MATERIALISMO PEDAGÓGICO
1. Concepto. Cuando se habla de m. pedagógico se hace referencia a aquellas
facetas doctrinales del m. que inciden en la teoría y en la práctica educativas.
Puede decirse que todos los principios básicos de la filosofía materialista
afectan decisivamente a la entraña misma de la educación. El m. pedagógico no
intenta, por tanto, dar soluciones concretas a determinados problemas
pedagógicos, sino que impone una visión radical del mundo y del hombre, de la
cual se sigue, a posteriori, una particular concepción de la educación y de la
pedagogía
Conviene tener en cuenta que, en la terminología pedagógica, la palabra m.
suele emplearse también en un sentido diferente, cuando se habla de materialismo
didáctico. Esta expresión, debida al pedagogo alemán Fr. W. Dórpfeld (1824-93),
alude a una determinada concepción didáctica, según la cual el verdadero poder
formativo está en la materia de enseñanza, es decir, en los contenidos que el
alumno aprende o intenta aprender; conforme a esta teoría, una persona sería más
o menos culta según la mayor o menor cantidad de material asimilado. Al m.
didáctico se opone el formalismo didáctico, que se dirige sobre todo a
desarrollar la capacidad de pensar, las energías mentales del alumno. Se trata
de dos posturas extremas, ambas insuficientes; tanto la asimilación de
determinados contenidos como el desarrollo de la capacidad mental son igualmente
necesarios en la instrucción
Está claro que el m. didáctico y el pedagógico, que es el que aquí
interesa analizar, no se exigen mutuamente, aunque muestren importantes puntos
de contacto. El positivismo (v.) decimonónico llevó a cabo una confusión
bastante completa de ambos
2. Desarrollo histórico del materialismo pedagógico. Aunque pueden
encontrarse en la Antigüedad manifestaciones de m. pedagógico, su gran
desarrollo se ha operado progresivamente a partir del Renacimiento (v. 1, 2).
Algunos humanistas (v.), en efecto, resucitaron viejas formas del naturalismo
pagano, desconocedor de la existencia de realidades verdaderamente espirituales
y trascendentes. El gran interés que el Renacimiento (v.) manifestó por los
problemas educativos hizo posible que tales concepciones repercutieran pronto en
la pedagogía. Bajo diferentes formas, se mantiene y acrecienta durante los
siglos sucesivos esta tendencia al naturalismo, aunque no pocas veces se intenta
hacerla compatible con una visión cristiana -y, por tanto, trascendente- del
destino humano. El realismo empírico (V. REALISMO VI) llevó a la pedagogía los
postulados principales del empirismo (v.), que reduce todo el conocimiento a la
mera experiencia sensible, mientras que al mismo tiempo se operaba, por obra del
racionalismo (v.), una cada vez más profunda separación entre razón y fe, y
entre orden natural y sobrenatural
Durante los s. XVIII y XIX, las doctrinas pedagógicas fundamentales
proceden, ya abiertamente, del naturalismo (v.) y del positivismo (v.), que, a
pesar de sus abundantes y marcadas discrepancias metodológicas, conservan una
idéntica visión, sustancialmente materialista, del fin del hombre y de la
educación. El evolucionismo (V. EVOLUCIÓN) ha contribuido también a configurar
el m. pedagógico contemporáneo, que ejerce en el s. XX, bajo diferentes y aun
constrastados ropajes ideológicos, una influencia determinante. Una gran parte
de las corrientes pedagógicas actuales (individualista, socialista, activista o
experimentalista) participan, en mayor o menor grado, de los postulados
fundamentales del m. pedagógico. De modo particular, el marxismo ha impuesto a
grandes masas de población, sin opción alguna, una educación completamente
materialista, tanto en sus fines como en sus métodos
3. Postulados fundamentales de materialismo pedagógico. Al sostener que no
existe más realidad que la materia, el m. pedagógico niega la posibilidad de un
perfeccionamiento humano de carácter espiritual, postulando que el hombre sólo
puede acceder a un perfeccionamiento material, y mediante el contacto directo
con realidades materiales. Tanto el fin de la educación (aspecto teleológico)
como el camino a recorrer para conseguir ese fin (aspecto metodológico) quedan,
pues, esencialmente comprometidos. El m. pedagógico conjuga, de esta manera, un
radical pesimismo cultural con un ciego optimismo respecto al poder educativo de
la materia. En sus explicaciones de base (cosmológicas, antropológicas, éticas,
etc.) no concede atención alguna al espíritu, cuya realidad trascendente y
superior a la materia niega por completo. En el caso del hombre, la terminología
materialista aludirá sólo, cuando más, a funciones espirituales o psíquicas,
reducibles siempre a fenómenos de carácter fisiológico o biológico y que, en
definitiva, no son otra cosa que exhalaciones y sublimaciones de la materia.
Privado de espíritu y de vocación trascendente, el hombre deja de ser persona
(v.) para convertirse en individuo (v.), al que importa únicamente conseguir un
fin terrenal y hedonístico. La búsqueda febril de la felicidad terrena, del
individuo o de la sociedad, entendida como pura suma de individuos, será el
móvil fundamental del proceso educativo, cuya posibilidad no se pone en duda
desde el momento en que se cree que la naturaleza evoluciona siempre con su
propio impulso hacia formas más perfectas
Se cuenta, sobre todo, con el inmenso poder atribuido a la razón humana
La principal labor que se asigna a la educación es la de remover los
obstáculos que se opongan al desenvolvimiento perfectivo de la naturaleza. Una
vez negada la existencia de Dios, el m. incluye entre aquellos obstáculos a la
religión, considerada como una distracción irracional y peligrosa en el camino
que conduce al progreso material; lejos de incluirla en sus programas
instructivos, el m. la combate enérgicamente, con ánimo de extirparla. Por el
mismo motivo, combate toda ética edificada en base a valores trascendentes. En
expresión de los materialistas, no existe más ética que aquella que impone la
naturaleza material, de tal modo que el comportamiento del hombre, su conducta
moral, viene a ser regulado por leyes físico-naturales, económicas, etc. Por
eso, los objetivos fundamentales a que apunta la educación moral materialista
apenas rebasan el ámbito de la pura educación física; se trata, en efecto, de
procurar al educando una buena salud, física y mental, y de desarrollar en él
algunos hábitos superficiales de convivencia social, incapaces de superar las
exigencias del propio egoísmo
A la Iglesia, que el m. juzga una institución por lo menos superflua, no
se le reconoce ningún derecho a la educación. De modo parecido, se tiende
también a privar de derechos y deberes educativos a la familia, cuya misma
existencia viene seriamente amenazada y, en no pocos casos, abiertamente
combatida. Aparte de estos puntos comunes y de otros que de ellos se derivan,
las doctrinas pedagógicas de horma materialista han dado soluciones variadas e
incluso contrastadas respecto a otros problemas educativos. Basta considerar, p.
ej., la postura adoptada frente a la función educadora del Estado. Mientras que
para el naturalismo individualista el Estado no tendría más misión pedagógica.
que la de salvaguardar el libre desenvolvimiento del individuo, el marxismo
predica que el derecho de educar pertenece exclusiva y originariamente a la
sociedad y al Estado, que puede y debe formar a sus súbditos con vistas a la
consecución del fin materialista que se propone
En el terreno de las realizaciones escolares, el m. pedagógico se hace
propulsor de técnicas que pongan directamente al alumno delante de sólo las
realidades materiales o de las ciencias que versan sobre ellas. La eficacia de
la labor escolar será medida en función de su productividad material. En unos
casos, esta productividad se buscará indirectamente, a través del aprendizaje de
ciencias y de técnicas dirigidas sólo al conocimiento y al dominio de la
materia. Otras veces, se pretende que la misma escuela sea una fuente directa de
productividad material; en el manifiesto comunista de 1848, Marx y Engels
exigían la plena «fusión de la educación con la producción material», que
posteriormente se concretaría en la creación de las llamadas escuelas
productivas, uno de cuyos más destacados defensores fue el ruso P. P. Blonskij
(1884-1941)
El m., pedagógico, en sus fines y en gran parte de sus métodos, es incapaz
de satisfacer las profundas exigencias espirituales de la persona. Sus
instituciones educativas, a pesar de que gozan muchas veces de un aspecto
exterior atractivo y de medios materiales verdaderamente útiles y convenientes,
descubren una realidad pedagógica sumamente precaria en resultados. Sin embargo,
la más eficaz crítica al m. pedagógico es la radical insuficiencia y parcialidad
de sus mismas bases doctrinales (v. I)
BIBL.: A. AGAZZI, Panorama della pedagogía d'oggi, Brescia 1948; F. DE HovRE, Ensayo de Filosofía pedagógica, Madrid 1945; A. FRáSCHLE, Der Einbruch des Materialismus in die Püdagogik, Friburgo Br. 1933; 1. L. GARCÍA GARRIDO, Comunismo y educación familiar, Madrid 1969. Para el m. didáctico, W. DóRPFELD, Der didaktischer Materialismus, en Geschichtliche Schriften, 11, 6 ed. Gütersloh 1911
L. GARCÍA GARRIDO
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991