MARCIÓN
Hereje del s. II. Aunque no puede ser llamado gnóstico en el pleno sentido de la
palabra, su aceptación de muchas ideas gnósticas permite considerarlo como
representante sugeneris del gnosticismo (v.).
Vida. N. ca. 85 d. C. en Sínope del Ponto. Los azares delatan en él al
hombre de voluntad propia y eficaz iniciativa con dotes de organizador; era
dueño de una compañía naviera en su ciudad natal. En sus años mozos fue
excomulgado parece ser que por su propio padre, obispo de Sínope, por opiniones
erradas (quizá en la interpretación de doctrinas paulinas; o tal vez por
inmoralidad). A la excomunión de su patria se siguió la repulsa por parte de
cristianos eminentes de Asia Menor, como S. Papías (v.) y S. Policarpo de
Esmirna (v.). Ca. el a. 140 marchó a Roma, donde logró por algún tiempo captarse
las simpatías de los cristianos, a quienes hizo un espléndido donativo. Allí, su
trato con el gnóstico . Cerdón le hizo conocer más de cerca las ideas gnósticas.
Pero tampoco en Roma fueron aceptadas sus opiniones particulares y en el otoño
144 fue excomulgado y se le devolvió su donativo.
La ruptura tuvo lugar cuando avanzó sus ideas reformadoras, bajo Pío I
(140-155): Sub pius impius (cfr. Tertuliano, Adv. Marc., 3,28). Inmediatamente
empezó, con habilidad y energía, a procurarse adeptos, a los que dio una firme
organización. Surgieron por doquier agrupaciones marcionitas, cuyo gobierno
estaba en manos de obispos cismáticos, apoyados por presbíteros. La liturgia
siguió parecida a la que practicaba la Iglesia católica (cfr. Tertuliano, o. c.
3,32). Por este hecho no resultaba difícil para muchos cristianos el paso a la
secta. Es evidente que el fuerte éxito inicial se debió principalmente a la
afluencia de esos cristianos. La rígida organización que M. dio a su obra
distingue esencialmente sus comunidades de los restantes grupos gnósticos. Los
escritores eclesiásticos que se opusieron a él y a sus discípulos, desde S.
lustino, Teófilo de Antioquía, Rhodón y Tertuliano hasta S. Efrén y Eznico de
Kolb, vieron en él al adversario principal y más peligroso para la Iglesia. S.
Policarpo (cfr. S. Ireneo, Adv. haer. 3,4) lo llamó el «primogénito de Satanás».
Sólo cuando se demostró que tal doctrina era incompatible con la tradición
apostólica, pudo ser neutralizada su atracción.
Por su actitud de supuesto reformador de la Iglesia, ha sido muy estudiado
por los protestantes racionalistas, especialmente por A. Harnack (v.), que
manifestó singular admiración por este personaje (cfr. su obra Marcion, 2 ed.
Darmstadt (1961).
Doctrina. El núcleo de la doctrina de M. es un rígido antijudaísmo. Se
basa en la oposición irreductible entre el Dios del A. T. y el Cristo del N. T.
Aquél, Dios justiciero y riguroso, que no sabe de bondad y amor, había impuesto
una ley insoportable a los mismos judíos. Cristo, en cambio, es el Dios del amor
y de la misericordia, que atrae a todo el mundo con su bondad. Por eso concibe
el N. T. como algo totalmente nuevo. El Dios bueno se manifestó por primera vez
a los hombres con Cristo. Pablo fue el único apóstol que recibió este evangelio,
consignado en sus Cartas y en el texto de S. Lucas. Los otros apóstoles
pertenecían al A. T. y han falseado la Revelación. Partiendo del contraste
paulino entre ley y evangelio, justicia divina y gracia, llegó, con una
interpretación unilateral del Apóstol, a la persuasión de que los dos
Testamentos, no solamente estaban en oposición directa, sino que demostraban la
existencia de dos «seres divinos diversos». Esta tesis fundamental, con su punto
de partida claramente dualista (v. DUALISMO), constituía un ataque directo al
concepto cristiano de Dios (v.) que no consentía división. Para poner más clara
esta oposición, escribió M. la célebre obra Antítesis, que servía a sus
discípulos como texto y norma. Esta obra se ha perdido, pero nos es bien
conocida por la refutación de Tertuliano (v.). Estaba constituida por largas
series de textos del A. T. contrapuestos a otros del N. T. Compuso además un N.
T. especial, formado por el Evangelio de S. Lucas (sin la infancia de Cristo) y
las primeras diez Epístolas de S. Pablo (sin la Epístola a los Hebreos y las
demás pastorales). En su biblia fueron suprimidas todas las citaciones del A. T.
(v. BIBLIA V, 2). Esta doctrina tenía que obligar a los primeros cristianos a
clasificarlo entre los maestros gnósticos. Pero esta clasificación estaba más
justificada por su cristología. Lo que allí les movió a impugnarlo, no fue tanto
su tinte modalista (v. MODALISMO), cuanto su declarado docetismo (v.). El Dios
bueno envió a Cristo, el cual, sin intervención ninguna de María, apareció de
repente en el mundo con un cuerpo aparente y enseñó la verdadera doctrina,
opuesta a la del demiurgo del A. T. Por eso, a instigación de éste fue apresado
y crucificado por los judíos. La materia para M. es mala. Un nacimiento real
humano hubiera sometido a Cristo al señorío del demiurgo. A esta doctrina
religiosa se acompañaba una moral severísima: M. pretendía, al menos para los
seguidores integrales, abstinencia de todas las obras del Dios creador,
especialmente del matrimonio, de la carne y del vino, consecuencia de estimar el
cuerpo como parte de la materia impura.
Con toda verdad, pues, M. no es gnóstico en sentido pleno. No admitía el
reino de la luz o pléroma ni emanaciones o eones de la gnosis pura, ni la
consiguiente división de los cristianos en pneumáticos y psíquicos. Pero el
dualismo de su doctrina, el desprecio de la materia, el rechazo del A. T. y su
rigorismo ético hicieron de él un serio peligro para la fe cristiana. El hecho
de que se impugnara a este heresiarca y su obra más decidida y duramente que a
otras tendencias gnósticas se debió a su inquietante éxito inicial, al que
contribuyó la seriedad de sus exigencias morales y la fuerte personalidad del
fundador. Sobre la condenación por el Magisterio de la Iglesia, cfr. Denz.Sch.
112,435,454 y 1339.
V. t.: GNOSTICISMO II, 2
BIBL.: S. IRENEo, Adversus haereses, Lib. IV: PG VII,973-1118; TERTULIANO, Adversus Marcionem libri 5, CSEL 47 (1906) y 70 (1942), reimpresión en Corpus christianorum seu nova Patrum collectio, Turnhout-París 1952-53, 1-2, pars I, 441-726; S. JUSTINo, I Apol., 26,58: PG 328-440; J. LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, II, París 1927, 122; E. AMANN, Marcion, en DTC 2009-2032; A. D'ALIs, Marcion; la reforme chrétienne au 11 siécle, «Recherches de Science Religieuse» 13 (1922) 137-168; J. KNOX, Marcion and the New Testament, Chicago 1942; E. C. BLACRMAN, Marcion and his influence, Londres 1949; A. OMODEo, VEresiarca Marcione, Nápoles 1958
P. TINEO TINEO
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991