AGOSTO


1 de agosto

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Alfonso María de Ligorio, Tratado sobre la práctica del amor a Jesucristo (Ed. latina Roma 1909, pp. 9-14)

El amor a Cristo

Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.

¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? El nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre —así nos habla—, que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo».

Dios, sabiendo que al hombre se le gana con beneficiós, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor». Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además de haberle dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al hombre, para que todas aquellas criaturas estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.

Y no sólo quiso darnos aquellas criaturas, con toda su hermosura, sino que además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿qué es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.

Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?



2 de agosto

SAN EUSEBIO DE VERCELLI, OBISPO
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Eusebio de Vercelli, Carta 2 (1, 3-2, 3; 10, 1-11; 1: CCL 9,104-105.109)

He corrido hasta la meta, he mantenido la fe

He tenido noticias de vosotros, hermanos muy amados, y he sabido que estáis bien, como era mi deseo, y he tenido de pronto la sensación de que, atravesando la gran distancia que nos separa, me encontraba entre vosotros, igual como sucedió con Habacuc, que fue llevado por un ángel a la presencia de Daniel. Al recibir cada una de vuestras cartas y al leer en ellas vuestras santas disposiciones de ánimo y vuestro amor, las lágrimas se mezclaban con mi gozo y refrenaban mi avidez de leer; y era necesaria esta alternancia de sentimientos, ya que, en su mutuo afán de adelantarse el uno al otro, contribuían a una más plena manifestación de la intensidad de mi amor. Así, ocupado un día tras otro en esta lectura, me imaginaba que estaba hablando con vosotros y me olvidaba de los sufrimientos pasados; así, me sentía inundado de gozo al considerar vuestra fe, vuestro amor y los frutos que de ellos se derivan, a tal punto que, al sentirme tan feliz, era como si de repente no me hallara en el destierro, sino entre vosotros.

Por tanto, hermanos muy amados, me alegro de vuestra fe, me alegro de la salvación, que es consecuencia de esta fe, me alegro del fruto que producís, el cual redunda en provecho no sólo de los que están entre vosotros, sino también de los que viven lejos; y, así como el agricultor se dedica al cultivo del árbol que da fruto y que, por lo tanto, no está destinado a ser talado y echado al fuego, así también yo quiero y deseo emplearme, en cuerpo y alma, en vuestro servicio, con miras a vuestra salvación.

Por lo demás, esta carta he tenido que escribirla a duras penas y como he podido, rogando continuamente a Dios que sujetase por un tiempo a mis guardianes y me hiciese la merced de un diácono que, más que llevaros noticias de mis sufrimientos, os transmitiese mi carta de saludo, tal cual la he escrito. Por todo ello, os ruego encarecidamente que pongáis todo vuestro empeño en mantener la integridad de la fe, en guardar la concordia, en dedicaros a la oración, en acordaros constantemente de mí, para que el Señor se digne dar la libertad a su Iglesia, que en todo el mundo trabaja esforzadamente, y para que yo, que ahora estoy postergado, pueda, una vez liberado, alegrarme con vosotros.

También pido y os ruego, por la misericordia de Dios, que cada uno de vosotros quiera ver en esta carta un saludo personal, ya que las circunstancias me impiden escribiros a cada uno personalmente como solía; por ello, en esta carta, me dirijo a todos vosotros, hermanos y santas hermanas, hijos e hijas, de cualquier sexo y edad, rogándoos que os conforméis con este saludo y que me hagáis el favor de transmitirlo también a los que, aun estando ausentes, se dignan favorecerme con su afecto.



4 de agosto

SAN JUAN MARÍA VIANNEY
PRESBÍTERO
Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Juan María Vianney, Catequesis sobre la oración (A. Monnin, Esprit du Curé d'Ars, Paris 1899, pp. 87-89)

Hermosa obligación del hombre: orar y amar

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristia. no no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestrc pensamiento debe estar siempre orientado hacia all donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar } amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todc aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimen ta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embria ga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cen fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es alge muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; e una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la ora ción lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti...» Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.



5 de agosto

LA DEDICACIÓN
DE LA
BASÍLICA DE SANTA MARÍA

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía 4, pronunciada en el Concilio de Efeso (PG 77, 991.995-996)

Alabanzas de la Madre de Dios

Tengo ante mis ojos la asamblea de los santos padres, que, llenos de gozo y fervor, han acudido aquí, respondiendo con prontitud a la invitación de la santa Madre de Dios, la siempre Virgen María. Este espectáculo ha trocado en gozo la gran tristeza que antes me oprimía. Vemos realizadas en esta reunión aquellas hermosas palabras de David, el salmista: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos.

Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a todos nosotros en esta iglesia de santa María, Madre de Dios.

Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito, en los santos evangelios, el que viene en nombre del Señor.

Te saludamos, a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la santa Trinidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caída en el pecado, es elevada al cielo; por quien toda la creación, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las Iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión.

Y ¿qué más diré? Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti, los muertos resucitan; por ti reinan los reyes, por la santísima Trinidad.

¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez: ¡qué cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿Quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirviente sea adoptada como madre?

Mirad: hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre Virgen, el templo santo de Dios, y a su Hijo y esposo inmaculado: porque a él pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



6 de agosto

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Fiesta


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 7—4, 6

La gloria del nuevo Testamento proclamada por Cristo

Hermanos: Aquel ministerio de muerte —letras grabadas en piedra— se inauguró con gloria; tanto que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su rostro, caduco y todo como era. Pues con cuánta mayor razón el ministerio del Espíritu resplandecerá de gloria. Si el ministerio de la condena se hizo con resplandor, cuánto más resplandecerá el ministerio del perdón. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable. Si lo caduco tuvo su resplandor, figuraos cuál será el de lo permanente.

Teniendo una esperanza como ésta, procedemos con toda franqueza, no como hizo Moisés, que se echaba un velo sobre la cara para evitar que los israelitas fijaran la vista en el sentido de lo caduco. Tienen la mente obtusa, porque hasta el día de hoy el velo aquel cubre la lectura del antiguo Testamento sin quitarse, porque es Cristo quien lo destruye. Hasta hoy, cada vez que leen los libros de Moisés, un velo cubre sus mentes; pero, cuando se vuelvan hacia el Señor, se quitará el velo. El Señor del que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

Por eso, encargados de este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, dejándonos de intrigas y no adulterando la palabra de Dios; sino que, mostrando nuestra sinceridad, nos recomendamos a la conciencia de todo hombre delante de Dios. Si nuestro Evangelio sigue velado, es para los que van a la perdición, o sea, para los incrédulos: el dios de este mundo ha obcecado su mente para que no distingan el fulgor del glorioso Evangelio de Cristo, imagen de Dios.

Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 17, 26-29; PL 15, 1524-1525)

El Señor iluminó el corazón de los pueblos paganos
con la gloria reflejada en Cristo, mediante su venida

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes. El Señor ilumina a sus santos y brilla en el corazón de los justos. Por eso, cuando vieres un sabio, has de saber que sobre él ha descendido la gloria de Dios, ha iluminado su mente con el fulgor de la ciencia y del divino conocimiento.

Iluminó hasta corporalmente la cara de Moisés y se transfiguró la gloria de su rostro, tanto que, al verla los judíos, se llenaron de temor; lo cual motivó que Moisés se echase un velo por la cara, para que no lo vieran los hijos de Israel y se llenaran de espanto.

El rostro de Moisés es el fulgor de la ley; el fulgor de la ley no radica en la letra, sino en la inteligencia de su contenido espiritual. Por eso, mientras Moisés vivió, cuando hablaba al pueblo judío se echaba un velo sobre la cara;mas después de la muerte de Moisés, Josué, hijo de Nun, ya no hablaba a los ancianos y al puebla a través del velo ,sino con la cara descubierta, y nadie se echaba a temblar. De hecho, Dios le había prometido que estaría con él como había estado con Moisés, y que igualmente lo glorificaría, pero no con la gloria del rostro, sino con el éxito en sus empresas. Con esto quería el Espíritu Santo dar a entender que había de venir el verdadero Jesús: si alguno se convirtiera a él y quisiera escucharle, se le quitaría el velo del corazón, y podría ver a cara descubierta al verdadero Salvador.

Así pues, Dios, Padre todopoderoso, iluminó el corazón de los pueblos paganos con la gloria reflejada en Cristo, mediante su venida. Es lo que declara evidentemente el apóstol, cuando escribe: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla», ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo Jesús.

Por eso David dice al Señor Jesús: Haz brillar tu rostro sobre tu siervo. Deseaba ver el rostro de Cristo, para que su alma pudiera ser iluminada: lo cual puede entenderse de la encarnación. De hecho, muchos profetas y justos desearon ver, como señaló el mismo Señor. No que buscase lo que le fue negado a Moisés, esto es, ver corporalmente el rostro del Dios incorpóreo; si es que el mismo Moisés, tan sabio y erudito, llegó realmente a solicitar esto sin más y no en el misterio; no obstante es muy humano desear sobre nuestras posibilidades. Y no sin razón deseaba ver el rostro del que había de venir por mediación de la Virgen, para ser iluminado en su corazón, como eran también iluminados los que se decían: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?


EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 17, 1-9

HOMILÍA

Pedro de Blois, Tratado sobre la transfiguración del Señor (PL 207, 778-780)

En la Transfiguración del Señor se manifestó, en parte,
la futura glorificación del cuerpo

Aquel que —aun permaneciendo intacta la gloria de su divinidad— llevaba realmente la debilidad de nuestra naturaleza humana pudo mostrar en su carne mortal la gloria de la verdadera inmortalidad. Y el que después de su resurrección pudo mostrar las cicatrices de las llagas en su cuerpo glorificado, con el mismo poder ha querido mostrar en su carne, todavía sujeta al dolor, la gloria de la resurrección.

Así pues, en la misma glorificación, conservaba siempre la capacidad de padecer el que, en medio de la debilidad de nuestra naturaleza mortal, era absolutamente inmortal. Pero no debemos pasar por alto el hecho de que, en esta transfiguración, la futura glorificación del cuerpo no se manifestó en su plenitud, sino de manera limitada. En efecto, la glorificación del cuerpo consta de cuatro cualidades: claridad, agilidad, sutileza e inmortalidad. Aquí el Señor sólo apareció glorificado en cuanto a la claridad; demostró, en cambio, la futura sutileza de los cuerpos cuando se apareció a sus discípulos entrando con lás puertas cerradas; y la agilidad, cuando anduvo sobre las aguas a pie enjuto.

Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De esta forma mostró en sí mismo aquel esplendor que un día comunicará a los justos. Dice efectivamente la Escritura: Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Lo que ciertamente sucederá cuando Cristo transforme nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. El evangelista compara el Sol de justicia con el sol natural, pues entre los elementos de la creación no existe criaturaalguna que tan significativamente exprese a Cristo, quien con el esplendor de su gloria, de tal modo supera el fulgor del sol y de la luna cuanto el Creador debe superar a la criatura. Y si el trono de Cristo es parangonado con el sol, según lo que dice el Padre por el profeta: Su trono como el sol en mi presencia, ¿cuánto más brillante que el sol no será el rostro del que está sentado en el trono? El es el sol del que dice el profeta: Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua. Su esplendor es superior a cualquier esplendor y belleza.

Es lo que leemos en el profeta Isaías, inspirado por el Espíritu Santo: La Cándida se sonrojará, el Ardiente se avergonzará, cuando reine el Señor de los ejércitos en el monte Sión, glorioso delante de su senado. Las vestiduras de Cristo son sus fieles, que se revisten de Cristo y son revestidos por Cristo, como afirma el Apóstol: Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Y así, lavados por Cristo mediante el baño del segundo nacimiento, superarán en blancura al resplandor de la nieve, como dice también el profeta: Lávame: quedaré más blanco que la nieve.


Ciclo B: Mc 9, 1-9

HOMILÍA

Pedro de Blois, Tratado sobre la Transfiguración del Señor (PL 207, 788-790)

El Padre glorifica al Hijo

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y el Apóstol recuerda que desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios son visibles para la mente que penetra en sus obras. De aquí que, si consideramos diligentemente lo que se hizo visible en la santa Transfiguración, veremos claramente que en ella hizo acto de presencia toda la santísima Trinidad.

En efecto, siendo Cristo Dios de Dios y Luz de Luz, lógicamente se apareció envuelto en luz, según lo que está escrito: Y tu luz nos hace ver la luz. En cambio, el Espíritu Santo apareció en la nube, él que en otro tiempo sacó de Egipto a los hijos de Israel guiándolos con una columna de fuego y bautizándolos en la nube y en el mar; por eso, el Hijo resplandece en la luz, mientras que el Espíritu Santo cubre con su sombra en la nube. Y para que no te quepa la menor duda de que toda la Trinidad está aquí presente, he aquí que se deja oír la voz del Padre. Vino, en efecto, una voz desde la nube: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto —yo que rechacé a Adán—. Escuchadlo.

Esta es la palabra que un día empleó Moisés, cuando dijo: «Dios suscitará un profeta de entre vuestros hermanos: lo escucharéis como si fuese yo en persona. Quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, será exterminado de en medio de mi pueblo». La profecía de Moisés acerca del Hijo viene confirmada por el Padre, de modo que la Escritura concuerde consigo misma, y todos caigan en la cuenta de que allí se hablaba de Cristo y no de un segundo Moisés. De hecho, Cristo explica lo que de él había dicho Moisés, cuando dice: Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.

Dice bien: Mi Hijo, no por adopción, sino por naturaleza; y no nacido en el tiempo, sino coeterno; no de otra sustancia, sino consustancial, amado desde toda la eternidad y predilecto de un modo singular. De él dijo por el profeta: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Con razón es llamado amado; pues de él dice la esposa en el Cantar de los cantares: Yo soy de mi amado y mi amado es mío.

Nada tiene de extraño que se le llame predilecto del Padre, puesto que es el Unigénito del Padre. El Padre ama al Hijo, el eterno al coeterno, el excelso ama a su igual, el amante al que le corresponde con amor. Y como el Hijo es amado por el Padre, así Cristo ama al Padre. Es lo que indica el evangelio cuando dice que el Padre glorifica al Hijo y es glorificado por el Hijo. El evangeliorecuerda la mutua glorificación del Padre y del Hijo, para alejar la idea de que el Hijo es inferior al Padre, y para descartar la sugestión de que el Hijo no es dueño de la propia gloria, como si fuese inglorioso.

Pide el Hijo ser glorificado con aquella gloria que él tenía antes de que el mundo existiese. Lo cual significa que la gloria del Hijo no es posterior a la gloria del Padre, pues lo mismo que es igual al Padre por la naturaleza divina, así también le es coeterno en la claridad de la gloria.


Ciclo C: Lc 9, 28-36

HOMILÍA

Anastasio del Sinaí, Sermón en el día de la Transfiguración del Señor (6-10: Mélanges d'archéologie et d'histoire 67, 1955, 241-244)

¡Qué bien se está aquí!

El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del reino, y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre con la gloria de su Padre».

Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montana alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Estas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre de la montaña.

Debemos apresurarnos a ir hacia allí —así me atrevo a decirlo— como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.

Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elias, o de Santiago y Juan. Seamos, como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí!

Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Digs, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas,. como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.



7
de agosto

SAN SIXTO II, PAPA,
Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES

Memoria Libre


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Carta 80 (CSEL 3, 839-840)

Sabemos que los soldados de Cristo no son destruidos,
sino coronados

El motivo de que no os escribiera en seguida, hermano muy amado, es el hecho de que todos los clérigos, debido al estado de persecución en que nos hallamos, no podían en modo alguno salir de aquí, dispuestos como estaban, por el fervor de su ánimo, a la consecución de la gloria celestial y divina. Sabed que ya han vuelto los que había enviado a Roma con el fin de que se enteraran bien del contenido del rescripto que pesa sobre nosotros, ya que sólo teníamos acerca de él rumores y noticias inciertas.

La verdad es la siguiente: Valeriano ha enviado un rescripto al Senado, según el cual los obispos, presbíteros y diáconos deben ser ejecutados sin dilación; a los senadores y personas distinguidas, así como a los caballeros romanos, se les despojará de su dignidad y de sus bienes, y, si a pesar de ello, perseveran en su condición de cristianos, serán decapitados; a las matronas se les confiscarán sus bienes y se las desterrará; los cesarianos todos que hayan profesado antes o profesen actualmente la fe cristiana serán desposeídos de sus bienes y enviados, en calidad de prisioneros, a las posesiones del Estado, levantándose acta de ello.

El emperador Valeriano ha añadido también a su decreto una copia de la carta enviada a los gobernadores de las provincias, y que hace referencia a nosotros; estamos esperando que llegue de un día a otro esta carta, manteniéndonos firmes en la fe y dispuestos al martirio, en expectación de la corona de vida eterna que confiamos alcanzar con la bondad y la ayuda del Señor. Sabed que Sixto, y con él cuatro diáconos, fueron ejecutados en el cementerio el día seis de agosto. Los prefectos de Roma no cejan ni un día en esta persecución, y todos los que son presentados a su tribunal son ejecutados, y sus bienes entregados al fisco.

Os pido que comuniquéis estas noticias a los demás colegas nuestros, para que en todas partes las comunidades cristianas puedan ser fortalecidas por su exhortación y preparadas para la lucha espiritual, a fin de que todos y cada uno de los nuestros piensen más en la inmortalidad que en la muerte y se ofrezcan al Señor con fe plena y fortaleza de ánimo, con más alegría que temor por el martirio que se avecina, sabiendo que los soldados de Dios y de Cristo no son destruidos, sino coronados.

Te deseo en el Señor, hermano muy amado, que disfrutes siempre de buena salud.


El mismo día 7 de agosto

SAN CAYETANO, PRESBÍTERO
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Cayetano de Thienne, Carta a Elisabet Porto (Studi e Testi 177, Ciudad del Vaticano 1954, pp. 50-51)

Cristo habite por la fe en nuestros corazones

Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre; pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya, y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.

Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por esto, debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.

El se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa por recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas para conseguirlo no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana, y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda.

Hija mía, no recibas a Jesucristo con el fin de utilizarlo según tus criterios, sino que quiero que tú te entregues a él, y que él te reciba, y así él, tu Dios salvador, haga de ti y en ti lo que a él le plazca. Este es mi deseo, y a esto te exhorto y, en cuanto me es dado, a ello te presiono.



8 de agosto

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
PRESBÍTERO
Memoria


SEGUNDA LECTURA

De varios escritos de la Historia de la Orden de Predicadores (Libellus de principiis Praedicatorum; Acta canonizationis sancti Dominici: Monumenta Ordinis Praedicatorum historica 16, Roma 1935, pp. 30ss.146-147)

Hablaba con Dios o de Dios

La vida de Domingo era tan virtuosa y el fervor del espíritu tan grande, que todos veían en él un instrumento elegido de la gracia divina. Estaba dotado de una firme ecuanimidad de espíritu, ecuanimidad que sólo lograban perturbar los sentimientos de compasión o de misericordia; y como es norma constante que un corazón alegre se refleja en la faz, su porte exterior, siempre gozoso y afable, revelaba la placidez y armonía de su espíritu.

En todas partes se mostraba, de palabra y de obra, como hombre evangélico. De día, con sus hermanos y compañeros, nadie más comunicativo y alegre que él. De noche, nadie más constante que él en vigilias y oraciones de todo género. Raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración, o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos.

Con frecuencia pedía a Dios una cosa: que le concediera una auténtica caridad, que le hiciera preocuparse de un modo efectivo en la salvación de los hombres, consciente de que la primera condición para ser verdaderamente miembro de Cristo era darse totalmente y con todas sus energías a ganar almas para Cristo, del mismo modo que el Señor Jesús, salvador de todos, ofreció toda su persona por nuestra salvación. Con este fin, instituyó la Orden de Predicadores, realizando así un proyecto sobre el que había reflexionado profundamente desde hacía ya tiempo.

Con frecuencia exhortaba, de palabra o por carta, a los hermanos de la mencionada Orden, 'a que estudiaran constantemente el nuevo y el antiguo Testamento. Llevaba siempre consigo el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, y las estudiaba intensamente, de tal modo que casi las sabía de memoria.

Dos o tres veces fue elegido obispo, pero siempre rehusó, prefiriendo vivir en la pobreza, junto con sus hermanos, que poseer un obispado. Hasta el fin de su vida conservó intacta la gloria de la virginidad. Deseaba ser flagelado, despedazado y morir por la fe cristiana. De él afirmó el papa Gregorio noveno: «Conocí a un hombre tan fiel seguidor de las normas apostólicas, que no dudo que en el cielo ha sido asociado a la gloria de los mismos apóstoles».



9 de agosto

SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ
(EDITH STEIN)
VIRGEN Y MÁRTIR

Fiesta


SEGUNDA LECTURA

Del libro "La Ciencia de la Cruz" de S. Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

La puerta de la vida se abre a los que creen en el
Crucificado

Cristo se sometió al yugo de la ley, guardando plenamente la ley y muriendo por la ley y por medio de la ley. Liberó, por ello, a los que desean recibir la vida del Señor. Pero no la pueden recibir, salvo que ellos mismos se ofrezcan la suya propia. Porque los que han sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte han sido bautizados. Son sumergidos en su vida para devenir miembros de su cuerpo y padecer y morir con él, como miembros suyos. Esta vida vendrá abundamente en el día glorioso, pero ya ahora, mientras vivimos en la carne, participamos de ella, si creemos que Cristo ha muerto por nosotros para darnos la vida. Con esa fe nos unimos con él como los miembros se unen con su cabeza; esta fe nos abre a la fuente de su vida. Por eso, la fe en el Crucificado, es decir, esa fe viva que lleva aparejada un amor entregado, viene a ser para nosotros puerta de la vida y comienzo de la gloria; de ahí que la Cruz constituya nuestra gloria: Fuera de mí gloriarme en otra cosa que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo esta crucificado para mí y yo para el mundo. Quien elige a Cristo ha muerto para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo los estigmas de Cristo, se ve rodeado de flaquezas y despreciado por los hombres, pero, por este mismo motivo, se halla robusto y vigoroso, ya que la fuerza, sino que él mismo se crucifica en ella. Los que son de Jesucristo han crucificado la carne con su vicios y concupiscencias. Combatieron un duro combate contra su naturaleza a fin de que la vida del pecado muriese en ellos y poder así dar amplia cabida a la vida en el Espíritu. Para esta pelea se precisa una singular fortaleza. Pero la Cruz no es el fin; la Cruz es la exaltación y mostrará el cielo. La Cruz no sólo es signo, sino también la invicta armadura de Cristo: báculo de pastor con el que el divino David se enfrenta contra el nefando Goliath; báculo con el que Cristo pulsa enérgicamente la puerta del cielo y la abre. Cuando se cumplan todas estas cosas, la luz divina se difundirá y colmará a cuantos siguen al Crucificado.



10 de agosto

SAN LORENZO
DIÁCONO Y MÁRTIR
Fiesta


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 1-6; 8,1b.4-8

Elección de los siete ayudantes de los apóstoles

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra lós de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:

«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de Espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra».

La propuesta les pareció bien a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles, y ellos les impusieron las manos orando.

Se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén: todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria.

Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el Evangelio. Felipe bajó a la ciudad de Samaria, y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 304 (1-4: PL 38, 1395-1397)

Administró la sangre sagrada de Cristo

La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. El, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo; en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras:

Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.

También nosotros, hermanos, si amamos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.

Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!

Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿como vas tú a enorgullecerte?

Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.


EVANGELIO
Jn 12, 24-26

HOMILÍA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 7 y 8: fragmentos: PG 74, 86-87)

Dice el Señor: los que quieran seguirme es necesario
que den pruebas de una fortaleza y una confianza
similares a la mía

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El Señor no se limita a sufrir, mientras preanuncia su pasión y es ya llegada su hora, sino que expone además las motivaciones que le hacen dulce el sufrir y las razones por las que se derivarán tan grandes ventajas. De lo contrario, no hubiera optado por el sufrimiento, ya que nadie podía obligarle a aceptarlo en contra de su voluntad. Si su grado de mansedumbre fue tan elevado que no se arredró ante las más crueles penalidades, fue precisamente por su extremado amor y su grandísima solicitud para con nosotros.

Y así como el grano de trigo, sembrado, produce una multitud de espigas sin por ello sufrir disminución, conservando más bien toda su virtualidad en cada uno de los granos de la espiga, así también el Señor murió y, abiertas de par en par las profundidades de la tierra, se llevó consigo las almas de los hombres, permaneciendo presente en todos mediante la fe y con su propio modo de ser. Y lo hizo de forma que, de esta ganancia, participasen no sólo los muertos, sino también los vivos. Y esto, porque el fruto de la pasión de Cristo es la vida de todos, tanto de los muertos como de los vivos. Su muerte se ha convertido efectivamente en un germen de vida.

El que quiera servirme, que me siga. Si yo —dice— me entrego a la muerte para vuestro bien, ¿cómo no calificar de indolencia supina, por vuestra parte, el no despreciar, en beneficio vuestro la vida temporal, adquiriendo a cambio de la muerte del cuerpo una vida sin fin e incorruptible? Si tenemos únicamente en cuenta lo que sufren, da realmente la impresión de que odian la propia vida quienes la entregan a la muerte, con tal de reservarla para los bienes eternos; e incluso los que se entregan a la ascesis odian la propia vida y no se dejan vencer por los placeres.

En consecuencia, lo que hizo Cristo sufriendo por la salvación de todos, lo hizo para dejarnos un modelo y un ejemplo de fortaleza, y para estimular a cuantos se dejan guiar por la esperanza de los bienes futuros, a dedicarse a la práctica de la virtud. En efecto, todos cuantos quieran seguirme —dice el Señor— es necesario que den pruebas de una fortaleza y una confianza similares a la mía, pues así es como obtendrán el premio de la victoria.

Y donde esté yo, allí también estará mi servidor. Y puesto que quien nos conduce a la gloria no caminó por sendas de placer y de gloria, sino por las de la ignominia y la fatiga, así también nosotros debemos actuar, con ánimo resuelto, si queremos llegar a aquel mismo lugar y ser partícipes de la gloria divina. Y ¿de qué honor vamos a ser dignos, si nos negamos a sufrir lo que ha sufrido nuestro Señor? Porque cuando dijo: Y donde esté yo, allí también estará mi servidor, posiblemente no se refería a un lugar, sino a un ideal de virtud. Es decir: los que le siguen han de ejercitarse en aquellas mismas cosas en que él se distinguió, excluidas las prerrogativas divinas que transcienden la naturaleza humana. Pues, de hecho, el hombre no puede imitar a Dios en todo, sino tan sólo en aquello en que la naturaleza humana puede sobresalir: por tanto, no en calmar las tempestades del mar u otros prodigios por el estilo, sino en la humildad de corazón y en la mansedumbre, e incluso en soportar las injurias.



11 de agosto

SANTA CLARA, VIRGEN
Memoria


SEGUNDA LECTURA

Santa Clara de Asís, Carta a la beata Inés de Praga (Escritos de santa Clara, ed. Ignacio Omaechevarría, Madrid 1970, pp. 339-341)

Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo

Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo nítido, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.

Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo, considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del genero humano. Al final de este mismo espejo, contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante.

Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: No hago más que pensar en ello, y estoy abatido. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.

Contemplando, además, sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti; y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca». Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de esta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.



13 de agosto

SAN PONCIANO, PAPA,
Y SAN HIPÓLITO, PRESBÍTERO,
MÁRTIRES

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Carta 10 (2-3.5: CSEL 3, 491-492.494-495)

Fe inquebrantable

¿Con qué alabanzas podré ensalzaros, hermanos valerosísimos? ¿Cómo podrán mis palabras expresar debidamente vuestra fortaleza de ánimo y vuestra fe perseverante? Tolerasteis una durísima lucha hasta alcanzar la gloria, y no cedisteis ante los suplicios, sino que fueron más bien los suplicios quienes cedieron ante vosotros. En las coronas de vuestra victoria hallasteis el término de vuestros sufrimientos, término que no hallabais en los tormentos. La cruel dilaceración de vuestros miembros duró tanto, no para hacer vacilar vuestra fe, sino para haceros llegar con más presteza al Señor.

La multitud de los presentes contempló admirada la celestial batalla por Dios y el espiritual combate por Cristo, vio cómo sus siervos confesaban abiertamente su fe con entera libertad, sin ceder en lo más mínimo, con la fuerza de Dios, enteramente desprovistos de las armas de este mundo, pero armados, como creyentes, con las armas de la fe. En medio del tormento, su fortaleza superó a la fortaleza de aquellos que los atormentaban, y los miembros golpeados y desgarrados vencieron a los garfios que los golpeaban y desgarraban.

Las heridas, aunque reiteradas una y otra vez, y por largo tiempo, no pudieron, con toda su crueldad, superar su fe inquebrantable, por más que, abiertas sus entrañas, los tormentos recaían no ya en los miembros, sino en las mismas heridas de aquellos siervos de Dios. Manaba la sangre que había de extinguir el incendio de la persecución, que había de amortecer las llamas y el fuego del infierno. ¡Qué espectáculo a los ojos del Señor, cuán sublime, cuán grande, cuán aceptable a la presencia de Dios, que veía la entrega y la fidelidad de su soldado al juramento prestado, tal como está escrito en los salmos, en los que nos amonesta el Espíritu Santo, diciendo: Es valiosa a los ojos del Señor la muerte de sus fieles. Es valiosa una muerte semejante, que compra la inmortalidad al precio de su sangre, que recibe la corona de mano de Dios, después de haber dado la máxima prueba de fortaleza.

Con qué alegría estuvo allí Cristo, cuán de buena gana luchó y venció en aquellos siervos suyos, como protector de su fe, y dando a los que en él confiaban tanto cuanto cada uno confiaba en recibir. Estuvo presente en su combate, sostuvo, fortaleció, animó a los que combatían por defender el honor de su nombre. Y el que por nosotros venció a la muerte de una vez para siempre continúa venciendo en nosotros.

Dichosa Iglesia nuestra, a la que Dios se digna honrar con semejante esplendor, ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires. Entre sus flores no faltan ni los lirios ni las rosas. Que cada uno de nosotros se esfuerce ahora por alcanzar el honor de una y otra altísima dignidad, para recibir así las coronas blancas de las buenas obras o las rojas del martirio.



14 de agosto

SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE,
PRESBÍTERO Y MÁRTIR

Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De las cartas de san Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir. (Gli scritti di Massimiliano Kolbe eroe di Oswiecim e beato della Chiesa, vol. 1, Citta di Vita, Florencia 1975, pp. 44-46. 113-114)

El ideal de la vida apostólica
es la salvación y santificación de las almas

Me llena de gozo, querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, cue afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.

La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica.

Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. El, y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. Y ¿cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra.

La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarte pero nosotros, obedeciendo, no nos equivocamos nunca. Sea una excepción: cuando el superior manda algo que, con toda claridad y sin ninguna duda, es pecado, aunque éste sea insignificante; porque, en este caso, el superior no sería el representante de Dios.

Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro Creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no sea él vale tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere, por medio nuestro, atraer el mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más íntimo y personal.

Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia, nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas.

Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia, nos convertimos en infinitamente poderosos.

Este, y sólo éste, es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y siguió bajo su autoridad. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos, con frecuencia, en la misma sagrada Escritura, que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre.

Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita, sobre todo, cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.

La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también, como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella y estemos, bajo su dirección, tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.



15 de agosto .

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Solemnidad


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 16—2, 10

Dios nos ha sentado en el cielo con Cristo Jesús

Hermanos: No ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios. Antes procedíamos nosotros también así siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los demás.

Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.


SEGUNDA LECTURA

Pío XII, Constitución apostólica «Munificentissimus Deus» (AAS 42, 1950, 760-762.767-769)

Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso

Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.

Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado ala derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios».

Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta».

Otro antiquísimo escritor afirma:

«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce».

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.


EVANGELIO
Lc 1, 39-56

HOMILÍA

Pascasio Radberto, Sermón 3 (PL 96, 254-257)

El Poderoso ha hecho obras grandes por mí

Celebramos hoy, amadísimos hermanos, la gloriosa festividad de la bienaventurada Virgen María, fiesta llena de gozo y repleta de dones inmensos por su asunción a los cielos. Solemnidad ilustre por sus méritos, pero mucho más ilustre por la gracia con que es ilustrada no sólo la misma santísima Virgen, sino también, y por su medio, toda la Iglesia de Cristo. Pues la gloriosa virginidad no se granjeó la gracia a causa de sus méritos, sino que, en virtud de la gracia, recibió el premio de los méritos. Por eso, la presente celebración es tanto más gloriosa que la fiesta natalicia de los demás santos, por cuanto la bienaventurada Virgen y Madre del Señor es ilustrada con los inefables privilegios de los divinos misterios, ya que el crecimiento de los méritos arranca de su original plenitud de gracia. Por eso, me inclino a creer que no hay nadie capaz de pensar, pero es que ni siquiera de imaginar, lo grandes que ante el Señor son sus méritos y sus premios, ni de hablar adecuadamente, sino el que lograse estimar en lo que vale cuál y cuán grande sea la gracia de que está llena aquella por cuyo medio vino al mundo la majestad de Dios.

Hoy subió al cielo llamada por Dios, y recibió de mano del Señor, junto con la palma de la virginidad, la corona inmarcesible. Hoy ha sido acogida y sentada en el trono del reino. Hoy ha entrado en el tálamo nupcial, porque fue simultáneamente virgen y esposa. Hoy, en efecto, ha escuchado la acariciadora voz del que le decía desde su sede: «Ven, amada mía, y te pondré sobre mi trono, pues prendado está el rey de tu belleza».

Ante tal invitación, estamos persuadidos de que, gozosa y exultante, se desligó aquella dichosa alma y se dirigió al encuentro del Señor, y allí se convirtió ella misma en trono, ella que, en la carne, había sido el templo de la divinidad. Tanto más hermosa y sublime que los demás, cuanto más refulgente brilló por la gracia. Esta es ciertamente, hermanos, la recompensa divina, de la que se ha dicho: El que se humilla será enaltecido. Como estaba cimentada sobre una profunda humildad y dilatada en la caridad, por eso hoy ha sido tan sublimemente exaltada.

La Virgen se humilla en todo, para poder recibir en ella la plenitud de gracia del donante, pues la gracia que a los demás se les ha dado parcialmente, descendió sobre ella en toda su plenitud. De ella vale lo que dice el evangelista: De su plenitud todos hemos recibido. En efecto, la desbordante gracia de la bienaventurada Virgen María, mereció, amadísimos, los desbordantes premios de la eterna remuneración; y porque, en medio de la inmensidad de dones y de los mutuos intercambios con la divinidad, se mantuvo profundamente humilde, por eso hoy el Señor exalta inmensamente a la gloriosa.

Y la razón última de que Cristo humilde se encarnase en una humilde Virgen, elegida por él, es para, desde una humildad tan profunda, alzarse con el triunfo de la salvación, y para —como hemos cantado— elevarla a ella sobre los coros de los ángeles. Esta exaltación es ciertamente un privilegio de la gracia. Por lo cual, hemos de recordar estos místicos sacramentos de los dones de Dios con un temor y un temblor nacidos de una caridad perfecta, e intercambiar de esta forma los dones de gracia de esta celebración.

Pensad, pues, hermanos, con qué reverencia y con qué devoto obsequio hemos de participar en tan grandes misterios. El mismo ángel le comunicó reverentemente la buena noticia, no sin un santo temor y con el debido honor. Pues el ángel presentía que el Señor moraba ya de un modo especial en la santísima Virgen, y no desconocía los futuros sacramentos del divino misterio. Por eso le dijo con tanta reverencia: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Por tanto, demos también nosotros gracias a nuestro Creador, porque los privilegios que él nos ha otorgado son nuestra ofrenda, son nuestra masa, ya que la levadura que se metió en la especie se ha difundido por el género humano, hasta que todo haya fermentado, formando un solo cuerpo, una única masa nueva: Cristo y la Iglesia.

Por tanto, carísimos, es necesario que esta festividad que, mediante la fe, nos inflama el alma, sea poseída y contemplada por todos en la visión; y mientras ahora resplandece, por la fe, únicamente en los corazones, un día nuestros ojos puedan contemplarla en toda su gloria. Entonces será para nosotros una fiesta continua y eterna, la que ahora, en el alma, es diurna y hodierna; de modo que la que ahora nos hace arder en la fe y suspirar en la esperanza, pueda, a justo título, perpetuarse, vibrante, en la caridad, a fin de que podamos tomar parte en aquella festividad, en la que se halla presente la bienaventurada y gloriosa Madre de Dios y reina nuestra, que hoy ha sido asunta al cielo por Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina con Dios Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



16 de agosto

SAN ESTEBAN DE HUNGRÍA
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De los consejos de san Esteban a su hijo (Caps 1.2.10: PL 151, 1236-1237.1242-1244)

Hijo mío, escucha la corrección de tu padre

En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia. En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la Iglesia, plantada primero pof Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares ya es considerada como antigua.

En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse aún joven y reciente, y por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia.

Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti. Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son.

Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Se manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte.

Todas estas cosas que te he indicado someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno.



19 de agosto

SAN BERNARDO TOLOMEI, ABAD
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

Juan Casiano, Conferencia 1 (5.6.10.11: SC 42, 82.84.89)

Por encima de todo, el amor, que es el ceñidor
de la unidad consumada

El fin de nuestra profesión, según el Apóstol, es la vida eterna, como él mismo afirma: Ahora producís frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna. Pero nuestro fin próximo es la pureza de corazón, que el Apóstol llama, y no sin razón, «santidad», sin la cual sería imposible conseguir dicho fin. Que es como si dijera: Producís frutos que llevan a la pureza de corazón y acaban en vida eterna. Hablando en otra parte el mismo Apóstol de su destino, emplea muy significativamente el término técnico de skopon, expresándose de esta manera: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús. Persigamos con todasnuestras fuerzas cuanto pueda conducirnos a la consecución de este objetivo, esto es, a la pureza de corazón, y evitemos, en cambio, como pernicioso y nocivo, cuanto de ella pudiera apartarnos.

Por ella, en efecto, lo hacemos y toleramos todo; por ella y para poder conservarla siempre intacta, hemos dejado padres, patria, dignidades, riquezas, delicias y toda clase de placeres. Para conseguirla hemos de cultivar la soledad, los ayunos, las vigilias, los trabajos, la desnudez, la lectura y las demás virtudes. Y todo esto para poder conservar nuestro corazón inmune de todas las pasiones nocivas y subir, como por otros tantos escalones, hasta la perfección de la caridad.

Consideramos como necesario el ejercicio de tales obras, porque sin ellas no es posible ascender a la cima de la, caridad. También las que llamáis obras de caridad y de misericordia son necesarias en estos tiempos, mientras persistan las diferencias sociales. Pues ni en esta vida se esperaría el ejercicio de tales obras, de no existir esa gran masa de pobres, indigentes y enfermos a que ha dado lugar la injusticia de los hombres. Me refiero a los hombres que han monopolizado en provecho propio—sin servirse, no obstante, de ellos—los bienes que el Creador había destinado para utilidad de todos. Así pues, mientras reinen en el mundo estas desigualdades sociales, será necesario el ejercicio de las obras de misericordia, las cuales redundarán en beneficio del que las realice: la herencia eterna será la recompensa a su bondad y a su caridad.

Pero en la vida futura, donde reinará una perfecta igualdad, cesarán estas obras de misericordia, una vez desaparecida aquella desigualdad que las hacía necesarias. Entonces todos, de la múltiple actividad de aquí abajo, pasarán al amor de Dios y a la contemplación de las cosas divinas, en una perpetua pureza de corazón.

Y ¿por qué habéis de maravillaros de que cesen las mencionadas obras, cuando el santo Apóstol escribe que hasta los más sublimes carismas del Espíritu pasarán, permaneciendo únicamente la caridad? Dice, en efecto: ¿El don de predicar?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Del amor, en cambio, afirma: El amor no pasa nunca.

En efecto, todos los dones son distribuidos para utilizarlos según la necesidad, y por un tiempo determinado; una vez consumada la presente economía, están destinados a desaparecer; la caridad, en cambio, no cesará con el tiempo. Pues no sólo en este mundo opera útilmente en nosotros, sino que permanecerá también en el más allá de un modo mucho más excelente y eficaz, una vez depuesto el fardo de la necesidad corporal; inalcanzable a la corrupción de defecto alguno, se unirá a Dios, en la eterna incorruptibilidad, con un ardor mucho más intenso y una intimidad mucho más profunda.


El mismo día 19 de agosto

SAN JUAN EUDES
PRESBÍTERO
Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Juan Eudes, Tratado sobre el admirable Corazón de Jesús (Lib 1, 5: Opera omnia 6, 107.113-115)

Fuente de salvación y vida verdadera

Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. El es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.

Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que ` además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros.

Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en' él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. El ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.

Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los miembros son una sola cosa con la cabeza, y, por eso, debes tener con él un solo espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía encuentran su mejor complemento.



20 de agosto

SAN BERNARDO,
ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 83 sobre el libro del Cantar de los cantares (4-6: Opera omnia, ed. Cist. 2, 1958, 300-302)

Amo porque amo, amo por amar

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que..la ama con mayor intensidad.



21 de agosto

SAN PÍO X, PAPA
Memoria


SEGUNDA LECTURA

Pío X, Constitución apostólica «Divino Afflatu» (AAS 3, 1911, 633-635)

La voz de la Iglesia que resuena dulcemente

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».

Los salmos tienen, ademas, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien».

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos dealabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?



22 de agosto

SANTA MARÍA VIRGEN, REINA
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San Amadeo de Lausana, Homilía 7 (SC 72, 188.190.192. 200)

Reina del mundo y de la paz

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también desceñdiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.



23 de agosto

SANTA ROSA DE LIMA, VIRGEN
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

De los escritos de santa Rosa de Lima (Al médico Castillo: ed. L. Getino, La patrona de América, Madrid 1928, pp. 54-55)

Comprendamos lo que trasciende toda filosofía:
el amor cristiano

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo:

«Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo».

Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición:

«Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu».

El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo:

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos».



24 de agosto

SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL
Fiesta


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 4 sobre la primera carta a los Corintios (3.4: PG 61, 34-36)

Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres

El mensaje de la cruz, anunciado por unos hombres sin cultura, tuvo una virtud persuasiva que alcanzó a todo el orbe de la tierra; y se trataba de un mensaje que no se refería a cosas sin importancia, sino a Dios y a la verdadera religión, a una vida conforme al Evangelio y al futuro juicio, un mensaje que convirtió en sabios a unos hombres rudos e ignorantes. Ello nos demuestra que lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

¿En qué sentido es más fuerte? En cuanto que invadió el orbe entero y sometió a todos los hombres, produciendo un efecto contrario al que pretendían todos aquellos que se esforzaban en extinguir el nombre del Crucificado, ya que hizo, en efecto, que este nombre obtuviera un mayor lustre y difusión. Ellos, por el contrario, desaparecieron y, aun durante el tiempo en que estuvieron vivos, nada pudieron contra un muerto. Por esto, cuando un pagano dice de mí que estoy muerto, es cuando muestra su gran necedad; cuando él me considera un necio, es cuando mi sabiduría se muestra superior a la suya; cuando me considera débil, es cuando él se muestra más débil que yo. Porque ni los filósofos, ni los maestros, ni mente humana alguna hubiera podido siquiera imaginar todo lo que eran capaces de hacer unos simples publicanos y pescadores.

Pensando en esto, decía Pablo: Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista, que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro, el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado.

¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después, una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? El, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? No sólo hacer, sino pensar algo semejante sería una cosa irracional».

Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada.


EVANGELIO
Jn 1, 45-51

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Homilía 15 sobre el libro del Cantar de los cantares (PG 44, 1087-1090)

La Palabra ha dado testimonio de él

El apóstol Felipe era del mismo pueblo que Pedro y Andrés. Me da la impresión de que es ya para Felipe un cierto encomio el hecho de presentarlo como coterráneo de aquellos dos hermanos a los que el evangelio expresa su primera admiración por lo que les sucedió. Así, Andrés, después de que el Bautista le señaló quién era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no se limita a reflexionar a solas sobre este misterio y, una vez averiguado dónde vivía, va tras el que le había indicado, sino que lleva a su hermano la alegre noticia: aquel a quien hace tiempo vaticinaron los profetas ha llegado.

Pedro, como si hubiera creído aun antes de escuchar la noticia, se une a aquel Cordero con toda su alma, y, juntamente con el nombre, es también él transformado por el Señor en una condición divina: en vez de Simón, se le llama y hace Pedro. Y el gran Pedro no llegó gradualmente a esta gracia, sino que, al instante, dio oídos a su hermano, creyó en el Cordero y llegó a la perfección de la fe, y, cimentado sobre la piedra, se convirtió en Pedro.

Así pues, Felipe —digno de tales y tan grandes conciudadanos—, después de haber sido encontrado por el Señor —como se dice en el evangelio que Jesús encontró a Felipe—, fue también seguidor del Verbo, que le dijo: Sígueme. Y una vez conducido a la luz verdadera, retuvo, cual lámpara, parte del esplendor, y envolvió en esta luz incluso a Natanael, como pasándole la antorcha del misterio de la piedad. Estas son sus propias palabras: Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas lo hemos encontrado: A Jesús, hijo de José, de Nazaret.

Natanael, por su parte, acogió ponderadamente esta alegre noticia, pues era muy versado en el misterio del Señor a través de los libros de los profetas y sabía que la primera manifestación corporal de Dios habría de tener lugar en Belén y que, más tarde, por 'haber vivido en Nazaret, sería llamado Nazareno. Por eso, Natanael, considerando ambos aspectos y reflexionando cómo el misterio debía actuarse, por lo que se refiere al nacimiento corporal —gruta, pañales, pesebre—, en Belén, la ciudad de David, y, por otra parte, que a Galilea debía corresponderle un día darle su propio nombre, a causa de que el Verbo se habría establecido voluntariamente en la Galilea de los gentiles, cotejando finalmente la aseveración de quien le había mostrado el esplendor de tal conocimiento, se despachó con aquellas palabras: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?

Entonces, Felipe se le ofrece resueltamente como guía a esta gracia, diciéndole: Ven y verás. A esta invitación, Natanael, abandonando la higuera de la ley, cuya sombra le impedía recibir la luz, llegó a aquel que secó las hojas de la higuera, de la higuera estéril, de la higuera que no daba fruto. Por este motivo, la Palabra dio testimonio de él, diciendo que era un israelita de verdad, porque demostraba en sí mismo el carácter del patriarca Israel, libre de toda intención engañosa. Ahí tenéis —dijo— a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.



25 de agosto

SAN LUIS DE FRANCIA
Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Del testamento espiritual de san Luis a su hijo (Acta Sanctorum Augusti 5, 1868, 546)

El rey justo hace estable el país

Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.

Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.

Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.

Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración vocal o mental.

Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.

Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.

Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.


El mismo día 25 de agosto

SAN JOSÉ DE CALASANZ
PRESBÍTERO
Memoria libre


SEGUNDA LECTURA

San José de Calasanz, Memorial al cardenal M. A. Tonti (Ephemerides Calasantiae 36, 9-10, Roma 1967, pp. 473-474; L. Picanyol, Epistolario di S. Giuseppe Calasanzio, 9 vols., ed. calasancia, Roma 1951-1956, passim)

Procuremos vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él

Nadie ignora la gran dignidad y mérito que tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente a los pobres, ayudándolos así a conseguir la vida eterna. En efecto, la solicitud por instruirlos, principalmente en la piedad y en la doctrina cristiana, redunda en bien de sus cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se dedican ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios.

Además, es una gran ayuda para que los adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten del mal y se sientan suavemente atraídos e impulsados a la práctica del bien. La experiencia demuestra que, con esta ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su conducta, que ya no parecen los mismos de antes. Mientras son adolescentes, son como retoños de plantas que su educador puede inclinar en la dirección que le plazca, mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la gran dificúltad o, a veces, la total imposibilidad que supone el doblegarlos.

La adecuada educación de los niños, principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento de su dignidad humana, sino que es algo que merece la aprobación de todos los miembros de la sociedad civil y cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse de que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los gobernantes, que obtienen así unos súbditos honrados y unos buenos ciudadanos; y, sobre todo, de la Iglesia, ya que son introducidos de un modo más eficaz en su multiforme manera de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.

Los que se comprometen a ejercer con la máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados de una gran caridad, de una paciencia sin límites y, sobre todo, de una profunda humildad, para que así sean hallados dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde afecto, los haga idóneos cooperadores de la verdad, los fortalezca en el cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé finalmente el premio celestial, según aquellas palabras de la Escritura: Los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como tas estrellas, por toda la eternidad.

Todo esto conseguirán más fácilmente si, fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él, ya que él ha dicho: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.



26 de agosto

SANTA TERESA DE JESÚS JORNET E IBARS,
VIRGEN

Memoria


SEGUNDA LECTURA

De las cartas de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, virgen (Carta 201: Cartas. Copias auténticas, t. 1. Archivo general de la Congregación, Valencia: Causa de beatificación y canonización de la sierva de Dios Teresa de Jesús Jornet e Ibars)

Hemos de imitar la pobreza de Jesús

Quisiera llevar a sus corazones (Hermanitas) abundancia de los consuelos espirituales, que les hicieran más gratos todavía de lo que ya son de ordinario los presentes días. Pero, qué les voy a decir para ello sino que acudan a la cuna del Divino Niño con toda confianza y le ofrezcan, bien limpio y sencillo, su corazón, para que quiera entrar en él; dispuestas a seguir sus santas inspiraciones y compartir con él, sin reserva, así las glorias como las fatigas. Por nosotras viene. Miren si es poco lo que nos quiere.

¿Y nosotras a él? Yo no lo sé, pero, si he de juzgar por mis obras y las de algunas otras como yo, está nuestro amor muy resfriado. Por Dios, que pongamos en ello remedio, y ofrezcamos con verdad al Niño, que, de hoy en adelante, al cumplir con nuestros deberes, hemos de imitar las virtudes del que, en su nacimiento, se nos presenta como modelo. Y para que todas sepan a lo que nos obligamos y a una trabajemos por lo mismo, apuntaré cuáles sean, a mi ver, estas virtudes.

La obediencia a los designios del Padre celestial le trae al mundo, y la obediencia a las potestades de la tierra le llevan, con sus padres, a nacer en Belén. Correspondamos nosotras marchando sumisas a donde quiera que se nos envíe y sujetándonos gustosas a la Regla y al trabajo que se nos imponga.

Acredita su humildad sometiéndose a los desprecios; sus parientes no le reciben: para él no hay lugar en la posada. Mortifiquemos nuestro amor propio y no obremos por bien parecer; que ni la vanidad nos seduzca, ni el resentimiento nos consuma.

Su pobreza se manifiesta en los pañales con que se le envuelve en el pesebre que le sirve de cuna y en el sitio que nace, un desmantelado establo. ¿Por qué nosotras nos hemos de lastimar de que el hábito sea más o menos viejo, más o menos remendada la toca, más o menos pobre la casa o mesa?

Su paciencia se demuestra en cómo acepta risueño los sufrimientos a que se somete con su obediencia, humildad y pobreza; la hora de medianoche y la estación fría en que nace, y, para que también al espíritu los sufrimientos alcancen, sufre por sus padres que ve despreciados y padeciendo privaciones por él y por lo que sabe le espera toda su vida y, muy especialmente, en su pasión y muerte, que tiene a la vista.

Pero todas estas virtudes suponen otra más principal que les da realce, la de su ardentísima caridad. Es tan grande, que dice: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Por eso, su Corazón arde en llamas de purísimo amor; con ese purísimo amor, es menester que amemos y tratemos a nuestros pobres, interesándonos muchísimo por su bienestar temporal y eterno.



27
de agosto

SANTA MÓNICA
Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 9, 10, 23—11, 28: CSEL 33, 215-219)

Alcancemos la sabiduría eterna

Cuando ya se acercaba el día de su muerte —día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos—, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas—y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres—, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?»

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero, al cabo de cinco días o poco más, cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:

«¿Dónde estaba?»

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre».

Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mi, dijo:

«Mira lo que dice».

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

Nueve días después, a la edad de cincuenta y seis años, cuando yo tenía treinta y tres, salió de este mundo aquella alma piadosa y bendita.



28 de agosto

SAN AGUSTÍN,
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Libros 7, 10.18, 10 27: CSEL 33, 157-163.255)

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y Me decía: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.



29 de agosto

EL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
Memoria


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 23 (CCL 122, 354.356-357)

Precursor del nacimiento y de la muerte de Cristo

El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.

No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.

Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor.

Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. El, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin.

La muerte —que de todas maneras había de acaecerle por ley natural— era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.