DISCURSO
Durante el encuentro ecuménico en
la catedral greco-ortodoxa, sábado 5 de mayo
Beatitud Ignace; Santísimo Padre Zakka; Beatitud Grégoire III; queridos obispos y dignatarios de las Iglesias y de las comunidades eclesiales de Siria y de otros países, os agradezco vuestra presencia y os acojo en esta asamblea como hermanos, peregrinos unidos.
1. "Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a
todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor" (Hch 11,
23). Así fue la admiración y el gozo del Apóstol en Antioquía, adonde había
sido enviado por la Iglesia de Jerusalén. Y así también es hoy mi alegría y
mi mensaje. En efecto, esta visita a Siria me trae a la memoria la aurora de la
Iglesia, el tiempo de los Apóstoles y de las primeras comunidades cristianas.
Completa las peregrinaciones a la tierra bíblica que pude realizar al principio
del año 2000, y me brinda también la feliz ocasión de reunirme con vosotros
en Siria y devolveros las visitas que habéis hecho a la Iglesia y al Obispo de
Roma.
En esta catedral, dedicada a la Dormición
de la Virgen María, quisiera saludar muy particularmente al patriarca Ignace IV
Hazim. Beatitud, le agradezco de todo corazón la acogida fraterna que me
dispensa hoy y esta liturgia de la Palabra que tenemos la alegría de celebrar
juntos. Todos conocen el interés y la actividad que Su Beatitud lleva a cabo,
desde hace muchos años, por la causa de la unidad del pueblo de Dios. Los
aprecio profundamente, y doy gracias a Dios por ello. Querido hermano, imploro
la bendición del Señor sobre su ministerio, así como sobre la Iglesia de la
que es pastor.
2. La Iglesia en Siria, construida
sobre el fundamento de los apóstoles san Pedro y san Pablo, no tardó en
manifestar un extraordinario florecimiento de vida cristiana. Con razón el
concilio de Nicea reconoció el primado de Antioquía sobre las Iglesias
metropolitanas de la región. Al mencionar aquí en particular a Ignacio de
Antioquía, Juan Damasceno y Simeón, no podemos por menos de recordar al gran número
de confesores y mártires que, con su fidelidad a la gracia hasta el
derramamiento de la sangre, hicieron resplandecer en esta región los comienzos
de la Iglesia. ¡Cuántos monjes y monjas se retiraron a la soledad, sembrando
de eremitorios y monasterios los desiertos y las montañas de Siria, para vivir
en ellos una vida de oración y sacrificio, en alabanza a Dios, y "alcanzar
-como decía Teodoro de Edesa- el estado de belleza"! (Discurso sobre la
contemplación). ¡Cuántos teólogos sirios contribuyeron al desarrollo de
las escuelas teológicas de Antioquía y Edesa! ¡Cuántos misioneros partieron
de Siria para dirigirse a Oriente, prosiguiendo así el gran movimiento de
evangelización que comenzó en Mesopotamia y se extendió incluso hasta Kerala,
en la India! La Iglesia de Occidente tiene una gran deuda con la multitud de
pastores de origen sirio, que desempeñaron el ministerio episcopal, incluso el
ministerio de Obispo de Roma. ¡Alabado sea el Señor por el testimonio y la
influencia del antiguo patriarcado de Antioquía!
Por desgracia, el ilustre patriarcado de
Antioquía perdió a lo largo de los siglos su unidad, y es de esperar que los
diferentes patriarcados que existen actualmente encuentren los caminos más
adecuados para llegar a la comunión plena.
3. Ya está en marcha un proceso de
acercamiento ecuménico entre el patriarcado greco-ortodoxo y el patriarcado
greco-católico de Antioquía, por el que doy gracias al Señor de todo corazón.
Nace, a la vez, del deseo del pueblo cristiano y del diálogo entre los teólogos,
así como de la colaboración fraterna entre los obispos y los pastores de los
dos patriarcados. Exhorto a todas las personas implicadas a proseguir esta búsqueda
de la unidad, con valentía y prudencia, con respeto pero sin confusión,
sacando de la divina liturgia la fuerza sacramental y el estímulo teológico
necesarios para este camino. Evidentemente, la búsqueda de la unidad entre el
patriarcado greco-ortodoxo y el patriarcado greco-católico de Antioquía se sitúa
en el marco más amplio del proceso de unión entre la Iglesia católica y las
Iglesias ortodoxas. Por eso, quiero expresar una vez más mi deseo sincero de
que la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la
Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas reanude pronto sus actividades
del modo más apropiado. Cuanto más afronte este diálogo las cuestiones
centrales, tanto más laborioso será. No tenemos por qué sorprendernos, y
mucho menos desalentarnos. ¿Quién podría impedirnos poner nuestra esperanza
en el Espíritu de Dios, que no cesa de suscitar la santidad entre los discípulos
de la Iglesia de Cristo? Deseo agradecer sinceramente al patriarca Ignace IV la
contribución positiva y eficaz que el patriarcado de Antioquía y sus
representantes han dado siempre al progreso de este diálogo teológico.
Asimismo, agradezco al patriarca Grégoire III y a su predecesor, el patriarca Máximos
V Hakim, su contribución constante al clima de fraternidad y comprensión,
necesario para el buen desarrollo de este diálogo.
4. Quisiera mencionar con igual
gratitud y esperanza la profundización de las relaciones fraternas entre el
patriarcado siro-ortodoxo y el patriarcado siro-católico. Saludo en particular
al patriarca Zakka I, en quien la Iglesia católica, después del concilio
Vaticano II, al que asistió como observador, ha encontrado siempre un promotor
fiel de la unidad de los cristianos. Santidad, durante su visita a Roma en 1984
tuvimos la alegría de realizar un progreso real en el camino de la unidad,
confesando juntos a Jesucristo como nuestro Señor, que es verdadero Dios y
verdadero hombre. En esa ocasión también autorizamos un proyecto de colaboración
pastoral, relacionado sobre todo con la vida sacramental, cuando los fieles no
pueden acudir a un sacerdote de su propia Iglesia. La Iglesia católica también
mantiene buenas relaciones con la Iglesia siro-malankar en la India, que depende
de su autoridad patriarcal. Suplico al Señor que llegue cuanto antes el día en
que desaparezcan los últimos obstáculos que impiden aún la comunión plena
entre la Iglesia católica y la Iglesia siro-ortodoxa.
5. En el curso de la historia, y sobre
todo a comienzos del siglo XX, algunas comunidades armenias, caldeas y asirias,
obligadas a dejar sus ciudades y aldeas de origen debido a la violencia y a la
persecución, llegaron a los barrios cristianos de Damasco, Alepo, Homs y otras
localidades de esta región. En Siria encontraron un refugio, un lugar tranquilo
y seguro. Doy gracias a Dios nuestro Señor por la hospitalidad que la población
siria ofreció, en diversas ocasiones, a los cristianos perseguidos de esta región.
Superando cualquier división eclesial, esa hospitalidad era la prenda de un
acercamiento ecuménico. En el hermano perseguido se reconocía y se quería
acoger al Cristo del Viernes santo.
Desde entonces, tanto por convicción como
por necesidad, los cristianos de Siria han aprendido el arte de la comunión, la
convivencia y la amistad. El acercamiento ecuménico de las familias, los niños,
los jóvenes y los responsables sociales es prometedor para el futuro del
anuncio del Evangelio en este país. A vosotros, obispos y pastores, os
corresponde acompañar con prudencia y valentía esta feliz dinámica de
acercamiento y comunión. La cooperación de todos los cristianos, en la vida
social y cultural, en la promoción del bien de la paz o en la educación de los
jóvenes, manifiesta claramente el grado de comunión que ya existe entre ellos
(cf. Ut unum sint, 75).
En virtud de la sucesión apostólica, el
sacerdocio y la Eucaristía unen de hecho mediante vínculos muy estrechos a
nuestras Iglesias particulares, que se llaman, y desean llamarse, Iglesias
hermanas (cf. Unitatis redintegratio, 14). "Esta vida de Iglesias
hermanas la vivimos durante siglos, celebrando juntos los concilios ecuménicos,
que defendieron el depósito de la fe de toda alteración. Ahora, después de un
largo período de división e incomprensión recíproca, el Señor nos concede
redescubrirnos como Iglesias hermanas, a pesar de los obstáculos que en el
pasado se interpusieron entre nosotros. Si hoy, a las puertas del tercer
milenio, buscamos el restablecimiento de la plena comunión, debemos tender a la
realización de este objetivo y debemos hacer referencia al mismo" (Ut
unum sint, 57).
6. Hace sólo algunas semanas tuvimos
la gran alegría de celebrar en el mismo día la fiesta de Pascua. Viví esa
feliz coincidencia del año 2001 como una invitación apremiante de la
Providencia, dirigida a todas las Iglesias y comunidades eclesiales, para que
restablezcan cuanto antes la celebración común de la fiesta pascual, la fiesta
de las fiestas, el misterio central de nuestra fe. Nuestros fieles insisten, con
razón, en que la celebración de la Pascua ya no sea un factor de división.
Después del concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha declarado
favorable a cualquier esfuerzo por restablecer la celebración común de la
fiesta pascual. Sin embargo, este proceso resulta más laborioso de lo previsto.
¿Acaso es necesario afrontar etapas intermedias o diferenciadas, a fin de
preparar las mentes y los corazones a la aplicación de un cómputo aceptable
para todos los cristianos de Oriente y Occidente? Incumbe a los patriarcas y a
los obispos de Oriente Próximo asumir juntos esta responsabilidad con respecto
a sus comunidades, en los diferentes países de esta región. A este propósito,
podrían nacer y difundirse en Oriente Próximo un nuevo impulso y una nueva
inspiración.
7. Dentro de algunas semanas vamos a
celebrar juntos la fiesta de Pentecostés. Oremos para que el Espíritu Santo
"suscite en todos los discípulos de Cristo el deseo de trabajar para que
todos se unan en paz, de la manera querida por Cristo, en un solo rebaño bajo
un solo pastor" (Lumen gentium, 15). Imploremos al Espíritu que nos
haga crecer en santidad, puesto que no existe unidad duradera que no se
construya sobre la humildad, la conversión, el perdón y, por tanto, el
sacrificio.
Cuando el Espíritu de Pentecostés descendió sobre los Apóstoles, la Virgen María se encontraba en medio de ellos. Que su ejemplo y su protección nos ayuden a escuchar juntos lo que, también hoy, el Espíritu dice a las Iglesias, y a acoger sus palabras con alegría y confianza.