DOMINGO VI DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 20, 17-38

En Mileto, habla Pablo a los presbíteros de Efeso

En aquellos días, Pablo, desde Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando se presentaron les dijo:

—Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día en que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos. Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús.

Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del evangelio, que es gracia de Dios.

He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca me he reservado nada; os he anunciado enteramente el plan de Dios. Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.

Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular.

Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir».

Cuando terminó de hablar se puso de rodillas con todos y rezó. Todos lloraban mucho y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho de que no volverían a verlo. Luego le acompañaron hasta el barco.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 55 (1-2: CCL 23, 221-222)

Cristo es comparado con el águila

Hermanos: Recordará vuestra santidad que recientemente dije en mi predicación que el hombre recupera su juventud y que, aun debilitado por la edad, se convierte nuevamente en niño por la inocencia de sus costumbres; de suerte que, mediante el sacramento, vemos a los ancianos trasformarse en niños. En efecto, abandonar lo que uno era para asumir lo que antes había sido, no deja de ser una especie de innovación. Es, repito, una innovación. Por eso se les llama neófitos, pues gracias a una concreta novedad, han abandonado las lacras de la vetustez y asumido la gracia de la sencillez, como dice el Apóstol: Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y vestíos de la nueva condición creada a imagen de Dios. Y el santo David dice también: Y como un águila se renueva tu juventud, dando a entender que, por la gracia del bautismo, es posible hacer revivir lo que de caduco hay en nuestra vida, y, renovarse con una nueva juventud lo que en nosotros estaba arruinado por la vetustez del pecado. Y para que comprendas que el profeta habla de la gracia del bautismo, compara la innovación bautismal a la renovación del águila, de la cual se dice que prolonga su vida mediante el continuo cambio del plumaje y que, al írsele cayendo las plumas viejas, se rejuvenece con el nuevo plumaje que le va saliendo, de modo que depuestos los signos de la vejez, se viste el ornato de la renovada novedad. De donde cabe deducir que la vejez del águila se hace sentir no en los miembros, sino en el plumaje. En efecto, se viste nuevamente, y al pulular de las alas, otra vez la vieja madre se convierte en aguilucho. Pues a los polluelos hemos de compararla cuando, con el aterciopelado plumaje recién estrenado, tiene que entrenarse nuevamente en sus torpes vuelos y reducir, como ave novata, a la estrechez del nido y a unos inseguros tanteos, los majestuosos vuelos de otros tiempos. Porque aun cuando la costumbre le haya dotado del arte de volar, la escasez del plumaje le resta confianza en sí misma.

Esta profecía del salmista se refiere, pues, a la gracia del bautismo. En efecto, también nuestros neófitos, recientemente bautizados, deponiendo como el águila los signos de la vetustez, se revistieron las nuevas vestiduras de la santidad; y mientras las antiguas lacras van desprendiéndose cual leves plumas, se ornan con la renacida gracia de la inmortalidad. De tal suerte, que en ellos sólo envejecen los caducos pecados de la senectud, no la vida. Y lo mismo que el águila se transforma en aguilucho, así ellos vuelven a la infancia. Están enterados de la vida en el mundo, pero les asiste la seguridad de la reencontrada justicia.

Pero examinemos con mayor diligencia aún lo que dice el santo David. No dice: como las águilas se renueva; sino: como un águila se renueva tu juventud. Afirma, pues, que nuestra juventud se ha de renovar como la de una sola águila. Y yo diría que esta sola y única águila es en realidad Cristo el Señor, cuya juventud se renovó cuando resucitó de entre los muertos. Pues, depuestos los mortales despojos de la corrupción, volvió a florecer mediante la asunción de la carne rediviva, como él mismo dice por boca del profeta: Mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón. Mi carne —dice— de nuevo ha florecido. Fijaos qué verbo ha utilizado. No dice: floreció, sino: refloreció, pues no reflorece sino lo que anteriormente floreció. Floreció efectivamente la carne del Señor cuando, por primera vez, salió del incontaminado seno de la Virgen María, como dice Isaías: Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Refloreció, en cambio, cuando cortada por los judíos la flor del cuerpo, germinó rediviva en el sepulcro por la gloria de la resurrección; y al igual que una flor, exhaló sobre todos los hombres el aroma y el esplendor de la inmortalidad esparciendo por doquier con suavidad el olor de las buenas obras y manifestando con esplendor la incorruptibilidad de la eterna divinidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 21, 1-26

Viaje a Jerusalén

Después de separarnos de los presbíteros de la Iglesia de Efeso, navegamos derechos a Cos; al día siguiente, a Rodas, y de allí, a Pátara. Encontrando un barco que hacía la travesía a Fenicia, nos embarcamos y zarpamos. Después de avistar Chipre y dejarla a babor, seguimos rumbo a Siria y llegamos a Tiro, donde el barco tenía que descargar.

Dimos con los discípulos y pasamos una semana con ellos. Movidos por el Espíritu, le decían a Pablo que no pusiera pie en Jerusalén; pero al cabo de la semana los dejamos y continuamos el viaje. Todos, incluso las mujeres y los niños, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad. Después de arrodillamos a rezar en la playa, nos separamos de ellos, nos embarcamos y ellos se volvieron a sus casas.

Terminado el viaje por mar, desde Tiro llegamos a Tolemaida, saludamos allí a los hermanos y nos quedamos un día con ellos. Salimos al día siguiente y llegamos a Cesarea; fuimos a ver a Felipe, el misionero ambulante, uno de aquellos Siete, y nos hospedamos en su casa. Felipe tenía cuatro hijas solteras con el don de hablar inspiradas.

Cuando llevábamos allí varios días, bajó de Judea un inspirado que se llamaba Agabo; vino a vernos, cogió la faja de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo:

—Esto dice el Espíritu Santo: al dueño de esta faja lo atarán así los judíos en Jerusalén y lo entregarán a los paganos.

Al oír aquello, nosotros y los del lugar le insistíamos a Pablo en que no subiera a Jerusalén, pero Pablo replicó:

—¿A qué viene este llanto?, ¿queréis desmoralizarme? No sólo estoy dispuesto a llevar cadenas, sino incluso a morir en Jerusalén por el Señor Jesús.

Como no hubo manera de persuadirlo, desistimos diciendo:

—Sea lo que Dios quiera.

Pasados algunos días y acabados los preparativos emprendimos la subida a Jerusalén. Desde Cesarea nos acompañaron algunos discípulos para llevarnos a casa de un tal Nasón, natural de Chipre, discípulo de la primera época, que iba a darnos alojamiento.

Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron gustosos. Al día siguiente fuimos con Pablo a casa de Santiago, donde estaban también todos los responsables. Pablo los saludó y les contó punto por punto lo que Dios había hecho entre los paganos por ministerio suyo. Al oírlo, alabaron a Dios y le dijeron:

—Hermano, ya ves cuántos miles de judíos se han hecho creyentes, pero todos siguen siendo fanáticos de la ley. Por otra parte, han oído rumores acerca de ti: que a los judíos que viven entre paganos les enseñas que rompan con Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. A ver qué hacemos. Por supuesto, se van a enterar de que has llegado; por eso, sigue nuestro consejo: hay aquí cuatro hombres que tienen que cumplir un voto; llévatelos, purifícate con ellos y costéales tú el afeitado decabeza; así sabrán todos que no hay nada de lo que se dice, sino que también tú estás por la observancia de la ley. Por lo que toca a los paganos que se han hecho creyentes, nosotros les comunicamos por escrito lo que habíamos decidido: que se abstengan de carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre y carne de animales estrangulados y de contraer uniones ilegales.

Entonces Pablo se llevó a aquellos hombres, se purificó con ellos al día siguiente y entró en el templo para avisar cuándo se terminaban los días de la purificación y tocaba ofrecer la oblación por cada uno.


SEGUNDA LECTURA

Dídimo de Alejandría, Tratado sobre la santísima Trinidad (Lib 2, 12: PG 39, 667-674)

El Espíritu Santo nos renueva en el bautismo

En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como Dios que es, a una con el Padre y el Hijo, y nos devuelve desde el informe estado en que nos hallamos a la primitiva belleza, así como nos llena con su gracia de forma que ya no podemos ir tras cosa alguna que no sea deseable; nos libera del pecado y de la muerte; de terrenos, es decir, de hechos de tierra y polvo, nos convierte en espirituales, partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos suyos, que habrán de ser glorificados con él y reinarán con él; en lugar de la tierra nos da el cielo y nos concede liberalmente el paraíso; nos honra más que a los ángeles; y con las aguas divinas de la piscina bautismal apaga la inmensa llama inextinguible del infierno.

En efecto, los hombres son concebidos dos veces, una corporalmente, la otra por el Espíritu divino. De ambas escribieron acertadamente los evangelistas, y yo estoy dispuesto a citar el nombre y la doctrina de cada uno.

Juan: A cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Todos aquellos, dice, que creyeron en Cristo recibieron el poder de hacerse hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, para que llegaran a ser de la misma naturaleza de Dios. Y, para poner de relieve que aquel Dios que engendra es el Espíritu Santo, añadió con palabras de Cristo: Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

Así, pues, de una manera visible, la pila bautismal da a luz a nuestro cuerpo mediante el ministerio de los sacerdotes; de una manera espiritual, el Espíritu de Dios, invisible para cualquier inteligencia, bautiza en sí mismo y regenera al mismo tiempo cuerpo y alma, con el ministerio de los ángeles.

Por lo que el Bautista, históricamente y de acuerdo con esta expresión de agua y de Espíritu, dijo a propósito de Cristo: El os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Pues el vaso humano, como frágil que es, necesita primero purificarse con el agua y luego fortalecerse y perfeccionarse con el fuego espiritual (Dios es, en efecto, un fuego devorador): y por esto necesitamos del Espíritu Santo, que es quien nos perfecciona y renueva: este fuego espiritual puede, efectivamente, regar, y esta agua espiritual es capaz de fundir como el fuego.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 21, 27-40a

Pablo, arrestado en el templo

Cuando estaban para cumplirse los siete días de la purificación, los judíos de Asia, que vieron a Pablo en el templo, alborotaron al gentío y agarraron a Pablo, gritando:

—¡Auxilio, israelitas! Este es el individuo que ataca a nuestro pueblo, a nuestra ley y a este lugar, enseñando a todo el mundo por todas partes. Además, ha introducido a unos griegos en el templo, profanando este lugar santo.

Era que antes habían visto por la ciudad a Trófimo el de Efeso con Pablo, y pensaban que Pablo lo había introducido en el templo.

El revuelo cundió por toda la ciudad, y hubo una avalancha de gente; agarraron a Pablo, lo sacaron del templo a rastras e inmediatamente cerraron las puertas.

Intentaban matarlo, cuando llegó noticia al comandante de la guarnición de que toda Jerusalén andaba revuelta. Inmediatamente cogió tropa y oficiales y bajó corriendo. Al ver al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. El comandante se acercó, agarró a Pablo y dio orden de que lo ataran con dos cadenas; luego intentó averiguar quién era y qué había hecho, pero en el gentío cada uno gritaba una cosa. No pudiendo sacar nada en limpio por el barullo, ordenó que lo condujeran al cuartel; al llegar a la escalinata era tal la violencia de la gente, que los soldados tuvieron que llevar a Pablo en volandas, pues el pueblo en masa venía detrás gritando:

—¡Muera!

Cuando estaban para meterlo en el cuartel, dijo Pablo al comandante:

—¿Me permites decirte dos palabras?

El comandante contestó:

—¿Sabes griego? Entonces ¿no eres tú el egipcio que hace poco amotinó a aquellos cuatro mil guerrilleros y se echó al campo con ellos?

Pablo contestó:

—¿Yo? Yo soy judío, natural de Tarso, ciudad de Cilicia que tiene su fama; por favor, permíteme hablar al pueblo.

Le dio permiso, y Pablo, de pie en las gradas, hizo señas al pueblo con la mano.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 73 (1-2: CCL 138 A, 450-452)

Demos gracias por la divina economía

Desde la feliz y gloriosa resurrección de nuestro Señor Jesucristo, con que el verdadero templo de Dios, destruido por la impiedad judaica, fue reconstruido en tres días por el divino poder, hoy se cumple, amadísimos, la sagrada cuarentena dispuesta por la divina economía y previsoramente utilizada para nuestra instrucción: de modo que al prolongar durante este tiempo su presencia corporal, dé el Señor la necesaria solidez a la fe en la resurrección con la aportación de las oportunas pruebas.

La muerte de Cristo había, en efecto, turbado profundamente el corazón de los discípulos y, viendo el suplicio de la cruz, la exhalación del último aliento, y la sepultura del cuerpo exánime, un cierto abatimiento difidente se había insinuado en los corazones apesadumbrados por la tristeza. Tanto que, cuando las santas mujeres anunciaron —como nos narra la historia evangélica— que la piedra del sepulcro estaba corrida, que la tumba estaba vacía y que habían visto ángeles que atestiguaban que el Señor vivía, estas palabras les parecieron a los apóstoles y demás discípulos afirmaciones rayanas con el delirio. Nunca el Espíritu de verdad hubiera permitido que una tal hesitación, tributo de la humana debilidad, prendiese en el corazón de sus predicadores, si aquella titubeante solicitud y aquella curiosa circunspección no hubiera servido para echar los cimientos de nuestra fe. En los apóstoles eran anticipadamente curadas nuestras turbaciones y nuestros peligros: en aquellos hombres éramos nosotros entrenados contra las calumnias de los impíos y contra las argucias de la humana sabiduría. Su visión nos instruyó, su audición nos adoctrinó, su tacto nos confirmó. Demos gracias por la divina economía y por la necesaria torpeza de los santos padres. Dudaron ellos, para que no dudáramos nosotros.

Por tanto, amadísimos, aquellos días que transcurrieron entre la resurrección del Señor y su ascensión no se perdieron ociosamente, sino que durante ellos se confirmaron grandes sacramentos, se revelaron grandes misterios.

En aquellos días se abolió el temor de la horrible muerte, y no sólo se declaró la inmortalidad del alma, sino también la de la carne. Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y los reprendió por su resistencia en creer, a ellos, que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada, inmensamente mayor que la que tuvieron nuestros primogenitores, confusos por la propia prevaricación.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 21, 40b—22, 21

Defensa de Pablo

Se hizo un gran silencio, y les dirigió la palabra en su lengua:

—Padres y hermanos míos, escuchad la defensa que os presento ahora.

Al oír que les hablaba en su lengua, el silencio se hizo aún mayor. Pablo continuó:

—Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y el Senado. Ellos me dieron cartas pera los hermanos de Damasco, y fui allí para traer presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los condenaran.

Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente, un relámpago me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía:

—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Yo pregunté:

—¿Quién eres, Señor?

Me respondió:

—Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz.

Yo pregunté:

—¿Qué debo hacer, Señor?

El Señor me respondió:

—Levántate, sigue hasta Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer.

Como yo no veía, cegado por el resplandor del relámpago, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.

Un cierto Ananías, devoto de la ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo:

—Saulo, hermano, recobra la vista.

Inmediatamente recobré la vista y lo vi.

El me dijo:

—El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que por la invocación de su nombre lavará tus pecados.

Regresé a Jerusalén, y estando en el templo caí en éxtasis; y lo vi a él, que me decía:

—Date prisa, vete en seguida de Jerusalén, porque no van a aceptar tu testimonio acerca de mí.

Yo repliqué:

—Señor, si ellos saben que yo iba por las sinagogas para encarcelar a tus fieles y azotarlos; además, cuando se derramó la sangre de Esteban, tu testigo, estaba yo presente, aprobando aquello y guardando la ropa de los que lo mataban.

Pero él me dijo:

—Anda, que yo te voy a enviar a pueblos lejanos.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 73 (4-5: CCL A, 452-454)

La ascensión de Cristo es nuestra propia exaltación

Amadísimos: durante todo este tiempo que media entre la resurrección del Señor y su ascensión, la providencia de Dios se ocupó en demostrar, insinuándose en los ojos y en el corazón de los suyos, que la resurrección del Señor Jesucristo era tan real como su nacimiento, pasión y muerte.

Por esto, los apóstoles y todos los discípulos, que estaban turbados por su muerte en la cruz y dudaban de su resurrección, fueron fortalecidos de tal modo por la evidencia de la verdad que, cuando el Señor subió al cielo, no sólo no experimentaron tristeza alguna, sino que se llenaron de gran gozo.

Y es que en realidad fue motivo de una inmensa e inefable alegría el hecho de que la naturaleza humana, en presencia de una santa multitud, ascendiera por encima de la dignidad de todas las criaturas celestiales, para ser elevada más allá de todos los ángeles, por encima de los mismos arcángeles, sin que ningún grado de elevación pudiera dar la medida de su exaltación, hasta ser recibida junto al Padre, entronizada y asociada a la gloria de aquel con cuya naturaleza divina se había unido en la persona de su Hijo.

Ahora bien, como quiera que la ascensión de Cristo es nuestra propia exaltación y adonde ha precedido la gloria de la cabeza, allí es estimulada la esperanza del cuerpo, alegrémonos, amadísimos, con dignos sentimientos de júbilo y deshagámosnos en sentidas acciones de gracias. Pues en el día de hoy no sólo se nos ha confirmado la posesión del paraíso, sino que, en Cristo, hemos penetrado en lo más alto del cielo, consiguiendo, por la inefable gracia de Cristo, mucho más de lo que habíamos perdido por la envidia del diablo. En efecto, a los que el virulento enemigo había arrojado de la felicidad de la primera morada, a ésos, incorporados ya a Cristo, el Hijo de Dios los ha colocado a la derecha del Padre: con el cual vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 22—23, 11

Pablo ante el Sanedrín

Hasta aquel momento lo estuvieron escuchando, pero entonces empezaron a gritar:

—¡Quita de en medio a ese individuo, no merece vivir!

Como seguían vociferando, tirando los mantos y echando polvo al aire, el comandante mandó que metieran a Pablo en el cuartel y ordenó que lo hicieran hablar a latigazos, para averiguar por qué gritaban así contra él.

Mientras lo estiraban con las correas preguntó Pablo al capitán que estaba presente:

—¿Os está permitido azotar a un ciudadano romano sin previa sentencia?

Al oírlo, el capitán fue a avisar al comandante:

—Mira bien lo que vas a hacer, ese hombre es romano. Acudió el comandante y le preguntó:

—Dime, ¿tú eres romano?

Pablo respondió:

—Sí.

El comandante añadió:

—A mí la ciudadanía romana me ha costado una fortuna. Pablo contestó:

—Pues yo la tengo de nacimiento.

Los que iban a hacerlo hablar se retiraron en seguida, y el comandante tuvo miedo de haberle puesto cadenas siendo ciudadano romano.

Al día siguiente, queriendo poner en claro de qué lo acusaban los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno, bajó y se lo presentó.

Pablo, mirando al Consejo, dijo:

—Hermanos, yo hasta ahora he procedido con Dios con la mejor conciencia.

A esto, el sumo sacerdote Ananías ordenó a sus ayudantes que le dieran un golpe en la boca.

Pablo replicó:

—Dios te golpeará a ti, muro encalado; estás ahí sentado para juzgarme conforme a la ley y ¿violas la ley mandando que me peguen?

Los presentes dijeron:

—¿Insultas al sumo sacerdote de Dios?

Respondió Pablo:

—Hermanos, no sabía que fuese sumo sacerdote. Sí, la Escritura dice: «No maldecirás al jefe de tu pueblo».

Pablo sabía que una parte del Consejo eran fariseos y otra saduceos y gritó:

—Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos.

Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto).

Se armó un griterío, y algunos letrados del partido fariseo se pusieron en pie porfiando:

—No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?

El altercado arreciaba, y el comandante, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.

La noche siguiente el Señor se le presentó y le dijo:

—¡Animo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre la segunda carta a los Corintios (Caps 5, 5—6, 2: PG 74, 942-943)

Dios nos ha reconciliado por medio de Cristo
y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación

Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la resurrección, como si poseyeran ya aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora ya no conocen a nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a la corrupción de la carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad que cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos libres de la corrupción.

Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como quien dice: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y, para que nosotros tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a Cristo; sin embargo, ahora ya no es así como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo humano, ya que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto que murió de una vez para siempre y ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima de la carne, y no en la carne. Por esto, dice con toda razón san Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Hemos sido, en efecto, justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la maldición, puesto que él ha resucitado para librarnos, conculcando el poder de la muerte; y, además, hemos conocido al que es por naturaleza propia Dios verdadero, a quien damos culto en espírituy en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el mundo las bendiciones divinas que proceden del Padre.

Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo, ya que el misterio de la encarnación y la renovación consiguiente a la misma se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y, así, todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

En los lugares donde la solemnidad de la Ascensión se celebra hoy, se utiliza el formulario de dicha solemnidad (ver domingo siguiente)



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 23, 12-35

Conspiración de los judíos contra Pablo

Por la mañana temprano tuvieron los judíos un conciliábulo y juraron no comer ni beber hasta que mataran a Pablo; los juramentados eran más de cuarenta. Se presentaron a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:

–Hemos jurado solemnemente no probar bocado hasta que matemos a Pablo. Ahora vosotros, de acuerdo con el Consejo, pedid al comandante que mande bajarlo con el pretexto de examinar su caso con más detalle. Nosotros estaremos preparados para eliminarlo antes de que llegue.

Pero el sobrino de Pablo, hijo de su hermana, se enteró de la emboscada; se presentó en el cuartel, lo dejaron entrar y se lo avisó a Pablo. Pablo llamó al capitán y le dijo:

—Conduce este joven al comandante, que tiene algo que comunicarle.

El capitán se lo llevó al comandante y le dijo:

–El preso Pablo me ha llamado y me ha pedido que te traiga este muchacho, que tiene algo que decirte.

El comandante lo cogió de la mano, se lo llevó aparte y le preguntó:

—¿De qué se trata?

El muchacho contestó:

–Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirte que mañana hagas bajar a Pablo al Consejo, con pretexto de examinar su caso con más detalle. Tú no lo creas, porque van a tenderle una emboscada más de cuarenta de ellos, que han jurado no comer ni beber hasta que lo eliminen. Ya están preparados, sólo aguardan a que tú des permiso.

El comandante despidió al muchacho encargándole:

—No digas a nadie que me has denunciado esto.

Llamó a dos capitanes y les dio estas órdenes:

—Para las nueve de la noche 'tened preparados doscientos soldados de infantería, setenta de caballería y doscientos lanceros, que tienen que ir a Cesarea. Proveed también cabalgaduras para que las monte Pablo y lo llevéis a salvo al gobernador Félix.

Escribió además una carta en estos términos:

—«Claudio Lisias saluda a su excelencia el gobernador Félix. A este hombre lo habían prendido los judíos y lo iban a matar; al enterarme yo de que era ciudadano romano, acudí con la tropa y se lo quité de las manos. Decidido a averiguar el crimen de que lo acusaban, lo mandé al Consejo judío; me resultó que las acusaciones se referían a cuestiones de su ley, pero no a delitos que mereciesen muerte o prisión. Al ser informado de que se preparaba un atentado contra este hombre, te lo remito sin dilación, y notifico a sus acusadores que formulen sus querellas ante ti».

Siguiendo las órdenes recibidas, los soldados cogieron a Pablo y lo condujeron de noche hasta Antípatris; al día siguiente lo dejaron con los de caballería y se volvieron al cuartel. El grupo llegó a Cesarea, entregaron la carta algobernador y le presentaron a Pablo. La leyó y preguntó de qué provincia era; averiguado que era de Cilicia, le dijo:

–Te daré audiencia cuando se presenten tus acusadores

Y mandó que quedase detenido en el palacio de Herodes.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 74 (3-4: CCL 138 A, 458-459)

Te reservo para cosas más sublimes,
te preparo cosas mayores

Esta fe, aumentada por la ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu Santo, ya no se amilana por las caden as, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y frágiles doncellas han luchado, en todo el mundo, por esta fe, hasta derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita a los muertos.

Por esto, los mismos apóstoles que, a pesar de los milagros que habían contemplado y de las enseñanzas que habían recibido, se acobardaron ante las atrocidades de la pasión del Señor y se mostraron reacios en admitir el hecho de la resurrección, recibieron un progreso espiritual tan grande de la ascensión del Señor, que todo lo que antes les era motivo de temor se les convirtió en motivo de gozo. Es que su espíritu estaba ahora totalmente elevado por la contemplación de la divinidad, sentada a la derecha del Padre; y al no ver el cuerpo del Señor podían comprender con mayor claridad que aquél no había dejado al Padre, al bajar a la tierra, ni había abandonado a sus discípulos, al subir al cielo.

Entonces, amadísimos, el Hijo del hombre se mostró, de un modo más excelente y sagrado, como Hijo de Dios, al ser recibido en la gloria de la majestad del Padre, y, al alejarse de nosotros por su humanidad, comenzó a estar presente entre nosotros de un modo nuevo e inefable por su divinidad.

Entonces nuestra fe comenzó a adquirir un mayor y progresivo conocimiento de la igualdad del Hijo con el Padre, y a no necesitar de la presencia palpable de la sustancia corpórea de Cristo, según la cual es inferior al Padre; pues, subsistiendo la naturaleza del cuerpo glorificado de Cristo, la fe de los creyentes es llamada allí donde podrá tocar al Hijo único, igual al Padre, no ya con la mano, sino mediante el conocimiento espiritual.

He aquí la razón por la que el Señor, después de su resurrección, le dice a María Magdalena que —representando a la Iglesia— corría presurosa a tocarlo: Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Expresión cuyo sentido es éste: No quiero que vengas a mí corporalmente ni que me reconozcas a la sensibilidad del tacto: te reservo para cosas más sublimes, te preparo cosas mayores. Cuando haya subido al Padre, entonces me palparás con más perfección y mayor verismo, pues asirás lo que no tocas y creerás lo que no ves. Por eso, mientras los ojos de los discípulos seguían la trayectoria del Señor subiendo al cielo y lo contemplaban con intensa admiración, se les presentaron dos ángeles, resplandecientes en la admirable blancura de sus vestidos, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis aquí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.

Con estas palabras todos los hijos de la Iglesia eran invitados a creer que Jesucristo vendría visiblemente en la misma carne con que le habían visto subir; ni es posible poner en tela de juicio que todo le esté sometido, desde el momento en que el ministerio de los ángeles se puso enteramente a su servicio desde los albores de su nacimiento corpóreo. Y como fue un ángel quien anunció a la bienaventurada Virgen que iba a concebir por obra del Espíritu Santo, así también la voz de los espíritus celestes anunció a los pastores al recién nacido de la Virgen. Y lo mismo que los primeros testimonios de la resurrección de entre los muertos fueron comunicados por los nuncios celestes, de igual modo, por ministerio de los ángeles, fueanunciado que Cristo vendrá en la carne a juzgar al mundo. Todo esto tiene la misión de hacernos comprender cuán numeroso ha de ser el séquito de Cristo cuando venga a juzgar, si fueron tantos los que le sirvieron cuando vino para ser juzgado.

En los lugares donde la solemnidad de la Ascensión del Señor se celebra el jueves de la semana VI del tiempo pascual, las lecturas se toman del jueves precedente.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 24, 1-27

Pablo ante el gobernador Félix

Al cabo de cinco días, el sumo sacerdote Ananías bajó a Cesarea con algunos senadores y un abogado, un tal Tértulo, y presentaron al gobernador querella contra Pablo. Citado Pablo, Tértulo empezó la acusación:

—La mucha paz que por ti gozamos y las mejoras hechas en pro de esta nación gracias a tu providencia, excelentísimo Félix, las reconocemos siempre y en toda ocasión con la más profunda gratitud. Pero no quiero importunarte demasiado, te ruego sólo que nos escuches un momento con tu acostumbrada indulgencia. Hemos descubierto que este pernicioso individuo promueve motines contra los judíos del mundo entero y que es cabecilla de la secta de los nazarenos; incluso ha intentado profanar el templo, y por eso lo hemos detenido, y, según nuestra ley, queríamos darle muerte. Pero se presentó el comandante Lisias y nos lo arrebató de las manos, remitiéndotelo a ti. Interrógalo tú mismo y comprobarás que nuestras acusaciones son fundadas.

Los judíos corroboraron la acusación afirmando que así estaban las cosas.

Cuando el gobernador le hizo señal de que tomara la palabra, Pablo respondió:

—El saber que desde hace muchos años administras justicia en esta nación me anima a hablar en mi defensa; tú puedes verificar que hace sólo doce días que subí a Jerusalén en peregrinación; no me han encontrado discutiendo con nadie en el templo ni causando disturbios con la gente en las sinagogas ni por la ciudad; tampoco pueden aducir pruebas de lo que ahora me imputan. Esto sí lo reconozco: que sirvo al Dios de nuestros padres siguiendo este camino —secta lo llaman ellos—, creyendo todo lo que está escrito en la ley y los profetas, con la esperanza puesta en Dios, como ellos mismos lo esperan, de que habrá una resurrección de justos e injustos. Por eso también me esfuerzo yo por conservar siempre una conciencia irreprochable ante Dios y ante los hombres. Después de muchos años había vuelto aquí a traer limosnas para mi pueblo y ofrecer sacrificios. De eso me ocupaba cuando me encontraron después de mi purificación, sin turba ni tumulto. Pero unos judíos de Asia..., son ellos los que habrían debido presentarse ante tu tribunal y acusarme si tenían algo contra mí. Y si no que digan éstos qué crimen encontraron cuando comparecí ante el Consejo, fuera de estas solas palabras que pronuncié delante de ellos: «Si hoy me juzgan ante vosotros es por la resurrección de los muertos».

Félix, que estaba bastante bien informado del nuevo camino, les dio largas diciendo:

—Cuando baje el comandante Lisias examinaré vuestro caso.

Dio orden al capitán de que tuviese a Pablo detenido, pero dejándole cierto margen, sin impedir que lo asistiera ninguno de sus amigos.

De allí a unos días se presentó Félix con su mujer, Drusila, que era judía, y mandó llamar a Pablo para que le hablase de la fe en el Mesías Jesús. Pero cuando tocó el tema de la honradez de conducta, del dominio de sí y del juicio futuro, Félix le replicó asustado:

—Por el momento, puedes marcharte. Cuando tenga tiempo te mandaré llamar.

No perdía tampoco la esperanza de que Pablo le diera dinero; por eso lo mandaba llamar con relativa frecuencia para conversar con él.

A los dos años Porcio Festo sucedió a Félix, y Félix, deseoso de congraciarse con los judíos, dejó a Pablo en la cárcel.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 74 (5: CCL 138 A, 459-461)

Por el camino del amor, también nosotros
podemos ascender hasta Cristo

Exultemos, amadísimos, con gozo espiritual y, alegrándonos ante Dios con una digna acción de gracias, elevemos libremente los ojos del corazón hacia aquellas alturas donde se encuentra Cristo. Que los deseos terrenos no consigan deprimir a quienes tienen vocación de excelsitud, ni las cosas perecederas atraigan a quienes están predestinados a las eternas; que los falaces incentivos no retrasen a los que han emprendido el camino de la verdad. Pues de tal modo los fieles han de pasar por estas cosas temporales, que se consideren como peregrinos en el valle de este mundo. En el cual, aunque les halaguen ciertas comodidades, no han de entregarse a ellas desenfrenadamente, sino superarlas con valentía.

A una tal devoción nos incita efectivamente el bienaventurado apóstol Pedro. El, situado en la línea de aquella dilección que sintió renacer en su corazón al socaire de la trina profesión de amor al Señor, que le capacitaba para apacentar el rebaño de Cristo, nos hace esta recomendación: Queridos hermanos, os recomiendo que os apartéis de los deseos carnales, que os hacen la guerra. ¿A las órdenes de quién, sino a las del diablo, hacen la guerra los deseos carnales? El se empeña en uncir a los deleites de los bienes corruptibles a las almas que tienden a los bienes del cielo, tratando de alejarlas de las sedes de que él fue arrojado. Contra cuyas insidias debe todo fiel vigilar sabiamente, para que consiga rechazar a su enemigo sirviéndose de su misma tentación.

Queridos hermanos, nada hay más eficaz contra los engaños del diablo que la benignidad de la misericordia y la generosidad de la caridad, por la que se evita o vence cualquier pecado. Pero la sublimidad de esta virtud no se consigue sin antes eliminar lo que le es contrario. ¿Y hay algo más opuesto a la misericordia y a las obras de caridad que la avaricia, de cuya raíz procede el germen de todos los males? Por lo que si no se sofoca la avaricia en sus mismos incentivos, es inevitable que en el campo del corazón de aquel en quien la planta de este mal crece con toda pujanza, nazcan más bien las espinas y abrojos de los vicios, que semilla alguna de una verdadera virtud.

Resistamos, pues, amadísimos, a este pestífero mal y cultivemos la caridad, sin la que ninguna virtud puede resplandecer. De suerte que por este camino del amor, que Cristo recorrió para bajar a nosotros, podamos también nosotros subir hasta él. A él el honor y la gloria, juntamente con Dios Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

En los lugares donde la solemnidad de la Ascensión del Señor se celebra el jueves de la semana VI del tiempo pascual, las lecturas se toman del viernes precedente.