ABRIL

2 de abril

SAN FRANCISCO DE PAULA, ERMITAÑO

Memoria libre


SECUNDA LECTURA

San Francisco de Paula, Carta del año 1486 (A. Galuzzi, Origini dell'Ordine dei Minimi, Roma 1967, pp. 121-122)

Convertíos con sinceridad

Que nuestro Señor Jesucristo, que remunera con suma esplendidez, os dé la recompensa de vuestras fatigas.

Huid del mal, rechazad los peligros. Nosotros, y todos nuestros hermanos, aunque indignos, pedimos constantemente a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo y a la Virgen María que estén siempre a vuestro lado para salvación de vuestras almas y vuestros cuerpos.

Hermanos, os exhorto vehementemente a que os preocupéis con prudencia y diligencia de la salvación de vuestras almas. La muerte es segura y la vida es breve y se desvanece como el humo.

Centrad vuestro pensamiento en la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que, por el amor que nos tenía, bajó del cielo para redimirnos; que por nosotros sufrió toda clase de tormentos de alma y cuerpo, y tampoco evitó suplicio alguno. Con ello nos dejó un ejemplo soberano de paciencia y amor. Debemos, pues, tener paciencia en las adversidades.

Deponed toda clase de odio y de enemistades; tened buen cuidado de que no salgan de vuestra boca palabras duras y, si alguna vez salen, no seáis perezosos en pronunciar aquellas palabras que sean el remedio saludable para las heridas que ocasionaron vuestros labios: por tanto, perdonaos mutuamente y olvidad para siempre la injuria que se os ha hecho.

El recuerdo del mal recibido es una injuria, complemento de la cólera, conservación del pecado, odio a la justicia, flecha oxidada, veneno del alma, destrucción del bien obrar, gusano de la mente, motivo de distracciones en la oración, anulación de las peticiones que hacemos a Dios, enajenación de la caridad, espina clavada en el alma, iniquidad que nunca duerme, pecado que nunca se acaba y muerte cotidiana.

Amad la paz, que es el mayor tesoro que se puede desear. Ya sabéis que nuestros pecados provocan la ira de Dios; arrepentíos para que os perdone por su misericordia. Lo que ocultamos a los hombres es manifiesto a Dios; Convertíos, pues, con sinceridad. Vivid de tal manera que obtengáis la bendición del Señor, y la paz de Dios, nuestro Padre, esté siempre con vosotros.



5 de abril

SAN VICENTE FERRER, PRESBÍTERO

Memoria libre


SECUNDA LECTURA

San Vicente Ferrer, Tratado sobre la vida espiritual (Cap 13: ed. Garganta-Forcada, pp. 513-514)

Del modo de predicar

En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado; pero de tal manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino quedo haces llevado de la caridad y espíritu paternal, como un padre que se compadece de sus hijos cuando los ve en pecado o gravemente enfermos o que han caído en un hoyo, esforzándose por sacarlos del peligro y acariciándoles como una madre. Hazlo alegrándote del bien que obtendrán los pecadores y del cielo que les espera si se convierten.

Este modo de hablar suele ser de gran utilidad para el auditorio. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios no produce impacto en los oyentes.

En el confesionario debes mostrar igualmente sentimientos de caridad, lo mismo si tienes que animar a los pusilánimes que si tienes que amenazar a los contumaces; el pecador ha de sentir siempre que tus palabras proceden exclusivamente de tu caridad. Las palabras caritativas han de preceder siempre a las recomendaciones punzantes.

Si quieres ser útil a las almas de tus prójimos, recurre primero a Dios de todo corazón y pídele con sencillez que te conceda esa caridad, suma de todas las virtudes y la mejor garantía de éxito en tus actividades.



7
de abril

SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE,
PRESBÍTERO

Memoria


SECUNDA LECTURA

San Juan Bautista de la Salle, Meditación 201

El amor de Cristo nos apremia

Caed en la cuenta de lo que dice el apóstol Pablo, esto es, que Dios puso en su Iglesia apóstoles, profetas y doctores, y observaréis que es él quien os puso en vuestro oficio. Pablo es también quien os vuelve a dar testimonio, cuando dice que hay diversos ministerios y diversas operaciones y que es el mismo espíritu quien se manifiesta en todas ellas para la utilidad común, es decir, para el bien de la Iglesia.

No dudéis entonces de que la gracia que se os ha concedido de enseñar a los niños, de anunciarles el Evangelio y de educar su espíritu religioso es un gran don de Dios, que es quien os ha llamado a este oficio.

Por tanto, los niños, que han sido entregados a vuestro cuidado, han de ver que sois ministros de Dios porque ejercéis vuestro oficio con una caridad sincera y una fraternal diligencia. El pensar que sois no sólo ministros de Dios, sino también de Cristo y de la Iglesia, os debe ayudar a cumplir con vuestra obligación.

Esto es lo que dice san Pablo cuando exhorta a que todos los que anuncian el Evangelio sean considerados como ministros de Cristo y que escriban la carta que Cristo dicta, no con tinta, sino con el espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón de los niños. Por esto, el amor de Dios debe apremiaros, puesto que Jesucristo murió por todos para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó. Que vuestros discípulos, estimulados por vuestra diligencia y solicitud, sientan que es Dios mismo quien les exhorta por vuestro medio, ya que actuáis como embajadores de Cristo.

Es necesario que manifestéis a la Iglesia el amor que por ella sentís y le deis pruebas de vuestra diligencia, pues trabajáis en unión con la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Que vuestra actuación haga ver que amáis a los que Dios os encomendó con el mismo amor con que Cristo amó a su Iglesia.

Esforzaos porque los niños lleguen efectivamente a formar parte de este templo, de tal modo que sean dignos de presentarse un día ante el tribunal de Jesucristo gloriosamente, sin mancha ni arruga ni nada por el estilo, y puedan así manifestar a los siglos venideros las abundantes riquezas de la gracia que Dios os otorgó para educar y enseñar, y a ellos para aprender, todo con vistas a la herencia del reino de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor.



11 de abril

SAN ESTANISLAO, OBISPO Y MÁRTIR

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Carta 58 (8-9.11: CSEL 3, 663-666)

La lucha por la fe

Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

Revistámonos de fuerza, hermanos amadísimos, y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe sincera, con una total entrega. Que el ejército de Dios marche a la guerra que se nos declara.

El Apóstol nos indica cómo debemos revestirnos y prepararnos, cuando dice: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.

Que estas armas espirituales y celestes nos revistan y nos protejan para que en el día de la prueba podamos resistir las asechanzas del demonio y podamos vencerlo.

Pongámonos por coraza la justicia para que el pecho esté protegido y defendido contra los dardos del Enemigo; calzados y armados los pies con el celo por el Evangelio para que, cuando la serpiente sea pisoteada y hollada por nosotros, no pueda mordernos y derribarnos.

Tengamos fuertemente embrazado el escudo de la fe para que, protegidos por él, podamos repeler los dardos del Enemigo.

Tomemos también el casco espiritual para que, protegidos nuestros oídos, no escuchemos los edictos idolátricos, y, protegidos nuestros ojos, no veamos los ídolos detestables. Que el casco proteja también nuestra frente para que se conserve incólume la señal de Dios, y nuestra boca para que la lengua victoriosa confiese a su Señor, Cristo.

Armemos la diestra con la espada espiritual para que rechace con decisión los sacrificios sacrílegos y, acordándose de la eucaristía, en la que recibe el cuerpo del Señor, se una a él para poder después recibir de manos del Señor el premio de la corona eterna.

Que estas verdades, hermanos amadísimos, queden esculpidas en vuestros corazones. Si meditamos de verdad en estas cosas, cuando llegue el día de la persecución, el soldado de Cristo, instruido por sus preceptos y advertencias, no sólo no temerá el combate, sino que se encontrará preparado para el triunfo.



13 de abril

SAN MARTÍN I, PAPA Y MÁRTIR

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Martín I, Carta 17 (PL 87, 203-204)

El Señor está cerca,
¿por qué me voy a preocupar?

Es un deseo nuestro constante el consolaros por carta, aliviando de algún modo la preocupación que sentís por nuestra situación, vosotros y todos los santos y hermanos que se interesan por nosotros en el Señor. Ved que ahora os escribimos desde nuestro cautiverio. Os digo la verdad en el nombre de Cristo, nuestro Dios.

Apartados de cualquier turbación mundana y depuestos por nuestros pecados, hemos llegado casi a vernos privados de nuestra propia vida. Ya que todos los habitantesde estas regiones son paganos y siguen las costumbres paganas, y no se da entre ellos esa caridad que es connatural al hombre, que se da incluso entre los propios bárbaros, y que se manifiesta por una magnánima compasión.

Me ha sorprendido y me sigue sorprendiendo todavía la insensibilidad y falta de compasión de todos aquellos que en cierto modo me pertenecíais, y también la de mis amigos y conocidos, quienes, cuando me he visto arrastrado por esta desgracia, ni siquiera se acuerdan de mí, ni tampoco se preocupan de si todavía me encuentro sobre la tierra o de si estoy fuera de ella.

¿Creéis que tenemos miedo de presentamos ante el tribunal de Cristo y que allí nos acusen y pidan cuentas hombres formados de nuestro mismo barro? ¿Por qué tienen los hombres tanto miedo de cumplir los mandamientos de Dios y temen precisamente donde no hay nada que temer? ¿O es que estoy endemoniado? ¿Tan perjudicial he sido para la Iglesia y contrario a ellos?

El Dios que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, confirme sus corazones, por intercesión de san Pedro, en la fe ortodoxa, y la robustezca contra cualquier hereje o adversario de la Iglesia y los guarde incólumes, sobre todo al pastor que ahora aparece como presidiéndolos, para que no se aparten, ni se desvíen, ni abandonen lo más mínimo de todo lo que profesaron por escrito ante Dios y ante sus ángeles, y puedan así recibir, juntamente conmigo, la corona de justicia de la fe ortodoxa, de manos del Señor y Salvador nuestro, Jesucristo.

De mi cuerpo ya se ocupará el Señor como él quiera, ya sea en continuas tribulaciones, ya sea en leve reposo. El Señor está cerca, ¿por qué me voy a preocupar? Espero que por su misericordia no retrasará mucho el fin de mi carrera.

Saludad en el nombre del Señor a toda la familia y a todos los que se han sentido solidarios conmigo durante mi cautiverio. Que el Dios excelso os proteja, por su poder, de toda tentación y os dé la salvación en su reino.
 

El mismo día 13 de abril

SAN HERMENEGILDO, MÁRTIR
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía antes de partir para el exilio (PG 52, 427-430)

La caridad, garantía de la unidad de la Iglesia

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrá contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

Nadie nos podrá separar. Lo que Dios ha unido, no puede separarlo el hombre. Del hombre y de la mujer se dice: Abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

Si no puedes romper el vínculo conyugal, ¿cuánto menos podrás llegar a dividir la Iglesia? ¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor?

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña.



21 de abril

SAN ANSELMO,
OBISPO Y DOCTOR DE
LA IGLESIA

Memoria


SEGUNDA I,LECTURA

San Anselmo de Cantorbery, Proslogion (Caps 14.16.26: Opera omnia, ed. Schmitt, Seckau [Austria] 1938, 1, 111-113.121-122)

Que te conozca y te ame
para que encuentre en ti mi alegría

¿Has encontrado, alma mía, lo que buscabas? Buscabas a Dios, y has encontrado que él está por encima de todas las cosas, que nada mejor que él se puede imaginar, y que él es la vida, la luz, la sabiduría, la bondad, la bienaventuranza eterna y la eternidad dichosa; él está por todas partes y siempre.

Señor Dios mío, creador y restaurador de mi ser, di a mi alma deseosa que eres otro del que ella ha visto para que vea limpiamente lo que desea. Intenta ver más, pero no ve nada más de lo que ha visto, sino tinieblas. En verdad no ve tinieblas, puesto que en ti no existen, pero ve que no puede ver más por sus propias tinieblas.

De verdad, Señor, que esta luz en la que habitas es inaccesible, pues no existe nadie que pueda penetrar esta luz para contemplarte. Yo no la veo, pues es excesiva para mí, y, sin embargo, todo lo que veo lo veo por ella, del mismo modo que el ojo débil, lo que ve, lo ve por la luz del sol, aunque no pueda mirarlo directamente.

¡Mi entendimiento no puede alcanzar esa luz!; es demasiado resplandeciente para comprenderla, y tampoco los ojos de mi alma soportan el mirarla por mucho tiempo. Su fulgor la deslumbra, su sublimidad la supera, su inmensidad la anonada, su amplitud la ofusca.

¡Oh luz suprema e inaccesible! ¡Oh verdad íntegra y feliz, qué lejos estás de mí que estoy tan cerca de ti! ¡Qué lejos estás de mi presencia, mientras yo siempre estoy en la tuya!

En todas partes estás presente e íntegra, y yo no te veo. Me muevo y existo en ti, y, sin embargo, no puedo alcanzarte. Estás dentro y alrededor de mí y no te siento.

Te ruego, Señor, que te conozca y te ame para que encuentre en ti mi alegría. Y si en esta vida no puedo alcanzar la plenitud, que al menos crezca de día en día hasta que llegue a aquella plenitud. Que en esta vida se haga más profundo mi conocimiento de ti, para que allí sea completo; que tu amor crezca en mí para que allí sea perfecto, y que mi alegría, grande en esperanza, sea completa en la posesión.

Señor, por medio de tu Hijo nos ordenas e incluso nos aconsejas que pidamos, y prometes que recibiremos, para que nuestro gozo sea perfecto. Yo te pido, Señor, como nos aconsejas por medio de nuestro admirable consejero, que reciba lo que prometes por tu fidelidad, para que mi gozo sea perfecto. Yo te pido, Dios veraz, que reciba, para que mi gozo sea perfecto.

Entre tanto, que esto sea lo que medite mi mente, proclame mi lengua, ame mi corazón y hable mi boca. Que sea el hambre de mi alma, y la sed de mi cuerpo: que todo mi ser lo desee, hasta que entre en el gozo del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Amén.



23 de abril

SAN ADALBERTO, OBISPO Y MÁRTIR
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 329 (PL 38, 1454-1456)

Preciosa es la muerte de los mártires comprada
al precio de la muerte de Cristo

Por las gestas tan gloriosas de los santos mártires, con que la Iglesia florece por doquier, comprobamos con nuestros mismos ojos cuán cierto es lo que hemos cantado: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. De gran precio para nosotros y de gran precio para aquel en cuyo nombre se llevó a cabo. Pero el precio de estas muertes es la muerte de uno solo. ¡Cuántas muertes compró muriendo aquel que de no haber muerto, el grano de trigo no se hubiera multiplicado! Habéis oído sus palabras cuando se acercaba a su pasión, es decir, cuando se acercaba a nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

Realizó sobre la cruz una gran transacción comercial. Allí se abrió la bolsa de nuestro precio: cuando la lanza del soldado abrió su costado, manó de él el precio de todo el orbe. Fueron comprados los fieles y los mártires, pero la fe de los mártires fue sometida a prueba: testigo es la sangre. Devolvieron lo que por ellos se había invertido, y dieron pleno cumplimiento a lo que dijo Juan: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos. Y en otra parte está escrito: Te has sentado a una gran mesa, está muy atento a lo que te sirven, pues deberás preparar otro tanto. Gran mesa es aquella en que los manjares son el mismo anfitrión de la mesa. Nadie alimenta a sus convidados de sí mismo. Eso sólo lo hace Cristo: él es quien invita, él es la comida, él es la bebida. Los mártires se fijaron bien en lo que comían y bebían y, a su vez, sirvieron lo mismo.

¿Pero cómo hubieran podido devolver lo mismo, si no les hubiera dado qué devolver el que fue el primero en pagar? De aquí que el salmo, con el que hemos cantado: Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles, ¿qué es lo que nos recomienda? En él, el hombre reflexionó sobre lo mucho que había recibido de Dios; se dio cuenta de los innumerables dones de gracia del Todopoderoso que le creó, que, perdido, le buscó, que, encontrado, le perdonó, que, en la lucha, vino en ayuda de sus débiles fuerzas, que no lo abandonó en la duda, que lo coronó en la victoria, que se dio a sí mismo en premio; consideró todo esto y exclamó diciendo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? alzaré la copa de la salvación. ¿Cuál es esta copa? Es la copa de la pasión, amarga y saludable; la copa que si el médico no hubiera bebido primero, el enfermo no habría osado tocarla. El mismo es este cáliz: lo reconocemos en la boca de Cristo, cuando dice: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. De este mismo cáliz dijeron los mártires: Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre. ¿Así que no temes desfallecer? No, dice. ¿Por qué? Porque invocaré el nombre del Señor. ¿Cómo hubieran podido vencer los mártires, si no venciera en ellos quien dijo: Alegraos, porque yo he vencido al mundo?

El Señor de los cielos guiaba su mente y su lengua y, por su medio, vencía al diablo en la tierra y coronaba a los mártires en el cielo. ¡Dichosos los que así apuraron este cáliz! Se acabaron los dolores y recibieron los honores.

Así que estad atentos, carísimos: lo que no podéis con los ojos, meditadlo en vuestra mente y en vuestra alma, y ved que es de gran precio a los ojos del Señor la muerte de sus fieles.


El mismo día 23 de abril

SAN JORGE, MÁRTIR
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Damiani, Sermón 3, sobre san Jorge (PL 144, 567-571)

Protegido inexpugnablemente con el estandarte de la cruz

La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.

Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires.



24 de abril

SAN FIDEL DE SIGMARINGA,
PRESBÍTERO Y MÁRTIR

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

Elogio de san Fidel de Sigmaringa

Hombre fiel por su nombre y por su vida

El papa Benedicto catorce celebró la figura de san Fidel, defensor de la fe católica, con estas palabras:

«Desplegando la plenitud de su caridad al socorro material de sus prójimos, acogía paternalmente a todos los pobres y los sustentaba haciendo colectas en favor suyo por todas partes.

Remediaba la indigencia de los huérfanos y las viudas con las limosnas de los ricos; socorría a los presos con toda clase de ayudas materiales y espirituales, visitaba a los enfermos y los reconciliaba con Dios, preparándoles para el último combate.

Su actividad más meritoria fue la que desplegó con ocasión de la peste que se declaró en el ejército austríaco, exponiéndose constantemente a las enfermedades y a la muerte».

Junto con esta caridad, Fidel —hombre fiel por su nombre y por su vida— sobresalió en la defensa de la fe católica que predicó incansablemente. Pocos días antes de morir y con firmar esa fe con su propia sangre, en su último sermón dejó lo que podríamos llamar su testamento:

«¡Oh fe católica, qué estable y firme eres, qué bien arraigada, qué bien cimentada estás sobre roca inconmovible! El cielo y la tierra pasarán, pero tú nunca podrás pasar. El orbe entero te contradijo desde un principio, pero con tu poder triunfaste de todos.

Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe, que sometió al imperio de Cristo a los reyes más poderosos y puso a las naciones a su servicio.

¿Qué otra cosa, sino la fe, y principalmente la fe en la resurrección, hizo a los apóstoles y mártires soportar sus dificultades y sufrimientos?

¿Qué fue lo que hizo a los anacoretas despreciar los placeres y los honores y vivir en el celibato y la soledad, sino la fe viva?

¿Qué es lo que hoy lleva a los verdaderos cristianos a despreciar los placeres, resistir a la seducción y soportar rudos sufrimientos?

La fe viva, activa en la práctica del amor, es la que hace dejar los bienes presentes por la esperanza de los futuros y trocar los primeros por los segundos».



25 de abril

SAN MARCOS, EVANGELISTA
Fiesta


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 1-16

Diversidad de funciones en un mismo cuerpo

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos. sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Ur solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Ur. Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lc trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia segúr la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Comentario sobre el salmo 65 (19.20.21.24: CSEL 22, 261-262.264.265)

¡Qué hermosos son los pies del mensajero
que trae la Buena Nueva!

Debemos alabar a Dios con una constante y pública predicación, sin que nuestra fe tiemble al conmemorar sus virtudes. ¿Y cuál es el panegírico que cabe hacer? Este, sin lugar a dudas: es él quien salva la vida de los creyentes, él quien da a la predicación apostólica y a la confesión de los mártires la constancia y la perseverancia para revelarlo, con cuyos discursos –como con otros tantos pies– la predicación del reino celestial recorre el orbe de la tierra. A toda la tierra alcanza su pregón. Y en otra parte, el Espíritu Santo proclama la gloria del discurso espiritual: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Así pues, esta voz en alabanza de Dios ha de ser pregonada por los predicadores, como lo atestigua el profeta: El nos ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies. En efecto, los apóstoles no se dejaron desviar ni un ápice del curso de su predicación por miedo a las amenazas de los hombres, ni la firmeza de los tesoneros pies fue jamás removida del camino de la fe para apartarles ni por un momento de la predicación del Señor del juicio y del reino eterno».

Uno es efectivamente el Espíritu y una la fe de los creyentes, como leemos escrito en los Hechos de los apóstoles: Los creyentes pensaban y sentían lo mismo. Así pues, cuando lo comenzado por uno está destinado a una pluralidad, en esta pluralidad se manifiesta la unanimidad. A los que creen en él, Dios no los somete a prueba como si le fuera desconocida su fe, sino porque —como dice el Apóstol— la tentación conduce a una virtud probada. Por eso los creyentes son sometidos a prueba no para conocimiento de Dios, sino para probarse a sí mismos, de modo que purificados por el fuego y lavados de la contaminación de los vicios carnales, resplandezcan con la claridad de una inocencia a toda prueba.

Considerando las clases de tentaciones y las diversas victorias de los mártires, sabemos los cauces para salvar la vida verdadera: a saber, despreciándolas, se consigue que los pies no vacilen en el camino de la fe y del testimonio bajo el ensañamiento de los más refinados géneros de tortura.

A través de estas diversas torturas, los mártires ofrecieron en holocausto sus propios cuerpos como testimonio de fe, para entrar en la casa de Dios, esto es, en la habitación de la patria celestial, después de haber consumado su ofrenda con el sacrificio.

Pero ¿por qué hicieron oblación de sus cuerpos? Pues para que, por medio del ejemplo de su martirio, aprendieran los pueblos la esperanza de la vida eterna. Los que entonces predicaban a Cristo no lo hacían en provecho propio, puesto que ya lo conocían, sino en provecho de los que todavía no existíamos o de los que, existiendo, no lo conocían. Su predicación encendió en la fe de toda la posteridad el deseo del martirio. Predicación que no tenía otra finalidad sino la de instruir a muchos mártires con el ejemplo de su fe y de su martirio.


HOMILÍA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 1, 10, 1-3: PG 7, 550-554)

La predicación de la verdad

La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios Padre todopoderoso, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; y en un solo Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, que por los profetas anunció los planes de Dios, el advenimiento de Cristo, su nacimiento de la Virgen, su pasión, su resurrección de entre los muertos, su ascensión corporal a los cielos, su venida de los cielos, en la gloria del Padre, para recapitular todas las cosas y resucitar a todo el linaje humano, a fin de que ante Cristo Jesús, nuestro Señor, Dios y Salvador y Rey, por voluntad del Padre invisible, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame a quien hará justo juicio en todas las cosas.

La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.

Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad.

En las Iglesias no dirán cosas distintas los que son buenos oradores, entre los dirigentes de la comunidad (pues nadie está por encima del Maestro), ni la escasa oratoria de otros debilitará la fuerza de la tradición, pues siendo la fe una y la misma, ni la amplía el que habla mucho ni la disminuye el que habla poco.



26 de abril

SAN ISIDORO
OBISPO Y DOCTOR DE
LA IGLESIA
Fiesta


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 7, 7-16.22-30

Felicidad de los justos en Dios

Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que a la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.

Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables; de todas gocé, porque la sabiduría las trae, aunque yo no sabía que ella las engendra a todas. Aprendí sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los hombres: los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda.

Que me conceda Dios saber expresarme y pensar como corresponde a ese don, pues él es el mentor de la sabiduría y quien marca el camino a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, y toda la prudencia y el talento.

En efecto, la sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos.

La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.

Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada; renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la sabiduría no la puede el mal.


SEGUNDA LECTURA

San Isidoro de Sevilla, Tratado sobre los oficios eclesiásticos (Cap 5, 12: PL 83, 785)

El obispo debe tener su puerta abierta
a todo el que llegue

Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha; pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos.

El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles.

Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad, para que, ni por apocamiento queden por corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos.

Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: Fui forastero y me hospedasteis, cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón.


EVANGELIO:
Mt 13, 44-45.51-53

Lectura del Santo Evangelio según san Marcos

En aquél tiempo dijo Jesús:

Se parece el reinado de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél.

Se parece también el reinado de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró.

-¿Habéis entendido todo esto?

Contestaron ellos:

-Sí.

Él les dijo:

-De modo que todo letrado que entiende del reinado de Dios se parece a un padre de familia que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas.


HOMILÍA

San Isidoro de Sevilla, Libro de las sentencias (3 8-10: PL 83, 679-682)

El letrado que entiende del reino de los cielos

La oración nos purifica, la lectura nos instruye; ambas cosas son buenas si son posibles. De lo contrario, mejor es orar que leer.

El que quiere estar siempre con Dios, ha de orar con frecuencia y frecuentemente debe leer. Pues cuando oramos, hablamos con Dios; cuando leemos, Dios habla con nosotros.

Todo progreso nace de la lectura y de la meditación. Pues en la lectura aprendemos lo que ignoramos, y con la meditación conservamos lo aprendido.

Doble es el don que la lectura de la sagrada Escritura nos reporta: ilumina nuestra inteligencia, y conduce al amor de Dios al hombre liberado ya de las vanidades del mundo. Pues estimulados muchas veces con sus palabras, nos sustraemos al deseo de una vida mundana; y encendidos en amor a la sabiduría, tanto más se envilece la vana esperanza de nuestra condición mortal, cuanto más radiante apareciere, al calor de la lectura, la esperanza de los valores eternos.

Doble es también la motivación de la lectura: la primera se refiere al modo de entender las Escrituras; la segunda, a la utilidad y la dignidad con que deben ser proclamadas. Lo primero que hay que hacer es capacitarse para la inteligencia de lo que se lee, para ser. luego idóneos predicadores de lo aprendido.

El lector diligente estará más dispuesto a llevar a la práctica lo que ha leído, que a lograr su comprensión. Menor pena es desconocer lo que has de desear, que no poner en práctica lo que conocieres. Y como leyendo demostramos nuestro deseo de saber, así debemos poner por obra las cosas buenas que estudiando hemos aprendido.

Nadie puede penetrar el sentido de la sagrada Escritura si no se familiariza con su lectura, como está escrito: Conquístala, y te hará noble; abrázala, y te hará rico.

Cuanto más asiduo es uno en la lectura de la Palabra sagrada, tanto más rica será la inteligencia que de ella saque. Es como la tierra, que cuanto más se la cultiva, tanto más abundante es el fruto que produce.

Los hay dotados de capacidad intelectual, pero descuidan el interés por la lectura, y desprecian en su abandono lo que leyendo pudieron aprender. Y los hay con gran afición de saber, pero se lo impide su escasa capacidad. Estos tales, por su dedicación asidua a la lectura, llegan a saber lo que los mejor dotados nunca conocieron por su desidia.

Y así como el tardo en comprensión recibe el premio en atención a su noble afán, así el que no cultiva la capacidad intelectual que Dios le ha dado, se hace reo de condena, pues al despreciar el don recibido, peca por desidia.

Una doctrina que no va sostenida por la gracia nunca penetra en el corazón, aunque la registren los oídos: resuena, sí, en el exterior, pero interiormente nada aprovecha. La palabra de Dios transmitida a través de los oídos sólo llega a lo íntimo del corazón, cuando la gracia de Dios mueve interiormente al alma ayudándola a la comprensión.



28 de abril

SAN PEDRO CHANEL,
PRESBÍTERO Y MÁRTIR
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

Elogio de san Pedro Chanel

La sangre de los mártires es semilla de cristianos

Pedro, nada más abrazar la vida religiosa en la Compañía de María, pidió ser enviado a las misiones de Oceanía y desembarcó en la isla Futuna, en el océano Pacífico, en la que aún no había sido anunciado el nombre de Cristo. El hermano lego que le asistía contaba su vida misionera con estas palabras:

«Después de sus trabajos misionales, bajo un sol abrasador y pasando hambre, volvía a casa sudoroso y rendido de cansancio, pero con gran alegría y entereza de ánimo, como si viniera de un lugar de recreo, y esto no una vez, sino casi todos los días.

No solía negar nada a los indígenas, ni siquiera a los que le perseguían, excusándolos siempre y acogiéndolos, por rudos e incómodos que fueran. Era de una dulzura de trato sin par y con todos».

No es extraño que los indígenas le llamaran «hombre de gran corazón». El decía muchas veces al hermano:

«En esta misión tan difícil es preciso que seamos santos».

Lentamente fue predicando el Evangelio de Cristo, pero con escaso fruto, prosiguiendo con admirable constancia su labor misionera y humanitaria, confiado siempre en la frase de Cristo: Uno siembra y otro siega, y pidiendo siempre la ayuda de la Virgen, de la que fue extraordinario devoto.

Su predicación de la verdad cristiana implicaba la abolición del culto a los espíritus, fomentado por los notables de la isla en beneficio propio. Por ello le asesinaron cruelmente, con la esperanza de acabar con las semillas de la religión cristiana.

La víspera de su martirio había dicho el mártir:

«No importa que yo muera; la religión de Cristo está ya tan arraigada en esta isla que no se extinguirá con mi muerte».

La sangre del mártir fue fructífera. Pocos años después de su muerte se convirtieron los habitantes de aquella isla y de otras de Oceanía, donde florecen ahora pujantes Iglesias cristianas, que veneran a Pedro Chanel como su protomártir.



29 de abril

SANTA CATALINA DE SIENA
VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA
Memoria


SEGUNDA LECTURA

Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia (Cap 167: ed. Iatina, Ingolstadt 1583, ff. 290v-291)

Gusté y vi

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna!



30 de abril

SAN PÍO V, PAPA
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado sobre el evangelio de san Juan (5: CCL 36, 684-685)

La Iglesia está fundada
sobre la Piedra que confesó Pedro

Dios, además de otros consuelos, que no cesa de conceder al género humano, cuando llegó la plenitud de los tiempos, es decir, en el momento que él tenía determinado, envió a su Hijo unigénito, por quien creó todas las cosas, para que permaneciendo Dios se hiciera hombre y fuese el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.

Y ello para que cuantos creyeran en él, limpios por el bautismo de todo pecado, fuesen liberados de la condenación eterna y viviesen de la fe, esperanza y caridad, peregrinando en este mundo y caminando, en medio de penosas tentaciones y peligros, ayudados por los consuelos espirituales y corporales de Dios, hacia su encuentro, siguiendo el camino que es el mismo Cristo.

Y a los que caminan en Cristo, aunque no se encuentran sin pecados, que nacen de la fragilidad de esta vida, les concedió el remedio saludable de la limosna como apoyo de aquella oración en la que él mismo nos enseñó a decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Esto es lo que hace la Iglesia, dichosa por su esperanza, mientras dura esta vida llena de dificultades. El apóstol Pedro, por la primacía de su apostolado, representaba de forma figurada la totalidad de la Iglesia.

Pues Pedro, por lo que se refiere a sus propiedades personales, era un hombre por naturaleza, un cristiano por la gracia, un apóstol, y el primero de ellos, por una graciade los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo, representaba a toda la Iglesia, que en este mundo es batida por diversas tentaciones, como si fuesen lluvias, ríos, tempestades, pero que no cae, porque está fundamentada sobre la piedra, término de donde le viene el nombre a Pedro.

Y el Señor dice: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, porque Pedro había dicho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. «Sobre esta piedra que tú has confesado edificaré mi Iglesia». Porque la piedra era Cristo, él es el cimiento sobre el cual el mismo Pedro ha sido edificado, pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.

La Iglesia, que está fundamentada en Cristo, ha recibido en la persona de Pedro las llaves del reino de los cielos, es decir, el poder de atar y desatar los pecados. La Iglesia, amando y siguiendo a Cristo, se libra de los males. Pero a Cristo le siguen más de cerca aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte.

Para los creyentes es cierto que la actividad humana individual o colectiva o el ingente esfuerzo realizado por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios.

Pues el hombre, creado a imagen de Dios, recibió el mandato de que, sometiendo a su dominio la tierra y todo cuanto ella contiene, gobernase el mundo con justicia y santidad, y de que, reconociendo a Dios como creador de todas las cosas, dirija su persona y todas las cosas a Dios, para que, sometidas todas las cosas al hombre, el nombre de Dios sea admirable en todo el mundo.

Esta verdad tiene su vigencia también en los trabajos más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y sus familias, disponen su trabajo de tal forma que resulte beneficioso para la sociedad, con toda razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen con su trabajo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.

Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están por el contrario convencidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.

Cuanto más aumenta el poder del hombre, tanto más grande es su responsabilidad, tanto individual como colectiva.

De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que más bien les impone esta colaboración como un deber.