EL RADICALISMO DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO
«Te seguiré, Señor; pero déjame despedirme de los míos... Jesús
le contestó: Todo el que pone la mano en el arado y mira para
atrás, no sirve para el Reino de Dios» (/Lc/09/61).
VR/SEGUIMIENTO SGTO/VIDA-RELIGIOSA SGTO/RADICAL: La
palabra «radical» es una palabra sospechosa. Y hoy más aún por
sus connotaciones políticas. Un radical es un extremista. Un
insensato, un imprudente. Lo contrario del equilibrado.
No así en la espiritualidad cristiana. En la línea del seguimiento
de Cristo, el cristiano debe ser radical y, en cambio, un cierto
«equilibrio» puede ser ambiguo.
En el lenguaje evangélico, radical es el que va a la raíz, el que
asume la enseñanza de Jesús con todas sus consecuencias.
TIBIEZA/MEDIOCRIDAD: En este sentido es condición ineludible
del seguimiento de Cristo, y el «equilibrio» puramente humano
puede llevar fácilmente a la mediocridad y a la tibieza. El verdadero
equilibrio evangélico implica el radicalismo de la entrega a Cristo, y
por eso no puede identificarse con la «sensatez» y «prudencia» de
los sabios y bienpensantes, según las puras categorías del actuar
profano. La palabra de Jesús rechaza este tipo de equilibrio y lo
somete al radicalismo cristiano.
En el libro del Apocalipsis, cap. 2, y. 3, se reprocha el falso
equilibrio de aquel que, bajo un actuar exterior honesto, ha perdido
el radicalismo del amor, y en el cap. 3, vv. 15ss, denuncia la tibieza
que se esconde bajo el falso equilibrio de la acomodación («Ojalá
fueras frío o caliente...»).
J/RADICAL: En términos cristianos, Jesús fue un radical.
Replanteó la conversión a Dios, el cambio de vida y las actitudes
éticas y religiosas desde su raíz, estableciendo su Evangelio como
el único absoluto. Así fue percibido por la clase gobernante y
sacerdotal y también por sus discípulos. Para muchos de sus
parientes esto era un síntoma de locura (Mc 3,21). Su radicalismo le
costó la vida.
Jesús fue radical en sus exigencias. Para El, el cristiano debe ser
sal, y si la sal pierde su capacidad de dar sabor a otros, ya no sirve
para nada (Mt 5,13). El compromiso cristiano debe ser como una luz
capaz de iluminar el mundo (Mt 5,17-20).
CR/RADICAL: La opción por Cristo debe ser radical. Ocupa el
primer lugar, por sobre los padres, los hijos y la propia vida (Mt
10,37-39). Cualquier bien, cualquier valor ha de ser sacrificado
cuando se hace incompatible con el radicalismo de esta opción (Mt
18,8), a semejanza del que vende todo lo que tiene para adquirir
una perla preciosa o un tesoro escondido (Mt 13,44-46). Cristo
quiere establecerse como el único compromiso absoluto del
hombre, eliminando el falso equilibrio del «servicio a dos señores»
(Mt 6,24; Lc 12,21.34).
Jesús exige un seguimiento llevado hasta las últimas
consecuencias. La puerta que lleva a su reino no es ancha ni
«equilibrada», sino estrecha (Mt 7,13) Los que le siguen deben
estar dispuestos a no tener dónde reclinar su cabeza, deben
romper con los compromisos mundanos, y una vez en marcha no
deben siquiera mirar atrás (Lc 9,57-62). Toda ganancia temporal no
aprovecha de nada si nos separa de él (Mt 26,25-26)
Jesús no oculta la violencia que hay que hacerse a sí mismo
para seguirlo (Mt 11,12) por un camino marcado necesariamente
por la cruz (Mt 16,21-24; 17,15). Las exigencias de Cristo llegan
hasta pedir a los hombres «que nazcan de nuevo» (Jn 3,3), que se
«hagan como niños» (Mt 18,4) y que «ocupen el último lugar» (Mt
20,26) después de haber «perdido y triturado su vida como el grano
de trigo» (Jn 12,24-26).
El radicalismo cristiano, sin buscarlo, puede llevar a conflictos y
tensiones, fruto de la reacción que causa una fidelidad absoluta al
Evangelio. A causa de Cristo, el cristiano será objeto de odio (Mt
10,22-25; 18,21; Jn 15,19-25; 16,1) y de división (Mt 10,34-35).
Jesús mismo fue objeto de odio y división, signo de contradicción
(Lc 2,34; Jn 7,12-13), y frente a El es imposible mantener la falsa
prudencia de la indefinición, pues se está con El o contra El (Lc
11,23). «He venido a provocar una crisis en el mundo: los que no
ven, verán, y los que ven, van a quedar ciegos» (Jn 9,39). «Felices
así los que al encontrarme no se alejan desconcertados» (Mt
11,6).
La crisis radical del Evangelio de Jesús está condensada en su
ideal de felicidad, opuesto a la falsa dicha, según las
bienaventuranzas de san Lucas (Lc 6,20-26). En contraste con las
categorías de la sensatez del equilibrio mundano, los ricos, los
satisfechos y los «bien considerados» son descalificados por Jesús.
En cambio, los que para El están en la línea del equilibrio
evangélico son los pobres, los hambrientos, los sufrientes, los
expulsados, insultados y mal considerados a causa de su opción
cristiana (Lc 6,23).
Igual falta de «mesura» muestra Jesús de cara a ciertas
exigencias específicamente evangélicas. El amor fraterno que él
reclama no es solamente la actitud «sensata» y «honesta» de los
buenos sentimientos y relaciones humanas. Para él no somos
diferentes a los «paganos», que siguen esa ética de relaciones, si
no llegamos a perdonar las ofensas «setenta veces siete» (Mt
5,22), si no aprendemos a no juzgar (Mt 7,1) y a amar y perdonar a
los enemigos y a los que nos perjudican (Mt 5,3748; 6,14). El
radicalismo del amor cristiano no tiene límite (Jn 13,34; 15,13; Mc
12,33), exige la gratuidad (Lc 14,12; 17,10), lleva a amar a todos
sin discriminación de ningún género (Lc 10, 25ss); más aún, exige
optar por los débiles y «pequeños» (Mt 25,40).
La fe que Jesús exige a su persona y a su palabra es radical. No
es la de los «sabios y prudentes» (Mt 11,25). Debe hacernos
capaces de empresas sobrehumanas (Mt 14,25ss). Bastaría «un
grano de esta fe para trasladar las montañas» (Mt 17,20; 21,21).
Por eso el Evangelio exige una confianza absoluta en la oración,
como expresión del radicalismo de la fe (Mt 7,7-11; Mc 9,23-29; Lc
11,5ss; Jn 15,16).
Jesús se aparta igualmente del «equilibrio humano» al
plantearnos la actitud cristiana ante los bienes, la riqueza, el
prestigio y el porvenir temporal. Su idea de la pobreza es radical:
«No se puede ser discípulo si no se renuncia a todo lo que se
tiene» (Lc 14,33). Nos ordena buscar los valores del reino por
sobre todo, condicionando a ello todo lo demás (Mt 6,33; 6,25-34).
Igualmente radical es su crítica a la riqueza (Mt 19,23), a las formas
confortables de la vida apostólica (Mt 10,10). Las circunstancias de
su nacimiento en Belén (Lc 2,7-8) y su identificación con el
insignificante y discutido pueblo de Nazaret (Mc 6,2-3; Jn 1,46; 7,15)
son, en esta misma línea, opciones que cuestionan muchos criterios
actuales.
De cara a la verdad, Jesús es igualmente absoluto (Mt 5,37). Su
fidelidad a esta verdad lo llevó al enfrentamiento final con el poder
establecido y a la muerte (Mt 26,64; 27,11; Lc 22,67ss; Jn 18,37ss).
En su entrega a la causa de la verdad, Jesús será radical en su
crítica a la hipocresía, a la exterioridad (Mc 7,3-13) y a toda forma
de fariseísmo (Mt 23,1ss; Mc 2,27; Mt 9,14; 11,16; 12,1ss; 15,7-11;
17,24).
En sus criterios de verdad el Evangelio se aparta nuevamente
de los criterios del «equilibrio mundano». Los que aparecen últimos
serán primeros, y los primeros para el mundo, los últimos (Mt 19,30;
20,12-15). Así, las prostitutas precederán en el reino de los cielos a
muchos «bienpensantes» (Mt 21,31), la fe de los pecadores vale
más que la religión puramente exterior (Lc 7,36ss), el óbolo de una
pobre viuda tiene más valor que las dádivas de los opulentos (Mc
12,41-44) y la penitencia del publicano pecador justifica más que la
suficiencia del fariseo practicante (Lc 18,9). En esta criteriología
evangélica incluso la contemplación aparentemente inútil de María
vale más que la productividad de Marta (Lc 10,38).
El radicalismo del Evangelio tiene su mejor encarnación en la
actitud de Jesús al entregar su vida por los demás (Jn 10,15-18; Jn
13,1). La cruz queda así como signo indiscutible del compromiso
radical, de la fidelidad absoluta al Padre (Lc 2,49), de la caridad
llevada al extremo (Jn 13,1), de la búsqueda del último lugar (Mt
3,14; Jn 13,4ss). De la renuncia al poder y a la violencia (Mt 26,51;
27,12; 27,40-44; 4,1ss; Mc 14,61; 15,5; Jn 18,22).
El santo como radical
SANTO/QUE-ES: La naturaleza radical del seguimiento de Cristo
se muestra igualmente por el testimonio de aquellos que más
auténticamente se han identificado con el ideal evangélico: los
santos. Para el cristianismo, el santo es la encarnación del ideal
proclamado y raramente vivido. Dentro de la naturaleza simbólica y
profundamente humana del catolicismo, el santo es el símbolo del
ideal evangélico visualizado y puesto al alcance de todos en un
cierto momento y ante ciertos desafíos históricos. El santo es el
comentario vivo del Evangelio escrito. El Evangelio anunciado por la
vida de un hombre en todo su radicalismo.
Esta identificación del santo con el Evangelio exige de aquél ir a
la raíz del cristianismo, llevándolo a la imitación del Jesús histórico
tal cual nos es comunicado por la fe de la Iglesia y a la fidelidad a
su enseñanza evangélica «sin glosas». Así, la Iglesia tiene dos
maneras de identificar al auténtico cristianismo: mediante las
proposiciones doctrinales garantiza la verdad revelada (ortodoxia),
proponiendo a los santos garantiza la verdad de la práctica cristiana
(ortopraxis). La vida de los santos encarna aquello que el
magisterio propone como verdadero cristianismo
El santo es un testigo radical, y la Iglesia lo entiende de esta
manera cuando exige, para identificar auténticamente a un cristiano
como santo, la práctica de las exigencias del Evangelio «en grado
heroico». El grado heroico radicaliza el compromiso cristiano,
arrancándolo de la tentación de un «justo medio» o equilibrio
puramente humano, que mira la heroicidad cristiana como
«extremismos», «exageraciones» o «radicalismos» (cayendo una
vez más en la ambigüedad de transferir categorías sociopolíticas al
compromiso cristiano).
La Iglesia, que en su modo de proceder cuando se trata de
cuestiones marginales a su misión esencial puede aparecer
«moderada» y «políticamente equilibrada» (manejo de cuestiones
de gobierno, tomas de posición temporales, etc.), a la hora de
identificar la autenticidad cristiana es radical. No la identifica con
ninguna de las formas de «equilibrio mundano» de sus
representantes. La identifica con el heroísmo radical de los santos
El radicalismo de la vida consagrada
VR/RADICALISMO RELIGIOSOS/VR: El compromiso cristiano
que suscita la Iglesia tiene también otra forma de revelar su radical
dinamismo: en la manera de entender y realizar la vida consagrada.
La vida consagrada, como modalidad profética de vivir el
cristianismo a partir de ciertos valores radicalmente asumidos, es
presentada por la misma Iglesia como testimonio privilegiado de
vida evangélica. Por eso sus características y significación profética
las podemos considerar como auténticamente representativas del
seguimiento de Cristo.
No se trata aquí de agotar el profetismo o el contenido de
testimonio eclesial de la vida consagrada. Para el caso que nos
ocupa queremos llamar la atención sobre un aspecto característico:
su impacto crítico como testimonio del radicalismo cristiano.
Creemos que es propio de la vida consagrada el ser un
cuestionamiento y eventualmente una santa protesta sobre la
Iglesia y la sociedad. Sobre la Iglesia, en la medida que ésta es
decadente, o ambigua, o ha perdido su dinamismo radical. Sobre la
sociedad, en la medida que se deshumaniza o descristianiza y por
lo mismo se hace fuente de opresión e injusticia.
En su origen, en los primeros siglos, encontramos ya esta forma
de protesta cristiana. Las formas radicales de apartamiento de la
sociedad y de las estructuras eclesiásticas imperantes (ya influidas
por la decadencia posconstantiniana), propias de los primeros
anacoretas y del monaquismo primitivo, son una muda protesta.
Son un deseo de afirmar dialécticamente (y a menudo en forma
chocante, en forma de ruptura con «lo establecido»), valores e
intuiciones evangélicas que entraban en un proceso de
«mundanización» y mediocridad. El radicalismo de su modo de vivir,
cuestionaba.
Esta característica sigue siendo propia de las grandes funciones
y reformas carismáticas en torno a la vida consagrada. Implican una
crítica santa a la forma de sociedad y de Iglesia en que ellos viven.
Si, por ejemplo, tomamos a san Francisco y su movimiento religioso
como caso típico, no se puede negar que el estilo radical de vida
franciscana implicaba un profundo cuestionamiento a la Iglesia
temporalizada y clerical de su época y al estilo de vida de los
señores feudales y de los nacientes burgueses cristianos.
Esta característica radical de todo movimiento religioso en su
origen tiende luego a perderse. La vida consagrada se va haciendo
«establecida», se asimila a las formas eclesiásticas
«convencionales» y sobre todo a los estilos imperantes de la vida
social sin cuestionarlos. En ese caso estamos en plena decadencia.
Ese movimiento religioso no será auténtico mientras no vuelva a la
raíz de su profetismo. Su radicalismo es signo de vitalidad y de su
derecho a continuar existiendo. Su ausencia es un vacío que
cuestiona su razón de ser en la Iglesia y en la sociedad. Una de las
causas de la actual crisis de la vida consagrada descansa en que
muchos de los que se han entregado a ella han descubierto este
vacío.
La vida consagrada auténtica implica una santa crítica a una
Iglesia «instalada». En la medida en que los cristianos ya no son sal
ni luz. En la medida en que hay un clero «establecido». Establecido
en formas obvias o sutiles de «carrera eclesiástica». En formas de
actuar guiadas por criterios «políticos» o «diplomáticos» y no
evangélicos. En acomodación al «mundo» en cuestiones de poder y
de recursos. Un clero que tiende a sustituir el radicalismo cristiano
por el «equilibrio» del «justo medio» de los «bienpensantes».
Tal vez esto último es lo más radical del ideal religioso como
forma típica del seguimiento. El equilibrio cristiano no es el justo
medio de la ética secular prevalente. El equilibrio cristiano no está
«en el centro», sino en la verdad, como lo entiende el Evangelio. La
verdad de Jesús no siempre está «en el medio>>, a menudo está
en los extremos, es radical para un criterio «establecido». Ya
abundamos anteriormente sobre esto. En el fondo, en su intuición
profunda, la vida consagrada quiere testimoniar precisamente eso:
el radicalismo del seguimiento frente a la mediocridad de ciertos
«justos medios».
La vida consagrada es también una crítica radical a la sociedad.
Un estilo de vida que rompe con los criterios imperantes no
evangélicos. En nuestro caso concreto latinoamericano, esta crítica
es a las injusticias de la sociedad capitalista dependiente. En otras
áreas, la vida consagrada cuestionará otros vicios de otros tipos de
sociedad.
La vida consagrada critica la sociedad no «haciendo política» o
análisis críticos socioeconómicos. La critica proféticamente,
asumiendo un estilo de vida y de organización que en sí es un
reproche a los vicios y criterios prácticos no cristianos de la actual
sociedad. Los consagrados no son radicales en categorías
sociológicas, sino evangélicas. Su crítica brota de la pobreza y no
del activismo social. Pobreza como renuncia a la men- talidad de
«consumo». Como desinterés por el lucro. Como estilo fraternal de
compartir los bienes materiales y espirituales. Como destierro de
toda forma de acepción de personas y categorías sutilmente
«clasistas», evitando las formas disfrazadas de utilización de los
otros. Como compromiso por la liberación de los «pequeños»
En fin, la vida consagrada testimonia la contemplación como
compendio de la protesta contra las metas puramente materiales de
los tipos concretos de sociedad tanto capitalistas como socialistas.
La oración y experiencia contemplativa son el cuestionamiento más
serio que la vida consagrada dirige al mundo de hoy. Al valorar y
exhibir públicamente esta dimensión contemplativa, propia del
radicalismo evangélico, la vida consagrada anuncia proféticamente
lo que es ya propio de todo compromiso cristiano: el absoluto de
Dios, la gratuidad y el amor a Dios por sobre todas las cosas.
De hecho, hoy día «la protesta social» a través del estilo radical
de vida no es privativo de la vida consagrada o de otras formas de
compromiso cristiano. Los diversos grupos, sobre todo jóvenes, que
asumen una actitud de «anticultura» (hippies y otros) son en el
fondo una caricatura secularizada del radicalismo cristiano. En
forma pacífica, y a veces también violenta, las anticulturas actuales
cuestionan la sociedad. Sus ambigüedades, que son también
grandes (tendencias sectarias, viciosas y evasivas de los
compromisos sociopolíticos...), se deben a que este
profetismo-secularizado no se nutre explícitamente del
evangelio.
Sin embargo, quedan como un desafío al conformismo actual de
muchas formas de la vida evangélica. Esta está llamada a asumir la
protesta social de los «anticultura» en un contexto y una motivación
radicalmente cristiana. Ello le permite superar las ambigüedades de
los «anticultura» y dar a su estilo de vida una significación
verdaderamente profética.
SEGUNDO
GALILEA
RELIGIOSIDAD POPULAR Y PASTORAL
Edic. CRISTIANDAD. Madrid-1980. Págs. 306-315