INOCENCIO X, PAPA
Su vida hasta la elección al pontificado. Durante el reinado de Inocencio VIII,
al final del s. xv, se trasladó a Roma una rama de la familia Pamfili, que desde
mucho antes había tenido su origen y residencia en Gubbio. Un siglo más tarde la
familia era ya considerada romana, habiendo obtenido en la Ciudad Eterna cargos
e influencia varios de sus miembros. Girolamo Pamfili, auditor de Rota, tomó a
su cargo a su sobrino Giambattista, hijo de su hermano Camilo. Con la protección
de su tío, Giambattista cursó estudios jurídicos en la propia Roma, se ordenó de
sacerdote en 1597, y fue nombrado primero abogado consistorial, en 1601, y luego
auditor rotal sustituyendo a Girolamo cuando éste, en 1604, alcanzó de Clemente
VIII la dignidad cardenalicia. Gregorio XV, que había sido auditor de la Rota al
mismo tiempo que Giambattista Pamfili, y que apreciaba mucho sus dotes y sus
conocimientos, le envió en 1621 de Nuncio a Nápoles. En 1625 pasó a Francia y
España como datario del cardenal Francesco Barberini, y en el mismo año fue
designado por Urbano VIII nuncio en Madrid y patriarca titular de Antioquía. En
1627 fue nombrado cardenal in pectore, y publicado en 1629. Pronto ocupó la
Prefectura de la Congregación del Concilio, y se acreditó como un miembro del
Sacro Colegio particularmente laborioso, muy entendido en los asuntos jurídicos,
y de gran prudencia política.
La elección de Inocencio X. Urbano VIII falleció el 29 jul. 1644, después
de un pontificado de veinte años largos, durante el cual se había desarrollado
la guerra de los Treinta Años y había nacido el jansenismo (v.), la principal
herejía surgida en el seno del catolicismo después del protestantismo. El papa
Urbano legaba a su sucesor estos dos problemas no resueltos, y le legaba con
ellos una Iglesia que iniciaba su decadencia después del esplendor del s. xvi y
del vigor de la Contrarreforma (v.). Necesitando un Papa adicto a sus planes
políticos, tanto Francia (que apoyaba a los protestantes alemanes en la guerra
de los Treinta Años), como España, que apoyaba a los católicos, se empeñaron en
usar toda su influencia para hacer que la elección se inclinase por uno de sus
candidatos. Fue España la que lo consiguió, con la elevación al papado del
antiguo nuncio en Madrid Giambattista Pamphili, que, habiendo nacido el 7 mayo
1574, contaba en la fecha de su elección, 15 sept. 1644, la edad de setenta
años. El cónclave había durado algo más de un mes, empleándose buena parte del
mismo en vencer la resistencia contra Pamphili del partido francés, que sólo
aceptó la elección con dificultades y, contra la voluntad del primer ministro de
París, el card. Mazarino, que quedó muy enojado con la derrota diplomática
sufrida y fue en adelante un constante enemigo del nuevo Papa.
El Gobierno interno de la Iglesia y de los Estados Pontificios. Inocencio
X fue víctima del nepotismo. Por desgracia para l., solamente una persona entre
sus parientes poseía dotes suficientes para el gobierno, y esta persona era una
mujer: su cuñada Olimpia Maidalchini, que por otra parte era sumamente
avariciosa y, por tanto, influenciable. De conducta privada irreprensible,
Olimpia poseyó un influjo muy grande en el ánimo del Papa, y fue -salvo algún
breve periodo- la principal consejera de I. Tres familiares varones del Papa
alcanzaron sucesivamente la dignidad cardenalicia: el hijo de Olimpia, Camilo, y
sus sobrinos Francisco Maidalchini y Camilo Astalli. Los tres fracasaron como
hombres de gobierno. Por fortuna, el Papa mantuvo a su lado, durante todo su
pontificado, un cardenal con el título y las funciones de Secretario de Estado,
dignidad que desde entonces aparece con particular prestigio al lado de la de
los cardenales nepotes, y que concluirá a finales del s. XVII por desplazar por
completo a éstos. Secretarios de Estado de I. lo fueron sucesivamente los
cardenales Panciroli y Fabio Chigi. Este último, que supo mantenerse separado de
los parientes de Inocencio X conservando siempre su independencia de criterio,
ocupó seguidamente la sede romana con el nombre de Alejandro VII. I. fue un
hombre de excelentes cualidades, amante de la paz a todo trance, y protector de
las artes como todos los Papas de la época. Procuró mantener en paz los Estados
pontificios, lo que consiguió en buena parte; concluyó la basílica de San Pedro
bajo la dirección de Bernini (v.), el mismo artista que en el pontificado
siguiente acometería la construcción de la plaza de San Pedro; dio a la plaza
Navona su fisonomía actual, con la edificación de la Iglesia de Santa Inés, obra
de Borromini (v.) y donde hoy se encuentra enterrado el propio Papa, del palacio
Pamfili, y de la fuente central debida también a Bernini. Favoreció con el mayor
interés las misiones,-ayudando la obra de Propaganda Fide, que apenas contaba
con veinticinco años de vida. Procuró la reforma de las órdenes religiosas,
suprimiendo algunas que estaban llevando una existencia lánguida y apoyando a
las que se mostraban más activas, a la vez que promovió nuevas fundaciones como
la de los eudistas de San Juan Eudes (v.). En 1650, declarado de acuerdo con la
tradición Año Santo, fue extraordinaria la afluencia de peregrinos a Roma, y el
Papa multiplicó sus esfuerzos para revitalizar la vida espiritual de todos
ellos. M. el 7 en. 1655.
El problema jansenista. La cuestión jansenista se había planteado tiempo
atrás, y ya Urbano VIII condenó en una Bula la doctrina de Jansenio. Durante los
diez años del pontificado de I., este problema no experimentó ninguna variación
sustancial. La Bula de Urbano VIII no era aceptada por los jansenistas, y el
papa Inocencio hubo de insistir en la condenación recogiendo cinco proposiciones
de Jansenio en el Breve Cum occasione de 1653, y repitiendo su anatema. No por
eso los jansenistas franceses cesaron en la defensa de su postura, negando que
las cinco proposiciones fuesen realmente de Jansenio. Port Royal (v.), el
monasterio vecino a París que constituía el centro vital del jansenismo,
multiplicó su fama; la Universidad de Lovaina, centro intelectual del error,
siguió defendiéndolo; a duras penas alcanzó el Papa la sumisión del arzobispo de
Malinas, Boonen, que de hecho favoreció siempre al jansenismo. La enemiga contra
esta doctrina por parte de Mazarino y del gobierno francés se veía todavía
mediatizada por la enemistad que igualmente existía entre aquél y el Papa. I.,
por tanto, si mantuvo la condena del jansenismo, dejó el problema tan sin
resolver como lo había recibido de su antecesor, si bien no cabe negar el valor
de su toma de postura dogmática contra las cinco proposiciones jansenistas; en
su Breve Cum occasione se apoyarán por largo tiempo los Papas posteriores en la
lucha contra el jansenismo.
BIBL.: Pastor XXX; J. CiAniri, Innocenzo X e la sua corte, Roma 1878; G. BRIGANTE, Olimpia Pamphili, Cardinal padrone, Milán 1941; L. TAPIÉ, Le XVII siécle, París 1949; H. TÜCHLE, Nouaelle Histoire de PÉglise, 3, París 1968.
ALBERTO DE LA HERA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991