MARSILIO DE PADUA
Pensador político, médico y teólogo medieval, famoso por su obra principal,
Defensor pacis, y por su papel político en la lucha entre el Papa y el
Emperador. De su vida sólo se pueden dar con seguridad algunos datos. N. en
Padua, posiblemente entre 1275 y 1280, cursó sus estudios, probablemente, en la
Univ. de su ciudad natal. Marchó a París, donde entre septiembre de 1312 y mayo
de 1313 fue rector de su Universidad. Dos epístolas papales (1316 y 1318),
asegurándole respectivamente una canonjía y un beneficio eclesiástico,
demuestran que gozaba del favor de la Santa Sede. Menos positivamente le
presenta una carta del papa Juan XXII (v.) en relación con una misión, que se le
había encomendado en 1319, como enviado cerca del príncipe francés Carlos, más
tarde Carlos IV de Francia. Ya en el 1315 tuvo que hacer una solemne declaración
de fe católica, ante la sospecha sobre la ortodoxia de sus ideas. Hacia 1320 se
dedica en París a la Filosofía natural y a la Medicina, escribiendo su obra
Defensor pacis, que termina en 1324. A partir de entonces su ruptura con la
Iglesia es completa, huyendo a Nuremberg con su colaborador y amigo Juan de
Jandún, y se coloca bajo la protección del Emperador Luis de Baviera. Allí le
llega, en 1327, la condenación pontificia de su persona y de su obra (Const.
Licet iuxta doctrinam: Denz.Sch. 941-946). Cuando Luis de Baviera ocupa Roma, M.
le acompaña e intenta traducir su obra a la realidad política. Al fracasar la
acción de Luis, después de un éxito inicial, regresa con él a Munich trabajando
allí de consejero de la corte y de médico. También allí escribe su Tractatus de
iurisdictione imperatoris in causis matrimonialibus (para justificar el
proyectado matrimonio del hijo de Luis con Margarita Maultasch, duquesa de Tirol
y ya casada con el hijo de Juan de Bohemia, Carlos, futuro Emperador Carlos IV),
el Tractatus de translatione Romani Imperii y el Defensor minor (1342). Por una
alocución del papa Clemente VI (1343) sabemos que murió antes de abril de 1343.
En las experiencias de las luchas por el poder entre las distintas
ciudades italianas y en la constitución política concreta resultante de ellas
encajaban especialmente bien las ideas democráticas de la filosofía griega,
sobre todo la de Aristóteles (v.). En París, M. conoció a una serie de
aristotélicos afines a él, cuyo mundo de ideas era observado por la corte
pontificia cada vez con mayor escepticismo y aversión. Cuando la autoridad del
Papa se vio seriamente afectada por el destierro de Aviñón (v.) y por el éxito
de la resistencia de Luis de Baviera contra la voluntad del Papa, llegó también
para M. la hora de sacar a la luz pública sus ideas revolucionarias.
Los rasgos esenciales de la teoría de M. se encuentran en el Defensor
pacis (3 partes con 19, 30 y 3 capítulos respectivamente): según él, el sentido
del ordenamiento estatal es asegurar la paz y la tranquilidad para los
ciudadanos, para lo que es necesaria la autoridad del gobernante; sin embargo,
este poder es sólo ejecutivo residiendo en el pueblo el poder legislativo
propiamente dicho, que también ha de ejercer una función de control sobre el
soberano, a fin de que no surja un gobierno despótico. La mayor parte del
Defensor pacis se ocupa directa o indirectamente de debilitar el poder
pontificio. En este tema el tono del autor es tajante y se declara dispuesto, no
sólo a escribir, sino también a luchar activamente. Para M. el ordenamiento
jurídico del Estado no está basado en el Derecho natural sino que es autónomo;
por el contrario, corresponde sólo al legislador civil determinar candidatos
para el ministerio sacerdotal y controlar la actividad del clero para el bien
del Estado, una actividad que es de naturaleza puramente espiritual y que ha de
ser ejercida en una pobreza no sólo espiritual sino real. El Estado debe
disponer de modo soberano de los bienes eclesiásticos. La Iglesia es una
organización sólo secundariamente; primariamente es la comunidad de los fieles,
en la cual predomina la igualdad. Los obispos, y también el obispo de Roma,
recibieron de Cristo iguales poderes sacerdotales. ¿Por qué ha de ser su
potestad mayor que la de todos los sacerdotes? Con la misma vehemencia combate
M. la posición especial del obispo de Roma en el Colegio episcopal (v. PRIMADO
DE SAN PEDROY DEL ROMANO PONTÍFICE), proporcionando así material para los
errores posteriores del conciliarismo (v.).
Estas ideas heréticas y revolucionarias fueron difundidas en seguida no
sólo por escrito sino también por los discursos y por la actividad política de
M. y Juan de Jandún, encontrando amplio eco. Se comprende, por tanto, la condena
eclesiástica que afectaba a cinco tesis de su obra. Figura como la primera de
ellas -no siendo la principal- la subordinación de los bienes eclesiásticos al
poder civil; sigue luego la negación de las diferencias jerárquicas y de la
primacía del Papa, después la afirmación de que la Iglesia no puede imponer a
nadie una pena o castigo de carácter obligatorio, y finalmente la prerrogativa
del poder civil en el nombramiento o destitución del Papa.
No se le puede negar al Defensor pacis originalidad y audacia.
Políticamente es menos moderno de lo que a primera vista pudiera parecer.
Eclesiásticamente es de un radicalismo revolucionario, sólo superado por los
protestantes del s. xvi. El liberalismo moderno exaltó excesivamente la figura
de M. como político. El primero en refutar los errores contenidos en el Defensor
pacis fue el franciscano español Álvaro Pelayo en unos artículos que luego
incluyó en su libro De planctu Ecclesiae.
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JULIUS MOREL