DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Ben Sirá 1, 1-20

El misterio de la Sabiduría divina

Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará? La altura del cielo, la anchura de la tierra, la hondura del abismo, ¿quién los rastreará? Antes que todo fue creada la sabiduría; la inteligencia y la prudencia, antes de los siglos.

La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló?; la destreza de sus obras, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo; está sentado en su trono.

El Señor en persona la creó, la conoció y la midió, la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen.

El temor del Señor es gloria y honor, es gozo y corona de júbilo; el temor de Dios deleita el corazón, trae gozo y alegría y vida larga. El que teme al Señor tendrá buen desenlace, el día de su muerte lo bendecirán.

El principio de la sabiduría es temer al Señor; ya en el seno se crea con el fiel. Asienta su cimiento perpetuo entre los hombres y se mantiene con su descendencia. La plenitud de la sabiduría es temer al Señor, con sus frutos sacia a los fieles; llena de tesoros toda su casa, y de sus productos las despensas.

La corona de la sabiduría es temer al Señor; sus brotes son la paz y la salud. Dios hace llover la inteligencia y la prudencia, y exalta la gloria de los que la poseen. La raíz de la sabiduría es temer al Señor, y sus ramos son una vida larga.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (10-11 PG 11, 446-

Nuestro ángel custodio reza con nosotros

Además, mediante la pureza de corazón de que hemos hablado se hará partícipe de la oración del Verbo de Dios, que está también en medio de cuantos lo reconocen y jamás está ausente de las oraciones que se le dirigen, y ora al Padre junto con el hombre, cuyo mediador es. El Hijo de Dios es efectivamente el Pontífice de nuestra oblación y nuestro abogado junto al Padre; ora por los que oran, exhorta con los que exhortan. Pero no rezará, como por sus íntimos, por aquellos que no rezan asiduamente en su nombre, ni se constituirá en valedor ante Dios —como si ya fueran suyos— de aquellos que no obedecen los preceptos que él nos ha dado: hay que orar siempre sin desanimarse.

Y no es sólo el Pontífice el que ora con los que dignamente rezan, sino también los ángeles, que tienen más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, así como también los santos que descansan ya en el Señor. Todo esto queda fuera de cualquier duda si pensamos que Rafael presentaba a Dios el memorial de la oración de Tobit y de Sara.

Ahora bien, una de las principales virtudes, es —según la palabra divina— la caridad para con el prójimo, caridad que hemos de pensar poseen mucho más acendrada los santos que descansan ya en el Señor para con los que luchan en la vida, que los que todavía se hallan en la lábil condición humana y apoyan la lucha de los más débiles. Pues no sólo aquí en la tierra y mediante la caridad fraterna se cumple aquello: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan, sino que es además necesario que la caridad de quienes abandonaron esta vida diga: Aparte de todo, la preocupación por todas las comunidades. ¿Quién enferma sin que yo enferme?¿ Quién cae sin que a mí me dé fiebre?,máxime cuando Cristo ha declarado estar él enfermo en cada uno de sus santos; y que está asimismo en la cárcel, desnudo, es huésped, tiene sed, siente hambre.

¿Quién de entre los actuales lectores del evangelio ignora que Cristo refiere a su persona y considera como propio cuanto sucede a los creyentes? Si los ángeles de Dios se acercaron a Jesús y lo servían, no hemos de pensar que los ángeles hayan prestado este servicio exclusivamente durante el breve período de la presencia corporal de Cristo entre los hombres, y cuando todavía se hallaba en medio de los suyos no como quien está a la mesa, sino como el que sirve. ¡Cuán numerosos no serán verosímilmente los ángeles al servicio de Jesús que quiere reunir uno a uno a los hijos de Israel y congregar a los judíos de la diáspora, y que salva a los que le temen y lo invocan! ¡Cuántos colaboran más aún que los apóstoles al incremento y difusión de la Iglesia!

Ellos son, pues, los que, enterados en el momento de la oración por el mismo orante de las cosas que necesita, y como si hubieran recibido una delegación ilimitada, cumplen lo que pueden. Es Dios quien, al tiempo de la oración, reúne en un mismo lugar tanto al orante como al que puede venir en su ayuda, el cual, impulsado por su liberalidad, es incapaz de despreciar al que tales cosas necesita. Y para que cuando esto ocurra nadie piense que sucede casualmente, el mismo para quien hasta los pelos de la cabeza de los santos están contados, en el preciso momento de la oración une oportunamente y ofrece al necesitado que reza con fe el ángel que solícitamente le prestará el servicio requerido. Paralelamente hemos de pensar que a veces los ángeles —que son los inspectores y ministros de Dios— se hacen presentes a este o a aquel orante para contribuir a la actualización de las cosas solicitadas por él. Más aún: nuestro ángel custodio —incluso el de aquellos que son los más pequeños en la Iglesia—, que está viendo siempre el rostro del Padre celestial y contempla la divinidad de Dios nuestro creador, ora con nosotros, y ayuda en la medida de sus posibilidades a la realización de lo que pedimos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 2, 1-23

Paciencia en la tentación

Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido.

Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza; porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza.

Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él, y te allanará el camino.

Los que teméis al Señor esperad en su misericordia, y no os apartéis para no caer; los que teméis al Señor confiad en él, que no retendrá vuestro salario hasta mañana; los que teméis al Señor esperad bienes, gozo perpetuo y salvación.

Fijaos en las generaciones pretéritas: ¿quién confió en el Señor y quedó defraudado?, ¿quién esperó en él y quedó abandonado?, ¿quién gritó a él y no fue escuchado?

Porque el Señor es clemente y misericordioso, perdona el pecado y salva del peligro.

Ay del corazón cobarde, de las manos inertes; ay del hombre que va por dos caminos; ay del corazón que no confía, porque no alcanzará protección; ay de los que abandonáis la esperanza, ¿qué haréis cuando venga a tomar cuentas el Señor?

Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras, los que lo aman siguen sus caminos; los que temen al Señor buscan su favor, los que lo aman cumplen la ley; los que temen al Señor disponen el corazón y se humillan delante de él.

Entreguémonos en manos de Dios y no en manos de un hombre, pues como es su grandeza así es su misericordia.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (12-13: PG 11, 451-455)

Ser constantes en orar

Al margen de estas cosas que están pletóricas de virtud, pienso que las mismas palabras pronunciadas por los santos en la oración, máxime cuando al orar rezan llevados del Espíritu, pero rezan también con la inteligencia, contienen una virtud divina, la cual, a una con la luz que brota del pensamiento del orante y que su voz emite, está llamada a extinguir el virus espiritual que las potencias adversas inoculan en las almas de quienes descuidan la oración y no observan lo que nos recomienda san Pablo de acuerdo con las enseñanzas de Cristo: Sed constantes en orar.

Pues la ciencia, la razón o la fe lanza desde el alma del santo en oración una especie de dardo destinado a destruir y a herir mortalmente a los espíritus enemigos de Dios, que intentan enredarnos en los lazos del pecado. Además, como quiera que los actos de virtud y el cumplimiento de los preceptos son el complemento natural de la oración, es constante en orar el que a la oración une las buenas obras y las buenas obras a la oración. El precepto: Sed constantes en orar únicamente podemos considerarlo posible si afirmamos que toda la vida del hombre santo es algo así como una sublime y continua oración, de la que la comúnmente llamada oración constituye una parte. Esta oración debe hacerse no menos de tres veces al día, como queda patente en el caso de Daniel, quien, bajo la amenaza de un gravísimo peligro, oraba tres veces al día.

La última oración viene indicada con estas palabras: El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Y sin este tipo de oración no pasaremos bien ni siquiera las horas nocturnas, pues dice el profeta David: A medianoche me levanto para darte gracias por tus justos mandamientos; y en los Hechos de los apóstoles se nos cuenta que, en Filipos, a medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, de forma que los demás presos los oían.

Ahora bien, si Jesús ora y no ora en vano, sino que mediante la oración obtiene lo que sin ella quizá no hubiera llegado a conseguir, ¿quién de nosotros minusvalorará la oración? Dice efectivamente Marcos: Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Y las palabras: Yo sé que tú me escuchas siempre, pronunciadas por el Señor y recogidas por el evangelista, demuestran que quien ora siempre, es siempre escuchado.

Y si en este preciso momento cada uno de nosotros, recordando agradecido los beneficios recibidos, se propusiera alabar a Dios por ellos, ¿cuántas cosas no nos podría contar? Con frecuencia, y por uno cualquiera de sus santos, el Señor rompió los colmillos de los leones, que se derritieron como agua que se escurre. Con frecuencia hemos oído también que los transgresores de los divinos mandamientos, vencidos en un primer momento y tragados por la muerte, fueron salvados de una desgracia tan grande mediante la penitencia, dado que, aun cuando estaban encerrados en el vientre de la muerte, nunca desesperaron de la salvación.

Después de la enumeración de aquellos a quienes la oración ha sido de provecho, he creído necesario decir estas cosas con el propósito de apartar, a cuantos aspiran a una vida espiritual en Cristo, de pedir en la oración cosas insignificantes y terrenas, y para exhortar a los lectores de este opúsculo que se orienten hacia las gracias místicas, de las que lo hasta el presente expuesto son simples figuras.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 3, 1-18

Deberes de los hijos para con los padres

Hijos míos, escuchad a vuestro padre; obrad como os digo, y os salvaréis.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.

El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha; el que teme al Señor honra a los padres y sirve a sus padres como a señores.

Hijo mío, en palabra y obra honra a tu padre, y vendrán sobre ti toda clase de bendiciones; la bendición del padre hace echar raíces, la maldición de la madre arranca lo plantado.

No busques honra en la humillación de tu padre, porque no sacarás honra de ella; la honra de un hombre es la honra de su padre, y la deshonra de la madre es vergüenza de los hijos.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia; no lo abochornes mientras seas fuerte.

La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor.

Quien desprecia a su padre es un blasfemo, quien insulta a su madre irrita a su Creador.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (13-14: PG 11, 455-459)

Vosotros que aspiráis a ser espirituales,
pedid bienes celestiales en la oración

Toda oración sobre asuntos espirituales y místicos de que hemos hecho mención nace invariablemente de un alma que procede no dirigida por la carne, sino que, con el Espíritu, da muerte a las obras de la carne, que toma más en consideración lo que el sentido anagógico descubre a los exegetas que el posible beneficio recibido por quienes oran según la letra.

Y nosotros mismos hemos de procurar que nuestra alma no sea estéril, sino que la ley espiritual hemos de escucharla con oídos espirituales, para curarnos de la esterilidad y merecer ser escuchados como Ana y Ezequías; y ser, además, liberados de las insidias de los enemigos del mal, como Mardoqueo, Ester y Judit.

Además, el que sabe de qué cetáceo es figura el gran pez que se tragó a Jonás comprende que es aquel del que dice Job: Que le maldigan los que maldicen el día, los que entienden de conjurar al Leviatán. Este tal, si por cualquier falta de infidelidad, viniese a parar al vientre del cetáceo, arrepentido orará y saldrá de allí. Y una vez salido, si persevera en la obediencia a los mandatos de Dios, podrá, inflamado por el Espíritu de profecía, ser ocasión de salvación también ahora para tantos ninivitas a punto de perecer; pero no deberá llevar a mal la bondad de Dios, ni deseará que Dios persevere en su propósito de destruir a quienes se arrepienten.

Y aquel gran prodigio que leemos hizo Samuel recurriendo a la oración, puede realizarlo espiritualmente también hoy cualquiera de los incondicionales de Dios, que por eso mismo se ha hecho acreedor a ser escuchado. Está efectivamente escrito: Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos. Estamos en la siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor para que envíe una tronada y un aguacero. Y el mismo Señor dice a todos los santos y verdaderos discípulos de Cristo: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y realmente, en este tiempo de la siega, Dios realizó una obra maravillosa en presencia de quienes hacen caso de los profetas: al invocar a Dios aquel que está unido al Espíritu Santo, Dios truena desde el cielo y envía un aguacero que riega las almas, de suerte que el que antes estaba en pecado, tema grandemente a Dios, a la par que la atención que Dios presta a las súplicas del mediador del beneficio, demuestra su santidad digna de profunda veneración.

Después de haber expuesto los beneficios que los santos obtuvieron mediante la oración, comprenderemos aquel dicho: «Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura». Todos los símbolos y las figuras son cosas secundarias en comparación con las verdaderas y espirituales. Por eso, cuando el Verbo de Dios nos exhorta a imitar las oraciones de los santos, de modo que consigamos en realidad de verdad lo que ellos obtuvieron sólo en figura, dice con gran precisión que los magníficos y celestiales bienes están como bosquejados en las realidades terrenas e insignificantes. Que es como si dijera: Vosotros que deseáis ser espirituales, pedid en la oración los bienes del cielo, para que conseguidos, como celestiales seáis herederos del reino de los cielos, y como grandes, disfrutéis de los máximos bienes; en cuanto a los bienes terrenos y de poca monta de que tenéis necesidad para el mantenimiento del cuerpo, el Padre os los facilitará en la medida de vuestras necesidades.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 3, 19-4,11

Humildad y soberbia

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.

Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.

No pretendas lo que te sobrepasa ni escudriñes lo que se te esconde; atiende a lo que te han encomendado, pues no te importa lo profundo y escondido; no te preocupes por lo que te excede, aunque te enseñen cosas que te desbordan, ¡son tan numerosas las opiniones de los hombres, y sus locas fantasías los extravían!

El terco saldrá malparado; el que ama lo bueno lo conseguirá; el terco se acarrea desgracias, el cobarde añade pecado a pecado. (Donde faltan los ojos, falta la luz; donde falta inteligencia, no hay sabiduría).

No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta.

El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.

El agua apaga el fuego ardiente y la limosna expía el pecado.

Al bienhechor lo recuerdan más tarde, cuando resbale encontrará apoyo.

Hijo mío, no te burles de la vida del afligido, no deprimas al que sufre amargamente; no le gruñas al necesitado ni te cierres al ánimo abatido; no exasperes al que se siente abatido ni aflijas al pobre que acude a ti, ni niegues limosna al indigente; no rechaces la súplica del pobre, ni le des ocasión de maldecirte: si en la amargura de su dolor clama contra ti, su Hacedor escuchará su clamor.

Hazte simpático a la asamblea, inclina la cabeza ante el que manda, haz caso del pobre y responde a su saludo con llaneza; libra al oprimido del opresor y no te repugne hacer justicia.

Sé padre para los huérfanos y marido para las viudas, y Dios te llamará hijo y su favor te librará de la desgracia.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (28: PG 11, 522-523)

Da a cada uno lo que le es debido

Nosotros debemos y tenemos que cumplir ciertos deberes, y no sólo dando, sino hablando con afabilidad y cubriendo ciertas obligaciones. Más aún: tenemos en cierto modo la obligación de mostramos afectuosos con los demás. Y estas deudas o bien las saldamos haciendo lo que nos manda la ley divina, o bien, haciendo caso omiso de la recta razón, no las pagamos y nos constituimos en deudores. Idéntica escala de valores hemos de aplicar a las deudascon los hermanos: tanto con los hermanos que juntamente con nosotros han sido regenerados.en Cristo por las palabras de la religión, como con aquellos que han sido engendrados por la misma madre y el mismo padre que nosotros.

Tenemos asimismo unos especiales deberes para con nuestros conciudadanos, y otros comunes hacia todos los hombres; unos deberes concretos para con quienes tienen la edad de nuestros padres, y otros para con aquellos a quienes es justo honrar como a hijos o como a hermanos. Por tanto, quien no cumple sus deberes para con los hermanos, se convierte en deudor de cuanto ha omitido; e igualmente, si fallamos a los hombres en aquellas cosas que, por un humanísimo espíritu de sabiduría, estamos obligados a prestarles, se acrece la deuda. Aún más: por lo que a nosotros mismos se refiere, debemos ciertamente servirnos del cuerpo, y no extenuarlo entregándonos al placer; pero debemos preocuparnos también del alma y vigilar la vehemencia del carácter, así como el lenguaje, para que esté exento de acritud, sea útil y nunca ocioso. Si no cumplimos estos deberes para con nosotros mismos, la deuda es mucho más grave.

Además, como ante todo y sobre todo somos obra y hechura de Dios, debemos conservar hacia él un afecto particular, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser. Si no lo hiciéramos, nos convertiríamos en deudores de Dios, pecando contra el Señor. Y en tal caso, ¿quién rezará por nosotros? Pues como en el primer libro de Samuel dice Elí: Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor, ¿quién intercederá por él?

También somos deudores de Cristo, que nos redimió con su propia sangre, como un esclavo es deudor de su comprador, que ha pagado por él el precio estipulado. Tenemos contraída una deuda incluso con el Espíritu Santo, deuda que saldamos cada vez que no ponemos triste a aquel con el cual Dios nos ha marcado para el día de la liberación final; y no contristándolo, con su ayuda y con la acción vivificante que ejerce sobre nuestra alma, producimos los frutos que es justo espere de nosotros.

Por otra parte, aun cuando no sabemos exactamente cuál es nuestro ángel custodio, que está viendo siempre el rostro del Padre celestial, a una atenta consideración no se le escapa que somos también deudores de él. Más todavía: Si hemos sido dados en espectáculo público para ángeles y hombres, hemos de tener en cuenta que, así como quien ofrece un espectáculo está obligado a desempeñar este o aquel papel en presencia de los espectadores, y sino lo hiciere, sería multado por reírse del público, así también nosotros debemos exhibir ante el mundo entero, ante todos los ángeles y el género humano todo lo que la sabiduría está dispuesta a enseñarnos, si no oponemos resistencia.

Al margen de estos deberes de alcance más bien universal, existe un deber determinado para con la viuda, de la cual se cuida la Iglesia; está también el deber para con el diácono y para con el presbítero; y está finalmente el gravísimo deber para con el obispo, deber que de no ser saldado, el Salvador de la Iglesia universal nos pedirá cuentas el día del juicio.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 5, 1-6, 4

La recompensa divina

No confíes en tus riquezas ni digas: «Soy poderoso»; no confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones.

No digas: «¿Quién me podrá?», porque el Señor te exigirá cuentas; no digas: «He pecado y nada malo me ha sucedido», porque él es un Dios paciente; no digas: «el Señor es compasivo y borrará todas mis culpas».

No te fíes de tu perdón para añadir culpas a culpas, pensando: es grande su compasión y perdonará mis muchasculpas; porque tiene compasión y cólera y su ira recae sobre los malvados.

No tardes en volverte a él ni des largas de un día para otro; porque su furor brota de repente, y el día de la venganza perecerás.

No confíes en riquezas injustas, que no te servirán el día de la ira.

No avientes con cualquier viento ni sigas cualquier dirección.

Sé consecuente en tu pensar y coherente en tus palabras; sé rápido para escuchar y calmoso para responder; si está en tu poder, responde al prójimo, y si no, mano a la boca.

El hablar trae honra y trae deshonra, la lengua del hombre es su ruina.

No seas falso ni murmures con tu lengua; para el ladrón se hizo la vergüenza, y la afrenta del prójimo para el falso.

No hagas daño, ni poco ni mucho, no te hagas enemigo en vez de amigo, pues ganarás mala fama, baldón y afrenta: de hombre perverso y doblado.

No caigas víctima de tu pasión, pues excitará sus fuerzas contra ti, comerá tus hojas, arrancará tus frutos y te dejará como árbol seco; la pasión violenta destruye a su amo y lo hace el hazmerreír de su enemigo.
 

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (28-33: PG 11, 526. 527.558-562)

Todos tenemos potestad para perdonar los pecados
cometidos contra nosotros

Ahora bien, si tantos son nuestros acreedores, no es menos cierto que también nosotros tenemos deudores. Los hay que nos deben en cuanto hombres, otros en calidad de ciudadanos, de padres, de hijos; están los deberes de las mujeres para con los maridos y de los amigos para con los amigos. Pues bien: si alguno de nuestros numerosos deudores se mostrare menos solícito en devolvernos los servicios que nos adeuda, debemos reaccionar con humanidad, sin recordar las injurias, antes bien trayendo a la memoria las deudas propias, no solamente para con los hombres, sino para con el mismo Dios, y que tantas veces nos hemos resistido a saldar.

Teniendo, pues, presentes las deudas que no hemos pagado, sino que más bien hemos defraudado en el pasado, cuando debimos prestar al prójimo tal o cual favor, seremos más indulgentes con quienes nos deben y no nos pagan las deudas; máxime si no echamos en olvido lo que hemos pecado contra Dios y las palabras inicuas que hemos pronunciado contra el Excelso, bien por ignorancia de la verdad, bien por intolerancia de la adversidad en la vida.

Porque si no aceptamos ser condescendientes con nuestros deudores, correremos idéntica suerte que aquel empleado que se negó a condonar la deuda del compañero que le debía cien denarios. Habiéndosele perdonado la deuda —según nos cuenta la parábola evangélica—, a continuación el Señor ordenó que lo encadenaran, y le exigió el pago de lo que anteriormente le había perdonado. Y dijo: ¡Siervo malvado y haragán! ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Metedlo en la cárcel hasta que pague toda la deuda. Y el Señor concluye: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Todos tenemos, pues, potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros, como se ve claramente en las palabras: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en estas otras: Porque también nósotros perdonamos a todo el que nos debe algo.

Una vez que haya tratado sobre las diversas partes de la oración, creo que habrá llegado el momento de poner fin a este opúsculo. Me parece que son cuatro las partes de la oración que me toca describir y que hallo dispersas en las Escrituras, y a cuyo modelo debe cada cual reducir, como a un todo, su propia oración.

Estas son las partes de la oración. Según la capacidad de cada cual, al principio y como en el exordio de la oración,hay que dar gloria a Dios, por Cristo conglorificado, en el Espíritu Santo coalabado. Después cada cual debe situar la acción de gracias universal por los beneficios concedidos a la comunidad y luego las gracias personales recibidas de Dios. A la acción de gracias parece oportuno le suceda la dolida acusación ante Dios de sus propios pecados y la petición, en primer lugar, de la medicina que lo libere del hábito y de la inclinación al pecado, y luego, del perdón de los pecados cometidos. En cuarto lugar y después de la confesión me parece que ha de añadirse la súplica implorando los magníficos bienes celestiales, tanto para sí mismo como para toda la comunidad humana, para los familiares y para los amigos.

Y por encima de todo esto, la oración debe finalizar por la glorificación de Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pues es justo que una oración que comenzó por la glorificación, con la glorificación termine, alabando y glorificando al Padre de todos, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 6, 5-37

La amistad. El gozo de la sabiduría es suave

Una voz suave aumenta los amigos, unos labios amables aumentan los saludos.

Sean muchos los que te saludan, pero confidente, uno entre mil; si adquieres un amigo, hazlo con tiento, no te fíes en seguida de él; porque hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y te afrentan descubriendo tus riñas; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti; si te alcanza la desgracia, cambian de actitud y se esconden de tu vista.

Apártate de tu enemigo y sé cauto con tu amigo.

Al amigo fiel tenlo por amigo; el que lo encuentra, enchentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor; un amigo fiel es un talismán: el que teme a Dios lo alcanza; su camarada será como él y sus acciones como su fama.

Hijo mío, desde la juventud busca la instrucción, y hasta la vejez encontrarás sabiduría.

Acércate a ella como quien ara y siega, esperando abundante cosecha; cultivándola trabajarás un poco, y en seguida comerás sus frutos.

Al necio le resulta fatigosa, y el insensato no puede con ella; lo oprime como piedra pesada, y no tarda en sacudírsela.

Escucha, hijo mío, mi opinión y no rechaces mi consejo: mete los pies en su cepo y ofrece el cuello a su yugo, arrima el hombro para cargar con ella y no te irrites con sus cadenas; con toda el alma acude a ella, con todas tus fuerzas sigue sus caminos; rastréala, búscala, y la alcanzarás; cuando la poseas, ya no la sueltes; al fin alcanzarás su descanso, y se te convertirá en placer, sus cadenas se volverán baluarte; su coyunda, traje de gala; su yugo, joya de oro; sus correas, cintas de púrpura; como traje de gala la llevarás, te la pondrás como corona festiva.

Si quieres, hijo mío, llegarás a sabio; si te empeñas, llegarás a sagaz; si te gusta escuchar, aprenderás, si prestas oído, te instruirás.

Procura escuchar las explicaciones, no se te escape un proverbio sensato; observa quién es inteligente, y madruga para visitarlo, que tus pies desgasten sus umbrales.

Reflexiona sobre el temor del Altísimo y medita sin cesar sus mandamientos: él te dará la inteligencia y según tus deseos te hará sabio.
 

SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Tratado sobre la amistad espiritual (Lib 2: Edit J. Dubois, 53-57)

Un amigo fiel es un talismán

Entre los valores humanos nada Se apetece más santamente, nada se busca con mayor utilidad, nada es más difícil de encontrar, ninguna experiencia es más dulce, ni se retiene con mayor índice de rentalibilidad que la amistad, pues tiene un fruto para esta vida presente y para la futura. Porque la amistad sazona con su suavidad todas las demás virtudes, anula con su fuerza los vicios, hace más llevadera la adversidad, administra bien la prosperidad, hasta el punto de que, sin amigos, apenas si es posible la felicidad entre los mortales. Puede parangonarse con una bestia el hombre que no tiene con quién congratularse en los días de prosperidad ni compartir sus tristezas en los momentos difíciles; a quién descubrir sus negros pensamientos, a quién comunicar las ideas sublimes o luminosas que se le ocurrieren y que se sitúan al margen de lo ordinario. ¡Pobre del solo si cae: no tiene quien lo levante! Y solo absolutamente está quien sin un amigo está.

Y, por el contrario, ¡qué felicidad, qué seguridad, qué dicha tener alguien con quien puedas hablar como contigo mismo!, ¡a quien no temas confesar tus eventuales fallos!, ¡ a quien puedas revelar sin rubor tus posibles progresos en la vida espiritual!, ¡a quien puedas confiar todos los secretos de tu corazón y comunicarle tus proyectos!

¿Puede haber cosa más agradable que unir así un alma a otra alma y hacer de dos un solo ser, sin temer jactancia alguna, sin recelar ninguna sospecha, sin que uno se sienta dolido de ser por el otro corregido, sin que deba notar o censurar adulación ninguna en las alabanzas del otro? Un amigo fiel —dice el Sabio— es un talismán. ¡Muy bien dicho! No hay efectivamente revulsivo más enérgico, ni más eficaz, ni más cualificado para nuestras heridas en todas las temporales eventualidades, que tener alguien que sepa venir a nuestro encuentro, sufriendo con nosotros, en toda desgracia, y congratulándose con nosotros en los sucesos prósperos, de modo que —como dice el Apóstol—, arrimando los dos el hombro, se ayuden mutuamente a llevar sus cargas. Con una salvedad: que cada uno siente más llevadera la injuria propia que la del amigo.

Así pues, la amistad hace más espléndidos los momentos de prosperidad y, al comunicarlas y compartirlas, más llevaderas las adversidades. El amigo fiel es, pues, un magnífico talismán. Porque —y en esto compartimos la opinión con los paganos— el amigo nos es mucho más útil que el agua y el fuego. En todo trabajo, en cualquier empresa, en las cosas ciertas como en las dudosas, en un acontecimiento cualquiera, en cualquier condición, en público y en privado, en toda decisión, en casa o en la calle, en todas partes es grata la amistad, necesario el amigo, útil la gracia.

Y, lo que excede a toda ponderación, la amistad es un grado cercano a la perfección, que consiste en el amor y conocimiento de Dios: de esta forma el hombre, de amigo del hombre, se convierte en amigo de Dios, según lo que el Salvador dice en el evangelio: Ya no os llamo siervos, sino amigos míos.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 7, 24-40

Deberes para con los hijos, los padres,
los sacerdotes, los pobres

Si tienes ganado, cuida de él; si te es útil, consérvalo; si tienes hijos, edúcalos; cuando aún son jóvenes, búscales mujer; si tienes hijas, vigila su cuerpo, y no seas indulgente con ellas; casar una hija es gran tarea, pero dásela a hombre prudente; si tienes mujer, no la aborrezcas, pero no te fíes de una que no te gusta.

Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los afanes de tu madre; recuerda que ellos te engendraron, ¿qué les darás por lo que te dieron?

Teme a Dios de todo corazón y honra a sus sacerdotes consagrados; ama a tu Hacedor con todas tus fuerzas y no abandones a sus servidores; honra a Dios y respeta al sacerdote, y dale su porción como está mandado: grano escogido, contribución para el culto, sacrificios rituales ofrendas consagradas.

Extiende tu mano también al pobre, para que sea completa tu bendición; sé generoso con todos los vivos, y a los muertos no les niegues tu piedad; no des largas a los afligidos y guarda luto con los que están de luto; no rehúyas al que está enfermo, y él te querrá.

En todas tus acciones piensa en el desenlace, y nunca pecarás.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, 1-2: PG 31,1514-1515)

Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad
discípulos míos

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito del Dios vivo, cuando, después de haber resucitado de entre los muertos, hubo recibido la promesa de Dios Padre, que le decía por boca del profeta David: eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra, y hubo reclutado discípulos, lo primero que hace es revelarles con estas palabras el poder recibido del Padre: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. E inmediatamente después les confió una misión diciendo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Habiendo, pues, el Señor ordenado primero: Haced discípulos de todos los pueblos, y agregado después: Bautizándolos, etc., vosotros, omitiendo el primer mandato, nos habéis apremiado a que os demos razón del segundo; y nosotros, convencidos de actuar contra el precepto del Apóstol, si no os respondemos inmediatamente —puesto que él nos dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere—, os hemos transmitido la doctrina del bautismo según el evangelio del Señor, bautismo mucho más excelente que el de san Juan. Pero lo hemos hecho de forma que sólo hemos recogido una pequeña parte del inmenso material que, sobre el bautismo, hallamos en las sagradas Escrituras.

Sin embargo, hemos creído necesario recurrir al orden mismo transmitido por el Señor, para que de esta suerte también vosotros, adoctrinados primeramente sobre el alcance y el significado de esta expresión: Haced discípulos, y recibida después la doctrina sobre el gloriosísimo bautismo, lleguéis prósperamente a la perfección, aprendiendo a guardar todo lo que el Señor mandó a sus discípulos, como está escrito. Aquí, pues, le hemos oído decir: Haced discípulos, pero ahora es necesario hacer mención de lo que sobre este mandato se ha dicho en otros lugares; de esta forma, habiendo descubierto primero una sentencia grata a Dios, y observando luego el apto y necesario orden, no nos apartaremos de la inteligencia de este precepto, según nuestro propósito de agradar a Dios.

El Señor tiene por costumbre explicar claramente lo que en un primer momento se había enseñado como de pasada, acudiendo a argumentos aducidos en otro contexto. Un ejemplo: Amontonad tesoros en el cielo. Aquí se limita a una afirmación escueta; cómo haya que hacerlo concretamente, lo declara en otro lugar, cuando dice: Vended vuestros bienes, y dad limosna; haced talegas que no se echen a perder, un tesoro inagotable en el cielo.

Por tanto —y esto lo sabemos por el mismo Señor—, discípulo es aquel que se acerca al Señor con ánimo de seguirlo, esto es, para escuchar sus palabras, crea en él y le obedezca como a Señor, como a rey, como a médico, como a maestro de la verdad, por la esperanza de la vida eterna; con tal que persevere en todo esto, como está escrito: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres».