Reforma Protestante
EnciCato
El término usual para el movimiento religioso que hizo su aparición en la Europa
Occidental en el siglo XVI, y el cual, mientras clamaba ostensiblemente por una
renovación interna de la Iglesia, condujo realmente a una gran revuelta contra
ella y a un abandono de las principales creencias religiosas. Debemos rever las
características generales de este movimiento desde las siguientes perspectivas:
Causas de la Reforma;
Ideas y Propósitos Originales de los Reformistas;
Métodos de difusión de la Reforma;
Difusión de la Reforma en los Varios Países;
Diferentes Formas de la Reforma;
Resultados y consecuencias de la Reforma
I. CAUSAS DE LA REFORMA
Las causas de la gran revuelta religiosa del siglo XVI, deben ser buscadas desde
tan atrás como el siglo XIV. La doctrina de la Iglesia, es verdad, había
permanecido pura; vidas santas eran todavía frecuentes en todas partes de
Europa, y las numerosas instituciones medievales de beneficio de la Iglesia
continuaron su curso ininterrumpidamente. Cualesquiera condiciones
desafortunadas que existieran fueron en gran parte debido a influencias civiles
y profanas o al ejercicio de la autoridad por eclesiásticos en esferas civiles;
estas no tuvieron la misma intensidad en todos lugares, tampoco ocurrieron
siempre de manera simultánea en el mismo país. La vida eclesiástica y religiosa
mostró en varios lugares vigor y variedad; abundaron obras de educación y
caridad; el arte religioso en todas sus formas tenía una fuerza viva; misioneros
domésticos eran muchos e influyentes; la literatura piadosa y edificante era
común y apreciada. Sin embargo, gradualmente y en gran parte debido al espíritu
variadamente hostil de los poderes civiles, nutridos e intensificados por muchos
elementos del nuevo orden, crecieron en muchas partes de Europa condiciones
políticas y sociales que pusieron trabas a las sinceras actividades de
reformación en la Iglesia, y que favorecieron a los arrojados e inescrupulosos,
que encontraron una oportunidad única para liberar todas las fuerzas de la
herejía y del cisma por tanto tiempo refrenadas por la armoniosa acción de las
autoridades eclesiásticas y civiles.
A. Desde las invasiones bárbaras la Iglesia había efectuado una completa
transformación y revitalización de las razas de la Europa Occidental y un
glorioso desarrollo de la vida intelectual y religiosa. El papado había llegado
a ser el poderoso centro de la familia Cristiana de las naciones, y como lo
había hecho por los siglos, en unión con el episcopado y el clero, realizó una
actividad de las más benéficas. Con la organización eclesiástica completamente
desarrollada, llego a darse el que las actividades de gobierno de los cuerpos
eclesiásticos no estuvieran más confinadas al ámbito eclesiástico, sino que
afectaban casi toda esfera de la vida popular. Gradualmente, una lamentable
actitud mundana fue manifestándose en muchos altos eclesiásticos. Su objeto
principal –conducir a los hombres a su meta eterna– tomaba muy poco de su
atención, y las actividades mundanas se volvieron en muchos casos su principal
interés. Poder político, posesiones materiales, privilegiada posición en la vida
pública, la defensa de derechos históricos antiguos, intereses terrenales de
diversos tipos eran muy frecuentemente el principal propósito de muchos del alto
clero. La solicitud pastoral, el propósito específicamente religioso y
eclesiástico, fue bastante relegada a un segundo plano, sin dejar de considerar
diversos intentos vivos y exitosos de rectificar los males existentes.
B. Conectados de cerca con lo anterior, existían diversos abusos en la vida del
clero y del pueblo. En la Curia Papal los intereses políticos y una vida mundana
eran con frecuencia prominentes. Muchos obispos y abades (especialmente en los
países en los cuales también eran príncipes del territorio) se mostraban a sí
mismos más como soberanos seculares que como siervos de la Iglesia. Muchos
miembros de los capítulos de la catedral y otros eclesiásticos beneficiados
estaban principalmente preocupados con su renta y en cómo hacer para aumentarla,
especialmente a través de la unión de prebendas (incluso sedes episcopales) en
las manos de una persona, que luego gozaba de una gran renta y mayor poder. La
lujuria prevaleció abiertamente entre el alto clero, mientras el bajo clero era
frecuentemente oprimido. La formación científica y ascética del clero dejaba
mucho que desear, siendo el estándar de muchos muy bajo y la práctica del
celibato no observada en todos lados. No menos seria era la condición de muchos
monasterios masculinos e, incluso, femeninos (que eran frecuentemente hogares
para las hijas solteras de la nobleza). El prestigio formal del clero había
sufrido así enormemente, y sus miembros eran en muchos lugares considerados con
desprecio. Para el pueblo Cristiano, en muchos distritos la ignorancia, la
superstición, la indiferencia religiosa y la inmoralidad eran corrientes. Sin
embargo, esfuerzos vigorosos para restaurar la vida fueron hechos en la mayoría
de las tierras, y lado por lado con este decaimiento moral aparecen numerosos
ejemplos de sincera y recta vida cristiana. Tales esfuerzos, no obstante, eran
muy frecuentemente confinados a círculos limitados. Desde el siglo catorce, la
demanda por una "reforma de la cabeza y de los miembros" (reformatio in capite
et in membris) había sido voceada con una cada vez mayor energía por hombres
serios y sensatos, pero el mismo reclamo fue sostenido también por hombres que
no tenían un deseo sincero de una renovación religiosa, aspirando meramente a
reformas para los demás pero no para sí mismos y buscando solamente sus propios
intereses. Este llamado por la reforma de la cabeza y de los miembros, discutido
en muchos escritos y en conversaciones con insistencia acerca de los abusos
existentes y con frecuencia exagerados, tendía necesariamente a rebajar aún más
al clero a los ojos de las personas, especialmente porque los concilios del
siglo XV, aunque bastante ocupados en tentativas de reforma, no tuvieron éxito
en cumplirlas extensiva o permanentemente.
C. La autoridad de la Santa Sede también había sido seriamente dañada, en parte
por culpa de algunos de sus ocupantes y en parte por acción de los príncipes
seculares. La transferencia del Papa a Aviñón, en el siglo XIV, fue un grave
error. Desde entonces el carácter universal del Papado quedó obscurecido en las
mentes de los Cristianos. Ciertas fases del pleito con Luis el Bavaro y con los
Espirituales Franciscanos claramente indicaban un declinar del poder papal. La
explosión más severa ocurrió con el desastroso cisma papal (1378-1418) que
familiarizó a los Cristianos de Occidente con la idea de que la guerra debía ser
hecha, con todas las armas materiales y espirituales, contra uno a quien que
muchos otros Cristianos consideraban como único Papa legítimo. Después de la
restauración de la unidad, los intentos de reforma de la Curia Papal no fueron
consistentes. El Humanismo y los Ideales del Renacimiento fueron celosamente
cultivados en Roma y, desafortunadamente, las tendencias paganas de ese
movimiento, tan opuestas a la ley moral Cristiana, afectaron muy profundamente
la vida de muchos altos eclesiásticos, hasta el punto que esas ideas mundanas,
la lujuria, y la inmoralidad rápidamente ganaron terreno en el centro de la vida
eclesiástica. Cuando la autoridad eclesiástica se debilitó en la cabeza-fontal,
necesariamente decayó en todos los demás lugares. También había serios abusos
administrativos en la Curia Papal. La cada vez mayor centralización de la
administración eclesiástica había originado que muchos beneficios eclesiásticos
en todas las partes de la Cristiandad fuesen conferidos a Roma, mientras que en
la concesión de los mismos los intereses personales del peticionario, eran con
mucha frecuencia considerados antes que las necesidades espirituales de los
fieles. Los diversos tipos de restricción también se habían convertido en un
grave abuso. La insatisfacción se sintió ampliamente entre el clero con las
muchas tazas impuestas por la Curia en referencia a los beneficios
eclesiásticos. En el siglo XIV esas tazas provocaron grandes quejas.
Proporcionalmente a la pérdida de respecto de muchos por la autoridad papal, el
resentimiento creció tanto contra la Curia como contra el Papado. Los concilios
de reforma del siglo XV, envés de mejorar la situación, debilitaron más todavía
a las más altas autoridades eclesiásticas por razón de sus tendencias y medidas
anti-papales.
D. Mientras tanto, se había desarrollado en los príncipes y gobernadores una
conciencia nacional, puramente temporal y en gran parte hostil a la Iglesia; las
fuerzas del mal interfirieron más frecuentemente en cuestiones eclesiásticas y
la influencia directa ejercida por laicos en la administración doméstica de la
Iglesia aumentó rápidamente. En el transcurso de los siglos XIV y XV, surgió el
moderno concepto de Estado. Durante el periodo precedente muchas cuestiones de
una naturaleza secular o mixta habían sido reguladas o gobernadas por la
Iglesia, en contacto con el desarrollo histórico de la sociedad Europea. Con la
creciente auto-conciencia del Estado, los gobiernos seculares buscaron controlar
todo lo que cabía dentro de su competencia, lo cual, aunque en gran parte
justificable, era nuevo y ofensivo, y condujo luego a frecuentes colisiones
entre Iglesia y Estado. El Estado, además, debido a la cercana conexión
histórica entre los órdenes secular y eclesiástico, invadió el ámbito eclesial.
Durante el curso del Cisma de Occidente (1378-1418) los papas adversarios
buscaban el apoyo de los poderes seculares, y entonces dieron a los últimos
ocasión abundante para interferir en asuntos puramente eclesiásticos.
Nuevamente, para fortalecer su autoridad en la de cara a tendencias anti-papales,
los papas del siglo XV hicieron en varias ocasiones ciertas concesiones a las
autoridades civiles, tanto que éstas vinieron a considerar los asuntos
eclesiásticos como dentro de su dominio. En lo futuro, la Iglesia habría de
estar no sobre, sino subordinada al poder civil, y crecientemente amenazada con
una total sujeción. De acuerdo a la autoconciencia nacional desarrollada en los
varios países de Europa, el sentido de la unidad e interdependencia de la
familia Cristiana de naciones se hizo más débil. La envidia entre las naciones
aumentó, el egoísmo ganó terreno, se hizo más ancha la brecha entre la política
y la moral y religión Cristianas, y peligrosas y descontentas tendencias
revolucionarias se esparcieron rápidamente entre la gente. Mientras tanto, el
amor por la riqueza recibió un gran incentivo con el descubrimiento del Nuevo
Mundo, el rápido desarrollo del comercio y la nueva prosperidad de las ciudades.
En la vida pública, se manifestó una polifacética e intensa actividad,
presagiando una nueva era e inclinando la mentalidad popular a cambios en la
hasta ahora indivisa provincia de la religión.
E. El Renacimiento y el Humanismo introdujeron parcialmente y nutrieron
grandemente esas condiciones. El amor al lujo fue pronto asociado con el
renacimiento del arte y de la literatura del paganismo Greco-Romano. El ideal
religioso del Cristianismo estaba perdido de vista para una gran extensión de
gente; la más alta cultura intelectual, anteriormente confinada en gran medida
al clero, pero ahora común entre el laicado, asumió un carácter secular y fue en
muchos casos nutrida activa y prácticamente por un espíritu, moralidad y
perspectivas paganas. Un crudo materialismo apareció entre las clases más altas
de la sociedad y en el mundo educado, caracterizado por un gran amor al placer,
un deseo de adquisición, y una voluptuosidad de vida diametralmente opuesta a la
moralidad Cristiana. Apenas un tímido interés en la vida sobrenatural
sobrevivió. El nuevo arte de imprimir hizo que fuera posible diseminar
abiertamente las obras de autores paganos y de sus imitadores humanistas. Poemas
y romances inmorales, picantes sátiras sobre personalidades e instituciones
eclesiásticas, trabajos y canciones revolucionarias, circularon en todas las
direcciones y causaron inmenso daño. A medida que creció el humanismo, trabó una
violenta guerra contra el Escolasticismo de aquel tiempo. El método teológico
tradicional se había degenerado bastante debido al meticuloso, quisquilloso modo
de tratar las cuestiones teológicas, y un sólido y fuerte tratamiento de la
teología había infelizmente desaparecido de muchas escuelas y escritos. Los
Humanistas cultivaron nuevos métodos y basaron la Teología en la Biblia y en el
estudio de los Padres de la Iglesia, un movimiento esencialmente bueno que
correctamente desarrollado debería haber renovado el estudio de la Teología.
Pero la violencia de los Humanistas, su exagerado ataque al Escolasticismo y la
frecuente obscuridad de su enseñanza suscitaron una fuerte oposición de parte de
los Escolásticos más representativos. El nuevo movimiento, sin embargo, había
ganado la simpatía del mundo laico y de la sección del clero devota al
Humanismo. Se hizo demasiado inminente el peligro de que la Reforma no se
quedara confinada a los métodos teológicos sino que se extendiera al contenido
del dogma, y de que encontrara apoyo de difusión en los círculos humanistas.
El suelo estaba entonces listo para el crecimiento de movimientos
revolucionarios en la esfera religiosa. Muchas graves advertencias fueron de
hecho proclamadas, indicando el inminente peligro y urgiendo una fundamental
reforma de las malas condiciones de entonces. Mucho había sido hecho en esa
dirección por el movimiento de reforma en varias órdenes religiosas y por los
esfuerzos apostólicos de individuos celosos. Pero una renovación general de la
vida eclesiástica y un mejoramiento uniforme de las malas condiciones, empezando
por Roma misma, el centro de la Iglesia, no fue prontamente asumido, y pronto
fue necesario tan sólo un impulso externo para precipitar una revolución, que
habría separar de la unidad de la Iglesia grandes territorios de Europa Central
y a casi todo el Norte de Europa.
II. PROPÓSITOS E IDEAS ORIGINALES DE LOS REFORMISTAS
El primer impulso para la secesión fue proporcionado por la oposición de Lutero
en Alemania y de Zuinglio en la Suiza Alemana a la promulgación por parte de
León X de una indulgencia por contribuciones para la construcción de la nueva
Basílica de San Pedro en Roma. Desde tiempo atrás había sido costumbre que los
Papas confiriesen indulgencias por construcciones de servicio público (p. ej.
Puentes). En tales casos, la verdadera doctrina de las indulgencias como una
remisión de las penas del pecado (no de la culpa del pecado) había sido siempre
sostenida, y las condiciones necesarias (especialmente la obligación de una
contrita confesión para obtener la absolución del pecado) eran siempre
inculcadas. Pero el donativo para un buen fin, prescrito apenas como una buena
obra suplementaria a las condiciones principales para el lucro de la
indulgencia, era con frecuencia prominentemente enfatizado. Los comisarios de la
indulgencia buscaron colectar la mayor cantidad de dinero posible en conexión
con la indulgencia. De hecho, muchas veces desde el Cisma de Occidente, las
necesidades espirituales de las personas no recibieron tanta consideración como
motivo para la promulgación de una indulgencia, como la necesidad de un buen fin
por la promoción del cual podía ser lucrada la indulgencia, y la consecuente
necesidad de obtener limosnas para ese fin. La guerra contra los Turcos y otras
crisis, la erección de iglesias y monasterios y numerosas otras causas llevaron
a la concesión de indulgencias en el siglo XV. Los consecuentes abusos eran
intensificados por el hecho de que los mandatarios seculares frecuentemente
prohibían la promulgación de las indulgencias dentro de sus territorios,
consintiendo apenas con la condición de que una porción de los recibimientos les
fuese dada a ellos. Sin embargo, en la práctica y, por consiguiente, en la mente
del público la promulgación de indulgencias tomó un cariz económico y, como era
frecuente, muchos vinieran a considerarlas como un impuesto opresivo. Vanamente
levantaron sus voces hombres rectos contra ese abuso, lo que suscitó no poca
amargura contra el orden eclesiástico y, particularmente, contra la Curia Papal.
La promulgación de indulgencias para la nueva Basílica de San Pedro proporcionó
a Lutero una oportunidad para atacar a las indulgencias en general, y ese ataque
fue la causa inmediata de la Reforma en Alemania. Poco después, la misma razón
condujo a Zuinglio a aplicar sus equivocadas enseñanzas, inaugurando con eso la
Reforma en la Suiza Germana. Ambos declararon que estaban atacando tan solo a
los abusos de las indulgencias; sin embargo, pronto enseñaron una doctrina en
muchas formas contraria a la enseñanza de la Iglesia.
La gran aceptación que recibió Lutero en su primera aparición, tanto en círculos
humanísticos como entre algunos teólogos y algunos de los laicos de buena línea,
fue debida a una insatisfacción con los abusos existentes. Sus propias visiones
erradas y la influencia de una porción de sus seguidores lo condujeron bien
pronto a rebelarse contra la autoridad eclesiástica como tal, y consecuentemente
a la abierta apostasía y al cisma. Sus principales partidarios en el origen
estaban entre los Humanistas, el clero inmoral, y los más bajos grados de la
nobleza terrateniente imbuida de tendencias revolucionarias. Pronto fue evidente
que planeaba subvertir todas las instituciones fundamentales de la Iglesia.
Empezando por proclamar la falsa doctrina de la "justificación por la sola fe",
rechazo después todas las medicinas sobrenaturales (especialmente los
sacramentos y la Misa), negó el mérito de las buenas obras (condenando así los
votos monásticos y al ascetismo cristiano en general), y finalmente rechazó la
institución de un genuino sacerdocio jerárquico (especialmente el papado) en la
Iglesia. Su doctrina de la Biblia como la única regla de la fe, con el rechazo
de toda autoridad eclesiástica, estableció el subjetivismo en cuestiones de fe.
Por este asalto revolucionario, Lutero perdió el apoyo de muchas personas serias
indispuestas a romper con la Iglesia, pero, por otro lado, conquistó a todos los
elementos anti-eclesiásticos, incluyendo a numerosos monjes y monjas que dejaron
los monasterios para romper sus votos y muchos sacerdotes que abrazaron su causa
con la intención de casarse. El apoyo de su soberano, Federico de Sajonia, fue
de gran importancia. Pronto después, príncipes seculares y magistrados
municipales hicieron de la Reforma un pretexto para interferencias arbitrarias
en asuntos puramente religiosos y eclesiásticos, para apropiarse de la propiedad
eclesiástica y disponer de la misma a su voluntad, y para decidir qué fe
deberían aceptar sus súbditos. Algunos seguidores de Lutero llegaron incluso a
mayores extremos. Los Anabaptistas y los "Iconoclastas" revelaron las más
extremas posibilidades de los principios defendidos por Lutero, mientras en la
Guerra de los Campesinos, los elementos más oprimidos de la sociedad alemana
pusieron en práctica la doctrina del reformista. Los asuntos eclesiásticos eran
ahora reorganizados sobre la base de las nuevas enseñanzas; de aquí en adelante
el poder secular es aún más claramente el juez supremo en cuestiones puramente
religiosas y desconoce completamente cualquier autoridad eclesiástica
independiente.
Un segundo centro de la Reforma fue establecido por Zuinglio en Zurich. Aunque
se distinguió en muchos detalles de Lutero, y era mucho más radical que el
último en su transformación del ceremonial de la Misa, los propósitos de sus
seguidores eran idénticos a los de los luteranos. Consideraciones políticas
jugaron un gran papel en el desarrollo del Zuinglianismo, y la magistratura de
Zurich, después que una mayoría de sus miembros se hubo declarado a favor de
Zuinglio, se convirtió en una celosa protectora de la Reforma. Decretos
arbitrarios fueron promulgados por los magistrados con relación a la
organización eclesiástica; los consejeros que permanecieron fieles a la Fe
Católica fueron expulsados del consejo, y los servicios católicos fueron
prohibidos en la ciudad. La ciudad y el cantón de Zurich fueron reformados por
las autoridades civiles de acuerdo a las ideas de Zuinglio. Otras partes de la
Suiza Alemana experimentaron un destino similar. La Suiza Francesa desarrolló
más tarde su propia Reforma peculiar; esta fue organizada en Ginebra por
Calvino. El Calvinismo es distinto del Luteranismo y del Zuinglianismo por una
forma más rígida y consistente de doctrina y por el rigor de sus preceptos
morales, que regulan la entera vida doméstica y pública de los ciudadanos. La
organización eclesiástica de Calvino fue declarada ley fundamental de la
República de Ginebra y las autoridades dieron su total apoyo al reformista en el
establecimiento de su nuevo tribunal de ética. La palabra de Calvino era la
autoridad suprema y él no toleró contradicción alguna a sus visiones y normas.
El Calvinismo fue introducido en Ginebra y en el campo circundante a través de
la violencia. Los sacerdotes Católicos fueron desterrados y las personas
oprimidas y compelidas a asistir a los sermones Calvinistas.
El origen de la Reforma en Inglaterra fue completamente distinto. Aquí, el
sensual y tiránico Enrique VIII, con el apoyo de Tomás Cranmer, a quien el rey
nombró Arzobispo de Canterbury, apartó a su país de la unidad eclesial porque el
papa, como el verdadero guardián de la ley Divina, se negó a reconocer el
inválido matrimonio del rey con Ana Bolena estando viva su legítima esposa.
Dejando la obediencia al papa, el despótico monarca se constituyó a sí mismo
como el juez supremo incluso en asuntos eclesiásticos; la oposición de algunos
hombres buenos como Tomás Moro y Juan Fisher termino en sangre. El rey, no
obstante, deseaba mantener intocadas tanto las doctrinas de la Iglesia como la
jerarquía eclesiástica, y originó una serie de doctrinas e instituciones
rechazadas por Lutero y sus seguidores para que fuesen estrictamente prescritas
por un Acta del Parlamento (Seis Artículos) bajo pena de muerte. En Inglaterra,
el poder civil también se constituyó a sí mismo como el juez supremo en
cuestiones de fe, y puso la base para ulteriores innovaciones religiosas
arbitrarias. Bajo el siguiente soberano, Eduardo VI (1547-1553), el partido
Protestante conquistó la supremacía y, de aquí en adelante, empezó a promover la
Reforma en Inglaterra de acuerdo a los principios de Lutero, Zuinglio y Calvino.
Aquí también la fuerza fue empleada para difundir las nuevas doctrinas. Este
último esfuerzo del movimiento de Reforma fue prácticamente confinado a
Inglaterra (ver ANGLICANISMO).
III. EL MÉTODO DE DIFUSIÓN DE LA REFORMA
Los fundadores y colaboradores de la Reforma no fueron escrupulosos al elegir
los medios para la extensión de la misma, valiéndose de cualquier factor que
pudiese contribuir con su movimiento.
A. La denuncia de abusos reales y supuestos en la vida eclesial fue
–especialmente al comienzo– uno de los principales métodos empleados por los
reformistas para promocionar sus designios. Por esos medios ellos conquistaron a
muchos que estaban insatisfechos con las condiciones existentes y estaban listos
a apoyar a cualquier movimiento que prometía un cambio. Pero fue especialmente
el explícito odio a Roma y a los miembros de la jerarquía, nutrido por las
incesantemente repetidas y apenas pocas veces justificables quejas sobre los
abusos, que más eficientemente apoyaron a los reformistas, quienes muy pronto
atacaron violentamente la autoridad papal, reconociendo en ella la suprema
defensora de la Fe Católica. De aquí, multitud de pasquines, muchas veces de lo
más vulgares, contra el papa, los obispos y, en general, en contra de todos los
representantes de la autoridad eclesiástica. Esos panfletos eran circulados por
todos sitios entre el pueblo y, con eso, el respecto por la autoridad fue
todavía más violentamente debilitado. Pintores prepararon caricaturas insolentes
y degradantes del papa, del clero y de los monjes para ilustrar el texto de los
hostiles panfletos. Trabada con todas las armas posibles –incluso las más
reprensibles–, esa guerra contra los representantes de la Iglesia, como los
supuestos causantes de todos los abusos eclesiales, preparó el camino para la
recepción de la Reforma. No se mantuvo ya la distinción entre los abusos
temporales y enmendables y las verdades cristianas sobrenaturales fundamentales;
junto con los abusos, importantes instituciones eclesiásticas, que se
descansaban sobre una fundación Divina fueron simultáneamente abolidas.
B. También se tomo ventaja de las divisiones existentes en muchos lugares entre
las autoridades civiles y eclesiásticas. El desarrollo del Estado –en su forma
moderna– entre los pueblos Cristianos de Occidente, dio cabida a muchas disputas
entre el clero y el laicado, entre los obispos y las ciudades, entre los
monasterios y los señores territoriales. Cuando los reformistas le quitaron al
clero toda autoridad, especialmente toda influencia en asuntos públicos,
permitieron a los príncipes y a las autoridades municipales finalizar esa larga
contienda pendiente para su propia ventaja, atribuyéndose arbitrariamente todos
los derechos en disputa, aboliendo la jerarquía cuyos derechos ellos usurparon,
y estableciendo después por su propia autoridad una organización eclesial
completamente nueva. El clero Reformado poseyó entonces, desde el comienzo,
apenas aquellos derechos que las autoridades civiles estuviesen complacidas en
asignarle. Consecuentemente, las Iglesias nacionales Reformadas fueron
completamente subordinadas a la autoridad civil y los Reformistas, que habían
encargado al poder civil la actual ejecución de sus principios, no tenían ahora
medio alguno para librarse de esa servidumbre.
C. En el transcurso de los siglos un inmenso número de fundaciones habían sido
hechas con fines religiosos, caritativos y educacionales, y habían sido
provistas con ricos recursos materiales. Iglesias, monasterios, hospitales y
escuelas tenían con frecuencia grandes rentas y extensivas posesiones, que
suscitaban la envidia de los gobernadores seculares. La Reforma permitió a estos
secularizar esa vasta riqueza eclesial, dado que los líderes de la Reforma
constantemente vituperaron la centralización de tales riquezas en las manos del
clero. Los príncipes y autoridades municipales fueron entonces invitadas a
dividir la propiedad eclesiástica, y a emplearla para sus propios propósitos.
Los principados eclesiásticos, que eran encargados a los inquilinos solamente
como personas eclesiásticas para la administración y usufructo, fueron, a
despecho de la ley en vigencia, por la exclusión de los inquilinos,
transformados en principados seculares. De esa manera los Reformistas tuvieron
éxito en privar a la Iglesia de la riqueza temporal provista para sus muchas
necesidades y desviando la misma para su propio beneficio.
D. Las emociones humanas, a las cuales los Reformistas apelaron de las más
diversas maneras, fueron otro medio de expansión de la Reforma. Las mismas ideas
que estos innovadores defendían --libertad Cristiana, licencia de pensamiento,
el derecho y capacidad de cada individuo de encontrar su propia fe en la Biblia
y otros principios similares-- eran muy seductores para muchos. La abolición de
instituciones religiosas que actuaron como un freno a la pecadora naturaleza
(confesión, penitencia, ayuno, abstinencia, promesas) atrajo a los lujuriosos y
frívolos. La guerra contra las órdenes religiosas, contra la virginidad y el
celibato, contra las prácticas de una vida Cristiana más elevada, conquistó para
la Reforma a un gran número de aquellos que, sin una vocación real, habían
asumido la vida religiosa por motivos puramente humanos y mundanos, y que
deseaban verse libres de obligaciones con relación a Dios, que se habían vuelto
costosas, y para ser libres para satisfacer sus apetitos sensuales. Podían
hacerlo de la manera más fácil, una vez que la confiscación de la propiedad de
las Iglesias y monasterios posibilitó proveer el avance material de aquellos que
antes eran monjes y monjas y de los sacerdotes que apostataron. En los
innumerables escritos y panfletos dirigidos al pueblo, los Reformistas hicieron
de eso su frecuente empeño para excitar los instintos humanos más bajos. Contra
el papa, la Curia Romana y los obispos, sacerdotes, monjes y monjas que habían
permanecido fieles a sus convicciones Católicas, los más increíbles pasquines y
escritos difamatorios eran diseminados. En lenguaje de suma vulgaridad,
doctrinas Católicas e instituciones eran deformadas y ridiculizadas. Entre los
más pobres, la mayoría analfabeta, y los elementos abandonados de la población,
las pasiones e instintos más bajos fueron estimulados y presionados para el
servicio de la Reforma.
E. Al principio, muchos obispos demostraron gran apatía con relación a los
Reformistas, no dando ninguna importancia al nuevo movimiento; les fue dado así
un tiempo más largo a las cabezas del movimiento para expandir sus doctrinas.
Incluso más tarde, muchos obispos inclinados-mundanamente, aunque permaneciendo
fieles a la Iglesia, eran muy laxos en el combate contra la herejía y en el
empleo de medios adecuados para prevenir su posterior avance. Lo mismo debe
decirse del clero parroquial, que era en gran parte ignorante e indiferente, y
contemplaba inútilmente el abandono de las personas. Los Reformistas, por otro
lado, demostraron un mayor celo por su causa. No dejando medio alguno sin
utilizar, por palabra o la pluma, por la constante interacción con personas de
mentalidad similar, por la elocuencia popular, en el empleo de la cual los
líderes de la Reforma eran especialmente hábiles, a través de sermones y
escritos populares que apelaban a las debilidades del carácter popular, a través
de la incitación del fanatismo de las masas, en suma, a través de una
inteligente y celosa utilización de toda oportunidad y apertura que se les
presento, ellos probaron su ardor por la expansión de sus doctrinas. Mientras
tanto, procedieron con gran astucia, aparentando adherirse estrictamente a las
verdades esenciales de la Fe Católica, retuvieron al principio muchas de las
ceremonias externas del culto Católico, y declararon su intención de abolir sólo
las cosas respaldadas por invención humana, buscando así engañar al pueblo con
relación a los verdaderos fines de su actividad. Hallaron de hecho muchos
opositores piadosos y celosos entre lo mejor del clero regular y secular, pero
la gran necesidad, especialmente al comienzo, era una resistencia universalmente
organizada y conducida sistemáticamente contra esta falsa reforma.
F. Muchas nuevas instituciones introducidas por los Reformistas favorecieron a
la muchedumbre --p. ej. la recepción del cáliz por todas las personas, el uso de
la lengua vernácula en el servicio divino, los himnos religiosos populares
usados durante los servicios, la lectura de la Biblia, la negación de las
diferencias esenciales entre el clero y el laicado--. En esa categoría deben ser
incluidas doctrinas que tenían gran atracción para muchos --por ejemplo, la
justificación por la sola fe sin referencia a las buenas obras; el rechazo de la
libertad de voluntad, que ofreció una excusa para lapsos morales; la certeza
personal de la salvación en la fe (confianza subjetiva en los méritos de
Cristo), el sacerdocio universal, que parecía dar a todos una parte directa en
las funciones sacerdotales y en la administración eclesiástica.
G. Finalmente, uno de los principales medios empleados para promover la
expansión de la Reforma fue el uso de la violencia por parte de los príncipes y
de las autoridades municipales. Los príncipes que permanecían Católicos eran
expulsados y reemplazados por adherentes de la nueva doctrina, y las personas
eran compelidas a asistir a los nuevos servicios. Los fieles adheridos a la
Iglesia eran perseguidos de diversas maneras y las autoridades civiles se
encargaron de que la fe de los descendientes de aquellos que se habían opuesto
fuertemente a la Reforma fuese gradualmente destruida. En muchos lugares las
personas eran apartadas de la Iglesia con una violencia brutal; en cualquier
lugar, para engañar a las personas, el artificio empleado era el de retener el
rito Católico fuera de circulación por un largo tiempo, prescribiendo para el
clero reformado las vestimentas eclesiásticas del culto Católico. La Historia de
la Reforma muestra incontestablemente que el poder civil fue el principal factor
de su expansión en todas las tierras y, que en última instancia, no fueron
intereses religiosos sino dinásticos, políticos y sociales los que resultaron
decisivos. Añádase a esto el hecho de que los príncipes y los magistrados
municipales que se habían unido a los Reformistas tiranizaron groseramente las
conciencias de sus súbditos y ciudadanos. Todos deben aceptar la religión
prescrita por el regulador civil. El principio "Cuius regio, illius et religio"
(Los súbditos deben someterse a la elección de religión del jefe del territorio)
es un fruto de la Reforma y fue puesto en práctica por ella y por sus adherentes
en cualquier lugar en donde poseyeron la fuerza necesaria.
IV. LA DIFUSIÓN DE LA REFORMA EN LOS DIVERSOS PAÍSES
Alemania y la Suiza Alemana
La Reforma fue inaugurada en Alemania cuando Lutero fijó sus celebradas tesis en
la puerta de la iglesia en Wittemberg, el 31 de Octubre de 1517. Lutero fue
protegido de las consecuencias de la excomunión papal y de la proscripción
imperial por el Elector Federico de Sajonia, su soberano territorial. Mientras
adoptaba exteriormente una actitud neutral, fomentó posteriormente la formación
de comunidades luteranas dentro de sus dominios, después de que Lutero hubo
retornado a Wittemberg y reasumió allí el liderazgo del movimiento de reforma,
en oposición a los Anabaptistas. Fue Lutero quien introdujo las regulaciones
arbitrarias para el culto Divino y las funciones religiosas; de acuerdo a estas,
fueron establecidas comunidades luteranas, en donde un organizado cuerpo
herético se opuso a la Iglesia Católica. Entre los otros príncipes Alemanes que
prontamente se asociaron a Lutero y secundaron sus esfuerzos estuvieron:
Juan de Sajonia (el hermano de Federico);
El Gran-Maestro Albet de Prusia, que convirtió las tierras de su orden en un
ducado secular, tornándose su señor hereditario al aceptar el Luteranismo;
Los Duques Enrique y Alberto de Mecklenburg;
El Conde Alberto de Mansfield;
El Conde Edzard, de Friesland del este;
Landgrave Felipe de Hesse, quien se declaró definitivamente a favor de la
Reforma después de 1524.
Mientras tanto en varias ciudades imperiales de Alemania el movimiento de
reforma fue iniciado por seguidores de Lutero –especialmente en Ulm, Augsburgo,
Nuremberg, Nördlingen, Estrasburgo, Constanza, Mainz, Erfurt, Zwickau, Magdeburg,
Frankfort-on-the-Main y Bremen. Los príncipes Luteranos formaron la Alianza de
Torgau el 4 de mayo de 1526, para su defensa común. A través de su aparición en
la Dieta de Séller en 1526, aseguraron la adopción de la resolución de que, con
relación al Edicto de Worms, contra Lutero y sus doctrinas erradas, cada uno
debería adoptar una actitud tal que pudiese responder ante Dios y el emperador.
La libertad para introducir la Reforma en sus territorios fue conferida entonces
a los mandatarios territoriales. Los estados Católicos eran desalentados,
mientras los príncipes Luteranos, se volvieron más extravagantes aún con sus
demandas. Incluso los decretos enteramente moderados de la Dieta de Speyer
(1529) delinearon una protesta de los Luteranos y de los estados Reformados.
Las negociaciones en la Dieta de Augsburgo (1530), en la cual los estados que
rechazaban la fe Católica elaboraron su credo (la Confesión de Augsburgo),
mostraron que la restauración de la unidad religiosa no sería efectuada. La
Reforma se difundió más y más, siendo tanto el Luteranismo como el Zuinglianismo
introducidos en otros territorios alemanes. Junto con los principados y ciudades
mencionados arriba, para 1530 había hecho su camino hasta los principados de
Bayreuth, Ansbach, Anhalt y Brunswick-Lunenburg y en los pocos años siguientes
hasta Pomerania, Jülich-Cleve y Wurtemberg. En Silesia y en el ducado de
Liegnitz la Reforma también hizo grandes avances. En 1531, la Liga de Esmalcalda,
una alianza ofensiva y defensiva fue consolidada entre los príncipes
Protestantes y las ciudades. Especialmente después de su renovación (1535), a
esta Liga se sumaron otras ciudades y príncipes que se habían unido a la
Reforma, por ejemplo, el Conde Palatino Ruperto de Zweibrücken, el Conde
Guillermo de Nassau, las ciudades de Augsburgo, Kempten, Hamburgo y otras.
Nuevas negociaciones y discusiones entre los partidos religiosos fueron
instituidas en vistas al término del cisma, pero sin éxito. Entre los métodos
adoptados por los Protestantes en la expansión de la Reforma, la fuerza era cada
vez más libremente empleada. Habiendo quedado vacante la Diócesis de Namburg-Zeitz,
el Elector Federico de Sajonia instaló por la fuerza en la sede al predicador
Luterano Nicolás Amsdorf (envés del preboste de la catedral, Julius von Pflug,
escogido por el capítulo) y él mismo asumió el gobierno secular. El Duque
Enrique de Brunswick-Wolfenbuttel fue exilado en 1542, y la Reforma se introdujo
en sus dominios por la fuerza. En Colonia incluso, la Reforma fue casi
establecida por la fuerza. Algunos príncipes eclesiásticos fueron probados como
delincuentes, sin tomar medidas contra las innovaciones que se esparcían
diariamente en los círculos en ampliación. En Pfalz-Neuburg y en los estados de
Halberstadt, Halle, etc., la Reforma halló entrada. El colapso de la Liga de
Esmalcalda (1547) estancó de alguna manera el progreso de la Reforma: Julius von
Pflug se instalo en la diócesis de Naumburg, el Duque Enrique de Brunswick-Wolfenbuttel
recobró sus tierras y Hermann von Wied tuvo que abdicar de la Diócesis de
Colonia, en donde la fe Católica fue entonces mantenida.
La fórmula de unión establecida por la Dieta de Augsburgo en 1547-48 (el Interim
de Augsburgo) no tuvo éxito en sus propósitos, a pesar de haber sido introducida
en muchos territorios protestantes. Mientras tanto, la traición del Príncipe
Mauricio de Sajonia, quien hizo un tratado secreto con Enrique II de Francia,
enemigo de Alemania, y formó una Confederación con los príncipes Protestantes
Guillermo de Hesse, Juan Alberto de Mecklenburg y Alberto de Brandeburgo, para
hacer guerra al emperador y a su imperio, quebró el poder del emperador. Por
sugerencia de Carlos, el Rey Fernando convocó la Dieta de Augsburgo en 1555, en
la cual, después de largas negociaciones, fue concluido el pacto conocido como
la Paz Religiosa de Augsburgo. Este pacto contenía las siguientes provisiones en
sus veintidós párrafos:
entre los estados imperiales Católicos y aquellos de la Confesión de Augsburgo
(los Zuinglianos no estaban considerados en el tratado) deberían ser observadas
la paz y la armonía;
ningún estado del imperio debería compeler a otro estado de sus dominios a
cambiar de religión, tampoco debería hacer guerra contra los mismos en nombre de
la religión;
si un dignatario eclesiástico asume la Confesión de Augsburgo, perdería toda su
dignidad eclesial con todos oficios y emolumentos ligados a ella, sin pérdida,
sin embargo, de su honor y posesiones privadas. Los estados Luteranos
protestaron contra esta provisión eclesiástica;
a los que sostenían la Confesión de Augsburgo debería dejarse en posesión de
toda propiedad eclesiástica que hubieran tenido desde el comienzo de la Reforma;
después de 1555 ningún partido debería tomar cosa alguna de los demás;
hasta la conclusión de la paz entre los cuerpos religiosos en contienda –a ser
efectuada en la próxima Dieta de Ratisbona– la jurisdicción eclesiástica de la
jerarquía Católica estaba suspendida en los territorios de la Confesión de
Augsburgo;
si se levanta cualquier conflicto entre los partidos con relación a derechos o
tierras, debe hacerse primero un intento de solucionar las disputas por
arbitración;
ningún estado imperial podía proteger a los súbditos de otro estado de las
autoridades;
todo ciudadano del Imperio tenía el derecho de elegir cualquiera de las dos
religiones reconocidas y de practicarla en otro territorio sin la pérdida de
derechos, honor y propiedad (sin perjuicio, sin embargo, de los derechos del
señor territorial sobre su campesinado);
esta paz debería incluir a los caballeros libres y a las ciudades libres del
Imperio y las cortes imperiales tenían que guiarse exactamente por sus
provisiones;
los votos podían ser administrados tanto en el nombre de Dios o de Su Santo
Evangelio.
Por medio de esta paz, el cisma religioso en el Imperio Alemán fue
definitivamente establecido; de aquí en adelante los estados Católicos y
Protestantes son campos opuestos. Casi toda la Alemania, desde la frontera con
Holanda en el Oeste hasta la frontera con Polonia en el Este, el territorio de
la Orden Teutónica en Prusia, Alemania Central con excepción de la mayor parte
de la porción occidental, y (en Alemania del Sur) Wurtemburg, Ansbach, Pfalz-Zwebrucken,
y otros pequeños dominios, con numerosas ciudades libres, habían abrazado la
Reforma Luterana. Por otra parte, en el sur y sureste, que permanecieron
predominantemente Católicos, encontró seguidores más o menos numerosos. El
Calvinismo también se expandió bastante ampliamente.
Pero la Paz de Augsburgo, falló en asegurar la armonía que se esperaba.
Contrariamente a sus provisiones expresas, una serie de principados
eclesiásticos (2 arzobispados, 12 obispados y numerosas abadías) fueron
reformados y secularizados antes del comienzo del siglo XVII. La Liga Católica
fue formada para la protección de los intereses Católicos y para contrabalancear
la Unión Protestante. Pronto sobrevino la Guerra de las Treinta Años, una lucha
de las más nefastas para Alemania, dado que dejo el país a sus enemigos del
oeste y del norte, y destruyo el poder, la riqueza e influencia del Imperio
Alemán. La Paz de Westfalia, concluida en 1648 con Francia en Munster y con
Suecia en Osnabruck, confirmó definitivamente el status del cisma religioso en
Alemania, ubicó a los Calvinistas y a los Reformados en la misma condición de
los Luteranos y concedió inmediatamente a los estados subordinados al emperador,
el derecho de introducir la Reforma. De aquí en adelante, los soberanos
territoriales podían compeler a sus súbditos a adoptar una religión determinada,
sometidos al reconocimiento de la independencia de aquellos quienes, en 1624,
gozaron el derecho de sostener sus propios servicios religiosos. El Absolutismo
del Estado en cuestiones religiosas había alcanzado ahora su más grande
desarrollo en Alemania.
En la Suiza Alemana, fue trazado un curso similar. Después que Zurich había
aceptado y de manera forzada introdujo la Reforma, Basilea siguió su ejemplo. En
Basilea, Juan Ecolampadio y Wolfgand Capito se asociaron a Zuinglio, difundieron
sus enseñanzas y obtuvieron una victoria para la nueva fe. Los miembros
Católicos del Gran Concilio fueron expulsados. Siguieron resultados similares en
Appenzell, cerca de Rhodes, Schaffhausen y Glarus. Después de una larga
hesitación, la Reforma fue aceptada también en Berna, en donde un apóstata
Cartujo, Frank Kolb, con Johann y Berthold Haller, predicaron el Zuinglianismo;
todos los monasterios fueron suprimidos, y una gran violencia fue ejercida para
forzar la penetración del Zuinglianismo en la gente del territorio. St. Gall, en
donde Joachim Valdianus predicó, y una gran porción de Graubunden también
adoptaron las innovaciones. En todo el imperio, el Zuinglianismo era un gran
rival del Luteranismo, hasta el punto de que se inició un violento conflicto
entre las dos confesiones, no obstante las constantes negociaciones por la
unión. Los intentos no tendían a querer terminar la desafortunada división
religiosa en Suiza. En Mayo de 1526, una gran disputa religiosa fue sostenida en
Baden, estando los Católicos representados por Eck, Johann Faber y Murner y los
Reformados por Ecolampadio y Berthold Haller. El resultado fue favorable a los
Católicos; la mayoría de los representantes de los estados presentes se
declararon en contra de la Reforma, y los escritos de Lutero y Zuinglio fueron
prohibidos. Eso despertó la oposición de los estados Reformados. En 1527, Zurich
formó una alianza con Constanza; Basilea, Berna; y otros estados Reformados se
unieron a la Confederación en 1528. En defensa propia, los estados Católicos
formaron una alianza en 1529, para la protección de la verdadera fe dentro de
sus territorios. En la guerra resultante, los estados Católicos obtuvieron una
victoria en Kappel, siendo Zuinglio herido mortalmente en el campo de batalla.
Les fue concedida la paz a Zurich y a Berna, con la condición de que ningún
lugar debería molestar a otro en nombre de la religión y de que los servicios
Católicos deberían ser libremente mantenidos en los territorios comunes. La Fe
Católica fue restablecida en ciertos distritos de Glarus y Appenzell; la Abadía
de St. Gall fue restaurada para el abad, a pesar de que la ciudad permanecía
Reformada. Sin embargo, en Zurich, Basilea, Berna y Schaffhausen, los Católicos
fueron incapaces de asegurar sus derechos. Los Reformistas Suizos pronto
compusieron afirmaciones formales de sus creencias; especialmente vale la pena
mencionar la Primera Confesión Helvética (Confessio Helvetica I), compuesta por
Bullinger, Myconius, Grynaeus y otros (1536), y la Segunda confesión compuesta
por Bullinger en 1564 (Confessio Helvetica II): la última fue adoptada en la
mayoría de los territorios Reformados de modelo Zuingliano.
Los Reinos del Norte: Dinamarca, Noruega y Suecia
La Reforma Luterana halló pronto una entrada a Dinamarca, Noruega (entonces
unida a Dinamarca) y Suecia. Su introducción fue debida primeramente a la
influencia real. El Rey Cristian II de Dinamarca (1513-1514) dio las bienvenidas
a la Reforma como un medio para debilitar a la nobleza y especialmente al clero
(que poseía extensas propiedades) extendiendo, consiguientemente, el poder del
trono. Su primer intento para difundir las enseñanzas del Maestro Martín Lutero
en 1520 tuvo poco éxito: los barones y prelados lo depusieron pronto por tiranía
y eligieron en su lugar a su tío, el Duque Federico de Schleswig y Holstein.
Éste, que era un seguidor secreto del Luteranismo, engañó a los obispos y a la
nobleza y en su coronación, juró mantener la Religión Católica. Sentado en el
trono, sin embargo, favoreció a los Reformistas, especialmente al predicador
Hans Tausen. En la Dieta de Odensée, en 1527, concedió libertad religiosa a los
Reformistas, permitió que el clero se casase y reservó para el rey la
confirmación de todas los nombramientos episcopales. El Luteranismo se expandió
por medios violentos y los fieles adherentes a la Iglesia Católica fueron
oprimidos. Su hijo, Cristian III a quien ya había "reformado" Holstein, envió a
prisión a los obispos daneses que protestaron contra su sucesión y cortó el
apoyo a los barones. A excepción del obispo Ronow de Roskilde, que murió en la
prisión (1544), todos los obispos aceptaron renunciar y refrenarse de hacer
oposición a la nueva doctrina, después de lo cual fueron puestos en libertad y
su propiedad restaurada. Todos los sacerdotes que se oponían a la Reforma fueron
expulsados, los monasterios suprimidos y la Reforma introducida en todos lados
por la fuerza. En 1537, el compañero de Lutero, Johann Bugenhagen (Pomeranus)
fue llamado de Wittemberg a Dinamarca para establecer la Reforma de acuerdo a
las ideas de Lutero. En la Dieta de Copenhague en 1546, fueron eliminados los
últimos derechos de los Católicos; les fue negado el derecho de herencia y
elegibilidad a cualquier oficio, y a los sacerdotes Católicos se les prohibió
residir en el país bajo pena de muerte.
En Noruega, el obispo Olaus de Trondhjem apostató al Luteranismo pero fue
compelido a dejar el país, como colaborador del rey depuesto, Cristian II. Con
la protección de la nobleza danesa, Cristian III introdujo a la fuerza la
Reforma en Noruega. Islandia resistió más al absolutismo real y a las
innovaciones religiosas. El intrépido obispo de Holum, Jon Arason, fue
decapitado y la Reforma se expandió rápidamente después de 1551. Algunos
aspectos externos del periodo católico fueron mantenidos –el título del obispo y
para algunos lugares las vestimentas litúrgicas y las formas de culto.
También en Suecia la Reforma fue introducida por motivos políticos por el
gobernador secular. Gustavo Vasa, quien había sido dado a Cristiano III de
Dinamarca en 1520 como rehén y que había escapado a Lubeck, allí se familiarizó
con la enseñanza Luterana y reconoció los servicios que podría rendirle.
Retornando a Suecia, se convirtió en el primer canciller imperial y, tras haber
sido elegido Rey en la deposición de Cristiano II de Dinamarca, intentó
convertir a Suecia en una monarquía hereditaria, pero tuvo que rendirse ante la
oposición del clero y de la nobleza. La Reforma lo ayudó a llevar a cabo su
deseo, a pesar de que la introducción de la misma fue difícil debido a la gran
fidelidad del pueblo a la Fe Católica. Nombró a dos suecos para altos puestos,
los hermanos Olaf y Lorenzo Peterson, que habían estudiado en Wittemberg y
habían aceptado la enseñanza de Lutero; uno fue nombrado capellán de la corte en
Estocolmo y el otro profesor en Upsala. Ambos trabajaron en secreto por la
expansión del Luteranismo y conquistaron a muchos adherentes, incluyendo al
archidiácono Lorenzo Anderson, quien luego fue nombrado canciller por el rey. En
sus relaciones con el Papa Adriano VI y sus legados, el rey simuló la más grande
fidelidad a la Iglesia, mientras daba un apoyo cada vez mayor a las innovaciones
religiosas. Los dominicos, que ofrecieron una gran oposición a sus designios,
fueron desterrados del reino, y los obispos que ofrecieron resistencia fueron
sometidos a todo tipo de opresión. Después de una disputa religiosa en la
Universidad de Upsala, el rey otorgó la victoria a Olaf Peterson y procedió a
Luteranizar la Universidad, a confiscar la propiedad eclesiástica y a emplear
todos los medios para compeler al clero a aceptar la nueva doctrina. Una
rebelión popular le dio la oportunidad de acusar a los obispos Católicos de alta
traición y, en 1527, el Arzobispo de Upsala y el Obispo de Westraes fueron
ejecutados. Muchos eclesiásticos cedieron a los deseos del rey; otros
resistieron y tuvieron que aguantar una violenta persecución, siendo ofrecida
una heroica resistencia por las monjas de Wadstena. Después de la Dieta de
Westraes, en 1527, grandes concesiones fueron hechas al rey ante el miedo de un
posible sometimiento a Dinamarca, especialmente el derecho de confiscación de la
propiedad eclesiástica, de los nombramientos y deposiciones eclesiásticos, etc.
Algunos de los nobles fueron luego conquistados para el lado del rey, cuando fue
establecido que era opcional retomar todos los bienes donados a la Iglesia por
algún ancestral desde 1453. El celibato clerical fue abolido y el idioma
vernáculo introducido en el servicio Divino. El rey se constituyó a sí mismo
como la suprema autoridad en asuntos religiosos y apartó al país de la unidad
Católica. El Sínodo de Orebro (1529) completó la Reforma, aunque la mayoría de
los ritos externos, las imágenes en las Iglesias, las vestimentas litúrgicas y
los títulos de arzobispo y obispo fueron mantenidos. Más tarde (1544), Gustavo
Vasa convirtió el título del trono hereditario para su familia. Los numerosos
levantamientos dirigidos contra él y sus innovaciones fueron aplacados con
sangrienta violencia. En un periodo posterior, surgieron otras grandes
contiendas religiosas, de igual carácter político.
El Calvinismo también se expandió a algunos lugares y Eric XIV (1560-68) se
esforzó en promover esa expansión. Sin embargo, fue destronado por la nobleza
debido a su tiranía y su hermano Juan III (1568-1592) fue nombrado rey. Juan III
restauró la Fe Católica e intentó restaurar la tierra a la unidad de la Iglesia.
Pero con la muerte de su primera esposa, la celosa Princesa Católica Catalina,
su ardor declinó de cara a las numerosas dificultades, y su segunda esposa
favoreció al Luteranismo. Con la muerte de Juan, su hijo Segismundo, entonces
rey de Polonia y fuertemente Católico de sentimiento, se convirtió en rey de
Suecia. Sin embargo, su tío, el Duque Carlos, el canciller del reino, dio un
enérgico apoyo a la Reforma, y la Confesión de Augsburgo fue introducida en el
Sínodo Nacional de Upsala, en 1593. Segismundo se descubrió impotente contra el
canciller y la nobleza sueca; finalmente (1600) fue depuesto por la "verdadera
doctrina" como un apóstata y Carlos fue nombrado rey. Gustavo Adolfo
(1611-1632), hijo de Carlos, se valió de la Reforma para aumentar el poder de
Suecia en sus campañas. La Reforma fue entonces exitosamente fortalecida en toda
Suecia.
Francia y la Suiza Francesa
En ciertos círculos humanistas de Francia se originó en una temprana fecha un
movimiento favorable a la Reforma. El centro de ese movimiento era Meaux, en
donde el obispo Guillaume Briconnet favoreció las ideas humanistas y místicas, y
donde enseñaban el Profesor Lefèvre de Etaples, G. Farel y J. de Clerc, que eran
humanistas con tendencias Luteranas. No obstante, la Corte, la universidad y el
Parlamento se opusieron a las innovaciones religiosas y la comunidad Luterana de
Meaux fue disuelta. Centros más importantes de la Reforma fueron encontrados al
Sur, en donde los Valdenses habían preparado el terreno. Aquí se dieron
alborotos públicos en los cuales fueron destruidas imágenes de Cristo y de los
santos. Los parlamentos en la mayoría de los casos tomaron medidas enérgicas
contra los innovadores, aunque en ciertos lugares estos últimos hallaron
protectores --especialmente Margarita de Valois, hermana del Rey Francisco I y
esposa de Enrique de Albret, Rey de Navarra--. Los líderes de la Reforma en
Alemania buscaron triunfar sobre el rey Francisco I, que por razones políticas
era un aliado de los Príncipes Protestantes Alemanes; el rey, sin embargo,
permaneció fiel a la Iglesia y suprimió a los movimientos de reforma en todas
sus tierras. En los distritos del sudeste, especialmente en Provence y Dauphine,
aumentaron los colaboradores de las nuevas doctrinas a través de los esfuerzos
de Reformistas de Suecia y Estrasburgo, hasta que finalmente la profanación y el
pillaje de iglesias llevaron al rey a tomar medidas enérgicas contra ellos.
Después de que el Calvinismo se había establecido en Ginebra, su influencia
creció rápidamente en los círculos franceses reformados. Calvino apareció en
París como defensor del nuevo movimiento religioso en 1533, dedicó al rey
francés en 1536 sus "Institutiones Christianae Religionis" y se fue a Ginebra en
el mismo año. Expulsado de Ginebra, retornó en 1541 y comenzó allí el
establecimiento final de su organización religiosa. Ginebra, con su academia
inaugurada por Calvino fue un centro líder de la Reforma y afectó principalmente
a Francia. Pierre le Clerc estableció la primera comunidad Calvinista en París;
otras comunidades fueron establecidas en Lyón, Orléans, Angers y Rousen, las
medidas represivas mostraron tener poco apoyo. El Obispo Jacques Spifamius de
Nevers se convirtió al Calvinismo y, en 1559, París fue testigo de la asamblea
de un sínodo general de Reformistas Franceses, los cuales adoptaron un credo
Calvinista e introdujeron la constitución presbiteriana Suiza para las
comunidades Reformadas. Debido al apoyo de los Valdenses, a la diseminación de
literatura de la reforma desde Ginebra, Basilea y Estrasburgo, y al constante
influjo de predicadores desde esas ciudades, los adherentes a la Reforma
aumentaron en Francia. Con la muerte del rey Enrique II (1559), los Hugonotes
Calvinistas aspiraron a tomar ventaja de la debilidad del gobierno para aumentar
su poder. La Reina-Viuda, Catalina de Médicis, era una ambiciosa estratega, y
siguió una política de servicio temporal. Las aspiraciones políticas pronto
llegaron a estar entrelazadas con el movimiento religioso, que con eso asumió
mayores proporciones y una mayor importancia. En oposición a la línea gobernante
y a los poderosos y celosos duques Católicos de Guisa, los príncipes de la
dinastía de los Borbones se convirtieron en los protectores de los Calvinistas;
estos eran Antonio de Vendôme, Rey de Navarra, y sus hermanos, especialmente
Luis de Condé. A ellos se unieron el Condestable Montmorency, el Almirante
Coligny y su hermano Andelot, y el Cardenal Odet de Châtillon, obispo de
Beauvais.
No obstante las leyes anti-clericales, el Calvinismo estaba logrando un
constante progreso en el Sur de Francia, cuando en el 7 de enero de 1562, la
reina-viuda, regente en nombre del pequeño Carlos IX, promulgó un edicto de
tolerancia, permitiendo a los hugonotes la libre práctica de su religión fuera
de los estados y sin armas, pero prohibiendo toda interferencia y actos de
violencia contra instituciones Católicas, y ordenando la restitución de todas
las Iglesias y de toda propiedad eclesiástica tomada de los Católicos.
Volviéndose con eso sólo más audaces, los Calvinistas cometieron, especialmente
en el Sur, revueltas y actos de violencia contra los Católicos, llevando a la
muerte a sacerdotes católicos incluso en los suburbios de París. El incidente de
Vassy, en Champagne, el 1 de Marzo de 1562, en el que el séquito del Duque de
Guisa entró en conflicto con los Hugonotes, inauguró la primera guerra civil y
religiosa en Francia. A pesar de que esta terminó con la derrota de los
Hugonotes, ocasionó grandes pérdidas para los Católicos en Francia. Reliquias de
santos fueron quemadas y saqueadas, magníficas iglesias reducidas a escombros, y
numerosos sacerdotes asesinados. El Edicto de Amboise concedió nuevos favores a
los nobles Calvinistas, aunque el anterior edicto de tolerancia fue retirado.
Siguieron otras cinco guerras civiles, durante las cuales ocurrió la masacre del
Día San Bartolomé (24 de agosto de 1572). No fue hasta la extinción de la
dinastía de los Valois con Enrique III (1589) y con la accesión al trono de
Enrique de Navarra (que abrazó el Catolicismo en 1593) de la dinastía de los
Borbón, que las guerras religiosas alcanzaron su final con el Edicto de Nantes
(13 de Abril de 1598); este confirió a los Calvinistas no solamente total
libertad religiosa y admisión a todos oficios públicos, sino incluso una
posición privilegiada en el Estado. Crecientes dificultades de naturaleza
política surgieron y el Cardenal Richelieu proyecto a acabar con la influyente
posición de los Hugonotes. La captura de su principal fortaleza, La Rochelle (28
de Octubre de 1628), finalmente quebró el poder de los Calvinistas Franceses
como una entidad política. Más tarde, muchos de sus miembros regresaron al
Catolicismo, quedando aún, sin embargo, numerosos adherentes al Calvinismo en
Francia.
Italia y España
Aunque en ambas tierras aparecieron seguidores aislados de la Reforma, ninguna
organización sólida o extensiva apareció. Aquí y allí en Italia individuos
influyentes (p. ej. Vitoria Colonna y su círculo) favorecieron el movimiento de
la Reforma, pero deseaban que el mismo ocurriera dentro de la Iglesia y no como
una rebelión a la misma. Pocos italianos abrazaron el Luteranismo o el
Calvinismo (por ejemplo, Juan Valdez, secretario del Virrey de Nápoles). En las
ciudades de Turín, Pavía, Venecia, Ferrara (en donde la Duquesa Renata favoreció
a la Reforma) y Florencia podían encontrarse adherentes a los Reformistas
Alemanes y Suizos, aunque no tan extremados como sus prototipos. El más
prominente tuvo que dejar el país --Pietro Paolo Vergerio, que luego huyó a
Suecia y luego a Wittemberg; Bernardino Ochino, quien huyó a Ginebra y fue más
tarde profesor en Oxford; Petrus Martyr Vermigli, quien huyó a Zurich y estuvo
subsecuentemente activo en Oxford, Estrasburgo y nuevamente en Zurich. Por la
vigorosa inauguración de la verdadera reforma eclesiástica en el espíritu del
Concilio de Trento, a través de la actividad de numerosos hombres santos (tales
como San Carlos Borromeo y Felipe Neri), a través de la vigilancia de los
obispos y de la diligencia de la Inquisición, la Reforma fue excluida de Italia.
En algunos círculos fueron reveladas tendencias racionalistas y anti-trinitarias
e Italia fue el lugar de nacimiento de 2 herejes: Lelio Sozzini y su sobrino
Fausto Sozzini, los fundadores del Socinianismo.
El curso de los eventos fue en España el mismo que en Italia. A pesar de algunas
tentativas de diseminar escritos anti-eclesiales en el país, la Reforma no
obtuvo éxito alguno, gracias al celo tenido por las autoridades públicas y
eclesiásticas en contraatacar sus esfuerzos. Los pocos Españoles que aceptaron
las nuevas doctrinas eran incapaces de desarrollar cualquier actividad
reformadora en su tierra, y vivieron en el extranjero --p. ej. Francisco Enzinas
(Dryander), que hizo una traducción de la Biblia para Españoles; Juan Diaz,
Gonsalvo Montano, Miguel Servet, quien fue condenado por Calvino en Ginebra por
su doctrina contra la Trinidad y quemado en la estaca.
Hungría y Transilvania
La Reforma fue difundida en Hungría por Húngaros que habían estudiado en
Wittemberg y que habían abrazado el Luteranismo allí. En 1525, fueron decretadas
rígidas leyes contra los adherentes de doctrinas heréticas, pero sus miembros
continuaron creciendo, especialmente entre la nobleza, que deseaba confiscar la
propiedad eclesial, y en las ciudades libres del reino. Las conquistas y
victorias Turcas y la guerra entre Fernando de Austria y Juan Zapolya
favorecieron a los Reformistas. Sumándose a los Luteranos estaban luego los
seguidores de Zuinglio y Calvino en el país. Cinco estados Luteranos en la Alta
Hungría aceptaron la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, el Calvinismo
gradualmente ganó el predominio, aunque las disputas domésticas entre las sectas
reformadoras no cesaron de manera alguna. En Transilvania, comerciantes de
Hermannstadt, que se habían familiarizado con la herejía de Lutero en Peipzig,
expandieron la Reforma después de 1521. No obstante la persecución a los
Reformistas, una escuela Luterana fue iniciada en Hermannstadt y la nobleza se
empeñó en utilizar la Reforma como un medio de confiscación de las propiedades
del clero. En 1529, las órdenes regulares y los más vigorosos luchadores de la
Iglesia fueron sacados del estado. En Kronstadt, el predicador Luterano Johann
Honter obtuvo el dominio en 1534, siendo abolida la Misa y el servicio Divino
organizado según el modelo Luterano. En un sínodo ocurrido en 1544, la nación
Sajona en Transilvania se decidió en favor de la Confesión de Augsburgo,
mientras los rurales Magyars aceptaron el Calvinismo. En la dieta de Klausenburg,
en 1556, la libertad religiosa general fue conferida y la propiedad eclesiástica
confiscada para la defensa del país y para la erección de escuelas Luteranas.
Entre los colaboradores de la Reforma prevalecieron divisiones de largo alcance.
Además de los Luteranos, había Unitaristas (Socinianos) y Anabaptistas, y cada
una de esas sectas trabó guerra contra las otras. Una minoría Católica
sobrevivió entre los Walaquianos Griegos.
Polonia, Livonia y Courland
Los Polacos supieron de la Reforma a través de algunos estudiantes de Wittemberg
y a través de la Fraternidad Bohemia y Moravia. El Arzobispo Laski de Gnesen y
el Rey Segismundo I (1501-1548), enérgicamente se opusieron a la expansión de
las doctrinas heréticas. Con todo, los colaboradores de la Reforma tuvieron
éxito en ganar reclutas en la Universidad de Cracovia, en Posen y en Dantzig. De
Dantzig la Reforma se expandió a Thorn y Elbing y ciertos nobles apoyaron las
nuevas doctrinas. Bajo el gobierno del débil Segismundo II (1548-1572) había en
Polonia, además de Luteranos y de Fraternidades Bohemias, Zuinglianos,
Calvinistas y Socinianos. El Príncipe Radziwill y Juan Laski apoyaron el
Calvinismo y la Biblia fue traducida al Polaco de acuerdo a la visión de ese
partido en 1563. A pesar de los esfuerzos del Nuncio Papal, Aloisio Lipomano
(1556-1568) la libre práctica de la religión fue secretamente conferida en las
mencionadas tres ciudades y le era permitido a la nobleza tener servicios
religiosos secretos en sus casas. Las diferentes sectas de la Reforma lucharon
unas contra otras, la fórmula de fe introducida en el Sínodo General de Sandomir
en 1570 por los Reformados, los Luteranos, y la Fraternidad Bohemia no
produjeron unidad alguna. En 1573, los partidos heréticos aseguraron la paz
religiosa de Varsovia, que confirió iguales derechos a los Católicos y a los
"Disidentes", y estableció una paz permanente entre las dos partes. Por la
celosa inauguración de la verdadera reforma eclesiástica, la diligente actividad
de los legados papales y obispos capaces, y la labor de los jesuitas, fue
evitado cualquier progreso de la reforma.
En Livonia y Courland, territorios de la Orden Teutónica, el curso de la Reforma
fue el mismo que en el otro territorio de la Orden, Prusia. El Comandante
Gothard Kettler de Courland se adhirió a la Confesión de Augsburgo y convirtió
su tierra en un ducado secular hereditario, tributario de Polonia. En Livonia,
el Comandante Walter de Plettenberg se esforzó en fortalecer el Luteranismo, que
había sido aceptado en Riga, Dorpat y Reval desde 1523, esperando así hacerse
independiente del Arzobispo de Riga. Cuando el Margrave Guillermo de Brandeburgo
llego a ser el Arzobispo de Riga en 1539, el Luteranismo rápidamente alcanzó una
posición exclusiva en Livonia.
Holanda
Durante el reinado de Carlos V, las diecisiete provincias de Holanda
permanecieron totalmente inmunes a la contaminación de la nueva doctrina. Varios
seguidores de Lutero habían de hecho aparecido allí, y se empeñaron en diseminar
los escritos y doctrinas Luteranas. Sin embargo, Carlos V promulgó edictos
estrictos contra los Luteranos y contra la impresión y divulgación de los
escritos del Reformador. Los excesos de los Anabaptistas evocaron la supresión
de su movimiento por la fuerza y, hasta 1555, la Reforma encontró pocas raíces
en el país. En ese año, Carlos V concedió Holanda a su hijo, Felipe II, quien
residió en el país hasta 1559. Durante ese periodo el Calvinismo hizo rápidos
avances, especialmente en las provincias del norte. Muchos de los grandes nobles
y la muy empobrecida baja nobleza, utilizaron la Reforma para incitar al pueblo
amante de libertad contra la administración del rey, los oficiales y tropas
españolas y la severidad del gobierno. El descontento continuó creciendo, debido
principalmente a las severas órdenes del Duque de Alva y a la sangrienta
persecución conducida por él. Guillermo de Orange-Nassau, gobernador de la
Provincia de Holanda, tenía como propósito, por razones políticas, asegurar la
victoria para el Calvinismo, y triunfó en muchos de los distritos del Norte.
Luego se puso a sí mismo a la cabeza de la rebelión contra el dominio Español.
En la resultante guerra, las provincias del norte (Niederlande) consiguieron su
independencia, después de lo cual el Calvinismo gano el predominio en ellas. En
1581, todo ejercicio público de la Fe Católica fue prohibido. La "Confesión
Belga" de 1562, tenía ya una fundación Calvinista; por los sínodos de Dodrecht
en 1574 y 1618, el Calvinismo recibió una forma fija. Los Católicos del país
(alrededor de dos quintos de la población) fueron sometidos a una violenta
supresión. Entre los Calvinistas de Holanda surgieron violentos conflictos
concernientes a la doctrina de la predestinación.
Inglaterra y Escocia
La Reforma recibió su forma final en Inglaterra durante el reinado de la Reina
Isabel (1558-1603). Teniendo como base la liturgia establecida por el "Libro de
la Oración Común" bajo Eduardo VI (1547-1543) y la confesión de los Cuarenta y
dos Artículos compuestos por el Arzobispo Cranmer y por el Obispo Ridley en
1552, y después de que la Reina María (1553-1558) había fallado en restaurar a
su país a la unión con Roma y a la Fe Católica, el predominio del Anglicanismo
fue establecido en Inglaterra por Isabel. Los Cuarenta y dos Artículos fueron
revisados y, como los Treinta y nueve Artículos de la Iglesia Anglicana, se
convirtieron en 1562 en la norma de su credo religioso. La supremacía
eclesiástica de la reina fue reconocida, un juramento para ese efecto (Juramento
de Supremacía) era requerido bajo la pena de la pérdida de oficio y de la
propiedad. Varios prelados y las universidades ofrecieron resistencia, la cual
fue suprimida por la fuerza. La mayoría del bajo clero tomó el juramento, que
era requerido con una severidad cada vez mayor a todos los miembros de la Cámara
de los Comunes, a todos los eclesiásticos, abogados y profesores. En el aspecto
externo, mucho de la antigua forma del culto católico fue mantenido. Después del
fracaso del movimiento en favor de María Estuardo de Escocia, que se había
escapado a Inglaterra en 1568, la opresión de los católicos ingleses continuo
con una creciente violencia. Además de la Establecida Iglesia Anglicana estaban
en Inglaterra los calvinistas noconformistas, quienes opusieron una organización
presbiteriana popular a la jerarquía episcopal; al igual que los Católicos,
ellos fueron muy oprimidos por los mandatarios de Inglaterra.
En Escocia la situación social y política dio un gran ímpetu a la Reforma,
ayudada por la ignorancia y rudeza del clero (en gran medida resultado de los
constantes feudos). La nobleza utilizó la Reforma como un arma en su guerra
contra la casa real, la cual era apoyada por el alto clero. Ya bajo Jacobo V
(1524-1542) los colaboradores de las doctrinas Luteranas (por ejemplo, Patricio
Hamilton, Enrique Forest y Alejandro Seton, el confesor del rey, se volvieron
Reformistas. Los dos primeros fueron ejecutados, mientras el último huyó al
Continente). Sin embargo, las doctrinas heréticas continuaron encontrando nuevos
adherentes. Con la muerte de Jacobo V, su hija y heredera tenía apenas 8 años.
El oficio de regente cayó sobre Jacobo Hamilton, quien, a pesar de tener
previamente sentimientos Protestantes, retornó a la Iglesia Católica y apoyó al
Arzobispo David Beaton en sus enérgicas medidas contra los innovadores. Después
de la ejecución del Reformista Jorge Wishart, los Protestantes formaron una
conspiración contra el arzobispo, lo atacaron en su castillo en 1545 y lo
llevaron a la muerte. Los rebeldes (entre ellos Juan Knox), acompañados por 140
nobles, entonces fortalecidos en el castillo. Knox se fue a Ginebra en 1546,
abrazando allá el Calvinismo, y desde 1555 era el líder de la reforma en
Escocia, en donde conquistó el dominio en la forma del Calvinismo. La confusión
política prevaleciente en Escocia con la muerte de Jacobo V facilitó la
introducción de la Reforma.
V. DIFERENTES FORMAS DE LA REFORMA
Las formas fundamentales de la Reforma fueron el Luteranismo, el Zuinglianismo,
el Calvinismo y el Anglicanismo. Dentro de cada una de esas ramas, sin embargo,
surgieron conflictos como consecuencia de los diversos puntos de vista de
representantes individuales. Por negociaciones, compromisos y fórmulas de unión,
fue buscado el establecimiento de la unidad, pero casi siempre sin un éxito
duradero. Toda la Reforma, respaldada en la autoridad humana, presentó desde el
comienzo, de cara a la unión Católica de fe, un aspecto de infeliz disensión.
Además de esas principales ramas aparecieron otras numerosas formas que se
desviaron de los puntos esenciales y gradualmente condujeron a las incontables
divisiones del Protestantismo. Las principales de esas formas serán brevemente
revisadas (para cualquier tratamiento ver los artículos separados).
Los Anabaptistas, que aparecieron en Alemania y en la Suiza Alemana pronto
después del aparecimiento de Lutero y Zuinglio, aspiraban a volver a su
concepción de la Iglesia de los tiempos Apostólicos. Ellos negaban la validez
del Bautismo de los chiquillos, veían en la Sagrada Eucaristía meramente a una
ceremonia recordativa y deseaban restaurar el Reino de Dios de acuerdo a sus
propias perspectivas heréticas y místicas. Aunque atacados por los otros
Reformistas, ellos ganaron colaboradores en muchas tierras. De ellos también
salieron los Menonitas, fundados por Menno Simonis (+ 1561).
Los Schwenkfeldians fueron fundados por Kaspar de Schwenkfeld, canciller
cortesano del Duque Federico de Liegnitz. Primeramente se asoció a Lutero, pero
en 1525 se opuso al último en su Cristología, así como en su concepción de la
Eucaristía y en su doctrina de la justificación. Atacado por los reformistas
Alemanes, sus seguidores no estaban aptos a formar sino pocas comunidades. Los
Schwenkfeldians todavía existen en la América del Norte.
Sebastián Franck (1499-1542), un espiritualista puro, rechazó toda forma externa
de la organización eclesiástica y favoreció a una Iglesia espiritual e
invisible. Se abstuvo de fundar una comunidad separada y buscó apenas la
difusión de sus ideas.
Los Socinianos y otros Anti-Trinitarios. Algunos miembros individuales de los
Reformistas iniciales atacaron la doctrina fundamental de la Santísima Trinidad,
especialmente el Español Miguel Servet, cuyo escrito: "De Trinitatis erroribus",
impreso en 1531, fue quemado por Calvino en Ginebra en 1553. Los principales
fundadores de anti-Trinitarianismo fueron Lelio Sozzini, profesor de
Jurisprudencia en Siena y su sobrino, Fausto Sozzini. Compelido a abandonar su
tierra, ellos se mantuvieron en diversas partes y fundaron comunidades
especiales Socinianas. Fausto diseminó su doctrina especialmente en Polonia y
Transilvania.
Valentine Weigel (1533-1588) y Jacob Böhme (+ 1624), un zapatero de Gorlitz,
representaban un panteísmo místico, enseñando que la revelación externa de Dios
en la Biblia podría ser reconocida apenas a través de una luz interna. Ambos
encontraron numerosos discípulos. Los seguidores de Böhme recibieron más tarde
su nombre de Rosenkreuzer, porque era abiertamente supuesto que ellos estuvieran
bajo la dirección de un guía escondido llamado Rozenkreuz.
Los Pietistas en Alemania tenían como su líder a Felipe Jacob Spener
(1635-1705). El Pietismo fue primariamente una reacción contra la infructuosa
ortodoxia Luterana y consideró a la religión principalmente como una cosa del
corazón.
Las Comunidades de Inspiración originadas en Alemania durante los siglos
diecisiete y dieciocho por diversos visionarios apocalípticos. Ellos
consideraban que el Reino del Espíritu Santo ya había llegado, y creían en un
don universal de profecía y en el millenium. Entre los fundadores de tales
sociedades visionarias estaban Johann Wilhelm Petersen (+ 1727), superintendente
en Luneberg, y Johann Konrad Duppel (n. 1734), un físico en Leiden.
Las Herrnhuter fueron fundadas por el Conde Nicolás de Zinzendorf (n. 1700; +
1760). En el Hutberg, como era conocido, él estableció la comunidad de Herrnhut,
que consistía en una Hermandad bohemia y Protestantes, con una especial
constitución. La atención estuvo sobre la doctrina de la Redención y una
estricta moral fue inculcada. Esa comunidad de los Hermanos se difundió en
muchas tierras.
Los cuáqueros fueron fundados por Juan Jorge Fox de Drayton en Leicestershire
(1624-1691). Él apoyó a un espiritualismo visionario, y encontró en el alma de
cada hombre una porción de la inteligencia Divina. Todos eran aptos a predicar,
de acuerdo a lo que les era incitado por el espíritu. Los preceptos morales de
esa secta eran muy estrictos.
Los Metodistas fueron fundados por Juan Wesley. En 1729, Wesley instituyó, con
su hermano Carlos y sus amigos Morgan y Kirkham, una asociación en Oxford de
cultivo de la vida ascética y religiosa, y de esa sociedad se desarrolló el
Metodismo.
Los Bautistas se originaron en Inglaterra en 1608. Ellos sostuvieron que el
Bautismo era necesario sólo para adultos, asumieron el Calvinismo en sus puntos
esenciales y aplicaron el Sabbath a los sábados y no a los Domingos.
Los Swedenborgians son llamados así por su fundador Emmanuel Swedenborg (+
1772), hijo de un obispo Protestante Sueco. Creyendo en su poder de comunicarse
con el mundo de los espíritus y que tenía revelaciones Divinas, él procedió
fundado en el último a fundar una comunidad con una especial liturgia, la "Nueva
Jerusalén". Conquistó a numerosos seguidores y su comunidad se expandió a muchas
tierras.
Los Irvingitas son llamados así por su fundador, Eduardo Irving, un nativo de
Escocia y desde 1822 predicador en una capilla Protestante el Londres.
Los Mormones fueron fundados por José Smith, quien hizo su aparición con
supuestas revelaciones en 1822.
Además de esas ramas secundarias más conocidas del movimiento de la Reforma, hay
muchas diferentes denominaciones; la evolución de nuevas formas desde la Reforma
siempre prosiguió, y deberá proseguir siempre, desde que la subjetiva
arbitrariedad fue hecha principio por la enseñanza herética del siglo dieciséis.
VI. RESULTADOS Y CONSECUENCIAS DE LA REFORMA
La Reforma destruyó la unidad de la fe y de la organización eclesiástica de los
pueblos Cristianos de Europa, separó a muchos millones de la verdadera Iglesia
Católica y los sacó de la más grande porción de los medios saludables de cultivo
y mantenimiento de la vida sobrenatural. Incalculable daño fue forjado así desde
el punto de vista religioso. La falsa doctrina fundamental de la justificación
por la sola fe enseñada por los Reformistas, produjo una lamentable
superficialidad en la vida religiosa. El celo por las buenas obras desapareció,
el ascetismo que la Iglesia había practicado desde su fundación fue eliminado,
los fines caritativos y eclesiásticos ya no fueron propiamente cultivados, los
intereses sobrenaturales fueron relegados a un segundo plano, y aspiraciones
naturalistas a lo puramente mundano, se difundieron por todas partes. La
negación de la institución Divina de la autoridad de la Iglesia, en lo que se
refiere tanto a la doctrina como al gobierno eclesial, abrió bastante la puerta
a toda excentricidad, dio aparición a la división sin fin en sectas y a las
nunca terminadas disputas características del Protestantismo, y no pudo sino
conducir a la completa falta de fe que necesariamente se desprende de los
principios Protestantes; de la real libertad de creencia entre los Reformistas
del siglo dieciséis no había siquiera un rasgo, todo lo contrario, la mayor
tiranía en asuntos de consciencia fue mostrada por los representantes de la
Reforma. El Cesaropapismo más fatal era entonces alimentado, desde que la
Reforma reconoció a las autoridades seculares como suprema también en cuestiones
religiosas. Así surgieron desde el comienzo mismo diversas "Iglesias nacionales"
Protestantes, que son enteramente discordantes del universalismo Cristiano de la
Iglesia Católica y dependen –su fe lo mismo que su organización– de la voluntad
del mandatario secular. De esa manera, la Reforma fue un factor principal en la
evolución del absolutismo real. En todas las tierras que encontraba ingreso, la
Reforma fue la causa de sufrimientos indescriptibles entre el pueblo; ocasionó
guerras civiles que duraron décadas con todos sus horrores y devastaciones; las
personas fueron oprimidas y esclavizadas; incontables tesoros de arte y
inestimables manuscritos fueron destruidos; entre los miembros de la misma
tierra y raza fue sembrada la semilla de la discordia. Alemania en particular,
la casa original de la Reforma, fue reducida a un estado de patética calamidad
por la Guerra de los Treinta Años, y el Imperio Germánico fue con eso desalojado
de la posición de liderazgo que había ocupado por años en Europa. Sólo
gradualmente y debido a fuerzas que no se derivaron esencialmente de la Reforma,
sino que fueron condicionadas por otros factores históricos, se fueron sanando
las heridas sociales, pero la corrosión religiosa aun continúa a pesar de los
sinceros sentimientos religiosos que caracterizaron en todos los tiempos a
muchos individuos seguidores de la Reforma.
J.P.KIRSHC
Transcrito por Marie Jutras
Traducido por Bartolomé Santos