SOCIALISMO III. DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA.
1. Exposición histórica de la doctrina del Magisterio. S. y comunismo se
identifican prácticamente en el Magisterio de la Iglesia hasta la aparición de
la Ene. Quadragesimo anno en 1931. Sobre la doctrina de la Iglesia acerca del s.
en el s. XIX y primeros años del s. XX, remitimos, por tanto, a COMUNISMO IV.
a) El Magisterio de Pío XI. En la Ene. Quadragesimo anno, Pío XI hace
referencia a la escisión en dos bloques de los que hasta entonces (aunque usasen
diversos nombres) no estaban bien distinguidos, y se refiere por separado a uno
y a otro. El s. marxista o comunismo enseña y persigue por todos los medios «la
encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada» (Quadragesimo
anno, 112). El otro bloque que ha conservado el nombre de s. no rechaza la lucha
de clases y la extinción de la propiedad privada, pero, aterrado de las
consecuencias de las mismas en el comunismo, las mitiga, absteniéndose de toda
violencia, por lo que parece acercarse a las verdades que la tradición cristiana
ha mantenido siempre en esta materia (113-114). Se plantea entonces el Pontífice
la cuestión que algunos formulan: ya que cierto s. ha moderado sus principios y
se ha acercado al cristianismo, ¿por qué éste no hace lo mismo con su doctrina,
para que de esa forma los socialistas se acerquen al cristianismo? « ¡Vana
esperanza! », dice el Papa, y prosigue refiriéndose a los cristianos que piensan
así: «Los que quieran ser apóstoles entre los socialistas es necesario que
profesen abierta y sinceramente la verdad cristiana plena e íntegra y no estén
en connivencia bajo ningún aspecto con los errores. Si de verdad quieren ser
pregoneros del Evangelio, esfuércense ante todo en mostrar a los socialistas que
sus postulados, en la medida en que sean justos, pueden ser defendidos con mucho
más vigor en virtud de los principios de la fe y promovidos mucho más
eficazmente en virtud de la caridad cristiana» (116).
Por lo demás ese s. no renuncia ni a la lucha de clases ni a la abolición
de la propiedad privada, sino que sólo suaviza esos principios. «Pero -continúa
Pío XI¿qué decir si, en lo tocante a la lucha de clases y a la propiedad
privada, el socialismo se suaviza y se enmienda hasta el punto de que, en cuanto
a eso, ya nada haya de reprensible en él?» Incluso en ese caso, responde el
Pontífice, «como doctrina, como hecho histórico o como acción social, el
socialismo, si sigue siendo verdadero socialismo, aun después de haber cedido a
la verdad y a la justicia en los puntos indicados, es incompatible con los
dogmas de la Iglesia católica, puesto que concibe la sociedad de una manera
sumamente opuesta a la verdad cristiana» (117). Esta incompatibilidad radica en
el inmanentismo absoluto del sistema socialista opuesto a la trascendencia
cristiana. «El hombre, en efecto, dotado de naturaleza social según la doctrina
cristiana, es colocado en la tierra para que, viviendo en sociedad y bajo la
autoridad ordenada por Dios (cfr. Rom. 13,1) cultive y desarrolle plenamente
todas sus facultades para alabanza y gloria del Creador y, desempeñando
fielmente los deberes de su profesión o de cualquier vocación que sea la suya,
logre para sí juntamente la felicidad temporal y la eterna. El socialismo, en
cambio, ignorante y despreocupado en absoluto de este sublime fin tanto del
hombre como de la sociedad, pretende que la sociedad humana ha sido instituida
exclusivamente para el bien terreno» (118). En consecuencia, con este
planteamiento materialista, para el s. «ante las exigencias de la más eficaz
producción de bienes, han de preterirse y aun inmolarse los más elevados bienes
del hombre, sin excluir ni siquiera la libertad» (119). Al mismo tiempo, para
hacer posible la sociedad que propugnan es necesaria una enorme violencia. Por
todo ello, expresiones como «socialismo religioso, socialismo cristiano,
implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y
verdadero socialista» (120).
El Papa termina lamentándose de aquellos católicos que se han adscrito a
las filas socialistas con la excusa de que «la Iglesia y los que se proclaman
adictos a ella favorecen a los ricos, desprecian a los trabajadores y para nada
se ocupan de ellos» (124). Reconoce el Pontífice que hay «quienes confesándose
católicos, apenas si se acuerdan de esa sublime ley de justicia y de caridad, en
virtud de la cual estamos obligados no sólo a dar a cada uno lo que es suyo,
sino también a socorrer a nuestros hermanos necesitados como si fuera al propio
Cristo Nuestro Señor, y, lo que es aún más grave, no temen oprimir a los
trabajadores por espíritu de lucro. No faltan incluso quienes abusan de la
religión misma y tratan de encubrir con el nombre de ella sus injustas
exacciones, para defenderse de las justas reclamaciones de los obreros» (125).
Pero ésa no es la actitud de la Iglesia ante el problema social. Su historia
entera «demuestra claramente que tal apariencia y tal acusación es inmerecida e
injusta» (125). Acaba el Papa invitando a los que se han ido a que vuelvan a las
filas de la Iglesia, junto a aquellos que «siguiendo afanosamente los consejos
promulgados por León XIII y por Nos solemnemente recordados, tratan de renovar
la sociedad según el espíritu de la Iglesia, afianzando la justicia y la caridad
sociales» (126).
Para completar la visión de las enseñanzas de Pío XI, y aunque no se trate
de un documento pontificio, conviene recordar la declaración que a propósito del
laborismo inglés hizo en estas fechas el cardenal Bourne, arzobispo de
Westminster, con motivo de la controversia suscitada en Inglaterra a raíz de la
aparición de la Enc. Quadragesimo anno. Los periódicos conservadores entendían
que en la condena que el Papa hacía del s. estaba incluido también el partido
laborista, con lo quese hacía incompatible la profesión de fe católica y la
pertenencia a este partido en cuyas filas militaban la mayoría de los diputados
católicos ingleses. Decía el cardenal: «Se me pregunta: Un católico, ¿es libre
en conciencia de ser conservador, liberal o adherido al partido laborista? He
tratado esta cuestión muy completamente en reuniones celebradas en East London
en enero de 1925, y dije entonces que, bajo las reservas que acabo de formular
(el cardenal se acababa de referir a la necesidad de guardarse cuidadosamente de
toda teoría o acción que contradijera la enseñanza de la Iglesia o las
indicaciones de su propia conciencia), no veo razón por la que un católico no
podría pertenecer a uno u otro de esos partidos. Se me preguntará entonces: ¿Es
que la encíclica del Santo Padre no os inducirá a modificar un poco vuestro
pensamiento? Sobre este punto, tengo el derecho de decir que no veo ninguna
razón para modificar mi pensamiento» (cfr. Doctrina Pontificia: Documentos
sociales, Madrid 1959, 690). Esta declaración no suscitó reacción alguna en
Roma. Se concluye, pues, que el laborismo inglés, que no tiene su origen en el
s. marxista sino en los movimientos cartista y fabiano del s. XIX, queda fuera,
por tanto, de la condena del s. hecha por la Quadragesimo anno.
b), Magisterio posterior. Las referencias al s. en los documentos de Pío
XII y Juan XXIII son escasas, y se sitúan en la línea de lo dicho por Pío XI,
reafirmando la incompatibilidad entre marxismo y cristianismo. Así, Pío XII en
su radiomensaje Con Sempre de 24 dic. 1942 recuerda la condena hecha por sus
antecesores a los varios sistemas del s. marxista, «y los condena también hoy,
porque es su deber y derecho permanente preservar a los hombres de corrientes o
influencias que ponen en peligro su eterna salvación». Juan XXIII en su Enc.
Mater et Magistra recuerda las enseñanzas de la Quadragesimo anno respecto al s.
marxista, al que también pueden aplicarse con toda propiedad las acusaciones que
hace a continuación de los sistemas inmanentistas, culpables de la situación
presente de la humanidad por pretender establecer un orden social ajeno a la
autoridad de Dios.
En la Enc. Pacem in terris formula Juan XXIII unas consideraciones sobre
la evolución histórica de los grupos ideológicos que, aunque no mencionen
expresamente al s., han sido por muchos comentaristas aplicadas a él. Vamos por
eso a analizarlas. «Es necesario -escribedistinguir entre las teorías
filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre
y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político, aunque
tales corrientes tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas. Porque
una doctrina cuando ha sido elaborada y definida ya no cambia. Por el contrario
las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se
hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza» (159). Puede decirse que
estamos ante una aplicación de la afirmación de Pío XI: el s., mientras siga
siendo verdadero s. -es decir, una doctrina que ve al hombre como un ser
ordenado meramente a lo terreno- es incompatible con la fe cristiana; pero
formulando una hipótesis: ¿no puede suceder que, aun conservando el nombre de
socialista, una agrupación haya dejado de serlo en realidad? Juan XXIII afirma
la posibilidad de que esa hipótesis de ese estilo -no olvidemos que no habla
expresamente del s.- puedan realizarse, para a continuación subrayar lo grave y
difícil que es un tal juicio, de manera que debe procederse con extrema
prudencia y conocimiento de causa, y teniendo en cuenta que a todo católico, al
juzgar y decidir se le impone una condición: «la de que respeten los principios
del derecho natural, observen la doctrina social que la Iglesia enseña, y
obedezcan las directrices de las autoridades eclesiásticas. Porque nadie debe
olvidar que la Iglesia tiene el derecho y al mismo tiempo el deber de tutelar
los principios de la fe y de la moral, y también el de interponer su autoridad,
aun en la esfera del orden temporal, cuando es necesario juzgar cómo deben
aplicarse dichos principios a los casos concretos (160).
La Const. Gaudium et spes del Conc. Vaticano II expone positivamente la
concepción cristiana del hombre y la sociedad, que contrasta sensiblemente con
el materialismo de toda concepción meramente terrena. Paulo VI, que en sus
primeras encíclicas no había hablado del s., se refiere expresamente a él en su
carta Octogesima adveniens (15 mayo 1971). El Papa habla en ella, en primer
lugar, del marxismo para poner de manifiesto su incompatibilidad con la fe
cristiana: «El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política,
concebida como servicio, tampoco puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo,
a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a
su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la
ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de la violencia y a
la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad,
negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y
colectiva» (26). Se refiere, a continuación, a la atracción que sobre algunos
cristianos ejerce el s., al que tienden a idealizar; después de describir el
hecho, añade que se impone un atento discernimiento de las diversas formas que
adopta el s., ya que con ese vocablo se designan diversos movimientos, que
-advierte- en muchos casos han sido y siguen inspirados en ideologías
incompatibles con la fe. Es, pues, preciso estudiar cada movimiento globalmente
y en profundidad para así orientar adecuadamente los juicios sobre cada caso
concreto (31).
2. Conclusión sintética. El término s. es un término equívoco. Si por él
se entiende comunismo o marxismo, la condena de la Iglesia ha sido continua,
nítida y tajante desde Pío IX hasta los últimos documentos del Magisterio. De
esta condena del s. marxista participan todos los socialismos que, aunque sean
opuestos al comunismo o hayan evolucionado en alguno de sus postulados, sigan
insertos en la ideología marxista, en su inmanentismo y sus consecuencias:
visión puramente material del hombre y de la sociedad, consideración limitada de
la libertad, violencia como forma de hacer realidad la sociedad propuesta,
subordinación total de la familia al Estado, negación del derecho a la educación
de los hijos, y a la propiedad, etc. Ahora bien, el término s. puede designar
también otros movimientos, bien procedentes de corrientes contrarias al
individualismo liberal distintas de la marxista: el laborismo, p. ej.; bien
originados en el marxismo, pero ya totalmente separados de él. En estos casos
puede decirse que no se les aplica la condena del s. formulada por el Magisterio
de la Iglesia. Hay que insistir en que para eso no basta con que se trate de un
s. marxista evolucionado, que haya abandonado alguno de sus puntos de lucha,
pero que siga inmerso en la visión inmanentista del hombre y la sociedad propia
de esta ideología, sino de unas corrientes que están de hecho insertas en otros
ámbitos ideológicos. Se hace, pues, necesario analizar en cada caso si por el
sentido profundo que pretende imprimir a su acción o por las realizaciones
prácticas que propone, un partido que se llama socialista está plenamente fuera
de la esfera marxista o si no ha caído en otra postura igualmente anticristiana.
En general, será incompatible si sustenta una ideología inmanentista, orientando
su acción únicamente al bienestar material, desconociendo las dimensiones
profundas de la persona, si subordina la libertad humana a los factores
económicos, si ignora los valores espirituales «que garantizan el desarrollo
completo del hombre», si las realizaciones prácticas que postula son opuestas a
la moral cristiana. Cuatro sectores son especialmente significativos en este
último terreno: familia -divorcio, aborto-, educación -totalitarismo estatal-,
vida social -respeto a la autonomía personal y a la propiedad privada, principio
de subsidiariedad (v.)-, relaciones Iglesia-Estado. De cualquier forma, al
Magisterio eclesiástico le corresponde en última instancia la autoridad para
decidir sobre la viabilidad o no de una determinada opción política para un
cristiano consecuente con su fe.
BIBL.: 1. L. GUTIÉRREZ GARCíA, Conceptos fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, Madrid 1971, vol. 4; 1. M. PERO-SANZ, Cristianismo y socialismos no marxistas, «Palabra» 84-85 (1972) 51-57; 1. MESSNER, La cuestión social, Madrid 1960; C. VAN GESTEL, La doctrina social de la Iglesia, 3 ed. Barcelona 1962; 1. HÚFFNER, Doctrina social cristiana, 2 ed. Madrid 1974; l. VILLAIN, La enseñanza social de la Iglesia, 2 ed. Madrid 1961; E. WELTY, Catecismo social, 3 vol., 2 ed. Barcelona 1962-63.
C. DARDÉ MORALES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991