El nombre se generalizó en Roma desde el Renacimiento para denominar los
cementerios subterráneos cristianos, cuya extensión se llamaba area; se
tomó del coementerium in catacombas, situado en el tercer miliario de la
vía Apia, donde estuvieron el circo de Majencio y la tumba de S.
Sebastián. El nombre antiguo del conjunto de sepulcros fue el de
cementerio, campo de reposo o de sueño.
Las c. no fueron exclusivas de Roma, aunque sean éstas las más
importantes; las hubo también en Nápoles, Siracusa, Cirene, Alejandría,
Melos, Malta, Túnez, etc.; se conocen también de los gnósticos (hipogeo
del viale Manzoni) y de los novacianos (c. de la vía Tiburtina). Se trata
de galerías excavadas en el suelo, en Roma en la toba fácil de trabajar.
De su extensión y complejidad puede dar idea la de S. Inés, de 1.600 m. de
corredores y más de 5.700 tumbas, teniendo las galerías de 0,75 a 0,90 m.
de anchura por término medio. Su trazado, con muchas variantes, se sujeta
fundamentalmente a dos sistemas: o bien una galería central con brazos
laterales que en el límite del area sepulcralis se unen por corredores
paralelos al principal o una sola galería central con ramificaciones
laterales. Los núcleos principales de cada c. se iban extendiendo y podían
fundirse con otros cementerios próXImos, lo cual daba gran complejidad a
las plantas.
Origen. Muchas familias ricas cristianas ofrecieron sus jardines o
villas a sus correligionarios para abrir sus tumbas; más tarde
pertenecieron a corporaciones funerarias, favorecidas por la política
imperial, que proporcionaban sepulturas a sus asociados, quienes pagaban
una cuota; los fossores estaban encargados de abrir las tumbas y señalar
su emplazamientó. Excepcionalmente, las c. acogieron las ceremonias
litúrgicas cristianas; la autoridad conocía la existencia de los
cementerios a los que no fue dificultada o prohibida la entrada hasta la
persecución de Decio (250); la legislación aseguraba a paganos y a
cristianos, a quienes obligaba a situar sus tumbas fuera del recinto de la
ciudad, la inviolabilidad de las tumbas; quienes atentaban a ella podían
ser condenados a trabajos forzados en las minas; había además,
ostensiblemente, símbolos cristianos en la misma entrada. Por otra parte,
el Digesto ordenaba que los restos de los mártires o de cualquier
condenado fuesen entregados a quienes los reclamasen. Sabemos que c.
propiamente dichas eXIstían desde fines del s. I en la vía Apia y que a
fines del S. III, el número de las toleradas era de 11. Tras Constantino
se hizo usual el enterramiento cerca de los mártires (retro sanctos) y se
multiplicaron los elementos de culto, apareciendo los martyria. Así, pues,
las c. no fueron, como se ha dicho, lugares de reunión y ocultación, salvo
cuando se realizaba la celebración de un mártir o durante las
persecuciones; el culto tenía lugar en las iglesias domésticas, cuya
existencia nos consta. Hacia la mitad del S. IV la mayor parte de las
tumbas se abrieron al aire libre y el 410, año de la invasión de Roma por
Alarico, cesa la función sepulcral de las c., que permanecieron como
santuarios de los mártires hasta que se arruinaron.
Descripción. En el interior de las c. eXIstían las cryptae o
subterráneos, a los que se llegaba por galerías (ambulacrum), donde
también se enterraba; el cubiculum, estancia rectangular o de otras
formas, servía de mausoleo familiar; la escalera de acceso era el
cabaticum. En cuanto a las tumbas eran nichos rectangulares alargados (loculus)
para uno o más cadáveres (bisomus para dos, trisomus para tres) que se
cerraban mediante placas verticales de piedra o muros de ladrillo, sobre
los que se inscribían o pintaban epitafios. El sepulcro a mensa se abría
dentro de un nicho protegido por un arco (arcosolium) con superficies muy
aptas para la decoración pictórica, que encontramos con frecuencia.
Finalmente, eXIstía la simple forma o fosa en el suelo. Menos frecuentes
son las tumbas de baldaquino de Nápoles, Sicilia o Malta, resultantes de
la fusión de varios arcosolios, o las de banco, orientales, especialmente
de Palestina, cón simples bancadas abiertas en los hipogeos sobre los
cuales se colocaban los cadáveres. En las c. se han hallado objetos muy
diversos, como ofrenda, y un excepcional conjunto de pinturas murales.
Las c. se iniciaron, según el Liber pontificalis en las criptas del
Vaticano, donde el papa Anacleto, sucesor de Clemente, «construyó y adornó
el monumento del bienaventurado Pedro y preparó un lugar de sepultura para
los obispos que habían de venir tras de él», donde efectivamente se
enterraron hasta el a. 203; durante la persecución de Valeriano, el cuerpo
es S. Pedro se ocultó en el cementerio de S. Sebastián ad catacumbas;
trasladado nuevamente al Vaticano, en excavaciones iniciadas en 1950 se ha
encontrado junto con la antigua necrópolis, con ricos mausoleos del s. ii,
la que se cree tumba de S. Pedro. La de S. Pablo estuvo en la vía Ostiense,
en el cementerio de Lucina, lugar donde se elevó un oratorio en el s. I,
destruido en el 303, sustituido por una basílica constantiniana en el 324
ó 325. Entre las c. más antiguas están las de Priscila, en la nueva vía
Salaria, supuesta fundación del senador Pudens para enterramiento de sus
hijas Práxedes y Pudenciana, en cuyo centro eXIstía una notable cripta,
realmente una iglesia cementerial, la capella graeca, decorada con
importantes frescos que representan el inicio de la pintura cristiana
(Daniel entre los leones, Susana y los viejos, resurrección de Lázaro, la
Fractio panis). Contemporánea fue la c. de los Ostrianos, coementerium
majus o de S. Inés, en la vía Nomentana, relacionada con el ministerio
apostólico de S. Pedro según las Actas apócrifas del S. V y fechable por
las inscripciones. Seguramente del a. 162 es la c. de Pretextato, en la
vía Apia, en la que es famoso el corredor llamado spelunca magna, por la
que se pasaba a la tumba de S. Genaro, ambulacro ancho decorado con nichos
en barro cocido y alumbrada por lucernarios, identificada por una
inscripción de S. Dámaso, con pinturas que marcan el apogeo de su estilo.
También son de esta primera época la de S. Genaro en Nápoles, con la
cripta de S. Agripino y las de Melos y Cirene, de tiempo de los Antoninos.
Las características de las c. de este periodo son el empleo
cuidadoso de la albañilería, con muros adornados con pilastras y cornisas
de barro cocido; la anchura de los corredores y de los nichos para
sarcófagos; la decoración pictórica muy cuidada y paralela al arte pagano
de la época; el uso de bellos estucos y la presencia de inscripciones,
fechadas o no, pero peculiares.
Desde el S. III hasta la paz de la Iglesia (313) aparece un nuevo
tipo que arranca del papa Ceferino (203), quien tras el establecimiento de
la propiedad corporativa entre los cristianos, encargó al diácono Calixto
«del gobierno de la clerecía y de la administración del cementerio», que
recibió su nombre y se formó por la unión de tres áreas de las que la más
antigua es la cripta de Lucina y la papal, donde se enterraron
efectivamente los pontífices, habiendo numerosos grafitos, sentencias,
plegarias y nombres propios sobre las paredes; fue restaurada y recubierta
por Sixto III (o por S. Dámaso), hundiéndose luego y conservándose hoy una
restauración moderna; muy importante también es la cripta de S. Cecilia,
con excelentes frescos (orante, Cruz entre corderos y los mártires
Policamo, Sebastián y Curino) que sustituyeron a anteriores mosaicos;
finalmente, está la cripta de S. Eusebio.
Después de la c. de Calixto se fundaron otras muchas; el papa
Fabiano adjudicó a los diáconos, en el a. 238, las regiones en que se
había dividido Roma y es posible que hubiera un cementerio para cada una
de ellas; en el S. III, según el Liber pontificalis, eran 25.
Catacumbas romanas. Agrupadas por las vías donde se hallan, son: en
la vía Flaminia, la de S. Valentín (337-352); en la vía Salaria antigua,
la in clivum cucumeris no hallada hasta ahora, la de Basila o S. Hermes
(principios del S. III) y la de S. Pánfilo (S. III); en la vía Salaria
nueva, las de MáXImo, Thrason, de los Jordanes y Priscila; en la Nomentana,
las de S. Nicomedes, S. Inés, la Maior y la de S. Alejandro; en la vía
Tiburtina, la de S. Lorenzo (218), la de Novaciano y S. Hipólito; en la
Labicana, la de S. Castulo; en la vía Latina, las de S. Gordiano'y S.
Tertulino, descubiertas en 1956; en la vía Apia, las de Pretextato,
Calixto y S. Sebastián; en la Ardeatina, las de Balbina, Domitila y
Basileo; en la Ostiense, las de Comodila, Timoteo y S. Pablo; y en la
Aurelia, entre otras, la de Calepodio, descubierta en 1960.
V. t.: PALEOCRISTIANO, ARTE.
BIBL.: G. B. DE Rossi, Roma
sotterranea, Roma 1864-77; H. LECLERCQ, Manuel d'Archéologie chrétienne,
París 1907, 217; E. KIRSCHBAUM, E. JUNIENT y J. VIVES, La tumba de San
Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954.
A.BELTRÁN MARTÍNEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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