DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 7, 2-16

El arrepentimiento de los corintios
sirvió de consuelo al Apóstol

Hermanos: Concedednos esto: a nadie ofendimos, a nadie arruinamos, a nadie explotamos. No os estoy censurando, ya os tengo dicho que os llevo tan en el corazón que estamos unidos para vida y para muerte. Os hablo con toda franqueza: estoy muy orgulloso de vosotros, en toda esta lucha me siento lleno de ánimos y rebosando de alegría.

Ni cuando llegamos a Macedonia tuvo nuestro pobre cuerpo un momento de reposo: dificultades por todas partes, ataques por fuera y temores por dentro. Pero Dios, que da aliento a los deprimidos, nos animó con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino además con lo animado que venía de estar con vosotros; nos habló de vuestra añoranza, de vuestro llanto, de vuestra adhesión a mí; y esto me alegró todavía más.

Después de todo, no me arrepiento de haberos dado un disgusto con mi carta; por un momento me arrepentí, al ver que aquella carta os disgustó, aunque duró poco; pero ahora me alegro, no de vuestra pena, sino de que esa pena produjo arrepentimiento. La llevasteis como Dios quiere, de modo que no habéis salido perdiendo nada por causa nuestra. Porque llevar la pena como Dios quiere produce arrepentimiento saludable y decisivo; en cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte. Soportasteis la pena como Dios quiere, mirad ahora el resultado; cómo tomasteis la cosa a pecho y os excusasteis; qué indignacióny qué respeto, cómo despertó añoranza, adhesión y ansia de justicia. Habéis probado plenamente que no teníais culpa en el asunto. En realidad, lo que más me interesaba al escribiros no eran el ofensor y el ofendido, sino que descubrieseis delante de Dios el interés que tenéis por nosotros. Esto es lo que nos ha dado ánimos.

Además de estos ánimos, nos alegró enormemente lo feliz que se sentía Tito. Todos contribuisteis a que se sintiera a gusto. El sabía el buen concepto en que os tengo, y no me habéis desmentido; yo siempre os hablo con verdad, y cuando alardeaba de vosotros con Tito era la pura verdad. Siente cada vez más afecto por vosotros, sobre todo al recordar cómo respondisteis unánimes y las atenciones y respeto con los que lo recibisteis. Me alegra poder contar con vosotros en todo.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 14 sobre la segunda carta a los Corintios (1-2: PG 61, 497-499)

En toda esta lucha me siento rebosando de alegría

Nuevamente vuelve Pablo a hablar de la caridad, para atemperar la aspereza de su reprensión. Pues, después que los ha reprendido y les ha echado en cara que no lo aman como él los ama, sino que, separándose de su amor, se han juntado a otros hombres perniciosos, por segunda vez, suaviza la dureza de su reprensión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, esto es: «Amadnos». El favor que pide no es en manera alguna gravoso, y es un favor de más provecho para el que lo da que para el que lo recibe. Y no dice: «Amadnos», sino: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, expresión que incluye un matiz de compasión.

«¿Quién –dice– nos ha echado fuera de vuestra mente? ¿Quién nos ha arrojado de ella? ¿Cuál es la causa de que nos sintamos al estrecho entre vosotros?» Antes había dicho: Vosotros estáis encogidos por dentro, y ahora aclara el sentido de esta expresión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, añadiendo este nuevo motivo para atraérselos. Nada hay, en efecto, que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido.

Ya os tengo dicho —añade— que os llevo tan en el corazón, que estamos unidos para vida y para muerte. Muy grande es la fuerza de este amor, pues que, a pesar de sus desprecios, desea morir y vivir con ellos. «Porque os llevamos en el corazón, mas no de cualquier modo, sino del modo dicho». Porque puede darse el caso de uno que ame pero rehúya el peligro; no es éste nuestro caso.

Me siento lleno de ánimos. ¿De qué ánimos? «De los que vosotros me proporcionáis: porque os habéis enmendado y me habéis consolado así con vuestras obras». Esto es propio del que ama, reprochar la falta de correspondencia a su amor, pero con el temor de excederse en sus reproches y causar tristeza. Por esto, dice: Me siento lleno de ánimos y rebosando de alegría.

Es como si dijera: «Me habéis proporcionado una gran tristeza, pero me habéis proporcionado también una gran satisfacción y consuelo, ya que no sólo habéis quitado la causa de mi tristeza, sino que además me habéis llenado de una alegría mayor aún».

Y, a continuación, explica cuán grande sea esta alegría, cuando, después que ha dicho: Me siento rebosando de alegría, añade también: En toda esta lucha. «Tan grande –dice– es el placer que me habéis dado, que ni estas tan graves tribulaciones han podido oscurecerlo, sino que su grandeza exuberante ha superado todos los pesares que nos invadían y ha hecho que ni los sintiéramos».


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 8, 1-24

Pablo encarga la colecta para Jerusalén

Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aun por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad.

Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. En este asunto os doy sólo mi opinión: Ya que no sólo con la obra, sino incluso con la decisión, iniciasteis vosotros la colecta el año pasado, os conviene ahora llevarla a término; de modo que a la buena voluntad corresponda la realización, según vuestros medios.

Porque, si uno tiene buena voluntad, se le agradece lo que tiene, no lo que no tiene. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba».

Doy gracias a Dios, que ha puesto en el corazón de Tito este mismo afán por vosotros. No sólo recibió bien nuestra recomendación; su interés es tan grande, que espontáneamente se marchó a visitaros. Mandamos con él a un hermano que se ha hecho célebre en todas las Iglesias predicando el Evangelio; más aún, las Iglesias lo han elegido a votación para que sea nuestro compañero de viaje en esta obra de caridad que administramos para gloria del Señor y en prueba de nuestra buena voluntad. Evitamos así las posibles críticas por la administración de esta importante suma, porque nuestras intenciones son limpias ante Dios y ante los hombres.

Mandamos también con ellos a otro hermano nuestro, cuyo entusiasmo hemos comprobado muchas veces en muchos asuntos; ahora tiene aún más, por lo mucho que confía en vosotros. Si preguntan acerca de Tito, es compañero mío y colabora conmigo en vuestros asuntos. Los otros hermanos son delegados de las Iglesias y honra de Cristo. Dadles pruebas de vuestro amor y justificad con ellos y con las Iglesias nuestro orgullo por vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 25 (1: CCL 103, 111-112)

La misericordia divina y la misericordia humana

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios, aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad, y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 9, 1-15

Frutos espirituales de la colecta

Hermanos: Es superfluo escribiros sobre este ministerio en favor de los santos. Sé lo bien dispuestos que estáis y alardeo con los macedonios de que Acaya tiene hechos todos los preparativos desde el año pasado; vuestro fervor ha estimulado a la mayoría. Mandé a los hermanos para que en este punto nuestro orgullo no resultara un puro alarde; o sea, para que estéis preparados, como digo por ahí; pues, si los macedonios que vayan conmigo os encuentran impreparados, nosotros, por no decir vosotros, quedaremos en ridículo en este asunto. Por eso, juzgué necesario pedir a los hermanos que se me adelantasen y tuviesen preparadas de antemano las donaciones que habíais prometido. Así estarán a punto y parecerán un regalo, no una exigencia.

Recordad esto: el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta».

El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios; porque el desempeño de este servicio no sólo remedia la penuria de los santos, sino que hace que muchos den gracias a Dios.

Al comprobar el valor de esta prestación, muchos glorifican a Dios: primero, porque habéis profesado vuestrafe en el Evangelio de Cristo; después, por vuestra generosa solidaridad con ellos y con todos; finalmente, porque rezan a Dios por vosotros con gran cariño, al ver la extraordinaria gracia que os ha dado.

Demos gracias a Dios por su don inexpresable.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Homilía 3 sobre la caridad (6: PG 31, 266-267.275)

Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia

Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad justicia,y cosecharéis misericordia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?

Y tú, ¿serás avaro, tratándose de gastar en algo que ha de redundar en tanta gloria para ti? Recibirás la aprobación del mismo Dios, los ángeles te alabarán, todos los hombres que existen desde el origen del mundo te proclamarán bienaventurado; en recompensa por haber administrado rectamente unos bienes corruptibles, recibirás la gloria eterna, la corona de justicia, el reino de los cielos. Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. Ea, pues, reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante.

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 10, 1–11, 6
Apología del Apóstol

Hermanos: Yo, Pablo en persona, ese tan cobarde de cerca y tan valiente de lejos, os voy a dar un aviso con la suavidad y mesura de Cristo. Ahorradme, por favor, tener que hacer el valiente cuando vaya, porque soy muy capaz de descararme con esos que me achacan proceder con miras humanas. Aunque soy hombre y procedo como tal, no milito con miras humanas; las armas de mi servicio no son humanas, es Dios quien les da potencia para derribar fortalezas: derribamos sofismas y cualquier torreón que se yerga contra el conocimiento de Dios. Con esas armas cautivamos los entendimientos, para que obedezcan a Cristo, y estamos equipados para castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea completa.

Os fijáis sólo en apariencias. Si alguno está convencido de ser de Cristo, reflexione y verá que nosotros somos tan de Cristo como él. Aunque alardease un poco más de mi autoridad –y me la dio el Señor para construir vuestra comunidad, no para destruirla–, no pienso echarme atrás, no quiero dar la impresión de que os meto miedo sólo con cartas. Dicen ésos: «Las cartas, sí, son duras y severas, pero su aspecto es raquítico y su hablar detestable». El individuo que dice eso, sepa que cuando lleguemos vamos a ser en los hechos lo que somos de palabra en nuestras cartas.

No nos atrevemos a compararnos o a equiparamos con algunos de esos que se hacen la propaganda. ¡Qué estúpidos! Se miden con su propia medida y luego se comparan consigo mismos. No nos pasamos de la raya, nos atenemos a la medida y al radio de acción que Dios nos ha asignado, y que incluye también a Corinto. No hemos tenido que estirarnos como si no llegáramos hasta ahí: fuimos los primeros en ir a Corinto para predicar el Evangelio de Cristo. Tampoco rebasamos la medida porque alardeamos de sudores ajenos; nuestra esperanza era que, al crecer vuestra fe, pudiéramos ampliar aún más nuestro radio de acción y predicar el Evangelio en las regiones más allá de Corinto; y esto tampoco será alardear de territorio ajeno, entrando en campo ya labrado. El que se gloría que se gloríe del Señor, porque no está aprobado el que se recomienda él solo, sino el que está recomendado por el Señor.

Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis. Tengo celos de vosotros, los celos de Dios; quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta.

Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que aceptasteis, y lo toleráis tan tranquilos. ¿En qué soy yo menos que esos superapóstoles? En el hablar soy inculto, de acuerdo, pero en el saber no, como os lo he demostrado siempre y en todo.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18 (23 25: PG 33,1043-1047)

La Iglesia o convocación del pueblo de Dios

La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales.

Con toda propiedad se la llama Iglesia o convocación, ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro. Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra «convoca» es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote. Y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Reúneme al pueblo, y les haré oír mis palabras, para que aprendan a temerme. También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, desdeel fuego, el día de la iglesia o convocación; es como si dijera más claramente: «El día en que, llamados por el Señor, os congregasteis». También el salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo.

Anteriormente había cantado el salmista: En la iglesia bendecid a Dios, al Señor, estirpe de Israel. Pero nuestro Salvador edificó una segunda Iglesia, formada por los gentiles, nuestra santa Iglesia de los cristianos, acerca de la cual dijo a Pedro: Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

En efecto, una vez relegada aquella única iglesia que estaba en Judea, en adelante se van multiplicando por toda la tierra las Iglesias de Cristo, de las cuales se dice en los salmos: Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la iglesia de los fieles. Concuerda con esto lo que dijo el profeta a los judíos: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, añadiendo a continuación: Del oriente al poniente es grande entre las naciones mi nombre.

Acerca de esta misma santa Iglesia católica, escribe Pablo a Timoteo: Quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios vivo, columna y base de la verdad.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 11, 7-29

Contra los falsos apóstoles

Hermanos: ¿Hice mal en abajarme para elevaros a vosotros? Lo digo porque os anuncié de balde el Evangelio de Dios. Para estar a vuestro servicio, tuve que saquear a otras Iglesias, aceptando un subsidio; mientras estuve con vosotros, aunque pasara necesidad, no me aproveché de nadie; los hermanos que llegaron de Macedonia proveyeron a mis necesidades. Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Lo digo con la verdad de Cristo que poseo; nadie en toda Acaya me quitará esta honra. ¿Por qué?, ¿porque no os quiero? Bien lo sabe Dios.

Esto hago y seguiré haciendo para cortarles de raíz todo pretexto a esos que buscan pretextos para gloriarse de ser tanto como nosotros. Esos individuos son apóstoles falsos, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo, y no hay por qué extrañarse: si Satanás se disfraza de ángel resplandeciente, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de salvación; su final corresponderá a sus obras.

Lo repito, que nadie me tenga por insensato; y si no, aunque sea como insensato aceptadme, para que pueda presumir un poquito yo también. Dado que voy a presumir, lo que diga no lo digo en el Señor, sino disparatando. Son tantos los que presumen de títulos humanos, que también yo voy a presumir; pues, precisamente por ser sensatos, soportáis con gusto a los insensatos. Si uno os esclaviza, si os explota, si se lleva lo vuestro, si es arrogante, si os insulta en la cara, se lo aguantáis. ¡Qué vergüenza, verdad, ser yo tan débil!

Pues, si otros se dan importancia, hablo disparatando, voy a dármela yo también. ¿Que son hebreos?, también yo; ¿que son linaje de Israel?, también yo; ¿que son descendientes de Abrahán?, también yo; ¿que sirven a Cristo?, voy a decir un disparate: mucho más yo. Les gano en fatigas, les gano en cárceles, no digamos en palizas, y en peligros de muerte, muchísimos; los judíos me han azotado cinco veces, con los cuarenta golpes menos uno; tres veces he sido apaleado, una vez me han apedreado, he tenido tres naufragios y pasé una noche y un día en el agua. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa.

Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 18 (26-29: PG 33,1047-1050)

La Iglesia es la esposa de Cristo

«Católica»: éste es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios (porque está escrito: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, y lo que sigue), y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa.

En efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la católica, Dios —como dice Pablo— estableció en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia insuperable en las persecuciones.

Ella fue la que antes, en tiempo de persecución y de angustia, con armas ofensivas y defensivas, con honra y deshonra, redimió a los santos mártires con coronas de paciencia entretejidas de diversas y variadas flores; pero ahora, en este tiempo de paz, recibe, por gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los reyes, de los hombres constituidos en dignidad y de toda clase de hombres. Y la potestad de los reyes sobre sus súbditos está limitada por unas fronteras territoriales; la santa Iglesia católica, en cambio, es la única que goza de una potestad ilimitada en toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha puesto paz en sus fronteras.

En esta santa Iglesia católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de aquel artículo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado, creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos.

Por tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente los bienes de la vida eterna.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 11, 30-12, 13

El Apóstol presume de sus debilidades

Hermanos: Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad, y bien sabe Dios, el Padre del Señor Jesús, bendito sea por siempre, que no miento. En Damasco el gobernador del rey Aretas montó una guardia en la ciudad para prenderme; metido en un costal, me descolgaron por una ventana de la muralla, y así escapé de sus manos.

Toca presumir. Ya sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un cristiano que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetircon el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. De uno como ése podría presumir; lo que es yo, sólo presumiré de mis debilidades. Y eso que, si quisiera presumir, no diría disparates, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que se hagan una idea de mí sólo por lo que ven y oyen.

Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».

Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.

He disparatado, vosotros me obligasteis. Hablar en favor mío debería ser cosa vuestra; pues, aunque yo no sea nadie, en nada soy menos que esos superapóstoles. La marca de apóstol se vio en mi trabajo entre vosotros, en todo mi aguante y en las señales, portentos y milagros. ¿Qué tenéis que envidiar a las otras Iglesias, excepto que yo no he vivido a costa vuestra? Perdonadme esta injuria.


SEGUNDA LECTURA

Gualterio de San Víctor, Sermón (atribuido) sobre la triple gloria de la cruz (Sermón 3, 2.3.4: CCL CM 30, 250.251.252)

La cruz de Cristo, remedio, ejemplo y misterio

Por tres cosas debemos gloriarnos en la cruz: por ser remedio, ejemplo y misterio.

Llamamos remedio al mérito de la misma pasión y muerte de Cristo. En efecto, Cristo, inmune a todo pecado, el único libre entre los muertos, en nada deudor de la muerte; y sin embargo, por el gran amor con que nos amó, aceptó, en obediencia al Padre, la muerte que le era indebida en beneficio nuestro, que sí éramos deudores de la muerte. Y de esta suerte adquirió un mérito enorme, mérito del que nos hizo cesión, para que se nos aplicara a nosotros el fruto que en él habría revertido de haberlo necesitado. Tan grande fue este mérito que basta para la salvación de todos. La magnitud del mérito suele medirse por la magnitud del amor con que se obtiene. Siendo, pues, inmenso el amor de Cristo, inmenso es también el mérito de su muerte. Si todos los santos que han existido desde el comienzo del mundo y los que habrá hasta la consumación del mismo, estuvieran libres de todo pecado y murieran en pro de la justicia, la muerte de todos ellos juntos no sería tan meritoria como la sola muerte del Salvador, sufrida una vez por todas. Contemplando Pablo este incomparable tesoro de nuestra salvación, decía: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Que es como si dijera: Dios me libre de juzgarme digno de la gloria y de la salvación, si no es en virtud y por la eficacia y el mérito de la pasión del Señor. Pues en este remedio radica nuestra única esperanza.

A los que se les ha dado la oportunidad de actuar, al remedio han de añadir la imitación del ejemplo, ya que Cristo padeció su pasión por nosotros, para que sigáis sus huellas. Así pues, gloriarse en la cruz en razón del ejemplo consiste en imitarlo con alegría, a semejanza del Apóstol que se gloriaba en las tribulaciones. Y no sólo debemos imitar el ejemplo de la pasión para asegurarnos el remedio, sino también para acrecentar el brillo de la corona.

Llamamos misterio de la cruz a la mística significación del sagrado leño. Este madero tiene, en efecto, una forma cuadrangular. Pues bien: esta cuadratura de la cruz apunta a una cierta cuadratura de la caridad, de la que dice el Apóstol: Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo. Los que en sí mismos perciben esta cuadratura, no sin razón pueden gloriarse en el misterio de la cruz, lo mismo que condignamente se gozan en el remedio de la cruz los que poseen una fe sana y han renacido en Cristo. Pero quienes llevan en su cuerpo lasmarcas de Jesús, pueden gloriarse en el ejemplo de la cruz. Tres son, pues las cosas por las que hemos de gloriarnos en la cruz: el remedio que pertenece al nivel de la fe, el ejemplo que se sitúa en el orden de la operación, el misterio que se inscribe en el área de la dilección.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Corintios 12,14—13,13

Próxima y severa visita del Apóstol a los corintios

Hermanos: Por tercera vez estoy preparado para ir a Corinto, y tampoco ahora seré una carga. No me interesa lo vuestro, sino vosotros: no son los hijos quienes tienen que ganar para los padres, sino los padres para los hijos. Por mi parte, con muchísimo gusto gastaré, y me desgastaré yo mismo por vosotros. Os quiero demasiado, ¿es una razón para que me queráis menos?

Pase, dirán algunos, que yo no he sido una carga para vosotros; pero como soy tan astuto, os he cazado con engaño. Vamos a ver, de los que he mandado a Corinto, ¿de cuál me he servido para explotaros? Le pedí a Tito que fuera, y con él mandé al otro hermano, ¿se ha aprovechado Tito en algo de vosotros?; ¿no hemos procedido con el mismo espíritu?; ¿no hemos seguido las mismas huellas?

¿Pensáis que nos estamos defendiendo otra vez ante vosotros? Hablo en Cristo, delante de Dios, y todo es para construir vuestra comunidad, queridos hermanos, porque me temo que, cuando vaya, no os voy a encontrar como quisiera y que tampoco vosotros me vais a encontrar a mí como quisierais. Podría encontrar contiendas, envidias, animosidad, disputas, difamación, chismes, engreimientos, alborotos. Temo que cuando vaya, Dios me aflija otra vez por causa vuestra y tenga que ponerme de luto por muchos que pecaron antes y no se han convertido de la inmoralidad, libertinaje y desenfreno en que vivían.

Esta va a ser mi tercera visita. Todo asunto se resolverá basándose en la declaración de dos o tres testigos. Repito ahora ausente lo que dije en mi segunda visita a los antiguos pecadores y a todos en general, que, cuando vuelva, no tendré contemplaciones. Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su poder entre vosotros. Es verdad que fue crucificado por su debilidad, pero vive ahora por la fuerza de Dios. Nosotros compartimos su debilidad, pero por la fuerza de Dios compartiremos su vida para vuestro bien.

Poneos a la prueba, a ver si os mantenéis en la fe, someteos a examen; ¿no sois capaces de reconocer que Cristo Jesús está entre vosotros? A ver si es que no pasáis el examen. Pero reconoceréis, así lo espero, que nosotros sí lo hemos pasado. Pido a Dios que no hagáis nada malo; no nos interesa ostentar nuestros títulos, sino que vosotros practiquéis el bien, aunque parezca que nosotros no tenemos títulos. No tenemos poder alguno contra la verdad, sólo en favor de la verdad. Con tal que vosotros estéis fuertes, nos alegramos de ser nosotros débiles; todo lo que pedimos es que os enmendéis. Por esta razón, os escribo así mientras estoy fuera, para no verme obligado a ser tajante en persona con la autoridad que el Señor me ha dado para construir, no para derribar.

Y nada más, hermanos; alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 265 (7-8: CSEL 57, 645-646)

Necesidad de la penitencia cotidiana

Hace el hombre penitencia, antes de recibir el bautismo por los pecados precedentes, pero de tal modo quereciba asimismo el bautismo, como está escrito en los Hechos de los apóstoles, cuando hablando Pedro a los judíos les dice: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados.

Hace también el hombre penitencia si, después del bautismo cometiere un pecado tal, que mereciere ser excomulgado para luego ser reconciliado, como lo practican en todas las iglesias los que técnicamente son llamados «penitentes». De esta penitencia habla el apóstol Pablo cuando dice: Temo que, cuando vaya, Dios me aflija otra vez por causa vuestra y tenga que ponerme de luto por muchos que pecaron antes y no se han convertido de la inmoralidad, libertinaje y desenfreno en que vivían. Y esto lo escribía precisamente para aquellos que ya habían sido bautizados.

Está asimismo la penitencia casi cotidiana de los fieles buenos y humildes, por la que nos damos golpes de pecho diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y es evidente que no pedimos la condonación de las deudas que estamos seguros habérsenos condonado en el bautismo; sino aquellas otras que, si bien leves, frecuentemente se infiltran a través, de las fisuras de la humana fragilidad. Estas faltas, si se acumularan contra nosotros, nos gravarían y oprimirían como uno que otro pecado grave. ¿Qué más da que un barco naufrague bajo el ímpetu de una inmensa ola que lo envuelve y lo sumerge, o que se vaya a pique a consecuencia del agua que paulatinamente se va introduciendo en la sentina y que, al ser negligentemente ignorada o descuidada, acabe por inundar el barco y sumergirlo?

Por esta razón vigilan cual centinelas los ayunos, las limosnas y las oraciones. En las cuales, al decir: Perdónanos, como nosotros perdonamos, manifestamos que no faltan en nosotros cosas que hacernos perdonar. Y así, humillando nuestras almas con esta confesión, no cesamos en cierto modo de hacer, día tras día, penitencia.