DOMINGO II DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 13,17—14, 9

Camino hasta el mar Rojo

Cuando el Faraón dejó marchar al pueblo, Dios no los guió por el camino de Palestina, que es el más corto, porque dijo:

«No sea que, al verse atacados, se arrepientan y vuelvan a Egipto».

Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el desierto hacia el mar Rojo. Pero los israelitas habían salido de Egipto pertrechados. Moisés tomó consigo los huesos de José, según él había hecho jurar a los israelitas:

«Cuando el Señor cuide de vosotros, os llevaréis mis huesos de aquí».

Partieron de Sucot y acamparon en Etán, al borde del desierto.

El Señor caminaba delante de ellos: de día, en una columna de nubes, para guiarlos; de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos; para que pudieran caminar día y noche. No se apartaba delante de ellos ni la columna de nubes, de día, ni la columna de fuego, de noche. El Señor dijo a Moisés:

«Di a los israelitas que se vuelvan y acampen en Fehirot, entre Migdal y el mar, frente a Baal Safón; poned los campamentos mirando al mar. El Faraón pensará: "Los israelitas están copados en el país, el desierto les cierra el paso". Haré que el Faraón se empeñe en perseguiros y mostraré mi gloria derrotando al Faraón y a su ejército; para que sepan los egipcios que soy el Señor».

Así lo hicieron los israelitas. Cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el Faraón ysu corte cambiaron de parecer sobre el pueblo, y se dijeron:

«¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas».

Hizo preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el Faraón se empeñase en perseguir a los israelitas, mientras éstos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con caballos, carros y jinetes, y les dieron alcance mientras acampaban en Fehirot, frente a Baal Safón.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 5 sobre el libro del Exodo (3-4: Ed. Maurist. t. 2, 145-146)

Angosto y estrecho es el callejón que lleva a la vida

Veamos qué es lo que a continuación se le ordena a Moisés y qué ruta se le manda elegir. Se le ordena, en efecto: Di a los israelitas que se vuelvan y acampen en Fehirot, entre Migdal y el mar, frente a Baal Safón.

Tú quizá te imaginabas que el camino indicado por Dios era un camino llano y cómodo, sin ningún tipo de dificultad o esfuerzo. No, es una ascensión y una ascensión tortuosa. El camino que conduce a la virtud no es un descenso: se asciende y se asciende escarpadamente, trabajosamente.

Escucha también lo que dice el Señor en el evangelio: ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Fíjate hasta qué punto el evangelio concuerda con la ley. En la ley, el camino de la virtud se presenta como una subida tortuosa; en los evangelios se dice que el camino que conduce a la vida es angosto y estrecho. ¿No es verdad que hasta los mismos ciegos pueden claramente ver aquí que la ley y los evangelios han sido escritos por un solo y mismo Espíritu? Así pues, el camino que toman es una ascensión tortuosa; es, además, la ascensión a una cima o que conduce a una cima. La ascensión se refiere a la acción, la cima a la fe. De esta forma nos enseña que tanto en la acción como en la fe hay gran dificultad y mucho trabajo. En efecto, nos asaltan multitud de tentaciones y hallamos mil tropiezos en la vida de la fe, cuando nos proponemos vivir según Dios.

Viendo esto el Faraón, escucha lo que dice: «éstos están copados». Para el Faraón, yerran los que siguen a Dios, pues el camino de la sabiduría es un camino tortuoso, tiene muchas curvas, infinitas dificultades, innumerables desniveles.

Finalmente, cuando confiesas que hay un solo Dios, afirmando al mismo tiempo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, ¡qué tortuoso, difícil e intrincado debe parecer esto a los no creyentes! Y cuando seguidamente proclamas que el Señor de la majestad ha sido crucificado y que el Hijo del hombre ha bajado del cielo, ¡qué tortuosas y difíciles deben parecer tales afirmaciones! El que oye esto, si no lo oye con fe, dice que los justos yerran. Pero tú has de permanecer inconmovible y no poner en duda esta fe, en la certeza de que es Dios quien te muestra este camino de fe. Que no se andan los caminos de la vida sin sentir las marejadas de las tentaciones. Nos lo asegura el Apóstol cuando afirma: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido. Pues para quien va en busca de la vida perfecta, es preferible morir en ruta, que no ponerse siquiera en camino en busca de la perfección.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 14, 10-31

Paso del mar Rojo

En aquellos días, se acercaba el Faraón, los israelitas alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos y, muertos de miedo, gritaron al Señor. Y dijeron a Moisés:

«¿No había sepulcros en Egipto?, nos has traído a morir en el desierto; ¿qué es lo que nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: "Déjanos en paz, y serviremos a los egipcios; más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto"?».

Moisés respondió al pueblo:

«No tengáis miedo; estad firmes, y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad en silencio».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y, tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros. Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón, de sus carros y de los guerreros».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa, y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran trabar contacto.

Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos en medio del mar, todos los caballos del Faraón y los carros con sus guerreros.

Mientras velaban al amanecer, miró el Señor al campamento egipcio, desde la columna de fuego y nube, y sembró el pánico en el campamento egipcio. Trabó las ruedas de sus carros y las hizo avanzar pesadamente. Y dijo Egipto:

«Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto».

Dijo el Señor a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a su encuentro, y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón, que lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Israel vio la mano grande del Señor obrando contra los egipcios, y el pueblo temió al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Catequesis 3 (24-27: SC 50, 165-167)

Moisés y Cristo

Los judíos pudieron contemplar milagros. Tú los verás también, y más grandes todavía, más fulgurantes que cuando los judíos salieron de Egipto. No viste al Faraón ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos. Los judíos traspasaron el mar; tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron de los egipcios; tú te has visto libre del maligno. Ellos escaparon de la esclavitud en un país extranjero; tú has huido de la esclavitud del pecado, mucho más penosa todavía.,

¿Quieres conocer de otra manera cómo has sido honrado con mayores favores? Los judíos no pudieron, entonces, mirar de frente el rostro glorificado de Moisés, siendo así que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos; tú, en cambio, has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo afirma: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor.

Ellos tenían entonces a Cristo que los seguía; con mucha más razón, nos sigue él ahora. Porque, entonces, el Señor los acompañaba en atención a Moisés; a nosotros, en cambio, no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia docilidad. Para los judíos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti, después del éxodo de esta vida, está el cielo. Ellos tenían, en la persona de Moisés, un guía y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guía y nos gobierna.

¿Cuál era, en efecto, la característica de Moisés? Moisés –dice la Escritura– era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo Espíritu que le es íntimamente consubstancial. Moisés levantó, en aquel tiempo, sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná; nuestro Moisés levanta hacia el cielo sus manos y nos consigue un alimento eterno. Aquél golpeó la roca e hizo correr un manantial; éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Por esta razón, la mesa se halla situada en medio, como una fuente, con el fin de que los rebaños puedan, desde cualquier parte, afluir a ella y abrevarse con sus corrientes salvadoras.

Puesto que tenemos a nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de espirituales favores, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de recibir gracia y piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y salvador Jesucristo, por quien sean dados al Padre, con el Espíritu Santo, gloria, honor y poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 16, 1-18.35

La lluvia de maná en el desierto

Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, entre Elim y Sinaí, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.

La comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad».

El Señor dijo a Moisés:

«Yo os haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. El sexto día prepararán lo que hayan recogido, y será el doble de lo que recogen a diario».

Moisés y Aarón dijeron a los israelitas:

«Esta tarde sabréis que es el Señor quien os ha sacado de Egipto, y mañana veréis la gloria del Señor. He oído vuestras protestas contra el Señor; ¿nosotros qué somos para que murmuréis de nosotros? Esta tarde os dará a comer carne y mañana os saciará de pan; os ha oído murmurar de él; ¿nosotros qué somos? No habéis murmurado de nosotros, sino del Señor».

Moisés dijo a Aarón:

«Di a la comunidad de los israelitas: "Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones"».

Mientras Aarón hablaba a la asamblea, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube. El Señor dijo a Moisés:

«He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: "Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios"».

Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron:

«¿Qué es esto?»

Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:

«Es el pan que el Señor os da de comer. Estas son las órdenes del Señor: que cada uno recoja lo que pueda comer: un celemín por cabeza para todas las personas que vivan en una tienda».

Así lo hicieron los israelitas: unos recogieron más, otros menos. Y, al medirlo en el celemín, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: había recogido cada uno lo que podía comer.

Los israelitas comieron maná durante cuarenta años hasta que llegaron a tierra habitada; comieron maná hasta atravesar la frontera de Canaán.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 140 (4-6: CCL 40, 2028-2029)

La pasión de todo el cuerpo de Cristo

Señor, te he llamado, ven deprisa. Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo solo, lo dice el Cristo total. Pero se refiere, sobre todo, a su cuerpo personal; ya que, cuando se encontraba en este mundo, Cristo oró con su ser de carne, oró al Padre con su cuerpo, y, mientras oraba, gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo sino la pasión de los mártires de la Iglesia?

Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero si, en cambio, la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamado, ven deprisa, sino también: Escucha mi voz cuando te llamo.

Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios con él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto acepto a Dios. Aquella ofrenda de la tarde se convirtió en ofrenda matutina por la resurrección. La oración brota, pues, pura y directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 17, 1-16

El agua de la piedra. Lucha contra Amalec

En aquellos días, la asamblea de los israelitas se marchó del desierto de Sin, por etapas, según las órdenes del Señor, y acamparon en Rafidín, donde el pueblo no encontró agua de beber. El pueblo riñó con Moisés, diciendo

«Danos agua de beber».

El les respondió:

«¿Por qué me reñís a mí y tentáis al Señor?».

El pueblo torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?». Clamó Moisés al Señor y dijo:

«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».

Respondió el Señor a Moisés:

«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

«¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?». Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré de pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano».

Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol.

Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada. El Señor dijo a Moisés:

«Escríbelo en un libro de memorias y léeselo a Josué:

"Borraré la memoria de Amalec bajo el cielo"».

Moisés levantó un altar y lo llamó «Señor, mi estandarte», diciendo:

«Una mano en el estandarte del Señor; el Señor está en guerra con Amalec de generación en generación».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 3: PG 68, 275-278)

Las brillantes gestas de Cristo

Moisés subió al monte, a la misma cima de una montaña para contemplar desde allí la batalla y asistir a la acertada actuación de Josué durante la lucha. Y mientras Moisés tenía en alto la mano, Israel era el más fuerte; mientras la tenía baja, se debilitaba Israel y prevalecía Amalec. En realidad, no sólo Israel en su totalidad, pero ni siquiera quienes aisladamente consideraron como un gran honor asemejarse a Cristo, enarbolando su oprobio, es decir, su cruz venerable, pueden en modo alguno ser vencidos por el diablo ni por otro enemigo cualquiera empeñado en destruirlo. Las manos extendidas al cielo son una clara figura de la cruz.

También se nos dice que a Moisés le pesaban las manos y que las mantenía en alto no sin dificultad. Cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Esta piedra probada, angular, preciosa, de cimiento, es Cristo, sobre el cual se sientan extendiendo las manos, es decir, tomando la cruz, los israelitas más dóciles y obedientes: aquel pequeño resto según la gracia de la elección, que es confirmado y conservado por Cristo, juez y sumo sacerdote a la vez, del que Jur y Aarón eran figura.

Así pues, Cristo reúne en su única persona las prerrogativas de ambos: juez y sumo sacerdote. El conservaba para la salvación en la fe al resto de Israel elegido por puro favor. Este creo que es el significado de aquellas palabras proféticamente pronunciadas por boca de Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.

En efecto, cuando cayó Amalec, que ofrecía resistencia, el Señor dijo a Moisés: Escríbelo en un libro de memorias y léeselo a Josué. Pues aquellas brillantes gestas de Cristo debían ser confiadas, para continua y eterna memoria, a los escritos de los santos evangelistas. Se ordenó además que este escrito se lo leyeran a Josué: pues las gestas de aquellos santos varones, cual dones celestes, o como alabanzas y encomios están dedicadas a Cristo.

Desbaratado, pues, y vencido Amalec, Moisés levantó un altar a Dios, y lo llamó: «Señor, mi estandarte». También este altar es figura de Cristo, pues se constituyó en Señor nuestro y en nuestro estandarte al debelar al príncipe de este mundo, al aplastar el poder de la muerte, y al ofrecerse a sí mismo por nosotros como hostia inmaculada de suave olor para Dios Padre. Por tanto, aquel altar fue figura de Cristo, cuyo nombre adecuado y verdadero es: «Señor, mi estandarte».



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 18, 13-27

Moisés nombra jueces

En aquellos días, Moisés se sentó a resolver los asuntos del pueblo, y todo el pueblo acudía a él, de la mañana a la noche. Viendo el suegro de Moisés todo lo que hacía éste por el pueblo, le dijo:

«¿Qué es lo que haces con el pueblo? ¿Por qué estás sentado tú solo mientras todo el pueblo acude a ti, de la mañana a la noche?».

Moisés respondió a su suegro:

«El pueblo acude a mí para que consulte a Dios; cuando tienen pleito, vienen a mí a que se lo resuelva, y a que les explique las leyes y mandatos del Señor».

El suegro de Moisés le replicó:

«No está bien lo que haces; os estáis matando tú y el pueblo que te acompaña; la tarea es demasiado gravosa y no puedes despacharla tú solo. Acepta mi consejo, y que Dios esté contigo: tú representas al pueblo ante Dios, y le presentas sus asuntos; inculcas al pueblo los mandatos y preceptos, le enseñas el camino que debe seguir y las acciones que debe realizar. Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles, temerosos de Dios, sinceros, enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte; ellos administrarán justicia al pueblo regularmente: los asuntos graves que te los pasen a ti, los asuntos sencillos que los resuelvan ellos; así os repartiréis la carga, y tú podrás con la tuya. Si haces lo que te digo, y Dios te da instrucciones, podrás resistir, y el pueblo se volverá a casa en paz».

Moisés aceptó el consejo de su suegro e hizo lo que le decía. Escogió entre todos los israelitas gente hábil y los puso al frente del pueblo, como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte. Ellos administraban justicia al pueblo regularmente: los asuntos complicados se los pasaban a Moisés, los sencillos los resolvían ellos.

Moisés despidió a su suegro, y éste se volvió a su tierra.


SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 127 (1-3: CSEL 24, 628-630)

Del verdadero temor de Dios
¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!

Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que tener en cuenta que nunca se habla sólo de él, como si el temor fuera suficiente para conducir la fe hasta su consumación, sino que se le añaden o se le anteponen muchas otras cosas por las que pueda comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor; como podemos deducir de lo dicho por Salomón en los Proverbios: Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor.

Vemos, en efecto, a través de cuántos grados se llega al temor del Señor. Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda suerte de menesteres intelectuales, así como buscarla y tratar de dar con ella; entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Pues, por lo que se refiere a la manera común del pensar humano, no es así como se acostumbra a entender el temor.

El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que lo suscitan en nosotros.

En cambio, del temor del Señor, así está escrito: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se lo encuentra en el miedo, sino en el razonamiento doctrinal; no brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento de la verdad.

Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos, pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien.

Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero, cuando habla de sí mismo, se denomina a sí mismo «camino», y muestra la razón de llamarse así, cuando dice: Nadie va al Padre, sino por mí.

Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder encontrar el único que es bueno, ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Pues hay caminos en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las diversas obras de los mandamientos, y son bienaventurados los que andan por ellos, en el temor de Dios.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 19, 1-19; 20, 18-21

Promesa de la alianza
y aparición del Señor en el Sinaí

Aquel día, a los tres meses de salir de Egipto, los israelitas llegaron al desierto de Sinaí: saliendo de Rafidín, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon allí, frente al monte. Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde el monte, diciendo:

«Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mivoz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa". Estas son las palabras que has de decir a los israelitas».

Moisés convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado. Todo el pueblo, a una, respondió:

«Haremos todo cuanto ha dicho el Señor».

Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor; y el Señor le dijo:

«Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar lo que te digo, y te crea en adelante».

Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho. Y el Señor le dijo:

«Vuelve a tu pueblo, purifícalos hoy y mañana, que se laven la ropa y estén preparados para pasado mañana; pues el Señor bajará al monte Sinaí a la vista del pueblo. Traza un límite alrededor y prepara al pueblo, avisándole: "Cuidado con subir al monte o acercarse a la falda; el que se acerque al monte es reo de muerte. Lo ejecutaréis, sin tocarlo, a pedradas o con flechas, sea hombre o animal; no quedará con vida. Sólo cuando suene el cuerno, podrán subir al monte"».

Moisés bajó del monte adonde estaba el pueblo, lo purificó y le hizo lavarse la ropa. Después les dijo:

«Estad preparados para el tercer día, y no toquéis a vuestras mujeres».

Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios y se detuvieron al pie del monte. Todo el Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en forma de fuego. Subía humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno.

Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Y dijeron a Moisés:

«Háblanos tú, y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos».

Moisés respondió al pueblo:

«No temáis: Dios ha venido para probaros, para que tengáis presente su temor, y no pequéis».

El pueblo se quedó a distancia, y Moisés se acercó hasta la nube donde estaba Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4,16, 1-5: SC 100, 564-572)

La alianza del Señor

Moisés dice al pueblo en el Deuteronomio: El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb; no hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros.

¿Por qué razón no la hizo con nuestros padres? Porque la ley no ha sido instituida para el justo; y los padres eran justos, tenían la eficacia del decálogo inscrita en sus corazones y en sus almas, amaban a Dios, que los había creado, y se abstenían de la injusticia con respecto al prójimo: razón por la cual no había sido necesario amonestarlos con un texto de corrección, ya que llevaban la justicia de la ley dentro de ellos.

Pero cuando esta justicia y este amor hacia Dios cayeron en olvido y se extinguieron en Egipto, Dios, a causa de su mucha misericordia hacia los hombres, tuvo que manifestarse a sí mismo mediante la palabra.

Con su poder, sacó de Egipto al pueblo para que el hombre volviese a seguir a Dios; y afligía con prohibiciones a sus oyentes, para que nadie despreciara a su Creador.

Y lo alimentó con el maná, para que recibiera un alimento espiritual, como dice también Moisés en el Deuteronomio: Te alimentó con el maná, que tus padres no conocieron, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.

Exigía también el amor hacia Dios e insinuaba la justicia que se debe al prójimo, para que el hombre no fuera injusto ni indigno para con Dios, preparando de antemano al hombre, mediante el decálogo, para su amistad y la concordia que debe mantener con su prójimo; cosas todas provechosas para el hombre, ya que Dios no necesita nada de él.

Efectivamente, todo esto glorificaba al hombre, completando lo que le faltaba, esto es, la amistad de Dios; pero a Dios no le era de ninguna utilidad, pues Dios no necesitaba del amor del hombre.

En cambio, al hombre le faltaba la gloria de Dios, y era absolutamente imposible que la alcanzara, a no ser por su empeño en agradarle. Por eso, dijo también Moisés al pueblo: Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra.

A fin de preparar al hombre para semejante vida, el Señor dio, por sí mismo y para todos los hombres, las palabras del decálogo: por ello, estas palabras continúan válidas también para nosotros, y la venida en carne de nuestro Señor no las abrogó, antes al contrario les dio plenitud y universalidad.

En cambio, aquellas otras palabras que contenían sólo un significado de servidumbre, aptas para la erudición y el castigo del pueblo de Israel, las dio separadamente, por medio de Moisés, y sólo para aquel pueblo, tal como dice el mismo Moisés: Yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor.

Aquellos preceptos, pues, que fueron dados como signo de servidumbre a Israel han sido abrogados por la nueva alianza de libertad; en cambio, aquellos otros que forman parte del mismo derecho natural y son origen de libertad para todos los hombres, quiso Dios que encontraran mayor plenitud y universalidad, concediendo con largueza y sin límites que todos los hombres pudieran conocerlo como padre adoptivo, pudieran amarlo y pudieran seguir, sin dificultad, a aquel que es su Palabra.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 20, 1-17

Promulgación de la ley en el Sinaí

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:

«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí.

No te harás idolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

No cometerás adulterio.No robarás.

No darás testimonio falso contra tu prójimo.

No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre la huida del mundo (Caps 6, 36; 7, 44; 9, 52)

Unirse a Dios, único bien verdadero

Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por lo tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción.

Este es el bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, porque es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y, por lo tanto, todo lo bueno es divino, y todo lo divino es bueno; por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes, sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles, al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.

Hemos muerto con Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. No vivimos ya aquella vida nuestra, sino la de Cristo, una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para herirlo.

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir estando aquí, y estar, al mismo tiempo, junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a base de apariencias, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.

Conque si Dios es nuestro refugio y se halla en el cielo y sobre los cielos, es hacia allí hacia donde hay que huir, donde está la paz, donde nos aguarda el descanso de nuestros afanes y la saciedad de un gran sábado, como dijo Moisés: El descanso de la tierra os servirá de alimento. Pues la saciedad, el placer y el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su felicidad. Huyamos, pues, como los ciervos, hacia las fuentes de las aguas; que sienta sed nuestra alma como la sentía David. ¿Cuál es aquella fuente? Óyele decir: En ti está la fuente viva. Y que mi alma diga a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues Dios es esa fuente.