I.
EL LIBRO-SIGNO
DE LA PALABRA DE DIOS
El libro-signo de la
presencia de la
palabra de Dios en la liturgia es el
Leccionario, recuperado como
libro litúrgico
propio por la reforma litúrgica ordenada por el Vaticano II. La
Biblia no es todavía el
Leccionario, que supone ya una selección y
ordenación de los pasajes bíblicos de cara
a la celebración. El concilio
Vaticano II ha hecho posible el que hoy
podamos contar con el más grande y
rico Leccionario de la palabra de
Dios de toda la historia de la liturgia.
Todo el NT y gran parte del AT se
encuentran dispuestos para nutrir la
fe de las comunidades en todo el
conjunto de leccionarios que están actualmente en vigor: Leccionarios
de la misa, Leccionarios de los diferentes
rituales de sacramentos y sacramentales,
Leccionarios del oficio divino.
No en vano desembocaron en el
Vaticano II dos
grandes movimientos,
que han resultado extraordinariamente
beneficiosos para la iglesia: el movimiento bíblico
y el movimiento litúrgico. El concilio, en efecto, resaltó
la importancia objetiva de la
presencia de la palabra de Dios en
la liturgia en las constituciones
Dei
Verbum y Sacrosanclum concilium
(cf
DV 21; 23; 24; 25; SC 7;
24; 33;
35; etc.). En este último documento afirmó
lo siguiente: "A fin de que la mesa
de la palabra de Dios se prepare con
más abundancia para los fieles,
ábranse con mayor amplitud los
tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años,
se lean al pueblo las partes más significativas
de la Sagrada Escritura" (SC 51).
Los
tesoros bíblicos
no son otra
cosa que la palabra de Dios
fijada por escrito en
las Escrituras bajo la
inspiración del Espíritu
Santo. Esta palabra,
que es comunicación
de Dios, revelación, promesa, profecía
y sabiduría divinas, se ha hecho
libro dispuesto para ser
abierto y leído en
medio de la asamblea. Dios
mismo presentó su palabra
como libro
al profeta
Ezequiel (cf Ez 3,111) y al autor del Apocalipsis (cf Ap
5). Jesús, en la sinagoga de
Nazaret, tomó el libro
del profeta Isaías y,
abriéndolo, leyó un pasaje en la celebración del
sábado (cf Lc 4,16-21). En el libro, bien
sea la Biblia completa o el Leccionario, se contiene
todo cuanto Dios ha tenido a bien
manifestar al hombre en orden a la
salvación.
Del libro-signo de la palabra
de Dios dice el
Vaticano II: "La iglesia ha
venerado siempre las Sagradas
Escrituras al igual que el mismo cuerpo
del Señor, no dejando de tomar de
la mesa y de distribuir a los fieles el
pan de vida, tanto de la palabra de
Dios como del cuerpo de Cristo, sobre
todo en la liturgia" (DV 21). El
respeto y el amor que la iglesia siente
por la Sagrada Escritura, comparado
con la veneración hacia el misterio
eucarístico, se ha manifestado en los
honores que todas las liturgias
reservan a la proclamación de la palabra
y, de modo particular, al evangelio.
En efecto, el
Evangeliario es
llevado entre luces,
incensado, besado, colocado
sobre el altar, mostrado al
pueblo; con él se bendice a
los fieles (liturgia
bizantina), y para él se reservan las mejores
encuadernaciones y las guardas o cubiertas
más preciosas y artísticas.
Ahora bien, la existencia del librosigno
que es el Leccionario no es un hecho casual, y ni siquiera un recurso
práctico para disponer cómodamente de
las lecturas ordenadas de modo
sistemático según el calendario de las celebraciones. El Leccionario es,
ciertamente, el resultado de una labor de
selección y sistematización de los
textos bíblicos. Sin embargo, es
mucho más que todo esto. El Leccionario existe desde el momento
en que la iglesia se dispone a
celebrar a su Señor no mediante
ideas abstractas, sino en los acontecimientos
históricos de su vida terrena, en
los
que llevó a cabo la salvación.
La justificación del
Leccionario en la liturgia está insinuada en la
escena de la aparición del Resucitado a los
discípulos de Emaús, en el curso de
la cual el Señor, "comenzando por
Moisés y siguiendo por todos los profetas,
les iba interpretando en todas las Escrituras cuanto a él se refería" (Le
24,27; cf 24,44). Esta introducción en el
misterio de los acontecimientos
finales de la vida de Jesús a la luz de las Escrituras (el AT), realizada
por el propio Señor, es tarea confiada a la iglesia, y que ésta realizó
desde el principio escrutando los
libros santos (cf Jn 5,39).
La iglesia, bajo la
iluminación del
Espíritu Santo, recibido para
comprender las Escrituras (cf
Lc 2445), debe poner
a sus hijos, bautizados
y confirmados por el Espíritu,
en contacto vivo y eficaz
con los hechos y las
palabras de salvación que Jesucristo realizó en su vida terrena, singularmente
en la pascua redentora
de su muerte y resurrección. Esto
lo hace la iglesia mediante
la selección de los
textos bíblicos de la liturgia
de la palabra (el orden de lecturas
de cada celebración) y mediante
la homilía mistagógica, o
sea, que merezca
verdaderamente este nombre (cf SC 52).
No existe otro modo de
recordar, celebrar y
actualizar la presencia del
misterio de la salvación en
la iglesia que recordar, celebrar y actualizar
lo que supone también vivir
los hechos y las palabras
realizados por Cristo
para salvarnos. Ahora
bien, estos hechos y
palabras constituyen
el centro de toda la historia
de la salvación, el
cumplimiento y la
meta de una larga espera y preparación,
que conocemos como el AT.
Se comprende entonces que el
programa
celebrativo
contenido en la liturgia
de la palabra, y cuyo conjunto forma el Leccionario, se base fundamental
y esencialmente en el pasaje
evangélico en torno al cual
se estructura el
resto de los textos bíblicos.
Cristo es el centro de toda
la Escritura, a la
que da unidad y sentido,
tanto a lo que llamamos AT
como a lo que llamamos
NT o escritos apostólicos.
De ahí la necesidad de proclamar
por orden y de manera gradual,
en el curso de un año (cf SC 102), todos los hechos
y todas las palabras del evangelio, y de
reorganizar, en torno a estos hechos
y palabras, las lecturas restantes y
los cantos que las acompañan. En esto
consiste la razón de ser y la
esencia del Leccionario de la
palabra de Dios en la liturgia.
Por consiguiente, el Leccionario es el modo normal, habitual y propio que tiene la iglesia de leer en las Escrituras la palabra viva de Dios siguiendo los hechos y las palabras de salvación cumplidos por Cristo y narrados en los evangelios. El Leccionario es el resultado de la profundización e interpretación litúrgica que la iglesia -entiéndase cada iglesia particular o local- ha ido haciendo y hace en cada tiempo y lugar, guiada por la luz del Espíritu Santo. Esto explica que cada iglesia o rito litúrgico haya tenido no uno, sino muchos leccionarios á lo largo de su historia y, en ocasiones, varios simultáneamente.
Nos centramos, a partir de
este momento, en el
Leccionario destinado
a la celebración eucarística, que
es el principal y el más
constante a lo largo
de la historia de la liturgia.
Al principio, en los
orígenes, las
comunidades cristianas no tenían
más libro litúrgico que las
Sagradas Escrituras
del AT. Se supone que su lectura en las
celebraciones seguía el mismo ritual y,
probablemente, el mismo orden que en
la sinagoga judía. Cuando empezaron a
circular, los evangelios y las
cartas de los apóstoles, los escritos
que Justino llama memorias de los
apóstoles (I Apol. 67), cabe
pensar también que fueron
incorporados a la lectura litúrgica.
Más tarde, aunque no se sepa
cuándo ni dónde se
hizo por vez primera,
se empezaron a escribir unas
anotaciones en el margen de
los libros sagrados para indicar el comienzo
y el final de cada lectura, así como
el día en que debía leerse. El paso
siguiente fue copiar la lista de
estas anotaciones marginales, no por
el orden del libro bíblico, sino siguiendo
el calendario, añadiéndose además,
para facilitar su localización, las primeras y las últimas palabras
del texto bíblico correspondiente.
Estamos ya ante una
sistematización de las lecturas bíblicas en función
de un calendario litúrgico. La
selección del texto y la
asignación a un
determinado día, con el fin de que el texto se repitiese todos los
años al llegar la fecha,
formaba parte de lo
que hoy se denomina
lectura
temática,
y que empezó a hacerse,
con seguridad, desde
el siglo IV en adelante,
al mismo tiempo que se producían
los primeros desarrollos del
año litúrgico.
Los primeros indicios de un
ordenamiento fijo de lecturas nos han llegado
a través de san Ambrosio de Milán
(340-397) de san Agustín (354-430), testigos del norte de Italia y del
norte de Africa, respectivamente. Estudiando
las homilías del santo obispo de
Hipona se ha llegado a reconstruir
el Leccionario de esta iglesia, al menos en la época de su
autor. Otro tanto se ha hecho a partir
de las homilías de san Cesáreo de
Arlés, pronunciadas en esta ciudad
entre el 502 y el 503.
Las listas de perícopas bíblicas
con el comienzo y el final de las lecturas,
siguiendo el calendario litúrgico,
se llamaban capitularia: capitularia
lectionum, las que contenían
la referencia a las lecturas no evangélicas;
capitularia evangeliorum,
las
que contenían los evangelios,
y
cotationes
epistolarum et evangeliorum, las
que reunían los dos tipos de lecturas.
Hasta nosotros han llegado manuscritos conteniendo listas de las
tres clases, que se remontan al siglo VI.
Naturalmente, para hacer la
lectura no bastaba el
capitulare;
había
que acudir al libro de las
Escrituras. Por eso
llegó un momento también
en que, para facilitar la
tarea del lector, se
confeccionaron unos libros
que contenían no solamente
las indicaciones del calendario y de la perícopa
bíblica, sino también el texto
completo de las lecturas.
Estos libros aparecen
a partir del siglo VIII y han
recibido los más diversos
nombres: Comes,
Apostolus, Epistolare,
etc.,
para el de las lecturas no
evangélicas;
Evangelium excerptum, Evangeliare, Liber evangelii,
etc., para el de los
evangelios, y
Comes, Epistolae cum
evangelis, Lectionarium,
etc., para
los que reunían unas y otras
lecturas. Estos últimos libros son los que más se parecen a nuestros actuales
Leccionarios
de la misa.
1.
EL NÚMERO DE LECTURAS ORIGINARIO.
Antes de mencionar los leccionarios
romanos de la misa, es preciso
aludir al problema del número,
y naturalmente del orden, de
lecturas que tenía la
celebración eucarística en la liturgia romana antigua.
El Leccionario de la misa
que ha llegado hasta
nuestros días en el
Misal
de san Pío V, y
que ha sido sustituido
por el actual
Orden de lecturas de
la Misa (1969; 1981),
no tenía más que dos
lecturas para cada misa, Epístola y Evangelio,
a excepción de
los miércoles y
sábados de las cuatro
témporas, del viernes santo en la acción
litúrgica de la pasión y de las
vigilias pascual y de
pentecostés, en que el número de lecturas era mayor,
sobre todo del AT. Lo más
notable, cuando se
rebasaba el número de dos lecturas, era la
existencia de una oración asociada a cada
lectura, oración que debía cantarse
o recitarse después del canto
interleccional correspondiente. Esta oración iba precedida
de la invitación del diácono a orar
de rodillas (Pongámonos de rodillas;
Levantaos).
Los historiadores de la misa
siempre se han
preguntado cuál sería el
número exacto de lecturas
que tenía la misa
romana ordinariamente, es
decir, fuera de los días que
acabamos de señalar.
El tema tiene su interés,
porque la introducción de tres
lecturas en el
Orden actual del Leccionario
de la misa, en los domingos y fiestas, debería considerarse como
una restauración, y no como una innovación,
en el caso de demostrarse, como se sospecha, que hasta el siglo VII la liturgia
romana tenía tres lecturas en la
misa, y no dos como ha sido hasta
ahora.
Los trabajos se han dirigido
hacia los antiguos sacramentarios, sobre
todo de la familia
gelasiana,
en los
cuales es frecuente que haya
dos o tres oraciones
en cada formulario de
misas, además de la de ofrendas y la
poscomunión. Los antiguos
capitularia
de las epístolas
no aportan nada en esta cuestión, porque los manuscritos
son todos posteriores al siglo VII y no tienen más que una lectura, salvo
el Epistolario de Würzburgo,
que unas veces recoge una epístola y
otras veces una epístola y una lectura
del AT, o una lectura del AT y una
epístola.
La cuestión no está
resuelta, porque las últimas investigaciones sobre
los sacramentarios de la familia
gelasiana
han sugerido la explicación
de que, fuera de los días especiales
de las témporas y las vigilias de
pascua y pentecostés, la existencia
de más de una oración antes de la
oración
sobre las ofrendas obedece a
que en los ambientes galicanizantes
(imperio franco-germánico) adonde
han llegado los libelli
missarum compuestos en Roma parecían demasiado
sobrias e insuficientes las colectas
romanas; y, por eso, al copiarlas en
nuevos formularios para ellos, no se
contentaban con una, sino que añadían otra más u otras
dos.
2.
DE LOS "COMES" Y "CAPITULARIA"
AL "MISSALE ROMANUM".
Dentro,
como estamos, del ámbito de la
liturgia romana, los
manuscritos conocidos
de los más antiguos leccionarios
de la misa no llegan más allá
del siglo VI. Desconocemos,
por tanto, la
organización del Leccionario durante
los primeros siglos. No obstante,
las series de epístolas y de
evangelios que han llegado
hasta nosotros en
los antiguos manuscritos ponen
de manifiesto una rara continuidad
y estabilidad en el ordenamiento
de los textos bíblicos. Puede
decirse que el orden
de lecturas del propio
del tiempo del
Missale Romanum
de
1570
es prácticamente el mismo que
se advierte en los
más antiguos comes
y capitularla
romanos. Esto quiere
decir que, al menos durante
casi trece siglos (hasta el
actual Orden
de lecturas de la misa),
la parte
más sustanciosa e importante
del Leccionario
de la misa
permaneció invariable.
Los manuscritos
correspondientes a las lecturas anteriores al evangelio
(las epístolas) han sido clasificados
en tres grandes grupos, correspondientes
a otras tantas tradiciones de los sacramentarios romanos:
Tipo 1. °:
Corresponde a la liturgia de
Roma de los siglos
VI-VII, representada
por el Sacramentario gelasiano
antiguo.
El único testimonio de este
tipo es el
Comes de Würzburgo.
Tipo 2. °:
Corresponde a la liturgia
del
Sacramentario gregoriano y
tiene
como único testimonio al
Comes de Alcuino,
compuesto hacia el 626,
bajo el pontificado
del papa Honorio. Este manuscrito usó el
Comes
de Würzburgo.
Tipo 3. °:
Representado por varios
manuscritos agrupados
en dos familias: una,
llamada A, de origen romano,
y situada hacia el año
900;
la
otra, llamada familia B, es
una adaptación
romano-franca de los sacramentarios gelasianos del
siglo VIII. En esta segunda familia se
encuentran los manuscritos Comes
de Murbach, datado hacia el
790, y
el
Comes de
Corbie,
datado entre el
772 y
el
780.
El
Comes de Murbach,
derivado del
Comes de Würzburgo y,
en algunos
puntos, del Comes de Alcuino,
contiene
la serie de epístolas que aparece
después en los misales plenarios para
desembocar en el Misal Romano
de
1570.
Las colecciones de los
textos evangélicos son
aún más numerosas que
las de las epístolas. También han
sido clasificadas en grupos,
tipos y familias, que
solamente en líneas generales
coinciden con la clasificación
de los manuscritos del
epistolario:
Tipo 1º.-
Hipotéticamente
representaría la liturgia del Gelasiano antiguo,
pero no hay manuscritos, como en el caso del tipo
1.º
de las epístolas.
Tipo 2.°:
Es el tipo romano puro,
gregoriano, llamado
tipo π por Th. Klauser
(cf bibliografía), y datado hacia el año
645.
El manuscrito fundamental
es el Capitulare Evangeliorum
de Würzburgo, que no hay
que confundir con el
Comes
de las
epístolas del mismo nombre. Dentro
de este mismo tipo se sitúan las familias
Λ y Σ de Klauser, también romanas, pero formadas en el siglo VIII.
Tipo 3.°:
Romano-franco, subdividido
también en dos familias: familia A, formada en Roma hacia el
700, y
familia B, formada en los países
francos en el 746
para adaptarse
a los sacramentarios
gelasianos del siglo
VIII. Dentro de la familia B, en la que se encuentra el tipo Δ de Klauser,
dependiente del tipo π, han llegado hasta nosotros la lista de evangelios
del Comes de
Würzburgo (a
continuación de la serie de
las epístolas) y la lista de evangelios del Comes
de Murbach, que, al igual que
las epístolas de este manuscrito, pasaron
a los misales plenarios y al Misal Romano
de 1570.
Entre los estudiosos de los
manuscritos del epistolario y del evangeliario
no han faltado intentos de comparar
las series entre sí y de establecer,
a grandes rasgos, las líneas maestras del sistema romano de las
lecturas de la misa. Incluso se ha intentado
reconstruir, sobre la base de los
manuscritos del tipo
1.º
y 2.º del
epistolario y del 2.° del evangeliario, la ordenación de
lecturas de la época de san Gregorio Magno,
al cual se atribuye precisamente una
reforma en este punto. Lo más claro, después
de los estudios de Godu, Klauser,
Chavasse y Vogel (cf bibliografía),
es que el desarrollo genético del sistema
romano de lecturas de la misa, que,
como se ha dicho, permanece
prácticamente invariable durante
más de doce siglos, no se produjo de
una sola vez ni en todos los lugares
al mismo tiempo.
En este sentido, la parte más
estable y antigua del
sistema romano de lecturas que llegó hasta no§otros en
el Misal de 1570 lo constituían
las
series de epístolas y de evangelios del
tiempo entre septuagésima y pascua,
período organizado probablemente
antes de san Gregorid Magno († 604).
Otro de los estratos en los que se
aprecia una coincidencia mayor en
todos los testimonios es la octava
pascual, la semana de pentecostés y
los domingos intermedios. Las,
divergencias aparecen en el tiempo
anterior a navidad, posterior a
epifanía y después de pentecostés.
No obstante, la estabilización se produce
a finales del siglo VIII, y de ella es testigo el
Comes de Murbach.
En cuanto a los criterios de
elección y ordenación
de las perícopas, el
sistema romano puro de lecturas
de la misa aparece
esencialmente temático, es decir, eligiendo los textos
en función de las
celebraciones y en
función de los tiempos litúrgicos.
Esto se aprecia en las
grandes solemnidades,
para las que se toman aquellos pasajes bíblicos que
se refieren a los acontecimientos celebrados;
y en la cuaresma, en la que se
advierte una intención catequética y
mistagógica. Sin embargo, en la serie
de domingos después de la epifanía
(antes de septuagésima) y después de
pentecostés, incluyendo los que más
tarde constituirían el tiempo de
adviento, hay huellas de una lectura
semicontinua en las epístolas.
El sistema romano-franco,
que se produjo por
mixtificación, es fiel a
las líneas anteriormente
descritas en cuanto
al
propio del tiempo,
apartándose del modelo romano puro en
el santoral y en las
celebraciones de las
cuatro témporas. Las lecturas de las
misas de los santos siguen el criterio de
leer los pasajes donde aquéllos
aparecen -en el caso de los santos
del NT- o donde se habla de sus
virtudes más características.
III.
EL "ORDO LECTIONUM
MISSAE" DE 1969
El 25 de mayo de 1969 se
publicaba en Roma el
Orden de lecturas de
la Misa (= OLM),
volumen de 438 páginas
de gran formato, preparado por el
Consilium de la reforma litúrgica
(coetus 11) y
aprobado por el
papa Pablo VI
en la
constitución
apostólica
Missale Romanum,
de 3
de abril del mismo año. El
OLM
no es un Leccionario, sino el elenco
completo de todos los textos que
comprende el
Leccionario de la
misa,
es decir, las lecturas con sus
citas completas, los
subtítulos
y
el
íncipit
de las misas, más las referencias
a los salmos responsoriales (cita y verso-respuesta completos) y a los
versículos del aleluya. El
Leccionario completo
apareció en tres volúmenes
en edición típica latina, entre
los años 1970-1971. La
finalidad del OLM
era facilitar las
ediciones del leccionario en las lenguas modernas.
El
OLM
es, de hecho, una versión
moderna de los
antiguos comes y
capitularia.
La estructura de este libro,
la presentación de los formularios de lecturas
y cantos interleccionales, los índices y los cuadros que comprende,
permiten y facilitan el estudio de conjunto del Leccionario de la misa,
así como de cada una de sus
partes.
1.
CRITERIOS GENERALES DEL
OLM.
El concilio Vaticano II había
dispuesto:
"Organícese una lectura de
la Escritura más rica y
adaptada" (SC
35,1), y "a fin de que la
mesa de la palabra de
Dios se prepare con más abundancia para los fieles,
ábranse con mayor amplitud
los tesoros de la
Biblia, de modo que en
un período determinado de
años se lean al pueblo
las partes más significativas
de la Sagrada Escritura" (SC 51).
El mandato conciliar
presuponía de alguna
manera la necesidad de
mejorar el antiguo sistema
romano de lecturas
de la misa no sólo en cantidad,
sino también en la calidad de
la selección y ordenación de
los textos. De hecho, el
OLM
significa,
como se dijo al principio del artículo,
el más rico y completo orden de
lecturas de toda la historia de la liturgia
romana.
En un tiempo récord, desde
1964, en que comenzó sus trabajos el
Consilium
instituido para
llevara cabo la reforma litúrgica, el grupo de expertos
que se encargó del Leccionarío
de la misa -el coetus 11-
llevó
a cabo un trabajo inmenso de
estudio de todos los
sistemas de lecturas
de las diversas liturgias, de coordinación
de las propuestas de 31 escrituristas
y 14 liturgistas que prepararon los primeros proyectos, y de experimentos
y de consultas, como la
que se hizo en 1967 a todas
las conferencias
episcopales, a los padres
del primer sínodo de los
obispos y a unos 800
peritos en biblia, liturgia,
catequesis y pastoral de
todo el mundo. En
total, 20 esquemas de trabajo
y miles de fichas con
sugerencias y
enmiendas, que pertenecen ya a la
historia.
Interesa conocer los grandes
principios según los cuales transcurrió el
trabajo de elaboración del
Orden de
lecturas de la Misa.
El criterio fundamental fue
el misterio de
Cristo y la historia
de la salvación.
Por tanto, en el nuevo
orden de lecturas deberían tener
cabida los grandes
enunciados de la predicación apostólica sobre Jesucristo,
que llenó las Escrituras con
su vida, predicación y,
sobre todo, con el misterio pascual, y que vivifica
incesantemente a su iglesia hasta su retorno glorioso.
Por consiguiente, el
OLM
debería
poner de manifiesto:
• Que la
iglesia vive hoy todo el misterio de
la salvación, completo en Cristo, pero que debe completarse
en nosotros.
• Que todo el AT
es presupuesto de la predicación del
Señor, de sus acciones y de su pasión.
• Que junto al
tema unificador de la pascua hay
otros que no pueden olvidarse, como
el de reino de Dios, por ejemplo.
• Que la
homilía debe exponer también los
misterios de la fe y las normas de
la vida cristiana.
• Finalmente,
que el año litúrgico es el marco
necesario e ideal para presentar a
los fieles, orgánicamente,
el anuncio de la salvación.
Junto a estas grandes
lineas de fondo, el
Consilium
tomó estas importantes
determinaciones:
1.
Introducir tres lecturas:
profética, apostólica
y evangelio, en los domingos y fiestas.
2.
Confeccionar un sistema de
lecturas en tres o
cuatro años después
se optaría por el ciclo de tres años.
3.
Conservar el uso tradicional
de algunos libros de
la Sagrada Escritura
asignados a determinados
tiempos litúrgicos.
4.
Dar preferencia a las
lecturas bíblicas del Misal, de forma que las
lecturas principales fuesen
éstas, y las de la
liturgia de las Horas con
carácter complementario.
El trabajo de preparación
del OLM
se guió también por los siguientes
criterios operativos:
a)
Corrección:
El sistema romano
de lecturas de la misa presentaba importantes
lagunas y fallos respecto a otros sistemas;
por ejemplo, apenas se leían el
libro de los Hechos y
el
Apocalipsis.
El AT estaba muy
poco representado.
b)
Recuperación
de algunas series
de lecturas que tuvieron gran importancia en el pasado y que estaban
relegadas; por ejemplo, los
evangelios de los
escrutinios catecumenales de los domingos III, IV y V
de cuaresma (los famosos
pasajes de la
samaritana, del ciego de nacimiento y de Lázaro).
c)
Consolidación
de los usos tradicionales
de ciertos libros o perícopas; por ejemplo, el
evangelio de san Juan, que se leía desde la
mitad de la cuaresma hasta
pentecostés; determinados pasajes bíblicos, que siempre
se han leído en determinadas fiestas y solemnidades.
d)
Creación:
el actual
Orden de lecturas de la
Misa es
cuantitativa y
cualitativamente superior al precedente,
y su originalidad y riqueza ha
sido unánimemente elogiada
por católicos y
hermanos separados. Esta creatividad ha transcurrido por los
cauces siguientes:
• Bíblico,
atendiendo al estado de los estudios
exegéticos, a la hora de seleccionar
y "cortar" los pasajes bíblicos.
• Litúrgico,
teniendo en cuenta los tiempos y los días, es decir, el
año litúrgico y las fiestas.
• Pastoral,
buscando la claridad y la coherencia
del texto.
• Catequético,
a fin de facilitar la inserción del año litúrgico en la
catequesis, en la predicación y otras
actividades de tipo formativo o docente.
Homilético, para que el ministro
de la palabra pueda presentar los
contenidos de las lecturas de
manera ordenada y sintética.
2.
ESTRUCTURAS DEL LECCIONARlO.
No se trata de describir el
contenido del
OLM,
sino de presentar las
estructuras fundamentales de
todo el Leccionario de la
misa aludiendo
brevemente a los principios
observados en cada una de las
partes que lo
integran. Estos principios se
encuentran en los
praenotanda
del
OLM
con más amplitud.
La edición completa y típica
del Leccionario
del Misal Romano,
en
latín, comprende tres
volúmenes:
I.
De tempore: ab Adventu
ad Pentecostem
(ed. 1970).
II.
Tempus per annum post
Pentecostem
(ed. 1971).
III.
Pro missis de Sanctis, Ritualibus,
Ad diversa, Votiva et
Defunctorum (ed.
1972).
Se prepara la segunda
edición típica, que
contiene el texto latino de
la
Biblia Neovulgata,
de acuerdo con
lo dispuesto por Juan Pablo
II en la constitución
apostólica
Scripturarum Thesaurus,
de 25-4-1979.
La edición oficial española
comenzó a publicarse
en 1969, año en que correspondía el ciclo B del
Leccionario
dominical,
apareciendo en el mismo volumen el
Leccionario ferial de adviento,
cuaresma y pascua. En la actualidad se
ha corregido aquella anomalía, y la
serie de volúmenes ha quedado como sigue:
I.
Dominical y festivo (ciclo
A).
II.
Dominical y festivo (ciclo
B).
III.
Dominical y festivo (ciclo
C).
IV.
Tiempo ordinario "per annum"
V. Propio y común de
santos (y
difuntos).
VI.
Misas diversas y votivas.
VII.
Tiempo ferial (adviento,
cuaresma y pascua).
VIII.
Leccionario de las misas
rituales.
a)
Principios observados en la
elección de los textos
En los domingos y fiestas se
proponen los textos
más importantes, a fin
de que se cumpla el mandato de
SC 51, de que en un
determinado espacio
de tiempo -tres años- se
lean a los fieles las
partes más relevantes
de la Sagrada Escritura. Nótese
que la mayoría de los cristianos que llamamos practicantes no tienen
otro contacto con la palabra
de Dios que la misa
dominical.
El resto de la Escritura que
no se lee los
domingos o fiestas está asignado
a las ferias. Sin embargo, la
serie dominical y la serie
ferial son
independientes entre sí. Más aún,
mientras la serie dominical
comprende tres años
(los ciclos A, B y C), la serie ferial se desarrolla en dos
en el tiempo ordinario y en
uno, en los tiempos de
adviento, cuaresma y
pascua.
Las lecturas para las celebraciones de los santos,
para las misas rituales, o por diversas
necesidades, votivas y de difuntos
han sido seleccionadas con criterios
específicos.
b),
El
Leccionario dominical y festivo
El conjunto de lecturas para
los domingos y
fiestas del Señor se caracteriza
por dos cosas fundamentalmente:
• Toda misa
comprende tres lecturas,
que son obligatorias en principio:
la primera, del AT, excepto en
pascua, que es de Hechos de
los
Apóstoles;
la
segunda, del apóstol, o sea, de las
cartas y del Apocalipsis, y la tercera, del
evangelio. Ya conocemos el
significado de esta estructuración:
historia/ profecía, iluminación, Cristo.
• Ciclo de tres años:
A, B y C,
estructurados, en cierto
modo, teniendo en
cuenta el evangelio sinóptico, que se lee en lectura semicontinua
durante el tiempo ordinario, y que está presente
también en algunas de las principales
solemnidades. Cada año tiene asignado
un sinóptico, habiéndose reservado
san Juan para parte de la
cuaresma y pascua -en los tres años-
y para completar
a san Marcos
en el año B.
La ordenación de las lecturas
entre sí se ha hecho
siguiendo los principios
llamados de la composición
armónica -o lectura temática-
y de la lectura
semicontinua.
El primer principio se
emplea siempre entre
la lectura del AT y el evangelio,
entre la segunda lectura y las
otras dos en los tiempos de
adviento, cuaresma y pascua y en las solemnidades
y fiestas. El segundo principio,
independiente del primero, se
emplea cuando se usa
un determinado libro
bíblico dentro de una parte o
de todo un tiempo litúrgico.
c)
El Leccionario ferial
• La gran
novedad de esta parte del
Leccionario de la misa consiste en
haber dotado de lecturas a las ferias
de todas las semanas del año. Cada
misa tiene dos lecturas, tomadas la
primera del AT o del NT -en el tiempo
pascual, de los Hechos- y
la segunda del evangelio.
• En adviento,
cuaresma y pascua, las lecturas son
siempre las mismas todos los años,
habiendo sido elegidas de acuerdo
con las características propias de
cada uno de estos tiempos
litúrgicos.
• En el tiempo
ordinario, en las ferias de las
treinta y cuatro semanas, las lecturas evangélicas
se
distribuyen
en un solo ciclo, que se repite cada
año. En cambio, la primera lectura
se reparte en dos ciclos, que se leen en años alternos: el ciclo I
en años impares, y el ciclo II en los
pares.
• El principio
de la composición
armónica
se usa solamente en adviento,
cuaresma, pascua; no así en el tiempo
ordinario, en el cual prevalece el
principio de la lectura semicontinua.
d)
El
Leccionario de los santos
• Hay que
distinguir en él una doble serie de
lecturas: la que se encuentra en el
propio de los santos,
siguiendo las solemnidades, fiestas y
memorias contenidas en
el calendario; y la que comprende los
llamados comunes de los santos.
En el primer caso se trata de
textos propios o más adecuados para
la celebración de cada santo, y en el
segundo de repertorios de lecturas
distribuidas de acuerdo con las
diferentes categorías de santos
(mártires, pastores, vírgenes, etc.).
• Los textos de
la segunda serie están agrupados por lecturas del AT,
del NT y del evangelio, para que el
celebrante elija a voluntad teniendo en
cuenta las necesidades de la
asamblea.
e)
Las restantes secciones del
Leccionario
Las lecturas para las misas
rituales, por diversas necesidades, votivas
y de difuntos se hallan agrupadas de
modo análogo y con la misma finalidad
del común de los
santos.
Las lecturas para las misas rituales
se encuentran también en los respectivos
ordines o rituales de sacramentos.
Hay que notar que las lecturas del
Ritual de la Penitencia no se encuentran
en el Orden de lecturas de
la Misa
debido a que, en ningún
caso, se debe unir la celebración de
la penitencia a la eucaristía.
Los
praenotanda del
OLM explican
también otros criterios menores en
la selección y extensión de
las lecturas, omisión de algunos
versículos, etcétera, y ofrecen los principios que deben aplicarse en el uso del
Leccionario: facultad de elegir
texto, número de lecturas, forma
larga o breve de la lectura, qué
lecturas se deben tomar en las
celebraciones de los santos,
rituales, votivas, etc. Dedican
también un capítulo a describir el
orden de lecturas de cada tiempo
litúrgico -aspecto fundamental para
la catequesis litúrgica y para la
homilía- y, por último, dan normas y
sugerencias para las adaptaciones y
traducciones a las lenguas modernas.
3. LA SEGUNDA EDICIÓN
TÍPICA DEL
OLM.
La aparición del
OLM
en 1969 cumplió ampliamente
su finalidad al facilitar la confección del
Leccionario de la misa en
las divercreyó
conveniente publicar una segunda
edición típica, de modo análogo
a como se había hecho con
el! Misal Romano en 1975, es
decir, incorporando
nuevos textos y ampliando
y mejorando los
praenotanda.
Las principales novedades de
la segunda edición
típica del OLM
son
las siguientes: 1) El texto de los
praenotanda
incluye una reflexión teológica
sobre el significado y la función de
la Sagrada Escritura en la liturgia;
2) Las indicaciones bíblicas se han
hecho siguiendo el texto de la Neo-Vulgata, de acuerdo con las disposiciones
de la constitución apostólica
Scripturarum Thesaurus; 3)
Se han incorporado todas las
lecturas bíblicas y restantes textos
de la liturgia de la palabra de los rituales
de sacramentos aparecidos después
de 1969, así como los textos correspondientes
a las misas por varias necesidades
y votivas que se incluyeron en la
segunda edición típica del Misal
Romano en 1975; 4) Las celebraciones
de la sagrada familia, bautismo del
Señor, ascensión y pentecostés
disponen de formularios completos
para los tres años del ciclo de
lecturas dominicales.