DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 4, 1-25

Abrahán, justificado por la fe

Veamos el caso de Abrahán, antepasado de nuestra raza. ¿Aceptó Dios a Abrahán por sus obras? Si es así, tiene de qué estar orgulloso; pero de hecho, delante de Dios no tiene de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber».

Pues bien, a uno que hace un trabajo, el jornal no se le cuenta como un favor, sino como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios absuelve al culpable, esa fe se le cuenta en su haber.

También David llama dichoso al que Dios cuenta como inocente, prescindiendo de sus obras: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito».

Ahora bien: esta bienaventuranza ¿se refiere sólo al circunciso o también al no circunciso? Hemos quedado en que «la fe de Abrahán se le contó en su haber», pero ¿cuándo se le contó: antes o después de circuncidarse? Antes, no después, y la circuncisión se le dio como señal, como sello de la justificación obtenida por la fe antes de estar circuncidado; así es padre de todos los no circuncisos que creen, contándoseles también a ellos en su haber, y al mismo tiempo de todos los circuncisos que, además de estar circuncidados, siguen las huellas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán antes de circuncidarse.

No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Además, si el ser herederos dependiera de observar la ley, la fe quedaría sin contenido y la promesa anulada, porque la ley no trae más que reprobación; en cambio, donde no hay ley no hay violación posible.

Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos».

Al encontrarse con Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia». No vaciló en la fe aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte por la gloria dada a Dios al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual se le contó en su haber. Y no sólo por él está escrito: «Sede contó», sino también por nosotros, a quienes se contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 7: PG 14, 981-985)

Abrahán creyó en lo que había de venir, nosotros creemos
en lo que ya ha venido

Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber. No escribió esto Moisés para que lo leyera Abrahán, que hacía tiempo estaba muerto, sino para que, de su lectura, sacáramos nosotros provecho para nuestra fe, en la convicción de que si creemos en Dios como él creyó, también a nosotros se nos contará en nuestro haber, a nosotros que creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo. Veamos por qué, al confrontar nuestra fecon la de Abrahán, saca Pablo a colación el tema de la resurrección.

¿Es que Abrahán creyó en el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, cuando Jesús todavía no había resucitado de entre los muertos? Quisiera ahora considerar qué es lo que pensaba Pablo al prometernos que así como al creyente Abrahán la fe se le contó en su haber, así también a nosotros se nos contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús.

Cuando le fue ordenado sacrificar a su hijo único, Abrahán creyó que Dios era capaz de resucitarlo de entre los muertos; creyó asimismo que aquel asunto no concernía únicamente a Isaac, sino que la plena realización del misterio estaba reservada a su posteridad, es decir, a Jesús. Por eso, ofrecía gozoso a su único hijo, porque en este acto veía no la extinción de su posteridad, sino la reparación del mundo y la renovación de todo el género humano, que se llevó a cabo por la resurrección del Señor. Por eso dice de él el Señor: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.

Consideradas así las cosas, se ve muy.oportuna la comparación entre la fe de Abrahán y la de quienes creen en aquel que resucitó al Señor Jesús; pues lo que él creyó que había de venir, eso es lo que nosotros creemos ya venido.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 5, 1-11
La justificación del hombre por medio de Jesucristo

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia; la constancia, virtud probada; la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros estábamos todavía sin fuerza, Cristo, en el tiempo fijado, murió por los impíos —difícilmente se encuentra uno que quiera morir por un justo; puede ser que se esté dispuesto a morir por un hombre bueno—, pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo!

En efecto, si cuando éramos todavía enemigos de Dios fuimos reconciliados con él por la muerte, con más razón, reconciliados ya, seremos salvos por su vida. Más aún, ponemos nuestro orgullo en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por el que ahora hemos recibido la reconciliación.

 

RESPONSORIO                    Rom 5,8-9
 
R./ Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
V./ ¡Con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!
R./ Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 33 sobre el evangelio de san Juan (9: CCL 36, 305-306)

Emigremos por la caridad, habitemos allá arriba.
por la caridad

Como quiera que el Espíritu Santo es el donador de la caridad de que hablamos, oye al Apóstol que dice: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

¿Por qué el Señor, sólo después de su resurrección, quiso darnos el Espíritu, de quien derivan a nosotros los mayores beneficios, ya que por él el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones? ¿Qué es lo que quiso darnos a entender? Que en la resurrección nuestra caridad ha de ser ardiente, que nos aparte del amor al mundo y corra apasionadamente hacia Dios. Aquí nacemos y morimos: no amemos esto. Emigremos por la caridad,habitemos allá arriba por la caridad. Por la misma caridad con que amamos a Dios.

Durante nuestra presente peregrinación, pensemos continuamente que nuestra permanencia en esta vida es transitoria, y así, con una vida santa, nos iremos preparando un puesto allí de donde nunca habremos de emigrar. Pues nuestro Señor Jesucristo, una vez resucitado, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él, según dice el Apóstol. Esto es lo que hemos de amar.

Si vivimos, si tenemos fe en el resucitado, él nos dará, no lo que aquí aman los hombres que no aman a Dios, o que aman tanto más, cuanto menos le aman. Pero veamos qué es lo que nos ha prometido: no riquezas temporales y terrenas ni honores o ejecutorias de poder en este mundo, pues ya veis que todo esto se da también a los hombres malos, para que no sea sobrevalorado por los buenos. Ni, por último, la misma salud corporal; y no es que no la dé, sino que, como veis, se la da también al ganado. Ni una larga vida. ¿Cómo llamar largo lo que un día se acaba? Ni como algo extraordinario, nos prometió a nosotros los creyentes, la longevidad o una decrépita ancianidad, a la que todos aspiran antes de llegar y de la que todos se lamentan una vez que han llegado. Ni la belleza corporal, que la enfermedad o la deseada ancianidad hacen desaparecer.

Querer ser hermoso, querer ser anciano: he aquí dos deseos imposible de armonizar. Si eres anciano, no serás hermoso, pues cuando llega la ancianidad, huye la hermosura. Ni pueden coexistir en una misma persona el vigor de la hermosura y los lamentos de la ancianidad. Así que no es esto lo que nos prometió el que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.

Prometió la vida eterna, donde no hemos de temer, donde no seremos perturbados, de donde no emigraremos, en donde no moriremos; donde ni se llorará al predecesor ni se esperará al sucesor. Y por ser de este orden las cosas que prometió a los que le amamos y a los que nos urge la caridad del Espíritu Santo, por eso no quiso darnos el Espíritu hasta ser glorificado. De este modo, en su propio cuerpo pudo mostrarnos la vida, que ahora no tenemos, pero que esperamos en la resurrección.

 

RESPONSORIO                    Rom 7,6; 5,5
 
R./ Ahora, en cambio, tras morir a aquella realidad en la que nos hallábamos prisioneros, hemos sido liberados de la ley, * de modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra.
V./ El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
R./ De modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 5, 12-21

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.

Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

La ley se introdujo para que creciera el delito, pero, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, remará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.

 

RESPONSORIO                    Rom 5, 20.21.19
 
R./ Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, * para que, lo mismo que reinó el pecado a través de la muerte, así también reinara la gracia por la justicia para la vida eterna.
V. Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.
R./ Para que, lo mismo que reinó el pecado a través de la muerte, así también reinara la gracia por la justicia para la vida eterna.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 61 (4-6: PL 14, 1224-1225)

Asumió Cristo la obediencia para inoculárnosla a nosotros

Cuando nuestro Señor Jesucristo se decidió a asumir nuestra carne para purificarla en sí mismo, ¿qué es lo que primero debió abolir sino el contagio del primer pecado? Y comoquiera que la culpa había penetrado por el camino de la desobediencia, al transgredir los mandatos divinos lo primero que había que restaurar es la obediencia, para destruir de este modo el foco del error. En ella residía, en efecto, la raíz del pecado. Por eso, como buen médico, debió proceder primeramente a amputar las raíces del mal para que los bordes de la herida pudieran percibir el saludable remedio de los medicamentos. De poco serviría curar el exterior de la herida, si en el interior campan los gérmenes del contagio; más aún, la herida empeora si se cierra en el exterior, mientras en el interior los virus desencadenan los ardores de la fiebre. Porque ¿de qué serviría el perdón del pecado, si el afecto permanece intacto? Sería como cerrar una herida sin haberla sanado.

Quiso desinfectar la herida, para sanar el afecto y no dejar alternativa alguna a la desobediencia. Asumió él la obediencia para inoculárnosla a nosotros. Esto es lo que convenía, pues ya que por la desobediencia de uno la gran mayoría se convirtió en pecadora, viceversa, por la obediencia de uno, muchos se convirtieran en justos.

De donde se deduce que yerran gravemente quienes afirman que Cristo asumió la realidad de la carne humana, pero no sus tendencias; y van contra el designio del mismo Señor Jesús, quienes intentan separar al hombre del hombre, puesto que no puede existir el hombre desposeído del afecto del hombre. Pues la carne que no es sujeto de pasiones, sería inmune tanto al premio como al castigo. Debió asumir y sanar lo que en el hombre es el hontanar de la culpa, a fin de destruir la fuente del error y cerrar aquellas puertas por las que irrumpe el delito.

¿Cómo podría yo hoy reconocer al hombre Cristo Jesús, cuya carne no veo, pero cuyas pasiones leo: cómo —repito— sabría que es hombre si no hubiera sentido hambre y sed, si no hubiera llorado, si no hubiera dicho: Me muero de tristeza? Precisamente a través de todas estas manifestaciones se nos revela el hombre, que por su obras divinas es considerado superhombre. Hasta tal punto, siendo Dios, quería que se le reconociese como hombre, que él mismo se llamó hombre cuando dijo: ¿por qué tratáis de matarme a mí un hombre que os ha hablado de la verdad? El es, pues, ambas cosas en una única e indivisible unidad, recognoscible por la distinción de las obras, no por la variedad de personas. Pues no es un ser el nacido del Padre y otro el nacido de María; sino que el que procedía del Padre, tomó carne de la Virgen: asumió el afecto de la madre, para tomar sobre sí nuestras dolencias.

Así que, como hombre estuvo sujeto a la enfermedad y al dolor; y nosotros lo hemos visto hombre en el sufrimiento: pero como vencedor de las enfermedades, no vencido por las enfermedades, sufría por nosotros, no por él; se sometió a la enfermedad no a causa de sus pecados, sino a causa de los nuestros, para curarnos con sus cicatrices. Asumió nuestros pecados, para cargarlos sobre sí y para expiarlos. Por eso le dará una multitud como parte y tendrá como despojo una muchedumbre.

El cargar con nuestros pecados es para su perdón; el expiarlos, para nuestra corrección. Asumió, pues, nuestra compasión, asumió nuestra sujeción. El someterse todas las cosas es prerrogativa de su poder, el estar sometido es propio de nuestra naturaleza.

 

RESPONSORIO                    1Pe 2,21; Mt 8,17
 
R./ Cristo padeció por vosotros * dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
V./ Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».
R./ Dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
 
 

ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 6, 1-11

Estáis muertos al pecado, pero vivís para Dios en Cristo Jesús

Hermanos: ¿Qué sacamos de esto? ¡Persistamos en el pecado para que cunda la gracia!

¡De ningún modo! Nosotros que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir todavía sujetos a él?

Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya.

Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros, libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha quedado absuelto del pecado.

Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

RESPONSORIO                    Rom 6, 4; Gal 3, 27
 
R./ Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, * para que, lo mismo que Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
V./ Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
R./ Para que, lo mismo que Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
 


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 4, 7: PG 14, 985-986)

Si creemos que Cristo resucitó para nuestra justificación,
¿cómo podemos complacemos en la injusticia?

Pero indaguemos todavía cómo es que siendo muchas las prerrogativas de Cristo —de él se dice que es la sabiduría, la virtud, la justicia, la palabra, la verdad, la vida—, el Apóstol haga especialísima mención de la resurrección de Cristo como apoyo de nuestra fe. Pues en otro sitio dices el Apóstol que Dios nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.

Lo que quiere decirnos es esto: Si creéis que Cristo ha resucitado de entre los muertos, creed que también vosotros habéis resucitado juntamente con él; y si creéis que en el cielo está sentado a la derecha del Padre, creeos también vosotros mismos colocados no ya en la tierra, sino en los cielos; y si creéis que habéis muerto con Cristo, creed que viviréis juntamente con él; y si creéis que Cristo murió al pecado y vive para Dios, estad también vosotros muertos al pecado y vivid para Dios. Esto es lo que con autoridad apostólica atestigua diciendo: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra; pues el que esto hace, con su misma conducta confiesa creer en el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y a éste sí que la fe se le cuenta en su haber.

Pues resulta imposible que quien retenga en sí aunque sea sólo una mínima dosis de injusticia, la justicia se le cuente en su haber, aun cuando crea en el que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos. Pues la injusticia nada puede tener en común con la justicia, como tampoco la luz con las tinieblas, la vida con la muerte. Así pues, a los que creyendo en Cristo no se despojan del hombre viejo, con sus obras injustas, la fe no se les puede contar en su haber.

De igual modo podemos decir, que como al injusto no se le puede contar la justicia en su haber, lo mismo ocurre con el impío, mientras no se despoje de la inveterada costumbre del vicio y se revista del hombre nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. Por eso, hablando del Señor Jesús, añade: Que fue entregado –dice– por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Con lo cual quiere darnos aentender que hemos de detestar y rechazar todo aquello por lo que Cristo fue entregado.

Y si estamos convencidos de que fue entregado por nuestros pecados, ¿cómo no considerar como enemigo y contrario todo pecado, teniendo en cuenta que fue el pecado el que entregó a Cristo a la muerte? Ya que si en lo sucesivo mantenemos cualquier tipo de comunión o amistad con el pecado, estaríamos diciendo que nos importa un bledo la muerte de Cristo, aliándonos y secundando lo que él combatió y venció.

Y si estoy convencido de esto, ¿cómo es que amo lo que a Cristo le llevó a la muerte? Si estoy convencido de que Cristo resucitó para la justificación, ¿cómo puedo complacerme en la injusticia? Así pues, Cristo justifica solamente a quienes, a ejemplo de su resurrección, inician una vida nueva y deponen los antiguos hábitos de la injusticia y de la iniquidad, que son los causantes de su muerte.

 

RESPONSORIO                    2Cor 5, 15; Rom 4, 25
 
R./ Cristo murió por todos, * para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
 
V./ Él fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
R./ Para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
 
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 6, 12-23

Instrumentos del bien al servicio de Dios

Hermanos: Que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal, ni seáis súbditos de los deseos del cuerpo. No pongáis vuestros miembros al servicio del pecado como instrumentos del mal; ofreceos a Dios como hombres que de la muerte han vuelto a la vida, y poned a su servicio vuestros miembros, como instrumentos del bien. Porque el pecado no os dominará: ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! ¿No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?

Pero gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia.

Uso un lenguaje corriente, adaptándome a vuestra debilidad, propia de hombres; quiero decir esto: si antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la impureza y la maldad, para que se realizase el mal, ponedlo ahora al servicio de Dios libertador, para que os santifiquéis.

Cuando erais esclavos del pecado, no pertenecíais al Dios libertador. ¿Qué frutos dabais entonces? Los que ahora consideráis un fracaso, porque acaban en la muerte. Ahora, en cambio, emancipados del pecado y hechos esclavos de Dios, producís frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna. Porque el pecado paga con muerte, mientras Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.

 

RESPONSORIO                    Rom 6, 22.16
 
R./ Liberados del pecado y hechos esclavos de Dios, * dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna.
V./ ¿No sabéis que, cuando os ofrecéis a alguien como esclavos para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?
R./ Dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 41 sobre el evangelio de san Juan (4-5: CCL 36, 360)

El medio que separa es el pecado, el mediador
que reconcilia es el Señor Jesús

De balde os vendieron, y sin pagar os rescataré. Es el Señor quien habla: él entregó el precio, no en dinero, sino su propia sangre, pues nosotros continuábamos siendo esclavos y menesterosos.

De este tipo de esclavitud sólo el Señor puede liberarnos. El que no la sufrió, nos libera de ella, pues es el único que nació sin pecado. Pues los niños que veis en brazos de sus madres, todavía no andan y ya están cautivos: heredaron de Adán lo que Cristo viene a desatar. También a ellos les llega, por el bautismo, esta gracia que el Señor promete. Del pecado únicamente puede liberar, el que nació sin pecado y se constituyó sacrificio por el pecado. Acabáis de escuchar al Apóstol: Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos, es decir, como si el mismo Cristo os lo pidiese. ¿Qué? Que os reconciliéis con Dios.

Si el Apóstol nos exhorta y nos pide que nos reconciliemos con Dios, es que éramos enemigos de Dios, pues nadie se reconcilia sino con los enemigos. Y nos había enemistado no la naturaleza, sino el pecado. El origen de nuestra enemistad con Dios es el mismo de nuestra esclavitud al pecado. Ningún ser libre es enemigo de Dios: para serlo tienen que ser esclavos, y esclavos seguirán siendo mientras no sean liberados por aquel del que, pecando, quisieron ser enemigos. Así pues, en nombre de Cristo –dice– os pedimos que os reconciliéis con Dios.

¿Y cómo podemos reconciliarnos si no se elimina lo que se interpone entre él y nosotros? Pues dice Dios por boca del profeta: No es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios.

Por tanto, no es posible la reconciliación si no se retira lo que está en medio, y se pone lo que en medio debe estar. Pues hay un medio que separa, pero hay también un mediador que reconcilia: el medio que separa es el pecado, el mediador que reconcilia es nuestro Señor Jesucristo: Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.

Pues bien: para derribar el muro de separación que es el pecado, vino aquel mediador que, siendo sacerdote, él mismo se hizo víctima. Y porque Cristo se hizo víctima por el pecado, ofreciéndose a sí mismo como holocausto en la cruz de su pasión, sigue diciendo el Apóstol: Después de haber dicho: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios, como si dijéramos: ¿Cómo podríamos reconciliarnos?, responde: Al que no había pecado, es decir, al mismo Señor, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios. Al mismo –dice– Cristo Dios, que no había pecado. Vino en la carne, esto es, en una carne semejante a la del pecado, pero no en una carne pecadora, pues él no cometió ni sombra de pecado; y así se hizo verdadera víctima por el pecado, ya que él no cometió pecado alguno.

 

RESPONSORIO                    1Ped 2 ,22.24; Is 53 ,5
 
R./ Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño,* para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.
V./ Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
R./ Para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romamos 7, 1-13

No tuve conciencia del pecado sino por la ley

¿Acaso ignoráis, hermanos (y hablo a gente de leyes) que la ley obliga al individuo sólo mientras vive? Así, una mujer casada está legalmente vinculada al marido mientras él está vivo, pero si el marido muere, queda exenta de las leyes del matrimonio. Consecuencia: que si va con otro mientras vive el marido, se le declara adúltera, en cambio muerto el marido, está exenta de las leyes del matrimonio y si va con otro, no es adúltera.

Pues bueno, hermanos míos, en el cuerpo de Cristo os hicieron morir a la ley; así pudisteis ser de otro, del que resucitó de la muerte, y empezar a ser fecundos para Dios. Cuando estabais sujetos a los bajos instintos, las pasiones pecaminosas que atiza la ley activaban en nuestro cuerpo una fecundidad de muerte; ahora, en cambio, al morir a lo que nos tenía cogidos, quedamos exentos de la ley; así podemos servir en virtud de un espíritu nuevo, no de un código anticuado.

—Conclusión: que la ley es sinónimo de pecado.

—¡Ni mucho menos! Es verdad que si descubrí el pecado fue sólo por la ley. Yo realmente no sabía lo que era el deseo hasta que la ley no dijo: «No desearás», y entonces el pecado, tomando pie del mandamiento, provocó en mí toda clase de deseos. De hecho, en ausencia de ley, el pecado está muerto, mientras yo, antes, cuando no había ley estaba vivo. Pero al llegar el mandamiento, recobró vida el pecado y morí yo: me encontré con que el mismo mandamiento destinado a dar vida daba muerte, porque el pecado, tomando pie del mandamiento, me engañó y, con el mandamiento, me mató.

—Así que la ley es santa y el mandamiento es santo, justo y bueno. En todo caso, eso en sí bueno se convirtió en muerte para mí.

—No, tampoco, sino que el pecado aparece como pecado porque utiliza eso en sí bueno para provocarme la muerte; de ese modo, gracias al mandamiento, resalta hasta el extremo lo criminal del pecado.

 

RESPONSORIO                    Rom 7, 6; 5, 5
 
R./ Hemos sido liberados de la ley, * de modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra.
V./ El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
R./ De modo que podamos servir en la novedad del espíritu y no en la caducidad de la letra.
 


SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Regla mayor (2, 2-4: PG 31, 914-915)

¿Cómo pagaremos al Señor todo el bien
que nos ha hecho?

¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.

Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió, mediante amenazas, sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cuál sea el término reservado al bien y al mal. Y, aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros.

La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo.

Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron; además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y, cuando pienso en todo esto —voy a deciros lo que siento—, me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.

 

RESPONSORIO                    Cf. Sal 102, 2.4; Gal 2, 20
 
R./ Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él rescata tu vida de la fosa,
y * te colma de gracia y de ternura.
V./ El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí.
R./ Te colma de gracia y de ternura.
 
 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 7, 14-25

Yo soy un hombre de carne y hueso
vendido como esclavo al pecado

La ley es espiritual, de acuerdo, pero yo soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto, y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago. Ahora, si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí.

Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos instintos; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.

Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. En una palabra: yo de por mí, por un lado, con mi razón, estoy sujeto a la ley de Dios; por otro, con mis bajos instintos, a la ley del pecado.

¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias.

 

RESPONSORIO                    Gal 5, 18.22.25
 
R./ Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. * El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz.
V./ Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.
R./ El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz.
 


SEGUNDA LECTURA

San Buenaventura, Breviloquio (Prólogo: Opera omnia 5, 201-202)

Del conocimiento de Jesucristo dimana la comprensión
de toda la sagrada Escritura

El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo en la investigación humana, sino en la revelación divina, qué procede del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, de quien, por su Hijo Jesucristo, se derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, y, por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros corazones. En esto consiste el conocimiento de Jesucristo, conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda la sagrada Escritura. Por esto, es imposible penetrar en el conocimiento de las Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. En efecto, mientras vivimos en el destierro lejos del Señor, la fe es el fundamento estable, la luz directora y la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber más de lo que conviene, sino que nos estimemos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno.

La finalidad o fruto de la sagrada Escritura no es cosa de poca importancia, pues tiene como objeto la plenitud de la felicidad eterna. Porque la Escritura contiene palabras de vida eterna, puesto que se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que alcancemos la vida eterna, aquella vida en la cual veremos, amaremos y serán saciados todos nuestros deseos; y, una vez éstos saciados, entonces conoceremos verdaderamente lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano, y así llegaremos a la plenitud total de Cristo. En esta plenitud, de que nos habla el Apóstol, la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos. Esta es la finalidad, ésta es la intención que ha de guiarnos al estudiar, enseñar y escuchar la sagrada Escritura.

Y, para llegar directamente a este resultado, a través del recto camino de las Escrituras, hay que empezar por el principio, es decir, debemos acercarnos, sin otro bagaje que la fe, al Padre de los astros, doblando las rodillas de nuestro corazón, para que él, por su Hijo, en el Espíritu Santo, nos dé el verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, el amor, para que así, conociéndolo y amándolo, fundamentados en la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de la sagrada Escritura y, por este conocimiento, llegar al conocimiento pleno y al amor extático de la santísima Trinidad; a ello tienden los anhelos de los santos, en ello consiste la plenitud y la perfección de todo lo bueno y verdadero.

 

RESPONSORIO                    Lc 24, 27.25
 
R./ Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, * Jesús les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
V./ «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!
R./ Jesús les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.


 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha paternalmente la oración de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.