MOHLER, JOHANN ADAM
Teólogo alemán (1796-1838), figura relevante de la Escuela Católica de Tubinga
(v.).
Datos biográficos. N. en Igersheim (Würtenberg) el 6 mayo 1796, estudió en
Ellwange, Tubinga y Rottenburg, centros en los que se impartía una formación
eclesiástica teñida de los principios de la Ilustración (v.) y del josefinismo
(v.). Ordenado sacerdote (18 nov. 1819), es nombrado en 1822 Privatdozent de la
Facultad católica de Teología de Tubinga, haciendo a continuación un largo viaje
por las principales Universidades alemanas, que le permite tomar contacto
inmediato con la filosofía y teología de su época, que dejaría honda huella en
su futura orientación científica. En 1826 se le nombra Profesor ordinario de
Historia de la Iglesia, cátedra que regentaría hasta 1835. Durante esta época es
editor de la «Theologische Quartalschrift», la célebre tevista de aquella
Facultad. A partir de la publicación de la Simbólica (1832) empezó a tener
serias dificultades y tensiones con algunos colegas de la Facultad protestante
de Tubinga, que le hicieron difícil la permanencia en la ciudad y la convivencia
universitaria, por lo que aceptó la oferta del rey Luis de Baviera de enseñar en
la Universidad de Munich, de la que fue nombrado Profesor el 8 jun. 1835. Como
consecuencia del cólera de 1836 quedó muy quebrantada su salud y al año
siguiente hubo de renunciar a su cátedra. El rey le nombró entonces Domkapitular
de Würzburgo, dignidad que ostentaría poco tiempo. M. piadosamente el 12 abr.
1838. Sus discípulos hicieron que en su tumba figurara esta inscripción:
«Defensor fidei. Literarum decus. Ecclesiae solamen».
Escritos. Su obra primera, original y discutida, Die Einheit in der Kirche
(La Unidad en la Iglesia), es, como reza el subtítulo, un estudio sobre «el
principio del Catolicismo expuesto según el espíritu de los Padres de la Iglesia
de los tres primeros siglos» (Maguncia 1825; edición crítica: J. R. Geiselmann,
Colonia 1957). Pero la gran obra de M., es, sin duda, su Symbolik (Simbólica) o
«presentación de las oposiciones dogmáticas de católicos y protestantes según
sus símbolos o confesiones de fe», que alcanzaría cinco ediciones (la, Maguncia
1832) en vida del autor y más de treinta hasta nuestros días (ed. crítica: J. R.
Geiselmann, Colonia 1960-61, 2 vol.) y numerosas traducciones (ed. española:
trad. del Cardenal Monescillo, Madrid 1846, 2 vol.), incluso una al latín. «Obra
clásica -escribe Hurter- que sobresale por la cuidada y clara exposición de la
doctrina de una y otra confesión, por el esplendor de la dicción con la que pone
de manifiesto la excelsitud del dogma católico y manifiesta sin acrimonia la
inconstancia y falsedad de las opiniones de sus adversarios» (Nomenclator
literaríus theologiae catholicae, Insbruck 1913, V, 889). La viva reacción de
los medios protestantes, sobre todo de F. Ch. Baur con su obra Der Gegensatz des
Katholizismus und Protestantismus. Mit besonderer Berücksichtigung von Herrn Dr.
Mi hlers Symbolik (Tubinga 1834), llevarían a M. a escribir un nuevo libro, las
Neue Untersuchungen (Nuevas investigaciones sobre las oposiciones doctrinales
entre católicos y protestantes), que constituyen un importante complemento de la
Simbólica (la edición, Maguncia 1834).
Son también importantes los estudios consagrados a S. Atanasio (Maguncia
1827, 2 vol.) y a S. Anselmo (en «Theologische Quartalschrift», 1827 y 1828), y
el piadoso y penetrante estudio sobre el celibato sacerdotal (en «Der Katholik»
30, 1828, 1-32 y 257-297), que tuvo gran influencia en el clero de su época.
Poco después de su muerte se recogieron en dos volúmenes muchos de sus escritos
menores (Ratisbona 1839-40); S. Lósch publicó en 1928 el epistolario y otros
escritos (Munich 1928). Discípulos suyos editaron lecciones universitarias
conservadas en manuscritos. Así tenemos la Patrologie (Ratisbona 1840) y el
Kommentar sum Rómersbriefe (ib. 1845), editados por F. X. Reithmayr. La
Kirchengeschiclhte, publicada por P. B. Gams en 1867, sobre apuntes de
discípulos, no puede considerarse propiamente un escrito de M.
Doctrina y significación teológica. M. ocupa un lugar insigne en la
historia de la teología católica. De él se ha dicho que «todos los hombres
cultos de Europa le reconocen como el mejor teólogo católico de su época». A
pesar de que murió a la edad en que otros están casi comenzando, su obra ha sido
de gran trascendencia en el campo de la Dogmática, de la Apologética y de la
Historia de la Iglesia, confluyendo todos en su preocupación por dar razón de la
realidad viviente de la Iglesia.
La teología de Móhler, en polémica con el idealismo alemán (y no sin su
influencia), busca una síntesis entre los métodos histórico-positivo y
especulativo en orden a formular la verdad teológica: la teología no es para M.
ni historia erudita ni especulación racionalista, sino tarea del espíritu, que
profundiza y organiza desde la fe la idea divina revelada en Cristo y presente
por su Espíritu en la Iglesia histórica. En consecuencia, y ya en el campo
eclesiológico, el pensamiento de M. buscará por todos los medios alcanzar una
síntesis de los aspectos cristológicos y pneumatológicos de la Iglesia, síntesis
que no obtendría el tubinguense desde el principio. En efecto, su obra de
juventud, La Unidad, es una reacción -saludable pero excesiva- contra la
teología racionalista de la Ilustración dominante en la época, que reducía la
Iglesia a una sociedad humana de fines éticos y educativos. M., leyendo a los
Padres, descubre la Iglesia como una espléndida vida divina, fruto de la
presencia creadora del Espíritu Santo. Esta su primera intuición, que
permanecerá a lo largo de toda su obra, aparece en La Unidad de forma
polarizada, quedando en la sombra, aunque no se niegue (cfr. el prólogo), el
aspecto externo de la Iglesia y la fundación histórica por Jesús. Puede tal vez
decirse que en La Unidad el cuerpo eclesiástico es tan sólo la materialización
externa del Espíritu, «principium unitatis Ecclesiae», lo que, obviamente, es
insuficiente; de ahí que aparezcan en esta obra afirmaciones incorrectas e
incluso erróneas acerca del ministerio eclesiástico y del primado de Pedro,
opiniones que el mismo M., descalificaría en sus obras posteriores, sobre todo
en Atanasio y la Simbólica. Su contacto, cada vez más profundo, con los grandes
escolásticos y la necesidad de afirmar nítidamente la doctrina católica frente
al protestantismo le llevaron a rectificar esos planteamientos (en los que se
percibe la huella de Schleiermacher, v.), para ofrecernos, finalmente, en la
Simbólica un maduro cuadro. Bástenos copiar su célebre definición de la Iglesia:
«Por Iglesia de la tierra entienden los católicos la sociedad visible de todos
los creyentes fundada por Cristo, en la que, bajo la dirección del Espíritu de
Cristo mismo y por medio de un apostolado ordenado por Él y de perpetua
duración, se continúan hasta el final de los tiempos las actividades que Él
desarrolló durante su vida para santificación y salvación de los hombres; y en
la que, en el curso de la historia, todos los pueblos son reconducidos hacia
Dios» (Simbólica, 36). Aquí vemos a Cristo, al Espíritu y a la Jerarquía
definiendo la Iglesia. M. dará la vuelta al planteamiento de la Unidad: «Los
católicos enseñan: la Iglesia visible es lo primero, luego viene la invisible.
Los luteranos dicen al revés: de la Iglesia invisible sale la visible, y aquélla
es el fundamento de ésta. En este contraste, aparentemente tan pequeño, se
expresa la más profunda diferencia» (ib. 48). Sin preterir la doctrina sobre el
Espíritu Santo, pero integrándola, M., encontrará las raíces del misterio de la
Iglesia en su profunda analogía con el misterio del Verbo Encarnada: «(La
Iglesia es) una congregación visible de hombres, una sociedad que entra por los
ojos: la última razón de la visibilidad de la Iglesia radica en la encarnación
del Verbo de Dios» (ib. 36). De este modo, y a través de su profunda influencia
en los teólogos de la Escuela Romana (v.), la eclesiología de M. prestará
grandes servicios al Magisterio de la Iglesia, como puede verse desde la Enc.
Satis cognitum de León XIII hasta la Const. Lumen gentium del Conc. Vaticano II.
En los demás campos de la teología observamos en M. una evolución paralela
a la de la eclesiología. Su concepción de la gracia, de las relaciones entre
natural y sobrenatural, del desarrollo del dogma, de la Tradición, etc:, acusan
en sus primeros escritos una influencia de Schleirmacher y su subjetivismo
religioso, que aparece prácticamente superada en su obra madura. Señalemos, por
otra parte, que las ideas de M. sobre las relaciones de S. E. y Tradición y su
penetrante discurso sobre la naturaleza de la herejía y del cisma han
contribuido notablemente a un correcto planteamiento del diálogo
interconfesional.
BIBL.: Biografías: B. WÓRNER, J. A. Móhler. Ein Lebendoild, Ratisbona 1866; H. SAVON, ]. A. Móhler, París 1965; P. W. SCHEELE, J. A. Móhler, Graz 1969.
PEDRO RODRÍGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991