes, Bruges, Mantua, etc. exigen, con fundamento en antiguas
tradiciones, poseer reliquias de la Preciosa Sangre, pero es a menudo difícil
decir si las tradiciones son correctas. Vista como una parte de la Sacra
Humanidad hipostáticamente unida a la Palabra, la Preciosa Sangre merece culto
de latría o adoración. Puede también, como el Corazón o las Llagas de las cuales
fluyó, ser singularizada para honra especial, hasta cierto punto como se le
rindió honra especial desde el comienzo por San Pablo y los Padres que tan
elocuentemente alabaron su virtud redentora y apoyaron en ella el espíritu
Cristiano de autosacrificio. Como anota Faber, las vidas de los santos están
repletas con la devoción a la Preciosa Sangre. En el debido transcurso del
tiempo la Iglesia dio forma y autorización a la devoción, aprobando sociedades
como los Misioneros de la Preciosa Sangre; enriqueciendo confraternidades como
aquella de San Nicolás in Carcere, en Roma, y aquella del Oratorio de Londres;
atribuyendo indulgencias a las oraciones y escapularios en honor de la Preciosa
Sangre; y estableciendo fiestas conmemorativas de la Preciosa Sangre, el Jueves
siguiente al cuarto Domingo de Cuaresma y, desde Pio IX, el primer Domingo de
Julio.
BENEDICT XIV, De servorum Dei Beatificatione, II, 30; IV, ii, 10, de Festis, I,
8 (Rome, 1747); FABER, The Precious Blood (Baltimore, s.d.); HUNTER, Outlines of
Dogm. Theol. (New York, 1896); IOX, Die Reliquien des Kostb. Blutes (Luxemburg,
1880); BERINGER, Die Ablässe (12th ed., Paderborn, 1900).
J.F. SOLLIER
Transcrito por W. Stuart French, Jr.
Dedicado a Theresa Gloria Roberts French
Traducido por Daniel Reyes V.