ITALIA, HISTORIA DE LA IGLESIA: C. DE TRENTO AL RISORGIMENTO, ESTADOS CENTRO-SEPTENTRIONALES
1. Introducción. En la época comprendida entre la mitad del Quinientos y la
primera formación de la unidad política italiana (1861), el cuadro de los
Estados de la I. centroseptentrional, prescindiendo de los territorios sujetos a
la autoridad temporal del Pontífice (V. ESTADOS PONTIFIcios), está constituido
en relación con los acontecimientos de las grandes potencias europeas. Si se
toma como punto inicial de referencia la paz de Cateau-Cambrésis (1559), el
territorio del que nos ocupamos aparece políticamente organizado de la forma
siguiente: principado de Piamonte (con Saboya), marquesado de Monferrato,
marquesado de Saluzzo, ducado de Milán (bajo dominación española), ducado de
Mantua (Gonzaga), república de Venecia, república de Génova (con Córcega),
ducado de Parma (Farnesio), ducado de Módena (Este), república de Luca, ducado
de Toscana (Médicis), Cerdeña (España), Estado de los Presidios (España).
Tras las guerras de Sucesión, la paz de Aquisgrán (1748) vio estos mismos
territorios organizados en los siguientes Estados: reino de Cerdeña (con
Piamonte y Saboya), ducado de Milán (bajo dominación austriaca), república de
Venecia, república de Génova, ducado de Parma (Borbones), ducado de Módena,
república de Luca, ducado de Toscana (Habsburgo-Lorena). Desde 1796 las
victorias de Napoleón (v.) conducen a la constitución de la república
Transpadana y de la Cispadana, y por ello a la república Cisalpina, a la
república Italiana, y, por último, a la formación del reino itálico con la
correlativa desaparición de los Estados precedentes. La Restauración (desde
1815) llevó a la reconstitución de viejos Estados y a la creación de nuevos:
reino de Cerdeña; reino LombardoVéneto (bajo Austria); ducado de Parma; ducado
de Módena, gran ducado de Toscana.
Dentro de cada uno de estos Estados, la vida de la Iglesia se desenvolvió
de una forma diferente por varios motivos: por posturas personales de
gobernantes o por la presencia de particulares personalidades religiosas, por la
acción de grupos o círculos culturales o como efecto de circunstancias políticas
locales. Tanto el consolidarse el principado absoluto como forma de gobierno,
con la exageración del concepto de soberanía y la consiguiente extranjería de
cada Estado respecto a los demás, como la disolución de la Cristiandad
occidental provocada por la escisión religiosa consecuencia de la reforma
protestante y el ocaso definitivo de la unidad imperial tuvieron repercusiones
en la vida espiritual; bajo este aspecto la Edad Moderna está caracterizada
respecto al Medievo por una disminuida unidad. Pero las diversas acentuaciones o
debilitamientos de la vida religiosa local permiten, sin embargo, asegurar una
clara y segura uniformidad de desarrollo, que se mantiene constante en el tiempo
y que la Iglesia defiende tenazmente contra las tendencias particularistas que
desde el interior atentan contra la unidad.
Nos atendremos, por tanto, al criterio de considerar unitariamente la vida
de la Iglesia en los Estados antes nombrados, señalando, según lo requieran las
circunstancias, las particularidades locales. Pero convendría no olvidar que la
atención de los historiadores se ha concentrado de modo desigual en los varios
momentos históricos, en los diversos personajes, en las distintas comunidades
eclesiásticas de los varios Estados,.por lo que dichas noticias nos han llegado
a nosotros en diferentes grados de exactitud y profundidad. Y se podría añadir
también que la vida de la Iglesia en esas sociedades, a las que dedicamos ahora
nuestra atención, es generalmente poco conocida todavía.
2. La política eclesiástica de los Estados. En la época comprendida entre
la mitad del Quinientos y la primera formación de la unidad política italiana
(1861), en los Estados de la 1. centro-septentrional se puso en ejecución un
proyecto de reforma que había tomado su base del Conc. de Trento. No faltaron
conflictos religiosos. En Piamonte, Manuel Filiberto, tras abierta lucha contra
la comunidad valdense, le concedió (1561) una cierta libertad dentro de un
territorio estrictamente delimitado; esto ocurrió con las llamadas
Capitulaciones de Cavour a las que en general se atuvo la política religiosa de
los sucesivos reinantes. En la Valtelina la dominación de las Ligas grisonas dio
lugar a un conflicto político-religioso desde el momento en que los grisones se
adhirieron al protestantismo y trataron de difundirlo en el valle. Una acentuada
presión, que culminó con el asesinato del arcipreste de Sondrio, Nicola Rusca,
provocó la reacción popular que explotó en una sangrienta revolución. En la
lucha intervinieron los Habsburgo, Francia, España, Venecia; con la paz de 1626
se aseguró a los grisones la posesión de la Valtelina, debiendo éstos, en
cambio, comprometerse a respetar la autonomía política y la libertad religiosa.
En los territorios dominados por España (Milanesado) surgieron conflictos
de jurisdicción con la Iglesia, que dieron lugar a ásperas controversias,
especialmente con S. Carlos Borromeo (v.), arzobispo de Milán. Pero al mismo
tiempo el patrimonio eclesiástico se acrecentó notablemente, y aumentó también
el número de eclesiásticos y conventos. El protestantismo no encontró una
acogida favorable, bien por su carácter nacionalista, hostil a la latinidad,
bien por lo refractario del ambiente cultural y del espíritu público, o bien por
las profundas raíces que el catolicismo había echado en I. Sobre la organización
de los protestantes, divididos en varias corrientes doctrinales, no se tienen
más que escasas noticias.
Hubo exiliados. De Toscana partió el protestante Fausto Socino (1575; v.),
conocido como el principal representante del socinianismo. En la República
Véneta hubo frecuentes intervenciones contra la jurisdicción eclesiástica; la
actividad de la Inquisición (v.) fue limitada y obstaculizada, así como el
privilegio del foro, y la propiedad de los bienes inmobiliarios fue sometida a
la autoridad pública. A continuación del conflicto jurisdiccional, en 1606,
Paulo V sometió a interdicto la ciudad de Venecia y el territorio de Terraferma,
provocando la reacción del servita Paolo Sarpi en defensa de los intereses de la
República; ésta, por su parte, expulsó de los Estados venecianos a jesuitas,
capuchinos y teatinos, que se habían mantenido fieles al Pontífice.
En el Setecientos, los Estados, conforme a las dominantes ideas de la
Ilustración (v.), intentaron limitar la jurisdicción eclesiástica a las
cuestiones de fuero interno que se relacionasen con la religión y la moral. La
Iglesia, defendiendo los intereses adquiridos, se encontró que defendía también
principios y valores eternos contra el prevalecimiento del absolutismo estatal,
amenazante hasta cuando se disfrazó, más tarde, de paternalismo. Las corrientes
realistas o josefinistas (v. JOSEFINISMo) no concedían de hecho lá libertad al
ciudadano, sino que tendían, por el contrario, a aumentar los poderes del
soberano reivindicando para éste funciones ejercidas hasta el momento por la
Iglesia. El Estado reivindicó deberes que le eran propios, como la instrucción,
consolidó la tolerancia religiosa, puso límites al patrimonio (mano muerta) y al
fuero eclesiástico, intervino en la sistematización del ordenamiento parroquial,
introdujo el placet y el exequatur, asumió iniciativas hostiles a las órdenes
religiosas, suspendió la Compañía de Jesús, valiente sostenedora de los derechos
de la Santa Sede.
Existieron intentos de acuerdo entre la Iglesia y los Estados,
principalmente tras las conclusión de algunos concordatos, como los de Piamonte
(1742) y el del ducado de Milán (1757). En este último, reinando María Teresa
(1740-80; v.), e intentando elevar las condiciones de la cura de almas, la
autoridad estatal puso en práctica una serie de reformas dictadas según el
espíritu de la Ilustración: se limitó el número de conventos; se prohibió la
admisión en ellos de quien no hubiese cumplido 24 años; se abolió la exención
fiscal del clero; se prohibió la proclamación de decretos pontificios sin el
placet estatal; se redujo el número de fiestas (a 24); se introdujo una censura
estatal en los libros; se suspendió el derecho de asilo y se reformaron los
estudios superiores eclesiásticos. Todas estas novedades se introdujeron, en
general, sin demasiadas dificultades, y en la mayoría de los casos, con la
aprobación, obtenida tras laboriosas negociaciones, de la Santa Sede.
Con José II (1780-90), soberano autoritario impregnado de racionalismo
ilustrado y decidido a conseguir el bienestar y la felicidad de los pueblos a
través de la imposición de reformas, se rompió el difícil equilibrio; los
derechos de la Iglesia fueron lesionados con una actividad unilateral y
precipitada. Se extendió el placet hasta las ordenanzas episcopales; se
suspendió el fuero privilegiado de los sacerdotes; se prohibió a los obispos
comunicarse directamente con la Curia romana; se prohibieron las apelaciones a
Roma; muchos monasterios (sobre todo contemplativos y mendicantes) fueron
clausurados y sus comunidades disueltas. El episodio más grave fue el de la
institución del Seminario general de Pavía desde el que Pietro Tamburini y
Giuseppe Zola difundieron ideas regalistas (febronianas) y jansenistas (v.
REGALISMO; FEBRONIO Y FEBRONIANISMO; JANSENIO Y JANSENISMO); el intento era
separar la Iglesia lombarda de Roma, para subyugarla más fácilmente al poder
público.
Un caso parecido de celo era el que había demostrado el después emperador
Leopoldo II de Austria, mientras fue gran duque de Toscana (1765-90). También
aquí la situación de la Iglesia necesitaba reformas, pero Leopoldo procedió en
modo arbitrario, lejos de cualquier entendimiento con Roma. En 1786 publicó un
reglamento para el clero que contenía reformas radicales; éstas, sin embargo, no
fueron ratificadas por el sínodo de Pistoia convocado por el obispo Scipione de
Rice¡, jansenista y galicano, y fueron finalmente rechazadas por el sínodo
general de Florencia (1787). Leopoldo continuó las reformas por su cuenta, mas
cuando en 1790 dejó el gran ducado, fueron en gran parte revocadas.
También en Venecia, donde la polémica de Sarpi había abierto el camino a
las corrientes jurisdiccionalistas, la República intervino con leyes para
impedir que la Iglesia recibiese herencias por testamento, para limitar los
ofrecimientos por intenciones particulares en la celebración de las Misas, y
desde 1768, con una serie de leyes contrarias a la libertad de la Iglesia
justificando las intervenciones bajo el pretexto de que Roma no proveía. Se
llegó así a la clausura de más de 300 conventos en el Estado véneto.
Desde que el ejército francés entró en I. (1796), la vida de la Iglesia se
vio dominada en los territorios ocupados por la personalidad de Napoleón (v.),
convencido de que el cristianismo era el sostén moral de la civilización europea
y decidido a servirse de él como un apoyo indispensable para el Estado. En 1803,
al concluirse una época de abusos, Napoleón estableció un concordato con la
Santa Sede para la República italiana, que fue violado frecuentemente y
despreciado por las arbitrarias reglas de ejecución impuestas por el
vicepresidente Francesco Melzi (1804). Revivía la concepción josefinista; por
una parte, se reconocía la religión católica como la religión del Estado; por
otra, se atribuía al presidente de la República italiana el derecho de nombrar a
los obispos, quedando para el Papa la institución canónica, al tiempo que se
limitaba la libertad de la Iglesia con una complicada disciplina en la
otorgación del placet. Un nuevo concordato en 1813, con Pío VII, señalaba el fin
del poder temporal, pero a la vez aseguraba ciertas garantías en el ejercicio
del ministerio espiritual.
La intolerancia religiosa, el espíritu masónico y jacobino, trajeron
consigo, sobre todo en los primeros años, graves daños a la vida de la Iglesia,
además de a su patrimonio, provocando el descontento popular que explotó con la
vuelta de los austriacos (1799). Después el régimen concordatario estableció un
modus vivendi más pacífico.
A, la caída de Napoleón (1815), aunque el clero fuera poco numeroso, los
recursos patrimoniales de la Iglesia se extinguieron; y aun cuando la práctica
religiosa se viera debilitada, los valores religiosos volvieron a emerger. Los
concordatos con los Estados de la restauración atestiguan, sin embargo, que ya
ha terminado la época de los privilegios eclesiásticos; también al clero se le
aplica el Derecho común. Por su parte, los Estados renuncian a hacer valer los
principios de la Ilustración, del regalismo y del jurisdiccionalismo hostil a la
Iglesia; pero surge el equívoco por el que se identifica la causa de la
conservación con la de la Iglesia y la religión.
El concordato con el reino de Cerdeña (1817) llevó a la reconstitución de
las nueve diócesis suprimidas por Napoleón en 1805 y a la erección de la nueva
de Cuneo; al rey se le reconoció el derecho de nombramiento en las sedes
episcopales, además de indultos especiales acerca de los bienes de las
comunidades religiosas disueltas.
Pío VII (v.) dictó disposiciones modificando circunscripciones episcopales
y normas para el patrimonio eclesiástico de Parma, Módena, Luca, Massa-Carrara,
en 1815-16. En 1818-19 se acordó una revisión de las circunscripciones
eclesiásticas del reino lombardo-véneto, para adaptarlas a la nueva situación
política. Así se concluía un proceso de reorganización que había tenido
principio en el siglo precedente; los acuerdos eran el fruto de algunas
renuncias, pero al mismo tiempo reconocían derechos esenciales.
No era éste, sin embargo, el camino por el que se podía resolver la crisis
del antiguo régimen. Cuando Pío IX sube al trono (1846) están maduros problemas
que atacan la existencia de un Estado de la Iglesia en I. (v. ESTADOS
PONTIFICIOS II: la cuestión romana), el destino de los bienes del clero, los
privilegios de jurisdicción de los eclesiásticos. Religión y política una vez
más vuelven a entremezclarse en equívocas situaciones, por lo que se tiende a
ver en el cristianismo únicamente un hecho civil, un elemento de orden público.
Se organizaban mientras tanto sociedades secretas, de las que la más importante
fue la Carbonería (v. CARBONARIOS), condenada por Pío VII (1821) por razones
ético-religiosas (la absoluta entrega a fines preestablecidos por otros y para
realizarlos, el recurrir a medios prescindiendo de cualquier juicio moral).
Revolucionario y hostil a la Iglesia, no solamente por el intento de acabar con
el poder temporal de los Papas, fue el partido radical La joven Italia, fundado
por Giuseppe Mazzini (v.) en 1831 y difundido en toda I. La masonería (v.)
intentó por varios medios excitar los ánimos contra la Iglesia, y como entre sus
filas militaban hombres políticos que tenían altísimos cargos gubernativos,
ejerció una profunda influencia en la vida pública; hubo una verdadera ofensiva
antirreligiosa y una acción de descristianización, a la que una parte de los
católicos opuso resistencia conforme a bases conservadoras, mientras que otros,
los católicos liberales (v. CATOLICISMO LIBERAL; LAMENNAIS, FÉLICITÉ ROBERT DE),
aceptaban algunas conquistas ya irremediables de la sociedad moderna.
Por otra parte, el neogüelfismo, en el que se inspiró el patriotismo
italiano alrededor de 1848, representa el intento de alcanzar una nueva armonía
entre el ciudadano y el católico, ofreciendo una alternativa en el campo
católico a la postura intransigente y conservadora que tenía su más clara
expresión en los jesuitas de la «Civiltá Cattolica», firmemente contrarios al
liberalismo. Era también la condena implícita de la revolución y la exaltación
de la tradición reformadora italiana, a la que se adhirieron hombres como
Alessandro Manzoni (v.), Antonio Rosmini (v.), Cesare Balbo, Massimo d'Azeglio.
Fue animador del neogüelfismo Vincenzo Gioberti (v.) con la obra De la primacía
civil y moral de los italianos (Bruselas 1843), en la que, reivindicada para I.
la supremacía de la civilización europea, se proponía como solución del problema
político italiano una federación de Estados italianos presidida por el Pontífice
y defendida militarmente por el Piamonte. Pero los sucesos de 1848 privaron a
este proyecto de toda posibilidad de éxito (v. v, 7).
En el reino de Cerdeña se pusieron de manifiesto, en cuanto los jesuitas
fueron expulsados de Génova y Turín (1848), unas orientaciones legislativas
destinadas a caracterizar la actividad normativa inspirada en los principios
liberales y laicos del futuro reino de I. En 1850 las Leyes Siccardi sancionaban
la abolición del fuero y de la inmunidad eclesiástica, prohibían a las manos
muertas laicas y religiosas la adquisición de bienes estables, ya por donación o
por medio de testamentos sin la aprobación del soberano, y abolían las penas por
la no observancia de algunas festividades. La acción secularizadora (v. LAIcismo)
del Estado proseguía según las indicaciones regalistas y jurisdiccionalistas de
tradición ilustrada. En 1855 la Ley Rattazzi suprime más de la mitad de las
casas religiosas y se incauta de sus bienes; el procedimiento, no justificado
por razones económicas, pero sí por un preciso plan político, provoca la
rebelión de la conciencia religiosa, y como consecuencia, el que en las
sucesivas elecciones prevalezca la Derecha. Fue en este ambiente donde se
inició, en 1861, la unidad italiana.
3. Pensamiento filosófico, teológico y eclesiológico. La Filosofía del
Seiscientos y de los siglos sucesivos se desarrolla fuera de los ambientes
eclesiásticos; la actividad católica está prácticamente ausente tanto en la
renovación filosófica como en la científica. No existieron, sin embargo,
encendidas manifestaciones de pensamiento contrarias a la Iglesia; incluso las
corrientes ilustradas se limitaron principalmente a problemas de economía y
derecho (Verri, Beccaria). Los ambientes católicos estaban divididos por la
polémica jansenista y por la del probabilismo (v. sistemas morales, en MORAL III,
5); la batalla política y jurídica contra la Iglesia se mantenía encendida desde
su interior, principalmente por jansenistas lombardos y toscanos. En el
Ochocientos, el espiritualismo de Pasquale Galuppi, seguido por Antonio Rosmini
y Vicenzo Gioberti, intentó superar el materialismo, el ateísmo y el criticismo.
La obra de Vincenzo Buzetti (1777-1824) y Angelo Testa (1788-1873) señaló los
orígenes del neoescolasticismo en I., entendido como vuelta al tomismo.
Entre los teólogos, no figuran personalidades excepcionales; únicamente en
el Setecientos, son dignos de particular mención el dominico Daniele Concina
(1687-1756), polemista vivaz contra el probabilismo y el laxismo, y el agustino
Enrico Noris (1631-1704), iniciador en la Univ. de Pisa de la enseñanza de
historia eclesiástica, que continuó más tarde Gian Lorenzo Berti (1696-1766). En
el Setecientos, florecieron esencialmente los estudios de Historia eclesiástica,
dedicados a una apasionada búsqueda de la Tradición, dirigiendo principalmente
su atención a los orígenes de la Iglesia. La personalidad más notable en este
campo es Ludovico Antonio Muratori (1672-1750), de formación cultural
benedictina, editor de fuentes medievales e historiador; más abierto a los
problemas de su época; animado por espíritu reformador, se preocupó
principalmente de la caridad cristiana, de la piedad y de la actuación de la
justicia por medio del Derecho (De la caridad cristiana, 1723; De la devoción
regulada de los cristianos, 1747; De los defectos de la jurisprudencia, 1742).
La atención de los historiadores dirigida hacia la originaria comunidad
cristiana es reveladora de los intereses eclesiológicos que terminaron por dar
lugar a una áspera polémica entre los jansenistas Pietro Tamburini (1739-1827) y
Giuseppe Zola (1739-1806), profesores de la Univ. de Pavía, y Scipione de Rice¡,
obispo de Pistoia. Sus enseñanzas, sostenidas por Austria como instrumento para
afirmar en I. los principios jurisdiccionalistas, no tuvieron éxito entre las
masas, que se manifestaron hostiles a ellas. En el Ochocientos, los estudios
eclesiológicos llevan a una progresiva acentuación del aspecto comunitario junto
al institucional de la Iglesia; los problemas de las relaciones entre autoridad
y libertad y entre jerarquía y laicado se imponen, pero la gran mayoría de
católicos se mantiene en su posición conservadora, y por ello en la Iglesia
prevalece la concepción que da mayor firmeza a los aspectos institucionales, al
dogma, a la jerarquía, a la autoridad.
4. La organización de la Iglesia. Tras el Conc. de Trento, la organización
de la Iglesia está caracterizada por el refuerzo de los poderes de los obispos
dentro de la propia diócesis, y, al mismo tiempo, por la tendencia a
espiritualizar la institución con el abandono de trabajos y funciones que le
eran extraños. También se reordena la parroquia de forma que su nueva estructura
sea adecuada a las nuevas funciones espirituales y organizadoras. La obra de
reforma y reordenamiento de las parroquias hecha en la propia provincia por S.
Carlos Borromeo (v.) fue ejemplar y tuvo amplia repercusión en otras provincias.
Fue una obra importante en una época que había puesto en duda el principio de la
unidad, que es fundamental para el cristianismo; en efecto, a partir de entonces
las instituciones fueron el tejido conexivo de la sociedad cristiana, casi su
armadura. Por el ejemplo que dio S. Carlos Borromeo, se consolida la regla de
que el obispo tenga que residir en la diócesis; se erigen seminarios conciliares
para la formación de un clero digno y eficiente; se celebran sínodos diocesanos
para restablecer la disciplina del clero y la dignidad del culto.
5. Órdenes y congregaciones religiosas. Cofradías. Más que la vitalidad de
las antiguas órdenes o el ímpetu de las instituciones surgidas poco antes del
Conc. Tridentino (barnabitas, Milán 1530; somascos, Somasca 1528; ursulinas,
Brescia 1535; angélicas, Milán 1535) son de subrayar las nuevas fuerzas. En
Milán, en 1578, S. Carlos Borromeo funda los oblatos, mientras otras
congregaciones, surgidas en otros puntos, se difundían en los Estados de la 1.
centro-septentrional: camilos (v. CAMILO DE LELIS, SAN), escolapios (v.),
sacerdotes de la doctrina cristiana, hermanos de las escuelas cristianas (v.),
lazaristas, hijas de la Caridad, hermanas del Refugio, redentoristas (v.),
pasionistas (v.), etc.
Entre la mitad del Seiscientos y el final del Setecientos, el decaer
general del espíritu eclesiástico repercute también sobre las órdenes
religiosas; la situación interna de los monasterios es, en general, poco
satisfactoria. La supresión de monasterios, dispuesta por José 11, provocó
grandes daños a las órdenes de la Lombardía austriaca. También en otros sitios
la Ilustración se mostró hostil a las órdenes religiosas, siendo sobre todas de
destacar la opresión que se ejerció sobre los jesuitas (Parma 1768).
Los daños causados por la invasión napoleónica fueron tremendos:
suprimidas todas las escuelas, las cofradías, las hermandades de todo tipo y
clausurados muchos conventos hasta 1810, año en que fueron disueltas casi todas
las órdenes religiosas. Tras la restauración hubo una notable recuperación. En
el Piamonte, Pio Brunone Lanteri fundó los Oblatos de María Virgen (1826),
mientras S. José Benito Cottolengo (v.) había iniciado en 1818 la Pequeña Casa
de la Divina Providencia con varias comunidades religiosas dedicadas a la misma
tarea; en Ivrea, en 1817, surgieron las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada
Concepción; en Cuneo, en 1831, las Hermanas de S. José. En Lombardía Antonio
Rosmini fundó el Inst. de la Caridad (1828), el venerable Ludovico Pavoni
instituyó (1849) los hijos de María Inmaculada. Son también dignas de mención
las Hijas del Sagrado Corazón (Bérgamo 1831), las marcelinas (Cernusco sul
Naviglio 1831), las Hermanas de María Niña (Lovere 1832), las Doncellas de la
Caridad (Brescia 1840). En el Véneto surgieron, por obra de los hermanos Cavanis,
los Sacerdotes de las Escuelas de Caridad (1804), más tarde las canosianas
(Verona 1808), los Frailes de los Estigmas de N.S.J.C. (Verona 1816), las
Hermanas de la Sagrada Familia (1816), las Maestras de Santa Dorotea (Vicenza
1834), las Hermanas de la Providencia (Udine 1845). En Liguria recordamos las
Hijas de María Santísima del Huerto (Chiavari 1829).
Las comunidades, al menos hasta finales del Seiscientos, tuvieron gran
desarrollo tanto en las ciudades como en el campo. S. Carlos Borromeo instituyó
en Milán la Cofradía de la Cruz, para asistir a los encarcelados; la del
Santísimo Sacramento sobrevivió a la legislación eclesiástica de José 11,
conservándose asimismo en el reino de 1. napoleónico.
6. Espiritualidad. En la espiritualidad predomina la concepción
cristocéntrica ya apoyada por S. Cayetano de Thiene (v.), por S. jerónimo
Emiliano (v.) y por S. Antonio María Zacaría (v.). El impulso dado en el Conc.
de Trento a una vida sacramental más intensa provoca en S. Carlos Borromeo el
interés por los temas de la teología eucarística. A finales del Seiscientos (al
que no le han sido desconocidas corrientes quietistas: Achille Gagliardi, Angelo
Elli, Giacomo Casolo), la espiritualidad tiende a hacerse más íntima y profunda:
junto a la dirección espiritual (v.), que exalta los aspectos afectivos de la
religión (S. Alfonso María de Ligorio; v.), se coloca, e incluso prevalece en
las regiones septentrionales, la otra corriente, de influencia jansenista y que
pone el acento sobre el rigor moral, sobre el juicio individual de la
conciencia, sobre la racionalidad y sencillez del culto. Eh el Ochocientos,
habiéndose hecho más evidente la relación entre vida espiritual y labor social,
surgen numerosas instituciones masculinas y femeninas; la vocación de servir a
la Iglesia se canaliza hacia la acción apostólica: predicación en ambientes
rurales, apostolado entre obreros, educación de la juventud. En este último
campo, la institución más eficiente es la de S. Juan Bosco (v.).
Entre todas las clases sociales se difunde la espiritualidad de S. Alfonso
María de Ligorio a través de sus libros, cada vez más populares durante todo el
siglo. Se difunde la costumbre de una participación cada vez más frecuente en la
Eucaristía (S. Juan Bosco), el apostolado de la oración, la devoción mariana, el
culto a los santos, las procesiones, las peregrinaciones, etc.
Florecen las misiones (v.) entre los pueblos infieles (Inst. de las
Misiones en el extranjero, Milán 1850) mientras el apostolado interno se
encamina principalmente a la juventud (estudiantes y obreros). El Inst. de la
Caridad, fundado por Rosmini, pretende realizar la doble finalidad del amor: la
unión con Dios, y el amor al prójimo, intentándolo principalmente en la
educación de los jóvenes. También S. Juan Bosco se dedicó por entero a los
jóvenes y a la Soc. Salesiana (v. SALESIANOS) creada en 1841, habiéndose él
mismo educado en la escuela de S. José Cafasso (v.), el asistente de los presos
turineses, y con el ejemplo de S. José Benito Cottolengo (v.), que había llevado
a la práctica la caridad hacia Dios en la magnífica obra de asistencia que es la
Casa de la Divina Providencia (1832).
Se inicia también en este momento la participación de los laicos en la
actividad apostólica de la Iglesia para hacer sentir la presencia de los
católicos en una sociedad de inspiración oficial laicista. Esta participación se
anuncia en las Amistades cristianas de Pío Brunone Lanteri en Turín (disueltas
por el gobierno en 1828) y en las Conferencias de S. Vicente de Paúl (v. OZANAM,
ANTOINE), otras tantas manifestaciones de acción caritativa y apostólica,
dirigida la primera a los intelectuales y a la difusión de la buena prensa; la
segunda, principalmente al proletariado. Son los primeros pasos del movimento
que asumirá más tarde el nombre de catolicismo social y que se propondrá llevar
la aportación de los católicos a la solución del problema social.
7. Iniciativas benéfico-asistenciales. En la segunda mitad del Quinientos,
junto a la Orden fundada por el portugués S. Juan de Dios (v.), que tuvo gran
difusión en I. bajo el nombre de Fatebenefratelli y Fatebenesorelle, también la
congregación de los ministros de los enfermos (v.) fundada por S. Camilo de
Lelis (v.) se expandió notablemente en Florencia, Génova, Mantua, Milán, etc. En
Milán la actividad caritativa de los cardenales S. Carlos y Federico Borromeo
fueron muy intensas durante sus respectivos episcopados y principalmente durante
las pestes de 1576 y 1630 respectivamente. En la primera mitad del Seiscientos,
época caracterizada por guerras y horrores de todo género, la actividad
benéfico-asistencial de la Iglesia se hizo más intensa. En varias ciudades
surgieron institutos para la instrucción y educación de los jóvenes; en
Florencia el Colegio Bandinelli (1617) y en Bérgamo el Colegio Cesaroli. En
Pavía los nuevos colegios universitarios Borromeo y Ghislieri fueron a sumarse a
otros menores ya existentes. En la segunda mital del Seiscientos, época de
decadencia para la Iglesia, la actividad benéfico-asistencial sufrió un
estancamiento. Pero una vuelta a ésta se verificó en el Setecientos, cuando se
plantearon nuevos problemas para la asistencia y la beneficencia, por efecto de
la transformación económica que se estaba llevando a cabo. Se notaba la
necesidad de coordinar las múltiples iniciativas, hasta entonces de carácter
individual, de buscar y curar las causas de los males de los hombres, como medio
más eficaz para socorrer a los necesitados. Mientras tanto, la preponderancia de
las ideas laicistas llevaba a la sustitución de la caridad cristiana por la
filantropía, consolidando la asistencia y beneficencia como un deber social del
Estado, y despojándolas de su valor religioso (v. LAICISMO). Pero los Estados
absolutistas fallaron en este campo y el número de los miserables aumentó.
L. A. Muratori (El cristianismo feliz en las misiones de los Padres de la
Compañía de Jesús en Paraguay, 1743-49) señaló el egoísmo del rico como un
obstáculo para la materialización del amor al prójimo; en 1720 instituyó la
Compañía de la Caridad para realizar la caridad civil socorriendo y previniendo
la desgracia.
Con César Beccaria la compasión hacia el sufrimiento ajeno, el repudio de
la violencia y de la crueldad, se transformaron de prácticas de virtud privada
en normas instituidas en la vida pública. Mientras la legislación civil
establecía la asistencia estatal y el Estado no disponía de fondos suficientes
para llevar a cabo la beneficencia pública, la Iglesia se encontró muy limitada
en su capacidad asistencial a causa de las expoliaciones sufridas por los
Estados absolutos y por el napoleónico. Así le quedó a la caridad cristiana un
vasto campo de acción en el que obraron antiguas y nuevas órdenes y
congregaciones religiosas.
8. El culto. Las reformas disciplinares y litúrgicas recomendadas por el
Conc. Tridentino encontraron aplicación en la región del arzobispado de Milán
mediante el concilio provincial de 1565, convocado por el arzobispo S. Carlos
Borromeo, con una serie de decretos que sirvieron de modelo a la legislación de
muchas otras provincias. Desapareció en esta época el rito patriarquino
(diócesis de Aquileia y Como), mientras se confirmó el rito ambrosiano (v.). Se
desarrolló el culto eucarístico con la práctica de la solemne exposición del
Santísimo Sacramento; se intentó dar a los fieles un conocimiento exacto de la
Santa Misa, dejándoles, sin embargo, libres para seguirla con la propia
devoción. Hacia finales del Seiscientos, se introdujo la devoción del 'mes de
mayo en honor de la Virgen María. Del arte al servicio del culto se había
ocupado Federico Borromeo.
Los más graves problemas en materia de culto que se presentan en el
Setecientos son afrontados por L. A. Muratori (De la devoción reguladora de los
cristianos) la reducción del número de las fiestas de precepto, la legitimidad
de las ofertas de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa por intenciones
particulares, el derecho de los fieles a comulgar durante la Misa, la
posibilidad de leer la Biblia en italiano para aquellos que no conocieran el
latín. Fue en ese momento cuando se publicó la traducción italiana de la Biblia
completa, obra de Antonio Martini (1769-88), arzobispo de Florencia. Asimismo en
la elocuencia sacra, Muratori se pronunció a favor de una oratoria simple y
accesible a todo tipo de auditorio.
En materia de culto, intervinieron también con sus leyes los soberanos
ilustrados: María Teresa y José II en Lombardía, Leopoldo II en Toscana,
secundando por razones políticas la polémica eclesiológica de los jansenistas,
que solicitaban reformas radicales: un único altar central en cada iglesia, la
Misa celebrada enteramente en italiano, y la supresión de todas las devociones.
No faltaban razones para reformas, principalmente en el campo de las devociones,
pero la inspiración jansenista dada a la legislación en la materia y la ofensa
hecha a la autoridad del Pontífice con la injerencia en el campo eclesiástico,
dañaron al resultado de las reformas en Toscana; éstas en cambio tuvieron éxito
en Lombardía, y, por reflejo, en I. septentrional. En Parma, Venecia y Milán,
entre 1787 y 1791, se publicó el Ordinario de la Misa en italiano.
Las armas de Napoleón sostuvieron a la exigua minoría jacobina, que impuso
al pueblo italiano una total subversión de las tradiciones religiosas. Se redujo
el culto a sus formas esenciales, fue prohibido todo el rito en el exterior de
las iglesias y se impuso el calendario de la revolución con el intento de quitar
todo carácter sagrado a las fiestas, incluido el domingo. Esto sucedió durante
la República Cisalpina (1797-1802). Después, durante la República Italiana
(desde 1802) y durante la monarquía (desde 1806), las hostilidades se atenuaron;
la restauración del culto se manifestó entonces con procesiones triunfales, con
la reanudación de los Capítulos (precedentemente suspendidos), con toda la
solemnidad de la liturgia. Pero es un culto triunfalista, pobre de
espiritualidad, que corresponde al triunfalismo del Imperio napoleónico.
Por otra parte, Napoleón había introducido en I. el matrimonio civil
obligatorio, había quitado eficacia a los registros de bautismo y matrimonio,
había suprimido en Milán todas las órdenes regulares, excepción hecha de los
Fatebenefratelli (V. HOSPITALARIOS DE S. JUAN DE DIOS), de las Hermanas de la
Caridad y de las casas de educación femenina. En Venecia habían sobrevivido a
las suspensiones sólo los mequitaristas (v.) armenios, los hospitalarios, las
monjas basilianas (griégas) y las salesianas (francesas). La Restauración
restableció sólo en parte la situación anterior a la Revolución. Pero se
desarrolló notablemente el movimiento por una mayor participación del pueblo en
la liturgia. No tuvo, sin embargo, éxito inmediato el escrito de Rosmini (Las
cinco llagas de la Iglesia, 1848), donde la primera llaga es la división entre
pueblo y clero en el culto público y donde se lamenta también de la poca
instrucción del pueblo cristiano y del uso del latín, que le es incomprensible.
El movimiento litúrgico, desarrollado en Lombardía y Venecia durante la
primera mitad del Ochocientos, dio vida a una serie de publicaciones, muchas de
ellas encaminadas a obtener una exacta y ordenada celebración de la Misa. Las
exageraciones de algunos liturgistas no lograron imponerse a la auténtica
doctrina, que confiesa la identidad entre el Santo Sacrificio de la Misa y la
Pasión de Cristo. Esta devoción estaba muy arraigada en el pueblo gracias a los
Oratorios festivos organizados en Lombardía por Federico Borromeo para la
educación de la juventud y fue renovada por S. Juan Bosco, que la difundió por
toda I. en 1841 con las obras salesianas.
BIBL.: Además de las conocidas obras de historia de la Iglesia publicadas por A. FLICHE-V. MARTIN, A. EHRHARD-W. NEUSS, B. LLORCA-R. GARCíA VILLOSLADA-F. J. MONTALBAN, K. BIHLMEYERH. TÜCHLE, J. LORTZ, L. J. ROGIER-R. AUBERT-M. D. KNOWLES, L. HERTLING, K. D. SCHMIDT-E. WOLF, P. BREZZI (esta última bajo el título: La Iglesia católica en la historia de la Humanidad), y además de los escritos y reseñas bibliográficas publicadas en la «Rivista di Storia della Chiesa in Italia» (desde 1947), son de particular interés las siguientes obras que nombramos según el orden alfabético de sus autoresE. BESTA, Le Valli dell'Adda e della Mera nel corso dei secoli, 11, II dominio grigione, Milán 1964; L. BULFERETTI, Rosmini nella Restaurazione, Florencia 1942; E. CATTANEO, Introduzione alla storia della liturgia occidentale, Roma 1969; G. Cozzl, 11 doge Nicoló Contarini, Venecia 1958; A. C. JEMOLO, Chiesa e Stato in Italia negli ultimi cento anni, Turín 1955; íD, Scratti vari di storia religiosa e civile, Milán 1965; D. MORANDO, Antonio Rosmini, Brescia 1958; P. G. NONIS, Introduzione a L. A. MURATORI, 11 trattato della caritá cristiana, Roma 1961; P. PASCHINI, Venezia e 1'Inquisizione romana da Giulio III a Pio IV, Padua 1959 (Italia sacra 1); íD, Eresia e riforma cattolica al confine orientale d'Italia, Roma 1951; P. PRODI, Ricerche sulla teorica dele arti figurative nella Riforma cattolica, Roma 1962; íD, San Carlo Borromeo e le trattative tra Gregorio XIII e Filippo 11 sulla giurisdizione ecclesiastica, «Rivista di storia della Chiesa in Italia» (1957); L. PROSDOCIMI, Il diritto ecclesiastico dello Stato di Milano dall'inizio della Signoria viscontea al periodo tridentino (sec. XIII-XVI), Milán 1941; N. RAPONI, Politica e amministrazione in Lombardia agli esordi dell'unitá, Milán 1967; F. RUFFINI, Studi sul giansenismo, Florencia 1943; íD, I giansenisti piemontesi e la conversione della madre di Cavour, Turín 1929; A. STELLA, Chiesa e Stato nelle relazioni dei nunzi pontifica a Venezia. Ricerche sul giurisdizionalismo veneziano dal XVI al XVIII sec., Ciudad del Vaticano 1964; P. STELLA, Crisi religiose nel primo Ottocento piemontese, Turín 1959; íD, 11 giansenismo in Italia, Zurich 1966; F. TRANIELLO, Societá religiosa e societá civile in Rosmini, Bolonia 1966; G. VERUCCI, 1 cattolica e il liberalismo dalle «Amicizie cristiane» al modernismo, Padua 1968; E. VIORA, Storia delle leggi su¡ Valdesi di Vittorio Amedeo 11, Bolonia 1930; A. WANDRUSZKA, Leopold II. Erzherzog von Osterreich Grossherzog von Toskana Kónig von Ungarn und Bóhmen Rómischer Kaiser, Viena-Munich 1963.
GIULIO VISMARA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991