DICIEMBRE

 

3 de diciembre

SAN FRANCISCO JAVIER

Memoria

SEGUNDA LECTURA

De las cartas de san Francisco Javier a san Ignacio (De la Vida de Francisco Javier, escrita por H. Tursellini, Roma 1956, libro 4, cartas 4 (1542) y 5 (1544)

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Venimos por lugares de cristianos que ahora habrá ocho años que se hicieron cristianos. En estos lugares no habitan portugueses, por ser la tierra muy estéril en extremo y paupérrima. Los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no saben más de ella que decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien los enseñe el Credo, Pater nóster, Ave María, ni los mandamientos.

En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una grande multitud de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar mi Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.

Como tan santa petición no podía sino impíamente negarla, comenzando por la confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el Credo, Pater nóster, Ave María, así los enseñaba. Conocí en ellos grandes ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe, tengo por muy cierto que serían buenos cristianos.

Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!».

Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, con-formándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: «Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios».



4 de diciembre

SAN JUAN DE DAMASCO
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Juan de Damasco, Declaración de la fe, 1 (PG 95, 417-419)

Me llamaste, Señor, para servir a tus hijos

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tus mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil,. mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.



5 de diciembre

SAN SABAS, ABAD

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Cirilo de Escitópolis, Vida de san Sabas (Cap 28: ed. Cotelier, Ecclesiae graecae monumenta, Paris 1686, 258-259)

Un hombre lleno de prudencia espiritual

Tenía nuestro Padre Sabas un espíritu equilibrado, un modo de hacer dulce y simplicísimo y estaba lleno de una prudencia espiritual. Amaba con un amor no simulado, sino sincerísimo al santo abad Teodosio, quien le correspondía con la misma sincera caridad. Ambos eran cierta-mente hijos de la luz, hijos del día, hombres de Dios, siervos fieles, columnas y bases de la verdad, hombres de los grandes deseos.

Ambos guiaban a todo el orden monástico al remo de los cielos. Teodosio era el jefe, el guía, el archimandrita de todo el santo ejército de los cenobitas; Sabas fue el iniciador, el jefe y el legislador de toda la vida anacorética, es decir, de todos los que habían optado por vivir en celdas solitarias. Todo reagrupamiento de estas celdas se denominaba «laura». El arzobispo Salustio, por deseo expreso de todos los monjes, eligió como archimandritas a estos dos siervos de Dios porque eran eremitas y totalmente pobres, expertos en sumo grado en las cosas divinas, habían vivido dignísimamente la disciplina y el fervor de la vida monástica, y habían conducido a muchos al conocimiento de Dios.

De vez en cuando se visitaban el uno al otro, entreteniéndose en conversar con afecto totalmente espiritual y con la libertad de una mutua confianza. El santo Sabas decía al venerable Teodosio: «Señor mío, Abad, tú eres el superior de un ejército de discípulos, mientras que yo soy el superior de muchos superiores. Cada uno de mis súbditos tiene plena potestad sobre sí mismo, es el superior de la propia celda».

Fundó un cenobio y puso sumo cuidado de acoger en él a hombres maduros por la edad y eminentes por el fervor de la vida monástica. Cuando recibía seglares deseosos de renunciar al mundo, no les permitía habitar en aquel cenobio ni siquiera en las celdas de la laura, sino que construyó un pequeño monasterio al norte de la misma laura, donde colocó a hombres austeros y prudentes. Los postulantes debían habitar en aquel lugar, aprender el salterio y las reglas de la salmodia, y recibir de los ancianos una completa formación en la disciplina monástica. Sabas repetía siempre que el monje ermitaño debía ser un hombre de gran discernimiento, diligente, animoso, sobrio, vigilante, equilibrado, apto para enseñar y no ca-rente de doctrina, capaz de controlar todos los miembros del cuerpo y de custodiar con seguridad su alma.

Un hombre de este talante es considerado por la Escritura como uno de aquellos que son capaces de habitar en un mismo lugar, con un mismo espíritu y un mismo corazón: El Señor dio una misma casa a los que poseen un mismo espíritu.



6 de diciembre

SAN NICOLÁS, OBISPO

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 123 sobre el evangelio de san Juan (5: CCL 36, 678-680)

Que la fuerza del amor supere el pesar por la muerte

Primero pregunta el Señor lo que ya sabía, y no sólo una vez, sino dos y tres veces: si Pedro le ama, y otras tantas veces le oye decir que le ama, y otras tantas veces no le recomienda otra cosa sino que apaciente sus ovejas.

A la triple negación corresponde la triple confesión, para que la lengua no fuese menos esclava del amor que del temor, y para que no pareciese que la inminencia de la muerte le obligó a decir más palabras que la presencia de la vida. Sea servicio del amor el apacentar la grey del Señor, como fue señal del temor la negación del Pastor.

Los que apacientan las ovejas de Cristo con la disposición de que sean suyas y no de Cristo demuestran que se aman a sí mismos y no a Cristo.

Contra estos tales nos ponen continuamente en guardia estas palabras de Cristo, como también las del Apóstol, quien se queja de los que buscan sus propios intereses, no los de Jesucristo.

Pues qué significa: ¿Me amas? Apacienta mis ovejas; sino lo siguiente: «Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi pro-piedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos; no te encuentres nunca en compañía de aquellos que pertenecen a los tiempos peligrosos, puesto que se aman a sí mismos y aman todas aquellas cosas que se deducen de este mal principio».

Los que apacientan las ovejas de Cristo que no se amen a sí mismos, para que no las apacienten como propias, sino como de Cristo.

El defecto que más deben de evitar los que apacientan las ovejas de Cristo consiste en buscar sus intereses propios, y no los de Jesucristo, y en utilizar para sus propios deseos a aquellos por quienes Cristo derramó su sangre.

El amor de Cristo debe crecer hasta tal grado de ardor espiritual en aquel que apacienta sus ovejas, que supere también el natural temor a la muerte, por el que no que-remos morir aun cuando queremos vivir con Cristo.

Pero, por. muy grande que sea el pesar por la muerte, debe ser superado por la fuerza del amor hacia aquel que, siendo nuestra vida, quiso padecer hasta la misma muerte por nosotros.

Pues, si en la muerte no hubiera ningún pesar, o éste fuera muy pequeño, no sería tan grande la gloria de los mártires. Pero, si el buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas, suscitó tantos mártires suyos de entre sus ovejas, ¿cuánto más deben luchar hasta la muerte, por la verdad, y hasta derramar la sangre, contra el pecado, aquellos a quienes Cristo encomendó apacentar sus ovejas, es decir, el instruirlas y gobernarlas?

Por esta razón, y ante el ejemplo de la pasión de Cristo, ¿quién no comprende que son los pastores quienes más deben imitarlo, puesto que muchas de sus ovejas lo han imitado, y que bajo el cayado del único Pastor, y en un solo rebaño, los mismos pastores son también ovejas? A todos hizo ovejas suyas, ya que por todos padeció, pues él mismo, para padecer por todos, se hizo oveja.



7 de diciembre

SAN AMBROSIO
OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Carta 2 (1-2.4-5.7: PL 16 (ed. 1845). 847-881)

Que el encanto de tu palabra cautive el favor del pueblo

Recibiste el oficio sacerdotal y, sentado a la popa de la Iglesia, gobiernas la nave contra el embate de las olas. Sujeta el timón de la fe, para que no te inquieten las vio-lentas tempestades de este mundo. El mar es, sin duda, ancho y espacioso, pero no temas: Él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

Por consiguiente, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca apostólica, se mantiene inconmovible entre los escollos del mundo y, apoyada en tan sólido fundamento, persevera firme contra los golpes de las olas bravías. Se ve rodeada por las olas, pero no resquebrajada, y, aunque muchas veces los elementos de este mundo la sacudan con gran estruendo, cuenta con el puerto segurísimo de la salvación para acoger a los fatigados navegantes. Sin embargo, aunque se agite en la mar, navega también por los ríos, tal vez aquellos ríos de los que afirma el salmo: Levantan los ríos su voz. Son los ríos que manarán de las entrañas de aquellos que beban la bebida de Cristo y reciban el Espíritu de Dios. Estos ríos, cuando rebosan de gracia espiritual, levantan su voz.

Hay también una corriente viva que, como un torren-te, corre por sus santos. Hay también el correr del río que alegra al alma tranquila y pacífica. Quien quiera que reciba de la plenitud de este río, como Juan Evangelista, Pedro o Pablo, levanta su voz; y, del mismo modo que los apóstoles difundieron hasta los últimos confines del orbe la voz de la predicación evangélica, también el que recibe de este río comenzará a predicar el Evangelio del Señor Jesús.

Recibe también tú de la plenitud de Cristo, para que tu voz resuene. Recoge el agua de Cristo, esa agua que alaba al Señor. Recoge el agua de los numerosos lugares en que la derraman esas nubes que son los profetas.

Quien recoge el agua de los montes, o la saca de los manantiales, puede enviar su rocío como las nubes. Llena el seno de tu mente, para que tu tierra se esponje y tengas la fuente en tu propia casa.

Quien mucho lee y entiende se llena, y quien está lleno puede regar a los demás; por eso dice la Escritura: Si las nubes van llenas, descargan la lluvia sobre el suelo.

Que tus predicaciones sean fluidas, puras y claras, de modo que, en la exhortación moral, infundas la bondad a la gente, y el encanto de tu palabra cautive el favor del pueblo, para que te siga voluntariamente a donde lo conduzcas.

Que tus discursos estén llenos de inteligencia. Por lo que dice Salomón: Armas de la inteligencia son los labios del sabio, y, en otro lugar: Que el sentido ate tus labios, es decir: que tu expresión sea brillante, que resplandezca tu inteligencia, que tu discurso y tu exposición no necesiten sentencias ajenas, sino que tu palabra sea capaz de defenderse con sus propias armas; que, en fin, no salga de tu boca ninguna palabra inútil y sin sentido.



8 de diciembre

LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE SANTA MARÍA VIRGEN

Solemnidad

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-21

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.

Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

La ley se introdujo para que creciera el delito; pero, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.


SEGUNDA LECTURA

San Anselmo de Cantorbery, Sermón 52 (PL 158, 955-956)

¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!

El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti, ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.

Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios, su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.

Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.

¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!

Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual a él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y el mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.

Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.

¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!


EVANGELIO:
Lc 1, 26-38

HOMILÍA

San Sofronio de Jerusalén, Sermón 2, en la Anunciación de la Santísima Virgen (22.25: PG 87, 3, 3242.3246.3247)

Nadie fue adornado de santidad como tú

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva en bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición, fuera bendecido por medio de ti.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti encuentran la salvación tus progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les concederá la salvación eterna.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues sin concurso de varón has dado a luz aquel fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la maldición que no producía sino espinas.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues a pesar de ser una mujer, criatura de Dios como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de Dios. Pues lo que nacerá de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, y, por lo tanto con toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a luz a Dios.

Pero no temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios, la más espléndida de todas las gracias; has encontrado ante Dios una gracia absolutamente insuperable; has encontrado ante Dios una gracia que durará siempre. Aunque otros –y muchos– antes de ti fueron eminentes en santidad, pero a ninguno como a ti le fue otorgada la plenitud de la gracia. Ninguno como tú pudo gozar de tanta dicha; nadie fue adornado de santidad como tú; nadie fue elevado a tan alto honor de magnificencia como tú; nadie como tú fue prevenido desde el primer instante por la gracia purificadora; nadie como tú fue iluminado con la luz celestial; nadie como tú fue elevado más allá de toda ponderación.

Y justamente, pues nadie estuvo tan próximo a Dios como tú; nadie como tú fue enriquecido con los dones de Dios; nadie recibió tanta gracia divina. Tú superas todas las grandezas humanas; tú excedes todos los dones que lamagnificencia de Dios haya jamás concedido a persona humana alguna. Superas a todos en riqueza, pues posees a Dios presente en ti. Nadie ha podido acoger a Dios en sí del modo que tú lo hiciste; nadie como tú pudo gozar de la presencia divina; nadie fue tan digno como tú de ser iluminado por Dios.

Por eso, no sólo has recibido en ti misma al Dios Creador y Señor de todas las cosas, sino que inefablemente lo posees encarnado en ti, lo llevas en tu seno, y luego lo das a luz como Redentor de todos los hombres fulminados por la condena del Padre, dándoles una salvación que no tendrá fin.



10 de diciembre

SANTA EULALIA DE MÉRIDA
VIRGEN Y MÁRTIR

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre los apóstatas (Cap 2: PL 4, 479-480)

Los mártires están reservados para la diadema del Señor

Miramos a los mártires con gozo de nuestros ojos, y los besamos y abrazamos con el más santo e insaciable afecto, pues son ilustres por la fama de su nombre y gloriosos por los méritos de su fe y valor. Ahí está la cándida cohorte de soldados de Cristo que, dispuestos para sufrir la cárcel y armados para arrostrar la muerte, quebrantaron, con su irresistible empuje, la violencia arrolladora de los gol-pes de la persecución.

Rechazasteis con firmeza al mundo, ofrecisteis a Dios magnífico espectáculo y disteis a los hermanos ejemplo para seguirlo. Las lenguas religiosas que habían declarado anteriormente su fe en Jesucristo lo han confesado de nuevo; aquellas manos puras que no se habían acostumbrado sino a obras santas se han resistido a sacrificar

sacrílegamente; aquellas bocas santificadas con el manjar del cielo han rehusado, después de recibir el cuerpo y la sangre del Señor, mancharse con las abominables viandas ofrecidas a los ídolos; vuestras cabezas no se han cubierto con el velo impío e infame que se extendía sobre las cabe-zas de los viles sacrificadores; vuestra frente, sellada con el signo de Dios, no ha podido ser ceñida con la corona del diablo, se reservó para la diadema del Señor.

¡Oh, con qué afectuoso gozo os acoge la madre Iglesia, al veros volver del combate! Con los héroes triunfantes, vienen las mujeres que vencieron al siglo a la par que a su sexo. Vienen, juntos, las vírgenes, con la doble palma de su heroísmo, y los niños que sobrepasaron su edad con su valor. Os sigue luego, por los pasos de vuestra gloria, el resto de la muchedumbre de los que se mantuvieron firmes, y os acompaña muy de cerca, casi con las mismas insignias de victoria.

También en ellos se da la misma pureza de corazón, la misma entereza de una fe firme. Ni el destierro que estaba prescrito, ni los tormentos que les esperaban, ni la pérdida del patrimonio, ni los suplicios corporales les aterro-rizaron, porque estaban arraigados en la raíz inconmovible de los mandamientos divinos y fortificados con las enseñanzas del Evangelio.



11 de diciembre

SAN DÁMASO I, PAPA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado contra Fausto (Lib 20.21: CSEL 25, 562-563)

Damos culto a los mártires
con un culto de amor y participación

El pueblo cristiano celebra la conmemoración de sus mártires con religiosa solemnidad, para animarse a su imitación, participar de sus méritos y ayudarse con sus oraciones, pero nunca dedica altares a los mártires, sino sólo en memoria de los mártires.

¿Pues quién es el obispo, que, al celebrar la misa sobre los sepulcros de los santos, haya dicho alguna vez: «Te ofrecemos a ti, Pedro», o «a ti, Pablo», o: «a ti, Cipriano»? La ofrenda se ofrece a Dios, que coronó a los mártires, junto a los sepulcros de aquellos a los que coronó, para que la amonestación, por estar en presencia de los santos lugares, despierte un afecto más vivo para acrecentar la caridad con aquellos a los que podemos imitar, y con aquel cuya ayuda hace posible la imitación.

Damos culto a los mártires con un culto de amor y participación, con el que veneramos, en esta vida, a los santos, cuyo corazón sabemos que está ya dispuesto al martirio como testimonio de la verdad del Evangelio. Pero a aquéllos los honramos con mucha más devoción, por la certeza de que han superado el combate, y por ello les confesamos vencedores en una vida feliz, con una alabanza más segura que aquellos que todavía luchan en esta vida.

Pero aquel culto que se llama de latría, y que consiste en el servicio debido a la divinidad, lo reservamos a solo Dios, pero no tributamos este culto a los mártires ni enseñamos que haya que tributárselo.

Ahora bien, la ofrenda forma parte de este culto de latría, y por eso se llama idolatría la ofrenda hecha a los ídolos; pero nosotros no ofrecemos nada semejante, ni tampoco mandamos que se ofrezca, en el culto a los ángeles, los santos o los mártires; y, si alguien cae en tan gran tentación, se le amonesta con la verdadera doctrina, para que se corrija o para que tenga cuidado.

Los mismos santos y los hombres se niegan a apropiarse estos honores exclusivos de Dios. Así hicieron Pablo y Bernabé, cuando los habitantes de Licaonia, después de haber visto los milagros que hicieron, quisieron ofrecerles sacrificios como a dioses; pero ellos, rasgando sus vestiduras, proclamaron y les persuadieron que no eran dioses, y, de esta forma, impidieron que les fueran ofrecidos sacrificios.

Pero una cosa es lo que enseñamos, y otra lo que sopor-tamos; una cosa es lo que mandamos hacer, y otra lo que queremos corregir, y así, mientras vamos buscando la corrección más adecuada, tenemos que tolerar muchas cosas.



12 de diciembre

SANTA JUANA FRANCISCA DE CHANTAL
RELIGIOSA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Francisca Magdalena de Chaugy, Memorias sobre la vida y virtudes de santa Juana Francisca de Chantal (III, 3: 38 ed. Paris 1853, pp. 306-307)

Es fuerte el amor como la muerte

Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras, que fueron en seguida recogidas fielmente:

«Hijas queridísimas, muchos de nuestros santos Padres y columnas de la Iglesia no sufrieron el martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto?».

Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo:

«Pues yo creo que esto es debido a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace, al mismo tiempo, mártires y confesores. Creo que a las Hijas de la Visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así lo dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente».

Una hermana preguntó cómo se realizaba dicho martirio. Juana contestó:

«Sed totalmente fieles a Dios, y lo experimentaréis. El amor divino hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas, y llega hasta separarnos denosotros mismos. Conocí a un alma a quien el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo, dado por la espada del tirano, hubiera separado su espíritu de su cuerpo».

Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma. Al preguntarle otra hermana sobre la duración de este martirio, dijo:

«Desde el momento en que nos entregamos a Dios sin reservas hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios sólo con los corazones magnánimos que, renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al amor; a los débiles e inconstantes en el amor, no les lleva el Señor por el camino del martirio, y les deja continuar su vida mediocre, para que no se aparten de él, pues nunca vio-lenta a la voluntad libre».

Por último, se le preguntó, con insistencia, si este martirio de amor podría igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana:

«No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos, creo que no tiene menor mérito, pues es fuerte el amor como la muerte, y los mártires de amor sufren dolo-res mil veces más agudos en vida, para cumplir la voluntad de Dios, que si hubieran de dar mil vidas para testimoniar su fe, su caridad y su fidelidad. »



13 de diciembre

SANTA LUCÍA, VIRGEN Y MÁRTIR

Memoria

SECUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Libro sobre la virginidad (Cap 12, 68.74-75; 13, 77-78: PL 16 (ed. 1845), 281.283.285-286)

Con toda la claridad de tu mente iluminas la gracia de tu cuerpo

Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu cuerpo (tú que eres la que más propiamente puede ser comparada a la Iglesia), recójete en tu habitación y, durante la noche, piensa siempre en Cristo y espera su llegada en cualquier momento.

Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que entraría. Echate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él, y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente.

Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. No pienses que le des-agradas si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le rogaste y le abriste la puerta; pues él permite que seamos puestos a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el Evangelio, a las turbas, cuando le ruegan que no se vaya? También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez más, búscale de nuevo.

¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé, y ya no lo soltaré.

¿Con qué lazos se puede retener a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas; pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el afecto del alma.

Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los per-seguidores.

Apenas los pasé, dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldráa tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada.

La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser?

Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.

La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo.



14 de diciembre

SAN JUAN DE LA CRUZ
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria

SEGUNDA LECTURA

San Juan de la Cruz, Cántico espiritual (Canciones 37, 4 y 36, 13 declaración)

Conocimiento del misterio escondido en Cristo Jesús

Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este esta-do de vida, les quedó todo lo más por decir y aun por entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de teso-ros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá.

Que, por eso, dijo san Pablo del mismo Cristo, diciendo: En Cristo moran todos los tesoros y sabiduría escondidos. En los cuales el alma no puede entrar ni llegar a ellos, si, como habemos dicho, no pasa primero por la estrechura del padecer interior y exterior a la divina Sabiduría.

Porque, aun a lo que en esta vida se puede alcanzar de estos misterios de Cristo, no se puede llegar sin haber padecido mucho y recibido muchas mercedes intelectuales y sensitivas de Dios, y habiendo precedido mucho ejercicio espiritual, porque todas estas mercedes son más bajas que la sabiduría de los misterios de Cristo, porque todas son como disposiciones para venir a ella.

¡Oh, si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la «espesura» y sabiduría de «las riquezas de Dios» que son de muchas maneras, si no es entrando en la «espesura del padecer» de muchas maneras, poniendo en eso el alma su consolación y deseo! ¡Y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina desea primero el padecer para entrar en ella, en la «espesura de la cruz»!

Que, por eso, san Pablo amonestaba a los de Efeso que no desfalleciesen en las tribulaciones, que estuviesen bien fuertes y arraigados en la caridad, para que pudiesen com-prender, con todos los santos, qué cosa sea la anchura y la longura y la altura y la profundidad, y para saber también la supereminente caridad de la ciencia de Cristo, para ser llenos de todo henchimiento de Dios.

Porque, para entrar en estas riquezas de su sabiduría, la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos.



21 de diciembre

SAN PEDRO CANISIO
PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Canisio, Cartas y Actas (Ed. O. Braunsberger, Friburgo de Brisgovia 1896, I, pp. 53-55)

Una plegaria de san Pedro Canisio

San Pedro Canisio, llamado con razón el segundo apóstol de Alemania, antes de marchar para este país, y recibida la bendición del Papa, tuvo una profunda experiencia espiritual, que describe él mismo con estas palabras:

«Tuviste a bien, Pontífice eterno, que yo encomendase solícitamente el efecto y la confirmación de aquella bendición apostólica a tus Apóstoles del Vaticano, que tantas maravillas operan bajo tu dirección. Allí sentí un gran consuelo y la presencia de tu gracia, que me venía por medio de tales intercesores. Pues me bendecían y confirmaban mi misión a Alemania, y me pareció que me pro-metían su favor como a apóstol de Alemania. Ya sabes, Señor, cómo y cuántas veces pusiste aquel día Alemania en mis manos, esa Alemania que había de ser mi preocupación constante y por la cual deseaba vivir y morir.

Tú, Señor, me ordenaste, finalmente, beber del caudal que manaba de tu santísimo corazón, invitándome a sacar las aguas de mi salvación de tu fuente, Salvador mío. Lo que yo más deseaba es que de ahí derivaran torrentes de fe, esperanza y caridad, en mi persona. Tenía sed de pobreza, castidad y obediencia, y te pedía que me purificaras y vistieras por completo. Por eso, tras haberme atrevido a acercarme a tu dulcísimo corazón, calmando en él mi sed, me prometías un vestido de tres piezas con que cubrir mi alma desnuda y realizar con éxito mi misión: las piezas eran la paz, el amor y la perseverancia. Revestido con este ornamento saludable, confiaba en que nada habría de faltarme, y que todo acontecería para tu gloria».



23 de diciembre

SAN JUAN DE KETY, PRESBÍTERO

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

De las cartas del papa Clemente XIII (2 febr. 1767: Bullarii romani continuatio, IV, parte II, Prato 1843, pp. 1314-1316)

Dios era el mismo en su corazón y en sus labios

Nadie duda que san Juan de Kety debe ser contado entre aquellos excelentes varones que fueron eximios por su santidad y doctrina, porque practicaban lo que enseñaban, y por la defensa de la fe ortodoxa, impugnada por los herejes. Mientras en las regiones vecinas pululaban las herejías y los cismas, el bienaventurado Juan enseñaba en la universidad de Cracovia la doctrina tomada de su más pura fuente, y confirmaba la más auténtica doctrina moral, que con mucho empeño explicaba al pueblo en sus sermones, con la humildad, castidad, misericordia, penitencia y todas las otras virtudes propias de un santo sacerdote y de un celoso ministro.

Así, pues, constituye no sólo una honra y gloria para los profesores de aquella universidad, sino que dejó un ejemplo maravilloso, que producirá abundantes frutos, para todos aquellos que se dedican a este ministerio, es decir, para que no cesen en su empeño de conseguir ser unos doctores perfectos, y para que se esfuercen en enseñar, con las palabras y con las obras, la ciencia de Dios, junto con las restantes disciplinas, para alabanza y gloria de Dios.

A la piedad con que se ocupaba de las cosas de Dios, se añadía su humildad, y, aunque aventajaba a todos en ciencia, se anonadaba a sí mismo y no se anteponía a nadie; más aún, deseaba ser despreciado y pospuesto por todos; y llegaba tan lejos que trataba con la misma equidad a los que lo despreciaban y denigraban.

A su humildad acompañaba una extraordinaria sencillez, propia de un niño, y por esto en sus hechos y dichos no había ni ambigüedad ni fingimiento; lo que tenía en el corazón lo proclamaba con sus labios. Si sospechaba que casualmente, al decir la verdad, había ofendido a alguien, antes de acercarse a celebrar, pedía perdón no tanto por su error como por el ajeno. Durante el día, una vez cumplido su deber de enseñar, se dirigía directamente a la iglesia, donde, por largo tiempo, se dedicaba a la oración y a la contemplación ante Cristo, escondido en la Eucaristía. Dios era el mismo en su corazón y en sus labios.

 



26 de diciembre

SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR

Fiesta

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 8 la. 44-59

Martirio de san Esteban

Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Indujeron a unos que asegurasen:

«Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».

Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían:

«Este individuo no para de hablar contra el templo y la ley. Le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés».

Todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro les pareció el de un ángel.

El sumo sacerdote le preguntó:

«¿Es verdad esto?».

Contestó Esteban:

«Padres y hermanos, escuchad. Nuestros padres tenían en el desierto el tabernáculo de la alianza: Dios había ordenado a Moisés que lo construyera, copiando el modelo que había visto. Nuestros padres se fueron transmitiendo el tabernáculo hasta introducirlo, guiados por Josué, en el territorio de los gentiles, a los que Dios expulsó delante de ellos. Así estuvieron las cosas hasta el tiempo de David, que alcanzó el favor de Dios, y le pidió que le permitiera construir una morada al Dios de Jacob. Pero fue Salomón el que la construyó. Aunque el Altísimo no habita en edificios construidos por hombres, como dice el profeta: "Mi trono es el cielo, la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué templo podéis construirme —dice el Señor—, o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?".

¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado».

Oyendo sus palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:

«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:

«Señor Jesús, recibe mi espíritu».

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:

«Señor, no les tengas en cuenta este pecado».

Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.


SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Sermón 3 (1-3.5-6: CCL 91A 905-909)

Las armas de la caridad

Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado.

Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.

Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina.

Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por esto él se ha empobrecido, sino que, de una forma admirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mientras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros.

Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo.

La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a continuación en el soldado.

Esteban, para merecer la corona que significa su nombre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el prójimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapidaban, para que no fueran castigados.

Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando.

Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, reina con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, martirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban.

¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos.

La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina.

Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección.


EVANGELIO:
Mt 10, 17-22

HOMILÍA

San Gregorio de Nisa, Discurso 27 (9: PG 44, 1291-1295. 1299-1302)

Dichosos los perseguidos por mi causa

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. He aquí la meta y el resultado de las batallas reñidas por Dios, de los peligros afrontados por amor suyo, la recompensa por las fatigas, el premio de tantos sudores: así es como los atletas de Dios consiguen el reino de los cielos.

Por lo cual, el Señor que conoce la fragilidad humana, anuncia por anticipado a los más débiles el éxito final del laborioso combate, para que con la esperanza del reino eterno, obtengan más fácilmente la victoria sobre el temor de la adversidad que han de afrontar en el tiempo. Por eso el heroico mártir Esteban se alegra por las piedras que le llueven de todas partes; recibe gustoso en su cuerpo, cual agradable rocío, los golpes que caen sobre él compactos como copos de nieve, y responde a los crueles homicidas bendiciendo, y orando que no se les tenga en cuenta este pecado. El conocía la promesa divina y veía que su esperanza estaba totalmente de acuerdo con la aparición de que entonces gozaba.

Había oído que los perseguidos por la fe serían acogidos en el reino de los cielos, y mientras sufría el martirio vio lo que le esperaba. El objeto de su esperanza se le hace visible, mientras a causa de la profesión de fe, corre para alcanzarlo: es el cielo abierto, la gloria divina del cielo espectadora de la carrera de su atleta; es el mismo Cristo que asistía a la prueba del mártir. Cristo que preside la lucha de pie, significa simbólicamente la ayuda que presta al luchador, y nos enseña que él mismo está presente en favor de sus perseguidos y en contra de sus perseguidores. Y en este sentido, ¿cabe mayor gloria para quien sufre la persecución a causa del Señor, que poder tener de su parte al mismo árbitro del combate? Dichosos los perseguidos por mi causa.

Nuestra vida tiene necesidad de un hábitat donde fijarse; si aquí no tenemos algo que nos relance hacia fuera, hacia más allá de la tierra, seremos siempre de la tierra; si por el contrario nos dejamos atraer por el cielo, seremos transportados al más-allá. ¿Ves a dónde conduce la bienaventuranza que, a través de avatares aparentemente tristes y dolorosos, te lleva a adquirir un bien tan grande? Lo había advertido ya el Apóstol: Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. La aflicción es, pues, como la flor de los frutos esperados. ¡Por amor al fruto, cojamos también la flor! Movámonos y corramos, pero no corramos en vano: que nuestra carrera esté siempre orientada a la consecución del premio de nuestra vocación celestial. Corramos de modo que lo alcancemos.

Por tanto, no nos aflijamos cuando nos veamos combatidos y suframos persecución; alegrémonos más bien, pues, cuando se nos prive de los bienes apreciados en la tierra, se nos invita a gozar de los bienes del cielo, de acuerdo con la palabra de aquel que ha proclamado dichosos a cuantos por su causa sean afligidos y perseguidos: de éstos es el reino de los cielos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio por siglos sin fin. Amén.



27
de diciembre

SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA
Fiesta

PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan 1, 1-2, 3

Palabra de vida y luz de Dios

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.

Os anunciamos el mensaje que le hemos oído a él: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados.

Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 1 sobre la primera carta de san Juan (1.3: PL 35, 1978. 1980)

La misma vida se ha manifestado en la carne

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida. ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros?

Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.

Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» o como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.

¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.

Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.

Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente, se manifestó en nosotros.

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor presente en la carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros hemos oído, pero no hemos visto.

Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.

En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.


EVANGELIO:
Jn 20, 2-8

HOMILÍA

Gregorio de Palamás, Homilía 20 (PG 151, 266.271)

Juan es aquel a quien Cristo amó
con amor de predilección

Juan es aquel que permaneció virgen y recibió por gracia singular y como tesoro preciosísimo, a la Virgen Madre, única entre las madres; Juan es aquel a quien Cristo amó con amor de predilección y mereció ser llamado hijo, con preferencia a los otros evangelistas. Por eso hace resonar con fuerza la trompeta al anunciarnos los prodigios de la resurrección del Señor de entre los muertos, y al relatarnos con mayor claridad el modo cómo se manifestó a sus discípulos, según lo hallamos escrito en su evangelio, cuando nos dice: El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús. Así es como se presenta a sí mismo.

Juan y Pedro, habiendo oído a María, van corriendo al sepulcro, donde vieron que había salido la Vida; y habiendo visto y creído, admirados por las pruebas se volvieron a casa.

Consideremos, hermanos, cuánta mayor dignidad que María Magdalena no tenía Pedro, el príncipe de los apóstoles, y el mismo Juan, a quien tanto quería Jesús, y sin embargo ella fue considerada digna de una gracia tan grande, con preferencia a ellos. Porque los apóstoles, corriendo al sepulcro, sólo vieron las vendas y el sudario; María, en cambio, por su firmeza y constancia, perseverando hasta el fin a la entrada del sepulcro, llegó a ver no sólo a los ángeles, sino al mismo Señor de los ángeles en la carne, antes que los apóstoles.

Este templo que veis, es un símbolo de aquel sepulcro; y no sólo un símbolo, sino una realidad mucho más sublime. Detrás de esa cortina, en el interior, está el lugar donde se coloca el cuerpo del Señor, y ahí está también la mesa o el altar santo. Así pues, lo mismo que María, todo el que se acerque con presteza a la recepción del misterio divino y persevere hasta el fin, teniendo recogida en Dios su propia alma, no sólo reconocerá las enseñanzas de la Escritura santa, redactada por el Espíritu de Dios, ni sólo a los ángeles que anunciaron el misterio de la divinidad y humanidad del Verbo de Dios, encarnado por nosotros, sino que verá también y sin ningún género de duda al mismo Señor con los ojos del alma, y también con los del cuerpo.

Pues aquel que con fe ve la mesa mística y el pan de vida depositado sobre ella ve al mismo Verbo de Dios oculto bajo las especies, hecho carne por nosotros y habitando en nosotros como en un sagrario. Más aún: si es considerado digno de recibirle, no sólo le ve, sino que participa de él, le recibe en sí mismo como huésped, y es enriquecido con el don de la misma gracia divina. Y así como María Magdalena vio lo que antes que nada los apóstoles deseaban ver, así el alma, poseída por la fe, será considera rada digna de ver y de gozar de aquello que —según el apóstol— los ángeles desean penetrar, divinizándose por completo, tanto por la contemplación como por la participación de estos misterios.



28 de diciembre

LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES

Fiesta

PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 1, 8-16.22

Matanza de los niños hebreos en Egipto

En aquellos días, subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que no había conocido a José, y dijo a su pueblo:

«Mirad, el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra».

Así, pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más. Hartos de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles.

El rey de Egipto ordenó a las comadronas hebreas —una se llamaba Séfora y otra Fuá—:

«Cuando asistáis a las hebreas y les llegue el momento, si es niño lo matáis, si es niña la dejáis con vida». Entonces el Faraón ordenó a toda su gente:

«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».


SEGUNDA LECTURA

San Quodvultdeus, Sermón 2 sobre el Símbolo (PL 40, 655)

Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo

Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.

¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? El no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.

Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.

Pero aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el número de los adoptivos.

Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.

Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.

¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria.


EVANGELIO:
Mt 2, 13-18

HOMILÍA

San Beda el Venerable, Homilía 1 (10: CCL 122, 68.71-72)

Están de pie delante del Cordero contemplando su gloria

Se nos ha leído, carísimos hermanos, la página del santo evangelio que nos habla de la preciosa muerte de los Inocentes mártires de Cristo. El que fueran degollados siendo niños significa que a la gloria del martirio hay que acceder por el camino de la humildad y que si uno no se convierte y vuelve a ser como niño no puede dar su vida por Cristo.

Por lo cual, hermanos carísimos, es necesario que, al venerar en este día de fiesta, las primicias de los mártires, reflexionemos atentamente sobre la fiesta eterna que a todos los mártires se hace en el cielo y, siguiendo en la medida de lo posible sus huellas, procuremos ser también nosotros partícipes de esta festividad celestial. El Apóstol nos asegura que si somos compañeros en el sufrir, también lo seremos en el gozar del consuelo.

Y no nos limitemos a deplorar su muerte: alegrémonos más bien en la percepción de las palmas merecidas. Pues cuando uno de ellos moría en medio de los tormentos, en luto y lágrimas era acompañado por la inconsolable Raquel, es decir, por la Iglesia que los engendró; pero a los ya expulsados de esta vida los recibe inmediatamente en la otra la Jerusalén celestial que es la madre de todos, saliendo a su encuentro acompañada de los ministros de la alegría y los introduce en el gozo de su Señor para ser coronados eternamente. Por eso dice Juan que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Están ahora de pie delante del trono de Dios coronados los que anteriormente yacían, abrumados de penas, delante de los estrados de los jueces. Están de pie en presencia del Cordero y nada será capaz de privarles allí de la contemplación de la gloria de aquel de cuyo amor aquí ni los suplicios pudieron separarlos. Lucen vestiduras blancas y tienen palmas en sus manos los que han recibido el premio por sus obras, mientras reciben sus cuerpos glorificados por la resurrección, aquellos cuerpos que por amor al Señor consintieron ser abrasados por el fuego, triturados por las bestias, lacerados por los azotes, arrojados por los precipicios, destrozados por garfios de hierro, matados con toda clase de suplicios.

Y gritaban –dice– con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!». Ensalzan con voz potente la victoria de Dios, quienes recuerdan con vivo sentimiento de acción de gracias, que si superaron las vejaciones de sus enemigos no fue por el propio esfuerzo, sino por la ayuda de Dios.

Dice nuevamente describiendo los superados combates y las coronas perpetuas: Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Los mártires lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero cuando sus miembros que a los ojos de los insensatos parecían afeados por la sangre de sus heridas, fueron precisamente purificados de toda mancha con la sangre derramada por Cristo. Más aún, se hicieron dignos de la luz de la bienaventurada inmortalidad, pues una vez lavadas, blanquearon sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso –dice– están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo.

No es un servicio laborioso, sino amable y deseable estar delante de Dios alabándolo eternamente. La expresión «día y noche» no significa propiamente la sucesión del tiempo, sino típicamente la eternidad. Pues allí no habrá noche sino un día que en los atrios de Cristo vale más que mil y en el que Raquel ya no llora a sus hijos, sino que Dios enjugará las lágrimas de sus ojos y hace resonar cantos de victoria en las tierras de los justos el que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.



29 de diciembre

SANTO TOMÁS BECKET, OBISPO Y MÁRTIR

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás Becket, Carta 74 (PL 190, 533-536)

Nadie recibe el premio si no compite
conforme al reglamento

Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y que-remos conocer la significación de nuestro nombre –nos designan obispos y pontífices–, es necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció por nosotros al Padre en el ara de la cruz. El es el que, desde lo más alto de los cielos, observa atentamente todas las acciones y sus correspondientes intenciones para dar a cada uno según sus obras.

Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos espirituales; sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado y de la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor.

Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni pocos obispos.

¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma es la cabeza de todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios?

Es necesario, sin duda, que sean muchos los que plan-ten, muchos los que rieguen, pues lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los pueblos. El mismo pueblo del antiguo Testamento, que tenía un solo altar, necesitaba de muchos servidores; ahora, cuando han llegado los gentiles, a quienes no sería suficiente para sus inmolaciones toda la leña del Líbano y para sus holocaustos no sólo los animales del Líbano, sino, incluso, los de toda Judea, será mucho más necesario la pluralidad de ministros.

Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.

Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causas más graves, que deben ser examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que se les confía.

Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en medio de la tribulación.

Este fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que nadie recibe el premio si no com-pite conforme al reglamento.



31 de diciembre

SAN SILVESTRE I, PAPA

Memoria libre

SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica (Lib 10, 1-3: PG 20, 842-847)

La paz de Constantino

A Dios todopoderoso y rey del universo, gracias por todas las cosas; y también gracias plenas a Jesucristo, salvador y redentor de nuestras almas, por quien rogamos que se conserve perfectamente nuestra paz firme y estable, libre de los peligros exteriores y de todas las perturbaciones y adversas disposiciones del espíritu.

El día sereno y claro, no oscurecido por ninguna nube, iluminaba, con su luz celeste, las Iglesias de Cristo, difundidas por todo el mundo. Incluso aquellos que no participaban en nuestra comunión gozaban, si no tan plenamente como nosotros, al menos de algún modo, de los bienes que Dios nos había concedido.

Para nosotros, los que hemos colocado nuestra esperanza en Cristo, una alegría indescriptible y un gozo divino iluminaba nuestros rostros, al contemplar cómo todos aquellos lugares que habían sido arrasados por la impiedad de los tiranos revivían como si resurgieran de una larga y mortal devastación. Veíamos los templos levantar-se de sus ruinas hasta una altura infinita y resplandecer con un culto y un esplendor mucho mayor que el de aquellos que habían sido destruidos.

Además, se nos ofrecía el espectáculo, deseado y anhelado, de las fiestas de dedicación en todas las ciudades y de consagración de iglesias recientemente construidas.

Para estas festividades, concurrían numerosos obispos y peregrinos innumerables, venidos de todas partes, incluso de las más lejanas regiones; se manifestaban los sentimientos de amistad y caridad de unos pueblos con otros.

Ya que todos los miembros del cuerpo de Cristo se unían en una idéntica armonía.

Era el cumplimiento del anuncio profético, que, con antelación y de una manera recóndita, predecía lo que había de suceder: Los huesos se juntaron hueso con hueso, y también de otras muchas palabras proféticas oscura-mente enigmáticas.

La misma fuerza del Espíritu divino circulaba por todos los miembros; todos pensaban y sentían lo mismo; idéntico ardor en la fe, y única la armonía para glorificar a Dios.

Los obispos celebraban solemnes ceremonias, y los sacerdotes ofrecían los puros sacrificios, conforme a los augustos ritos de la Iglesia; se cantaban los salmos, se escuchaban las palabras que Dios nos ha transmitido, se ejecutaban los divinos y arcanos ministerios, y se comunicaban los místicos símbolos de la pasión salvadora.

Una festiva multitud de gente de toda edad y sexo glorificaba a Dios, autor de todos los bienes, con oraciones y acciones de gracias.