Temor de Dios. Teología Moral y Espiritual
Desarrollando la doctrina de la S. E., la teología
distingue tres clases de t. de D. el mundano, también conocido como serviliter
servilis; el servil, o simpliciter servilis; y el filial.
El temor mundano ve en Dios únicamente el autor de castigos, y un obstáculo para
la consecución de bienes particulares, terrenos, vedados por la ley divina.
Supone, por tanto, un trastrocamiento del orden moral en su misma esencia:
valores mundanos desplazan a Dios como fin último de la actividad humana. Este
temor considera que el mal absoluto no es el pecado -alejamiento de Dios-, sino
la pena con la que Dios, ineluctablemente, reordena a su fin a las criaturas
rebeldes. Se trata, pues, de un t. de D. malo, reprobable, que nace en último
término del desordenado amor de sí mismo. Su gravedad moral queda acentuada por
el hecho de constituir una especie de antesala del pecado de desesperación.
También en el temor servil hay un miedo a la pena, pero no en lo que tiene de
barrera al pecado, sino bajo el aspecto de castigo doloroso. Puesto que es bueno
temer lo que se debe temer, se trata de un miedo moralmente justificado. Lo que
hay de malo en él no es el temor, sino el servilismo (S. Tomás, Sum. Th. 2-2 q19
a4), por el que no se actúa con libertad y por amor, sino como coaccionado y
casi a la fuerza. Pero del mismo modo que la fe informe, sin caridad, no es
mala, aunque reste infructuosa, tampoco este miedo sin amor, que es el temor
servil, es en sí mismo detestable: depende de su ordenación al fin.
El temor filial, en cambio, nace del amor a Dios. Es el miedo ante la
posibilidad de quedar separado del Bien Supremo. Su objeto inmediato, por tanto,
es el pecado o la culpa, que viene considerado como único mal absoluto, en
cuanto que es también la sola causa de enajenación de Dios. Lleva consigo una
actitud de respeto y reverencia ante nuestro Creador y Salvador, de quien
dependemos en todo. Pero no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de
mera cortesía, sino que está lleno de sinceridad y confianza, que se funda en la
realidad de la filiación divina (v.). En su misma esencia lleva tal dinamismo
que cuanto más crece el amor a Dios -y, en consecuencia, la aprensión por
ofenderle-, más disminuye el miedo a la pena (Sum. Th. 2-2 ql9 a10), hasta
desarraigarlo por completo: la caridad perfecta echa fuera el temor (1 lo 4,18).
El t. de D. es considerado, por la doctrina tradicional católica, como uno de
los principios motores del inicio de la vida cristiana (Ps 110,10), en cuanto
que pone en guardia contra el pecado (Eccli 1,27), creando unas condiciones de
ánimo que facilitan la acción de la gracia. En el Conc. de Trento, el Magisterio
de la Iglesia definió el papel positivo del t. de D. en la justificación de los
pecadores: «del temor de la divina justicia, del que son provechosamente
sacudidos, pasan a la consideración de la divina misericordia, renacen a la
esperanza, confiando que Dios ha de serles propicio por causa de Cristo, y
empiezan a amarle» (Denz.Sch. 1526; cfr. 1558). Pero, además, a lo largo de la
vida, este temor constituye para el cristiano un importante contrapeso para su
tendencia a la presunción, evitando que confíe en sus propias fuerzas,
abandonándose en cambio, como hijo, en las manos de Dios.
El don de temor de Dios. El t. de D. filial es también uno de los dones del
Espíritu Santo (v. ESPÍRITU SANTO III), por el que el alma se refugia y acoge
bajo la protección divina, abandonando cualquier otro motivo de seguridad y
confianza que no sea Dios mismo (Sum. Th. 2-2 q19 a9 y 12). El don de t. de D.
da, paradójicamente, a la vida cristiana un tono de arrojo y osadía: nada hay
que pueda atemorizarla, porque nada la separará de Dios (cfr. Rom 8,35-39).
Reafirma, pues, la virtud teologal de la esperanza (v.), alejando tanto el
peligro de la presunción como el de la desesperación; y coopera con las virtudes
morales --especialmente, con la templanza (v.) y la fortaleza (v.)- en cuanto
que mantiene el espíritu alerta contra el atractivo de la tentación (v.).
J. I. CARRASCO DE PAULA.
BIBL.: S. TOMÁS, Suma Teológica, 2-2 q19, g125; A.
GARDEIL, Crainte de Dieu, en DTC III,2014-2018; J. MAUSBACH, G. ERMECKE,
Teología moral Católica, I, Pamplona 1971, 390; M. REDING, Estructura de la
existencia cristiana, Madrid 1961; A. Royo MARÍN, Teología de la perfección
cristiana, Madrid 1954, 507516; F. OCÁRiz, Hijos de Dios en Cristo, Pamplona
1972.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991