DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO


Ciclo A:
Mt 23, 1-12

HOMILÍA

San Orsiesio, Libro que, al morir, legó a los hermanos (Nn. 23,35.38: ed. Lefort, Louvain 1932, 124-125; 132-133.134)

Somos hombres de fe para salvar el alma

Seamos iguales, hermanos, desde el más pequeño hasta el mayor, tanto el rico como el pobre, perfectos en la concordia y la humildad, para que también de nosotros pueda decirse: Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba. Que nadie busque su propio regalo, mientras ve al hermano pasar apuros, no sea que tenga que oír el reproche del profeta: ¿No os creó el mismo Dios? ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿Por qué, pues, cada cual se desentiende de su hermano profanando la alianza de vuestros padres? Judá traiciona, en Israel se cometen abominaciones Por eso y de acuerdo con lo que el Señor y Salvador ordenó a sus apóstoles, diciendo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado; y en esto conoceréis que sois discípulos míos, nosotros debemos amarnos mutuamente y dar pruebas de que realmente somos siervos de nuestro Señor Jesucristo y discípulos de los cenobios.

El que camina de día no tropieza; en cambio, el que camina en la noche tropieza, porque carece de luz. Pero nosotros —como dice el Apóstol— no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en otro lugar: Todos sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo sois de la noche ni de las tinieblas Luego si somos hijos de la luz, debemos conocer lo que es propio de la luz y producir frutos de luz fructificando en toda obra buena: porque lo que se manifiesta, luz es.

Si volvemos al Señor de todo corazón y con corazón sencillo seguimos los mandatos de sus, santos y de nuestro Padre, abundaremos en toda clase de obras buenas. Pero si nos dejamos vencer por los placeres de la carne, en pleno día iremos palpando la pared como si de medianoche se tratara, y no encontraremos el camino de la ciudad donde habitamos, de la que se dice: Pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida, por haber despreciado la ley que Dios les entregó, y no haber escuchado la voz de los profetas; por eso no pudieron llegar al descanso prometido.

Siendo tan grande la clemencia de nuestro Señor y Salvador, que nos incita a la salvación, volvamos a él nuestros corazones, pues ya es hora de espabilarse. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Hijitos míos, amemos en primer lugar a Dios con todo el corazón, y luego amémonos mutuamente unos a otros, acordándonos de los mandamientos de nuestros Dios y Salvador, en los que nos dice: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas.


Ciclo B: Mc 12, 28b-34

HOMILÍA

San Agustín de Hipona, Sermón Mai 14 (1-2: PLS 2, 449-450)

Al crecer el amor, el alma se siente segura

No ignoramos que los corazones de vuestra caridad se nutren abundantemente cada día con las exhortaciones de las divinas Escrituras y con el alimento de la Palabra de Dios. Sin embargo, movidos por aquel deseo de caridad mutua en que arden nuestros corazones, debemos decir algo a vuestra caridad. Y ¿de qué hablaros, sino de la misma caridad?

La caridad es de esos temas de los que si uno quiere hablar no necesita elegir un determinado texto que le dé pie para tratar de él, ya que no hay página que no hable del amor. Testigo de ello es el Señor, como nos lo confirma el evangelio. Pues que habiéndole preguntado un letrado cuál es el mandamiento principal de la ley, respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; y amarás al prójimo como a ti mismo. Y para que no sigas buscando en las páginas santas, añadió inmediatamente: Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Y si estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas, ¿cuánto más el evangelio?

En efecto, la caridad renueva al hombre; pues lo mismo que la codicia envejece al hombre, así la caridad lo rejuvenece. Por eso, gimiendo dice el salmista zarandeado por la codicia: Mis ojos envejecen por tantas contradicciones. Que la caridad pertenezca al hombre nuevo, lo indica el Señor cuando dice: Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros. Luego si el amor sostiene la ley y los profetas —y la ley y los profetas parecen condensar el antiguo Testamento—, ¿cómo no va a pertenecer al exclusivo dominio del amor el evangelio —que es clarísimamente denominado nuevo Testamento—, máxime cuando el Señor condensó su mandamiento en el solo «amaos unos a otros» Más aún: calificó de nuevo su mandamiento, vino para renovarnos, nos hizo hombres nuevos y nos prometió una nueva heredad: y ésta, eterna.

Pero ya entonces hubo hombres enamorados de Dios, que le amaron desinteresadamente y purificaron sus corazones con el casto deseo de verlo; hombres que, alzando el velo de las antiguas promesas, llegaron a intuir el futuro nuevo Testamento, y comprendieron que todo lo que en el antiguo Testamento fue mandado o prometido según la vieja condición, era figura del nuevo Testamento, figuras que, en los últimos tiempos, el Señor habría de llevar a su pleno cumplimiento. Lo dice taxativamente el Apóstol con estas palabras: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienesnos ha tocado vivir en la última de las edades. Ocultamente, pues, se preanunciaba el nuevo Testamento y se preanunciaba en aquellas antiguas figuras.

Pero llegado el tiempo del nuevo Testamento, comenzó a ser abiertamente predicado el nuevo Testamento y a comentarse y explicarse aquellas figuras, demostrando cómo había de entenderse el nuevo Testamento, donde estaba prometido el antiguo. Moisés era, desde luego, predicador del antiguo Testamento; pero aun siendo predicador del antiguo, era intérprete del nuevo: al pueblo carnal le anunciaba el antiguo; él, que era espiritual, intuía el nuevo. En cambio, los apóstoles eran predicadores y ministros del nuevo Testamento, pero no en el sentido de que entonces no existiera, lo que más tarde habían de manifestar los apóstoles.

Luego, la caridad está presente tanto en uno como en otro Testamento: en el antiguo, la caridad está más velada y más evidente el temor; en el nuevo la caridad es más evidente, y menos el temor. Pues cuanto más crece la caridad, tanto más disminuye el temor. Porque al crecer la caridad, el alma se siente segura; y donde la seguridad es absoluta, desaparece el temor, como dice asimismo el apóstol Juan: El amor perfecto expulsa el temor.


Ciclo C: Lc 19, 1-10

HOMILÍA

Juan Lanspergio, Homilía en la dedicación de una iglesia (Opera omnia, t. 1, 1888, 701-702)

La perfecta conversión a Dios

La perfecta conversión a Dios amputa de raíz el pecado. Pues la codicia es para muchos la raíz y la ocasión de pecar. Para erradicarla, promete Zaqueo dar a los pobres la mitad de sus bienes: Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Mira qué progresos no ha hecho de repente Zaqueo iluminado por Cristo. Y si quiso declarar públicamente este su propósito fue para defender a Cristo contra los murmuradores y evidenciar el gran tacto que el Señor ha usado con él: no lo había evitado despectivamente por su condición de publicano, sino que dirigiéndose a él con benevolencia e invitándose a sí mismo sin esperar la invitación, le había repentinamente conducido, como con un poderoso revulsivo, a la penitencia y a la conversión; y lo mismo que en el pasado había sido ávido de dinero, deseaba ahora con idéntica premura desprenderse de él.

Pues no se contenta con prometer dar en el futuro a los pobres o restituir a aquellos de quienes se había aprovechado, sino que habla en presente y dice: Mira, doy y restituyo. Doy limosna, restituyo lo defraudado. Y aunque lo primero que hay que hacer es restituir en efectivo lo injustamente adquirido, para que la limosna pueda ser agradable a Dios, sin embargo, en este caso y para demostrar su voluntaria decisión de dar no sólo lo que debía, sino lo que podía y tenía la voluntad de dar generosamente, habla antes de dar limosna que de restituir.

Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Indicando la salvación operada «en esta casa», Cristo se está refiriendo al alma de Zaqueo, que deseando, esforzándose, amando y obedeciendo ha conseguido la salvación. A esta alma la denomina aquí casa de Dios, porque Dios habita en el alma. Jesús había efectivamente venido al mundo a salvar lo que estaba perdido.

Por esta razón debió frecuentar la compañía de quienes le constaba que necesitaban de su ayuda y buscaban un remedio de salvación. Es como si hubiera querido replicar a los murmuradores: ¿A qué os indignáis conmigo porque hablo con un pecador, porque adelantándome a su invitación me invito yo a su casa? Si he venido al mundo ha sido por gente de esta clase, no para que continúen siendo pecadores, sino para que se conviertan y tengan vida en mí. No me fijo en lo que el pecador ha hecho hasta el presente, sino que sopeso lo que va a hacer en el futuro. Le ofrezco mi gracia y mi amistad, que os la ofrezco igualmente a todos vosotros, si es que la queréis. Si éste la acepta, si viene a mí, si de pecador se convierte en justo, ¿por qué me calumniáis a mí por haberme hospedado en casa de un pecador, desde el momento en que juzgáis equivocadamente a un pecador, que se ha convertido en amigo de Dios? También él es hijo de Abrahán, no nacido de su sangre, sino por ser imitador de la fe y de la devoción de Abrahán.

Que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia de conocerle, amarlo y confiar en él; de modo que nada nos agrade, nada nos atraiga sino lo que a la divina voluntad le es grato y no sea contrario a nuestra salvación. ¡Bendito él por siempre! Amén.