DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 2, 8-3, 11.16-21

Vocación de Ezequiel

En aquellos días me vino esta palabra del Señor:

«Y tú, hijo de Adán, oye lo que te digo: ¡No seas rebelde, como la casa rebelde! Abre la boca y come lo que te doy».

Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Y me dijo:

«Hijo de Adán, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel».

Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: «Hijo de Adán, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy».

Lo comí, y me supo en la boca dulce como la miel. Y me dijo:

«Hijo de Adan, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras, pues no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lengua extranjera, sino a la casa de Israel; ni a muchos pueblos de idiomas extraños y de lenguas extranjeras que no comprendes. Por cierto, que, si a éstos te enviara, te harían caso; en cambio, la casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren hacerme caso a mí. Pues toda la casa de Israel son tercos de cabeza y duros de corazón. Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza terca como la de ellos; como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza. No les tengas miedo ni te acobardes ante ellos, aunque sean casa rebelde».

Y me dijo:

«Hijo de Adán, todas las palabras que yo te diga, escúchalas atentamente y apréndelas de memoria. Anda, vete a los deportados, a tus compatriotas, y diles: "Esto dice el Señor", te escuchen o no te escuchen».

Al cabo de siete días me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca les darás la alarma de mi parte.

Si yo digo al malvado que es reo de muerte, y tú no le das la alarma —es decir, no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie su mala conducta y conserve la vida—, entonces el malvado morirá por su culpa; y a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero, si tú pones en guardia al malvado, y no se convierte de su maldad y de su mala conducta, entonces él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida.

Y si el justo se aparta de su justicia y comete maldades, pondré un tropiezo delante de él, y morirá; por no haberle puesto en guardia, él morirá por su pecado, y no se tendrán en cuenta las obras justas que hizo; pero a ti te pediré cuenta de su sangre.

Si tú, por el contrario, pones en guardia al justo para que no peque, y en efecto no peca, ciertamente conservará la vida, por haber estado alerta; y tú habrás salvado la vida».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46,1-2: CCL 41, 529-530)

Somos cristianos y somos obispos

No acabáis de aprender ahora precisamente que toda nuestra esperanza radica en Cristo y que él es toda nuestra verdadera y saludable gloria, pues pertenecéis a la grey de aquel que dirige y apacienta a Israel. Pero, ya que hay pastores a quienes les gusta que les llamen pastores, pero que no quieren cumplir con su oficio, tratemos de examinar lo que se les dice por medio del profeta. Vosotros escuchad con atención, y nosotros escuchemos con temor.

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles». Acabamos de escuchar esta lectura; ahora podemos comentarla con vosotros. El Señor nos ayudará a decir cosas que sean verdaderas, en vez de decir cosas que sólo sean nuestras. Pues, si sólo dijésemos las nuestras, seríamos pastores que nos estaríamos apacentando a nosotros mismos, y no a las ovejas; en cambio, si lo que decimos es suyo, él es quien os apacienta, sea por medio de quien sea. Esto dice el Señor: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?» Es decir, que no tienen que apacentarse a sí mismos, sino a las ovejas. Esta es la primera acusación dirigida contra estos pastores, la de que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas. ¿Y quiénes son esos que se apacientan a sí mismos? Los mismos de los que dice el Apóstol: Todos sin excepción buscan su interés, no el de Jesucristo.

Por nuestra parte, nosotros que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir una peligrosa cuenta, y en el que nos puso el Señor según su dignación y no según nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas completamente distintas: la primera, que somos cristianos, y, la segunda, que somos obispos. Lo de ser cristianos es por nuestro propio bien; lo de ser obispos, por el vuestro. En el hecho de ser cristianos, se ha de mirar a nuestra utilidad; en el hecho de ser obispos, la vuestra únicamente.

Son muchos los cristianos que no son obispos y llegan a Dios quizás por un camino más fácil y moviéndose con tanta mayor agilidad cuanto que llevan a la espalda un peso menor. Nosotros, en cambio, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir a Dios cuentas de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 5, 1-17

Acción simbólica que figura la destrucción de Jerusalén

Y tú, hijo de Adán, coge una cuchilla afilada,
coge una navaja barbera
y pásatela por la cabeza y la barba.

Después coge una balanza y haz porciones.

Un tercio lo quemarás en la lumbre en medio de la ciudad
(cuando termine el asedio),
un tercio lo sacudirás con la espada
(en torno a la ciudad),
un tercio lo esparcirás al viento
(y los perseguiré con la espada desnuda).

Recogerás unos cuantos pelos
y los meterás en el orillo del manto;
de éstos apartarás algunos
y los echarás al fuego, y dejarás que se quemen.

Dirás a la casa de Israel: Esto dice el Señor:

Se trata de Jerusalén:
la puse en el centro de los pueblos, rodeada de países,
y se rebeló contra mis leyes y mandatos
pecando más que otros pueblos, más que los países vecinos.

Porque rechazaron mis mandatos y no siguieron mis leyes,
por eso, así dice el Señor:

Aquí estoy contra ti para hacer justicia en ti
a la vista de los pueblos.

Por tus abominaciones,
haré en ti cosas que jamás hice ni volveré a hacer.

Por eso los padres se comerán a sus hijos en medio de ti,
y los hijos se comerán a sus padres;
haré justicia en ti, y a tus supervivientes
los esparciré a todos los vientos.

Por eso, ¡por mi vida! —oráculo del Señor—,
por haber profanado mi santuario
con tus ídolos y abominaciones,
juro que te rechazaré, no me apiadaré de ti ni te perdonaré.

Un tercio de los tuyos morirán de peste
y el hambre los consumirá dentro de ti,
un tercio caerá a la espada alrededor de ti,
y un tercio lo esparciré a todos los vientos
y lo perseguiré con la espada desnuda.

Agotaré mi ira contra ellos
y desfogaré mi cólera hasta quedarme a gusto;
y sabrán que yo, el Señor, hablé con pasión
cuando agote mi cólera contra ellos.

Te daré escombro y escarnio
para los pueblos vecinos, a la vista de los que pasen.

Será escarnio y afrenta,
escarmiento y espanto para los pueblos vecinos,
cuando haga en ti justicia con ira y cólera,
con castigos despiadados.

Yo, el Señor, lo he dicho:

Dispararé contra vosotros las flechas fatídicas del hambre,
que acabarán con vosotros
(para acabar con vosotros las dispararé).

Os daré hambre con creces y os cortaré el sustento del pan.

Mandaré contra vosotros hambre y fieras salvajes que os dejarán sin hijos;
pasarán por ti peste y matanza y mandaré contra ti la espada.

Yo, el Señor, lo he dicho.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 3-4: CCL 41, 530-531)

Los pastores que se apacientan a sí mismos

Oigamos, pues, lo que la palabra divina, sin halagos para nadie, dice a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas: Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas y, las ovejas, no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo.

Se acusa a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo que descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana. Pero por qué dice el Apóstol: ¿Quién planta una viña, y no come de su fruto? ¿Qué pastor no se alimenta de la leche del rebaño? Palabras en las que vemos que se llama leche del rebaño a lo que el pueblo de Dios da a sus responsables para su sustento temporal. De eso hablaba el Apóstol cuando decía lo que acabamos de referir.

Ya que el Apóstol, aunque había preferido vivir del trabajo de sus manos y no exigir de las ovejas ni siquiera su leche, sin embargo, afirmó su derecho a percibir aquella leche, pues el Señor había dispuesto que los que anuncian el Evangelio vivan de él. Y, por eso, dice que otros de sus compañeros de apostolado habían hecho uso de aquella facultad, no usurpada, sino concedida. Pero él fue más allá y no quiso recibir siquiera lo que se le debía. Renunció, por tanto, a su derecho, pero no por eso los otros exigieron algo indebido: simplemente, fue más allá. Quizás pueda relacionarse con esto lo de aquel hombre que dijo, al conducir al herido a la posada: Lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.

¿Y que más vamos a decir de aquellos pastores que no necesitan la leche del rebaño? Que son misericordiosos, o mejor, que desempeñan con más largueza su deber de misericordia. Pueden hacerlo, y por esto lo hacen. Han de ser alabados por ello, sin por eso condenar a los otros. Pues el Apóstol mismo, que no exigía lo que era un derecho suyo, deseaba, sin embargo, que las ovejas fueran productivas, y no estériles y faltadas de leche.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 8, 1-6.16—9, 11

Juicio contra la Jerusalén pecadora

El año sexto, el día cinco del mes sexto, estando yo sentado en mi casa, y los concejales de Judá sentados frente a mí, bajó sobre mí la mano del Señor.

Vi una figura que parecía un hombre: de lo que parecía la cintura para abajo, fuego; de la cintura para arriba, como un resplandor, un brillo como de electro. Alargando una forma de mano, me agarró por la melena; el espíritu me levantó en vilo y me llevó en éxtasis entre el cielo y la tierra a Jerusalén, junto a la puerta septentrional del atrio interior, donde estaba la estatua rival. Allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la había contemplado en la llanura. Me dijo:

«Hijo de Adán, dirige la vista hacia el norte».

Dirigí la vista hacia el norte, y vi al norte de la puerta del altar la estatua rival, la que está a la entrada. Añadió:

«Hijo de Adán, ¿no ves lo que están haciendo? Graves abominaciones comete aquí la casa de Israel para que me aleje de mi santuario. Pero aún verás abominaciones mayores».

Después me llevó al atrio interior de la casa del Señor. A la entrada del templo del Señor, entre el atrio y el altar, había unos veinticinco hombres, de espaldas al templo y mirando hacia el oriente: estaban adorando al sol. Me dijo:

«¿No ves, hijo de Adán? ¡Le parecen poco a la casa de Judá las abominaciones que aquí cometen, y colman el país de violencias, indignándome más y más! ¡Ahí los tienes despachando esbirros para enfurecerme! Pues también yo actuaré con cólera, no me apiadaré ni perdonaré; me invocarán a voz en grito, pero no los escucharé».

Entonces le oí llamar en voz alta:

«Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal».

Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo. Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y le dijo el Señor:

«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen».

A los otros les dijo en mi presencia:

«Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario».

Y empezaron por los ancianos que estaban frente al templo. Luego les dijo:

«Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad».

Sólo yo quedé con vida. Mientras ellos mataban, caí rostro en tierra y grité:

«¡Ay Señor! ¿Vas a exterminar al resto de Israel, derramando tu cólera sobre Jerusalén?»

Me respondió:

«Grande, muy grande es el delito de la casa de Israel y de Judá; el país está lleno de crímenes; la ciudad, colmada de injusticias; porque dicen: "El Señor ha abandonado el país, no lo ve el Señor". Pues tampoco yo me apiadaré ni perdonaré; doy a cada uno su merecido».

Entonces, el hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, informó diciendo:

«He cumplido lo que me ordenaste».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 4-5 CCL 41, 531-533)

El ejemplo de Pablo

En una ocasión en que Pablo se encontraba en una gran indigencia, preso por la confesión de la verdad, los hermanos le enviaron con qué remediar su indigente necesidad. El les dio las gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación.

Porque trataba de darles a entender lo que se proponía, a propósito del bien que ellos habían hecho, y no quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas; por eso, más que alegrarse de que hubiesen acudido a remediar su necesidad, quiso congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era entonces lo que pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta. «Y no para quedar yo repleto —venía a decirles—, sino para que vosotros no os quedéis desprovistos».

Así, pues, quienes no puedan, como Pablo, sostenerse con el trabajo de sus manos, no duden en aceptar la leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que no se olviden de las ovejas débiles. No han de buscar esto como ventaja suya, como si anunciasen el Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de poder entregarse a la preparación de la palabra de verdad con la que han de iluminar a los hombres. Pues son como luminarias, según está dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; y: No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Si en tu casa se encendiera una lámpara, ¿no le pondrías aceite para que no se apagara? Y si, después de ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la colocaría en el candelero, sino que inmediatamente se la tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar, y la caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y ello no porque el Evangelio sea algo banal, como si lo recibido como medio de vida por quienes lo anuncian fuera su precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo estarían malvendiendo. En efecto, si el sustento de sus necesidades han de recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de Dios de quien tienen que aguardarlo. Pues el pueblo no puede otorgar la recompensa a quienes le sirven en la caridad del Evangelio. Estos no aguardan su premio sino del mismo Señor, de quien el pueblo espera su salvación.

Entonces, ¿por qué se increpa y acusa a aquellos pastores? Porque, mientras bebían la leche y se vestían con la lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas. Buscaban, pues, su interés, no el de Jesucristo.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 10, 18-22; 11, 14-25

La gloria del Señor abandona la ciudad

En aquellos días, la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se colocó sobre los querubines. Vi a los querubines levantar las alas, remontarse del suelo, sin separarse de las ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la puerta oriental de la casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos.

Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Tenían cuatro rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las alas, y su fisonomía era la de los rostros que yo había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de frente. Me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, los habitantes de Jerusalén dicen de tus hermanos, los responsables de la familia y de la casa de Israel toda entera: "Ellos se han alejado del Señor, a nosotros nos toca poseer la tierra". Por tanto, di: "Esto dice el Señor: Cierto, los llevé a pueblos lejanos, los dispersé por los países, y fui para ellos un santuario provisorio en los países adonde fueron". Por tanto di: "Esto dice el Señor: Os reuniré de entre los pueblos, os recogeré de los países en los que estáis dispersos, y os daré la tierra de Israel. Entrarán y quitarán de ella todos sus ídolos y abominaciones. Les daré un corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que sigan mis leyes y pongan por obra mis mandatos; serán mi pueblo y yo seré su Dios. Pero, si el corazón se les va tras sus ídolos y abominaciones, les daré su merecido"». Oráculo del Señor.

Los querubines levantaron las alas sin separarse de las ruedas; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos. La gloria del Señor se elevó sobre la ciudad y se detuvo en el monte, al oriente de la ciudad.

Entonces, el espíritu me arrebató y me llevó en volandas al destierro de Babilonia, en éxtasis; la visión desapareció.

Y yo les conté a los desterrados lo que el Señor me había revelado.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 6-7: CCL 41, 533-534)

Que nadie busque su interés,
sino el de Jesucristo

Ya que hemos hablado de lo que quiere decir beberse la leche, veamos ahora lo que significa cubrirse con su lana. El que ofrece la leche ofrece el sustento, y el que ofrece la lana ofrece el honor. Estas son las dos cosas que esperan del pueblo los que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas: la satisfacción de sus necesidades con holgura y el favor del honor y la gloria.

Desde luego, el vestido se entiende aquí como signo de honor, porque cubre la desnudez. Un hombre es un ser débil. Y el que os preside, ¿qué es sino lo mismo que vosotros? Tiene un cuerpo, es mortal, come, duerme, se levanta; ha nacido y tendrá que morir. De manera que, si consideras lo que es en sí mismo, no es más que un hombre. Pero tú, al rodearle de honores, haces como si cubrieras lo que es de por sí bien débil.

Ved qué vestidura de esta índole había recibido el mismo Pablo del buen pueblo de Dios, cuando decía: Me recibisteis como a un mensajero de Dios. Porque hago constar en vuestro honor que, a ser posible, os habríais sacado los ojos por dármelos. Pero, habiéndosele tributado semejante honor, ¿acaso se mostró complaciente con los que andaban equivocados, como si temiera que se lo negaran y le retiraran sus alabanzas si los acusaba? De haberlo hecho así, se hubiera contado entre los que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas. En ese caso, estaría diciendo para sí: «¿A mí qué me importa? Que haga cada uno lo que quiera; mi sustento está a salvo, lo mismo que mi honor: tengo suficiente leche y lana; que cada uno tire por donde pueda». ¿Con que para ti todo está bien, si cada uno tira por donde puede? No seré yo quien te dé responsabilidad alguna, no eres más que uno de tantos. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él.

Por eso, el mismo Apóstol, al recordarles la manera que tuvieron de portarse con él, y para no dar la impresión de que se olvidaba de los honores que le habían tributado, les aseguraba que lo habían recibido como si fuera un mensajero de Dios y que, si hubiera sido ello posible, se habrían sacado los ojos para ofrecérselos a él. A pesar de lo cual, se acercó a la oveja enferma, a la oveja corrompida, para cauterizar su herida, no para ser complaciente con su corrupción. ¿ Y ahora me he convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros? De modo que aceptó la leche de las ovejas y se vistió con su lana, pero no las descuidó. Porque no buscaba su interés, sino el de Jesucristo.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 12, 1-15

Una acción simbólica anuncia la deportación del pueblo

En aquellos días me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, vives en la casa rebelde: tienen ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen; pues son casa rebelde. Tú, hijo de Adán, prepara el ajuar del destierro y emigra a la luz del día, a la vista de todos; a la vista de todos, emigra a otro lugar, a ver si lo ven; pues son casa rebelde. Saca tu ajuar, como quien va al destierro, a la luz del día, a la vista de todos, y tú sal al atardecer, a la vista de todos, como quien va al destierro. A la vista de todos, abre un boquete en el muro y saca por allí tu ajuar. Cárgate al hombro el hatillo, a la vista de todos, sácalo en la oscuridad; tápate la cara, para no ver la tierra, porque hago de ti una señal para la casa de Israel».

Yo hice lo que me mandó: saqué mi ajuar como quien va al destierro, a la luz del día; al atardecer, abrí un boquete en el muro, lo saqué en la oscuridad, me cargué al hombro el hatillo, a la vista de todos. A la mañana siguiente, me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, la casa rebelde, qué es lo que hacías? Pues respóndeles: "Esto dice el Señor: Este oráculo contra Jerusalén va por el príncipe y por toda la casa de Israel que vive allí".

Di: "Soy señal para vosotros; lo que yo he hecho lo tendrán que hacer ellos: irán cautivos al destierro. El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el hatillo, abrirá un boquete en el muro para sacarlo, lo sacará en la oscuridad y se tapará la cara para que no lo reconozcan.

Pero tenderé mi red sobre él y lo cazaré en mi trampa; lo llevaré a Babilonia, país de los caldeos, donde morirá sin poder verla. A su escolta y a su ejército los dispersaré a todos los vientos y los perseguiré con la espada desnuda.

Y sabrán que yo soy el Señor, cuando los desparrame por los pueblos y los disperse por los territorios. Pero dejaré a unos pocos, supervivientes de la espada, del hambre y de la peste, para que cuenten sus abominaciones por los pueblos adonde vayan, y sepan que yo soy el Señor"».
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 9: CCL 41, 535-536)

Sé un modelo para los fieles

Después de haber hablado el Señor de lo que estos pastores aman, habla de lo que desprecian. Son muchos los defectos de las ovejas, y las ovejas sanas y gordas son muy pocas, es decir, las que se hallan robustecidas con el alimento de la verdad, alimentándose de buenos pastos por gracia de Dios. Pues bien, aquellos malos pastores no las apacientan. No les basta con no curar a las débiles y enfermas, con no cuidarse de las errantes y perdidas. También hacen todo lo posible por acabar con las vigorosas y cebadas. A pesar de lo cual, siguen viviendo. Siguen viviendo por pura misericordia de Dios. Pero, por lo que toca a los malos pastores, no hacen sino matar. «¿Y cómo matan?», me preguntarás. Matan viviendo mal, dando mal ejemplo. Pues no en vano se le dice a aquel siervo de Dios, que destaca entre los miembros del supremo Pastor: Preséntate en todo como un modelo de buena conducta, y también: Sé un modelo para los fieles.

Porque, la mayor parte de las veces, aun la oveja sana, cuando advierte que su pastor vive mal, aparta sus ojos de los mandatos de Dios y se fija en el hombre, y comienza a decirse en el interior de su corazón: «Si quien está puesto para dirigirme vive así, ¿quién soy yo para no obrar como él obra?» Así el mal pastor mata a la oveja sana. Y si mató a la que estaba fuerte, ¿qué va a ser lo que haga con las otras, si con el ejemplo de su vida acaba de matar a la que él no había fortalecido, sino que la había encontrado ya fuerte y robusta?

Os aseguro, hermanos queridos, que, aunque las ovejas sigan viviendo, y estén firmes en la palabra del Señor, y se atengan a lo que escucharon de sus labios: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen; sin embargo, quien vive de mala manera a los ojos del pueblo, por lo que a él se refiere, está matando a los que lo ven. Y que no se tranquilice diciéndose que la oveja no ha muerto. Es verdad que no ha muerto, pero él es un homicida. Es lo mismo que cuando un hombre lascivo mira a una mujer con mala intención: aunque ella se mantenga casta, él, en cambio, ha pecado. La palabra de Dios es verdadera e inequívoca: El que mira a una mujer casada, deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. No ha penetrado hasta su habitación, pero la ha deseado en su propia habitación interior.

Así, pues, todo aquel que vive mal a la vista de quienes son sus subordinados, por lo que a él toca, mata hasta a los fuertes. Quien lo imita muere, mientras que quien no lo imita vive. Pero él, por su parte, ha matado a ambos. Matáis las más gordas —dice el profeta— y, las ovejas, no las apacentáis.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 13, 1-16

Vaticinio contra los falsos profetas

Me vino esta palabra del Señor:

—Hijo de Adán, profetiza contra los profetas de Israel, profetiza diciéndoles: Escuchad la palabra del Señor. Esto dice el Señor:

¡Ay de los profetas mentecatos que se inventan profecías,
cosas que nunca vieron, siguiendo su inspiración!

(Como raposas entre ruinas son tus profetas, Israel).
No acudieron a la brecha ni levantaron cerca
en torno a la casa de Israel,
para que resistiera en la batalla, el día del Señor.
Visionarios falsos, adivinos de embustes,
que decían «oráculo del Señor»
cuando el Señor nos los enviaba,
esperando que cumpliera su palabra.

Vosotros habéis visto visiones vanas
y habéis pronunciado oráculos falsos
diciendo «oráculo del Señor»,
cuando el Señor no hablaba.

Por tanto, esto dice el Señor:

Por haber dicho mentiras y haber visto engaños,
por eso aquí estoy contra vosotros
—oráculo del Señor—.

Extenderé mi mano contra los profetas
visionarios falsos y adivinos de embustes;
no tomarán parte en el consejo de mi pueblo,
ni serán inscritos en el censo de la casa de Israel,
ni entrarán en la tierra de Israel,
y sabréis que yo soy el Señor.

Sí, porque habéis extraviado a mi pueblo,
anunciando paz cuando no había paz,
y mientras ellos construían la tapia,
vosotros la ibais enluciendo.

(Diles a los enlucidores:

Vendrá una lluvia torrencial,
caerá pedrisco,
se desencadenará un vendaval).

Cuando la pared se derrumbe, os dirán:
«¿Qué fue del enlucido que echasteis?»
Por tanto, esto dice el Señor:

Con furia desencadenaré un vendaval,
una lluvia torrencial mandaré con ira,
y pedrisco, en el colmo de mi furia.

Derribaré la pared que enlucisteis,
la tiraré al suelo.
quedarán al desnudo sus cimientos;
se desplomará y pereceréis debajo,
y sabréis que yo soy el Señor.

(Cuando agote mi cólera en el muro
y en los que lo enlucieron,
os dirán: «¿Qué fue del muro
y de los que lo enlucieron:
de los profetas de Israel
que profetizaban para Jerusalén,
que tenían para ella visiones de paz,
cuando no había paz?» —oráculo del Señor


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 10-11: CCL 41, 536-538)

Prepárate para las pruebas

Ya habéis oído lo que los malos pastores aman. Ved ahora lo que descuidan. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas, es decir, a las que sufren; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes, destrozándolas y llevándolas a la muerte. Decir que una oveja ha enfermado quiere significar que su corazón es débil, de tal manera que puede ceder ante las tentaciones en cuanto sobrevengan y la sorprendan desprevenida.

El pastor negligente, cuando recibe en la fe a alguna de estas ovejas débiles, no le dice: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente. Porque quien dice tales cosas, ya está confortando al débil, ya está fortaleciéndole, de forma que, al abrazar la fe, dejará de esperar en las prosperidades de este siglo. Ya que, si se le induce a esperar en la prosperidad, esta misma prosperidad será la que le corrompa; y, cuando sobrevengan las adversidades, lo derribarán y hasta acabarán con él.

Así, pues, el que de esa manera lo edifica, no lo edifica sobre piedra, sino sobre arena. Y la roca era Cristo. Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, yno tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: «Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él. Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo».

¿Y cómo definir a los que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos? Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos en este mundo.

Lo dice el Apóstol: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido. Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes. Y si no tienes hijos, los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces, y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará, y su ruina será total.

Sácalo de la arena, ponlo sobre la roca; aquel que tú deseas que sea cristiano, que se apoye en Cristo. Que piense en los inmerecidos tormentos de Cristo, que piense en Cristo, pagando sin pecado lo que otros cometieron, que escuche la Escritura que le dice: El Señor castiga a sus hijos preferidos. Que se prepare a ser castigado, o que renuncie a ser hijo preferido.



SABADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 14, 12-23

Salvación de los justos y ruina de los pecadores

Me vino esta palabra del Señor:

Hijo de Adán, si un país peca contra mí cometiendo un delito, extenderé mi mano contra él, le cortaré el sustento del pan y le mandaré hambre y extirparé de él hombres y animales. Si se encontrasen allí estos tres varones: Noé, Daniel y Job, por ser justos, salvarían ellos la vida —oráculo del Señor—.

Si suelto por el país fieras salvajes que lo dejen sin hijos, para que quede devastado y sin nadie que lo transite, por miedo a las fieras, aunque esos tres varones se encuentren allí, ¡por mi vida! —oráculo del Señor—, juro que no salvarán a sus hijos ni a sus hijas; ellos solos se salvarán y el país quedará devastado.

Si mando la espada contra ese país, si ordeno a la espada que atraviese el país y extirpe de él hombres y animales, aunque se encuentren allí esos tres varones, ¡por mi vida! —oráculo del Señor—, juro que no salvarán a sus hijos ni a sus hijas, sino que ellos solos se salvarán.

Si le envío la peste a ese país y derramo sobre él mi cólera, para extirpar de él hombres y animales, aunque se encuentren allí Noé, Daniel y Job, ¡por mi vida! —oráculo del Señor—, juro que no salvarán a sus hijos ni a sus hijas, sino que ellos solos, por ser justos, salvarán la vida.

Pues así dice el Señor: ¡Cuánto más cuando yo mande mis cuatro fatídicas plagas: la espada, el hambre, las fieras salvajes y la peste, contra Jerusalén para extirpar de ella hombres y animales! Si queda allí algún superviviente, hijos e hijas que hayan logrado evadirse adonde estáis vosotros, entonces, al ver su conducta y sus malas obras, os sentiréis aliviados de la catástrofe que mandé contra Jerusalén, de todo lo que mandé contra ella. Sí que os aliviarán, pues al ver su conducta y sus malas obras caeréisen la cuenta de que no sin razón ejecuté en ella lo que ejecuté —oráculo del Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sobre los pastores (Sermón 46, 11-12: CCL 41, 538-539)

Ofrece el alivio de la consolación

El Señor, dice la escritura, castiga a sus hijos preferidos. Y tú te atreves a decir: «Quizás seré una excepción». Si eres una excepción en el castigo, quedarás igualmente exceptuado del número de los hijos. «¿Es cierto —preguntarás— que castiga a cualquier hijo?» Cierto que castiga a cualquier hijo, y del mismo modo que a su Hijo único. Aquel Hijo, que había nacido de la misma substancia del Padre, que era igual al Padre por su condición divina, que era la Palabra por la que había creado todas las cosas, por su misma naturaleza no era susceptible de castigo. Y, precisamente, para no quedarse sin castigo, se vistió de la carne de la especie humana. ¿Con que va a dejar sin castigo al hijo adoptado y pecador, el mismo que no dejó sin castigo a su único Hijo inocente? El Apóstol dice que nosotros fuimos llamados a la adopción. Y recibimos la adopción de hijos para ser herederos junto con el Hijo único, para ser incluso su misma herencia: Pídemelo: te daré en herencia las naciones. En sus sufrimientos, nos dio ejemplo a todos nosotros.

Pero, para que el débil no se vea vencido por las futuras tentaciones, no se le debe engañar con falsas esperanzas, ni tampoco desmoralizarlo a fuerza de exagerar los peligros. Dile: Prepárate para las pruebas, y quizá comience a retroceder, a estremecerse de miedo, a no querer dar un paso hacia adelante. Tienes aquella otra frase: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Pues bien, prometer y anunciar las tribulaciones futuras es, efectivamente, fortalecer al débil. Y, si al que experimenta un temor excesivo, hasta el punto de sentirse aterrorizado, le prometes la misericordia de Dios, y no porque le vayan a faltar las tribulaciones, sino porque Dios no permitirá que la prueba supere sus fuerzas, eso es, efectivamente, vendar las heridas.

Los hay, en efecto, que, cuando oyen hablar de las tribulaciones venideras, se fortalecen más, y es como si se sintieran sedientos de la que ha de ser su bebida. Piensan que es poca cosa para ellos la medicina de los fieles y anhelan la gloria de los mártires. Mientras que otros, cuando oyen hablar de las tentaciones que necesariamente habrán de sobrevenirles, aquellas que no pueden menos de sobrevenirle al cristiano, aquellas que sólo quien desea ser verdaderamente cristiano puede experimentar, se sienten quebrantados y claudican ante la inminencia de semejantes situaciones.

Ofréceles el alivio de la consolación, trata de vendar sus heridas. Di: «No temas, que no va a abandonarte en la prueba aquel en quien has creído. Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere sus fuerzas». No son palabras mías, sino del Apóstol, que nos dice: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí. Cuando oyes estas cosas, estás oyendo al mismo Cristo, estás oyendo al mismo pastor que apacienta a Israel. Pues a él le fue dicho: Nos diste a beber lágrimas, pero con medida. De modo que el salmista, al decir con medida, viene a decir lo mismo que el Apóstol: No permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Sólo que tú no has de rechazar al que te corrige y te exhorta, te atemoriza y te consuela, te hiere y te sana.