Por la oración se
alcanza la felicidad
Fuente: La Oración en las Sagradas
Escrituras y en los Santos Padres
Autor: San Juan Crisóstomo
Por la oración se alcanza la felicidad
1. Por dos razones conviene que admiremos a los siervos de Dios y los
reputemos felices: porque pusieron la esperanza de su salvación en las santas
oraciones, y porque conservando por escrito los himnos y adoraciones, que con
temor y gozo tributaron a Dios, ríos transmitieron también a nosotros su
tesoro, para poder arrastrar a su imitación a la posteridad. Porque es natural
que pasen a los discípulos las costumbres de los maestros, y que los
discípulos de los profetas brillen como imitadores de justicia, de suerte que
en todo tiempo meditemos, roguemos, adoremos a Dios, y ésta tengamos por
nuestra vida, ésta por nuestra salud y alegría, éste por el colmo y término de
todos nuestros bienes, el rogar a Dios con el alma pura e incontaminada.
Porque como a los cuerpos da luz el sol, así al alma la oración. Si, pues,
para un ciego es grave daño el no ver el sol, ¿qué clase de daño será para un
cristiano el no orar constantemente, e introducir en el alma por la oración la
lumbre de Cristo?
Excelsa dignidad del hombre que ora
2. ¿Quién hay que no se espante y admire del amor que Dios manifiesta a los
hombres cuando libremente les concede tan grande honor que no se desdeña de
escuchar sus preces y trabar con ellos conversación amigable? Pues no con
otro, sino con el mismo Dios hablamos en el tiempo de la oración, por medio de
la cual nos unimos con los ángeles y nos separamos inmensamente de lo que hay
en nosotros común con los brutos irracionales. Que de ángeles es propia la
oración, y aun sobrepuja a su dignidad, puesto que mejor que la dignidad
angélica es hablar con Dios. y que como digo, sea mejor, ellos mismos nos lo
enseñan al ofrecer a Dios nuestras súplicas con gran temor (Ap. 5, 8),
haciéndonos ver y aprender de este modo que es razón que cuantos se acercan a
Dios, lo hagan con gozo sí, pero también con temor. Con temor, temblando no
seamos dignos de la oración, y llenos al mismo tiempo de gozo por la grandeza
del honor recibido. Pues de tal extraña y singular providencia se reputa el
género humano, que podemos gozar continuamente de la conversación con Dios,
por medio de la cual, hasta dejamos de ser mortales y caducos; pues mientras
por una parte permanecemos mortales por naturaleza, por la otra, con la
oración y conversación con Dios nos trasladamos a una vida inmortal.
En efecto: es necesario que quien conversa con Dios llegue a ser superior a la
muerte ya toda corrupción; y así como es absolutamente parecido que quien goza
de los rayos del sol esté alejado de las tinieblas, del mismo modo es
necesario que quien disfruta del trato divino no sea ya mortal, porque la
misma grandeza del honor le traspasa a la inmortalidad. Pues si es imposible
que los que hablan con el emperador y son de él estimados sean pobres,
muchísimo más lo es que los que ruegan a Dios y le hablan tengan almas
expuestas a la muerte.
La oración es la fuente y origen de la virtud
3. Pues la muerte de las almas es la impiedad y la vida sin ley; como al
contrario, su vida es el servicio de Dios y el modo de obrar conforme a El.
Cierto es que la vida santa y conforme al servicio de Dios, claro está que la
oración la produce y maravillosamente la guarda como un tesoro en nuestras
almas. Porque sea que uno ame la virginidad, sea que se esfuerce por guardar
la moderación propia del matrimonio, o por superar la ira, o por
familiarizarse con la mansedumbre, o por vencer la envidia, o por cumplir
cualquier otro deber, teniendo por guía a la oración que le vaya hallando la
senda del modo de vivir que haya escogido, hallará expedita y fácil la carrera
de la piedad.
Nos conviene obedecer a Dios
4. Porque no es posible, no, que los que piden a Dios el don de la templanza,
de la justicia, de la mansedumbre, de la virginidad, no consigan lo que piden.
Porque, pedid, dice, y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá;
porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla, y al que llama a la
puerta se le abrirá" (Mt. 7; Lc. 11).
Y aun añadió de nuevo: ¿Quién de Vosotros hay, que si su hijo le pide pan, le
dé una Piedra, ¿ O si le pide un pez le dé una serpiente ? ¿O si le pide un
huevo le dé un escorpión? Pues si Vosotros siendo malos sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu
bueno a los que se lo pidan? (Ibíd).
Con tales palabras nos exhortó a la oración el Señor de todo lo creado, ya
nosotros nos conviene vivir siempre obedientes a Dios, ofreciéndole himnos de
alabanza y oraciones con mayor cuidado del culto divino que de nuestra propia
alma; porque así podremos vivir siempre una vida digna de hombres. Porque el
que no ruega a Dios, ni ansía gozar constantemente de la divina conversación,
está muerto y sin alma, y no tiene del todo sano el juicio; porque ésta es la
mayor señal de insensatez: el no conocer la grandeza de este honor, ni amar la
oración, ni tener por muerte del alma el no postrarse delante de Dios.
La oración es la vida del alma
Pues claro está que así como a este nuestro cuerpo, cuando le falta el alma
queda fétido, así cuando el alma no se mueve a sí misma a la oración, muerta
está ya, miserable y corrompida.
5. Y que se deba tener por más acervo que cualquier muerte el verse privado de
la oración, hermosamente nos lo enseña el gran profeta Daniel, al elegir antes
la muerte que estar por sólo tres días privado de la oración; pues no le mandó
el rey de los persas cometer ninguna impiedad, sino quiso ver tan sólo si en
el espacio de tres (treinta) días se hallaba alguno que pidiese nada a ninguno
de los dioses, si no era al mismo rey i (Dan. 4). Porque si Dios no se inclina
hacia nosotros, ningún bien descenderá a nuestras almas; pero el inclinarse
Dios a nosotros maravillosamente olvidará nuestros trabajos, si nos ve amar la
oración y rogar constantemente a su Majestad, y tener puesta ¡nuestra
esperanza en que allí han de descender a nosotros todos los bienes.)