Radiomensaje
por Navidad
21
de diciembre de 1961
Venerables Hermanos, amados hijos:
Natividad del Señor, fiesta de paz. Pueden
rebuscarse otras resonancias del gran misterio para expresar la plenitud de la
gracia, que en estos días alegra a todo el que cree en Jesucristo: ya no se
sale de aquel tema.
Este es el anuncio de Belén: gloria de Dios, paz
verdadera e invitación a que la voluntad humana corresponda a don tan grande.
Gloria in altissimis Deo: pax hominibus: bonae voluntatis[i].
I. El tema dominante de los Radiomensajes navideños
La literatura secular de todos los países, por
donde pasó la luz de Cristo, no se extiende más allá de esta triple
manifestación, que se abre a los hombres con la venida del Hijo de Dios a la
tierra.
2. Ved que por cuarta vez, en Navidad, el humilde
hijo del pueblo, llamado a la cumbre del sacerdocio y del gobierno de la Iglesia
-dejádnoslo decir así tal como Nos es habitual el pensarlo- pone su espíritu,
sostenido por la gracia del Señor, al servicio del gran anuncio de paz.
En los años precedentes, Nos complacimos en ofrecer
a la humanidad entera la paz de Belén en una triple refracción.
Siempre la paz de Cristo, pero esplendente en sus más
nobles manifestaciones: paz y justicia, paz y unidad, paz y verdad.
a) Triple refracción.
3. En la triple refracción palpita el recuerdo de
los principales y más preciosos bienes de la humanidad. Para recoger el
auspicio, y repetir la felicitación que los hombres se entrecambian en estos días,
nada más expresivo que esta múltiple efusión de riquezas que el Verbo de
Dios, haciéndose Hombre, trajo a la tierra para redención y exaltación
universal.
Amados hijos: Bien sabéis que intérpretes fidelísimos
de la enseñanza siempre antigua y siempre nueva de las comunicaciones
celestiales son reconocidos los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente,
cuyas voces se unen y entrelazan armoniosamente.
b) Voces concordes de los siglos.
4. Una de éstas, que Nos es familiar desde la
juventud, es la de San León Magno, que, en este año, de nuevo despierta
acentos de nuevo fervor. De San León Magno hemos celebrado, con la reciente encíclica
Aeterna Dei, el XV centenario de su muerte. En las faustas circunstancias del
pasado noviembre, ¡cuán agradable Nos fue tomar inspiración para Nuestras
palabras de este gran Doctor! También hoy, de sus sermones navideños -que
mantienen intacta la vivacidad de un estilo tan personal- Nos place hacer que se
alce la atención de vuestros ojos hacia la Gruta de Belén. Escuchad, escuchad:
Generatio... Christi origo est populi christiani, et natalis capitis
natalis est corporis. Grandes palabras, queridos hijos: "La generación
de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano; el nacimiento de la Cabeza es
también el nacimiento del cuerpo". Y prosigue: "Aunque cada uno de
los llamados tenga su grado, y los hijos de la Iglesia sean distintos en la
sucesión de los tiempos, sin embargo, la totalidad de los fieles nacida en la
fuente bautismal... es engendrada con Cristo en esta Navidad... Por lo tanto, la
grandeza del don que nos ha sido conferido exige de nosotros una reverencia
digna de su esplendor...".
c) Particular acentuación de este año.
5. Mas ¿qué podemos encontrar más conforme a la
dignidad de la fiesta de hoy sino la paz, que precisamente en la Natividad de
Jesús fue por primera vez anunciada por los ángeles? Ella es la que engendra
los hijos de Dios, alimentadora de la bondad y madre de la unidad... La
Natividad del Señor es la natividad de la paz, pues dice el Apóstol: El es
nuestra paz...[ii].
La paz de los hombres buenos y rectos -os diremos,
parafraseando el pensamiento de San León- de lo alto viene y eleva hacia lo
alto, no quiere confundirse con las fáciles inclinaciones de los amadores del
mundo. Ella resiste a todos los obstáculos, y de las peligrosas deleitaciones
empuja al hombre hacia las verdaderas alegrías... Fundidos, como nos sentimos,
en una sola voluntad y en una sola convicción, y concordes en la fe, en la
esperanza y en el amor, puede ella traernos el Espíritu de la paz"[iii].
d) Auspicio y augurio.
6. Elevaciones encantadoras, éstas de San León.
Contienen detalles precisos de doctrina y de vida práctica.
De hecho, ahí está todo: Iglesia santa, en todos
sus órdenes de fieles, sacerdocio integérrimo, pontificado supremo en función
de instrumento querido por Dios para la unión de los pueblos, y unión de los
pueblos encaminada a la exaltación verdadera y duradera de la civilización. Sí:
todo cuanto Nos ha tocado señalar como augurio navideño, en estos tres años
de nuestro encuentro de Belén, todo está ahí. ¿Os acordáis? Ante todo,
conocimiento de la verdad, pax et veritas, que lleva a la adoración del Hijo de
Dios, hecho hombre por nosotros, y a la aceptación de su mensaje: pax et
veritas, que refuerza los nobles sentimientos, y mantiene los justos propósitos
para conocer la verdad y servirla. Pax et unitas, apremiante invitación a la
fidelidad en torno a esta Cátedra Apostólica, que es centro de unidad. Luego,
pax et iustitia, en esta visión de la realidad única de la Iglesia, que
contiene elementos preciosos para asegurar la solidez de la trabazón social, y
para celebrar pactos de pacífica convivencia: ora de los ciudadanos dentro de
la misma nación y en las relaciones de trabajo, ora en el universo mundo que a
todos pertenece y a todos debe garantizar operosidad y tranquilidad de vida.
¿No creéis que a esta triple iluminación de paz:
in veritate, in unitate, in iustitia, podemos Nos añadir, para esta Navidad, un
cuarto rayo: esto es, la bondad, la pax Christi in bonitate, para nuestra mayor
y más intensa edificación espiritual?
¡Oh! Cuán bien resultan, y en perfecta irradiación,
nuestras elevaciones hacia el reino glorioso de Cristo en la expresión de la
santa Liturgia: Rex pacificus magnificatus est, cuius vultum desiderat universa
terra. Rex pacificus super omnes reges universae terrae[iv].
II. Regnum Christi: bonitas Pax Christi in bonitate,
por lo tanto.
La primera visión que nos viene y se nos presenta
es la de El, que desde la cuna de Belén nos invita, anticipando los encuentros
de cuando se habrá hecho adulto, y será respetado y aclamado como Rabbi, el
Divino Maestro, entre las turbas conmovidas y les dirá: Discite a me quia mitis
sum et humilis corde[v].
Esta voz desde la cuna es la irradiación de la
bonitas de Jesús, de la que él es substancia viva, fuente divina y cuya gracia
es magisterio universal para todo el mundo.
a) Desconcertante visión.
7. Mas este magisterio envuelto en humildad y en
dulzura, abierto a la alegría de paz universal, de hecho en el correr de los
siglos permanece como señal de discordia y de obstinada dureza en las
relaciones de los hombres entre sí.
Observando los acontecimientos que más vecinos nos
están, diríase que en nuestra época la angustia y el miedo determinan una
fiebre y un ardor de mutua indisposición, tal vez inconsciente en muchos, pero
siempre advertida en las relaciones recíprocas: lo cual lleva a una continua
perturbación en las relaciones domésticas y sociales, nacionales e
internacionales.
Tal comprobación es mucho más dolorosa cuando se
piensa que el Creador en el plan de su providencia ha predispuesto a los hombres
para entenderse, para ayudarse, para integrarse los unos con los otros: en la
fraternal colaboración de programas, en el paciente arreglo de las diferencias,
en la equitativa distribución de los bienes terrenales: iustitia duce, caritate
comite, según caridad y justicia[vi].
¡Oh, cuán claras son, a este propósito, las
palabras de los Profetas y de los Salmos, cuando inculcan en nombre de Dios la
bondad y el amor! Mirad, dice Isaías: "Rompe las cadenas injustas,
despacha libres a los oprimidos, rompe todo peso. Reparte tu pan con el
hambriento, acoge en tu casa a los pobres y perdidos; viste al que vieres
desnudo, no desprecies a quien es tu propia carne... Y el Señor te dará
siempre descanso y llenará de esplendores tu alma"[vii].
b) Espíritu de contradicción.
8. Si consideramos el conjunto de las mutuas
relaciones tanto dentro de las naciones como en los encuentros internacionales,
podemos advertir cuán lejos se está aún de la enseñanza divina, que brilla
en los siglos del Antiguo Testamento, y resplandece con luz perfecta en la
plenitud de los tiempos, con la venida del Divino Maestro. Allí, todo es una
invitación a la paz, porque es proclamada la bienaventuranza de la paz; aquí,
por lo contrario, por debajo de hermosas palabras (aunque a lo menos se salva la
forma, lo cual no siempre se cumple) es muy frecuente el espíritu de
contradicción a la paz.
Es el orgullo del poderoso que oprime; es la
avaricia del que acumula, cerrando sus entrañas a las necesidades de sus
hermanos[viii];
es la insensibilidad del que goza, ignorando el vasto genio del sufrimiento, que
hay por el mundo; es el egoísmo del que piensa exclusivamente en sí mismo.
Y es que siempre falta la bonitas Christi. La cual,
ante todo, debe aplicar el antídoto a este espíritu de contradicción y de
dureza, una preparación a la más pacífica valoración de las cosas.
c) Celestial remedio.
9. En Nuestra encíclica Mater et Magistra hemos
querido subrayar que "cuando se está animado por la caridad de Cristo, uno
se siente entonces unido a los otros y se sienten como propias las necesidades,
los sufrimientos y las alegrías de los demás. Y en consecuencia, la conducta
de cada uno... -decíamos- no puede menos de resultar más desinteresada, más
vigorosa, más humana, porque la caridad es magnánima, es servicial..., no
busca su interés..., no se goza con la injusticia, antes se alegra con la
verdad, todo lo espera y soporta todo"[ix].
Por esto precisamente, la súplica de paz que en
este año se eleva desde la cuna de Belén, quiere ser invocación de bondad,
valoración de la verdadera fraternidad, propósito de sincera cooperación, que
rehuya toda intriga, y todos aquellos elementos disolventes, que Nos -lo
repetimos- llamamos por su nombre, sin eufemismo alguno: orgullo, avaricia,
insensibilidad, egoísmo.
La invitación quiere ser tanto más apremiante,
cuanto que la recíproca desconfianza es causa del creciente malestar: Pensad:
aun el solo estado de temor, de que son presa las almas, efecto de los esfuerzos
de ostentada violencia y de enemistad fomentada, da origen al general
enfriamiento, y lo extiende cada vez más. En tal condición es natural pensar
en la solemne y grave palabra de Cristo: como profecía y como amenaza.
Refrigescet caritas multorum: "por superabundar la iniquidad, se enfriará
la caridad de muchos"[x]. El hombre ya no es para el
hombre su buen hermano, misericordioso y amable; antes, se ha convertido en un
extraño, calculador, sospechoso, egoísta.
De donde la necesidad de proclamar el único
remedio, acoger a Jesús de Belén, Cordero de Dios, que ha venido a quitar el
pecado del mundo[xi]; recurrir a su gracia,
practicando su doctrina de misericordia.
d) Irradiación de la bondad.
10. ¡Oh! bendita Navidad: encuentro de las almas
sencillas, invitación a purificarse interiormente, porque "ha aparecido la
benignidad y la amabilidad de Dios nuestro Salvador"[xii].
Triste es deplorar el mal; pero no basta su lamento
para eliminarlo. Es el bien lo que debemos querer, cumplir y exaltar. Es la
bondad la que debe ser proclamada a la faz del mundo, para que se irradie
alrededor, y penetre en todas las formas de la vida individual y social.
Bueno debe ser el individuo: bueno, siendo espejo de
conciencia pura, donde no entre la doblez, el cálculo, la dureza de corazón.
Bueno, como entregado a un empeño continuo de purificación interior y de
verdadera perfección; bueno, como fiel a una inmutable firmeza de propósito,
al que corresponda todo pensamiento y toda acción.
Buena la familia: en la cual el recíproco amor
palpite en el ejercicio de toda virtud. La bondad dulcifica y refuerza la
autoridad paterna, y se difunde por la delicadeza materna: ella también moldea,
además, la obediencia de los hijos, modera su exuberancia, inspira los
obligados sacrificios.
Y es también la bondad la que debe regir toda
expresión de la vida, fuera del ámbito estrictamente doméstico, pero unida a
él: ved, pues, las distintas aplicaciones, que se le abren, en la escuela de
diversos grados, en las varias instituciones de la vida cívica, para la
ordenada convivencia de los ciudadanos en la tranquilidad, en el respeto, en la
concordia. Todas las relaciones de los órdenes sociales deben presentar expresión
de la bondad, que también San León Magno recomienda con los más vivos trazos:
"Cumplir injusticia, y devolverla -dice él- es prudencia de este mundo;
mientras no hacer a nadie mal por mal es inocente expresión de cristiana
indulgencia... Se ame, pues, la humildad, y manténganse los fieles lejos de
toda arrogancia. Que cada uno anteponga su hermano a sí mismo, y nadie busque
su propio interés, sino el de los demás para que, cuando en todos abunde el
afecto de la benevolencia, en ninguno se encuentre el veneno de la
enemistad"[xiii].
Buena debe ser también la humanidad. Estas voces
que resuenan desde el fondo de los siglos para amaestrarnos aún hoy con
modernos acentos, recuerdan a los hombres el deber que les incumbe de ser
buenos: es decir, justos, rectos, generosos, desinteresados, prontos para
comprender y excusar, dispuestos al perdón y a la magnanimidad. Como invitación
al ejercicio de tal deber, se torna oportuno el llamamiento -que ha sido la
confiada orientación de este Nuestro radiomensaje- a querer la paz y a eliminar
los elementos que la obstaculizan.
III. Férvido llamamiento a los responsables de la
vida de los pueblos
11. No podemos creer que la prepotencia humana pueda
desbordarse. Junto a elementos de temor y de aprehensión, hay doquier positivos
reflejos de buena voluntad, constructiva y bienhechora. Mientras damos gracias
al Señor, dador de todo bien, elevamos la invitación que nos apremia en el
corazón: invitación a quien posee la fuerza económica, a correr todo riesgo,
pero no a poner en peligro la paz y la vida de los hombres; a buscar todos los
medios, que el actual progreso ofrece, para aumentar en el mundo el bienestar y
la seguridad, mas no para difundir desconfianza y sospecha recíprocas. Y una
vez más "con tristeza lo ponemos de relieve -usamos palabras de Nuestra
encíclica Mater et Magistra- que..., mientras por un lado las situaciones de
malestar se acentúan en extremo y se proyecta amenazador el espectro de la
miseria y del hambre, por otro se utilizan, y a menudo en gran escala, los
descubrimientos de la ciencia, las realizaciones de la técnica y los recursos
económicos para crear terribles instrumentos de ruina y de muerte".
Invitación a quienes poseen el arte de formar la
opinión pública, o en parte tienen su monopolio, a que teman el justo juicio
de Dios, y también el de la historia, y a que procedan cautamente, con respeto
y sentido de mesura. No pocas veces en los tiempos modernos -lo decimos con pena
y sinceridad- la prensa ha cooperado a preparar un clima de aversión, de
animosidad y de ruptura!
Invitación a los responsables de las Naciones, a
quienes en sus manos tienen los destinos de la humanidad.
Hombres frágiles y mortales, os están mirando con
angustia vuestros semejantes, que son vuestros hermanos, antes que súbditos. Y
con la autoridad que de Jesucristo nos viene, os decimos: Alejad, alejad la
sugestión de la fuerza; temblad ante la idea de desatar una cadena imponderable
de hechos, de juicios, de resentimientos, que pueda terminar con actos no
previstos e irreparables. Gran poder se os ha dado, mas no para destruir sino
para edificar; no para dividir, sino para unir; no para hacer que corran las lágrimas,
sino para dar a todos trabajo y seguridad.
Anhelo de justicia y de equidad.
Ved las varias aplicaciones de una bondad, que debe
extenderse a todos los campos de la humana convivencia. Esta bonitas es fuerza y
dominio de sí mismos, paciencia con los demás, caridad que no se apaga, que no
se desanima, porque realmente quiere el bien en torno a sí, según las
inmortales palabras de San Agustín[xiv].
Ella "permanece tranquila en las ofensas, bienhechora entre los odios; en
la ira es mansa, es inocente en las insidias; en la iniquidad gime, y respira en
la verdad: inter iniquitates gemens, in veritate respirans"[xv].
Venerables Hermanos y amados hijos:
14. Que de la renovada contemplación del Hijo de
Dios hecho hombre, venga a cada uno de los hombres, con toda su claridad, el
mensaje de la bondad y caridad evangélica. Que sea, para los creyentes,
renovado estímulo para vivirlo en su plenitud, llevando su ejemplo al mundo
angustiado; que para todos los hombres de buena voluntad sea llamamiento a
saludables reflexiones sobre la constante aplicación de los principios en los
que se funda la ordenada convivencia social.
El humilde Vicario de Cristo, al hacer resonar su
voz, ha querido proponer con la más persuasiva evidencia el deber común que
brota de la esencia misma de la Navidad.
Al poner fin a Nuestras palabras, el pensamiento se
dirige conmovido a la humanidad entera, para cuya salvación se encarnó el
Verbo Divino: de modo particular, a los que sufren, a los atribulados en el espíritu
y en el cuerpo, a quien espera justicia y caridad. A todos va el paternal
augurio de todo consuelo.
Mas no podemos silenciar la angustia de Nuestro
corazón: la próxima fiesta navideña, que ya alborea sobre el mundo, encontrará
pueblos sin paz, sin seguridad, sin libertad religiosa, angustiados por el
espectro de la guerra o del hambre. Por ellos asciende al cielo Nuestra férvida
oración, velada con lágrimas, unida a los votos paternales para una justa
resolución de todas las dificultades y controversias y a la invitación, que
una vez más repetimos a los responsables de las Naciones, para que por su unida
comprensión se afirmen la justicia, la equidad, la deseada paz.
Esta palabra de paz, fundada en la verdadera bondad,
va a sellar Nuestro mensaje, el cual acompaña el saludo de una buena felicitación
y el don de la Bendición Apostólica.
JUAN XXIII
[i] Luc. 2, 14.
[ii]
Eph. 2, 14.
[iii]
Cf. Leonis I Sermo 26 (in Nat. Dom. 6) 2, 35; PL 54, 213. 214. 216.
[iv]
In Vesp. Nativ.
[v]
Mat. 11, 29.
[vi] Pío XII Ep. enc. Sertum laetitiae 1 nov. 1939, Disc. e Rad. 3, 492.
[vii]
Is. 58, 6-7, 11.
[viii]
Cf. 1 Io. 3, 17.
[ix]
1 Cor. 13, 4-7; A. A. S. 53 (1961) 461.
[x]
Mat. 24, 12.
[xi] Cf. Io. 1, 29.
[xii]
Tit. 3, 4.
[xiii]
A. A. S. 53 (1961) 448.
[xiv]
Sermo 37 (In Epiphan, sollemn. 7) 4; PL 54, 259.
[xv]
Sermo 350, 3 PL 39, 1535.