DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 1-11

Exhortación sobre el camino de salvación

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros. Crezca vuestra gracia y paz por el conocimiento de Dios y de Jesús, nuestro Señor.

Su divino poder nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su propia gloria y potencia. Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que reina en el mundo por la ambición, y participar del mismo ser de Dios.

En vista de eso, poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor. Estas cualidades, si las poseéis y van creciendo, no permiten ser remisos e improductivos en la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las tiene es un cegato miope que ha echado en olvido la purificación de sus antiguos pecados.

Por eso, hermanos, poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca; y os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 92 (1.2.3: PL 54, 454-455)

Cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia

Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga, sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 12-21

Testimonio de los apóstoles y los profetas

Queridos hermanos: Nunca dejaré de recordaros estas cosas, aunque ya las sabéis y seguís firmes en la verdad que llegó hasta vosotros. Mientras habito en esta tienda de campaña, creo deber mío refrescaros la memoria, sabiendo que pronto voy a dejarla, como me lo comunicó nuestro Señor Jesucristo. Pondré empeño en que, incluso después de mi muerte, siempre que haga falta, tengáis la posibilidad de acordaros de esto.

Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida 1 de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. El recibió de Dios Padre honra, y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Este es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada.

Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 35 sobre el evangelio de san Juan (8-9: CCL 36, 321-323)

Llegarás a la fuente, verás la luz

Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.

No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la Sublime Gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz —dice traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y —como dice también el apóstol Pablo— iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.

Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos?

Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos —dice el mismo Juan—, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2,1-9

Los falsos maestros

Queridos hermanos: No faltaron falsos profetas en el pueblo judío, y lo mismo entre vosotros habrá falsos maestros que introducirán bajo cuerda sectas perniciosas; por negar al Señor que los rescató, se acarrean una rápida ruina. Muchos los seguirán en su libertinaje, y por ese motivo el camino verdadero se verá difamado. Llevados de la codicia, os explotarán con discursos artificiosos. Pero hace mucho tiempo que su sentencia no huelga, y que su ruina no duerme.

Dios no perdonó a los ángeles que pecaron; al contrario, los precipitó en las lóbregas mazmorras del infierno, guardándolos para el juicio. Aunque puso al seguro a ocho personas, contando a Noé, el pregonero de la justicia, tampoco perdonó a la humanidad antigua: al contrario, mandó el diluvio sobre aquel mundo de impíos. A las ciudades de Sodoma y Gomorra las condenó, reduciéndolas a ceniza, dejándolas como ejemplo a los impíos del futuro. Pero salvó al justo Lot, atormentado por la desenfrenada conducta de aquella gente nefanda; aquel justo, con lo que veía y oía mientras convivía con ellos, día tras día sentía despedazarse su espíritu recto por sus obras inicuas. Sabe el Señor sacar a los piadosos de la prueba; a los malvados, en cambio, sabe irlos castigando, guardándolos para el día del juicio.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 37 sobre el Cantar de los cantares (5-7: Opera omnia, Edit. Cister. t. 2, 1958, 12-14)

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor

Si estamos bajo el dominio de la ignorancia de Dios, ¿cómo vamos a esperar en aquel a quien ignoramos? Y si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podremos ser humildes, pensando ser algo, cuando en realidad no somos nada? Y sabemos que ni los soberbios ni los desesperanzados tendrán parte o comunión en la herencia de los santos.

Considera, pues, ahora conmigo con cuánto cuidado y solicitud debemos desterrar de nosotros estos dos tipos de ignorancia, el primero de los cuales es el origen de todo pecado, y el segundo, de su consumación; cómo, por el contrario, los dos conocimientos opuestos —de Dios y de nosotros mismos— son respectivamente el principio y la perfección de la sabiduría; uno el temor del Señor y el otro la caridad.

Porque, así como el principio de la sabiduría es temer al Señor, así el principio de todo pecado es la soberbia; y como el amor de Dios se atribuye a sí mismo la perfección de la sabiduría, así la desesperación reclama para sí la consumación de toda malicia. Y así como de tu propio conocimiento nace en ti el temor de Dios, y del conocimiento de Dios se origina el amor al mismo, así, contrariamente, de tu personal desconocimiento surge la soberbia, y de la ignorancia de Dios procede la desesperación. Así, pues, la ignorancia de ti mismo te acarrea la soberbia, pues engañado por una mentalidad ciega y falaz, te crees mejor de lo que en realidad eres. Precisamente en esto consiste la soberbia, aquí está la raíz de todo pecado: en considerarte a tus ojos mejor de lo que eres ante Dios, mejor de lo que eres en realidad.

No existe, pues, peligro alguno, por más que te humilles, por más que te consideres menos de lo que eres, es decir, menos de lo que la Verdad te valora. Es, en cambio, un gran mal y un peligro horrendo si te crees superior, por poco que sea, a lo que en realidad eres, o si en tu apreciación te prefieres aunque sólo sea a uno de los que tal vez la Verdad juzga igual o superior a ti. Un ejemplo aclarará la idea: si pretendes pasar por una puerta cuyo dintel es excesivamente bajo, en nada te perjudicará por más que te inclines; te perjudicará, en cambio, si te yergues aun cuando no sea más que un dedo sobre la altura de la puerta, de suerte que te arrearás un coscorrón y te romperás la cabeza. Así ocurre a nivel espiritual: no hay que temer en absoluto una humillación por grande que sea, pero hemos de tener un gran horror y temor al más mínimo movimiento de temeraria presunción. Por lo tanto, oh hombre, no te atrevas a compararte con los que son superiores o inferiores a ti, no te compares con algunos ni siquiera con uno solo. Porque ¿qué sabes tú, oh hombre, si aquel uno, a quien consideras como el más vil y miserable de todos, qué sabes —insisto— si, merced a un cambio operado por la diestra del Altísimo, no llegará a ser mejor que tú y que otros en sí, o si lo es ya en Dios?

Por eso el Señor quiso que eligiéramos no un puesto mediano ni el penúltimo, ni siquiera uno de los últimos, sino que dijo. Vete a sentarte en el último puesto, de modo que sólo tú seas el último de todos los comensales, y no te prefieras, ni aun oses compararte, a ninguno.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2, 9-22

Amenazas a los pecadores

Queridos hermanos: Sabe el Señor sacar a los piadosos de la prueba; a los malvados, en cambio, sabe irlos castigando, guardándolos para el día del juicio. Sobre todo a los que se van tras los deseos infectos de la carne y menosprecian toda autoridad.

Temerarios y suficientes, maldicen sin temblar a seres gloriosos, mientras los ángeles, superiores a ellos en fuerza y poder, no se atreven a echar una maldición formal ante el Señor. Estos, al revés, son como animales, nacidos y destinados a que los cacen y los maten, por maldecir lo que no conocen; y se corromperán con su misma corrupción, cobrando daño por daño. Su idea del placer es la francachela en pleno día. ¡Qué asco y qué vergüenza cuando banquetean con vosotros, regodeándose en sus placeres! Se comen con los ojos a las mujerzuelas y no se hartan de pecar; engatusan a la gente insegura, se saben todas las mañas de la codicia y están destinados a la maldición. Se extraviaron, dejando el camino recto y metiéndose por la senda de Balaán de Bosor, que se dejó sobornar por la injusticia. Pero tuvo quien le echase en cara su delito: una acémila muda, hablando con voz humana, detuvo el desatino del profeta.

Son fuentes agotadas, brumas arrastradas por la tormenta, las lóbregas tinieblas los aguardan. Vocean pomposas vaciedades y, atizando los deseos de la carne y el desenfreno, engatusan a los que apenas empiezan a apartarse de los que viven en el extravío. Les prometen libertad, ellos, los esclavos de la corrupción: pues, cuando uno se deja vencer por algo, queda hecho su esclavo.

Si después de haber escapado de los miasmas del mundo, gracias al conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, otra vez se dejan enredar y vencer por ellos, el final les resulta peor que el principio. Más les habría valido no conocer el camino de la justicia que, después de conocerlo, volverse atrás del mandamiento santo que les transmitieron. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan acertado: «El perro vuelve a su propio vómito», y: «Cerda lavada se revuelca en el fango».


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 1 sobre el amor a los pobres (PG 46, 459-462)

No desprecies a los pobres
como si fuesen de ningún valor

No desprecies a los pobres que arrastran su miseria como si fuesen de ningún valor. Considera quiénes son y reconocerás su dignidad: son la presencialización del Salvador. En efecto, Cristo, en su bondad, les ha transferido su propia persona para que, a semejanza de los soldados que, frente al enemigo que ataca, blanden, cual escudo, las insignias reales, a fin de que a la vista de la efigie del soberano, se quebrante y refrene el ímpetu de los asaltantes, así también los pobres puedan, gracias a la representación de Cristo que ostentan, doblegar, calmar y apiadar a cuantos ignoran la compasión o aborrecen francamente a los pobres. Ellos son los administradores de los bienes que también nosotros esperamos; los porteros del reino de los cielos, que abren las puertas a los buenos y compasivos, y la cierran a los malos e inhumanos; ellos son también unos severos fiscales y unos magníficos abogados. Pero acusan o defienden, no con discursos, sino con sola su presencia, al comparecer ante el juez. Gritan lo que se ha hecho contra ellos y lo proclaman con mayor claridad, exactitud y eficacia que cualquier pregonero, en presencia de quien escudriña los corazones y conoce todos los pensamientos de los hombres y lee los movimientos secretos del alma. Por causa de ellos se nos describe con todo lujo de detalles aquel tremendo juicio, del que a menudo habéis oído hablar.

Veo, en efecto, allí al Hijo del hombre venir del cielo, avanzando sobre los aires como si caminase sobre la tierra, escoltado de miríadas de ángeles. Veo a continuación el trono de la gloria, erigido en un lugar excelso, y, sentado en él, al Rey. Veo entonces que todas las familias humanas, los pueblos y las naciones que pasaron por esta vida, que respiraron este aire y contemplaron la luz de este sol, están alineados ante el tribunal, divididos en dos grupos.

Oigo que a los situados a la derecha se les llama corderos y a los situados a la izquierda se los denomina cabritos, nombres que responden a la categoría moral de cada grupo. Oigo al Rey que los interroga y anota sus justificaciones. Oigo lo que ellos responden al Rey. Advierto, finalmente, que cada uno es adornado según sus méritos. A los que fueron buenos y compasivos y llevaron una vida intachable, se les premia con el descanso eterno en el reino de los cielos, en cambio, a los inhumanos, y a los malvados, se les condena al suplicio del fuego, y del fuego eterno. Como sabéis, todas estas cosas se explican en el evangelio con toda diligencia.

Me inclino a creer que esta descripción tan detallada de aquel juicio, que parece un cuadro pintado al vivo, no tiene otra finalidad que inculcarnos la beneficiencia e inducirnos a practicar la benevolencia. En ella va facturada la vida. Ella es la madre de los pobres, la maestra de los ricos, la bondadosa nodriza de sus pupilos, la protectora de los ancianos, la despensa de los necesitados, el puerto común de los miserables, la que se cuida de todas las edades, la que atiende en todas las aflicciones y calamidades.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 1-10

Dios es fiel a sus promesas

Ésta es ya, queridos hermanos, la segunda carta que os escribo. En las dos os refresco la memoria, para que vuestra mente sincera recuerde los dichos de los santos profetas de antaño y el mandamiento del Señor y Salvador, comunicado por vuestros apóstoles. Sobre todo, tened presente que en los últimos días vendrán hombres que se burlarán de todo y procederán como les dictan sus deseos. Esos preguntarán: «¿En qué ha quedado la promesa de suvenida? Nuestros padres murieron, y desde entonces todo sigue como desde que comenzó el mundo».

Esos pretenden ignorar que originariamente existieron cielo y tierra; la palabra de Dios los sacó del agua y los estableció entre las aguas; por eso, el mundo de entonces pereció inundado por el agua. Y la misma palabra tiene reservados para el fuego el cielo y la tierra de ahora, guardándolos para el día del juicio y de la ruina de los impíos.

Queridos hermanos, no perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 1: PG 8, 59-63)

Llevemos desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa
aguardando la aparición gloriosa del gran Dios

El Señor se compadece, castiga, exhorta, amonesta, conserva, guarda y, en compensación de la doctrina que nos ha enseñado, promete en la sobreabundancia de su generosidad, el reino de los cielos, sin percibir de nosotros otro fruto que el de nuestra propia salvación. De hecho, el vicio se ceba en la destrucción del hombre, mientras que la verdad, que cual abeja inocua se posa en las cosas, sólo se alegra de la felicidad de los hombres.

Conoces lo que promete; conoces también con qué afecto ama al género humano. Por tanto, acércate y participa de esta gracia. Ahora bien, no has de considerar «nuevo» mi cántico, como se llama nuevo un objeto o una casa. De hecho él fue engendrado antes de la aurora de los siglos, y en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

En cierto sentido, también nosotros somos anteriores a la creación del mundo, en cuanto que preexistíamos en Dios mismo en razón de nuestra futura creación. Somos, pues, criaturas racionales del Verbo divino, es decir, de la inteligencia divina, y por él somos llamados «primeros», puesto que en el principio ya existía la Palabra. Palabra que por existir ya antes de ser echados los cimientos del mundo, fue el divino principio de todas las cosas, y lo sigue siendo; pero como quiera que, en los últimos tiempos quiso asumir aquel venerable nombre de Cristo, considerado ya antiguamente como santo, yo lo llamo Cántico nuevo.

Así pues, este Verbo que es Cristo, no sólo fue causa de nuestra preexistencia, sino que, además, es causa de nuestra existencia feliz, y en estos últimos tiempos se ha manifestado a los hombres como el único que es a la vez Dios y hombre. En efecto, enseñados por él a vivir rectamente, somos reexpedidos a la vida eterna. Pues, como dice aquel divino apóstol del Señor: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo.

En conclusión: el cántico nuevo es el del Verbo, que existía en el principio. El que ya existía desde antiguo, ha aparecido ahora como Salvador, me refiero al Verbo que estaba junto a Dios y por medio del cual se hizo todo. Se manifestó en la condición de maestro: y el que como artífice del mundo nos dio la vida en la primera creación, adoptando el talante de maestro nos enseñó la norma del bien vivir, a fin de otorgarnos después, corno Dios, la vida eterna.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 11-18

Exhortación a esperar la venida del Señor

Hermanos: Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.

Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación, como os escribió nuestro querido hermano Pablo con el saber que Dios le dio. En todas sus cartas habla de esto, es verdad que hay en ellas pasajes difíciles, que esos ignorantes e inestables tergiversan, como hacen con las demás Escrituras, para su propia ruina.

Así pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 1 (24: CCL 122, 170-171)

El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre

Habiendo dispuesto nuestro Señor y Redentor que sus elegidos entrasen, a través de los trabajos de la presente vida, en aquella vida de futura felicidad, exenta de trabajo, describe en su evangelio unas veces los sudores de los combates temporales y otras las palmas de los premios eternos, de modo que al oír lo inevitable de la lucha, caigan en la cuenta de que en esta vida no deben aspirar al descanso y, por otra parte, la dulzura de la futura retribución haga más llevaderos los males transitorios, que esperan ser remunerados con bienes eternos.

El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Este texto designa clarísimamente el día del juicio final, cuando con gran poder y gloria vendrá a juzgar al mundo el que en otro tiempo vino, en la humildad y la abyección, a ser juzgado por el mundo; cuando con rigor de juez exigirá la perfección de las obras de aquellos a quienes, con largueza misericordiosa, había previamente distribuido la gracia de sus dones; cuando, pagando a cada uno según su conducta, conducirá a sus elegidos al reino del Padre, mientras que arrojará a los réprobos con el diablo al fuego eterno.

Bellamente se dice que el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre. Realmente el Hijo del hombre vendrá con la gloria del Padre, porque el que en la naturaleza humana es menor que el Padre, en su divinidad posee una y misma gloria con el Padre, siendo como es verdadero hombre y verdadero Dios en todo el rigor de la expresión.

Y con razón llena de alegría a los justos y de terror a los contumaces lo que sigue: Y entonces pagará a cada uno según su conducta, pues los que obrando ahora el bien son afligidos por la inicua opresión de los malvados, esperan con ánimo confiado el momento en que el justo juez los librará no sólo de las injurias de los injustos, sino que les entregará la recompensa debida a su justicia y a su paciencia. En cambio, los que viviendo licenciosamente tachan de negligencia la paciencia del juez, al arrepentirse demasiado tarde, serán fulminados por la justa sentencia de eterna condenación. Sintoniza con esta evangélica sentencia lo que dice el salmista: Voy a cantar la bondad y la justicia, Señor.

Dice que va a cantar primero la misericordia y, luego, la justicia. Y con razón. Porque el Señor, que en su primera venida amablemente nos confió un depósito, nos lo exigirá y con todo rigor en la segunda. Y es, por el contrario, justo que el perverso, que desprecia la misericordia que Dios le brinda, sienta un terror pánico ante el estricto juicio del Señor.

Ahora bien, el que tiene conciencia de haber recibido agradecido la gracia de la misericordia, es normal que espere alegre la decisión de la justicia y, en consecuencia, espontáneamente entone un canto a su juez pregonando su bondad y su justicia. Mas como es un misterio para todos el día del juicio universal, como es incierto para cada cual la hora de su muerte, y la presente aflicción podría parecer demasiado larga a los que vivían en la ignorancia del momento en que recibirían por fin el descanso prometido, quiso el piadoso Maestro manifestar anticipadamente los goces de la eterna promesa a algunos de sus discípulos mientras todavía vivían en la tierra, a fin de que tanto los que lo habían visto, como todos a quienes llegase la noticia de lo ocurrido pudiesen sobrellevar más fácilmente las actuales adversidades, recordando frecuentemente el don de la futura retribución que esperaban. Por eso prosigue el texto: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Judas 1-8.12-13.17-25

Reprensión a los impíos y exhortación a los fieles

Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los llamados que ama Dios Padre, y custodia Jesucristo. Crezca vuestra misericordia, paz y amor.

Queridos hermanos, pongo siempre mucho empeño en escribiros acerca de nuestra salvación; y me veo obligado a mandaros esta carta, para animaros a combatir por esa fe que se transmitió a los santos de una vez para siempre.

La razón es que se han infiltrado ciertos individuos que incurren en la condenación anunciada antiguamente por la Escritura, impíos que han convertido en libertinaje la gracia de nuestro Dios y rechazan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo.

Aunque lo sabéis de sobra, quiero, sin embargo, traeros a la memoria que el Señor, después de haber sacado al pueblo de Egipto, exterminó más tarde a los que no creyeron; y que a los ángeles que no se mantuvieron en su rango y abandonaron su propia morada los tiene guardados para el juicio del gran día, atados en las tinieblas con cadenas perpetuas. También Sodoma y Gomorra, con las ciudades circunvecinas, por haberse entregado a la inmoralidad como éstos, practicando vicios contra naturaleza, quedan ahí como ejemplo, incendiadas en castigo perpetuo.

Lo mismo pasa con éstos: sus desvaríos los llevan a contaminar la carne, ,a rechazar todo señorío, a maldecir a seres gloriosos. Son éstos los que en vuestras comidas fraternas —qué vergüenza— banquetean sin recato, echándose pienso. Nubes sin lluvia que se llevan los vientos; árboles que en otoño no dan fruto y que, arrancados de cuajo, mueren por segunda vez; olas encrespadas del mar, coronadas por la espuma de sus propias desvergüenzas; estrellas fugaces a quienes está reservada la lobreguez de las eternas tinieblas.

Vosotros, queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos decían que en el tiempo final habrá quienes se rían de todo y procedan como les dictan sus deseos impíos Son éstos los que se constituyen en casta, siendo hombres de instintos y sin espíritu. Vosotros, en cambio, queridos hermanos, idos asentando sobre el cimiento de vuestra santa fe, orad movidos por el Espíritu Santo y manteneos así en el amor de Dios, aguardando que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna. ¿Titubean algunos? Tened compasión de ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por la carne.

Al único Dios, nuestro salvador, que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha, gloria y majestad, dominio y poderío, por Jesucristo, nuestro Señor, desde siempre y ahora y por todos los siglos. Amén.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 256 (1.2.3: PL 38, 1191-1193

Cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal

Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonanos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención, los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo; hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios —dice el Apóstol—, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.