DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 4, 36-59

Purificación y dedicación del templo

En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron: «Ahora que tenemos derrotado al enemigo, subamos a purificar y consagrar el templo».

Se reunió toda la tropa, y subieron al monte Sión. Vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas incendiadas, la maleza creciendo en los atrios como matorrales en una ladera y las dependencias del templo derruidas. Se rasgaron las vestiduras e hicieron gran duelo, echándose ceniza en la cabeza y postrándose rostro en tierra. Al toque de corneta, gritaron hacia el cielo.

Judas ordenó a sus hombres que tuvieran en jaque a los de la acrópolis, hasta que terminaran de purificar el templo. Eligió sacerdotes sin defecto corporal, observantes de la ley, que purificaron el templo y arrojaron a un lugar inmundo las piedras que lo contaminaban.

Luego deliberaron qué hacer con el altar de los holocaustos profanado, y se les ocurrió una buena idea: Destruirlo; así no les serviría de oprobio por haberlo profanado los gentiles. Así que lo destruyeron, y colocaron las piedras en el monte del templo, en un sitio a propósito, hasta que viniese un profeta y resolviese el caso.

Luego cogieron piedras sin tallar, como manda la ley, y levantaron un altar nuevo, igual que el anterior. Restauraron el templo y consagraron el interior del edificio y los atrios. Renovaron todos los utensilios sagrados y metieron en el templo el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron los candiles del candelabro, para que alumbraran el templo. Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron la cortina, quedó ultimado todo el trabajo.

El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno, que es el de Casleu, madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos recién construido. En el aniversario del día en que lo habían profanado los paganos, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y platillos. Todo el pueblo se postró en tierra, adorando y alabando a Dios, que les había dado éxito.

Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con júbilo holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y rodelas. Consagraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo entero celebró una gran fiesta, que canceló la afrenta de los paganos.

Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar, con solemnes festejos, durante ocho días, a partir del veinticinco del mes de Casleu.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5, sobre la fe y el símbolo (12-13: PG 33, 519-523)

Sobre el símbolo de la fe

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.

Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de opinión, te dijera lo contrario, o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues, si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado —seamos nosotros mismos o un ángel del cielo—, ¡sea maldito!

Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa exactamente cada una de sus afirmaciones. Porque tenéis que saber que el símbolo de la fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resumen toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo que nos da a conocer el antiguo y el nuevo testamento.

Velad, pues, hermanos, y conservad cuidadosamente la tradición que ahora recibís y grabadla en el interior de vuestro corazón.

Poned todo cuidado, no sea que el enemigo, encontrando a alguno de vosotros desprevenido y remiso, le robe este tesoro, o bien se presente algún hereje que, con sus errores, contamine la verdad que os hemos entregado. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito.,, Os recomiendo —como dice el Apóstol—, en presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión, que guardéis sin mancha la fe que habéis recibido, hasta el día de la manifestación de Cristo Jesús.

Ahora se te hace entrega del tesoro de la vida, pero el Señor, el día de su manifestación, te pedirá cuenta de él, cuando aparezca como el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el únicoposeedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él la gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Macabeos 12, 32-46

Sacrificio por los difuntos

Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate, y los judíos tuvieron unas cuantas bajas.

Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara aliado y dirigiera la batalla. En la lengua materna lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga.

Judas congregó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado, y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, porque ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos, para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos.

Todos vieron claramente que aquélla era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a con{! servarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.

Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso, hizo una expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.


SEGUNDA LECTURA
(Repetida en TO Semana 09)

San Gregorio de Nacianzo, Sermón /, en honor de su hermano Cesáreo (23-24: PG 35, 786-787)

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Arbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 6, 1-17

Muerte de Antíoco

El rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que había en Persia una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que en otro tiempo había sido rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.

Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judea había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el ara sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y habían hecho lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey.

Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que tuvo una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus amigos y les dijo:

—El sueño ha huido de mis ojos. Me siento abrumado de pena, y me digo: «¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, que era feliz y querido cuando era poderoso!» Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judea, sin motivo. Reconozcoque por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera.

Llamó a Filipo, un grande del reino, y lo puso al frente de todo el Imperio. Le dio su corona, su manto real y el anillo, encargándole de la educación de su hijo Antíoco y de prepararlo para reinar.

El rey Antíoco murió allí el año ciento cuarenta y nueve. Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey, alzó por rey a su hijo Antíoco, criado por él de pequeño, y le dio el sobrenombre de Eupátor.
 

SEGUNDA LECTURA

Juan de Fécamp, Confesión teológica (Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126)

Cristo, como buen pastor, intercede
por nosotros, miserables

Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e irreprochable.

Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes de la única y suma divinidad.

Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.

El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna conciencia pecadora pueda escapar.

Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas, para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 9, 1-22

Muerte de Judas en batalla

Demetrio, en cuanto oyó que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y Alcimo al territorio de Judá con el ala derecha del ejército. Emprendieron la marcha por el camino de Guilgal, tomaron al asalto Mesalot de Arbela y asesinaron a mucha gente.

El mes primero del año ciento cincuenta y dos acamparon frente a Jerusalén, pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. Judas acampaba en Elasa con tres mil soldados y, al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos desertaron del campamento, y sólo quedaron ochocientos. Judas vio que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, y se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. Aunque desalentado, dijo a los que quedaban:

«¡Hala, contra el enemigo! A lo mejor podemos presentarles batalla».

Los suyos intentaban convencerle:

«Es completamente imposible. Pero, si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros, y entonces les daremos la batalla. Ahora somos pocos».

Judas repuso:

«¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama».

El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de corneta. Los de Judas también tocaron las cornetas, y el suelo retembló por el fragor de los ejércitos. El combate se entabló al amanecer y duró hasta la tarde.

Judas vio que Báquides y lo más fuerte del ejército estaba a la derecha; se le juntaron los más animosos, destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Asdod. Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se volvieron en persecución de Judas y sus compañeros. El combate arreció, y hubo muchas bajas por ambas partes. Judas cayó también, y los demás huyeron.

Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. Lo lloraron, y todo Israel le hizo solemnes funerales, entonando muchos días esta elegía:

«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!»

No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre el bien de la muerte (Caps 3, 9; 4, 15: CSEL 32, 710.716-717)

En toda ocasión, llevemos en el cuerpo
la muerte de Jesús

Dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Existe, pues, en esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en toda ocasión y por todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte, vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida sin la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria.

Yo mismo no sabría decir si la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma vida. Pues me hace dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro . hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo.

Imita, pues, la muerte del Señor quien se aparta de la vida según la carne y aleja de sí aquellas injusticias de las que el Señor dice por Isaías: Abre las prisiones injustas, haz saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, rompe todos los cepos.

El Señor, pues, quiso morir y penetrar en el reino de la muerte para destruir con ello toda culpa; pero, a fin de que la naturaleza humana no acabara nuevamente en la muerte, se nos dio la resurrección de los muertos: así, por la muerte, fue destruida la culpa y, por la resurrección, la naturaleza humana recobró la inmortalidad.

La muerte de Cristo es, pues, como la transformación del universo. Es necesario, por tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar: debes pasar de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso, dice la Escritura: Que mi muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado como ellos, para que desaparezcan mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Daniel 1, 1-21

Unos jóvenes israelitas se mantienen fieles
en el palacio del rey de Babilonia

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios.

El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos o inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales pasarían a servir al rey.

Entre ellos había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El jefe de eunucos les cambió los nombres, llamando a Daniel, Belsázar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac; y a Azarías, Abdénago. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo:

«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza».

Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarías:

«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado».

Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres.

Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños.

Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.

Daniel estuvo en palacio hasta el año primero del reinado de Ciro.
 

SEGUNDA LECTURA

Comienza la homilía de un autor del siglo II (Caps 1, 1-2,7: Funk 1, 145-149)

Cristo quiso salvar a los que estaban a punto de perecer

Hermanos: Debemos mirar a Jesucristo como miramos a Dios, pensando que él es el juez de vivos y muertos; y no debemos estimar en poco nuestra salvación. Porque, si estimamos en poco a Cristo, poco será también lo que esperamos recibir. Aquellos que, al escuchar sus promesas, creen que se trata de dones mediocres, pecan, y nosotros pecamos también si desconocemos de dónde fuimos llamados, quién nos llamó y a qué fin nos ha destinado y menospreciamos los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros.

¿Con qué pagaremos al Señor o qué fruto le ofreceremos que sea digno de lo que él nos dio? ¿Cuántos son los dones y beneficios que le debemos? El nos otorgó la luz, nos llama, como un padre, con el nombre de hijos, y, cuando estábamos en trance de perecer, nos salvó. ¿Cómo, pues, podremos alabarlo dignamente o cómo le pagaremos todos sus beneficios? Nuestro espíritu estaba tan ciego que adorábamos las piedras y los leños, el oro y la plata, el bronce y todas las obras salidas de las manos de los hombres; nuestra vida entera no era otra cosa que una muerte. Envueltos, pues, y rodeados de oscuridad, nuestra vida estaba recubierta de tinieblas, y Cristo quiso que nuestros ojos se abrieran de nuevo, y así la nube que nos rodeaba se disipó.

El se compadeció, en efecto, de nosotros y, con entrañas de misericordia, nos salvó, pues había visto nuestro extravío y nuestra perdición y cómo no podíamos esperar nada fuera de él que nos aportara la salvación. Nos llamó cuando nosotros no existíamos aún y quiso que pasáramos de la nada al ser.

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Al decir: Alégrate, la estéril, se refería a nosotros, pues estéril era nuestra Iglesia antes de que le fueran dados sus hijos. Al decir: Rompe a cantar, la que no tenías dolores, se significan las plegarias que debemos elevar a Dios, sin desfallecer, como desfallecen las que están de parto. Lo que finalmente se añade: Porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, se dijo para significar que nuestro pueblo parecía al principio estar abandonado del Señor, pero ahora, por nuestra fe, somos más numerosos que aquel pueblo que se creía posesor de Dios.

Otro pasaje de la Escritura dice también: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esto quiere decir que hay que salvar a los que se pierden. Porque lo grande y admirable no es el afianzar los edificios sólidos, sino los que amenazan ruina. De este modo, Cristo quiso ayudar a los que perecían y fue la salvación de muchos, pues vino a llamarnos cuando nosotros estábamos ya a punto de perecer.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 2, 26-47

Visión de la estatua y de la piedra.
El reino eterno de Dios

En aquellos días, el rey preguntó a Daniel:

«¿De modo que eres capaz de contarme el sueño y de explicarme su sentido?»

Daniel repuso:

«El secreto de que habla su majestad no lo pueden explicar ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos, pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos. Este es el sueño que viste estando acostado:

Te pusiste a pensar en lo que iba a suceder, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, no es que yo tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes; si me han revelado el secreto es para que le explique el sentido al rey, y así puedas entender lo que pensabas.

Tú, rey, viste una visión: una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario; su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro. En tu visión, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.

Este era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, majestad, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha concedido el reino y el poder, el dominio y la gloria, a quien ha dado poder sobre los hombres, dondequiera que vivan, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá un reino de plata, menos poderoso. Después un tercer reino, de bronce, que dominará todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro. Como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.

Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido; conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse, lo mismo que no se puede alear el hierro con el barro.

Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido ni su dominio pasará a otro, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, pero él durará por siempre; eso significa la piedra que viste desprendida sin intervención humana y que destrozó el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro.

Este es el destino que el Dios poderoso comunica a su majestad. El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta».

Entonces Nabucodonosor se postró rostro en tierra rindiendo homenaje a Daniel y mandó que le ofrecieran sacrificios y oblaciones. El rey dijo a Daniel:

«Sin duda que tu Dios es Dios de dioses y Señor de reyes; él revela los secretos, puesto que tú fuiste capaz de explicar este secreto».
 

SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 3-4, 5; 7, 1-6: Funk 1, 149-152)

Confesemos a Dios con nuestras obras

Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar, no ha permitido quequienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre. Esta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo Señor, pues esto solo no nos salvará. Está escrito, en efecto: No todo el que me dice: «Señor, Señor» se salvará, sino el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mí, malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados; y si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que si uno lucha en los combates corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es expulsado fuera del estadio.

¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel 3, 8-12.19-23.91-97

La estatua de oro del rey.
Los jóvenes librados del horno

En aquellos días, unos caldeos fueron al rey a denunciar a los judíos:

«¡Viva el rey eternamente! Su majestad ha decretado que, cuando escuchen tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, se postren adorando la estatua de oro, y el que no se postre en adoración será arrojado a un horno encendido. Pues bien, hay unos judíos, Sidrac, Misac y Abdénago, a quienes has encomendado el gobierno de la provincia de Babilonia, que no obedecen la orden real, ni respetan a tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has erigido».

Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Así, vestidos con sus pantalones, camisas, gorros y demás ropa, los ataron y los echaron en el horno encendido.

La orden del rey era severa, y el horno estaba ardiendo; sucedió que las llamas abrasaron a los que conducían a Sidrac, Misac y Abdénago; mientras los tres, Sidrac, Misac y Abdénago, caían atados en el horno encendido.

El rey los oyó cantar himnos; extrañado, se levantó y, al verlos vivos, preguntó, estupefacto, a sus consejeros:

«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?»

Le respondieron:

«Así es, majestad».

Preguntó:

«¿Entonces, cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el horno sin sufrir nada? Y el cuarto parece un ser divino».

Y, acercándose a la puerta del horno encendido, dijo: «Sidrac, Misac y Abdénago, siervos del Dios Altísimo, salid y venid».

Sidrac, Misac y Abdénago salieron del horno. Los sátrapas, ministros, prefectos y consejeros se apretaron para ver a aquellos hombres a prueba de fuego: no se les había quemado el pelo, los pantalones estaban intactos, ni siquiera olían a chamuscados. Nabucodonosor entonces dijo:

«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y prefirieron arrostrar el fuego antes que venerar y adorar otros dioses que el suyo. Por eso, decreto que quien blasfeme contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, de cualquier pueblo, nación o lengua que sea, sea hecho pedazos y su casa sea derribada. Porque no existe otro Dios capaz de librar como éste».

El rey dio cargos a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.


SEGUNDA LECTURA

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 8, 1-9,11: Funk 1, 152-156)

El arrepentimiento de un corazón sincero

Hagamos penitencia mientras vivimos en este mundo. Somos, en efecto, como el barro en manos del artífice. De la misma manera que el alfarero puede componer de nuevo la vasija que está modelando, si le queda deforme o se le rompe, cuando todavía está en sus manos, pero, en cambio, le resulta imposible modificar su forma cuando la ha puesto ya en el horno, así también nosotros, mientras estamos en este mundo, tenemos tiempo de hacer penitencia y debemos arrepentirnos con todo nuestro corazón de los pecados que hemos cometido mientras vivimos en nuestra carne mortal, a fin de ser salvados por el Señor. Una vez que hayamos salido de este mundo, en la eternidad, ya no podremos confesar nuestras faltas ni hacer penitencia.

Por ello, hermanos, cumplamos la voluntad del Padre, guardemos casto nuestro cuerpo, observemos los mandamientos de Dios, y así alcanzaremos la vida eterna. Dice, en efecto, el Señor en el Evangelio: Si no fuisteis de fiar en lo menudo, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Porque os aseguro que el que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar. Esto es lo mismo que decir: «Guardad puro vuestro cuerpo e incontaminado el sello de vuestro bautismo, para que seáis dignos de la vida eterna».

Que ninguno de vosotros diga que nuestra carne no será juzgada ni resucitará; reconoced, por el contrario, que ha sido por medio de esta carne en la que vivís por la que habéis sido salvados y habéis recibido la visión. Por ello, debemos mirar nuestro cuerpo como si se tratara de un templo de Dios. Pues, de la misma manera que habéis sido llamados en esta carne, también en esta carne saldréis al encuentro del que os llamó. Si Cristo, el Señor, el que nos ha salvado, siendo como era espíritu, quiso hacerse carne para podernos llamar, también nosotros, por medio de nuestra carne, recibiremos la recompensa.

Amémonos, pues, mutuamente, a fin de que podamos llegar todos al reino de Dios. Mientras tenemos tiempo de recobrar la salud, pongámonos en manos de Dios, para que él, como nuestro médico, nos sane; y demos los honorarios debidos a este nuestro médico. ¿Qué honorarios? El arrepentimiento de un corazón sincero. Porque él conoce de antemano todas las cosas y penetra en el secreto de nuestro corazón. Tributémosle, pues, nuestras alabanzas no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón, a fin de que nos acoja como hijos. Pues el Señor dijo: Mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre.