JERUSALÉN, CONCILIO DE
Asamblea celebrada en Jerusalén en el año 49-50 por los jefes de la comunidad
cristiana local y los de la comunidad cristiana de Antioquía para determinar la
conducta que debía seguirse con los cristianos convertidos de la gentilidad en
relación a la religión mosaica. Se conoce también con el nombre de concilio
apostólico, porque tomó parte en la reunión alguno de los apóstoles,
concretamente S. Pedro, S. Pablo y Santiago el Menor.
Para comprender la trascendencia del hecho, conviene distinguir en la
predicación del cristianismo en los veinte primeros años de su existencia tres
momentos o periodos: a) La predicación al pueblo judío de Palestina (años
30-37); b) La apertura del cristianismo al mundo gentil; c) La crisis judaizante
y el C. de T.
La predicación al pueblo judío. Desde el día de Pentecostés la comunidad
cristiana fue aumentando progresivamente. A los tres mil conversos que en tal
fecha recibieron y aceptaron el mensaje de la resurrección de Cristo (Act 2,41)
se adicionaron otras conversiones (Act 4,4; 6,6). Muy pronto la comunidad
cristiana jerosolimitana debió de ser numerosa, contando además con núcleos
cristianos en Galilea y otras regiones palestinenses.
La vida específica de estos primeros judeocristianos se nos describe
impregnada de caridad y comunión de bienes, de ejemplar unión de mentes y de
voluntades, asiduos en la celebración de la fracción del pan, en recibir las
enseñanzas de los Apóstoles y rebosante de sencilla alegría (Act 2,44-47). Pero
debe tenerse en cuenta que todos los miembros de ella, incluidos los mismos
apóstoles, eran fervientes seguidores de la ley mosaica, cuyas prácticas
cristianas se superponían al exacto cumplimiento de las prescripciones judías,
asistiendo con perseverancia a los actos cultuales del Templo. Es cierto que los
apóstoles, sus jefes, habían recibido de Jesucristo el mandato expreso de
predicar el evangelio en toda la tierra ya todas las gentes; el kerigma
cristiano y la salvación no había de ser exclusiva del pueblo de Israel (Mt
28,16-20; Mc 16.15-16). Pero durante los primeros años la predicación se limitó
a los habitantes de Palestina.
Apertura del evangelio al mundo gentil. La visión de S. Pedro (Act. 10) y
la consiguiente conversión del centurión romano Cornelio (Act 10,28-48) marcan
el momento de la entrada en el cristianismo de individuos procedentes del mundo
gentil. La dispersión producida a raíz de la muerte de S. Esteban (v .) fomentó
la predicación del cristianismo fuera de Jerusalén (Act 7 ,4 ). La conversión
del eunuco etíope (Act 8.36) es prueba de esta apertura. Posteriormente vemos
cristianos en Damasco y sobre todo en Antioquía, que vienen a constituirse en la
primera ciudad de la Diáspora donde los cristianos comienzan a ser conocidos con
el nombre de cristianos. Allí los neocristianos son visitados por Bernabé,
enviado desde Jerusalén, para inspeccionar a aquella cristiandad nueva (Act
11,22). Allí advirtió el movimiento de conversiones como la hora de la gracia de
Dios y fue en busca de Saulo (Act 11,25) para que le ayudase en la gran obra de
la evangelización. Mientras tanto los helenos, huidos de Jerusalén, sobre todo
algunos chipriotas y cirinenses habían comenzado también a predicar el evangelio
a los paganos.
Por el año 45, Bernabé en unión del converso Saulo, que se convertirá en
el apóstol de los gentiles, iniciaron sus viajes apostólicos predicando el
mensaje cristiano ante todo en las sinagogas, que rechazan su predicación (Act
13.46) y entonces Saulo y Bernabé se dirigen a los gentiles con gran fruto de la
conversión de éstos. Este primer viaje, como es sabido, duró cuatro años hasta
el 49-50, en que regresaron a Antioquía.
Crisis judaizante y Concilio de Jerusalén. Gaechter (v. bibl.) ha
catalogado los movimientos de independencia nacionalista de los judíos durante
la primera mitad del s. I. Tal vez deba atribuirse a uno de estos momentos la
bajada a Antioquía de algunos judeocristianos (v.) de
Jerusalén que por el tiempo del regreso de Pablo y Bernabé de su 8J1terior
viaje comenzaron a propalar entre los cristianos de Antioquía que si no se
circuncidaban según la ley de Moisés, no podrían salvarse (Act 15,2). Como este
anuncio encontrase fuerte oposición entre los cristianos de la localidad, se
acordó por los miembros de la comunidad que, para saber con certeza a qué
atenerse, Pablo y Bernabé y algunos más fueran enviados a Jerusalén y trataran
con los jefes de esta iglesia, regida por Santiago. Los enviados de Antioquía
durante su viaje por Fenicia y Samaria dieron a conocer a los judeocristianos de
estas regiones cómo muchos gentiles habían abrazado el cristianismo, noticia que
llenaba de gozo a los oyentes.
Al llegar a Jerusalén fueron recibidos con gran alegría por los Apóstoles
y los jefes de esta comunidad, a quienes expusieron también el gran fruto
logrado en la conversión de los gentiles; pero algunos demasiado celadores de la
ley mosaica insistían en exigir la necesidad de la circuncisión. El problema se
planteaba con enorme trascendencia, ya que se trataba de someter la aceptación
del cristianismo a la previa adopción del judaísmo o de independizar la religión
cristiana de toda conexión con el nacionalismo judaico.
Se adivina en la narración de los Hechos de los Apóstoles que debieron de
preceder varias y repetidas conversaciones entre Santiago, jefe de la comunidad,
Pedro, y los representantes de Antioquía, que defendían el valor salvífico del
cristianismo sólo por la fe en Cristo, independientemente de las prácticas
judaicas. Por fin en una sesión solemne, donde se encontraba, juntamente con los
jefes de ambas comunidades, el Apóstol Pedro, se zanjó definitivamente la
cuestión. El primero en tomar la palabra fue Pedro, quien recordó cómo desde
hacía ya mucho tiempo él fue el elegido por Dios para dar entrada en el
cristianismo a los gentiles y propuso claramente su opinión: «Ahora, pues, ¿por
qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre su cuello un yugo que ni nuestros
padres ni nosotros fuimos capaces de soportar»? (Act 15,10). A continuación
Santiago, recurriendo a las profecías (Is 45,27; Am 9,11-12), manifestó su
opinión en el mismo sentido:' «es mi parecer que no se inquiete a los que de los
gentiles se convierten a Dios», pero sugiere cuatro puntos que deberían evitar
los neoconversos, que serían que se abstuvieran de toda contaminación con los
ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre (Act 15,20). Tales
prohibiciones estaban en cierta forma exigidas por la secular cultura judía, que
haría sumamente difícil la convivencia con quienes no las observasen. Los
comentaristas suelen designar como razón de la contaminación de los ídolos o
idolotitos cualquier forma de participación en los sacrificios paganos, como
sería comprar y comer carne de las víctimas ofrecidas a los ídolos; por
fornicación debe entenderse toda clase de uniones sexuales que, bajo pretexto de
actos de culto orgiástico, practicaban algunos paganos o también uniones
jurídicamente ilícitas para los judíos (v. Lev 18,5-20). Dado que en el A.T. se
considera la sangre (Lev 17,10-16) como sede de la vida que pertenece a Yahwéh,
comer sangre o animales muertos con la sangre dentro era considerado como
apropiarse los derechos divinos. Tal parece ser la razón de tales reservas.
Posteriormente este acuerdo tomado se concretó en un decreto (Act 15,22-29) que
Pablo, Bernabé y Silas fueron los encargados de dar a conocer a los cristianos
de Antioquía, Siria y Cilicia y, se supone, en las demás regiones de la
Diáspora.
Tal es el contenido del llamado C. de J. y de su decreto, que los
asistentes consideran de suma trascendencia, como aparece por la misma
asociación del Espíritu Santo en la decisión tomada: «ha parecido al Espíritu
Santo ya nosotros no imponeros ninguna otra carga...» (Act 15,28).
Posteriormente surgió un conflicto de orden disciplinar entre Pedro y
Pablo en Antioquía (Gal 2,11), en que Pedro usa una conducta ambigua, quizá para
evitar la defección de los judeocristianos, y Pablo vindica la absoluta libertad
del cristianismo frente a las exigencias rabínicas de los judeocristianos. Pero
este punto desborda el tema del presente artículo.
BIBL.: Como el libro de los Hechos de los Apóstoles es la fuente primordial del Conc. de Jerusalén y de las circunstancias que lo provocaron, los comentarios a este libro constituyen una excelente bibliografía. Pueden consultarse también P. GAETC/JER, Petrus und seine Zeit, Innsbruck 1957; G. DIX, Greek and Jew, Westminster 1953; I. DUPONT, Pierre et Paul a Antioche et à Jérusalem, «Recherches de Science Religieuse» 45 (1957) 42-60, 225-240; E. MOLLAND, La circoncision, le baptéme et I'autorité du décret apostolique, «Studia theologica» 9 (Upsala 1955).
I. F. RIVERA RECIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991