MONOTEÍSMO I. RELIGIONES NO CRISTIANAS, 3.
3. El monoteísmo en los diversos pueblos. La Historia de las Religiones, y lo
mismo la Etnología, no obstante las inevitables limitaciones que aquejan a
entrambas, dan pie para establecer en casi todos los pueblos una poderosa
corriente monoteísta, que coexistía con la politeísta en unos mismos individuos,
y se manifiesta según las circunstancias, especialmente en los momentos graves,
lo que hace probable suponer se manifestaría aún más fácilmente en el momento de
la muerte, el más grave de todos, facilitando así la salvación. Quizá pudiera
describirse esa situación como un m. de fondo, que aparece extemporáneamente, y
un politeísmo de expresión, que es el predominante (V. MITO Y MITOLOGÍA II, A).
En el paganismo grecorromano sería fácil multiplicar los textos, tanto de
presocráticos como de postsocráticos, que demostrarán esa doble corriente, pero
basten las palabras de Tertuliano, tanto más apreciables cuanto expresan la
práctica de la gente común: «Éste es, en resumen, el delito de los que no
quieren reconocer lo que no pueden ignorar. ¿Queréis que lo probemos por el
testimonio de la misma alma? La cual, aunque oprimida por la cárcel del cuerpo,
rodeada de instituciones perversas, debilitada por concupiscencias y deseos
lujuriosos y esclavizada a los falsos dioses, sin embargo, cuando vuelve en sí
tras la embriaguez, el sueño o la enfermedad en que ha padecido su salud, invoca
a Dios, con este solo nombre, porque propiamente en cuanto verdadero es uno
solo, y así es voz y exclamación de todos: Dios grande, Dios bueno, ojalá Dios
me lo conceda. E igualmente apela a Él como a juez: Dios lo vea, a Dios pongo
por testigo, Dios me hará justicia... Finalmente, al invocarle así no mira al
Capitolio, sino el cielo, pues sabe donde está la morada del Dios vivo»
(Apologético, 17). Por eso consigna como un hecho: «Nadie niega, porque nadie
ignora, lo que la misma naturaleza espontáneamente sugiere: que Dios es creador
de todo el universo» (De spectaculis, 2).
Pocos pueblos tan abundantes en dioses como el antiguo Egipto. Mas Drioton
ha probado exhaustivamente la existencia también en esta religión de esta doble
corriente ambivalente, monoteísta-politeísta (v. EGIPTO VII). Tras el examen de
los textos, llega a estas conclusiones: «1) Que una verdadera doctrina
monoteísta está atestiguada en Egipto por documentos, los más antiguos de los
cuales remontan al Imperio Antiguo. 2) Que esta doctrina se ha mantenido viva de
un extremo a otro de la época faraónica, ya que ha inspirado sin discontinuidad
nuevas obras literarias. 3) Que se conservaban principalmente mediante los
libros de sabiduría enseñados en las escuelas de los escribas, pero que el
efecto de esta enseñanza se hacía sentir también en toda la clase cultivada. 4)
Que jamás esta doctrina se juzgó contraria al politeísmo ambiente, antes bien se
concilió siempre con él en la práctica de una manera perfecta. Yo añado que tal
equilibrio entre estas dos doctrinas contradictorias sólo ha podido realizarse,
dada la mentalidad conservadora de los antiguos egipcios, porque ambas estaban
apoyadas por una tradición venerable» (La religion égyptienne, en M. Brillant,
III, 40; cfr. J. Vandier, La religion égyptienne, I, París 1949, 240-243). Sólo
añadiremos que si este Dios de los sabios era conocido por todas las clases
cultas -únicas que podían dejarnos documentos-, no podía menos de traslucir
también a las clases populares. Tenemos aquí, pues, también todos los inicios
para suponer la ambivalencia en todas las clases sociales: del espíritu
religioso y pureza .noral individuales dependería el que la corriente monoteísta
se manifestase con más o menos frecuencia, con más o menos vigor.
Si pasamos a la India, en los tiempos más arcaicos de que nos hablan los
documentos antiguos aparece ya desvaída la figura del primitivo Dyaus, antiguo
ser supremo, pero se presenta Varuna con tales características -omniscencia y
omnipotencia por derecho propio, como consecuencia de su mismo modo de ser, y,
sobre todo, moralidad y bondad- que la religión india estuvo a punto de
convertirse en m. puro (V. ARIOS; INDIA VI). Aunque le rodeen otros dioses, ya
uno de los himnos más antiguos del Rig Veda (1,164) nos advierte que se trata
-cual Vandier consigna también de Egipto- de nombres diferentes aplicados a un
mismo Ser o Realidad: «Le llaman Indra, Mitra, Varuna, y también celeste
Garutman de bellas alas: el ser real es UNO, aunque los sabios le den varios
nombres» (v. VEDAS, LIBROS DE Los). Y la tendencia a la unidad se acrecienta en
los Upanisads -aunque Varuna como nombre haya ya sido olvidado-, con la doble
vertiente, panteísta y personal, que coexisten: el pueblo seguiría la corriente
de lacreencia en un Dios personal. Hoy es ésta la creencia que predomina en la
India- sectas varias vishnuitas o sivaítas-, y no hay hindú que la ignore, de
modo que está realmente al alcance de todos.
Politeísmo se da _en China, pero la corriente monoteísta aparece viva en
la descripción que los textos nos hacen del Cielo, su Dios supremo, personal:
«El alto Cielo es sin sonido u olor... envía la calamidad para humillarnos... El
Cielo lo ha hecho, ¿qué diré yo?... El Cielo te protege con gran seguridad, te
hace virtuoso para que puedas gozar toda dicha... ilumina y gobierna este bajo
mundo... El gran Cielo es inteligente y te acompaña en todos tus caminos; todo
lo ve, y está presente a tus yerros y condescendencias..., a toda facultad y
parentesco dio su ley..., lo justo es manifestar en la conducta conformidad con
el Cielo: es la vía del Cielo».
La misma corriente bivalente se observa en la religión de las regiones
mesopotámicas (v. ASIRIA III; BABILONIA III) de donde salieron los patriarcas
hebreos con su m. ya exclusivo. Baste recordar la figura de An, padre y rey de
todos los dioses, único que ha escapado al antropomorfismo y a las miserias
morales humanas, y cuyo culto perdurará hasta el periodo helenístico, y por cuya
delegación gobiernan todos los demás dioses de turno; la misma triada suprema
celeste -An, Enlil, Enki-, se presenta casi como una verdadera trinidad en un
solo Dios. Y el mismo m. de base aparece en el dios cananeo El -«creador de
cielos y tierra», «creador de todas las cosas creadas», «creador de la tierra»-,
cuyo permiso necesitan para actuar todos los demás dioses -incluido el mismo
Baal (v.)-, y cuyo nombre no desdeñaron los patriarcas, que lo tomaron para
designar a su dios monoteísta (v. CANAÁN II).
De la América recién descubierta baste recordar como ejemplo algunos
testimonios de misioneros y viajeros de aquel tiempo (v. t. AMÉRICA VI). De la
Española, Cuba y demás Antillas, dice Las Casas que tenían conocimiento del Dios
verdadero, le llamaban Cemí, le ofrecían primicias, creían recibir de él el sol,
los frutos, la lluvia, los hijos, y todos los bienes, se le llamaba el Señor
Grande, y se le consideraba como morando en los cielos, honrándosele con ayunos
muy rigurosos; este conocimiento alcanzaba su mayor pureza entre los Lucayos (cfr.
Apologética Historia, cap. 166 y 167); creían igualmente en una retribución
futura, según la moralidad de las obras hechas en vida (cfr. Historia de las
Indias, cap. 96).
De los indios de la costa de Florida a México dice Cabeza de Vaca
(Naufragios, cap. 35): «Y preguntados (los indios) en qué adoraban y
sacrificaban, y a quién pedían el agua para sus maizales y la salud para ellos,
respondieron que a un hombre que estaba en el cielo. Preguntámosle cómo se
llamaba, y dijeron que Aguar, y que creían que él había creado el mundo y las
cosas de él. Tornámosles a preguntar cómo sabían esto, y respondieron que sus
padres y abuelos se lo habían dicho, que de muchos tiempos tenían noticia de
esto, y sabían que el agua y todas las buenas cosas las enviaba aquél».
En México, según Sahagún, se invocaba a Ometecuhtli: «Vos, Señor, sois el
padre y la madre de todos los dioses, y sois el dios más antiguo». El m. era más
puro en Teotitlán y Texcoco, donde se llamaba Teotl al Ser supremo,
considerándolo como causa primera universal, invisible, irrepresentable en
figuras, sin mitos denigrantes: se le daban los epítetos de Tloque Nahuaque -«el
que lo posee todo en sí mismo»-, e Ipelnemohuani -«el que nos hace vivir»Si
pasamos a los mayas (v.), los motules del Yucatán creían en un solo Dios,
creador del cielo, de la tierra y de todas las cosas, según Martín de Palomar.
En el Popol Vuh de los Quichés de Guatemala aparece Hunahpu como dios creador; y
entre los mayas está el dios Hunabku, que literalmente significa «Dios único»,
que parece ser el único que primitivamente adoraron. La pluralidad de dioses se
consideraba una corruptela, por lo que existían multitud de profecías -algunas
conservadas en los Libros de los Chilam- que anunciaban una futura predicación
del Dios único, lo que favoreció no poco la conquista española (Landa, Relación
de las cosas del Yucatán, I, 97). Las Casas, refiriéndose a las regiones de
Centroamérica -dominio maya-, afirma por su parte: «Ya se dijo arriba... cómo
por mucha parte de las tierras y provincias de que vamos diciendo adoraban a un
solo Dios, que llamaban Chicuna, que quiere decir principio de todo, que moraba
en el cielo, a quien ocurrían en todas sus angustias y necesidades y ofrecían
sus sacrificios; así que puede colegirse que aquella mitad de las joyas y
riquezas ofrecían al principio de todo, que tenían por Dios del Cielo, para que
los guiase por sus caminos» (Apologética Historia, cap. 242).
En el Perú, sobre todos los dioses, incluso sobre el Sol, se elevaba el
Ser supremo Pachacamac o Viracocha: todos podían invocarlo, aunque sólo se le
dirigían oraciones mentales; al pronunciar su nombre se inclinaba la cabeza, se
elevaban los ojos al cielo, bajándolos luego; se le consideraba creador e
infinitamente poderoso y adorable, indefinible e imposible; los incas (v.) lo
trataban con respeto extraordinario, aunque jamás le ofrecían ofrenda alguna, ya
que nada podía ofrecérsele que no fuera suyo, pues a Él pertenecía el universo
entero (cfr. Cieza de León, Primera parte de la Crónica del Perú, caps. 43, 98 y
101). Garcilaso de la Vega (Comentarios Reales, 11,6) no vacila en identificarlo
con el Dios de los cristianos. Y Martín Morúa advierte que aunque el culto
oficial a Pachacamac -creador invisible, supremo y misericordioso- fuera
introducido por un inca, preexistía ya de mucho antes como no oficial (Historia
del origen y genealogía real de los reyes incas del Perú, Madrid 1946, 62-63 y
108-109).
V. t.: DIOS II; PROVIDENCIA I.
BIBL.: L. VANNICELLI, Monoteísmo, en Enciclopedia Cattolica, VIII, Ciudad del Vaticano 1952, 1311-1319; R. PETAZZONNI, Dio, L'Essere celeste nelle credenze dei Popoli Primitivi, Roma 1922; W. SCHMIDT, Ursprung der Gotteside, 1-IX, Münster 1917-49; íD, Manual de Historia comparada de las religiones (Origen y formación de la religión. Teorías y hechos), 2 ed. Madrid 1941; W. KoPPERs, La religione dell'uomo primitivo, Roma 1947f1), Der Urmensch und -sein Weltbild, Viena 1949; H. PINARD DE LA BOULLAYE, Estudio comparado de las religiones, MI, Barcelona 1964 (cfr. índice de materias); E. KÓNIC, Cristo y las religiones de la tierra, I, Madrid 1968, 531 ss.
A. PACIOS LÓPEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991