DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 6, 1-13

La vocación del profeta Isaías

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían. Y se gritaban uno a otro, diciendo:

«¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!»

Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:

«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos».

Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:

«Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».

Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?»

Contesté:

«Aquí estoy, mándame».

Él replicó:

«Vete y di a ese pueblo: "Oíd con vuestros oídos, sin entender; mirad con vuestros ojos, sin comprender». Embota el corazón de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane».

Pregunté:

«¿Hasta cuándo, Señor?»

Y me contestó:

«Hasta que queden las ciudades sin habitantes, las casas sin vecinos, los campos desolados. Porque el Señor alejará a los hombres y crecerá el abandono en el país. Y si queda en él uno de cada diez, de nuevo serán destrozados; como una encina o un roble que, al talarlos, dejan sólo un tocón. Este tocón será semilla santa».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre el serafín (3: PG 56, 138-139)

El altar celestial, figura del altar eclesial

Y se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo!» ¿Habéis reconocido esta voz? ¿Es nuestra voz o la voz de los serafines? Es la nuestra y es la de los serafines, por la gracia de Cristo, que derribó el muro divisorio, y puso en paz todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, haciendo de los dos una sola cosa.

Porque previamente este himno se cantaba únicamente en el cielo; pero después que el Señor se dignó venir a la tierra, nos concedió también a nosotros entonar este canto. Por lo cual este gran Pontífice, al acercarse al altar para celebrar el culto auténtico y ofrecer el sacrificio incruento, no se limita a invitarnos simplemente a esta fausta aclamación, sino que allí donde primeramente nombró a los querubines e hizo mención de los serafines, acaba finalmente por exhortarnos a todos a elevar esta grandiosa voz; y mientras nos invita a unirnos con aquellos que, junto con nosotros, animan los coros, aparta nuestra mente de las cosas terrenas, excitando a cada uno de nosotros con estas o parecidas palabras: Cantas a coro con los serafines, manténte en pie a la par de los serafines, extiende con ellos las alas, vuela con ellos en torno al trono real.

En realidad, ¿qué tiene de extraño el que estés de pie con los serafines, toda vez que Dios te ha concedido tratar familiarmente lo que los mismos serafines no se atreven a tocar? Y voló hacia mí —dice— uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas: aquel altar es figura e imagen de este altar; aquel fuego, lo es de este fuego espiritual. Ahora bien, el serafín no se atrevió a cogerlo con la mano, sino con las tenazas: en cambio tú lo coges con la mano. Indudablemente, si consideras la dignidad de las cosas propuestas, éstas son mucho más nobles que el mismo contacto del serafín; en cambio, si te fijas en la benignidad del Señor, él no se avergüenza ni siquiera de rebajarse hasta nuestra misma vileza, precisamente en virtud de aquellas cosas que se nos han propuesto.

Pensando, pues, en estas cosas, y contrapesando la magnitud del don, levántate ya de una vez, oh hombre, y, arrancado de la tierra, sube al cielo. ¿Que nos arrastra el cuerpo y quiere obligarnos a ir hacia abajo? Pues para eso están los ayunos, que aligeran las alas del alma y hacen llevadero el fardo de la carne, aunque tengan que habérselas con un cuerpo más pesado que el plomo.

Pero dejemos por ahora el tema del ayuno, para iniciar el tema de los misterios, en atención a los cuales se instituyeron estos mismos ayunos. Pues así como el fin de las competiciones olímpicas es la corona, así también el fin del ayuno es la comunión en el marco de un ánimo puro. Por consiguiente, si en estos días no consiguiéramos el fin apetecido, por habernos afligido de una manera desconsiderada y vana, saldremos de la arena del ayuno sin corona y sin premio. Esta es la razón por la que también nuestros antepasados ampliaron el estadio de nuestro ayuno, y nos asignaron un tiempo determinado de penitencia, a fin de que, una vez limpios y purificados de nuestras inmundicias, podamos finalmente tener acceso a la comunión.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 3, 1-15

Reproches a Jerusalén

Mirad que el Señor de los ejércitos aparta de Jerusalén y de Judá bastón y sustento: todo sustento de pan, todo sustento de agua; capitán y soldado, juez y profeta, adivino y concejal; alférez y notable, consejero y artesano y experto en encantamientos. Nombraré jefes a muchachos, los gobernarán chiquillos.

Se atacará la gente, unos a otros, un hombre a su prójimo; se amotinarán muchachos contra ancianos, plebeyos contra nobles. Un hombre agarra a su hermano en la casa paterna:

«Tienes un manto, sé nuestro jefe, toma el mando de esta ruina».

El otro protestará:

«No soy médico, y en mi casa no hay pan ni tengo manto; no me nombréis jefe del pueblo».

Se desmorona Jerusalén, Judá se derrumba; porque hablaban y actuaban contra el Señor, rebelándose en presencia de su gloria.

Su descaro testimonia contra ellos, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, que se acarrean su desgracia! ¡Dichoso el justo: le irá bien, comerá el fruto de sus acciones! ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras! Pueblo mío, te oprimen chiquillos, te gobiernan mujeres; pueblo mío, tus guías te extravían, destruyen tus senderos.

El Señor se levanta a juzgar, de pie va a sentenciar a su pueblo. El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo:

«Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvalidos?» Oráculo del Señor de los ejércitos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 3, 39-40: PL 75, 619-620)

Ataques por fuera y temores por dentro

Los santos varones, al hallarse involucrados en el combate de las tribulaciones, teniendo que soportar al mismo tiempo a los que atacan y a los que intentan seducirlos, se defienden de los primeros con el escudo de su paciencia, atacan a los segundos arrojándoles los dardos de su doctrina, y se ejercitan en una y otra clase de lucha con admirable fortaleza de espíritu, en cuanto que por dentro oponen una sabia enseñanza a las doctrinas desviadas, y por fuera desdeñan sin temor las cosas adversas; a unos corrigen con su doctrina, a otros superan con su paciencia. Padeciendo, superan a los enemigos que se alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de la salvación a los débiles; a aquéllos les oponen resistencia, para que no arrastren a los demás; a éstos les ofrecen su solicitud, para que no pierdan del todo el camino de la rectitud.

Veamos cómo lucha contra unos y otros el soldado de la milicia de Dios. Dice san Pablo: Ataques por fuera y temores por dentro. Y enumera estas dificultades exteriores, diciendo: Con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Y añade cuáles son los dardos que asesta contra el adversario en semejante batalla: Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa.

Pero, en medio de tan fuertes batallas, nos dice también cuánta es la vigilancia con que protege el campamento, ya que añade a continuación: Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. Además de la fuerte batalla que él ha de sostener, se dedica compasivamente a la defensa del prójimo. Después de explicarnos los males que ha de sufrir, añade los bienes que comunica a los otros.

Pensemos lo gravoso que ha de ser tolerar las adversidades por fuera, y proteger a los débiles por dentro, todo ello al mismo tiempo. Por fuera sufre ataques, porque es azotado, atado con cadenas; por dentro sufre por el temor de que sus padecimientos sean un obstáculo no para él, sino para sus discípulos. Por esto, les escribe también: Nadie vacile a causa de estas tribulaciones. Ya sabéis que éste es nuestro destino. El temía que sus propios padecimientos fueran ocasión de caída para los demás, que los discípulos, sabiendo que él había sido azotado por causa de la fe, se hicieran atrás en la profesión de su fe.

¡Oh inmenso y entrañable amor! Desdeñando lo que él padece, se preocupa de que los discípulos no padezcan en su interior desviación alguna. Menospreciando las heridas de su cuerpo, cura las heridas internas de los demás. Es éste un distintivo del hombre justo, que, aun en medio de sus dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás; sufre con paciencia sus propias aflicciones, sin abandonar por ello la instrucción que prevé necesaria para los demás, obrando así como el médico magnánimo cuando está él mismo enfermo. Mientras sufre las desgarraduras de su propia herida, no deja de proveer a los otros el remedio saludable.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 5, 8-13.17-24

Malaventuranzas

¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos,
hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país!

Lo ha jurado el Señor de los ejércitos: Sus muchas casas serán arrasadas,
sus palacios magníficos quedarán deshabitados,
diez yugadas de viña darán un tonel,
una carga de simiente dará una canasta.

¡Ay de los que madrugan en busca de licores,
y hasta el crespúsculo los enciende el vino!

Todo son cítaras y arpas,
panderetas y flautas y vino en sus banquetes,
y no atienden a la actividad de Dios
ni se fijan en la obra de su mano.

Por eso mi pueblo va deportado cuando menos lo piensa;
sus nobles mueren de hambre, y la plebe se abrasa de sed.

Corderos pastarán como en sus praderas,
chivos tascarán en sus ruinas.

¡Ay de los que arrastran así la culpa con cuerdas de bueyes,
y el pecado con sogas de carretas!

Los que dicen: Que se dé prisa,
que apresure su obra, para que la veamos;
que se cumpla en seguida el plan del Santo de Israel,
para que lo comprobemos.

¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,
que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas,
que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!

¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces!

¡Ay de los valientes para beber vino
y aguerridos para mezclar licores;
de los que por soborno absuelven al culpable
y niegan justicia al inocente!

Como la lengua de fuego devora el rastrojo
y la paja se consume en la llama,
su raíz se pudrirá, sus brotes volarán como tamo.

Porque rechazaron la ley del Señor de los ejércitos
y despreciaron la palabra del Santo de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, 1: PG 70, 575578)

¡Habitantes de la tierra, aprended justicia!

Aprended justicia, habitantes de la tierra. Dijo en otro lugar Dios por boca del profeta: Todos serán discípulos del Señor. Fíjate cómo en estas palabras la narración introduce a Cristo como el mistagogo de los paganos que creen en él. Pues era justo que se encendiera una luz sobre la tierra en atención a aquellos que en un tiempo llegaron al conocimiento de sus preceptos; era justo —repito— que el conocimiento de lo que es útil fuera impartido por él personalmente. ¡Vosotros —dice—, los habitantes de la tierra, aprended justicia! Muy semejante suena la voz de David: Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe. Efectivamente, la letra de la ley informó de los primeros rudimentos únicamente al Israel según la carne.

En cambio, nuestro Señor Jesucristo, habiendo lanzado las redes de la mansedumbre, pescó en ella a la totalidad de la tierra situada bajo el cielo. Con razón, pues, aconsejó a los habitantes de la tierra entera, diciendo: Tenéis que aprender la justicia que yo he enseñado, es decir, la justicia evangélica. Y para demostrar que el desacato a sus mandatos no puede quedar impune, añade esta precisión: Destruiste al impío.

Todo el que, en la tierra, no aprende la justicia, no podrá obrar conforme a la verdad. Pues irá a la ruina y a la perdición, siendo prácticamente exterminado, todo el que aceptare el conocimiento de la justicia evangélica y no obrare conforme a la verdad. Nuevamente llama aquí «verdad» al vigor de la vida evangélica y a la adoración y culto en espíritu y en verdad. En efecto, siendo la ley la sombra de los bienes futuros y no la imagen misma de las cosas, no era la verdad.

Por el contrario, Cristo y sus vaticinios pueden muy bien entenderse como justicia y verdad, y creo que podemos decir aquello: Dios ha hecho para nosotros justicia a ese Cristo, que es, además, la verdad. Aprended, pues —dice—, la justicia y la verdad; que es como si dijera: reconoced a aquel que es verdaderamente el Hijo de Dios y el creador y Señor de todas las cosas. Perecerá realmente y será destruido el impío, para que no vea la gloria del Señor.

En casi idénticos términos se dirige Cristo al pueblo judío: Con razón os he dicho que si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados. Y también: El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ahora bien: quien ha sido ya condenado una vez, y no ha muerto a los propios pecados, ¿cómo podrá ver la gloria del Señor? No, no estará con Cristo, ni en modo alguno puede ser partícipe de su gloria, ni le será dado contemplar la herencia de los santos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 7, 1-17

Ante el temor de la guerra, el signo del Enmanuel

Reinaba en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pecaj, hijo de Romelía, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla; pero no lograron conquistarla. Llegó la noticia al heredero de David.

«Los sirios acampan en Efraín».

Y se agitó su corazón y el del pueblo, como se agitan los árboles del bosque con el viento. Entonces el Señor dijo a Isaías:

«Sal al encuentro de Acaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la Alberca de Arriba, junto a la Calzada del Batanero, y le dirás: "¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes ante esos dos cabos de tizones humeantes, la ira ardiente de Rasín y los sirios y del hijo de Romelía. Aunque tramen tu ruina diciendo: `Subamos contra Judá, sitiémosla, apoderémonos de ella, y nombraremos en ella rey al hijo de Tabeel.' Así dice el Señor: No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín, capitán de Damasco; Samaría es capital de Efraín, y el hijo de Romelía, capitán de Samaría. Dentro de cinco o seis años, Efraín, destruido, dejará de ser pueblo. Si no creéis, no subsistiréis»".

El Señor volvió a hablar a Acaz:

«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Acaz:

«No la pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Isaías:

«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel. Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Antes que aprenda el niño a rechazar el mal y a escoger el bien, quedará abandonada la tierra de los dos reyes que te hacen temer. El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo, sobre tu dinastía, días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá».


SEGUNDA LECTURA

San Beranardo de Claraval, Homilía 2 sobre las excelencias de la Virgen Madre (1-2.4: Opera omnia ed. Cister, 4, 1966, 21-23)

Preparada por el Altísimo,
designada anticipadamente por los padres antiguos

El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había de serle conveniente y agradable.

Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada, él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos.

Quiso que su madre fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón, había de dar a todos el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que ya antes había inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido con el don de la humildad le otorgó también el don de la maternidad divina.

De otro modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla después como llena de gracia, si hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia? Así, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de los santos recibió el don de la virginidad para que fuese santa en el cuerpo, el don de la humildad para que fuese santa en el espíritu.

Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial.

Fue enviado el ángel, dice el Evangelio, a la Virgen. Virgen en su cuerpo, virgen en su alma, virgen por su decisión, virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol, santa en el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente y por casualidad, sino elegida desde la eternidad; predestinada y preparada por el Altísimo para él mismo, guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos, prometida por los profetas.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 9, 7-10, 4

Ira de Dios contra el reino de Israel

El Señor ha lanzado una amenaza contra Jacob, y ha caído en Israel; la entenderá el pueblo entero, Efraín y los habitantes de Samaría, que van diciendo con soberbia y presunción: «Si han caído los ladrillos, construiremos con sillares; si han derribado el sicómoro, lo sustituiremos concedro». El Señor alzará al enemigo contra ellos y azuzará a sus adversarios: a levante, Damasco; a poniente, Filistea; devorarán a Israel a boca llena. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.

Pero el pueblo no se ha vuelto al que lo hería, no ha buscado al Señor de los ejércitos. El Señor cortará cabeza y cola, palma y junco en un solo día. El anciano y el noble son la cabeza; el profeta, maestro de mentiras, es la cola. Los que guían al pueblo lo extravían, y los guiados perecen. Por eso, el Señor no se apiada de los jóvenes, no se compadece de huérfanos y viudas; porque todos son impíos y malvados, y toda boca profiere infamias. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.

La maldad está ardiendo como fuego que consume zarzas y cardos: prende en la espesura del bosque y se enrosca en la altura del humo. Con la ira del Señor arde el país, y el pueblo es pasto del fuego: uno devora la carne de su prójimo, y ninguno perdona a su hermano; destroza a diestra, y sigue con hambre; devora a siniestra, y no se sacia. Manasés contra Efraín, Efraín contra Manasés, juntos los dos contra Judá. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.

¡Ay de los que decretan decretos inicuos, de los notarios que registran vejaciones, que echan del tribunal al desvalido y despojan a los pobres de mi pueblo, que hacen su presa de las viudas y roban a los huérfanos! ¿Qué haréis el día de la cuenta, cuando la tormenta venga de lejos? ¿A quién acudiréis buscando auxilio, y dónde dejaréis vuestra fortuna? Iréis encorvados con los prisioneros y caeréis con los que mueren. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón Caillau-Saint-Yves 2 (92: PLS 2, 441-552)

El que persevere hasta el final se salvará

Todas las aflicciones y tribulaciones que nos sobrevienen pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues nuestras mismas sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el descanso. Al contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y escándalos; pero el que persevere hasta el final se salvará. Pues, ¿qué bienes ha tenido esta nuestra vida, ya desde el primer hombre, que nos mereció la muerte y la maldición, de la que sólo Cristo, nuestro Señor, pudo librarnos?

No protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de ellos —son palabras del Apóstol—, y perecieron víctimas de las serpientes. ¿O es que ahora tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestros antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy poco de las suyas? Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos pasados son buenos porque no son los tuyos.

Una vez que has sido rescatado de la maldición, y has creído en Cristo, y estás empapado en las sagradas Escrituras, o por lo menos tienes algún conocimiento de ellas, creo que no tienes motivo para decir que fueron buenos los tiempos de Adán. También tus padres tuvieron que sufrir las consecuencias de Adán. Porque Adán es aquel a quien se dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan, y labrarás la tierra, de donde te sacaron; brotará para ti cardos y espinas. Este es el merecido castigo que el justo juicio de Dios le fulminó. ¿Por qué, pues, has de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor que los actuales? Desde el primer Adán hasta el Adán de hoy, ésta es la perspectiva humana: trabajo y sudor, espinas y cardos. ¿Se ha desencadenado sobre nosotros algún diluvio? ¿Hemos tenido aquellos difíciles tiempos de hambre y de guerras? Precisamente nos los refiere la historia para que nos abstengamos de protestar contra Dios en los tiempos actuales.

¡Qué tiempos tan terribles fueron aquéllos! ¿No nos hace temblar el solo hecho de escucharlos o leerlos? Así es que tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 28, 1-6.14-22

Oráculos contra Samaria y contra los jefes de Judá

¡Ay de la corona fastuosa, de los ebrios de Efraín, y de la flor caduca, joya de su atavío, que está en la cabeza de los hartos de vino!

Mirad: un fuerte y robusto, de parte del Señor,
como turbión de granizo y tormenta asoladora,
como turbión de aguas caudalosas y desbordantes,
con la mano derriba al suelo
y con los pies pisotea la corona fastuosa
de los ebrios de Efraín
y la flor caduca, joya de su atavío,
que está en el cabezo del valle ubérrimo.

Será como breva temprana:
que el primero que la ve,
apenas la coge, se la traga.

Aquel día será el Señor de los ejércitos
corona enjoyada, diadema espléndida para el resto del pueblo;
espíritu de justicia para los que se sientan a juzgar,
espíritu de valentía para los que rechazan el asalto a las puertas.

Escuchad la palabra del Señor, gente burlona.
que domináis a ese pueblo de Jerusalén.

Vosotros decíais: «Hemos firmado un pacto con la Muerte,
una alianza con el Abismo;
cuando pase el azote desbordante, no nos alcanzará,
porque tenemos la mentira por refugio y el engaño por escondrijo».

Pues así dice el Señor:

Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada,
angular, preciosa, de cimiento: «quien se apoya no vacila».

Usaré la justicia como plomada y el derecho como nivel;
mientras que el granizo arrasará vuestro refugio
y las aguas inundarán vuestro escondrijo.

Vuestro pacto con la Muerte se romperá,
vuestra alianza con el Abismo no durará:
cuando pase el azote desbordante os pisoteará,
cada vez que pase os arrollará,
y pasará mañana tras mañana, de día y de noche:
y entonces bastará el terror para que aprendáis la lección.

Será corta la cama para estirarse
y estrecha la manta para arroparse.

El Señor se alzará como en el monte Parás
y se desperezará como en el valle de Gabaón,
para ejecutar su obra, obra extraña;
para cumplir su tarea, tarea inaudita.

Por tanto, no os burléis,
no sea que se aprieten vuestras cadenas;
porque me he enterado de la destrucción decretada
por el Señor de los ejércitos contra todo el país.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 2: PG 70, 631-633) 16

Esperamos el juicio futuro

Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento: «quien se apoya no vacila». Así pues, llama piedra probada, elegida y preciosa a nuestro Señor Jesucristo, que sobresale por la prestancia y la gloria de la divinidad. El es la base, la esperanza, el apoyo y el cimiento inconmovible de Sión, es decir, de la Iglesia, como es fácil de comprender. Y lo explica diciendo que ha sido puesto como fundamento por el Padre.

Dice que es la piedra angular, pues ensambla, en la unidad de una sola fe, a dos pueblos, israelita y pagano, con una unión espiritual. En todo edificio, el ángulo se forma por la concurrencia de dos muros contiguos, que se fusionan en uno solo. Y quien se apoya en él —dice— no vacila. Fíjate de qué modo conforte y distienda en cierto sentido el ánimo de los creyentes y abra a los afligidos de par en par las puertas de la libertad de la vida evangélica. Que es como si dijera: ¡Oh afligidos!, mirad que coloco en Sión como cimiento una piedra escogida. Y ¿cuál es su utilidad? Quién se apoya en ella no vacila. Con estas palabras quiere inducirnos a sustraer el cuello del pesado yugo de la ley, y a apartarnos de la sombra ya inútil e ineficaz, abrazando más bien la gracia por medio de la fe y consiguiendo en Cristo la justificación, que nada tiene de onerosa. Pondré —dice— mi juicio en la esperanza, y mi misericordia en la balanza. Pues, como el mismo Salvador dice: El Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre.

Comprendiendo esto, escribe san Pablo en su carta: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida. Esperamos, pues, el juicio futuro e indudablemente una misericordia proporcional a las obras que cada uno haya hecho con recta intención. Lo cual significa — según creo— que la misericordia depende de quien nos juzga según la balanza, es decir, en razón de lo bueno y lo justo, en relación a las obras realizadas rectamente.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Miqueas 1, 1-9; 2, 1-11

Oráculos contra Samaria y Jerusalén

Palabra del Señor que recibió Miqueas, el morastita, durante los reinados de Yotán, Acaz y Ezequías de Judá. Visión sobre Samaria y Jerusalén.

Escuchad, pueblos todos;
atended, tierra y los que la pueblan:
sea el Señor testigo contra vosotros,
el Señor en su santo templo.

Mirad al Señor que sale de su morada y desciende
y camina sobre el dorso de la tierra.

Bajo él se derriten los montes y los valles se resquebrajan,
como cera junto al fuego,
como agua precipitada por la torrentera.

Todo por el delito de Jacob, por los pecados de Israel.
¿Cuál es el delito de Jacob?, ¿no es Samaria?
¿Cuál es el altozano de Judá?, ¿no es Jerusalén?

Pues reduciré Samaria a una ruina campestre
donde plantar viñedos,
arrastraré al valle sus piedras y desnudaré sus cimientos.

Todos sus ídolos serán triturados y sus ofrendas quemadas,
arrasaré todas sus imágenes.

Las reunió como precio de prostitución,
otra vez serán precio de prostitución.
Por eso gimo y me lamento,
camino descalzo y desnudo,
hago duelo como aúllan los chacales
y gimo como las crías de avestruz.

Incurable es la herida que ha sufrido Judá,
llegó hasta la capital de mi pueblo, hasta Jerusalén.

¡Ay de los que meditan maldades,
traman iniquidades en sus camas!

Al amanecer las cumplen, porque tienen el poder.

Codician los campos y los roban,
las casas, y se apoderan de ellas:
oprimen al hombre y a su casa,
al varón y a sus posesiones.

Por eso dice el Señor:

Mirad, yo medito una desgracia contra esa familia,
no lograréis apartar el cuello de ella;
no podréis caminar erguidos,
porque será un tiempo calamitoso.

Aquel día entonarán contra vosotros una sátira,
cantarán una elegía:
«Han acabado con nosotros,
venden la heredad de mi pueblo;
nadie lo impedía, reparten a extraños nuestra tierra».

Nadie os sortea los lotes
en la asamblea del Señor.

No sermoneéis —sermonean—,
no se sermonea así, no llegará la afrenta.

—¿Así se habla, casa de Jacob?
¿Es que se ha acabado el espíritu del Señor
o van a ser tales sus acciones?

«¿No son buenas mis palabras
para el que procede rectamente?»

Antaño mi pueblo se levantaba contra el enemigo,
hogaño arrancáis túnica y manto a quien transita confiado,
¡desertores de la guerra!

Echáis del hogar querido a las mujeres de mi pueblo;
a sus niños les quitáis para siempre mi honor.

Pues ¡arriba, marchaos!, que no es sitio de reposo,
porque está contaminado,
está hipotecado y exigen la hipoteca.

Si viniera un profeta soltando embustes:
«Te invito a vino y licor»,
sería un profeta digno de este pueblo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 14 (21-22: PG 35, 883-886)

Demos a los pobres nuestros bienes, para enriquecernos
con los del cielo

El que sea sabio, que recoja estos hechos. ¿Quién dejará pasar las cosas transitorias? ¿Quién prestará atención a las cosas estables? ¿Quién reputará como transeúntes las cosas presentes? ¿Quién considerará como ciertas y constantes aquellas realidades objeto de la esperanza? ¿Quién distinguirá la realidad de la simple apariencia?; ¿la tienda terrena, de la ciudad celestial?; ¿la peregrinación, de la morada permanente?; ¿las tinieblas, de la luz?; ¿la carne, del espíritu? ¿Quién será capaz de distinguir entre Dios y el príncipe de este mundo, entre las sombras de muerte y la vida eterna, entre las cosas que caen bajo la percepción de nuestros sentidos y aquellas a las que no alcanza nuestra visión? Dichoso el hombre que, dividiendo y deslindando estas cosas con la espada de la Palabra que separa lo mejor de lo peor, dispone las subidas de su corazón y, huyendo con todas sus energías de este valle de lágrimas, busca los bienes de allá arriba, y, crucificado al mundo juntamente con Cristo, con Cristo resucita, junto con Cristo asciende heredero de una vida que ya no es ni caduca ni falaz.

Por su parte, David, como pregonero dotado de poderosa voz, se dirige a nosotros supervivientes con un sublime y público pregón, llamándonos torpes de corazón y amantes de la mentira, y exhortándonos a no poner excesivamente el corazón en las realidades visibles, ni a ponderar toda la felicidad de la presente vida en base a la abundancia exclusiva de trigo y de vino, que fácilmente se echan a perder.

Considerando esto mismo, también el bienaventurado Miqueas dice —es mi opinión—, atacando a los que se arrastran por tierra y tienen del bien sólo el ideal: Acercaos a los montes eternos: pues ¡arriba, marchaos! que no es sitio de reposo. Son más o menos las mismas palabras con las cuales nos anima nuestro Señor y Salvador, diciendo: Levantaos, vamos de aquí. Jesús dijo esto no sólo a los que entonces tenía como discípulos, invitándoles a salir únicamente de aquel lugar —como quizá alguno pudiera pensar—, sino tratando de apartar siempre y a todos sus discípulos de la tierra y de las realidades terrenas para elevarlos al cielo y a las realidades celestiales.

Vayamos, pues, de una vez en pos del Verbo, busquemos aquel descanso, rechacemos la riqueza y abundancia de esta vida. Aprovechémonos solamente de lo bueno que hay en ellas, a saber: redimamos nuestras almas a base de limosnas, demos a los pobres nuestros bienes para enriquecernos con los del cielo.