DOMINGO V DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 10, 26-39

Expectación del juicio

Hermanos: Si, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, nos obstinamos en el pecado, ya no quedan sacrificios por los pecados, queda sólo la perspectiva pavorosa de un juicio y el furor de un fuego dispuesto a devorar a los enemigos.

Al que viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres testigos. Cuánto peor castigo pensáis que merecerá uno que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha juzgado impura la sangre de la alianza que lo había consagrado y que ha ultrajado al Espíritu de la gracia. Sabemos muy bien quién dijo aquello: «Mío es el desquite, yo daré a cada cual su merecido», y también: «El Señor juzgará a su pueblo». Es horrendo caer en manos del Dios vivo.

Recordad aquellos días primeros, cuando, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: ya sea cuando os exponían públicamente a insultos y tormentos, ya cuando os hacíais solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes.

No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor. Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

 

RESPONSORIO                    Heb 10, 35. 36; Lc 21, 19
 
R./ No perdáis vuestra confianza; tenéis necesidad de constancia, * para que, cumpliendo la voluntad de Dios, podáis alcanzar la promesa.
V./ Siendo constantes, salvaréis vuestras vidas.
R./ Para que, cumpliendo la voluntad de Dios, podáis alcanzar la promesa.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 21 sobre la carta a los Hebreos (2-3: PG 63, 150-152)

Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios
y alcanzar la promesa

Dice el Apóstol: Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la recompensa. Por eso, necesitáis una sola cosa: esperar todavía un poquito, sin combatir aún. Habéis llegado ya a la corona; habéis soportado luchas, cadenas, tribulaciones; os han confiscado los bienes. ¿Qué más podéis hacer? Sólo os resta perseverar con valentía, para ser coronados. Sólo os queda esto por soportar: la prolongada espera de la futura corona. ¡Qué gran consuelo!

¿Qué pensaríais de un atleta que, después de haber vencido y superado a todos sus adversarios y no teniendo ya nadie con quien combatir, finalmente, cuando debiera ser coronado, no supiera esperar la llegada de quien debe imponerle la corona, y no teniendo paciencia para esperar, quisiera salir y marcharse como quien es incapaz de soportar la sed y el calor estival? ¿Qué es lo que el mismo Apóstol nos dice apuntando a esta posibilidad? «Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso».

Y para que no digan: «¿Cuándo llegará?», les conforta con la Escritura, para la cual este compás de espera es una no pequeña merced. Dice en efecto: «Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor».

Este es un gran consuelo: mostrar que incluso los que siempre han obrado rectamente pueden echarlo todo a perder por indolencia: Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Estas palabras fueron escritas para los Hebreos, pero es una exhortación que vale también para muchos hombres de hoy. Y ¿para quiénes concretamente? Para aquellos de ánimo débil y mezquino. Porque, cuando ven que los malos saben conducir bien sus propios negocios y ellos no, se afligen, se dejan invadir por la tristeza ylo soportan mal. Les desearían más bien penas y castigos, esperando para ellos el premio por las propias fatigas. Un poquito de tiempo todavía –decía hace un momento Pablo–, y el que viene llegará sin retraso.

Por eso, diremos a los desidiosos y negligentes: de seguro que nos llegará el castigo, vendrá ciertamente; la resurrección está ya a las puertas. Y ¿cómo lo sabemos?, preguntará alguno. No diré que por los profetas, pues mis palabras no van dirigidas a solos los cristianos. Son muchas las cosas que ha predicado Cristo: si no se hubieran acreditado de verdaderas, no deberíais creer tampoco éstas; mas si, por el contrario, las cosas que él anunció de antemano han tenido cumplimiento, ¿a qué dudas de las otras? Sería más difícil creer si nada hubiera sucedido, que no creer cuando todo se ha verificado. Lo aclararé más todavía con un ejemplo: Cristo predijo que Jerusalén sería objeto de una destrucción tal, como no la había habido igual hasta el momento, y que jamás sería reconstruida en su primitivo esplendor: y la profecía realmente se cumplió. Predijo que vendría una gran tribulación, y así sucedió.

Predijo que la predicación habría de difundirse como un grano de mostaza y nosotros comprobamos que día a día esa semilla invade todo el universo. Predijo: En el mundo tendréis luchas: pero tened valor: Yo he vencido al mundo, es decir, ninguno os vencerá; y vemos que también esto se ha cumplido. Predijo que el poder del infierno no prevalecería contra la Iglesia, aunque fuera perseguida, y que nadie sería capaz de neutralizar la predicación, y la experiencia da testimonio de que así ha sucedido.

 

RESPONSORIO                    Ap 3, 19.3
 
R./ Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. * Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
V./ Si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.
R./ Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.
 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que enciendas nuestros corazones en aquel mismo amor con que tu Hijo ama al mundo y que lo impulsó a entregarse a la muerte por salvarlo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 1-19

Testimonio de la fe de los santos

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por la fe, sabemos que la palabra de Dios configuró el universo, de manera que lo que está a la vista no proviene de nada visible.

Por la fe, Abel ofreció un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella, sigue hablando después de muerto.

Por fe, fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraban, porque Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le acreditó que había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerle, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.

Por fe, Noé, advertido por Dios de lo que aún no se veía, tomó precauciones y construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y consiguió la justicia que viene de la fe.

Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas —y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa— mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando la patria, pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad

Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa,del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.

 

RESPONSORIO                    Heb 11,17. 19; Rm 4, 17
 
R./ Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abraham a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a aquel que era el depositario de las promesas; * concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
V./ Creyó en aquel que da la vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.
R./ Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Homilía pascual 5 (7: PG 77, 495-498)

Por nuestra salvación, Cristo se hizo obediente al Padre

Esta es la historia de todo lo ocurrido que, consignada en los Libros sagrados, describe, como en un cuadro, el misterio del Salvador, consumado hasta en sus más ínfimos detalles. Es incumbencia nuestra adaptar la luz espléndida de la verdad a los acontecimientos que sucedieron en figura, y explicar con mayor claridad y uno por uno todos los sucesos que hemos propuesto. De esta forma, les resultará más fácil a los creyentes captar claramente el abstruso y recóndito misterio del amor.

Tomó, pues, el bienaventurado Abrahán al muchacho y se fue de prisa al lugar que Dios le había indicado. El muchacho era conducido al sacrificio por su padre, como símbolo y confirmación de que no debe atribuirse al poder humano o a la maldad de los enemigos el hecho de que Jesucristo, nuestro Señor, fuera conducido a la cruz, sino a la voluntad del Padre, el cual permitió —de acuerdo con una decisión previamente pactada— que él sufriese la muerte en beneficio de todos. Es lo que en un momento dado el mismo Jesús dio a entender a Pilato: No tendrías —dijo— ninguna autoridad sobre mí, si no te lo hubieran dado de lo alto; y en otro momento, dirigiéndose a su Padre del cielo, se expresó así: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, y se lo cargó a su hijo Isaac. Igualmente los judíos, sin vencer ni coaccionar el poder de la naturaleza divina que eventualmente les fuera contrario, sino permitiéndolo así el eterno Padre en cumplimiento de un acuerdo anteriormente tomado y al que en cierto modo ellos servían sin saberlo, cargaron la cruz sobre los hombros del Salvador. Como testigo de ello —un testigo ajeno a cualquier sospecha de mentira—, podemos aducir al profeta Isaías, que se expresa de este modo: Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él nuestra iniquidad.

Cuando finalmente el patriarca llegó al sitio que le había dicho Dios, con mucha destreza y arte construyó un altar; sin duda para darnos con esto a entender, que la cruz impuesta a nuestro Salvador y que los hombres tenían por un simple leño, a los ojos del Padre común de la humanidad era considerada como un grandioso y excelso altar, erigido para la salvación del mundo e impregnado del incienso de una víctima santa y purísima.

Por eso Cristo, mientras su cuerpo era flagelado y al mismo tiempo escupido por los atrevidísimos judíos, decía, por el profeta Isaías, estas palabras: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. Pues el Padre es un solo Dios, y Jesucristo, un solo Señor: ¡bendito él por siempre! El cual, desdeñando la ignominia por nuestra salvación, y hecho obediente al Padre, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, para que habiendo el Salvador dado su vida por nosotros y en nuestro lugar, pudiera a su vez resucitarnos de entre los muertos, vivificados por el Espíritu Santo; situarnos en el domicilio celestial, abiertas de par en par las puertas del cielo y colocar en la presencia del Padre y ante sus ojos, aquella naturaleza humana, que desde tiempo inmemorial se le había sustraído huyendo de él por el pecado.

Amados hermanos, que por estas egregias hazañas de nuestro Salvador, prorrumpan las bocas de todos en alabanza, y que todas las lenguas se afanen en componer cantos de alabanza en su honor, haciendo suyo aquel dulcísimo cántico: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas. Asciende una vez consumada la obra de la salvación humana. Y no sólo sube, sino que: subiste a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombres.

 

RESPONSORIO                    Fil 2, 6.8; Is 53, 5
 
R./ Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; * él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
V./ El castigo que nos trae La Paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido curados.
R./ Él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.


 
ORACIÓN
 
Señor, Dios nuestro, que por el amor inefable que nos tienes nos enriqueces con toda clase de bendiciones, concédenos pasar de nuestras antiguas faltas a una vida nueva, para prepararnos convenientemente a la gloria del reino celestial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 20-31

Fidelidad de los patriarcas

Por la fe también bendijo Isaac el futuro de Jacob y de Esaú. Por la fe bendijo Jacob al morir a cada uno de los hijos de José, y «se postró apoyándose en el puño de su bastón». Por la fe, José, estando para morir, mencionó el éxodo de los hijos de Israel y dio disposiciones acerca de sus restos.

Por la fe, a Moisés recién nacido lo escondieron sus padres, viendo que el niño era hermoso, y sin temor al decreto del rey. Por la fe, Moisés, ya crecido, rehusó ser adoptado por la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios al goce efímero del pecado. Estimaba mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto, pues miraba a la recompensa. Por la fe se marchó de Egipto, sin temer la cólera del rey; fue tenaz como si viera al Invisible.

Por la fe celebró la pascua y untó la sangre, para que el exterminador no tocase a los primogénitos de ellos. Por la fe atravesaron el Mar Rojo como tierra firme, y al intentar lo mismo los egipcios, se ahogaron. Por la fe se derrumbaron los muros de Jericó a los siete días de dar vueltas alrededor. Por la fe, Rajab, la prostituta, no pereció con los rebeldes, por haber acogido amistosamente a los espías.

 

RESPONSORIO                    cf. Heb 11, 24-25.26.27
 
R./ Por la fe, Moisés, ya adulto, rehusó ser llamado hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar el efímero goce del pecado; * tenía los ojos puestos en la recompensa que viene de Dios.
V./ Estimaba el oprobio de Cristo como riqueza mayor que los tesoros de Egipto; y por fe salió de Egipto.
R./ Tenía los ojos puestos en la recompensa que viene de Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 22 (1: Edit. Maurist. t. 5, 116-118)

Todo se escribió como ya ocurrido,
pero preanunciando el futuro

Antes que naciera Abrahán existo yo. Él es efectivamente el Verbo de Dios, por cuyo medio se hicieron todas las cosas; pero, colmando de su Espíritu a los profetas, predijo por su medio que había de venir en la carne. Ahora bien, la pasión está estrechamente ligada a su encarnación, pues no habría podido padecer lo que el evangelio nos refiere, sino en aquella carne mortal y pasible que había asumido.

En el evangelio leemos que, cuando el Señor fue clavado en la cruz, los soldados que le crucificaron se repartieron su ropa; y habiendo descubierto que la túnica era sin costura, tejida toda de una pieza, no quisieron rasgarla, sino que la echaron a suertes, para que aquel a quien le tocara la tuviera entera. Esta túnica significaba la caridad, que no puede ser dividida.

Estos acontecimientos narrados en el evangelio, fueron muchos años antes cantados en el salmo como ya sucedidos, mientras preanunciaban acontecimientos futuros: Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Todo se escribió como ya ocurrido, mientras se anuncia de antemano el suceso futuro. Y no sin motivo las cosas venideras se han escrito como ya ocurridas.

Cuando se decía que la Iglesia de Cristo tenía que extenderse a todo el mundo, pocos eran los que lo decían y muchos los que se reían. Ahora ya se ha confirmado lo que mucho antes se había predicho: la Iglesia está esparcida por todo el mundo. Hace más de mil años le había sido prometido a Abrahán: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Vino Cristo, de la estirpe de Abrahán, y todas las naciones han sido ya bendecidas en Cristo. Se predijeron persecuciones, y las persecuciones vinieron provocadas por los reyes adoradores de ídolos. A causa de estos enemigos del nombre de Cristo, la tierra pululó de mártires. De la semilla de esta sangre derramada ha germinado la mies de la Iglesia. No en vano la Iglesia oró por sus enemigos: muy a menudo han acabado aceptando la fe.

También se dijo que los mismos ídolos acabarían por ser abatidos en el nombre de Cristo: esto lo encontramos también en las Escrituras. Hasta no hace mucho, los cristianos leían esto, pero sin verlo; lo esperaban como algo futuro y así se fueron de esta vida: no lo vieron, pero en la convicción de que había de suceder, en esta creencia se fueron con el Señor; en nuestro tiempo también esto nos es dado ver. Todo lo que anteriormente se predijo de la Iglesia, vemos que se ha cumplido; ¿sólo queda por venir el día del juicio? Y éste que todavía no es más que un anuncio, ¿no se va a cumplir? ¿Hasta tal punto somos empedernidos y duros de corazón que, al leer las Escrituras y comprobar que todo lo que se escribió, absolutamente todo, se ha cumplido a la letra, y desesperamos del cumplimiento del resto?

¿Qué es lo que queda en comparación de lo que vemos ya cumplido? Dios que nos ha mostrado tantas cosas, ¿va a defraudarnos en lo que aún queda? Vendrá el juicio a dar la recompensa por los méritos: a los buenos bienes, a los malos males. Seamos buenos, y esperemos seguros al juez.

 

RESPONSORIO                    1 Pe 1, 10.12; Mt 13, 17
 
R./ Investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros. * Les fue revelado que no en beneficio propio sino en favor vuestro eran ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.
V./ ¡Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron!
R./ Les fue revelado que no en beneficio propio sino en favor vuestro eran ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.


 
ORACIÓN
 
Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu santa voluntad, para que, en nuestros días, crezca en santidad y en número el pueblo dedicado a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 11, 32-40

Ejemplos de los santos del antiguo testamento

Hermanos, ¿para qué seguir? No me da tiempo para referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, Samuel y los profetas; éstos, por medio de la fe, subyugaron reinos, practicaron la justicia, obtuvieron promesas, amordazaron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, derrotaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus caídos.

Pero otros fueron tundidos a golpes y rehusaron el rescate para obtener una resurrección mejor; otros pasaron por la prueba de la flagelación ignominiosa, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los serraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados; el mundo no era digno de ellos: vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra.

Y todos éstos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido; Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, para que no llegaran sin nosotros a la perfección.

Unos perecieron entre tormentos, rehusando la libertad por alcanzar una gloriosa resurrección; otros sufrieron escarnios y azotes, sin que faltasen cadenas y cárceles.
 
Fueron apedreados, aserrados por medio, torturados; murieron al filo de la espada, anduvieron fugitivos de una parte a otra, vestidos de piel de oveja y de cabra, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados -no era el mundo digno de ellos-, y anduvieron errantes por desiertos y montes, por cavernas y simas de la tierra.
 
Y ninguno de ellos alcanzó el cumplimiento de las promesas, aunque habían recibido la aprobación de Dios por el testimonio de su fe. Dios había dispuesto para nosotros algo mejor, de modo que sin nosotros no llegasen ellos a la consumación en la gloria.


 
RESPONSORIO                    Cf. Heb 11, 39; cf. 12, 1; cf. Sir 44, 7. 10. 11
 
R./ Todos éstos recibieron la aprobación de Dios por el testimonio de su fe; en consecuencia, teniendo en torno nuestro tan grande nube de testigos, * corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.
V./ Todos éstos fueron la gloria de su tiempo; su esperanza no se acabó, sus bienes perduran.
R./ Corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.
 


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Libro sobre el Espíritu Santo (Cap 15, 35: PG 32 127-130)

Es una sola la muerte en favor del mundo
y una sola la resurrección de entre los muertos

Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo.

Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el imitador de Cristo: Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica, es el comienzo de una vida nueva. Por esto, antes de comenzar esta vida nueva, es necesario poner fin a la anterior. En esto sucede lo mismo que con los que corren en el estadio: éstos, al llegar al fin de la primera parte de la carrera, antes de girar en redondo, necesitan hacer una pequeña parada o pausa, para reemprender luego el camino de vuelta; así también, en este cambio de vida, era necesario interponer la muerte entre la primera vida y la posterior, muerte que pone fin a los actos precedentes y da comienzo a los subsiguientes.

¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de los que son bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por esto el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne, según aquellas palabras del Apóstol: Fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con él, ya que el bautismo en cierto modo purifica el alma de las manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal, según está escrito: Lávame: quedaré más blanco que la nieve. Por esto reconocemos un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos, y de ambas es figura el bautismo.

 

RESPONSORIO                    cf. Mc 14, 36.38
 
R./ En el huerto del Getsemaní, Jesús oraba: ¡Abbá, Padre! ¡Todo es posible para ti; aparta de mí esta copa! * Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.
V./ El espíritu está pronto, pero la carne es débil.
R./ Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.


 
ORACIÓN
 
Dios misericordioso, ilumina los corazones de tus hijos que tratan de purificarse por la penitencia de la Cuaresma y, ya que nos infundes el deseo de servirte con amor, dígnate escuchar paternalmente nuestras súplicas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 12, 1-13

Teniendo a Cristo por guía, corramos en la carrera

Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».

Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, será que sois bastardos y no hijos.

Más aún, tuvimos por educadores a nuestros padres carnales, y los respetábamos. ¿No nos sujetaremos, con mayor razón, al Padre de nuestro espíritu, para tener vida? Porque aquéllos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en cambio, en la medida de lo útil, para que participemos de su santidad.

Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.

 

RESPONSORIO                    Heb 12, 2; Flp 2, 8
 
R./ Jesús, caudillo y consumador de la fe, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia; * y está sentado a la diestra del trono de Dios.
V./ Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
R./ y está sentado a la diestra del trono de Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 28 sobre la carta a los Hebreos (2: PG 63, 195)

Para aprender a correr rectamente, fijémonos en Cristo

Corramos —dice el Apóstol— en la carrera que nos toca. Seguidamente presenta a Cristo, que es el primero y el último, como motivo de consuelo y de exhortación: Fijos los ojos —dice— en el que inició y completa nuestra fe: Jesús. Es lo que el mismo Jesús decía incansablemente a sus discípulos: Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! Y de nuevo: Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Fijos los ojos, dice: esto es, para aprender a correr, fijémonos en Cristo. Pues así como en todas las artes y competiciones fijándonos en los maestros, se nos va grabando en la mente un arte, deduciendo de la observación algunas reglas, aquí sucede lo mismo: si queremos competir, si queremos aprender a competir diestramente, no apartemos los ojos de Cristo, que es quien inició y completa nuestra fe.

Y esto, ¿qué es lo que quiere decir? Quiere decir que Cristo mismo nos infundió la fe, él la inició. Lo declaraba Cristo a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y Pablo dice también: Entonces podré conocer como Dios me conoce. Y si Cristo es quien nos inició, también es él quien completa nuestra fe. Él renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia. Es decir, si hubiese querido, no hubiera padecido, ya que él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Lo dice él mismo en los evangelios: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí. Le hubiera, pues, sido fácil, de haberlo querido, evitar la cruz, pues como él mismo afirmó: Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Por tanto, si el que en modo alguno merecía ser crucificado, por nosotros soportó la cruz, ¿cuánto más justo no será que nosotros lo soportemos todo con ánimo varonil?

Renunciando —dice— al gozo inmediato, soportó la cruz despreciando la ignominia. ¿Qué significa: despreciando la ignominia? Eligió —dice— una muerte ignominiosa. Como no estaba sometido al pecado, la eligió, enseñándonos a ser audaces frente a la muerte, despreciándola olímpicamente.

Y escucha ahora cuál será el fin: Está sentado a la derecha del trono de Dios. ¿Ves cuál es el premio de la competición? También san Pablo escribe sobre el tema y dice:

Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble. Se refiere a Cristo en su condición de hombre. Y aun cuando no se nos hubiera prometido ningún premio por la competición, bastaría —y con creces— un ejemplo tal para persuadirnos a soportar espontáneamente todos los contratiempos; pero es que además se nos prometen premios, y no unos premios cualquiera, sino magníficos e inefables premios.

Por lo cual, cuando también nosotros hayamos padecido algo semejante, pensemos en Cristo antes que en los apóstoles. ¿Y eso? Pues porque toda su vida estuvo llena de ultrajes; oía continuamente hablar mal de él, hasta el punto de llamársele loco, seductor, impostor. Y esto se lo echaban en cara, mientras él les colmaba de beneficios, hacía milagros y les mostraba las obras de Dios.

 

RESPONSORIO                    Rom 8, 15; Gal 4, 6
 
R./ No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor. * Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.
V./ La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo.
R./ Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.


 
ORACIÓN
 
Escucha nuestras súplicas, Señor, y mira con amor a los que han puesto su esperanza en tu misericordia; límpialos de todos sus pecados, para que perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 12, 14-29

El acceso al monte del Dios vivo

Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación. sin la cual nadie verá al Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos. Y porque nadie se prostituya y profane como Esaú, que por un solo plato vendió sus derechos de primogénito. Sabéis que más tarde quiso heredar la bendición, pero fue excluido, pues no obtuvo la retractación, por más que la pidió hasta con lágrimas.

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. No podían soportar lo que mandaba: «Quien toque el monte, aunque sea un animal, morirá apedreado». Y tan terribleera el espectáculo, que Moisés exclamó: «Estoy temblando de miedo».

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

Cuidado con rechazar al que habla, pues, si aquéllos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo. Su voz entonces hizo vacilar la tierra, pero ahora tiene prometido esto: «La última vez haré vacilar no sólo la tierra, sino también el cielo». Esa «última vez» indica la desaparición de lo que vacila, por ser creado, para que quede lo inconmovible.

Por eso, nosotros, que recibimos un reino inconmovible, estemos agradecidos; sirvamos así a Dios como a él le agrade, con meticuloso esmero, porque nuestro Dios es fuego devorador.

 

RESPONSORIO                    Dt 5, 23. 24; cf. Hb 12, 22
 
R./ Vosotros, cuando oísteis la voz que salía de la tiniebla, mientras el monte ardía, os acercasteis a Moisés y le dijisteis: * «El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza.»
V./ Ahora os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo.
R./ El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza.
 


SEGUNDA LECTURA

San Justino I Apología en defensa de los cristianos 66-67
 
La celebración de la Eucaristía
 
A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.

Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarno.

Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.

El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.

Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.

Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.
 
 

RESPONSORIO                    Cf. Jn 13, 1; Lc 22, 19
 
R/. Jesús, cuando había de pasar de este mundo al Padre, como memorial de su muerte instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre.
V/. Dando su cuerpo como alimento, su sangre como bebida, dijo: «Haced esto en conmemoración mía.»
R/. Instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre.
 
(o bien, esta segunda lectura)
 
 

San Agustín de Hipona, Tratado 84 sobre el evangelio de san Juan (1-2: CCL 36, 536-538)

La plenitud del amor

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nádie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.

Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.

Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. El era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.

Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.

 

RESPONSORIO                    1 Jn 4, 9.11.19.10
 
R./ En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: Él ha mandado a su Hijo unigénito en el mundo, para que nosotros tengamos por Él la vida. * Si Dios nos ha amado, también nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros.
V./ Él nos ha amado primero y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados.
R./ Si Dios nos ha amado, también nosotros estamos llamados a amarnos los unos a los otros.


 
ORACIÓN
 
Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 13,1-25

Vida cotidiana e imitación de Cristo

Hermanos: Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella, algunos recibieron sin saberlo la visita de unos ángeles. Acordaos de los que están presos, como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados, como si estuvierais en su carne.

Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará.

Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: «Nunca te dejaré ni te abandonaré»; así tendremos valor para decir: «El Señor es mi auxilio: nada temo; ¿qué podrá hacerme el hombre?».

Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas, lo importante es robustecerse interiormente por gracia y no con prescripciones alimenticias, que de nada valieron a los que las observaban. Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo; porque los cadáveres de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote al santuario para el rito de la expiación, se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.

Obedeced con docilidad a vuestros dirigentes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas, así lo harán con alegría y sin lamentarse, con lo que salís ganando.

Rezad por nosotros: estamos convencidos de tener la conciencia limpia, ya que nuestra voluntad es proceder en todo noblemente; pero os ruego encarecidamente que lo hagáis para que me recibáis de vuelta cuanto antes.

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. El realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Por favor, hermanos, tolerad que os mande el sermón con estas breves líneas.

Sabed que han puesto en libertad a Timoteo, si viene pronto, irá conmigo a veros.

Recuerdos a todos vuestros dirigentes y a todos los consagrados. Los italianos os saludan. La gracia os acompañe a todos.

 

RESPONSORIO                    Heb 13, 13-14; 1Cro 29, 15
 
R./ Salgamos hacia Jesús fuera del campamento, cargando con su oprobio. * Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura.
V./ Ante ti, Señor, somos emigrantes y extranjeros; nuestra vida terrena no es más que una sombra.
R./ Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 33 sobre la carta a los Hebreos (3-4: PG 63, 229-230)

Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre,
murió fuera de las murallas

De la figura tomó el Apóstol la idea de sacrificio, y la comparó con el modelo primitivo, diciendo: Los cadáveres de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote al santuario para el rito de la expiación, que se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Los sacrificios antiguos eran figura del nuevo; por eso Cristo cumplió plenamente las profecías muriendo fuera de las murallas. Da a entender asimismo, que Cristo padeció voluntariamente, demostrando que aquellos sacrificios no se instituyeron porque sí, sino que tenían el valor de figura y su economía no estaba al margen de la pasión, pues la sangre clama al cielo.

Ya ves que somos partícipes de la sangre que era introducida en el santuario, en el santuario verdadero; partícipes del sacrificio del que sólo participaba el sacerdote. Participamos pues, de la realidad. Por tanto, somos partícipes, no del oprobio, sino de la santidad: el oprobio era causa de la santidad; sin embargo, lo mismo que él soportó ser infamado, hemos de hacer nosotros; si salimos con él fuera de las murallas, tendremos parte con él.

Y ¿qué significa: Salgamos a encontrarlo? Significa compartir sus sufrimientos, soportar con él los ultrajes.. pues no sin motivo murió fuera de las murallas, sino para que también nosotros carguemos con su cruz, siendo extraños al mundo y esforzándonos por permanecer así. Y lo mismo que él fue escarnecido como un condenado, así lo seamos también nosotros.

Por su medio, ofrezcamos a Dios un sacrificio. ¿Qué sacrificio? Nos lo aclara él mismo: el fruto de unos labios que profesan su nombre, esto es, preces, himnos, acciones de gracias; este es el fruto de los labios. En el antiguo Testamento se ofrecían ovejas, bueyes y terneros, y los daban al sacerdote. No ofrezcamos nada de esto nosotros, sino acción de gracias y, en la medida de lo posible, la imitación de Cristo en todo. Brote esto de nuestros labios. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios. Démosle este sacrificio, para que lo ofrezca al Padre. Por lo demás, no se ofrecen sino por el Hijo, o mejor, por un corazón quebrantado.

Siendo la acción de gracias por todo cuanto por nosotros padeció el fruto de unos labios que profesan su nombre, soportémoslo todo de buen grado, sea la pobreza, la enfermedad o cualquiera otra cosa, pues sólo él sabe el bien que nos reporta. Porque nosotros –dice– no sabemos pedir lo que nos conviene. Por consiguiente, si no sabemos pedir lo que nos conviene de no sugerírnoslo el Espíritu Santo, ¿cómo podremos saber el bien que nos reporta? Procuremos, pues, ofrecer acciones de gracias por todos los beneficios, y soportémoslo todo con ánimo esforzado.

 

RESPONSORIO                    Rm 8, 17; 5, 9
 
R./ Somos herederos de Dios y coherederos de Cristo,  * ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.
V./ Justificados por su sangre, seremos salvados por Él de la cólera.
R./ Ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.


 
ORACIÓN
 
Señor, tú que realizas sin cesar la salvación de los hombres y concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma, gracias más abundantes, dígnate mirar con amor a tus elegidos y concede tu auxilio protector a los catecúmenos y a los bautizados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.