Sacra
virginitas
Carta
Encíclica de PÍO XII
Sobre
la sagrada virginidad
Del 25 de marzo de 1954
INTRODUCCIÓN
La
santa virginidad en la Iglesia de Cristo
La
santa virginidad y la castidad perfecta, consagrada al servicio divino, se
cuentan sin duda entre los tesoros más preciosos dejados como en herencia a la
Iglesia por su Fundador.
Por
eso los Santos Padres afirmaron que la virginidad perpetua es un bien excelso
nacido de la religión cristiana. Y con razón notan que los paganos de la
antigüedad no exigieron de las vestales tal género de vida sino por un tiempo
limitado[1],
y si en el Antiguo Testamento se mandaba guardar y practicar la virginidad, era
solo como condición preliminar para el matrimonio[2].
Añade San Ambrosio[3] : Leemos, sí, que
también, en el templo de Jerusalén hubo vírgenes. Pero, ¿qué dice el
Apóstol? Todo esto les acontecía en figura[4]
para que fuesen imágenes de las realizaciones futuras.
Ciertamente,
ya desde la época de, los apóstoles vive y florece esta virtud en el jardín
de la Iglesia. Cuando en los Hechos de los apóstoles[5]
se dice que las cuatro hijas del diácono Felipe eran vírgenes, se quiere
significar, más bien, un estado de vida que la edad juvenil. Y no mucho
después San Ignacio de Antioquía, al saludar a las vírgenes de Esmirna,
refiere[6]
que, a una con las viudas, constituían una parte no pequeña de esta comunidad
cristiana. En el siglo segundo -como atestigua San Justino son muchos los
hombres y mujeres, educados en el cristianismo desde su infancia, que llegan
completamente puros hasta los sesenta y los setenta años[7].
Poco a poco creció el número de hombres y mujeres que consagraban a Dios su
castidad, y al mismo tiempo fue adquiriendo una importancia considerable el
puesto que ocupaban en la Iglesia, como más ampliamente lo expusimos en nuestra
constitución apostólica Sponsa Christi[8].
También
los Santos Padres como San Cipriano, San Atanasio, San Ambrosio, San Juan
Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y otros muchos, escribiendo sobre, la
virginidad, le dedicaron las mayores alabanzas. Está doctrina de los Santos
Padres, desarrollada al correr de los siglos, por los Doctores de la Iglesia y
por los maestros de la ascética cristiana, contribuye mucho para suscitar en
los cristianos de ambos sexos el propósito, de consagrarse a Dios en castidad
perfecta y para confirmarlos en él hasta la muerte.
No
se puede contar la multitud de almas que desde los comienzos de la, Iglesia
hasta, nuestros días han ofrecido a Dios su castidad, unos conservando intacta
su virginidad, otros consagrándole para siempre su viudez, después de la
muerte del esposo; otros, en fin, eligiendo una vida totalmente casta después
de haber llorado sus pecados; mas todos conviniendo en el mismo propósito de
abstenerse para siempre, por amor de Dios, de los deleites de la carne. Sirvan a
todos estos las enseñanzas de los Santos Padres sobre la excelencia y, él
mérito de la virginidad, de estímulo, de sostén y de aliento para perseverar
inconmovibles en el sacrificio ofrecido y para no volver a tomar ni la más
pequeña parte del holocausto ofrendado ante el altar de Dios.
Esta
castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen el
estado religioso[9];
la misma se exige a los clérigos de la Iglesia latina para las órdenes mayores[10]
y también a los miembros de los institutos seculares[11].
Pero florece asimismo entre muchos que pertenecen al estado laical; ya que hay
hombres y mujeres que, sin pertenecer a un estado, público de perfección, han
hecho el propósito o el voto privado de abstenerse completamente del matrimonio
y de los deleites de la carne para servir más libremente al prójimo y para
unirse más fácil e íntimamente a Dios.
A
todos y cada uno de estos amadísimos hijos nuestros, que de algún modo han
consagrado a Dios su cuerpo, y su alma, nos dirigimos con corazón paterno y los
exhortamos con el mayor encarecimiento posible a mantenerse firmes en su santa
resolución y a ponerla en práctica con diligencia.
No
faltan hoy día quienes, apartándose en esta materia del recto camino, de tal
manera exaltan el matrimonio, que llegan a anteponerlo prácticamente a la
virginidad y, por consiguiente, a menospreciar la castidad consagrada a Dios y
el celibato eclesiástico. Por eso la conciencia de nuestro oficio apostólico
nos mueve hoy a declarar y sostener ante todo la doctrina de la excelencia de la
virginidad y defender esta verdad católica contra tales errores.
PRIMERA
PARTE
NATURALEZA, EXCELENCIA Y VENTAJAS,
DEL ESTADO DE VIRGINIDAD
Castidad
perpetua
En
primer lugar, debemos advertir que lo esencial de su doctrina sobre la
virginidad lo ha recibido la Iglesia de los mismos labios de su Divino Esposo.
Pareciendo
a los discípulos muy pesados los vínculos y las obligaciones del matrimonio,
que el Divino Maestro les manifestara, le dijeron: Si, tal es tal es la
condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta el casarse[12]. Y Jesús les
respondió que no todos eran capaces de comprender está palabra, sino solo
aquéllos a quienes se les ha concedido; porque algunos son inhábiles para el
matrimonio por defecto físico de nacimiento, otros por violencia y malicia de
los hombres; otros, en cambio, se abstienen de él espontáneamente y de propia
voluntad, y eso por amor del reino cielos. Y concluyó Nuestro Señor
diciendo: Quien sea capaz de tal doctrina, que la siga[13].
Con
estas palabras el Divino Maestro no trata de los físicos del matrimonio, sino
de la resolución libre y voluntaria de abstenerse para siempre de él y de los
placeres de la carne. Al comparar a los que renuncian espontáneamente al
matrimonio con los que se ven obligados a tal renuncia o por la naturaleza o por
la violencia de, los hombres, no es verdad que el Divino Redentor nos enseña
que la castidad, para ser perfecta, tiene que ser perpetua?
Por
otra parte como los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia enseñan, la
virginidad no es virtud cristiana sino cuando se guarda por amor del reino de
los cielos[14],
es decir, cuando abrazamos este estado de vida para poder más fácilmente
entregarnos a las cosas divinas, alcanzar con mayor seguridad la eterna
bienaventuranza y, finalmente, dedicarnos con más libertad a la obra de
conducir a otros al reino de los cielos.
No
pueden, por tanto, reivindicar para sí, el honorífico título de la virginidad
cristiana los que se abstienen del matrimonio o por puro egoísmo o, como
advierte San Agustín[15],
para eludir las cargas que él impone, o tal vez para jactarse farisaicamente de
la propia, integridad corporal. Por lo cual, ya el Concilio de Gangres reprobaba
que la virgen o el continente se apartasen del matrimonio por reputarlo cosa
abominable y, no por la belleza y santidad de la virginidad[16].
Además,
el Apóstol de las gentes, inspirado por él Espíritu Santo, advierte: El
que no tiene mujer, anda solícito, de las cosas del Señor, y en que ha de
agradar a Dios... Y la mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del
Señor para ser santas en cuerpo y alma[17].
Éste es, por lo tanto, Este es por tanto el fin primordial y la razón
principal de la virginidad cristiana: el tender únicamente hacia las cosas
divinas, empleando en ellas alma y corazón; el querer agradar a Dios en todas
las cosas, pensar solo en El, consagrarle totalmente cuerpo y alma.
Cuerpo
y alma consagrados a Dios
De
este modo interpretaron siempre los Santos Padres las palabras de Jesucristo y
la doctrina del Apóstol de las gentes: desde los primitivos tiempos de la
Iglesia entendieron ellos la virginidad como una consagración del cuerpo y del
alma a Dios. Así, San Cipriano exige de las vírgenes el que ya no quieran
adornarse ni agradar a nadie sino al Señor, puesto que se han consagrado a
Cristo y, apartándose, de las concupiscencias de la carne, se han entregado a
Dios en cuerpo y alma[18].
El Obispo de Hipona va más adelante cuando afirma: No es que se honre a la
virginidad por ella misma, sino por estar consagrada a Dios... y no alabamos a
las vírgenes :porque lo son, sino por ser vírgenes consagradas a Dios por
medio de una piadosa continencia[19].
Los príncipes de la sagrada teología, Santo Tomás de Aquino[20]
y San Buenaventura[21],
apoyados en la autoridad de San Agustín, enseñan que la virginidad no goza de
la firmeza propia de la virtud, si no nace del voto de conservarla siempre
intacta. Y sin duda los que más plena y perfectamente ponen en práctica la
enseñanza de Cristo sobre la perpetua renuncia al matrimonio son los que se
obligan con voto perpetuo a guardar continencia; ni se puede afirmar con
fundamento que es mejor y más perfecta la resolución de los que quieren dejar
una puerta abierta para poder volver atrás.
Una suerte de matrimonio espiritual
Este
vínculo de perfecta castidad lo consideraron los Santos Padres como una especie
de matrimonio espiritual, mediante el cual el alma se une con Cristo; y por eso
algunos llegaron hasta comparar con el adulterio la violación de esta promesa
de fidelidad[22].
San Atanasio escribe que la Iglesia católica acostumbra llamar esposas de
Cristo a quienes poseen la virtud de la virginidad[23].
Y San Ambrosio, escribiendo sobre la santa virginidad, se expresa con esta
concisa frase: Virgen es quien se desposa con Dios[24].
Más aun, según aparece en los escritos del mismo doctor de Milán[25],
el rito de la consagración de las vírgenes ya en el siglo IV era muy semejante
al que usa hoy la Iglesia en la bendición nupcial[26].
Por esa misma razón, los Santos Padres exhortan a las vírgenes a amar a su
Divino Esposo con más afecto que el que tendrían a su propio marido, si
estuviesen, unidas en matrimonio, y a conformar sus pensamientos y actos a la
voluntad de El[27]. San, Agustín,
dirigiéndose a ellas, escribe: Amad con todo vuestro corazón al más
hermoso entre los hijos de los hombres: libre está para ello vuestro corazón;
desligado se halla de todo lazo conyugal... Si, pues, caso de estar casadas,
hubierais debido tener grande amor a vuestros maridos, cuánto más no deberéis
amar a Aquel por quien habéis renunciado a tener marido? Quede clavado por
entero en vuestro corazón el que por vosotras quiso estar clavado en una cruz[28].
Tales son, por lo demás, los sentimientos propósitos que la Iglesia misma
exige a las vírgenes en el día de su consagración a Dios, invitándolas a
pronunciar estas palabras rituales: He despreciado el reino del mundo y todo
el ornato de este siglo por amor de Nuestro Señor Jesucristo, a quien vi, de
quien, me enamoré, en quien puse mí confianza, a quien quise, con ternura[29].
Lo que mueve, pues, suavemente a la virgen a consagrar totalmente su cuerpo y su
alma al Divino Redentor no es otra cosa sino, el amor a El, como San Metodio,
Obispo de Olimpo, lo hace expresar hermosamente a una de ellas: Tú, oh
Cristo, eres para mi todas las cosas. Para Ti me conservo, oh Esposo[30].
Sí, el amor de Cristo es el que persuade a la virgen a encerrarse para siempre
entre los muros de un monasterio para contemplar y amar más libre y fácilmente
a su celestial Esposo, El es el que la incita fuertemente a practicar con todas
sus fuerzas hasta su muerte las obras de misericordia en servicio del prójimo.
Semejantes
a Cristo
De
aquellos hombres que no se mancillaron con mujeres, porque son vírgenes[31],
afirma el Apóstol, San Juan: Estos siguen al Cordero dondequiera que va[32].
Pensemos en la exhortación que a todos estos dirige San Agustín: Seguid al
Cordero, porque es también virginal la carne del Cordero... Con razón lo
seguís dondequiera que va con la virginidad de vuestro corazón y de vuestra
carne. Pues, ¿qué significa seguir sino imitar? Porque Cristo padeció por
nosotros dándonos ejemplo, como dice el Apóstol San Pedro, "para que
sigamos sus pisadas"[33]. Realmente, todos
estos discípulos y esposas de Cristo se han abrazado con la virginidad, según
San Buenaventura, para conformarse con su Esposo Jesucristo, al cual hace
asemejarse la virginidad[34].
A su encendido amor a Cristo no podía bastar la unión de afecto; era di todo
punto necesario que ese amor se echase también de ver en la imitación de sus
virtudes, y de manera particular, conformándose con su vida, que toda ella se
empleó en el bien y salvación del género humano. Si, pues, los sacerdotes, si
los religiosos, si, en una palabra, todos los que de alguna manera se han
consagrado al servicio, guardan castidad perfecta, es, en definitiva, porque su
Divino Maestro fue virgen hasta el fin de su vida. Por eso exclama San
Fulgencio: Este es el Unigénito Hijo de Dios, Hijo Unigénito también de la
Virgen, único Esposo de todas las vírgenes consagradas, fruto, gloria y premio
de la santa virginidad, a quien la santa virginidad dio un cuerpo, con quien
espiritualmente se une en desposorio la santa virginidad, de quien la santa
virginidad recibe su fecundidad permaneciendo intacta, quien la adorna para que
siempre hermosa, quien la corona para que reine en la gloria eternamente[35].
La
virginidad no divide el corazón lo entrega enteramente a Dios
Juzgamos
oportuno, Venerables Hermanos, exponer más detenidamente por qué el amor de
Cristo mueve las almas generosas a renunciar al matrimonio, que secreto vínculo
une la virginidad con la perfección de la caridad cristiana. Ya en, las
palabras de Jesucristo que hemos citado más arriba se indica que el abstenerse
completamente del matrimonio desembaraza al hombre de pesadas cargas y graves
obligaciones. Inspirado por el Divino Espíritu, el Apóstol de las gentes
expone la causa de esta liberación con las siguientes palabras: Yo deseo que
viváis sin cuidados ni inquietudes... Mas el que, tiene mujer anda afanado en
las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a la mujer, y se halla dividido[36].
En las cuales palabras hay que advertir que el Apóstol no condena el que los
maridos se preocupen de sus esposas ni reprende a las esposas porque procuren
agradar a sus maridos, sino que más bien afirma que su corazón se halla
dividido entre el amor del cónyuge y el amor de Dios, y, que, sin fuerza de las
obligaciones del matrimonio, se ven atormentados por cuidados que difícilmente
les permiten darse a la meditación de las cosas de Dios. Pues el deber conyugal
a que están sometidos es claro e imperioso: Serán dos en una sola carne[37].
Tanto en las circunstancias tristes como en las alegres, los esposos están
mutuamente ligados[38].
Fácilmente, se, comprende por qué los que desean consagrarse al divino
servicio abrazan la vida de virginidad como una liberación para más plenamente
servir a Dios y contribuir con todas sus fuerzas al bien de los prójimos. Para
poner algunos ejemplos, ¿de qué manera hubiera podido aquel admirable heraldo
de la verdad evangélica, San Francisco Javier, o el misericordioso padre de los
pobres, San Vicente de Paúl, o San Juan Bosco, educador asiduo de la juventud,
o aquella incansable "madre de los emigrados", Santa Francisca Javier
Cabrini, sobrellevar tan grandes molestias y trabajos, si hubiesen tenido que
aten a las necesidades corporales y espirituales de su cónyuge y de sus hijos?
Facilita
la elevación espiritual
Pero
hay una razón más por la que abrazan la virginidad todos los que desean
consagrarse enteramente a Dios y a la salvación del prójimo, y es la que traen
los Santos Padres cuando tratan de los provechos que pueden alcanzar los que
renuncian a estos deleites del cuerpo para poder gozar más cumplidamente de las
elevaciones de la vida espiritual. No hay duda como ellos claramente también lo
dicen que el tal placer, legítimo en el matrimonio, no es en sí mismo
reprobable; más aun, el uso casto del matrimonio ha sido ennoblecido y
consagrado con un sacramento especial. Con todo, hay que reconocer igualmente
que las facultades inferiores de la naturaleza humana, después de la desdichada
caída de Adán, resisten a la recta razón y a veces también impelen al hombre
a lo que no es honesto. Porque, como afirma el Doctor Angélico, el uso del
matrimonio impide que el alma se emplee totalmente en el servicio de Dios[39].
Para
que los ministros sagrados adquieran esta espiritual libertad de cuerpo y de
alma y se desentiendan de negocios temporales la Iglesia latina, les exige que
voluntariamente se obliguen a la castidad perfecta[40].
Y aunque esta ley -como lo afirmó Nuestro Predecesor, de inmortal
memoria, Pío XI -no obliga de la misma: manera a los sacerdotes de la
Iglesia oriental, también entre ellos es alabado el celibato eclesiástico y en
ciertos casos sobre todo en los supremos grados de la jerarquía está prescrito
como requisito indispensable[41].
Motivo sacerdotal
Pero
hay que advertir que los ministros sagrados se abstienen enteramente del
matrimonio no solo porque se dedican al apostolado, sino también porque sirven
al altar. Porque si ya los sacerdotes del Antiguo Testamento, durante el tiempo
en que se ocupaban en el servicio del Templo, se abstenían del uso del
matrimonio para no contraer como los demás una impureza legal[42],
¿cuánto más puesto en razón es que los ministros de Jesucristo, que
diariamente ofrecen el sacrificio eucarístico, posean la perpetua castidad?
Refiriéndose a esta perfecta continencia, amonesta San Pedro Damián a los
sacerdotes con esta pregunta: Si, pues, Nuestro Redentor de tal manera amó la
flor de un pudor intacto, que no solo quiso nacer de entrañas virginales, sino
también estar encomendado a los cuidados de un padre putativo virgen, y esto
cuando, párvulo aun, lloraba en la cuna, ¿por quiénes, dime, deseará que sea
tratado su cuerpo ahora que reina en la inmensidad de los cielos?[43].
Es
preciso, por tanto, afirmar como claramente enseña la Iglesia que la santa
virginidad es más excelente que el matrimonio. Ya nuestro Divino Redentor la
había aconsejado a sus discípulos como instituto de vida más, perfecta[44]; y el Apóstol San Pablo,
al hablar del padre que da en matrimonio a su hija, dice: Hace bien; pero en
seguida añade: Mas el que no la da en matrimonio obra mejor[45].
Y este mismo Apóstol, comparando, el matrimonio con, la virginidad, expresa su
pensamiento más de una vez y especialmente con estas palabras: Me alegraría
que fueseis todos tales como yo mismo... Y digo a las personas no casadas y a
las viudas: bueno les es, si así permanecen, como también permanezco yo[46].
Pues si, como llevamos dicho, la virginidad aventaja al matrimonio, esto se debe
principalmente a que tiene por mira la consecución de : un fin más excelente[47] y también a que de manera
eficacísima ayuda a consagrarse enteramente al servicio divino, mientras que el
que está impedido por los vínculos y los cuidados del matrimonio en mayor o
menor grado se encuentra dividido[48].
Frutos
de la virginidad
Y
sí miramos los abundantes, frutos que de la virginidad provienen, brilla, sin
duda, con mayor luz su excelencia: Ya que por el fruto se conoce, el árbol[49].
a) Las obras exteriores
Cuando
pensamos en la innumerable falange de vírgenes y apóstoles que desde los
primeros tiempos de la Iglesia hasta nuestros días han renunciado al matrimonio
para dedicarse con, más facilidad y más enteramente a la salvación del
prójimo por amor a Cristo, y de esta suerte, llevan adelante empresas
admirables, de religión y caridad, no podemos menos de sentir un intenso y
suavísimo consuelo. Pues sin querer, como es razón, quitar nada al mérito y a
los frutos apostólicos de los que, militando en las filas de la Acción
Católica, pueden con su actividad salvadora llegar a donde no raras veces no
pueden los sacerdotes y los religiosos, no hay duda que a estos últimos se debe
la mayor parte, de tales obras de caridad. Porque los sacerdotes y religiosos
con ánimo generoso acompañan y guían la vida de los hombres sin distinción
de edad o de condición, y cuando caen fatigados o enfermos legan como en
herencia el encargo a otros para que lo continúen. Así no raras veces sucede
que el niño apenas nacido es acogido por unas manos virginales, sin que nada le
falte de los cuidados que ni una madre pudiera prodigarle con mayor amor, y si
es mayor y ha alcanzado el uso de la razón, se entrega a la educación de
quienes lo instruyan en las enseñanzas de la doctrina cristiana, y le den la
conveniente formación mental, y forjen debidamente su ingenio y su carácter;
si uno cae enfermo, en seguida tiene quienes, impulsados por el amor de Cristo,
se esfuerzan con solícitos cuidados y convenientes remedios por restablecer su
salud; si pierde a sus padres, si se ve abatido por falta de bienes temporales o
por miserias espirituales, si es encarcelado, no le falta el consuelo ni el
socorro, porque los ministros sagrados, los religiosos, y las vírgenes
consagradas lo miran, compadecidos como, a un miembro enfermo del cuerpo
místico de Jesucristo recordando las palabras de su Divino Redentor: Porque
yo tuve hambre, y me disteis, de comer; tuve sed, y me disteis de beber, era
peregrino, y me hospedasteis; estaba desnudo y me cubristeis; enfermo, y me
visitasteis; encarcelado y me vinisteis a ver... En verdad os digo, siempre que
lo hicisteis con alguno de estos, mis más pequeños hermanos, conmigo lo
hicisteis[50].
¿Y qué diremos en alabanza de los heraldos de la palabra divina qué, lejos de
su patria y soportando duros trabajos, convierten a la fe cristiana gran
multitud de infieles? ¿Y qué decir de las sagradas esposas de Cristo, que
colaboran con ellos, prestándoles una ayuda valiosísima? A todos y cada: uno
de estos, gustosos les repetimos aquellas palabras que escribimos en nuestra
apostólica exhortación "Menti Nostrae": El sacerdote, por la ley
del celibato, lejos de perder la prerrogativa de la paternidad, la aumenta
inmensamente, como quiera que in engendra hijos para esta vida perecedera, sino
para que ha de durar eternamente[51].
b) Oración y penitencia
Por
lo demás, la virginidad es fecunda no solo por las empresas y obras exteriores
a que pueden dedicará más completamente y con mayor facilidad los que abrazan,
sino también por la forma, de caridad perfecta que ejercen para con el
prójimo, es decir, por las encendidas súplicas que en, favor de ellos elevan y
por la, graves privaciones que espontánea y gustosamente abrazan con el mismo
fin, ya que a eso han dedicado toda su vida los siervos de Dios y las esposas de
Jesucristo principalmente los que viven en los claustros.
e) Testimonio de fe y de amor
Finalmente,
la virginidad consagrada a Cristo es por sí misma un testimonio tal de fe en el
reino de fe en el reino de los cielos, y demuestra un amor tal a nuestro Divino
Redentor, que no es de maravillar que produzca abundantes frutos de santidad.
Las vírgenes y todos los que se dedican al apostolado y abrazan una castidad
perfecta, que son en número casi incontable, hermosean la Iglesia con la
excelsa santidad de su vida. Porque la virginidad infunde en el ánimo una tal
energía espiritual que lo impulsa aun hasta el martirio, si es necesario. Lo
muestra abundantemente la Historia que propone a la admiración de todos tantas
legiones de vírgenes de Roma hasta María Goretti.
d)
Virtud angelical
Y
no sin motivo la virginidad es llamada virtud angélica, como con toda razón
afirma Sn Cipriano dirigiéndose a las vírgenes: Lo que hemos de ser todos,
ya vosotras lo habéis empezado a ser. Tenéis ya en este mundo la gloria de la
resurrección, y pasáis por el mundo sin contaminaros con su corrupción.
Mientras os conserváis vírgenes y castas, sois iguales a los ángeles de Dios[52]. Al Alma que tiene sed
de vida purísima y arde en deseos de alcanzar el reino de los cielos, la
virginidad se le presenta como la perla preciosa por la que uno vendió
cuanto tenía para comprarla[53].
Los mismos casados y aun los que están sumergidos en el cieno de los vicios,
cuando vuelven su mirada a las vírgenes, admiran no raras veces el esplendor de
su cándida pureza y sienten deseos de conseguir lo que supera el deleite de los
sentidos. El motivo por qué las vírgenes atraen a todos con su ejemplo es el
que indica Santo Tomás de Aquino cuando escribe: A la virginidad se atribuye
una excelentísima hermosura[54].
Por otra parte, todos esos hombres y mujeres que guardan castidad perfecta,
¿acaso no muestran con ello que este señorío que tienen sobre los movimientos
del cuerpo es un efecto del divino auxilio y señal de una virtud sólida?
e)
El fruto más bello
Es
muy grato considerar particularmente el fruto más dulce de la virginidad, a
saber, que las vírgenes consagradas manifiestan a los ojos de su madre la
Iglesia y la santidad de la íntima unión de ellas mismas con Cristo. Las
palabras que usa el Pontífice en el sagrado rito de la consagración de las
vírgenes y las oraciones que eleva a Dios, eso es lo que sabiamente indican: A
fin de que existan almas excelsas, que en la unión del varón y de la mujer
desdeñen la realidad y amen su virtud escondida, y no quieran imitar lo que se
realiza en le matrimonio, sino amar lo que el matrimonio significa[55].
Grande
gloria de las vírgenes es, sin duda alguna, el ser imágenes vivientes de
aquella perfecta integridad que une a la Iglesia con su Divino Esposo; y el ser
ellas una muestra admirable de la floreciente santidad y de la fecundidad por
Jesucristo, es motivo del mayor gozo para esta misma sociedad. A este propósito
dice muy bien San Cipriano: Son, en efecto, flor que brota de los gérmenes
de la Iglesia; son ornato y esplendor de la gracia espiritual, alegría de la
naturaleza, obra perfecta e incorrupta de loor y gloria, imagen divina en que
reverbera la santidad del Señor, porción la más ilustre del rebaño de
Cristo. Gózase la Iglesia y en ellas florece exuberante su gloriosa fecundidad;
de modo que cuanto más numeroso se hace el coro de las vírgenes, tanto más
crece la alegría de la madre[56]
SEGUNDA
PARTE
CONDENACIÓN DE ERRORES
Esta
doctrina, que establece las ventajas y excelencias de la virginidad y del
celibato sobre el matrimonio, fue puesta de manifiesto, como lo llevamos dicho,
por nuestro Divino Redentor y por el Apóstol de las Gentes; y asimismo en el
santo Concibo Tridentino[57]
fue solemnemente definida como dogma de fe divina y declarada siempre por
unánime sentir de los Santos Padres y doctores de la Iglesia. Además, así
nuestros Antecesores, como también Nos, siempre que se ha ofrecido la ocasión,
una y otra vez la hemos explicado y con gran empeño recomendado. Sin embargo,
puesto que no han faltado recientemente algunos que han atacado, no sin grave
peligro y detrimento de los fieles, esta misma doctrina tradicional en la
Iglesia, Nos, por deber de conciencia, hemos creído oportuno volver sobre el
asunto en esta Encíclica y desenmascarar y condenar los errores, que con
frecuencia se presentan encubiertos bajo apariencias de verdad.
a)
Sobre el instinto sexual
En
Primer lugar, sin duda alguna se separan del común sentir de las personas
honradas, sentir que la Iglesia siempre ha tenido en gran estima, a quienes
consideran el instinto sexual como la tendencia principal y mayor del organismo
humano, para deducir de ahí el hombre, no puede cohibir durante toda su vida
éste apetito sin exponerse al grave peligro de perturbar las energías vitales
de su cuerpo y principalmente los nervios y de dañar el equilibrio de su
personalidad.
Como
muy atinadamente advierte Santo Tomás, la tendencia que en nosotros está más
profunda es la mira a la conservación propia; la inclinación que brota de las
potencias sexuales ocupa el segundo lugar. Y a más a la iniciativa y dirección
de la razón humana, que privilegio singular de nuestra naturaleza, pertenece
regular esta clase de estímulos e instintos íntimos y ennoblecerlos con su
acertada dirección[58].
Desgraciadamente
es verdad que nuestras potencias corporales y nuestras pasiones perturbadas por
el primer pecado de Adán, no solo intentan dominar los sentidos, sino también
el alma, entenebreciendo la inteligencia y debilitando la voluntad. Pero la
gracia de Jesucristo se nos da en los sacramentos principalmente para que,
viviendo la vida del espíritu, reduzcamos el cuerpo a servidumbre[59].
La virtud de la castidad nos exige que no sintamos el aguijón de la
concupiscencia sino más bien que la sujetemos a la recta razón y a la ley de
la gracia, tendiendo denodadamente a lo que es más noble en la vida humana y
cristiana.
Para
lograr con perfección este imperio del espíritu sobre los sentidos del cuerpo,
no basta abstenerse tan solo de los actos directamente contrarios a la castidad
sino que es necesario en absoluto renunciar gustosa y generosamente a todo lo
que pueda ser más o menos remotamente adverso a esta virtud; porque así el
alma podrá reinar de lleno en el cuerpo y desarrollar su vida espiritual con
paz y libertad. ¿Quién hay, pues, entre los que admiten los principios de la
religión católica, que no vea que la castidad perfecta y la virginidad, lejos
de oponerse al crecimiento natural del hombre o de la mujer lo acrecienta y
ennoblece en sumo grado?
b)
sobre el matrimonio
Recientemente
condenarnos con tristeza la opinión de los que llegan a aseverar que solo el
matrimonio es capaz de dar a la personalidad humana su natural desarrollo y su
debida perfección[60].
Afirman algunos que la divina gracia dada ex opere operato, en el sacramento, de
tal manera santifica el uso del matrimonio que lo convierte en un instrumento
para unir a las almas con Dios más eficazmente que la misma virginidad, ya que
el matrimonio cristiano es un sacramento y la virginidad no lo es. Esta doctrina
la denunciamos como falsa y dañosa. Sí, el sacramento del matrimonio da a los
esposos gracia divina para cumplir santamente sus deberes conyugales, y estrecha
los lazos del amor mutuo con que ambos están unidos, pero no ha sido
establecido para convertir el uso matrimonial en el medio de suyo más apto para
unir las almas de los esposos con el mismo Dios mediante, el vínculo de la
caridad[61]:
¿No reconoce más bien el Apóstol San Pablo a los esposos el derecho de
abstenerse temporalmente del uso del matrimonio para darse a la oración[62],
precisamente porque esta abstención hace que el alma se sienta más libre para
entregarse a las cosas celestiales y para orar?
c)
"La ayuda mutua" y "La soledad de corazón"
Finalmente,
no se puede asegurar -como algunos lo hacen- que la ayuda mutua[63] que los esposos buscan
en le matrimonio cristiano, es un medio de santidad más perfecto que la soledad
del corazón de las vírgenes y los célibes. Si bien cuantos profesan la
perfecta castidad han renunciado a este amor humano, no por eso se puede afirmar
que por efecto de esa renuncia hayan rebajado y despojado en alguna manera su
personalidad humana, porque del mismo Dador de dones celestiales reciben un
auxilio espiritual que sobrepuja con creces la ayuda mutua que los esposos
recíprocamente se procuran. Consagrándose totalmente al que es su principio y
les comunica su vida divina, no se empequeñecen, sino que sumamente se
engrandecen. ¿Quién puede con más verdad que cuantos son vírgenes apropiarse
de aquel dicho del Apóstol San Pablo: Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive
en mí?[64].
Por
esta razón sabiamente piensa la Iglesia que hay que conservar el celibato de
los sacerdotes; pues sabe que es y será fuente de gracias espirituales, que los
unirá cada vez más estrechamente con Dios.
d)
Sobre el apostolado
Nos
parece también conveniente mencionar aquí brevemente el error de quienes, para
apartar a los jóvenes de los seminarios y a las jóvenes de los institutos
religiosos, se esfuerzan por grabar en sus inteligencias la idea deque hoy la
Iglesia tiene más necesidad de la ayuda y del testimonio de vida cristiana de
los casados que viven en el siglo mezclados, con los demás, que de sacerdotes y
de vírgenes consagradas, que por el voto de castidad se han apartado en cierto
modo, de la sociedad humana. Semejante opinión, venerables Hermanos, es a todas
luces falsísima y muy perniciosa.
Ciertamente,
no es nuestro propósito decir que los esposos católicos, dando ejemplo de vida
cristiana, donde quiera que vivan y en cualquiera circunstancias en que se
hallen, no puedan producir abundantes y saludables, frutos con el ejemplo de su
virtud. Pero el que por esta razón aconseja preferir el matrimonio a la vida
consagrada totalmente a Dios, sin duda invierte y trastorna él recto orden de
las cosas. A la verdad, Venerables Hermanos, grandemente deseamos que se enseñe
convenientemente a quienes han contraído matrimonio o piensen contraerlo, el
grave deber que les incumbe, no solo de educar bien y diligentemente a los hijos
que tienen o tendrán, sino también de ayudar a los demás, según su
posibilidad, con el testimonio de su fe y el ejemplo, de su virtud. Pero, como,
lo exige la conciencia de nuestro deber, no podemos menos de condenar en
absoluto a todos los que trabajen por apartar a los, jóvenes del ingreso en el
seminario o en las órdenes y congregaciones religiosas y de la emisión de los
santos votos, y les den a entender que, siendo padres o madres de familia y
profesando públicamente a la vista de todos una vida cristiana, podrán lograr
un fruto espiritual mayor. Mejor y más cuerdamente obrarían tales personas
exhortando a los casados con el mayor empeño posible que cooperasen con sus
talentos en las obras del apostolado seglar, que no trabajando por alejar de la
virginidad a los jóvenes, desgraciadamente hoy día no muy numerosos, que
deseen consagrarse al divino servicio. A este propósito escribe muy bien San
Ambrosio: Siempre ha sido propio de la gracia sacerdotal echar la simiente de
la castidad y excitar el amor a la virginidad[65].
e)
Sobre la colaboración de los religiosos con la sociedad humana
También
creemos que hay que advertir que es completamente falsa la afirmación de que,
los que profesan la castidad perfecta, dejan en cierto modo de pertenecer a la
comunidad humana. Las vírgenes consagradas que consumen su vida sirviendo a los
pobres y enfermos, si distinción de raza, posición o religión, ¿por ventura
no se asocian íntimamente a sus desgracias y dolores y se afectan tiernamente
como si fuesen sus madres? Y así mismo el sacerdote, movido por el ejemplo de
su divino Maestro, ¿no desempeña el oficio del buen pastor, que conoce a sus
ovejas y las llama por sus nombres?[66].
Pues bien, precisamente gracias a la castidad perfecta que guardan éstos
sacerdotes y religiosos, pueden dedicarse a todos y amar a todos por amor de
Cristo. Y aun a los que llevan vida contemplativa, dado que ofrecen a Dios por
la salvación del prójimo, no sólo sus oraciones de y súplicas, sino su
propia inmolación, ciertamente contribuyen poderosamente al bien de la Iglesia;
es más, puesto que, conforme a las normas que en la carta apostólica "Sponsa
Christi"[67] dimos, en las actuales
circunstancias trabajan en obras de apostolado y caridad, aun por esta razón
deben ser en gran manera dignos de alabanza, y no pueden ser considerados como
extraños a la sociedad humana quienes colaboran de esta doble manera al bien
espiritual de la misma.
TERCERA
PARTE
CONSECUENCIAS PARA LA VIDA PRÁCTICA
Venerables
Hermanos, a las consecuencias de esta doctrina de la Iglesia acerca de la
excelencia de la virginidad se deducen para la vida práctica.
a)
La virginidad es necesaria para alcanzar la perfección cristiana
Ante todo, se debe declarar abiertamente que, de que la virginidad sea más
perfecta que el matrimonio, no se sigue que sea más perfecta para alcanzar la
perfección cristiana. Puede haber ciertamente santidad de vida sin consagrar su
castidad a Dios, como lo atestiguan los numerosos santos y santas que la Iglesia
honra con culto público y que fueron fieles esposos y brillaron ejemplarmente
como excelentes padres o madres de familia; más aun, no es raro hallar personas
casadas que buscan ardientemente la perfección cristiana.
También
se ha de advertir que Dios no impone a todos los cristianos la virginidad,
según enseña el Apóstol San Pablo en estas palabras: En orden a las
vírgenes, precepto del Señor, yo no tengo sino que, doy consejo[68].
Por lo tanto, un consejo es lo que nos mueve a abrazar la castidad perfecta, por
ser un medio capaz de conducir con mayor seguridad y facilidad a quienes les
ha sido concedido[69]
alcanzar el término, de sus anhelos, la perfección evangélica y el reino de
los cielos, por lo cual, como bien nota San Ambrosio: la castidad se propone,
no se impone[70].
Por
ésta razón, la castidad perfecta exige, por una parte, que el cristiano, antes
de ofrecerse y consagrarse totalmente a Dios, la desee libremente, y por otra
parte que Dios le comunique desde arriba su don y su gracia[71].
El mismo Divino Redentor nos previno en esta materia con las siguientes
palabras: No todos son capaces de esta resolución, si no aquellos a quienes
se ha concedido... El que sea capaz de tal doctrina, que la siga[72].
San Jerónimo, considerando atentamente esta sentencia de Jesucristo, exhorta a
cada uno a examinar sus fuerzas para ver si podrá cumplir los preceptos
tocantes a la virginidad y a la pureza. Pues la castidad, por su naturaleza, es
agradable y a todos atrae. Pero hay que medir las fuerzas para que el que pueda
comprender, comprenda. Es como la voz del Señor que exhorta e invita a sus
soldados, al premio de la castidad. Quien pueda comprender, comprenda; el que
pueda combatir, que combata, venza y triunfe[73].
b)
La virginidad, virtud difícil, no debe abrazarse temerariamente
La
virginidad es una virtud difícil: para alcanzarla no basta un firme y expreso
propósito de renunciar absoluta y perpetuamente a los deleites legítimos del
matrimonio, es también necesario refrenar y moderar los rebeldes movimientos
del cuerpo y del corazón con una continua y vigilante lucha, huir de los
atractivos del mundo y superar los asaltos del demonio. ¡Cuán verdaderas son
las palabras del Crisóstomo: La raíz y los frutos de la virginidad es una
vida crucificada![74].
La virginidad, según San Ambrosio, es como un sacrificio, y la virgen es
hostia de pureza y víctima de castidad[75].
Más aun, San Metodio, Obispo de Olimpo, compara a quienes son vírgenes con los
mártires[76],
y San Gregorio Magno enseña que la castidad perfecta sustituye al martirio: Aunque
falta la persecución, nuestra paz tiene su martirio; parque si no ofrecemos
nuestro cuello al hierro, damos muerte con la espada del espíritu a los deseos
carnales de nuestra alma[77].
Por tanto, la castidad consagrada a Dios exige almas fuertes y noble preparadas
a luchar y vencer por el reino de los cielos[78].
Por
consiguiente, todo el que emprenda este camino difícil, si por experiencia se
siente demasiado débil en este punto, oiga con humildad el consejo del Apóstol
San Pablo : Si no tienen el don dé la continencia, cásese. Pues, más vale
casarse que abrasarse[79].
Para muchos, efectivamente, la continencia perpetua sería un peso demasiado
grave y no se les puede aconsejar. Lo sacerdotes que tienen el cargo importante
de ayudar con sus consejos a aquellos jóvenes que sienten inclinación hacia el
sacerdocio o la vida religiosa, deben exhortarlo a pensarlo con madura
consideración y no meterse por un camino que no tengan fundada experiencia de
poder recorrer hasta el fin con seguridad y éxito feliz. Examinen prudentemente
la capacidad del joven y oigan, cuando lo estimen oportuno, el parecer de los
peritos. Y si todavía queda alguna duda seria, sobre todo por la experiencia de
la vida pasada, interpongan su autoridad para que desistan de abrazar el, estado
de castidad perfecta o para que no sean admitidos a las órdenes sagradas o a la
profesión religiosa.
c) No es virtud imposible
Con
todo, aunque la castidad consagrada a Dios sea una virtud ardua, podrán
observarla fiel y perfectamente todos los que, siguiendo la invitación de
Jesucristo y después de diligente consideración, respondan con ánimo generoso
y hagan cuanto esté en su mano por seguirla. Porque una vez que hayan abrazado,
el de estado de virginidad o el celibato, recibirán gracia del Señor, y con:
su ayuda, podrán poner; en práctica su propósito. Por tanto, si se hallaren quienes
no sienten si este don de la castidad (aunque de ella hayan hecho voto)[80], no traten de hacer
ver la imposibilidad de satisfacer a sus obligaciones en esta materia. Porque "Dios
no manda cos as imposibles sino que al ponerlas, te enseña a hacer lo que
puedas y pedir lo que no puedas"[81]
y da su ayuda para que puedas[82].
Recordamos esta consoladora verdad a aquellos cuya voluntad se halla debilitada
por enfermedades nerviosas, y a quienes algunos médicos, aun católicos,
persuaden con excesiva facilidad a hacerse, dispensar de su obligación, bajo el
especioso pretexto, de que no pueden observar la castidad sin detrimento del
equilibrio mental. ¡Cuánto más útil y oportuno sería ayudar a tales
enfermos a robustecer su voluntad y convencerlos de que aun a ellos es imposible
la castidad, según la sentencia del Apóstol: Fiel es Dios, que no
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma
tentación os hará sacar provecho para que podáis sostenernos[83].
VIGILANCIA
Y ORACIÓN
Los
medios que el Divino Redentor nos recomendó para salvaguarda eficaz de nuestra
virtud son la asidua, vigilancia para hacer con diligencia cuanto esté en
nuestra mano, y la oración constante para pedir a Dios lo que, por nuestra
debilidad no podemos alcanzar: Velad y orad para que no caigáis en la
tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es flaca[84].
Esta
vigilancia en todos los momentos y en todas las circunstancias de nuestra vida
nos es absolutamente necesaria: Porque la carne tiene tendencias contrarias a
las del espíritu, y el espíritu las tiene contrarias a las de la carne[85].
Si alguno fuere indulgente, aun en cosas mínimas, con las seducciones del
cuerpo, fácilmente se sentirá arrastrado hacia aquellas obras de la carne
que el Apóstol enumera[86]
y que son los vicios más torpes y repugnantes de los hombres.
Por
esta razón es menester ante todo velar sobre los movimientos de las pasiones de
los sentidos, refrenarlos con una vida voluntariamente austera y con las
penitencias corporales, para someterlos a la recta razón y a la ley de Dios. Los
que son de Cristo tienen crucificada su carne con los vicios y pasiones[87].
El mismo Apóstol de las gentes confiesa de sí mismo: Castigo mi cuerpo y lo
esclavizo no sea que predicando a los demás venga yo a ser reprobado[88].
Todos los santos velaron con empeño sobre los movimientos de sus sentidos y sus
pasiones, y los refrenaron, a veces, con violencia, según la palabra del Divino
Maestro: Yo os digo: cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia
ella, ya adulteró en su corazón. Que sí tu ojo derecho es para ti , ocasión
de pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti; pues mejor te está el perder uno de
tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno[89].
Con esta advertencia, como es claro, nuestro Redentor pide ante todo de nosotros
que no consintamos jamás en pecado, ni aun mentalmente, y que alejemos de
nosotros con energía todo lo que puede manchar, aun levemente, esta
hermosísima virtud. En esta materia toda diligencia es poca, ninguna severidad
es excesiva. Si la salud débil u otras causas no permiten a alguien realizar
grandes austeridades corporales, en ninguna manera le dispensan de la vigilancia
y de la mortificación interna.
En
este punto conviene, además, recordar lo que enseñan los Santos Padres[90] y los Doctores de la
Iglesia[91]:
que más fácilmente podremos superarlos atractivos del pecado y las seducciones
de la pasión huyendo de ellos con todas nuestras fuerzas que combatiéndolos de
frente. Para defender la castidad, según la expresión de San Jerónimo, es
preferible la huida a la batalla en campo abierto: "Huyo para no ser
vencido"[92]. Consiste ésta huida
en evitar diligentemente la ocasión de pecar, y principalmente en elevar
nuevamente y nuestra alma a las cosas divinas durante las tentaciones, fijando
la vista en Aquel a quien hemos consagrado nuestra virginidad. Contemplad la
belleza de vuestro amante Esposo, nos aconseja San Agustín[93].
AL
CLERO EN PARTICULAR
Esta
huida y esta continua vigilancia para alejar de nosotros las ocasiones de pecar
las han considerado siempre los santos como el mejor medio de luchar en esta
materia; hoy día, sin embargo, no todos aceptan esta doctrina. piensan algunos
que todos los cristianos, y principalmente los ministros sagrados, no deben
ser segregados del mundo, como en tiempos pasados, sino ,que deben estar presentes
en el mundo, y por, tanto tienen que afrontar el riesgo y poner a prueba su
castidad, para que se manifieste si son o no capaces de resistir: véanlo todo
los Jóvenes clérigos, para que se acostumbren a contemplar todo con ánimo
sereno y se inmunicen contra cualquier género de turbaciones. Les conceden
fácilmente que puedan sin sonrojo mirar todo lo que a sus ojos se ofrece,
frecuentar espectáculos cinematográficos, aun los prohibidos por la censura
eclesiástica; hojear cualesquiera revistas, aun obscenas, y leer las novelas
puestas en el índice o prohibidas por el mismo derecho natural. Y esto lo
permiten con el pretexto que hoy día son muchos los que se sacian de tales
espectáculos y lecturas, y es necesario entender su manera de pensar y sentir
para poderlos ayudar. Es fácil, ver lo falso y desastroso de ese modo de educar
al clero y prepararlo a conseguir la santidad propia de su misión. El que
ama el peligro, perecerá en él[94];
y viene aquí muy oportuno el consejo de San Agustín: No me digáis que
tenéis el alma pura, si tenéis ojos impuros; porque el ojo impuro es mensajero
de un corazón impuro[95].
Sin
duda, este funesto método se funda en una grave confusión. Porque Jesucristo
Nuestro Señor afirmó, sí, de sus Apóstoles: Yo los he enviado al mundo[96];
Pero antes había dicho de del mundo, ellos mismos: No son del mundo, como ni
yo tampoco soy del mundo[97],
y a su Divino Padre había orado con estas palabras: No te pido que los
saques del mundo sino que los preserves del mal[98].
La Iglesia, que se apoya en tales principios ha dado sabias y oportunas normas
para alejar de los sacerdotes los peligrosos atractivos que fácilmente pueden
influir en cuantos se hallan en medio del mundo[99],
y procura por medio de ellas poner la santidad de la vida sacerdotal al abrigo
de los cuidados y diversiones propias de los seglares.
GRADUAL
PREPARACIÓN DEL CLERO JOVEN PARA LA LUCHA
Con
mayor razón conviene apartar del tumulto mundano al clero joven, para formarlo
en la vida espiritual y prepararlos a alcanzar la perfección sacerdotal o
religiosa, antes que entre en el combate. Manténgaselo en los seminarios o
estudiantados largo espacio de tiempo, y reciba una formación, diligente poco a
poco y con prudencia se le vaya iniciando en los problemas de nuestros tiempos,
según las normas que Nos hemos prescrito en la exhortación apostólica "Menti
Nostrae"[100].
¿Qué jardinero expondrá jamás a las tempestades una planta de valor, pero
aun tierna para una robustez que todavía no posee? Los seminaristas y los
jóvenes religiosos deben ser tratados como plantas tiernas y delicadas, que aun
hay que proteger y preparar gradualmente para la resistencia y la lucha.
EL
PUDOR
Los
educadores de la juventud clerical harían obra mejor y más útil inculcando en
las, almas de los jóvenes los principios del pudor cristiano, que tanto ayuda
para conservar incólume la virginidad y que bien puede llamarse la prudencia de
la castidad. El pudor adivina, el peligro, impide ponerse en él y hace evitar
las ocasiones a que algunos menos prudentes se exponen. El pudor no gusta de
palabras torpes o menos honestas, y aborrece aun la más leve inmodestia; evita
la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, infundiendo en el ánimo
la debida reverencia al cuerpo que es miembro de Cristo[101]
y templo del Espíritu Santo[102].
Quien posee el pudor cristiano tiene horror a cualquier pecado de impureza y se
retira apenas siente despertarse la seducción.
Además,
el pudor sugiere y suministra a los padres y educadores expresiones aptas para
instruir las conciencias de los jóvenes en la castidad. Por lo cual
-como lo advertimos no hace mucho en una alocución tal recato no se ha de
entender de manera que equivale a un absoluto silencio, hasta excluir en la
formación moral aun el modo reservado y prudente de hablar[103]. Sin embargo, en
nuestros tiempos algunos maestros y educadores, más veces de lo que fuera
menester, han creído ser oficio suyo iniciar a niños inocentes en los secretos
de la procreación de un modo que ofende su pudor. En este asunto conviene usar
la justa medida y moderación que exige el pudor cristiano.
El
pudor se alimenta del temor de Dios, ese temor filial basado en una profunda
humildad cristiana, que nos hace huir con suma diligencia de todo pecado. Ya lo
afirmaba Nuestro Predecesor San Clemente I con estas palabras: El que es
casto en el cuerpo no se vanaglorie, porque otro es quien le da el don de la
continencia[104].
Cuán importante sea la humildad cristiana para conservar, la virginidad, nadie
lo ha expresado más claramente que San Agustín: Ya que la continencia
perpetua, y sobre todo la virginidad es un don excelentísimo en los santos de
Dios, ha de vigilarse atentamente para que no se corrompa con la soberbia... Por
eso., Cuanto mayor me parece este don, más temo no venga a desaparecer en lo
futuro por causa de la soberbia. Solo Dios es el verdadero custodio de la gracia
virginal, que El mismo concedió, y "Dios es caridad"[105].
La guardiana, por tanto de la virginidad, es la caridad y la morada de esta
guardiana es la humildad[106].
RECURSO
A LOS MEDIOS SOBRENATURALES
Otra
cosa hay que tener presente: que para conservar intacta la castidad no bastan la
vigilancia y el pudor hay que recurrir también a los medios sobrenaturales: a
la oración a Dios, a los sacramentos de la penitencia y de, la Eucaristía y a
una viva devoción a la Santísima Madre de Dios.
No
perdamos de vista que la castidad perfecta es un don de Dios. A este propósito,
advierte profundamente San Jerónimo: Les fue concedido[107] a los que lo
pidieron, a los que lo quisieron, a los que trabajaron por recibirlo. Porque
todo aquel que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama, se le
abrirá[108].
De la oración, añade San Ambrosio, depende la fidelidad constante de las
vírgenes al Divino Esposo[109].
Y San Alfonso María de Ligorio, con aquella ardentísima piedad que lo
distinguía, enseña que no hay medio tan necesario para vencer las tentaciones
contra esta hermosa virtud de la castidad como el recurso inmediato a Dios por
la oración[110]. Sin embargo, a la
oración es menester que se añada el sacramento de la penitencia, el cual, si
se recibe con frecuencia y preparación, es una medicina espiritual que purifica
y sana, y el alimento eucarístico, que, en frase de Nuestro Predecesor de
Inmortal memoria León XIII, es el mayor remedio contra la sensualidad[111]. Cuanto más pura y
casta sea el alma, más hambre tendrá de este pan, del que saca la fortaleza
para resistir a todas las seducciones del pecado impuro y con el que se une más
estrechamente al Divino Esposo: Quien come mi carne y bebe mi sangre en Mi
mora y ya en él[112].
DEVOCIÓN
A MARÍA
Un
medio excelente para conservar intacta y sostener la castidad Perfecta, media
comprobado continuamente por la experiencia de los siglos es el de una sólida y
ardiente devoción a la Virgen madre de Dios. En cierta manera, esta devoción
contiene en si todos los demás medios, pues quien sincera y profundamente la
vive, se tiene, que sentir impulsado a velar, a orar, a acercarse al tribunal de
la penitencia y al banquete eucarístico. Por tanto, exhortamos con afecto
paterno a todos los sacerdotes, religiosos y vírgenes consagrados a que se
pongan bajo la especial protección de la Santa Madre de Dios, que es Virgen de vírgenes
y maestra de la virginidad, como afirma San Ambrosio[113],
y es Madre poderosísima de aquellos, sobre todo, que se han dedicado al divino
servicio.
Por
ella, dice San Atanasio, comenzó a existir la virginidad[114],
y lo enseña claramente, San Agustín con estas palabras: La dignidad
virginal comenzó con la Madre de Dios[115].
Siguiendo las huellas del mismo San Atanasio[116],
San Ambrosio propone a las vírgenes como modelo la vida de la Virgen María: Imitadla,
hijas... [117]. Sírvaos la vida
de María de imagen y modelo de virginidad, cual imagen que se hubiese
trasladado a un lienzo; en ella, como en un espejo, brilla la hermosura de la
castidad y la belleza de toda virtud. De aquí podéis sacar ejemplos de vida,
ya que en ella, como en un dechado, se muestra, con las enseñanzas manifiestas
de su santidad qué es lo que habéis de corregir, qué es lo que habéis de
reformar, qué es lo que habéis de retener... He aquí la imagen de la
verdadera virginidad. Esta fue María, cuya vida pasó a ser norma para todas
las vírgenes... [118].
Sea, pues, la Santísima Virgen maestra de nuestro modo de proceder[119],
Tan grande, fue su gracia, que no solo conservó en sí misma la virginidad,
sino que concedía este don insigne a los que visitaba[120].
¡Cuán verdadero es pues el dicho del mismo San Ambrosio: Oh riquezas de la
virginidad de María![121].
En vista de tales riquezas aprovecha grandemente, también hoy a las vírgenes
consagradas, a los religiosos y a los sacerdotes el contemplar la virginidad de
María para observar con más fidelidad y perfección la castidad de su propio
estado.
Pero
no os contentéis, amadísimos hijos, con meditar las virtudes de la Santísima
Virgen María; acudid a ella con absoluta confianza, siguiendo el consejo de San
Bernardo: Busquemos la gracia, y busquémosla por María[122].
Y en este Año Mariano de una manera especial poned en ella el cuidado de
vuestra vida espiritual y de la perfección, imitando el ejemplo de San
Jerónimo, que aseguraba: Para mí la virginidad es una consagración en
María y en Cristo[123].
CUARTA
PARTE
LLAMAMIENTO A PADRES Y EDUCADORES
En
las graves dificultades con que la Iglesia debe hoy luchar es un grande consuelo
para nuestro corazón de Pastor Supremo, Venerables Hermanos, el ver cómo la
virginidad, la cual florece en estos tiempos como en tiempos antiguos en todos
los ámbitos de la tierra es tenida en grande estima y honor, no obstante los
errores contrarios, que decíamos y que esperamos serán pasajeros y
desaparecerán pronto.
No
ocultamos, sin embargo, que este nuestro gozo está mezclado de cierta tristeza
al ver que en no pocos países disminuye cada día más el número de los que,
llamados por la voz divina, abrazan el estado de virginidad. Las principales
causas las hemos apuntado más arriba y no hay por qué repetirlas. Confiamos
que los educadores de la juventud que hubieren caído en estos errores los
reconocerán pronto, los repudiarán y se esforzarán por ponerles remedio,
haciendo lo posible para que cuantos se sientan llamados por Dios al ministerio
sacerdotal o al estado religioso, si están bajo su dirección espiritual, sean
ayudados por todos los medios a alcanzar esa meta sublime. ¡Ojalá suceda que
nuevas y más numerosas falanges de sacerdotes y de religiosos, cuantos y cuales
exigen las necesidades actuales de la Iglesia, salgan pronto a cultivar la viña
del Señor!
Además
como pide la responsabilidad de nuestro ministerio apostólico, exhortamos a los
padres y madres de familia a ofrendar gustosos para el servicio divino aquellos
de sus hijos que sientan esa vocación. Y si esto les resultare duro, triste y
penoso, mediten atentamente las, palabras con que San Ambrosio amonestaba a las
madres de Milán: sé de muchos jóvenes que quieren ser vírgenes, y sus
madres les prohíben aun venir a escucharme... Si vuestras hijas quisieran amar,
a un hombre, podrían elegir a quien quisieran según las leyes. Y a quienes se
les concede escoger a cualquier hombre, ¿no se les permite escoger a Dios?[124].
Consideren
los padres qué honor es para ellos tener un hijo sacerdote o una hija que ha
consagrado su virginidad al Divino Esposo. Por lo que se refiere a las
vírgenes, nos dice el mismo Obispo de Milán: Ya habéis oído, padres. . .,
la virgen es un don de Dios, un regalo del padre, sacerdocio de la castidad. La
virgen es una hostia ofrecida por la madre, hostia que se sacrifica diariamente
y aplaca la ira divina[125].
Y
ahora, antes, de dar fin a esta carta Encíclica deseamos, Venerables Hermanos,
volver el pensamiento y el corazón a aquellos que, consagrados al servicio
divino, en no pocas regiones padecen severa persecución. Imiten el ejemplo de
las vírgenes de la primitiva Iglesia, que con la valentía invencible sufrieron
el martirio por su virginidad[126].
Perseveren
hasta la muerte[127]
con ánimo constante en el santo propósito de servir a Cristo y tengan presente
que sus angustias, sus padecimiento y sus oraciones son de gran valor ante Dios
para la implantación del reino de Cristo en sus naciones y en la Iglesia
entera; tengan por cierto que los que siguen al Cordero dondequiera que va[128]
cantarán por
toda la eternidad un cántico nuevo[129],
que ningún otro, puede cantar.
Nuestro
corazón paterno se llena de compasión hacia esos sacerdotes, religiosos y
vírgenes consagrados que confiesan valerosamente su fe hasta el mismo martirio.
Rogamos a Dios por ellos y por los que en todos los ámbitos de la tierra se
dedican al servicio divino, a fin de que el Señor los confirme, los fortifique
y los consuele. Y a vosotros todos, Venerables Hermanos, y a fieles exhortamos
insistentemente a orar en unión con Nos para obtener a todas esas almas
consagradas las consolaciones, dones y auxilios divinos.
Prenda
de estos divinos dones y testimonio de nuestra especial benevolencia sea la
bendición apostólica que con todo afecto en el Señor impartimos a vosotros,
Venerables Hermanos, y a los demás ministros del altar vírgenes sagradas, a
aquellos principalmente que padecen persecución por la justicia[130]
y a todos nuestros fieles.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Anunciación de la Santísima
Virgen María, el 25 de marzo de 1954, año XV de Nuestro Pontificado. Pío
XII.
[1] Cfr. S. Ambros.: De virginibus, lib. I, c. 4, n.15; De virginite, c.3, n. 13; P.L. XVI, 193, 69.
[2] Cfr. Ex., XXII, 16-17; Deut., XXII, 23-29; Eccli, VLII,9
[3]
S. Ambros.: De
virginibus, lib. I,
c. 3, n. 12; P.L. XVI, 192.
[4]
I
Cor X, 11
[5]
Act.,
XXI, 9
[6]
Cfr.
S. Ignat. Antioch.: Ep. ad Smyrn., c.13; ed. Funk-Diekamp: Patres Apostolici,
vol. I p. 286
[7]
S.
Iustin: Apol. I pro christi, c.15; P.G. VI, 349
[8]
Cfr.
Const. Apost. Sponsa Christi; A.A. S. XLIII, 1051, pp. 5-8
[9]
Cfr.
C.I.C. can. 487
[10]
Cfr.
C.I.C. can. 132 §1
[11]Cfr.
Const. Apost. Provida Mater, art. III § 2; A.A.S. XXXIX, 1947, p. 121
[12]
Mt
19, 10
[13]
Ibid.,
19, 11-12
[14]
Mt.
19, 12
[15] S. Agustín: De sancta virginitate, c. 2, P.L. XL, 407
[16]
Cfr.
Can. 9; Mansi: Coll., II, 1.096.
[17] 1 Cor 7, 32-34.
[18] S. Cypr.: De habitu virginum, 4; P.L. IV, 443.
[19] S. Agustín : De sancta virginitate, cc. 8,11; P.L. XL, 400, 401.
[20] S. Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 152, a. 3, ad. 4.
[21] S. Bonav.: De perfectione evangelica, q. 3, a. 3, sol. 5
[22] Cfr. San Cipriano: De habitu virginum, c. 20; P.L. IV 459
[23]
Cfr. San
Atanasio: Apol. Ad
Constant., 33; P.G. XXV, 640
[24]
S. Ambrosio: De
virginibus, lib. I.
C. 8; n. 52; P.L. XVI, 202
[25]
Cfr.
Ibid., lib. III, cc. 1-3, nn 1-14; De institutione virginis, c. 17 nn.
104-114; P.L. XVI, 219-224, 333-336
[26]
Cfr.
Sacramentarium Leonianum, XXX; P.L. LV, 129; Pontificale Romanum: De
benediotione et consecratione virginum.
[27] Cfr. S. Cipriano: de habitu virginum, 4 et 22 ; P.L. IV, 443-444 et 462 ; S. Ambrosio: De virginibus, lib. I e 7, n. 37 ; P.L. XVI, 199.
[28] S. Agustín: De sancta virginitate, cc. 54-55; P.L. XL, 428
[29]
Pontificale
Romanum: De benedictione et consecratione virginum
[30]
S.
Metodio Olympi: Convivium decem virginum orat. XI c. 2; P.G. XVIII, 209
[31] Apoc 14, 4
[32] Obid.
[33] I Pert., 2, 21; S. Agustín: De sancta virginitate, c. 27; P.L. XI,
[34] S. Bonav.: De perfectione evangelica q. 3, a. 3
[35]
S. Fulgencio:
Epist. 3,
c. 4, n. 6; P.L. LXV, 326
[36] 1 Cor 7, 32-33
[37] Gen., 2,24; Cfr. Mt 19,5
[38] Cfr. 1 Cor 7, 39
[39] S. Tomás: Suma Teológica, II-II, q. 186, a. 4
[40]
Cfr.
C.I.C., can. 132 § 1
[41]
Cfr.
Litt. Enc. Ad catholici sacerdotii fastiium, A.A.S. XXVIII, 1936, pp. 24-25
[42]
Cfr.
Lev 15,16-17; 22,4; 1Sam 21,5-7, Cfr. S. Siric. Papa: Esp. ad Himer.,7; P.L.
LVI, 558-559
[43] S. Pedro Dam.: De coelibatu sacerdotum, c.3; P.L. CXLV, 384
[44]
Cfr.
Mt 19, 10-11.
[45]
1
Cor 7,38.
[46]
Ibid.,
7,7-8; Cfr. 1 et 26
[47] Cfr. S. Tomás: Suma Teológica I-II q. 152, aa. 3-4.
[48]
Cfr.
1 Cor 7,33.
[49]
Mt
12, 33.
[50]
Mt
25, 35-36.40.
[51]
A.A.S.
XLII, 1950, p. 663
[52]
S. Cipriano: De
habitu virginum, 22; P.L. IV, 462; cfr. S. Ambrosio: De virginibus, lib. I,
c. 8, n. 52; P.L. XVI, 202
[53] Mt 13, 46
[54] S. Tomás: Summa Teológica, II-II, q. 152, a. 5
[55] Pontificale Romanum: De benedictione et consecratione virginum
[56] S. Cipriano: De habitu virginum, 3 ; P.L. IV, 443(57) Sess. XXIV, can. 10
[58] Cfr. S. Tomás: Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2
[59] Cfr. Gal. 5,25; 1 Cor 9, 27
[60] Cfr. Allocutio ad Moderatrices supremas Ordinum et Institutorum Religiosarum, d. 15 septembris 1952; A.A.S. XLIV, 1952, p. 824
[61] Cfr. Decretum S. Oficii, De matrimonii finibus, d. 1 aprilis 1944; A.A.S. XXXVI, 1944, p. 103
[62]
Cfr.
1 Cor 7, 5
[63]
Cfr.
C.I.C., can 1.013§1
[64] Gal 2, 20
[65] S. Ambrosio: De virginitate, c. 5, n. 26; P.L. XVI, 272
[66]
Cfr.
Jn 10,14; 10,3s
[67]
Cfr.
A.A.S. XLIII, 1951, p.20
[68] 1 Cor 7,25
[69] Mt 19, 11
[70] S. Ambrosio: De viduis, c. 12, n. 72; P.L. XVI, 256, cfr., S. Cipriano: De habitu virginum, c. 23; P.L. IV, 463
[71]
Cfr.
1 Cor 7, 7
[72]
Mt
19, 11-12
[73]
S.
Hieronym: Comment. in Mt 19,12; P.L. XXVI, 136
[74] S. Juan Crisóstomo: De virginitate, 80; P.G. XLVIII, 592
[75]
S. Ambrosio: De
virginitate, lib. I,
c. 11, n.65; P.L. XVI, 206
[76]
Cfr.
S Motedio Olympi: Convivium decem virginum, ort. VII, c.3; P.G. XVIII,
128-129
[77]
S.
Gregorio Magno: Hom. in Evang., lib I, hom. 3, n.4 P.L. LXXVI, 1.089
[78]
Mt
19,12
[79]
1
Co 7,9
[80]
Cfr.
Conc. Trid., sess. XXIV, can. 9
[81] Cfr. S. Agustín: De natura el gratia, c. 43, n. 50; P.L. XLIV pag. 271
[82]
Conc.
Trid. Sess. VI, c. 11
[83]
1
Cor 9,13
[84]
Mt
XXVI, 41
[85]
Gal.
5,17
[86]
Cfr.
Ibid., 19-21
[87]
Ibid.,
24
[88]
1
Cor 9,27
[89]
Mt
5, 28-29
[90]
Caesar.
Arelat.: Sermo 41; ed G. Morin, Maredsqus, 1937, vol. I, p. 172
[91] Cfr. S. Tomás: In Ep. I ad Cor, VI, lect. 3; S. Francisco de Sales: Introduction a la vie devote, part. IV, IV, c.7 ; S. Alfonso de Ligorio : La vera sposa di Gesu Cristo, ,c. 1, n. 16; c. 16; c. 15, n. 10
[92]
S
Hieronym. Contra Vigilant., 16: P.L. XXIII, 352
[93] S. Agustín: De sancta virginitate c. 54; P.L. XL, 428.
[94] Ecclo 3, 27
[95]
S. Agustín:
Epist. 211
n. 10, P.L. XXXIII, 961
[96] Jn 17, 18
[97] Ibid, 16
[98] Jn 18,15
[99]
Cfr.
C.I.C. can. 124-142. Cfr. B. Pío X: Exhort. Ad cler.cath. Haerente animo,
A.A.S. XLI, 1908, pp. 565-573; Pío XI: Litt.enc.Ad catholici sacerdotii
fastigium, A.A.S. XLII, 1950, pp. 692-694.
[100]
Cfr.
A.A.S. XLII, 1950, pp. 690-691
[101]
Cfr.
1 Cor 6, 15
[102]
Ibid,
19
[103]
Alloc.
Magis quam mentis, d. 23 sept. a 1951; A.A.S. XLIII 1951, p. 736
[104]
S.
Clemente Rom.: Ad Corintios XXXVIII, 2; ed. Funk-Diekamp, Patres Apostolici,
vol. I, p. 148
[105] 1 Jn 4, 8
[106]
S. Agustín: De
sancta virginitate, cc. 33, 51; P.L. XL, 415. 426;
cfr cc. 31-32,38; 412-415, 419
[107]
Cfr.
Mt 19,11
[108]
Cfr.
Ibid., VII,8; S. Hieron: Comm. In Mt 19,11; P.L. XXVI, 135
[109] Cfr. S. Ambrosio: De virginibus, lib III, c. 4 nn. 18-20; P.L. AVI, 225
[110] Cfr. S. Alfonso de Liborio: Practica di amar Gesu Cristo, c. 17, nn. 7-16
[111] Leon XIII: Encíclica Mirae caritatis, d. 28 maii, a. 1902
[112] Jn 6, 57
[113] S. Ambrosio: De institutione virginia, c.6, n. 46; P.L. XVI, 320
[114]
Cfr. S.
Atanasio: De virginitate, ed. Th.
Lefort. Museon, XLII, 1929, p. 247
[115] S. Agustín: Serm. 51, C. 16, n. 26; P.L. XXXVIII, 348
[116] Cfr. S. Atanasio: Ibid, p. 244
[117] S. Ambrosio. De institutione virginis, c. 14, n. 87; P.L. XVI, 328
[118] S. Ambrosio: De virginibus, lib. II, c. 2, n. 6 6,15; P.L. AVI, 208, 210
[119]
Ibid.,
c. 3 n. 19; P.L. XVI, 211
[120]
S. Ambrosio: De
institu. Virginis,
c. 7, n. 50; P.L. XVI, 319
[121]Ibid.,
c. 13, n. 81; P.L. XVI, 339
[122] S. Bernardo: In nativitate B. Mariae Virnigis, Sermo de aquaeductu, n. 8; P.L. 183, 441-442
[123]
S.
Hieronym: Epist. 22, n. 18; P.L. XXII, 405
[124]
S. Ambrosio: De
virginibus, lib. I,
c.10, n. 58; P.L. XVI, 205
[125]
Ibid,
c. 7, n. 32; P.L. XVI, 198
[126]
Cfr. S.
Ambrosio: De virginibus, lib. II,
c. 4, n. 32, P.L. XVI, 215-216.
[127] Fil 2, 8
[128] Apoc 14,4
[129] Ibid, 3.
[130] Mt 5,10